Por: Melina Sánchez
La pandemia ha sido una bisagra para la literatura de este género en la Argentina. Por un lado, se llevó a grandes, por otro, propició espacios favorables a la circulación de autores y autoras noveles. A inicios de la cuarentena argentina, circuló mucho el verbo reinventarse. Luego de la novedad, sin embargo, los meses se hacían largos, no veíamos el final del camino, y esa tan mentada reinvención terminaba resultando para quienes tenían el dinero, no siempre para quienes buscaban oficio y sustento simplemente. Con todo, desde hace pocos meses atrás la nómina de autores y autoras indígenas en el país, sorpresivamente, va en aumento.
El concepto “literatura indígena” tiene realmente poco tiempo en términos históricos. Surge más o menos en la década del ´80 del Siglo XX, y es uno de los tantos resultados de las expresiones de los distintos movimientos sociales en Latinoamérica, en México, Estados Unidos y Canadá – también en algunas otras pocas partes del mundo-. Los ´80 son, en algún sentido el momento en donde la palabra, y sobre todo la palabra escrita, comienza a pasar a manos de los sectores populares que no habían tenido la oportunidad casi nunca antes de contar con esa cuota de emancipación.
En ese gesto soberano, las mujeres, las disidencias sexuales, los colectivos de afrodescendientes y los de pueblos originarios que se iban empoderando, osaban, por primera vez en algunos casos, apropiarse de lo que hasta allí había sido potestad de las clases acomodadas: la escritura. La idea de un sujeto político indio, negro, mujer, LGBTIQ, capaz de plasmar la propia Historia –con mayúscula- y de contar sus propias historias, para dejar registro en papel, sigue siendo atípica en países como el nuestro, con una idiosincrasia fuertemente racista y hasta por momentos negacionista como nos ha tocado comprobar hace pocos meses en las palabras del presidente. Aún con viento en contra, les autores indígenas comenzaron a manifestarse, en este que es “el país más blanco de América Latina”, ya desde hace algunos años.
Durante varias décadas, apenas se los contaba con los dedos de una mano. El paso del tiempo y de los acontecimientos, sin embargo, volvieron cada vez más sólida su obra. Nombres como los de Sixto Vázquez Zuleta, Fortunato Ramos, Laureano Segovia, Liliana Ancalao, Lecko Zamora, Juan Chico, Laureano Huayquilaf resonaron solos, geográficamente alejados, imposibilitados de las hoy tan famosas e “imprescindibles” charlas por zoom, mucho tiempo. Algunos otros aparecían eventualmente firmando alguna etérea obra, pero no irrumpía, pasaba de largo. Elles insistieron, resistieron, se volvieron escuela, sus textos comenzaron a girar por aquí y por otros países.
Si se preguntaba por literatura indígena en la “academia” solían decir cosas tan poco inteligentes como “los indígenas no tienen escritura”, y crueldades peores por el estilo. Además, es cierto que prácticamente no hubo políticas culturales ni editoriales orientadas hacia destinataries indígenas, así como no las ha habido hacia el resto de los colectivos históricamente excluídos. Hoy existen poquísimas convocatorias de esta naturaleza, cuando las hay, muchas veces mal direccionadas porque no se tiene conciencia de les sujetes a quienes se dirigen. Y aunque fue reclamo de estos sectores por años, a ojos ajenos los pueblos originarios somos quienes engrosamos otras estadísticas: las del hambre, las del desempleo quizás, no las de la cultura.
Esta época pandémica dejó pérdidas notorias: Toqo Vázquez Zuleta, Laureano Segovia y Juan Chico. Figuras clave para pensar los inicios de la literatura indígena actual y de la historia contemporánea escrita de los pueblos, esa historia que se vuelve archivo y que ha servido en tribunales para hablar, por ejemplo, de la Masacre de Napalpí y de las torturas que sufrieron los soldados indígenas como conscriptos en Malvinas.
Aun así, como la cigarra, igual que el sobreviviente… algunes estamos renaciendo. Todavía no sabemos de qué cascarón habrá salido una nueva generación de autores y autoras indígenas, pero de Norte a Sur, son muchas las novedades editoriales que ya circulan, y que se están viniendo, en torno a esta temática. La literatura indígena, la literatura de autoría indígena, es decir, sin mediación de recopiladores, folcloristas, antropólogues es motivo de publicaciones colectivas, parte de convocatorias de concursos literarios, apuesta de editoriales independientes, y hasta de autopublicaciones en algunos casos.
El género que más se escribió siempre dentro de la literatura de autoría indígena es el de la poesía, pero entre los trabajos de estos últimos tiempos aparecen cuentos, canciones infantiles, haikus, ensayos, entre otros. Desde la Puna jujeña hasta los cortes en la Ruta 3 de Chubut, tenemos, en el medio, kilómetros de publicaciones originarias. En la Puna, Wayra Enrique González publicó los ensayos de historia Avelino Bazán y su ser indio –en torno a la figura de quien fuera dirigente de los mineros de Mina el Aguilar-, e ¿Indio libre? O ¿Indio permitido? Quique es un luchador ambiental del norte que resguarda la Biblioteca andina Ñawpayachaykuna. En la Quebrada de Humahuaca, el 6 de agosto pasado, día del natalicio de quien fuera uno de los primeros escritores indígenas del país, Toqo Vázquez Zuleta, se bautizó como el día del escritor indígena y se presentó el libro de su hijo Ernesto Vázquez, Puneño cosmonauta, que continúa con el legado de su padre, de llevar la cultura qolla a las letras, esta vez desde un género que él da en llamar fantasciencia indígena, que piensa “entre antiguas apachetas y nuevas normalidades” desde unos muy actuales cuentos.
En Chubut, además del poeta tehuelche Huayquilaf, que publicó por medio de la Editorial Facón grande, su poemario de haikus Grito de río… se encuentran las poetas mapuche Liliana Ancalao, Viviana Ayilef y Manuela Curapán que también han publicado sus últimas obras durante la pandemia.
En Buenos Aires nos encontramos con los textos performáticos y migrantes de la Chana Mamani y de Fishfirika. La Chana, de Bolivia, radicada en Buenos Aires desde niña, vive en Flores, escribió ya en 2018 el poemario Erótica: yarawis aymara, y desde entonces es la cara visible del colectivo Identidad Marrón. Fishfirika, llegó a La Plata hace unos años porque CABA no le gustó, y necesitaba una universidad cerca para tranquilizar a su madre. Es la voz y las letras de la experiencia musical Las Longas Fieras Subversivas, en duo con Asiri, resignifican ritmos e historias que traen desde Ecuador en clave feminista e indígena, y ponen su música al servicio de las luchas locales, siempre están presentes en los escenarios populares y denuncialistas. Antes de la pandemia, no había fin de semana en La Plata que no tocaran, este 9 de noviembre, vuelven. A principios de 2020 se publicó el primer libro de poemas de Fishfirika, que son las canciones de Las Longas… Ahora su segundo libro ya está en imprenta, serán relatos sobre personajes femeninos que también la acompañan desde su tierra natal.
Lola Bhajan es una artista multifacética que, también vive en Flores, su obra es de temática trans y marrona, a la vez que literaria, musical, etc, una de sus últimas creaciones forma parte del Cancionero Trans, para las infancias,“Vamos mi niña”. Es la primera canción de su autoría, pero escribe desde su adolescencia, en prosa, hace un par de años publicó Lola cruda. Atípica, atópica, utópica, su autobiografía. Su última producción se dio en el marco del taller de composición Nuestrans canciones que dio Susy Shock, como parte del proyecto del Cancionero que coordinó junto con Javiera en 2020, destinado a artistas trans de todo el país.
Salta es otra de las provincias donde hay mucha producción, allí la literatura se mezcla con la oralidad, con la canción, con la performance, con la historieta y hasta con el cine. Entre las manifestaciones performáticas se encuentran por ejemplo, las de Bartolina Xixa, artivista marrona que encarna a una cholita, y las de Lorena Carpanchay, coplera trans. Por otro lado, está Fidelina Díaz, una docente y traductora intercultural chorote que se dedica a recopilar historias de su pueblo y está a punto de publicar su tercer libro. De los dos anteriores fue coautora. El primero es sobre la espiritualidad del pueblo Chorote, el segundo es sobre la situación sociohistórica de los pueblos del Chaco salteño, desde una mirada indígena. Por otra parte, en dos proyectos colaborativos, estuvo trabajando Osvaldo Chiqui Villagra, del pueblo wichí, traductor, asistente de salud, estudiante de Educación en la UNSA, que con Pamela Rivera escribió la historieta Hätäy, que ya tiene su versión en papel, ahora se espera que salga en digital y junto con Daniela Seggiaro el guión de la película Husek.
En Rosario, Marcelo Quispe, jujeño de nacimiento, que ha vivido muchos años entre Buenos Aires y Salta, ahora desde hace un tiempo radicado en Santa Fe, maestro de formación, tiene su última obra en imprenta, el segundo de sus libros, Sonqoy multicolor, destinada a infancias libres y diversas, en sintonía con las cosmovisiones quechua y guaraní.
Ese el panorama para las literaturas originarias contemporáneas en el país, a grandes rasgos, seguramente faltan autores y autoras. Nosotres siempre estamos volviendo. Nunca nos fuimos.
A quienes estén interesades en conocer un poquito más de las literaturas indígenas argentinas desde una perspectiva intercultural e indígena, les invitamos este y todos los domingos de octubre al Taller de poesía indígena latinoamericana actual. Los datos para comunicarse están en el link: https://www.facebook.com/events/869486023696933
Fuente de la información: ANRed