Redacción: BBC Mundo
Consiguieron escapar de Corea del Norte, pero cayeron en las manos de una red de explotación sexual que las mantuvo cautivas durante años.
La ciudad china de Yanji se encuentra cerca de la frontera con Corea del Norte. Allí, en el tercer piso de un edificio residencial, dos mujeres jóvenes arrojan por la ventana sus sábanas rotas y atadas entre sí.
Cuando las vuelven a subir, ya están amarradas a una cuerda de verdad.
Las dos empiezan a descender. «Rápido, no tenemos mucho tiempo», les mete prisa su rescatador.
Una vez a salvo en el suelo, se dan la vuelta y corren hacia una furgoneta.
Pero todavía no están fuera de peligro.
Mira y Jiyun son desertoras del régimen norcoreano y, con algunos años de diferencia, ambas fueron engañadas por traficantes de personas.
Una vez en China, la misma gente que las ayudó a escapar de su país las entregó a un servicio de sexcams o de sexo a través de internet.
Mira, durante los últimos cinco años, y Jiyun, durante los últimos ocho, estuvieron encerradas en un departamento en el que eran obligadas a trabajar como «chicas de sexcam», teniendo que realizar con frecuencia actos pornográficos frente a una cámara web.
Salir de Corea del Norte sin el permiso del régimen es ilegal, pero aun así, muchos arriesgan sus vidas por escapar.
En Corea del Sur, existe un refugio para ellos pero el tramo de tierra que separa estos dos países se encuentra muy militarizado y lleno de minas antipersonas, así que es casi imposible huir hasta allí de modo directo.
Así que muchos desertores han tenido que ir al norte y cruzar hacia China.
Pero China los considera «inmigrantes ilegales», así que sus autoridades los devuelven a Corea del Norte si los encuentran. Si esto sucede, al regresar a territorio norcoreano son objeto de torturas y prisión por su «traición a la patria».
Menos desertores
Muchos detractores huyeron a mitad de los 90, cuando una gran hambruna conocida como la «Ardua Marcha» causó la muerte de al menos un millón de personas.
Pero desde la llegada al poder de Kim Jong-un, en 2011, el total de personas que abandonan el país ha caído en más de la mitad. Este declive ha sido atribuido a un mayor control en la frontera y a un aumento de las tarifas de los traficantes de personas.
Mira huyó de su país con solo 22 años.
Nacida cerca del final del periodo de hambruna, creció como parte de una nueva generación de norcoreanos. Gracias a una pujante red de mercados clandestinos, llamada localmente «Jangmadang», tenían acceso a reproductores DVD, cosméticos, falsificaciones de ropa de marca, así como memorias USB llenas de películas extranjeras ilegales.
Este flujo de materiales venidos de fuera hacía que algunos quisieran desertar. Los filmes traídos de contrabando desde China dejaban echar un vistazo al mundo exterior y motivaban a abandonar Corea del Norte.
Mira fue una de las influenciadas.
«Me encantaban las películas chinas y pensaba que todos los hombres chinos eran así. Quería casarme con un chino y durante muchos años investigué cómo irme de Corea del Norte».
Su padre, antiguo soldado y miembro del partido, era muy estricto y sometía a la familia a un horario apretado. En ocasiones, hasta le pegaba.
Mira quería formarse para ser médico, pero su padre se lo impidió. Se fue frustrando cada vez más y soñaba con una vida nueva en China.
«Mi padre era miembro del partido y era asfixiante. No me dejaba ver películas extranjeras, tenía que levantarme e irme a la cama a una hora exacta. No tenía mi propia vida».
Durante años, Mira intentó encontrar un traficante que la ayudara a cruzar el río Tumen, que separa a Corea del Norte de China y Rusia, y escapar a través de esa frontera altamente controlada. Pero los lazos cercanos de su familia con el gobierno hacía que a muchos traficantes les preocupara que ella fuera a denunciarlos.
Al final, tras cuatro años intentándolo, encontró a alguien dispuesto a ayudarla.
Como muchos desertores, Mira no tenía suficiente dinero para pagarle a su traficante directamente.
Así que, a cambio, accedió a ser «vendida» para saldar su deuda con trabajo. Pensó que la enviarían a un restaurante.
Pero la engañaron. La red de tráfico de personas a la que había recurrido reclutaba mujeres norcoreanas para hacerlas trabajar en la industria del sexo.
Tras cruzar el río Tumen hacia China, Mira fue llevada directamente a la ciudad de Yanji, donde fue entregada a un hombre coreano-chino a quien ella conocería solo como «el director».
Yanji se ubica en el corazón de la región Yambián y alberga a una gran población de etnia coreana. Se ha convertido en un concurrido centro de comercio con Corea del Norte, pero también en la una de las principales ciudades chinas en las que los desertores norcoreanos se esconden.
La mayoría de desertores son mujeres. Al carecer de estatus legal en China, son particularmente vulnerables a la explotación. Algunas son vendidas como novias, a menudo, en áreas rurales. Otras son obligadas a prostituirse o, como Mira, a participar en la industria del sexo por internet.
«Era tan humillante»
Cuando Mira llegó al departamento, el director le reveló finalmente a cuál iba a ser su nuevo trabajo.
La emparejó con una «mentora» con quien compartiría la habitación. Mira debía observar, aprender y practicar.
«No podía creerlo. Como mujer, era tan humillante quitarte la ropa así frente a la gente. Cuando me puse a llorar, me preguntaron si lo hacía porque extrañaba mi casa».
La página web de sexo y la mayoría de sus usuarios eran surcoreanos. Pagaban por minuto, así que se animaba a las mujeres a que mantuvieran la atención de los hombres la mayor cantidad de tiempo posible.
Cada vez que Mira titubeaba o se mostraba temerosa, el director la amenazaba con regresarla a Corea del Norte.
«Todos los miembros de mi familia trabajan en el gobierno y si vuelvo, estaría llevando vergüenza a mi apellido. Preferiría desvanecerme como el humo y morir».
En el departamento, llegó a haber nueve mujeres al mismo tiempo. Cuando la primera compañera de habitación de Mira escapó junto a otra joven, Mira fue puesta con otro grupo de chicas. Así fue como conoció a Jiyun.
Jiyun tenía solo 16 años cuando se escapó de su país en 2010.
Sus padres se habían divorciado cuando ella tenía dos años y su familia cayó en la pobreza. Dejó de ir a la escuela a los 11 años para poder trabajar y finalmente decidió ir a China un año para llevar dinero a casa.
Pero, como Mira, también acabó engañada por su traficante, que no le dijo que trabajaría frente a una cámara.
«No podía volver con las manos vacías»
Cuando Jiyun llegó a Yanji, el director intentó enviarla de vuelta a Corea del Norte. Dijo que ella era «demasiado oscura y fea».
Pese a la situación, Jiyun no quería regresar.
«Es un tipo de trabajo que desprecio al máximo, pero había arriesgado mi vida para venir a China así que no podía volver con las manos vacías».
«Mi sueño era alimentar a mis abuelos con algo de arroz antes de que se fueran de este mundo. Por eso pude aguantar todo. Quería enviar dinero a la familia».
Jiyun trabajó duro creyendo que el director la recompensaría por hacerlo bien. Aferrándose a la promesa de que sería capaz de contactar a su familia y enviarles dinero, pronto se convirtió en la que más dinero ingresaba para la casa.
«Quería ser reconocida por el director y quería contactar a mi familia. Pensé que si era la mejor de la casa, sería la primera en ser liberada de ese trabajo».
A veces solo dormía cuatro horas por la noche para poder alcanzar el objetivo diario de US$177. Estaba desesperada por ganar dinero para su familia.
En ocasiones, Jiyun incluso consolaba a Mira, diciéndole que no se rebelara sino que intentara razonar con el director.
«Primero, trabaja duro», le decía a Mira, «y si el director no te envía a casa después, entonces puedes razonar con él».
Jiyun afirma que durante los años en que ganaba más que las otras chicas, el director la favoreció mucho.
«Yo pensaba que se preocupaba por mí de verdad. Pero los días en los que las ventas bajaban, le cambiaba la cara. Nos regañaba por no intentarlo con fuerzas y por hacer otras actividades malas como mirar películas dramáticas».
El departamento era vigilado de cerca por la familia del director. Sus padres dormían en la sala y la puerta de entrada estaba cerrada.
El director les traía comida a las chicas y su hermano, que vivía cerca, venía cada mañana a tirar la basura
«Era un confinamiento total, incluso peor que una prisión», asegura Jiyun.
A las jóvenes se les permitía salir cada seis meses o, si sus ingresos eran lo suficientemente altos, una vez al mes. En esos escasos momentos, ellas se iban de compras o a la peluquería. Pero incluso entonces no se les permitía hablar con nadie.
«El director caminaba muy cerca de nosotras, como un amante, porque tenía miedo de que nos escapáramos», dice Mira. «Yo quería caminar como me diera la gana, pero no podía. No se nos permitía hablar con nadie, ni siquiera para comprar una botella de agua. Me sentía como una tonta».
El director había nombrado «encargada» a una de las norcoreanas y ella vigilaba al resto cuando él no estaba.
El director le prometió a Mira que la casaría con un buen hombre si trabajaba duro. A Jiyum le prometió que le permitiría contactar a su familia.
Cuando Jiyun le pidió que la liberara, él le dijo que ella necesitaba ganar US$53.200 para pagar el viaje. Luego que dijo que no podía dejarla en libertad porque no podía encontrar a ningún traficante.
Mira y Jiyun nunca vieron el dinero que habían ganado con su trabajo frente a la cámara.
Al principio, el director accedió a darles el 30% de las ganancias, la que les entregaría cuando las dejara en libertad.
Pero Mira y Jiyun se iban poniendo más nerviosas a medida que se daban cuenta de que tal vez no iban a ser libres nunca.
«Matarme no es algo en lo que pensaría normalmente, pero traté de tomar una sobredosis de medicamentos y traté de saltar de una ventana», dice Jiyun.
La ayuda de un cliente
Los años pasaron: cinco para Mira y ocho para Jiyun.
Luego un cliente de Mira, a quien ella conocía desde hacía tres años, se compadeció de ella. La puso en contacto con el pastor Chun Kiwon, que lleva 20 años ayudando a desertores norcoreanos.
El cliente también instaló de manera remota una aplicación de mensajería en la computadora de Mira para que pudiera comunicarse con el pastor.
Chun es muy conocido entre los desertores norcoreanos. La televisión estatal norcoreana lo ataca frecuentemente, llamándolo «secuestrador» y «estafador».
Desde que fundó su organización caritativa Durihana en 1999, él estima en 1.200 los desertores a quienes ha ayudado a estar en una situación segura.
Recibe dos o tres pedidos de rescate al mes, pero el caso de Mira y Jiyun le pareció particularmente preocupante.
«He visto chicas que habían estado encerradas durante tres años. Pero nunca había visto un caso en el que estuvieran retenidas tanto tiempo. Me rompe el corazón».
Chun asegura que el tráfico de desertoras se ha vuelto más organizado y que algunos de los soldados norcoreanos que vigilan la frontera están involucrados.
Al tráfico de mujeres, a veces se le llama «comercio de cerdos norcoreanos» en la región fronteriza de China. El precio de las mujeres puede ir de cientos a miles de dólares.
Pese a que es difícil obtener estadísticas oficiales, la Organización de las Naciones unidas (ONU) se ha mostrado preocupada por los altos niveles de tráfico de norcoreanas.
El Departamento de Estado de los Estados Unidos elabora un Informe de Tráfico de Personas anual que constantemente señala a Corea del Norte como una de las peores naciones en cuanto a trata de blancas.
En el transcurso de un mes, Chun se mantuvo en contacto con Mira y Jiyun a través de la página de sexo por internet, fingiendo ser un cliente. De esa manera, las jóvenes podían hacer como si estuvieran trabajando cuando en realidad estaban planeando su escape.
«Normalmente, los desertores encerrados no conocen su ubicación porque son llevados hasta los departamentos con los ojos tapados y de noche. Por suerte, ella [Mira y Jiyun] sabían que estaban en Yanji y podían ver el letrero de un hotel afuera», dice.
Chun usó Google Maps para determinar con exactitud su ubicación exacta y envió a un voluntario de su organización Durihana para que explorara los exteriores antes del escape.
Salir de China es peligroso para cualquier desertor norcoreano.
La mayoría quiere llegar a un tercer país o a una embajada de Corea del Sur, donde se les garantiza un vuelo a ese país y asilo.
Pero viajar por territorio chino sin documentos es arriesgado.
«En el pasado, los desertores podían arreglárselas viajando con documentos falsos. Pero estos días, las autoridades llevan consigo un dispositivo electrónico que detecta si son auténticos o no», explica Chun.
El escape
Después de huir del departamento, Jiyun y Mira comenzaron su largo viaje a través del gigante asiático con la ayuda de voluntarios de Durihana.
Sin ninguna documentación, no se arriesgaban a registrarse en hoteles ni albergues, así que tuvieron que dormir en trenes o pasar noches en vela dentro de restaurantes.
En su último día en China, tras soportar una escalada de cinco horas por una montaña, finalmente cruzaron la frontera y entraron a una nación vecina. La ruta y el país no puede ser mencionados por motivos de seguridad.
Mira y Jiyun no conocieron a Chun hasta 12 días después de haber escapado del departamento.
«Creo que estaré perfectamente a salvo cuando reciba la ciudadanía surcoreana, pero solo haber conocido al pastor Chun me hace sentirme segura. Lloré al pensar que había alcanzado la libertad», dice Jiyun.
Juntas, viajaron por auto otras 27 horas hasta la embajada de Corea del Sur más cercana.
Chun dice que a algunos norcoreanos les parece especialmente difícil de llevar la última parte del trayecto, ya que no están acostumbrados a viajar en carro.
«Los desertores suelen marearse y a veces se desmayan después de haber vomitado mucho. Es una carretera infernal que recorren quienes buscan el cielo«.
Justo antes de entrar en la embajada, Mira sonría nerviosamente y dice que tiene ganas de llorar.
«Me siento como si hubiera salido del infierno», asegura Jiyun. «Me vienen muchos sentimientos a ratos. Si voy a Corea del Sur puede que nunca vea a mi familia otra vez y me siento culpable. Ese no fue mi motivo para irme».
El pastor y las jóvenes entran en la embajada juntos. Unos segundos después, solo Chun regresa. Su trabajo está acabado.
Mira y Jiyun se subirán en un vuelo directo a Corea del Sur, donde pasarán por un riguroso proceso de revisión por parte de los servicios nacionales de inteligencia para verificar que no son espías.
Luego pasarán hasta tres meses en Hanawon, un centro para refugiados norcoreanos, donde se les enseñará habilidades básicas para adaptarse a su nueva vida en Corea del Sur.
Los desertores aprenden a hacer compras, usar un celular, los principios de la economía de mercado y reciben capacitación para poder trabajar. También se les da asesoramiento.
Luego, se convertirán en ciudadanas oficiales de Corea del Sur.
«Quiero aprender inglés o chino para poder convertirme en guía turística», responde Mira cuando se le pregunta sobre qué sueña alcanzar en Corea del Sur.
«Quiero vivir una vida normal, tomando café en una cafetería y charlando con amigos», afirma Jiyun. «Una vez alguien me dijo que la lluvia pararía algún día, pero para mí, la temporada de monzones ha durado tanto que había olvidado que el sol existía».
Fuente: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-46938658