Entrevista a Rafael Díaz-Salazar: Pensar la emancipación hoy

Por: Salvador López Arnal/ El Viejo Topo 

Rafael Díaz-Salazar es profesor de Sociología y Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense. Entre todas sus obras cabe mencionar: El proyecto de Gramsci, ¿Todavía la clase obrera?La izquierda y el cristianismoDesigualdades internacionales y España laica. Centramos nuestra conversación en su reciente edición del libro de Francisco Fernández Buey: Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador (Madrid, Trotta, 2021).

Mi enhorabuena por la edición de este nuevo libro de Francisco Fernández Buey. ¿Nos explicas sucintamente su contenido?

Es un conjunto de ensayos y largas entrevistas en los que expone su pensamiento emancipador centrado en dos cuestiones que él relaciona: la izquierda alternativa y un tipo de cristianismo heterodoxo. Consideraba que lo más prioritario era realizar un trabajo prepolítico y, por esta razón, esa izquierda necesitaba enraizarse en un conjunto de culturas de liberación, entre las que incluía el cristianismo liberador y la acción de millones de personas que en todo el mundo desarrollan luchas sociales inspirándose en él.

Nuestro autor se dedicó a la filosofía de la ciencia y a la filosofía moral y política. Era ateo y tuvo un fuerte compromiso comunista, pero ello no le impedía interesarse por las aportaciones provenientes del mundo cristiano emancipador. Pensaba que era necesario ir más allá de las teorías sobre la religión de Marx y de Freud e incorporar el pensamiento de Albert Einstein sobre la religiosidad.

Formalmente el libro se estructura en tres partes: cristianismo emancipador, cristianos comprometidos en la emancipación de los empobrecidos (Bartolomé de Las Casas, Simone Weil y José María Valverde) y construcción de una izquierda alternativa. Desde esta última parte hay que comprender las dos primeras.

Considero que esta obra constituye una valiosa aportación para pensar la emancipación, hoy. También contiene luminosas pistas para saber construirla.

En tu Introducción, titulada ”Un intelectual gramsciano abierto al cristianismo emancipador”, hablas de empirismo herético. ¿Qué tipo de empirismo es ese?

Procede del título de un libro de Pasolini. Él lo utiliza para afirmar que hay que dar prioridad a las prácticas emancipadoras y desde ellas ser críticos con las ortodoxias de cualquier ideología u organización.

¿De dónde proviene y cómo se ha desarrollado tu interés por la obra de Francisco Fernández Buey?

Desde que en 1979 conocí sus Ensayos sobre Gramsci, he ido leyendo todos sus libros y la mayoría de sus artículos. Lo conocí personalmente en los primeros años de la década de los ochenta. Nos relacionamos desde que empecé a escribir El proyecto de Gramsci hasta su muerte. Considero que su forma de ser y estar en el mundo era tan interesante como su obra. Admiro su talante moral, su profundidad intelectual, su compromiso político con “los de abajo” y su gran bondad.

Te pregunto por el título del libro: ¿cómo debemos entender aquí el concepto “izquierda alternativa”?

Una izquierda roja, verde y violeta superadora de las corrientes surgidas de la II y la III Internacional. Un nuevo encuentro entre lo mejor que queda del anarquismo, del comunismo y del socialismo con las nuevas aportaciones provenientes del ecologismo, el feminismo, el pacifismo y el cristianismo emancipador.

¿Y cómo debemos entender el concepto de “cristianismo emancipador”?

Debemos retrotaernos al libro de Engels, La guerra campesina en Alemania y a tres obras de Ernst Bloch: El principio EsperanzaAteísmo en el cristianismo y  Thomas Müntzer, teólogo de la revolución. Ellos desarrollaron una dimensión de la teoría marxista: la religión como forma de protesta contra la miseria real. Fernández Buey constata el resurgir de lo que Bloch llamaba el “hilo rojo” de cierta tradición judía y cristiana. Considera que ese hilo rojo religioso y otros hilos rojos laicos están trenzando procesos liberadores en todo el mundo. El cristianismo emancipador está traduciendo la fraternidad evangélica y el comunismo de bienes de los primeros cristianos, reconocido por Rosa Luxemburg y por el primer Kautsky, en luchas sociales contra la causas del empobrecimiento. Se ha establecido un vínculo entre religiosidad de liberación y cambio social desde una perspectiva anticapitalista. Michael Löwy, un marxista trotskista y el principal intelectual del ecosocialismo, ha dedicado decenios a analizar este tipo de religiosidad revolucionaria. En Cristianismo de liberación. Perspectivas marxistas y ecosocialistas, publicado por El Viejo Topo, podemos encontrar un análisis profundo de este tipo de cristianismo que tanto le interesaba a Fernández Buey, tal como se constata en el libro objeto de esta entrevista.

Una de las tres citas de Paco Fernández Buey con las que abres el libro dice así: “Algunos tuvimos que entender el otro cristianismo para seguir siendo comunistas”. ¿A qué otro cristianismo hace aquí referencia? ¿No resulta extraño en un pensador ateo como fue él?

Al cristianismo emancipador. No es extraño para quien practicaba el empirismo herético. Ateísmos como cristianismos, marxismos y comunismos hay muchos y no todos son iguales. Su ateísmo era peculiar, muy cercano al de Bloch y en las antípodas del ateísmo imperante en la URSS y en diversas corrientes del marxismo cientificista que rechazaba radicalmente. Era, utilizando el subtítulo de La ilusión del método, un “ateísmo bien temperado”. La cita sintetiza la correlación histórica que establece entre el surgimiento de ambas tradiciones de emancipación, su degeneración, su fracaso y la posibilidad de volver a avivar las brasas liberadoras del cristianismo y del comunismo originarios.

En la introducción citas un texto del libro de Bloch, acabas de hablar de él, Ateísmo en el cristianismo. Es esta: “Pensar es sobrepasar. Lo mejor de la religión es que produce herejes. Solo un ateo puede ser un buen cristiano”. Afirmas que nuestro maestro y amigo se sitúa en esa corriente marxista. ¿Qué corriente es esa? ¿Qué la singulariza?

Conviene recordar la frase con la que termina Bloch este párrafo: “Sólo un buen cristiano puede ser un buen ateo”. Fernández Buey, dentro de las diversas corrientes plurales y antagónicas en las que se dividió y sigue dividido el marxismo, es gramsciano. Gramsci fue otro empirista herético. Por eso, su obra fue perseguida y prohibida en la URSS, en otros países comunistas del Este de Europa y en Cuba. Manuel Sacristán mostró que había hecho una lectura no del todo correcta de la obra de Marx. Gramsci fue un hereje.

Esta digresión es necesaria para responder a la pregunta. Tanto Fernández Buey como Sacristán descubrieron que hay aspectos profundos de la vida humana sobre los que el marxismo ni decía, ni tenía nada que decir. Era un vacío sin significado. Bloch fue el primero que captó esta realidad y, por ello, sin dejar de ser ateo y marxista, sondeó e indagó en ciertas corrientes “rojas” del judaísmo y del cristianismo. ¿En busca de qué?. De las fuentes de la esperanza. Hoy hablamos de pesimismo con esperanza o de esperanza sin optimismo. Fernández Buey enlaza con este tipo de marxismo de Bloch complementario con el de Gramsci. Uno de los aspectos más interesantes del pensamiento de Fernández de Buey y de Sacristán es que nos obligan a hablar de los marxismos, a descubrir su pluralismo, pero también sus antagonismos.

Tengo entendido que ahora en Cuba Gramsci no está censurado. De hecho, hay muchos intelectuales cubanos interesados en su obra. ¿Es así?

Ahora sí. Gramsci es la principal referencia para los comunistas cubanos más inteligentes y para académicos marxistas. No ha sido así durante la mayor parte del tiempo que transcurre entre le triunfo de la Revolución y la desaparición de la URSS. Los dirigentes y cuadros del PCC, así como los profesores y universitarios cubanos, se formaron con los manuales de pensamiento marxista-leninista publicados en la URSS. Me consta, porque he estado con ellos en diversos encuentros y seminarios, que los sectores más lúcidos del PCC saben que el pensamiento de Gramsci es el que más les puede orientar.

La segunda sección del libro lleva por título: “Sobre cristianos comprometidos con la liberación de los empobrecidos: Bartolomé de Las Casas, Simone Weil y José María Valverde”. ¿Qué le atrajo especialmente de la figura del primero?

Joaquim Sempere afirmó en el monográfico de mientras tanto dedicado a Francisco Fernández Buey que su obra sobre Las Casas, titulada La gran perturbación. Discurso del indio metropolitano es “el libro más ambicioso y sólido de los que publicó”. Me alegra que El Viejo Topo lo vaya a reeditar. Llama la atención que un pensador marxista dedicara tantos años al estudio de la obra y la vida de aquel fraile dominico. Una prueba más del sentido que le daba a ser un “comunista laico”. De Las Casas le atraía su activismo en defensa de los indios americanos, su denuncia de la explotación que llevaban a cabo los españoles, su capacidad de ser un “indio metropolitano”; es decir, su valentía para defender desde aquí a los de allí, dando prioridad a sus derechos frente a los intereses del Imperio español. También valoraba mucho su pensamiento, su capacidad dialéctica, el ser un “intelectual orgánico” al servicio de aquellas poblaciones esclavizadas. Es sumamente valiosa la comparación que hace entre su obra y la de destacados filósofos ilustrados como Voltaire, Diderot, Rousseau que no fueron capaces de afrontar como un asunto central la situación en que vivían las personas en las llamadas colonias. Como bien dice, “el gran siglo de las Luces es el siglo de la esclavitud”. Estos filósofos no tuvieron “luces” para ver la miseria más allá de sus fronteras, ni para denunciarla. Ilustrados, pero ciegos ante la humanidad sufriente. No así, Las Casas. Por eso, cuando Fernández Buey inicia sus obras sobre el choque cultural y las migraciones, sobre la barbarie de los nuestros en estos tiempos, vuelve sus ojos a Bartolomé de Las Casas y encuentra en él un fundamento para pensar la interculturalidad y la conciencia de una única e igual humanidad. También lo conecta con el nuevo indigenismo latinoamericano.

¿Qué destacarías de su aproximación a Simone Weil?

En una de las extensas entrevistas incluidas en el libro afirma, refiriéndose a Gramsci y a Weil, que “de todos los personajes del siglo XX que he leído con pasión, son los que más me han impresionado”. Ella era todo lo que él deseaba ser, salvo en una cuestión. Weil vinculaba el interés por la ciencia, el compromiso directo con los trabajadores explotados, la vocación filosófica, el librepensamiento radical, el hacer como la mejor forma de decir, el libertarismo y el internacionalismo. Fernández Buey le dio muchísima importancia a las reflexiones de Weil sobre la desgracia y la desdicha humana. Estas son fruto de su experiencia como obrera en una fábrica, decisión por la que tuvo que abandonar su trabajo como profesora de Filosofía. A través del contacto directo con los obreros dentro y fuera de la fábrica descubrió una condición más extrema que la de la explotación. Por eso, Fernández Buey utilizaba tanto el término “los de abajo”, inspirándose en ella. Simone Weil se convirtió siendo adulta a Cristo y tuvo una vida mística y revolucionaria a la vez. Nunca se bautizó. Fue una cristiana sin Iglesia. En ese proceso, no la imitó, pero tuvo interés por su vida mística, del mismo modo que Manuel Sacristán por la de Weil y la de Juan de la Cruz y Julio Anguita por la de Teresa de Ávila.

La diferencia  a la que aludes es entonces la vida mística de Weil. ¿Es eso?

Sí. Fernández Buey apreciaba esa mística por su conexión con su vida de revolucionaria, pero él no tuvo ninguna aproximación personal a la mística. Manuel Sacristán, por lo que explico en la Introducción y por la correspondencia con Josep María Castellet citada allí, sí estuvo más cercano a esa vida durante una etapa de su existencia. Llegó a escribir sobre Teología de la mística en Laye.

¿Y qué representó José María Valverde en su trayectoria?

En uno de los textos lo declara “compañero del alma”. Después de Sacristán, fue su mejor maestro. Con él hizo la tesis doctoral. Le descubrió dimensiones del pensamiento que no son marxistas, pero que son muy valiosas. En este sentido, creo que le ayudó a no encerrarse en un único ideario. Fernández Buey es considerado como un intelectual marxista y gramsciano. Ahora bien, en modo alguno es solo eso. La mayoría de sus libros no versan sobre el marxismo. Basta con leer su Poliética para constatar la variedad de autores que fueron decisivos para él. Bastantes no son marxistas. Llegó un momento en que Valverde se hizo comunista desde su cristianismo en tiempos en que quedaban pocas personas de esta “subespecie”, como decía Fernández Buey. Este hecho les vinculó todavía más de lo que estaban. Uno de los capítulos más interesantes del libro es un texto inédito en el que, dialogando con Valverde, aborda el tema de cómo hacerse prójimos con los lejanos, la parte de la humanidad sufriente que no habita en Occidente.

La mayoría de sus libros no versan sobre el marxismo, dices. Sin embargo, son muchos los que directa o indirectamente están escritos desde esa perspectiva. Desde el Lenin hasta Por una universidad democrática, pasando por Leyendo a Gamsci, Marx (sin ismos), Utopía e ilusiones naturales o Ni tribunos. ¿No lo ves así?

Él decía que era un “comunista libertario y ecologista”.  Es evidente que la obra de Marx y la de Gramsci constituyen el centro de la mayor parte de su pensamiento. Lo único que he querido destacar y darle relevancia es que él cultivó otro tipo de obras y autores que no son marxistas. En Utopías e ilusiones naturales, la mayor parte de los autores que analiza no tienen nada que ver con Marx. Lo mismo podemos decir de sus libros sobre Las Casas o Einstein, sus ensayos sobre Simone Weil, sus libros sobre la barbarie, gran parte de los autores analizados en Poliética, la Guía para la globalización alternativa, etc. Fernández Buey fue sustancialmente marxiano y gramsciano, pero no sólo eso. También bebió de otras fuentes.

Citas en tu introducción unas palabras de Juan Goytisolo: “una cosa es la actualidad efímera y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a perdurar”. ¿Las aplicas a la obra de Fernández Buey?

Sí. Por eso, es tan importante seguir editando sus escritos. Es un maestro esencial para el presente y el futuro. Es necesario que sean conocidos por los jóvenes.

En varios de los capítulos Fernández Buey habla de la ‘corriente laica del comunismo’. ¿Qué caracterizaría a esa corriente laica comunista?

Tiene que ver con su concepción de “izquierda no ideológica”; es decir, no determinada, ni encerrada en una cosmovisión del mundo que impida reconocer los propios límites y abrirse a diversas culturas distintas de la propia.

Él tiene una idea de la laicidad como diálogo entre diversas tradiciones emancipadoras. En la introducción presento la categoría de “laicismo hacia dentro” de cada visión del mundo, filosofía, ideología, cultura, moral y  religión. Es una forma de reconocer las carencias existentes dentro de ellas y buscar el diálogo con otras con el deseo de un aprendizaje mutuo para el quehacer común de la emancipación.

Otro capítulo del libro se titula “La influencia del pensamiento marxista en los militantes cristianos durante la dictadura franquista”. ¿Cuál fue la influencia del pensamiento cristiano emancipador en su concepción del marxismo?

Contribuyó a reforzar su idea de comunismo laico y su concepción del marxismo como praxeología racional alejada de ideologismos abstractos. También le influyó en su búsqueda de la esperanza, en una nueva atención a la utopía y en la incorporación de “las razones del corazón” a su “racionalismo bien temperado”. Valoraba mucho a los cristianos de base por su acercamiento directo a los más empobrecidos, sus prácticas internacionalistas y su presencia en el “ecologismos de los pobres”.

¿Y qué es eso de la praxeología racional?

En los debates y críticas que Fernández Buey y Sacristán desarrollaron con diversos marxismos, ellos siempre destacaron que concebían el pensamiento de Marx como una praxeología racional; es decir, como la búsqueda de dar el máximo de consistencia teórica (económica, política, científica, histórica) a la praxis comunista. Rechazaron los marxismos cosmovisionales, ontológicos, estructuralistas, cientificistas. Fernández Buey criticó con mucha fuerza a Althusser, a Gustavo Bueno, a Della Volpe, a Colletti; entre otros. Esa idea del marxismo como praxeología racional es una clave fundamental para entender que para ambos el ser comunista era lo esencial y el ser marxista algo secundario.

En el capítulo “Ciencia y religión”, Paco sostiene que conviene conservar el “saber sapiencial” de las religiones no solo por razones histórico-culturales, sino por una razón más decisiva y actual: “las ciencias, lo que llamamos ciencias humanas o ciencias sociales no han avanzado lo suficiente como para que se pueda afirmar sin duda que nuestro conocimiento es definitivamente mejor que el sapiencial para la vida práctica de los humanos.” ¿Qué caracteriza ese saber sapiencial? ¿Podría llegar un día en que el avance de las ciencias sociales o humanas lo hiciera anticuado y obsoleto?

Las ciencias son importantísimas y las sabidurías son imprescindibles para una vida con sentido profundo. Estas configuran visiones sobre la vida buena, la esperanza, la muerte, la armonía con la naturaleza, el cultivo de la interioridad humana, la dinámica de la historia y del cosmos. Las culturas ancestrales, las religiones, las filosofías no fragmentarias, las literaturas, las artes son las que conforman las sabidurías. Apreciaba mucho las sabidurías ecológicas. Ninguna ciencia podrá sustituir a las sabidurías, pero no son antagónicas. Recordemos el subtítulo de su obra Para la tercera cultura. Ensayos sobre ciencias y humanidades. Desde esta perspectiva, le interesaba el tema de las relaciones entre ciencia y religión. Defendía la enseñanza laica de las religiones en la escuela pública por razones culturales.

Transitando por el mismo sendero que Sacristán, Fernández Buey señala que el diálogo cristiano-marxista debía ser más un diálogo práctico que un diálogo teórico. ¿Por qué afirmaba esto?

Destacaba las insuficiencias de un diálogo entre intelectuales en torno a marxismos y cristianismos cosmovisionales o metafísicos. El diálogo práctico sobre el qué hacer y el aprendizaje mutuo de las respectivas culturas morales era su prioridad. Él también reclamaba espacios de diálogo teórico y este libro es buena prueba de ello.

En el capítulo de la entrevista con Jaume Botey, sorprende esta afirmación: “La primera cosa que quería decir es que a mí lo de considerarme marxista o no, siempre me ha parecido una cosa secundaria. Aunque pueda parecer otra cosa desde fuera, no es mi asunto”. ¿No fue su asunto cuando dedicó años, décadas de trabajo, estudio y difusión de la obra de Marx? ¿Qué estaba queriendo decir con ese comentario?

Mucho antes que él, dijo lo mismo Manuel Sacristán en los primeros años de la década de los sesenta. Javier Pradera lo recuerda en Integral Sacristán. Consideran que el comunismo es lo esencial y la obra de Marx es algo secundario. Piensan que tiene un valor especial por ser la contribución más profunda para pensar el comunismo. Ahora bien, el fin es la construcción de éste y el pensamiento de Marx es un medio, no el único. Consideraban que en el siglo XXI había que caminar críticamente con Marx, pero ir más allá de él. Por eso, también buscaron en otras corrientes emancipadoras no marxistas aportaciones para construir una sociedad alternativa a la capitalista.

Fernández Buey se opuso al marxismo como ortodoxia. Recordaba que la obra de Marx quedó inconclusa y este no la dejó como un sistema cerrado. Posteriormente, fueron otros los que crearon “el marxismo” como doctrina y desde la URSS se difundió como dogmática. La historia demuestra que lo que realmente han existido son “los marxismos”. Este contexto explica que escribiera Marx (sin ismos). Para él, lo verdaderamente importante no es ser más o menos fiel a una u otra lectura de Marx, sino la construcción de una sociedad comunista radicalmente diferente a la implantada en la URSS y en otros países. Esto explica su propuesta de formular un nuevo ideario comunista y aportarlo como uno de los elementos importantes para una izquierda alternativa que tiene diversos fundamentos culturales emancipadores; entre ellos, el tipo de cristianismo sobre el que reflexiona en este libro publicado por Trotta.

En otra entrevista, realizada por Miguel Jiménez, afirma que se podía “ser materialista en el plano de la ontología y al mismo tiempo idealista moral”. ¿Se puede ser, al mismo tiempo y sin contradicción, materialista (ónticamente hablando) e idealista (poliéticamente)?

Más allá de la literalidad de la frase, él daba mucha relevancia a tener ideales morales fuertes que no estuvieran desconectados de la realidad material en la que vivían “los de abajo”. Esos ideales y un conjunto de “utopías concretas”, por utilizar el lenguaje de Bloch, eran las brújulas que debían guiar a la izquierda alternativa. En varios capítulos de este libro reflexiona sobre esta temática. Más difícil es entender lo que afirma sobre “materialista en el plano de la ontología”. En modo alguno se situaba en la concepción de la ontología materialista propugnada por el filósofo marxista Gustavo Bueno. Me parece que el sentido de su afirmación es que la dimensión material de la vida humana y social es esencial para una comprehensión integral del ser y que ésta es compatible con ideales morales emancipadores.

Tal vez no en la propugnada por Gustavo Bueno pero sí en el materialismo inspirado por los clásicos de la tradición marxista (incluyendo a Brecht entre ellos, por ejemplo). ¿No te parece?

Totalmente de acuerdo. Ahora bien, no todas las concepciones de materialismo son idénticas en los marxismos. Es muy esclarecedor el texto de Sacristán, Materialismo. Se encuentra en el vol. 2 de Panfletos y materiales.

Incluyes en el libro una carta que te escribió el 20 de mayo de 1990. Te cito un pasaje: “si no se deshace uno de los viejos mitos con cuidado y profundo cariño, se corre el riesgo de que los nuevos mitos sean peores”. ¿A qué se estaba refiriendo? ¿Qué eran esos nuevos-viejos mitos?

Este párrafo se incluye en el contexto de los debates en el Congreso del PCI en el que la mayoría aprobó acabar con este partido y fundar el Partido Democrático de la Izquierda. El viejo mito era la construcción de una sociedad comunista y el nuevo la creencia en una democracia avanzada como solución a los problemas sociales. En definitiva, una vuelta a la socialdemocracia, aunque entonces no se formulara así. Él siempre considero que había que ser mucho más que socialdemócratas, que entre capitalismo y democracia había antagonismos muy fuertes y que el horizonte tenía que ser el de una sociedad y una civilización postcapitalista. Su comunismo ecologista estaba directamente relacionado con la necesidad de superar el capitalismo y eso explica su defensa intempestiva  de ese comunismopara indicar que la socialdemocracia o el capitalismo verde no son el camino para la transición ecosocial que necesitamos.

En otro pasaje de esta carta, todo ella de enorme interés, dice: “Hay una contradicción muy chirriante entre el reconocimiento del mal momento por el que pasa la cultura socialista -en un sentido amplio- y la pretensión de encontrar ahora la alternativa”. Creía en alternativas, prosigue, cuando existen “valores alternativos ampliamente sentido y movimientos reales inmersos en la lucha por la hegemonía”. ¿Cómo pensaba que debían realizarse?

Nunca fue un iluso en política. Sabía que las cosas estaban muy mal y no había que crear espejismos. La construcción de una izquierda alternativa requería algo algo más radical que la creación de una nueva formación política. Como decía Gramsci, después de una derrota hay que empezar por el principio. Por eso, para Fernández Buey lo fundamental era un trabajo prepolítico, una socialización en culturas morales fuertes, un estudio profundo sobre alternativas que fuera mucho más allá de elaboración de programas electorales, un enraizamiento en la realidad de los empobrecidos dentro y fuera de nuestras fronteras, dar prioridad a la hegemonía en la sociedad civil. En definitiva, darle cuerpo a la reforma moral e intelectual propugnada por Gramsci. Por su talante, rechazaba la fabricación de ilusiones sin consistencia. Quienes se las creyeran, no podrían soportar las derrotas constantes que hay que asumir cuando se desea construir otro modelo de sociedad. Por eso, consideraba esencial la búsqueda de las fuentes de la esperanza sin optimismo.

¿Quién ha diseñado la portada? ¿Quién hizo la fotografía? Se emociona uno al verla.

Ignacio Sierra, del equipo editorial de Trotta. La fotografía es magnífica y la hizo Elisa Nuria Cabot.

¿Quieres añadir algo más?

El Viejo Topo fue el hogar intelectual y político en el que Fernández Buey se encontró más a gusto. Agradezco vuestra colaboración para dar a conocer este libro. En la Introducción cito todos sus escritos sobre la izquierda roja, verde y violeta y la reformulación del ideario comunista. Propongo que sean publicados. ¡Creo que conoces a los editores de sus libros póstumos!. Ojalá que esta obra sea llevada a cabo.

Fuente: El Viejo Topo, marzo de 2021.

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