La crisis del capitalismo y el extravío ideológico en la praxis política

Por:  Isaac Enríquez Pérez

Succionar y vaciar a la política como praxis transformadora de la realidad social es la evidencia más contundente del triunfo incuestionable del individualismo hedonista (https://bit.ly/2QIhEMG), pero ello no es un cuadro completo si no observamos el destierro de los debates éticos e ideológicos en el espacio público; así como la carencia de respuestas de cara a la crisis global del capitalismo y a las promesas incumplidas del liberalismo en tanto fundamento del proceso civilizatorio iniciado dos siglos atrás.

 

La crisis del capitalismo es económico/financiera al acentuarse –salvo la excepción de China y pese al incremento de las ganancias y de las reservas en dinero que no es re-invertido por parte de las grandes corporaciones– el estancamiento de la economía mundial y la sobre-saturación de los mercados internacionales; así como al afianzarse un patrón neo-extractivista, rentista, ambientalmente depredador y concentrador de la riqueza. Es también una crisis política al exacerbarse el colapso de legitimidad de los Estados y al agotarse la misma hegemonía legitimada y consentida del capitalismo. Es también una crisis societal al recrudecerse la desigualdad extrema global y las conflictividades que ello genera y que termina por poner en entredicho la estabilidad de las estructuras de poder, riqueza y dominación: a lo largo de la segunda década del siglo XXI, el 1 % de la población mundial controló más del 50% de la riqueza mundial, en tanto que el 80% de los pobres solo logró acaparar el 5% de lo producido y distribuido. Este dato, en sí mismo, evidencia las ausencias y la inoperación de los Estados de cara al afán de lucro y ganancia disfrazado, sin fundamento, de libertad individual y de mano invisible del mercado.

 

Con la pandemia del Covid-19 se aceleró esa crisis sistémica y ecosocietal que condensa el crónico estancamiento del capitalismo, las recurrentes crisis económico/financieras, la decadencia de la hegemonía norteamericana, el agotamiento de un patrón energético/tecnológico, y el mismo colapso civilizatorio (https://bit.ly/3l9rJfX). Y ante ello, la vida pública y el ejercicio de la praxis política fueron socavados y vaciados de sustancia en aras de resolver los múltiples problemas públicos. Monotematizada la pandemia al reducirla mediáticamente a un asunto meramente sanitario y coyuntural, se pierde de vista su sentido como hecho social total (https://bit.ly/3kAjxVA) y su carácter red de sistemas complejos (https://bit.ly/3j7iwmV). Ante ello, la praxis política se muestra postrada, inoperante e incapaz de brindar respuestas y de facilitar la comprensión cabal de cara a las múltiples problemáticas que se entrelazan con la crisis epidemiológica global.

 

La erosión del pensamiento utópico, entendido como capacidad para imaginar el futuro y edificar alternativas de sociedad (https://bit.ly/30kbnsV), así como el mismo abandono de la política en tanto escenario para la formación de cuadros y para la construcción de respuestas relativas a la génesis de los problemas públicos, explican el extravío ideológico de las élites. La caída del Muro de Berlín fue lapidaria al respecto al instaurar la resignación y el fin de la historia proclamado por Francis Fukuyama. 1989 significó no solo una reconfiguración geopolítica y geoeconómica, sino también la pérdida de referentes ideológicos y el arribo del capitalismo como fatalidad incuestionable, eterna e inmutable. De allí su distancia con el año de 1789 y con los valores que se condensaron en la llamada Revolución Francesa y en el proceso de occidentalización que ésta perfiló. El fundamentalismo de mercado ensayado en las siguientes décadas no hizo más que llevar a sus últimas consecuencias la postración y captura del Estado, su carácter inoperante y sus múltiples ausencias que conducen a una orfandad ciudadana.

 

El extravío ideológico que experimentan los tomadores de decisiones y quienes aspiran a un cargo público desde los sistemas de partidos, se explica por la despolitización y desciudadanización de las sociedades contemporáneas, así como por la adopción de un pragmatismo a ultranza que exacerba el individualismo hedonista, la lapidación de la palabra (https://bit.ly/3aDAs7x) y la consecuente entronización de la imagen y las emociones pulsivas en las redes sociodigitales.

 

Más que el apego a una ideología por parte de la clase política y de sus facciones, seguidores y votantes, lo que se despliega es el ascenso irrestricto del sectarismo pulsivo que perfila una aparente polarización de las sociedades a partir de la instigación del odio, la estigmatización, la denostación y el ninguneo “de el otro” que siente –más no piensa– diferente. Esa sociedad de los extremos (https://bit.ly/3oWfhlT) es una forma de inmovilizar al votante y de conducirlo por senderos propios de los dispositivos de control de la mente, la cuerpo y la conciencia. La polarización es falsa o aparente porque ninguna de las posturas encontradas plantea salir de los círculos viciosos del capitalismo genocida en las sociedades contemporáneas. El objetivo del enfrentamiento y de la “grieta” es la burda defensa de intereses creados y la alianza con poderes fácticos.

 

Ni demócratas y trumpistas republicanos, ni europeístas y nacionalistas, ni peronistas y antiperonistas, ni chavistas y antichavistas, ni morenistas y antilopezobradoristas, ni ninguna otra dicotomía se rige por un sistema ideológico cohesionado y dotado de fundamentos filosóficos y éticos sólidos. Más bien, instalados en ese pragmatismo ramplón y sin referentes, despliegan una narrativa dicotómica, del “ellos y nosotros”, de blanco y negro, apelando a los instintos y no a la razón del votante. El miedo y las posturas mesiánicas del “rescate” juegan un papel crucial en ello, relegando a los confines del olvido y la desmemoria toda posibilidad de comprender a cabalidad el origen de los flagelos sociales y de desprenderse de los parámetros del patrón de acumulación imperante, y que es una de las principales causas de el malestar en la política y con la política (https://bit.ly/2ZKkZgg).

 

Entonces, si el sectarismo priva por encima de la diversidad ideológica, el debate razonado y la propuesta meditada, el atrincheramiento en alguna postura se hace a partir del predominio de intereses creados regidos por la mezquindad –en el caso de las élites– y de la ausencia del pensamiento crítico entre un electorado desinformado y que reproduce esos esquemas de odio transmitidos desde la televisión y las redes sociodigitales. La política como un espectáculo y parodia (https://bit.ly/3fOUa2F), y como un ramplón mercadeo (https://bit.ly/33ZaKWR) que privilegia la difusión de ilusiones y estafas (https://bit.ly/3vx7tt3), hace el resto para sepultar los referentes ideológicos y éticos que le darían forma a la cultura ciudadana y al ejercicio pleno de derechos políticos.

 

Más aún, mientras persista esa sociedad de los extremos y la ausencia de mínimos consensos, el extravío ideológico de las élites políticas y empresariales aleja toda posibilidad de construcción de renovados pactos sociales orientados a trascender la crisis del capitalismo y sus distintas manifestaciones –incluso aquellas impuestas por el mismo consenso pandémico. Si las sociedades contemporáneas continúan estancadas en ello, entonces la era del desencanto y la desilusión persistirá por tiempo ilimitado a la par del recrudecimiento de los lacerantes sociales.

 

La lucha del poder por el poder se impone como criterio de actuación en el escenario público y las rivalidades no son ideológicas, sino regidas por intereses sectarios de grupos sin escrúpulos que no les importa el civismo ni la solución de los problemas que enfrenta cotidianamente el ciudadano de a pie. Importa gestionar esos problemas, construir clientelas controlables, y evitar que la inestabilidad ponga en predicamento el patrón de acumulación. Importan los arreglos con los poderes fácticos, pero no remontar el sentido de la exclusión del ciudadano respecto a las decisiones que impactan en la dinámica de las sociedades.

 

La construcción de ideas en o para el debate público es fundamental más allá de los cascarones vacíos y retóricos que representan nociones como democracia, progreso, libertad económica, entre otras. De ahí la relevancia de remontar la resignación y de reivindicar el pensamiento utópico para pensar en el futuro y en el retorno a la política como praxis para la construcción de consensos y no para estimular pulsivamente la polarización.

 

Fuente de la información e imagen:    www.alainet.org
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La pandemia y las nuevas significaciones del miedo

La pandemia y las nuevas significaciones del miedo

 Isaac Enríquez Pérez

Con la pandemia del Covid-19 la vulnerabilidad humana fue amplificada, y ello se corresponde con la irradiación de una era de la incertidumbre perfilada desde lustros atrás. Manejada por las élites políticas y la industria mediática de la mentira como un discurso bélico, la crisis epidemiológica global es capitalizada por los poderes fácticos para afianzar la percepción de que el coronavirus SARS-CoV-2 es un “enemigo común” al que es urgente derrotar para retornar a una “normalidad” renovada.

La entronización del apocalipsis mediático (https://bit.ly/31emwwl) a través de la desinfodemia (https://bit.ly/3exTeN6) lleva aparejado pulsar los instintos más profundos del ser humano y sembrar en él la sensación del miedo. En este proceso subyace una construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu) que exacerba las emociones y las pulsiones básicas de las audiencias pasivas y acríticas; al tiempo que aprovecha el rumor y la mentira que deambulan irrestrictamente por las redes sociodigitales y conforman un discurso negacionista y conspiranóico (https://bit.ly/3evOvMQ), en lo que es un ejercicio en tiempo real de lapidación de la palabra y de tergiversación semántica. El miedo inducido aflora ante la posibilidad de contagio y muerte y, a su vez, se combina con la ignorancia tecnologizada y el pensamiento parroquial.

Por una parte, el miedo se erige en un dispositivo de control del cuerpo, la mente, la conciencia y la intimidad de los individuos y familias. El confinamiento global, la gran reclusión y la alteración radical de la cotidianidad solo fueron posibles instalando el discurso del miedo para aislar y atomizar a alrededor de 5 000 o 6 000 millones de habitantes; aprovechando y/o incentivando en este macroproceso inédito el individualismo hedonista, la despolitización de la sociedad y el social-conformismo. De tal modo que el distanciamiento físico devino en un distanciamiento social que fractura el sentido de comunidad y las formas tradicionales de socialización.

La ampliación de las posibilidades de morir ante el asalto de un agente patógeno microscópico asimilado como “enemigo común”, induce el retorno al Estado hobbesiano como entidad paternal protectora y defensora de los súbditos ante la posibilidad de zozobra, miedo y vulnerabilidad. El manejo estratégico y geopolítico de la posible vacuna, en cierto modo, se orienta en esa dirección. Particularmente, la humanidad aceptó con docilidad y acríticamente la construcción biopolítica del miedo, así como la entronización de la ideología del higienismo y las estrategias propias de lo que se perfila como un Estado sanitizante. La relación de esta nueva modalidad de Estado es estrecha con el colapso de la legitimidad de las instituciones estatales (https://bit.ly/3dOo9oJ) experimentada desde 1968.

El miedo marcha a la par de la dictadura de la mascarilla y de una especie de profilaxis del cuerpo de “el otro”, asumido también como “enemigo” por el recelo y desconfianza que despierta la posibilidad de contagio. De ahí que el miedo no solo sea una sensación pasajera, sino un dispositivo cotidiano que vertebra la experiencia y los estilos de vida en medio de la crisis pandémica.

La humanidad no solo es presa del miedo a un agente patógeno, sino que también se somete al fragor del miedo a lo desconocido y a lo incierto que se instaura con la pandemia. Desde la pérdida del empleo y el ingreso, hasta la vulnerabilidad que supone la posibilidad de contagio y muerte, colocan a la humanidad ante el abismo de lo desconocido y ello incentiva la intensificación de la angustia y la ansiedad. Si no se conoce el rumbo que tomarán las problemáticas y los acontecimientos, el ser humano carece de una mínima brújula que le oriente en el mar de la incertidumbre.

Sin el dato y su manipulación, la gestación y arraigo del miedo es imposible. El dato es fundamental para afianzar la sensación de vulnerabilidad ante el incremento de la contabilidad en tiempo real. No solo aumentan el número de contagiados y de muertes, sino también de desempleados, de nuevos pobres y de excluidos como resultado de las decisiones y medidas inducidas de confinamiento que colapsaron las cadenas globales de producción y suministro, así como la demanda de los consumidores. La paradoja en el manejo y difusión masiva del dato radica en que genera, a su vez, indiferencia de las audiencias pasivas, o algo que los especialistas denominan como entumecimiento psicológico (https://bbc.in/30o64rn). El dato y los modelos matemáticos anticipatorios de los contagios y muertes, ligados al miedo pandémico, son un dispositivo para incentivar la obscenidad y la curiosidad psicopatológica de las audiencias pasivas y obedientes.

El sociólogo contemporáneo Zygmunt Bauman teoriza en torno a la ubicuidad y omnipresencia de los miedos y los concibe como algo consustancial a la vida de los individuos y a la dinámica de las sociedades. Con la pandemia, el miedo ataca las entrañas de los ciudadanos y el imaginario social; al tiempo que potencia la incertidumbre y amplía los márgenes de vulnerabilidad y expone a los organismos humanos a una mayor morbilidad tras debilitar sus sistemas inmunitarios. Si se ataca el estado de ánimo de los individuos y familias a través del miedo, se magnifican las posibilidades de enfermar y desvanecer la resistencia respecto a los agentes patógenos microscópicos. Entonces, se gestan víctimas emocionales de la angustia, la ansiedad, la depresión, la impotencia y la tristeza. Activados estos trastornos y psicopatologías, el control personal sobre la vida se desvanece y aumentan las posibilidades de muerte entre los afectados. De ahí el carácter criminal y letal del miedo inducido a través de la construcción mediática del coronavirus.

El miedo, si bien puede ser una experiencia que ayuda al ser humano a erigir precauciones en su actuar y avatares, también puede ser un dispositivo letal, simbólico y –a la vez– orgánico que inmoviliza a los individuos y poblaciones. En medio de los discursos y estrategias de guerra, el miedo le da forma a los arsenales conformados para enfrentar desde los poderes fácticos toda posibilidad de conflictividad social.

A su vez, el recurso del miedo es utilizado por las élites plutocráticas globales para hacer de la pandemia un discurso inhibidor e inmovilizador de los individuos y colectividades. Es también parte de los discursos de poder de esas élites para encubrir, invisibilizar y silenciar los alcances y contradicciones del colapso civilizatorio (https://bit.ly/3oUtPCV) acelerado durante los últimos meses, y del cual son sus principales causantes y beneficiarios bajo la lógica de que el caos permite incrementar las ganancias.

El miedo, cuando es inducido desde las estructuras de poder y riqueza, impone obediencia y hasta sometimiento con el fin de instaurar el control sobre individuos y poblaciones enteras. El consenso pandémico amplió las posibilidades a través de la biopolítica, la bioseguridad, la biovigilancia y la geolocalización, en lo que se podrían concebir como nuevas formas de autoritarismo y totalitarismo disimulado con la coartada sanitaria y salvadora.

Para que las sociedades contemporáneas puedan liberarse del miedo pandémico necesitan reivindicar el pensamiento utópico y el sentido de esperanza. Necesitan comprender en su justa dimensión epidemiológica y orgánica al coronavirus SARS-CoV-2, de tal modo que se asume que, al contraerlo, el contagio no supone –en automático– la enfermedad terminal y la muerte. La letalidad de este patógeno es del 1%, y muchos organismos que lo contraigan experimentarán síntomas de una gripe común; en tanto que otros se expondrán a ciertos episodios de crisis en su salud. Ello no significa que el nuevo coronavirus no represente amenazas reales; las supone, pero también exige respuestas y estrategias consistentes que desde el sector público contribuyan a remontar la crisis sanitaria a través de la prevención y la detección temprana del Covid-19. Quienes sí ameritan mayores cuidados son aquellos organismos que enfrentan co-morbilidades (diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, obesidad, etc.), y es allí donde resulta preciso canalizar las mayores atenciones de los sistemas de salud. De ahí la importancia de instaurar una política de la precaución que se imponga al miedo, la incertidumbre y la desesperanza. Una precaución activa y crítica que permita reconstruir la esperanza y adoptar cuidados en la reorganización de las sociedades y de su cotidianeidad. En esa lógica, recuperar el sentido de comunidad es fundamental; y logrado ello, solo la autonomía de esas colectividades humanas –pequeñas o grandes– será crucial para atender sus problemáticas específicas agravadas con la pandemia.

La dotación de información y conocimientos fiables, oportunos y válidos es primordial de cara a una industria del pánico global. Sin esa información será imposible romper el círculo vicioso de la inmovilidad y del social-conformismo, pues en última instancia la pandemia es también una lucha estratégica por el control de las significaciones y la palabra; una lucha por subsumir la esperanza y maniatar el futuro de las sociedades contemporáneas. Ello es un rasgo más del colapso civilizatorio y solo la (re)construcción de la cultura ciudadana sustentada en el conocimiento razonado ayudará a trascender el lapidario consenso pandémico.

Isaac Enríquez Pérez. Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos (de próxima aparición).

Fuente de la Información: https://rebelion.org/la-pandemia-y-las-nuevas-significaciones-del-miedo/

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Cultura ciudadana desde la escuela: Una propuesta desde la práctica pedagógica

Alfonso Atencio Esquiaqui

El término cultura ciudadana no es novedoso en el país, tampoco su aplicación. Por ello, cuando hablamos de cultura nos referimos Conjunto de valores, creencias, ideologías, hábitos, costumbres y normas, que comparten los individuos en la organización y que surgen de la interrelación social, los cuales generan patrones de comportamiento colectivos que establece una identidad entre sus miembros y los identifica de otra. Es el conjunto de manifestaciones y tradiciones que ha tenido el ser humano a través de todo su tiempo y su escala de valoración hasta nuestros días.
Por ello, valorar la conducta del ser humano expresadas en sus normas de comportamiento en sociedad es lo que precisa el grado de compromiso en ella.

La ciudadanía se refiere a las prácticas sociales y culturales que dan sentido de pertenencia. Y lo que da sentido de pertenencia es la posibilidad de tener derechos propios y derechos colectivos. Pero corresponde decir que la ciudadanía en su concepción plena ampara derechos, pero presupone también obligación y responsabilidades.
En consecuencia, cultura ciudadana Cultura ciudadana es el conjunto de costumbres, acciones y reglas mínimas compartidas que generan sentido de partencia, facilitan la convivencia urbana y conducen al respeto del patrimonio común y al reconocimiento de los derechos y deberes ciudadanos. Su propósito es desencadenar y coordinar acciones públicas y privadas que inciden directamente sobre la manera como los ciudadanos perciben, reconocen y usan los entornos sociales y urbanos y cómo se relacionan entre ellos en cada entorno. Pertenecer a una ciudad es reconocer contextos y en cada contexto respetar las reglas correspondientes. Apropiarse de la ciudad es aprender a usarla valorando y respetando su ordenamiento y su carácter de patrimonio común.

Un elemento importante es tener en cuenta la noción de territorio y todos los procesos que se dan y son inherentes a él. En efecto, para su estudio, hemos coincidido con la Tesis Doctoral denominada: Trabajo social comunitario: Perspectivas teóricas, metodológicas, éticas y políticas, cuya autora Duarte, C. (2015, p.163) plante que “el territorio permite comprender las relaciones sociales en un determinado espacio, en el que se encuentran contenidas prácticas sociales y sentidos simbólicos”; se hace necesario que los estudiantes desarrollen desempeños académicos, donde deban adentrarse al territorio conocido por ellos como ciudad. Y es en ella, donde desarrollarán el sentido de pertenencia por los aspectos de índole simbólica que encontramos en ese espacio geográfico-cultural.

De otro lado, se hace necesario, para la construcción de Cultura Ciudadana, tener en cuenta la tesis de la pedagogía urbana desarrollada por Burbano, M. (2014), la cual sintetiza de la siguiente manera:
Desde la perspectiva de la pedagogía urbana, los interrogantes que han orientado la exploración del espacio público son: ¿cuál es el papel que juega el espacio público en la formación del ciudadano? (…) ¿Qué papel ha jugado el espacio público en el sostenimiento de las prácticas sociales que han caracterizado la vida en público a lo largo de la historia? ¿Qué prácticas sociales han estado asociadas al espacio público de la ciudad? ¿Qué transmiten las obras de arte a los ciudadanos en el espacio público? (p. 193)

El antecedente inmediato en la construcción de cultura ciudadana en Barranquilla, fue la elaboración, en 2012, del “Manual de Convivencia del Distrito de Barranquilla”. Este manual contempla las más importantes normas de comportamiento y cultura ciudadana. Particularmente, en el Libro Primero, título III: Cultura Ciudadana para la Convivencia”; y el libro segundo, Comportamientos orientados a la Cultura Ciudadana para la Convivencia”. El Manual de Convivencia (p.28) caracteriza la cultura ciudadana como “la construcción colectiva en la que ciudadanos y las ciudadanas, conjuntamente con las autoridades, comparten valores, actitudes, comportamientos y reglas mínimas para un mejor vivir en comunidad”. Este referente fue importante, dado que ciudadanos y autoridades podían aunar los esfuerzos necesarios para compartir normas y valores para generar un control social, cambio cultural en el ciudadano para desarrollar los programas de integración tendientes a proteger el patrimonio colectivo, y generar en sí, cultura ciudadana.

A pesar de estos esfuerzos que viene realizando el Distrito de Barranquilla, hoy seguimos observando a un individuo (un citadino) totalmente opuesto al ideal de ser de tener y practicar cultura ciudadana. La ciudad pasa diariamente por las mezquindades más bajas del ser humano, aunque no sean todos.

Lo que observamos, en ciernes, es un conjunto de citadinos que viven en la ciudad, utilizan sus calles, servicios públicos, sus casas, pero no se interesan por ella, no respetan el deber, cuidado y obligaciones para con la ciudad misma. Podemos concluir que, en nuestra ciudad aún no hemos construido, de manera suficiente, ciudadanos que sientan amor por la ciudad en que vive, la cuiden y respeten su entorno.
Se proyecta la ciudad a futuro, pruebe de ello son las grandes obras de infraestructura, tales como los estadios construidos para los Juegos Centroamericanos y del Caribe, la Terminal de Transportes, Plaza de la concordia,; redesarrollo del Paseo de Bolívar; pasando por las obras actuales como Transmetro, construcción de hospitales y Megacolegios y embellecimiento de los parques, Malecón del Río, escenarios para eventos culturales nacionales e internacionales, canalización de arroyos, entre otras obras de infraestructura. Consideramos que la escuela debe ser el centro piloto del desarrollo motor de toda iniciativa. Las administraciones no han dado crédito a que es la escuela la que puede generar un proyecto a largo plazo para la consecución de un ciudadano, de una cultura ciudadana que vele por los inmuebles, por las obras de desarrollo futuristas que se ejecuten en la ciudad.

Entonces, ¿cómo y por qué no articular un Proyecto de construcción de cultura ciudadana que integre los mismos propósitos, y parta desde la escuela misma? Para ello nos formulamos las siguientes problemáticas: ¿Qué Institución queremos? ¿Cómo articular el sistema educativo nacional, regional y local en la escuela? ¿Qué saberes y haceres son los pertinentes para los educandos? ¿Qué contenidos escolares privilegiar? ¿Cómo integrar los campos de conocimientos? ¿Cómo considerar el espacio y el tiempo escolar para bien de los educandos? ¿Cuáles teorías y paradigmas pedagógicos asimilar? ¿Qué teorías curriculares utilizar? ¿Cómo estimular el interés y el conocimiento emancipatorio? Estas y otras preguntas son las que orientan la reconstrucción y rediseño curricular.
Se tienen calles, alcantarillados, traza urbana, pero no existe ciudadanía, no tenemos ciudadanos. Ciudadanos en el sentido de sujetos conscientes de sus derechos y deberes para con la ciudad. Las ciudades no pueden hacerse sin ciudadanos, sin ciudadanía, sin proyectos de cultura ciudadana.

Aquí debe entrar a jugar un papel preponderante la pedagogía y, desde luego, la escuela. Su finalidad, que es la enseñabilidad, es contribuir a la formación de sujetos sociales autónomos y críticos de la realidad social.
Igualmente, es importante la inserción dentro del Currículo (en rediseño permanente), de un Plan de Estudios transversal e interciencial (o interdisciplinario) e intercultural para formar en cultura ciudadana.
Finalmente, es importante mirar con óptica diferente a este ciudadano que concibe a la ciudad como un enfoque de participación, de ciudadanía, donde se considera como ciudadano a los adultos, ancianos, niños y jóvenes que vivan la ciudad, comprendan sus derechos y deberes en ella, eliminando la versión del ciudadano que solo vota y elige a sus representantes, del ciudadano que solo va y viene de su trabajo o centro de estudio.

¿Cuál es el ciudadano que nos proponemos formar desde la escuela, para el presente y futuro de nuestra ciudad? Un ciudadano que quiera a su ciudad; que aprenda a cuidar su entorno barrio y ciudad, lo que es de él, de nosotros, de todos; que tenga sentido de pertenencia por ella. Un ciudadano que muestre sensibilidad social como gobernante y priorice las necesidades más sentidas de sus gobernados. Con cultura vial, de pago, que cuide la estética de su ciudad, de su patrimonio, de su amoblamiento urbano.

Fuente: https://diariolalibertad.com/sitio/2019/09/25/cultura-ciudadana-desde-la-escuela-una-propuesta-desde-la-practica-pedagogica/

Imagen tomada de http://www.80grados.net/wp-content/uploads/2016/06/escuela-ciudad.jpg

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¡Gracias, Antanas!

Por: Julián de Zubiría

El pedagogo Julián De Zubiría rinde homenaje a Antanas por haber impulsado un cambio cultural al articular pedagogía, moral y política. Asegura que el país estará pendiente de la decisión del Consejo de Estado sobre su curul, pero muy especialmente, de seguir recibiendo las enseñanzas del profesor Mockus.

Antanas Mockus ha sido el padre de la cultura ciudadana y el gestor de un cambio cultural en el país. Puso a soñar a toda una Nación en que era posible articular la pedagogía, la moral y la política. También ha sido defensor incansable del principio sagrado de la vida y de la necesidad de fortalecer la regulación social.

Como pedagogo, hizo parte del Grupo Federicci, el cual dio una dura batalla contra la tecnología educativa que el Ministerio de Educación Nacional (MEN) quería imponer en los años ochenta. Al ganarla, se convirtió en un referente obligado del naciente Movimiento Pedagógico Nacional.

Como filósofo y matemático, se convirtió en rector de la Universidad Nacional, entidad en la cual intentó llevar a cabo una profunda reforma financiera y pedagógica. A nivel financiero, elevó considerablemente el pago de los estratos más altos de la población que se vinculaban a la universidad.

A nivel académico, buscó disminuir el enciclopedismo, aumentar la flexibilidad y la contextualización en la universidad, para ponerla al frente de las nuevas tendencias pedagógicas; hizo todo lo posible para que los estudiantes dominaran las gramáticas básicas de la academia y para que la actividad recayera en mayor medida en su trabajo autónomo. Aun así, la reforma quedó a mitad de camino y en este terreno todavía estamos pendientes de culminar su tarea; en especial, hay que reconocer que las universidades siguen en deuda con la sociedad en la formación de mejores ciudadanos.

Para los años noventa ya era muy reconocido en el medio intelectual y quiso aprovechar su liderazgo académico para lanzarse a la política, con el fin de enseñar a los colombianos a convivir pacíficamente y a respetar la vida y las leyes. El cambio cultural que ha promovido a lo largo de su vida sigue siendo muy incipiente en el país. Por ello, no hay duda: su tarea política todavía está inconclusa.

El Consejo de Estado acaba de anular su curul en el Senado. Lo paradójico es que, previamente, otra sala del mismo Consejo, y con exactamente la misma información, lo había ratificado en el cargo. No me corresponde a mí analizar el proceso jurídico en el que está inmerso, sino destacar su invaluable papel como formador de mejores ciudadanos. En consecuencia, a ello dedicaré estas notas.

La tesis central de Antanas es que en Colombia existe un divorcio entre ley, la moral y la cultura, y que, debido a ello, hay aprobación cultural y/o moral de acciones ilegales y hay reprobación moral o cultural de algunas de las obligaciones legales de los ciudadanos.

El divorcio entre los tres sistemas de regulación se expresa en acciones ilegales pero avaladas y aprobadas moral y culturalmente (por ejemplo, la evasión de impuestos), y hay acciones ilegales, reconocidas como moralmente inaceptables, pero culturalmente aceptadas (como, por ejemplo, el paramilitarismo y el narcotráfico). Colombia ha sido un buen ejemplo de ambas prácticas.

En el país ha sido ampliamente aceptada y justificada la evasión de impuestos, bajo la idea de que no tiene sentido pagar tributos, ya que éstos, según la subcultura dominante, “serán robados” y terminarán en manos de “políticos corruptos”.

Colombia también es muy buen ejemplo de la tolerancia con la ilegalidad, si se tiene en cuenta, por ejemplo, que cerca del 41% de la población llegó a considerar como un “mal menor” el paramilitarismo, pese a las masacres, las desapariciones, el uso criminal de la motosierra y la expropiación de cerca de 9 millones de hectáreas. Tierras que fueron despojadas a pequeños campesinos, en lo que se podría llamar una reforma agraria, pero hecha al revés y que tristemente nos ha convertido en uno de los tres países del mundo con mayor concentración de la tierra en pocas manos.

Como puede verse, nuestra cultura ha estado profunda y estructuralmente marcada por la convivencia con el narcotráfico, la ilegalidad y el conflicto armado. Ante los ojos de todos, y muy especialmente del Estado, las mafias de narcotraficantes se apropiaron de tierras, empresas, clubes deportivos, miembros de la justicia e incluso, de algunos sectores de los partidos políticos, a quienes llegaron con enorme frecuencia a financiar sus campañas.

La sociedad y sectores del Estado, convivieron por décadas en contubernio con el narcotráfico. Es así como el propio Estado creó la Cuenta Especial de Cambios para beneficiarse de los recursos provenientes de las transacciones de dólares y pesos en el Banco de la República. La población fue mucho más brillante cuando la denominó la “Ventanilla siniestra”; es decir, una cuenta inventada por el propio Estado para beneficiarse del lavado de dinero de las mafias.

Muy sabiamente, Antanas concluyó que se había generalizado una “cultura del atajo” o del éxito fácil, profundamente admirada y valorada por los ciudadanos.

La pregunta, en este contexto, es cómo reestablecer la unión entre la ley, la moral y la cultura. ¿Cómo superar las actitudes condescendientes de la población ante la ilegalidad? ¿Cómo disminuir la convivencia consentida con el paramilitarismo y el narcotráfico? Estas fueron las preguntas que tuvieron que ser abordadas por Antanas cuando llegó en dos ocasiones a la alcaldía de Bogotá.

La reflexión de Mockus lo condujo a buscar mayor respeto por la ley y a fortalecer los sistemas de regulación social. La armonización que buscó Mockus implicaba, necesariamente, generalizar el rechazo moral y cultural a las acciones ilegales, a los sobornos, al contrabando, a las pirámides económicas y la evasión, entre otros.

Cultura Ciudadana fue un conjunto de programas y proyectos que expresaron la prioridad del gobierno en Bogotá de mejorar la convivencia ciudadana por la vía de un cambio comportamental consciente. Se trató de proteger la vida en todos los contextos; de allí el uso del cinturón de seguridad en el carro, de las cebras y puentes peatonales o el conjunto de medidas para disminuir el uso de armas o la prohibición de la pólvora en manos inexpertas.

Estas medidas siempre estaban acompañadas de mecanismos de control de social y de actos simbólicos. La macro idea que subyace a estos programas es que “la vida es sagrada” y que, por ello, hay que hacer todos los esfuerzos posibles desde el Estado por defenderla. Este principio, fue acompañado por otro derivado: “los recursos públicos son sagrados”. En consecuencia, también hay que hacer todo lo posible por cuidarlos.

Sin duda, hay impactos muy importantes de las medidas adoptadas por Mockus en las dos alcaldías, lo que permitió, desde la primera, reducir significativamente las tasas de homicidios de 72 (1994) a 51 por 100.000 habitantes (1997), y de 25 a 20 por 100.000 la tasa de muertes violentas en accidentes de tránsito.

La exitosa experiencia de Bogotá quiso llevarse al país en lo que se conoce como el movimiento de la “Ola verde”. Miles de jóvenes y artistas se volcaron a las calles y a las urnas en defensa de una nueva manera de hacer política: más transparente, más participativa y más ciudadana. En 2010, estuvieron relativamente cerca de llegar al poder. Sin embargo, el “país político”, como lo llamaba Jorge Eliécer Gaitán, no lo permitió.

Con la asesoría de J. J. Rendón, personaje especializado en propaganda negra y en difundir falsos rumores en campañas electorales, el uribismo se burló de Mockus al denominarlo “profesor”, en un país en el que los docentes están profundamente estigmatizados y desprestigiados, precisamente por la clase política; y se volvió a burlar al preguntarle si era o no creyente.

Como buen filósofo, tuvo que reflexionar su respuesta. El “país político” se unió en su contra y lo venció. Una vez más, la clase política volvió a manipular a una población que lee muy poco, que entiende todavía menos y que es muy temerosa. En eso momento, el “país político” asustó al “país nacional” con la idea de que podía llegar a la presidencia un profesor ateo y quien, para completar, era un “caballo discapacitado”, como lo llamó el propio Álvaro Uribe, cuando se hicieron públicos los primeros síntomas del Parkinson que comenzaba a padecer. Por “enésima vez” la clase política, altamente ligada a la corrupción y la ilegalidad, logró retener el poder.

En un país en el que el largo conflicto armado destruyó la confianza que tenemos hacia los otros, nos sigue haciendo falta Antanas Mockus para seguir impulsando las competencias ciudadanas en la población.En un país en el que un sector muy influyente de la clase política se especializó en debilitar las instituciones, incendiar de odio, promover la ira y la sed de venganza, sigue haciendo mucha falta un político que enfatice la educación y el cambio cultural, como lo ha hecho Antanas a lo largo de la historia.

La Nación necesita que pasemos la página de la violencia para poder enfrentar los grandes problemas que tenemos como sociedad. Somos uno de los países más inequitativos del mundo.

Somos un país enfermo de intolerancia y sed de venganza. Para enfrentar estos retos se requiere de políticos que contribuyan a la convivencia pacífica, que respeten y valoren la pluralidad y las diferencias. Hasta este momento, Antanas Mockus es, como político, de lejos, el que mejor lo ha hecho. Precisamente por eso no es casual que los abogados que demandaron su elección provengan de un partido cuya totalidad de representantes en el Congreso fueran destituidos por nexos comprobados con el paramilitarismo: Convergencia Ciudadana. Ahora quieren ganar en los estrados los votos que no obtuvieron en las urnas.

No estoy seguro si se ratificará la primera o la segunda decisión del Consejo de Estado. En cualquier caso, tengo muy claro que la Nación está en inmensa deuda con Antanas. De él aprendimos que la vida es sagrada, que los cambios culturales son los más profundos, que la pedagogía y los actos simbólicos son las armas más importantes para cambiar las sociedades, y que la ética debe estar presente en todo proyecto político.

Por todo ello y por mucho más, quiero expresarle al profesor Mockus las gracias infinitas por el aporte que ha hecho al cambio cultural en Colombia y espero que podamos seguir aprendiendo de sus enseñanzas. Como docente y como ciudadano, tengo que reconocer que muchas veces Antanas me ha inspirado y espero que lo siga haciendo; y que también lo haga con miles y miles de docentes, de artistas e intelectuales y con millones de ciudadanos que conforman las próximas generaciones de colombianos.

Imagen tomada de: https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcTov6O3AcKLGi1IVT5CdTL08GjePQQWHBXDEanzUIktrD5jjrfaMA

Fuente: https://www.semana.com/educacion/articulo/julian-de-zubiria-le-rinde-un-homenaje-a-antanas-mockus/609538

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Colombia: Semilleros para fomentar valores en las Instituciones Educativas

Colombia/24 de Febrero de 2018/El Tiempo

65 semilleros de cultura ciudadana iniciaron actividades en 55 Instituciones Educativas de Cali.

En una apuesta por rescatar la identidad cívica del municipio, la Alcaldía de la ciudad, a través de la secretaría de Paz y Cultura Ciudadana, sigue adelantando estrategias encaminadas a fomentar la confianza entre sus ciudadanos y la participación efectiva de las comunidades en el desarrollo social de la ciudad.

A través de la subsecretaría de Prevención y Cultura Ciudadana, se ha puesto en marcha la estrategia de semilleros de cultura ciudadana, espacios para promover relaciones interpersonales de calidad, fundamentadas en el respeto y el reconocimiento de la diversidad como elemento característico de Cali.

El objetivo es implementar un proceso formativo con estudiantes de quinto a noveno grado, que impulse el intercambio de experiencias de cultura ciudadana, donde la interacción de la ciudadanía se traduzca en acciones e iniciativas colectivas destinadas a intervenir en problemáticas propias del territorio; prevenir violencias, motivar el respeto por las normas, procurar el uso correcto del espacio público y el cuidado del medio ambiente, inculcar la resolución pacífica de conflictos, son algunos de los ejes temáticos que sustentan este ejercicio de construcción de paz en la capital del Valle.

«Sembrar cultura ciudadana a través de los semilleros es pensar cómo a mediano y largo plazo podemos hacer contracultura por medio del diálogo de saberes con nuestros niños, niñas y jóvenes, brindando elementos que alimenten su proyecto de vida, su consciencia temprana como ciudadanos y la importancia de la autonomía para definir una identidad de lo que quieren ser y quieren darle a su ciudad cuando sean adultos”, expresó Carolina Campo Ángel, subsecretaria de Prevención y Cultura Ciudadana de Santiago de Cali.

En el año 2017 la estrategia llegó a 19 Instituciones Educativas que facilitaron la conformación de 15 semilleros en diez comunas y cuatro corregimientos, vinculando a un total de 400 estudiantes que voluntariamente se integraron a las actividades orientadas desde el arte, la cultura y la lúdica, para el desarrollo de habilidades socioemocionales, construcción de ciudadanía activa y diseño de proyecto de vida, haciendo énfasis en la importancia del trabajo en equipo, el poder de las acciones colectivas, la coexistencia, la promoción de espacios de diálogo, y la sensibilización acerca de problemáticas como matoneo, el acoso escolar y los malos tratos el aula de clase.

“Ha sido una excelente iniciativa para reforzar los procesos educativos de nuestros estudiantes, ya que por ser un espacio extracurricular, pueden sacar a flote toda su creatividad y asimismo, empoderarse y formarse como líderes de cultura ciudadana, siendo ejemplo no solo para la comunidad educativa sino también para sus barrios y territorios”, indicó Alberto Valencia, coordinador de la jornada de la tarde del colegio Pedro Antonio Molina.

Para el 2018, el trabajo de los semilleros de cultura ciudadana se verá multiplicado gracias a la implementación del programa “Mi comunidad es escuela”; proyecto de la Alcaldía que integra los esfuerzos de la Secretaría de Deporte y Recreación, las Secretarías de Cultura y la Educación y la Secretaría de Paz y Cultura Ciudadana; con el objetivo de fortalecer la calidad y pertinencia de los procesos educativos de las instituciones educativas oficiales rurales y urbanas de Santiago de Cali.

La meta es llegar a 1125 estudiantes a través de 65 semilleros de cultura ciudadana en 55 Instituciones Educativas, integrando a las acciones deportivas, culturales y pedagógicas, la movilización de imaginarios, actitudes y prácticas individuales que fortalezcan la cultura ciudadana, la convivencia y la construcción de paz a partir de las experiencias que dejan los aprendizajes de la vida cotidiana en la casa, el barrio y el aula de clase.

Se espera igualmente que la acción de los semilleros pueda trabajar de manera conjunta con las mesas de cultura ciudadana y los grupos de culturas urbanas de la ciudad, que también son acompañados por la Alcaldía a través de la Secretaría de Paz y Cultura Ciudadana, de tal modo que se pueda promover la unión de comunidad, escuela y administración municipal para el progreso de Cali.

Fuente: http://www.eltiempo.com/colombia/cali/semilleros-para-fomentar-valores-en-las-instituciones-educativas-182096

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