Por: Isaac Enríquez Pérez
Succionar y vaciar a la política como praxis transformadora de la realidad social es la evidencia más contundente del triunfo incuestionable del individualismo hedonista (https://bit.ly/2QIhEMG), pero ello no es un cuadro completo si no observamos el destierro de los debates éticos e ideológicos en el espacio público; así como la carencia de respuestas de cara a la crisis global del capitalismo y a las promesas incumplidas del liberalismo en tanto fundamento del proceso civilizatorio iniciado dos siglos atrás.
La crisis del capitalismo es económico/financiera al acentuarse –salvo la excepción de China y pese al incremento de las ganancias y de las reservas en dinero que no es re-invertido por parte de las grandes corporaciones– el estancamiento de la economía mundial y la sobre-saturación de los mercados internacionales; así como al afianzarse un patrón neo-extractivista, rentista, ambientalmente depredador y concentrador de la riqueza. Es también una crisis política al exacerbarse el colapso de legitimidad de los Estados y al agotarse la misma hegemonía legitimada y consentida del capitalismo. Es también una crisis societal al recrudecerse la desigualdad extrema global y las conflictividades que ello genera y que termina por poner en entredicho la estabilidad de las estructuras de poder, riqueza y dominación: a lo largo de la segunda década del siglo XXI, el 1 % de la población mundial controló más del 50% de la riqueza mundial, en tanto que el 80% de los pobres solo logró acaparar el 5% de lo producido y distribuido. Este dato, en sí mismo, evidencia las ausencias y la inoperación de los Estados de cara al afán de lucro y ganancia disfrazado, sin fundamento, de libertad individual y de mano invisible del mercado.
Con la pandemia del Covid-19 se aceleró esa crisis sistémica y ecosocietal que condensa el crónico estancamiento del capitalismo, las recurrentes crisis económico/financieras, la decadencia de la hegemonía norteamericana, el agotamiento de un patrón energético/tecnológico, y el mismo colapso civilizatorio (https://bit.ly/3l9rJfX). Y ante ello, la vida pública y el ejercicio de la praxis política fueron socavados y vaciados de sustancia en aras de resolver los múltiples problemas públicos. Monotematizada la pandemia al reducirla mediáticamente a un asunto meramente sanitario y coyuntural, se pierde de vista su sentido como hecho social total (https://bit.ly/3kAjxVA) y su carácter red de sistemas complejos (https://bit.ly/3j7iwmV). Ante ello, la praxis política se muestra postrada, inoperante e incapaz de brindar respuestas y de facilitar la comprensión cabal de cara a las múltiples problemáticas que se entrelazan con la crisis epidemiológica global.
La erosión del pensamiento utópico, entendido como capacidad para imaginar el futuro y edificar alternativas de sociedad (https://bit.ly/30kbnsV), así como el mismo abandono de la política en tanto escenario para la formación de cuadros y para la construcción de respuestas relativas a la génesis de los problemas públicos, explican el extravío ideológico de las élites. La caída del Muro de Berlín fue lapidaria al respecto al instaurar la resignación y el fin de la historia proclamado por Francis Fukuyama. 1989 significó no solo una reconfiguración geopolítica y geoeconómica, sino también la pérdida de referentes ideológicos y el arribo del capitalismo como fatalidad incuestionable, eterna e inmutable. De allí su distancia con el año de 1789 y con los valores que se condensaron en la llamada Revolución Francesa y en el proceso de occidentalización que ésta perfiló. El fundamentalismo de mercado ensayado en las siguientes décadas no hizo más que llevar a sus últimas consecuencias la postración y captura del Estado, su carácter inoperante y sus múltiples ausencias que conducen a una orfandad ciudadana.
El extravío ideológico que experimentan los tomadores de decisiones y quienes aspiran a un cargo público desde los sistemas de partidos, se explica por la despolitización y desciudadanización de las sociedades contemporáneas, así como por la adopción de un pragmatismo a ultranza que exacerba el individualismo hedonista, la lapidación de la palabra (https://bit.ly/3aDAs7x) y la consecuente entronización de la imagen y las emociones pulsivas en las redes sociodigitales.
Más que el apego a una ideología por parte de la clase política y de sus facciones, seguidores y votantes, lo que se despliega es el ascenso irrestricto del sectarismo pulsivo que perfila una aparente polarización de las sociedades a partir de la instigación del odio, la estigmatización, la denostación y el ninguneo “de el otro” que siente –más no piensa– diferente. Esa sociedad de los extremos (https://bit.ly/3oWfhlT) es una forma de inmovilizar al votante y de conducirlo por senderos propios de los dispositivos de control de la mente, la cuerpo y la conciencia. La polarización es falsa o aparente porque ninguna de las posturas encontradas plantea salir de los círculos viciosos del capitalismo genocida en las sociedades contemporáneas. El objetivo del enfrentamiento y de la “grieta” es la burda defensa de intereses creados y la alianza con poderes fácticos.
Ni demócratas y trumpistas republicanos, ni europeístas y nacionalistas, ni peronistas y antiperonistas, ni chavistas y antichavistas, ni morenistas y antilopezobradoristas, ni ninguna otra dicotomía se rige por un sistema ideológico cohesionado y dotado de fundamentos filosóficos y éticos sólidos. Más bien, instalados en ese pragmatismo ramplón y sin referentes, despliegan una narrativa dicotómica, del “ellos y nosotros”, de blanco y negro, apelando a los instintos y no a la razón del votante. El miedo y las posturas mesiánicas del “rescate” juegan un papel crucial en ello, relegando a los confines del olvido y la desmemoria toda posibilidad de comprender a cabalidad el origen de los flagelos sociales y de desprenderse de los parámetros del patrón de acumulación imperante, y que es una de las principales causas de el malestar en la política y con la política (https://bit.ly/2ZKkZgg).
Entonces, si el sectarismo priva por encima de la diversidad ideológica, el debate razonado y la propuesta meditada, el atrincheramiento en alguna postura se hace a partir del predominio de intereses creados regidos por la mezquindad –en el caso de las élites– y de la ausencia del pensamiento crítico entre un electorado desinformado y que reproduce esos esquemas de odio transmitidos desde la televisión y las redes sociodigitales. La política como un espectáculo y parodia (https://bit.ly/3fOUa2F), y como un ramplón mercadeo (https://bit.ly/33ZaKWR) que privilegia la difusión de ilusiones y estafas (https://bit.ly/3vx7tt3), hace el resto para sepultar los referentes ideológicos y éticos que le darían forma a la cultura ciudadana y al ejercicio pleno de derechos políticos.
Más aún, mientras persista esa sociedad de los extremos y la ausencia de mínimos consensos, el extravío ideológico de las élites políticas y empresariales aleja toda posibilidad de construcción de renovados pactos sociales orientados a trascender la crisis del capitalismo y sus distintas manifestaciones –incluso aquellas impuestas por el mismo consenso pandémico. Si las sociedades contemporáneas continúan estancadas en ello, entonces la era del desencanto y la desilusión persistirá por tiempo ilimitado a la par del recrudecimiento de los lacerantes sociales.
La lucha del poder por el poder se impone como criterio de actuación en el escenario público y las rivalidades no son ideológicas, sino regidas por intereses sectarios de grupos sin escrúpulos que no les importa el civismo ni la solución de los problemas que enfrenta cotidianamente el ciudadano de a pie. Importa gestionar esos problemas, construir clientelas controlables, y evitar que la inestabilidad ponga en predicamento el patrón de acumulación. Importan los arreglos con los poderes fácticos, pero no remontar el sentido de la exclusión del ciudadano respecto a las decisiones que impactan en la dinámica de las sociedades.
La construcción de ideas en o para el debate público es fundamental más allá de los cascarones vacíos y retóricos que representan nociones como democracia, progreso, libertad económica, entre otras. De ahí la relevancia de remontar la resignación y de reivindicar el pensamiento utópico para pensar en el futuro y en el retorno a la política como praxis para la construcción de consensos y no para estimular pulsivamente la polarización.