Insuficiencias del liberalismo

En este artículo evalúo las ideas dominantes en la socialdemocracia en su giro hacia la tercera vía o el socio-liberalismo. Diferentes autores, empezando por su referente A. Giddens, establecen tres grandes corrientes de pensamiento: Liberalismo, pensamiento neoliberal (conservador) y marxismo (hegeliano). Desde la nueva vía socialista se desecha el tercero y se pretende rescatar lo positivo del liberalismo, considerado diferente al neoliberalismo.

No obstante, el liberalismo sí tiene en común con el neoliberalismo sus fundamentos económicos y su racionalidad o ética económica (Smith): Prioridad, dentro de las libertades civiles, a la libertad económica o de empresa como garantía de obtención de beneficios mediante la explotación de la fuerza de trabajo y la naturaleza, y dentro de los derechos civiles, al derecho a la propiedad privada. El fundamento ético, liberal y neoliberal, es el interés propio, el egoísmo o beneficio privado -los vicios-, que crearían la prosperidad pública, el crecimiento económico y de la riqueza.

Desde luego, hay que diferenciar el liberalismo económico, aspecto principal de esta crítica, del liberalismo político y el liberalismo social. Keynes también fue un liberal que, a la vista de la gran Depresión de los años 30, no confiaba ciegamente en el mercado, en el liberalismo económico, y apostó por su regulación pública, es decir, se convirtió en un keynesiano, un liberal intervencionista. Igualmente, en la construcción del Estado de bienestar europeo participó la derecha liberal y cristiana, que lo hegemonizó en los países centrales.

En términos históricos y políticos (siglos XVIII y XIX), los grupos liberales fueron progresistas y reformadores respecto del absolutismo, los conservadores y el Antiguo régimen. No obstante, fueron construyendo (finales del XIX y el XX –sobre todo su final-) su hegemonía económica y política, pactando con el conservadurismo, y desarrollando, por un lado, el imperialismo, la colonización y la explotación, y por otro lado, el freno a las demandas populares y la contención de las izquierdas.

Es decir, el liberalismo está lleno de ambivalencias: es progresista respecto del conservadurismo y el autoritarismo, y ha realizado importantes aportaciones a la libertad y el Estado de derecho; es reaccionario frente a las demandas populares de justicia social y democracia avanzada. También ha conseguido éxitos económicos, respecto del crecimiento económico y de la riqueza, particularmente en el Norte. No obstante, si hay que hacer revisión política y doctrinal del liberalismo, deberíamos partir de esa doble tradición, progresista y reaccionaria. Podemos rescatar algunas luces ilustradas en relación con su oposición a la reacción conservadora y los fascismos y su defensa de la democracia. Pero, además de su problemática gestión económica, tiene también muchas sombras sociopolíticas; incluso, algunas élites liberales también tienen millones de muertos a sus espaldas (I Guerra Mundial, guerras coloniales…) –por cierto, a veces, con el apoyo de algunos aparatos socialdemócratas europeos.

En ese sentido, tienen más valor positivo y democrático los componentes progresistas, políticos y sociales del liberalismo (libertades civiles y políticas, democracia, cohesión social…), que sus fundamentos económicos: libertad del mercado o la propiedad privada, beneficio privado, explotación…

Con ello, volvemos a la Tercera vía (británica) o el Nuevo centro (alemán), como superación de la izquierda y la socialdemocracia clásica y al eje mercados / Estado. En este caso, hay que valorar adecuadamente la posición realmente intermedia, fundamental en las décadas gloriosas anteriores: regulación y redistribución pública, prioridad de la política y la sociedad a través del Estado democrático y la participación cívica, defensa de la ciudadanía social y laboral. Ésa es, precisamente, la tradición más interesante hoy. Hunde sus raíces en el liberalismo intervencionista o regulador, el keynesianismo, el más típico y dominante hasta los años setenta, así como en las izquierdas reformadoras y redistributivas. Conlleva una crítica al sistema económico liberal que, a la luz de la actual crisis económica y su gestión neoliberal dominante, necesita renovación y refuerzo. Supuso una fuerte pugna y un pacto social progresista en torno al modelo social europeo: reparto equitativo de la renta y la riqueza y garantía de bienestar para la población.

La idea fundamental de la que parte esa tradición, con matices entre sus dos corrientes, es la de los ‘fallos del mercado’, es decir, la de que los mercados económicos y financieros dejados a su propia dinámica o ley dejan de ser eficientes para el interés general -no para el capital-. Por tanto, deben estar regulados y subordinados al bienestar de la sociedad, a los intereses generales, el bien común o fin ético, interpretados por la participación democrática de la sociedad y sus órganos representativos. Es la reafirmación del papel de la política (pública) por encima de la economía (privada) y los mercados.

Pero, ahora, normalmente, los pactos o las políticas comunes de la socialdemocracia con la derecha (Consejo Europeo, o la reforma constitucional del art. 135) salvan los privilegios de los poderosos y debilitan los derechos socioeconómicos y laborales de la población, así como la calidad democrática de las instituciones políticas.

El Estado es imprescindible para el desarrollo capitalista de los mercados, no tanto su componente social; pero también es necesario para su regulación, la redistribución y la cohesión social. Con ocasión de la crisis de los años setenta, la ofensiva neoliberal se basaba, junto con el desarrollo tecnológico, en la globalización de los mercados, sobre todo financieros. Las instituciones políticas aprueban y aplican la desregulación de las normas y políticas de los Estados, que colaboran en esa preponderancia de la economía desregulada y sus principales poderes y propietarios. Primero se abandona el intervencionismo socialdemócrata y luego el liberal. Dicho de otra forma, tiene éxito la nueva hegemonía político-económica de los grandes poderes financieros y, sobre todo, la hegemonía ideológica y cultural del liberalismo desregulador y privatizador.

La izquierda política dominante deja de ser socialdemócrata, en el sentido clásico, transformadora, reguladora y redistributiva, y se convierte también al liberalismo económico: desregulador respecto de las instituciones públicas, con gestión ‘eficiente’ de la economía y el mercado, que es lo ‘posible’ en ese contexto. Abandona la tradición de izquierdas y, particularmente, los ejes de su política socioeconómica se convierten en centristas o liberales.

Persistencia de una cultura social de izquierdas

La cuestión es que ese giro de los aparatos socialistas produce desajustes con sus bases sociales, ya que persisten una importante izquierda social y fuertes resistencias en la población europea a esa involución social; en la ciudadanía se mantienen grandes dosis de esa cultura democrática de justicia social, igualdad de oportunidades y derechos sociolaborales y económicos. O sea, esa mayoría social y ciudadana no se convierte al liberalismo económico crudo, aunque sea con la retórica más cuidada del liberalismo social o la tercera (o nueva) vía. Desde mitad de los años noventa, cuando se presenta esa posición social-liberal como la refundación y la renovación de la izquierda, en un marco de crecimiento económico, ya presenta sus límites e insuficiencias. Pero es con la crisis socioeconómica desde 2008 cuando se resquebraja en su doble vertiente: como opción eficiente para los mercados y como base de legitimidad mayoritaria entre la población.

La crisis social y económica pone en cuestión los discursos y las políticas neoliberales de las últimas décadas, incluida su variante centrista. Pero el poder es el poder y tiene capacidad de recomponer sus políticas de austeridad para la mayoría y los beneficios para la minoría. Tiene necesidades de legitimación, junto con el refuerzo del autoritarismo y el control social, pero es menos dependiente que las izquierdas de las ideas y los proyectos existentes en la sociedad. Los poderosos pueden ser menos científicos y utilizar la construcción de retóricas con mentiras y engaños, machacando la idea de que ‘no hay alternativas’, ya que tienen un gran poder institucional y mediático.

En definitiva, en los años ochenta, tras la crisis de la década anterior y la globalización desregulada, entraron también en crisis la tradición keynesiana-liberal, intervencionista, y la tradición socialdemócrata, redistributiva y reformadora; en los años noventa, con la caída del muro de Berlín, se generalizó la crisis del marxismo y la izquierda comunista, con su estatalismo; y con la actual crisis ha quedado en evidencia la poca consistencia y autonomía del nuevo proyecto de liberalismo social o Tercera vía y su dependencia del neoliberalismo: desregulador de los mercados, con gestión política posibilista y sin transformación social o distributiva.

La solución a la crisis de la(s) ideología(s) de las izquierdas no está en el liberalismo

Los pensadores y políticos de la Tercera vía, desde A. Giddens, y con distintos precedentes que se remontan en España a primeros de los años ochenta con Felipe González, desechan el marxismo y desconsideran gran parte de la tradición socialdemócrata, el reformismo sustantivo y progresivo. La opción que les queda es el liberalismo económico, como gestión supuestamente eficiente de los mercados con leves retoques (suavizar la desigualdad), muy lejanos a la utopía socialista y la tradición transformadora. Y, en este contexto de gestión antisocial de la crisis, también se distancian incluso de los componentes más progresistas del liberalismo político, sensible a la cohesión social y la democracia. En esa corriente no hay una valoración crítica de los puntos vulnerables del liberalismo económico, sus elementos comunes y sus dependencias con el neoliberalismo conservador, su carácter injusto, su reciente fracaso político y social.

La realidad es la crisis de la socialdemocracia europea, de la mayoría de los aparatos de la izquierda política mayoritaria en el ámbito institucional, sin un proyecto diferenciado y propio frente a la oleada neoliberal o liberal. Su desconcierto se produce aun cuando en la sociedad todavía existe una amplia cultura de izquierdas o unas referencias relevantes a ese auto posicionamiento ideológico, así como significativas resistencias ciudadanas a la involución social y democrática. El fracaso es, sobre todo, de esa élite política y académica, incapaz de representar esas tendencias sociales y elaborar un nuevo proyecto ilusionante e igualitario e impulsar un proceso profundo de transformación progresista.

Por mi parte, no hay problemas en recoger y disputar a la derecha parte de la propia y común tradición ilustrada, principalmente, la política, los derechos democráticos y las libertades individuales y colectivas, así como muchas de sus aportaciones, empezando por la ética kantiana de los derechos universales y terminando con la auténtica ciencia universal. Sus ejes centrales –libertad, igualdad, solidaridad- son comunes a las corrientes liberadoras desde la revolución francesa, y las izquierdas son también deudoras de ellos.

Pero no hay que minusvalorar la experiencia igualitaria y solidaria de la izquierda social, empezando por el socialismo utópico. Hay que destacar la importante cultura de izquierdas de gran parte de la sociedad europea, así como las necesidades y demandas de las capas desfavorecidas y discriminadas. Son la palanca de la realidad sobre la que renovar e innovar los nuevos proyectos transformadores y solidarios. Hay que someter a crítica y revisión el legado doctrinal de todas las izquierdas (socialdemócratas, marxistas, anarquistas…), al igual que el de las diferentes corrientes más o menos ilustradas o liberales, para evitar una nueva colonización dogmática.

La Nueva Vía, como se definía el proyecto de Zapatero con el que ganó las elecciones generales del año 2004, presentaba aspectos renovadores interesantes. No obstante, tenía un enfoque similar a ese pensamiento hegemónico entre los socialistas europeos, particularmente en materia socioeconómica. Y esta corriente de pensamiento justifica su giro hacia el liberalismo económico y el posibilismo político desde las anteriores posiciones reformadoras de la socialdemocracia clásica. Así mismo, embellece la gestión actual de los gobiernos socialistas, más problemática por sus políticas regresivas en estos tiempos de crisis. Y es un hecho relevante para someterlo a debate, más en el contexto del actual proyecto de progreso del Gobierno de coalición; es el sentido de estas reflexiones críticas.

En conclusión, la solución a la crisis de la(s) ideología(s) de las izquierdas no está en el liberalismo o en centrismos supuestamente transversales. Se pueden y se deben recoger algunas de sus aportaciones pero, globalmente, es una salida falsa. Además, la confianza en esa salida liberal debilita el imprescindible esfuerzo de análisis riguroso y científico y el necesario pensamiento crítico para avanzar en un pensamiento social propio de izquierdas o alternativo y adecuado a los grandes retos del presente. El relativo vacío existente debe resolverse con un esfuerzo intelectual y práctico y una teoría social crítica que favorezca el análisis y la interpretación rigurosos, así como una dinámica social emancipadora e igualitaria.

Fuente: https://rebelion.org/insuficiencias-del-liberalismo/

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Feminismo y nacionalismo

Por: Francesc de Carreras

La creencia en una identidad colectiva es el hilo que conecta feminismo y nacionalismo

¿En qué se parecen hoy feminismo y nacionalismo? A primera vista podría decirse que en nada. Sin embargo, si lo pensamos con detenimiento, podemos encontrar ciertas coincidencias. La primera, el carácter crecientemente dogmático y fundamentalista de ambos movimientos al convertirse en ideologías y creencias cerradas que no admiten discusión.

El nacionalismo, por ejemplo el catalán, se fraguó sigilosamente en los tiempos de Pujol con una intolerancia que hoy se hace visible, pero que ya entonces no admitía discrepancia alguna. Si se osaba criticar la política lingüística, aún en aspectos no esenciales, inmediatamente eras tachado de anticatalán y de nacionalista español. No se analizaban tus argumentos, sino se te descalificaba personalmente por atreverte a disentir. Así creaban una espiral de silencio: nadie debía opinar sobre esta cuestión.

Ahora tengo la sensación de que pasa lo mismo con el feminismo. La reacción ante el caso La Manada me lo ha recordado. Es discutible el fallo de la sentencia y también el voto particular. Pero hay que argumentar el disentimiento, no puede desacreditarse la resolución judicial sin haberla leído, entendido y meditado. Sin embargo, en el momento de pronunciar la sentencia, de 300 páginas por cierto, ya estaban montadas las manifestaciones para protestar contra la misma. Sin estudiar las pruebas, los manifestantes ya habían dictado el veredicto. ¿Por qué? Porque se presuponía que era un ataque al feminismo, entendido como una creencia fundamentalista y dogmática.

¿Cuál es el hilo que conecta feminismo y nacionalismo? La creencia en una identidad colectiva, sea el género mujer, sea la nación. En la tradición ilustrada y democrática, el feminismo defendía la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Tardó en triunfar pero al fin lo consiguió. De los ideales de mayo del 68, del que tanto se habla estos días, probablemente el feminismo es el más aceptado transversalmente, aunque falte un buen trecho para que la igualdad sea real. Pero los avances son mayores que en la igualdad entre clases sociales. Ahora bien, del feminismo de la igualdad hemos pasado al feminismo de la identidad: la mujer es igual a las otras mujeres, no a los hombres. Incluso, se dice, la identidad (colectiva) de la mujer se fundamenta en aquello que la diferencia del hombre y, en muchos casos se afirma, precisamente, contra el hombre. Esta deriva, pasar de la igualdad de derechos a la identidad colectiva, es lo que asemeja el feminismo con el nacionalismo. De la Ilustración hemos pasado al Romanticismo, de las ideas a las creencias.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/05/08/opinion/1525797638_469687.html

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“Dogmachismo”

Por: Miguel Lorente Acosta

Sobre la imposición de las ideas machistas a modo de verdad absoluta e incuestionable.
No es cuestión de dogmatismo, sino de “dogmachismo”, es decir, de “proposiciones tenidas como ciertas y como principios innegables” construidos por el machismo, o lo que es lo mismo, al amparo de la normalidad de una cultura levantada sobre las referencias de los hombres y, por tanto, comunes a todos ellos. Por eso la defensa de esta construcción es asumida por todos los hombres, no sólo por los que se benefician de manera directa en un momento dado. Cada hombre sabe que este modelo androcéntrico es bueno para todos, y que con independencia de que haya beneficios que se obtengan de manera directa a través de una acción concreta, los privilegios siempre están presentes en cualquier hombre.

Un dogma, esa especie de verdad incuestionable, sólo se puede definir desde una posición de poder dentro del grupo o comunidad en el que se crea. Si alguien establece un dogma sin contar con ese poder dentro de la sociedad la consecuencia será completamente distinta, y quien lo haga será considerado un extravagante o un loco, y su dogma una tontería o una extravagancia.

Por lo tanto el dogma es un reflejo en sí mismo del poder, y por ello se le reviste y protege con él frente a críticas y posibles ataques. Es lo que hace el machismo con sus “verdades y principios innegables”, que son cubiertas con el valor de la palabra de los hombres que las crean. No por casualidad utilizan como elemento definitorio el hecho de que “no se puedan negar”, podrían haber utilizado otro, como “inalcanzable” o “inescrutable”, pero presentar un dogma como “innegable” tiene un doble sentido.

Uno el concepto en sí alrededor de la idea de verdad, y otro, reducir la posibilidad de la crítica al dejar sin “capacidad ni autoridad” a las personas que pueden hacerlo. El planteamiento es muy sencillo, si el machismo crea “dogmas” basados en la superioridad natural de los hombres y sobre ellos les otorga beneficios y privilegios, quienes podrían cuestionar esa construcción desigual serían aquellas personas que quedan excluidas y sufren las consecuencias negativas de esta injusticia social, es decir, las mujeres, sin embargo, su capacidad crítica queda muy limitada porque la propia cultura que crea los dogmas las ha desprovisto de “la palabra y la verdad”.

El resultado final es una sociedad en la que las referencias masculinas condicionan la realidad para que todo sea como “tiene que ser”, y para que cuando haya algún conflicto o alguna circunstancia que no encaje en lo “esperado”, pueda ser explicada a través de los mitos, estereotipos, principios, costumbres, tradiciones… que mantienen los dogmas de la superioridad masculina. El resultado es muy simple, y al igual que la religión se basa en los “dogmas de la fe”, la cultura se fundamenta en los “dogmas del machismo”.

Y como el dogma es poder y reflejo del poder, su simple cuestionamiento ya desencadena toda una reacción agresiva frente a quien lo hace y a los planteamientos que buscan la Igualdad. Veamos algunos ejemplos de la interpretación que hace el “dogmachismo” de la realidad: La Ley Integral contra la violencia de género se presenta como instrumento “contra los hombres”, porque es un hombre el que puede ser condenado; pero callan el detalle de que si es condenado no es por ser hombre, sino por ser maltratador. A nadie se le ocurre pensar que el Código Penal va contra las personas porque es una persona quien puede ser condenada si comete un delito o una falta. La Igualdad se percibe como un problema, no como un Derecho Humano necesario para la convivencia en sociedad. Ver la Igualdad como un problema y la desigualdad como “normalidad” refleja muy bien esa construcción cultural machista y los dogmas que hacen a los hombres merecedores de los privilegios y a las mujeres de la discriminación y la violencia.

Transmitir los valores de la Igualdad para mejorar las relaciones construidas sobre el respeto y la paz se considera “adoctrinamiento”, y transmitir los valores del machismo que dan lugar a la discriminación y la violencia se considera “educación”. Las cuotas basadas en una representación del 60/40 para corregir la desigualdad se ven como algo injusto y anti-natural, pero cuando los hombres representan el 90% o el 100% se ve como algo consecuente, lógico y natural. En ningún caso se entienden como cuotas del machismo basadas en la discriminación de las mujeres.

La brecha salarial y el mayor salario de los hombres a través de sueldos más altos o de promociones más directas, también se considera como algo propio a la condición y capacidad masculina, no como parte de la desigualdad y discriminación. La lista se haría interminable, pero en cualquier caso, los ejemplos recogidos son suficientes para reflejar la realidad y para ver cómo el “dogmachismo” tiene un doble sentido. Por un lado, defender la posición superior de los hombres; y por otro, situar en quienes lo critican lo que niega para sí mismo, y mientras que el machismo es concebido como “orden natural”, presenta al feminismo, a la Igualdad y a quienes trabajan por ella como personas dogmáticas, rígidas y violentas.

Esa atribución es muy gráfica de lo que en realidad es el machismo, tanto que lo deja en evidencia con una idea similar a lo que dice el refranero con lo de “piensa el ladrón que todos son de su condición”. Todo ello demuestra que se trata de una construcción cerrada e interesada en la defensa de los privilegios masculinos y en la perpetuación de su modelo de sociedad (educación, economía, religiones, política…). Esta es la razón que hace que a pesar de la objetividad de todas las falacias que se han ido desmontando a lo largo de la historia, se continúe con la misma estrategia para que también hoy los hombres sean presentados como superiores y merecedores de sus privilegios.

Da igual que se hayan demostrado falsos los argumentos sobre la inferioridad de las mujeres basados en ideas como que no tenían alma, que su condición las hacía ser esclavas de los hombres, o que su falta de inteligencia y capacidad debían situarlas en las tareas de cuidado y afecto; al final continúan con el mismo razonamiento bajo otras justificaciones, puesto que todo ello no es producto de las circunstancias del momento y del lugar, sino parte de las “verdades” de la cultura.

Es el “dogmachismo”.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=240299
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