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Bruselas rechaza la prohibición de las plataformas de economía colaborativa

Ha elaborado un informe que defiende el pago de impuestos por parte de estos nuevos modelos de negocio

Bruselas considera que la economía colaborativa es una oportunidad de crecimiento para Europa, ya que permite crear una nueva demanda y nuevos consumidores. Pero indica que no debe dar pie a una «economía paralela», por lo que en el informe que presentó ayer propone normas comunes para este tipo de plataformas en todos los Estados miembros, que garanticen que pagan impuestos, protegen a los consumidores y ofrecen condiciones de empleo justas.

Entre sus principales planteamientos el documento sostiene que la obligación de contar con una licencia o permiso de actividad debe aplicarse sólo «si es estrictamente necesario para cumplir objetivos de interés público. Las plataformas no deben estar sujetas a autorizaciones o licencias cuando solo actúen como intermediarios entre consumidores y los que ofrecen el servicio», afirmó el vicepresidente comunitario responsable de Empleo y Competitividad, Jyrki Katainen. Además, dijo que la prohibición total debe ser «únicamente una medida de último recurso».

«Si logramos que se desarrolle de forma adecuada, la economía colaborativa puede constituir una oportunidad para los consumidores, los emprendedores y las empresas. Pero si permitimos que nuestro mercado único se fragmente en función de pautas nacionales, o incluso locales, Europa corre el riesgo de perder el control», añadío.

Bruselas defiende que papel es impulsar un entorno regulatorio que permita la creación de nuevos modelos de negocio,

En consecuencia, pide a los gobiernos que diferencien entre los ciudadanos que ofrecen unservicio de manera individual u ocasional y aquellos proveedores que actúen a título profesional, «por ejemplo, estableciendo límites máximos en base al nivel de actividad», añadió.

Por otro lado, Bruselas plantea que las plataformas deben estar «exentas de responsabilidad»en cuestiones como los datos almacenados en nombre de quienes proponen un servicio, pero deben responder de los servicios que ofrecen directamente, como los de pago.

«Pedimos a las plataformas que actúen de manera muy responsable, con medidas voluntarias para mejorar la confianza de los consumidores», indicó la comisaria de Mercado Interior e Industria, Elzbieta Bienkowska. Al tiempo que propuso a los Estados miembros que evalúen si la regulación actual es la adecuada y «responde a las necesidades» de la economía colaborativa.

Respecto a la protección de los usuarios, Bruselas aclara que éstos deben de estar protegidos ante abusos y prácticas desleales, pero pide que «no se impongan obligaciones desproporcionadas» a quienes ofrecen determinados servicios de manera «ocasional».

Entorno regulatorio

«Una economía europea competitiva requiere innovación. Nuestro papel es impulsar un entorno regulatorio que permita la creación de nuevos modelos de negocio, al tiempo que seprotege a los consumidores y se aseguran condiciones fiscales y laborales justas», declaró Jyrki Katainen.

En este sentido, desde Airbnb han indicado que “ciudades como Lisboa, París, LondresÁmsterdam ya tienen normativas que apoyan a esos individuos, frente a otras ciudades que han impulsado regulaciones complejas y excesivas». Defiende que en Europa hay «un gran número de personas que dependen de los ingresos adicionales que obtienen gracias a la existencia de las plataformas».

Por su parte, Bienkowska dijo que «no proponemos ninguna regla nueva», sino explicar «cómo emplear las existentes». Además, negó que las propuestas de la Comisión Europea hayan sido «diseñadas para una única compañía», en alusión a la polémica generada en torno a Uber contra la que el sector del taxi y varios Estados, como España, han planteado importantes reservas. Pero defiende la necesidad de un enfoque común frente a la disparidad «entre países que prohíben plenamente su actividad y otros para los que su actividad es celebrada».

«Son orientaciones para todos los nuevos modelos de negocio en Europa y ofrecen criterios clave para que los Estados miembros puedan valorar si se trata de proveedores o de intermediarios», añadió.

Fuente: http://www.hosteltur.com/116449_bruselas-rechaza-prohibicion-plataformas-economia-colaborativa.html

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Colombia: La revolución del circulante.

América del sur/Colombia/17.05.2016/Autor:Luis Montero/Fuente:https://www.diagonalperiodico.net/.

Una imagen.
Una rueda de roedor.
Uno de esos artefactos que se colocan en las jaulas para roedores domésticos. El ratón se sube y comienza a correr. Y, corre que te corre, no se desplaza. Tras un par de minutos, agotado, el roedor se lanza a la fuente en busca de agua.
Pero no nos hemos quedado ahí. Hemos conectado una pequeña dinamo a esa rueda. Almacenamos la energía que genere el roedor. ¿Qué pasaría si también conectamos la cantidad de energía producida a la alimentación del animal? ¿Si, cuanta más energía genere, más remuneración recibe?

Pues así funciona la revolución del circulante.

Una introducción.
La revolución del circulante no es un fenómeno reciente. Ni siquiera se basa en alguna novedad conceptual o ni tampoco en un fenómeno naciente. Todo lo contrario, es el corolario predecible de un proceso que comenzó hace siete siglos, en los albures del Renacimiento.

En el siglo XIV se produjo un asombroso descubrimiento en las ciudades-estado italianas: la potencia económica del capital productivo, ese working capital que aquí se llamó «activo circulante». Si se ponía el capital a trabajar sus rendimientos crecían –un crecimiento sujeto también al riesgo que conllevaba ese trabajo. ¿Cuál era ese trabajo del capital? El tránsito, la circulación. Por eso se llamó «circulante». El capital en movimiento, que es lo que es, es una fuerza productiva como la materia prima o el trabajo, si no más.

Y, con ese descubrimiento, llegó la llamada contabilidad italiana, la contabilidad de doble entrada. A partir de entonces los libros de contabilidad de cualquier entidad contarían con dos tablas enfrentadas, una para los Haberes, otra para los Debes. Y así hasta hoy.

Fue el primer intento de formalizar el tránsito dinerario.

El segundo es Blockchain. Pero eso ya es otra historia.

Un desarrollo:
Pero tan importante como el feliz hallazgo contable fue un hallazgo conceptual de mayor trascendencia: el cero, para la economía, no es un valor neutro. El cero contable no es cero, todo lo contrario: es la sombra del número precedente (no en la secuencia de números naturales, claro, sino en la tendencia contable). El cero, de tener algún valor, tiene el valor de la querencia con el que la contabilidad de doble entrada lo registra. Es decir, si uno viene de números negativos, el cero es positivo. Si uno viene de números positivos, el cero es negativo. Pero nunca es neutro. Porque de serlo, neutro, significaría que el dinero no se ha movido, que ha permanecido estanco, inmóvil. Y el dinero inmóvil no produce, es pasivo –pasivo es como llamamos aquí a ese capital que no es circulante y que se entiende como una carga, como un lastre para el movimiento: el capital inmovilizado.

El cero tiene valor de transición.

De hecho, el cero contable es tan poco neutro que es un valor del que conviene escapar. El cero es el punto de inflexión que separa la aceleración de la desaceleración económica. Entre la inmovilidad y el tránsito. Entre el pasivo y el circulante. Y, como es de esperar, nadie quiere soportar pasivos ni, mucho menos, serlo. Una economía estancada es peor que una economía desacelerada. De la desaceleración se sale acelerando; desde el cero aún se puede desacelerar.

El capitalismo niega el valor neutro del cero. O, mejor dicho, la economía niega el valor neutro del cero y el capitalismo acelera esa negación.

Fue el capitalismo, con su insistencia inicial en la derogación de aranceles, la superación de los proteccionismos europeos y el reclamo a la libre circulación de mercancías aprovechando los cauces fluviales del Rin y del Sena durante los siglos XVII y XIX, el que superó el inmovilismo del mercantilismo, que atenazaba el desarrollo económico de Europa, a base de promover la libre circulación de capitales, bienes y personas. El tránsito que promulgaba el capitalismo erosionó los cimientos mercantilistas europeos. Hoy, el tránsito ya no es suficiente. Si el mundo se ha globalizado es porque todo puede estar, y está, en movimiento. El capital fluye, las mercancías fluyen y el trabajo fluye. La deslocalización del trabajo es eso, un fluir. La increíble capacidad logística es eso, un fluir. Y la libre circulación del capital es eso, un fluir.

Pero, si todo fluye, nada fluye. O, dicho de otra forma, el movimiento de todo no es muy distinto del estancamiento de todo. Si todo se mueve todo está estancado. Es un cero. Ya no se trata tanto de que todo transite, porque todo transita desde la década de los 80 del siglo pasado, como de que todo acelere. Y nada, nada ha acelerado tanto como el capital. Hoy el capitalismo, empujado por un capital convertido en –y gestionado como– información, va a una velocidad de cojones. Y subiendo.

Tan rápido viaja y tanta es su aceleración que amenaza con emanciparse definitivamente de los otros dos medios de producción tradicionales, las materias primas y el trabajo. Si es que no ha superado ya ese umbral, dado que hoy para generar capital ya sólo hace falta capital. Nunca ha sido tan alto el peso de la especulación financiera –desde los mercados de futuros al high frequency trading– en la economía mundial.

Pero ellos no lo llaman especulación, claro. Lo llaman transformación digital, que no es sino la capacidad de transformar la información en el mayor activo del balance corporativo. En el único activo del balance corporativo. O, mejor dicho, transformar las corporaciones para que su mayor activo, su único activo sea la información. Frente a la aceleración del capital todo lo demás es pasivo. Y como tal es prescindible. Lastra. Frena. Las nóminas, los bienes inmobiliarios o los equipos y maquinarias son considerados liability en cualquier P&L. Y hay que deshacerse de ellos.

De ahí las ETT, los bancos vendiendo todas sus posesiones inmobiliarias para alquilaras segundos después o las cadenas interminables de subcontratas…

De ahí la automatización del trabajo, la externalización de servicios y las llamadas IA tomando el control de la corporación –o con parte de ella, como ha sucedido en la consultora (ahora no recuerdo el nombre de la consultora, mañana lo pongo), que los mandos intermedios han sido sustituidos por una inteligencia artificial.

Todo lo que es pasivo desacelera. Salvo la marca y el pipeline de clientes lo demás es pasivo. ¡Si hay empresas de las que no queda otra cosa que el departamento demarketing y el call center! Tan optimizadas están. El capital intelectual, aquel despojo heredado de los tiempos de la artesanía, es un recurso que muchas veces no es necesario para la operación. Y el resto de recursos, incluidos los humanos, son pasivos. Frenan. Y frenar mata. O, al menos, mata la generación. Y, muerta la generación muertos nosotros. O, mejor dicho, muertas las corporaciones.

Como curiosidad –y un tanto al margen, aunque no tan al margen–, es debido a esta negación del valor neutro del número cero que el balance no se entiende como algo equilibrado. Como algo balanceado, que por mucho que oscile tiende al equilibrio. De hecho, es esa paradoja lo es lo que nos condena al crecimiento económico infinito. Al menos mientras la economía del decrecimiento no sea capaz de dibujar un modelo productivo que no identifique tránsito y movimiento con generación. Aquí no hay péndulo, nada bascula, aquí todo se mueve en una y única dirección.

Un colofón: La economía colaborativa.
¿Y qué tiene que ver todo esto con nosotros? Aquí entra eso que llamamos «economía colaborativa». Que no es mucho más que la conversión del pasivo en circulante. ¿Que tengo una vivienda que podría rentar los fines de semana? Estoy perdiendo oportunidades. ¿Que tengo un coche que no circula más que dos horas al día, mientras llevo y recojo del cole a la progenie? Estoy perdiendo oportunidades. ¿Que soy freelance –o desempleado– y no tengo todas mis horas productivas ocupadas? Estoy perdiendo oportunidades.

Y así con todo: perder oportunidades es acumular pasivo.

En realidad, cuando alguien usa AirBnB para alquilar su casa un fin de semana, cuando entra en Über para transportar pasajeros por su cuidad o se da de alta en Upwork para tener más trabajo –o para, simplemente, tener trabajo– está emulando a las corporaciones. Pero con las alas cortadas. Porque hay una diferencia fundamental entre la corporación y el sujeto: que este no puede contar con la información como su único activo —de hecho no puede contar con la información de ninguna forma para generar nada. Entre otras cosas porque el mercado de la información no es tal: es una plaza exclusiva de acceso restringido a unos pocos; mis datos no cotizan sino como parte de un acumulado al que no tengo acceso: como agente económico autónomo, que es como nos llamaba Becker y sobre la que se construyó la promesa neoliberal de la igualdad operativa de todos los agentes del mercado, deja de serlo en el elusivo mercado de datos. ¿Cómo voy a ser agente económico autónomo de ningún tipo si no puedo ni acudir al mercado? El capitalismo, reforzado por la capacidad de aceleración del capital, deja de ser un juego de suma 100 y vuelve al juego de suma 0. A los tiempos de Ricardo, que introdujo la idea de la extenuación como supervivencia.

Quizá sea el momento de volver a la imagen de la rata corriendo su rueda a cambio de comida…

Así que si quiero seguir el ritmo acelerado del capital, que es el que marca el ritmo de la economía global, y no puedo acceder al mercado de la información, sólo me queda una estrategia: procurar maximizar el rendimiento de mi pasivo mediante su conversión en circulante. Y, para ello, aprovecho las migajas –puesto que migajas es lo que me queda una vez excluido del mercado de la información– de esa llamada transformación digital, pero esta vez aplicada a los individuos.

¡Bienvenido a la economía colaborativa!

Y, desde ese momento, como la rata que no para de hacer girar su rueda, mi vida se centra en maximizar el rendimiento del pasivo-circulante. Ya no es trabajo, es maximización. Que un conductor de Über –me acabo de bajar de uno y se lo he preguntado– trabaje 15 horas diarias de media y sin un contrato que defina claramente las condiciones laborales no es explotación. Porque es él quien está explotando su pasivo. Él es el explotador, faltaría más. Para chulo su pirulo. Que sea un explotador derivado de una tendencia económica iniciada hace casi seis siglos es irrelevante. Él es el explotador, ¿acaso no va al volante y puede decidir cuándo descansa y cuando no descansa? El caso es, y esto es revelador, cuando al explotador le es permitido elegir su descanso, elige no descansar. Por algo será. Quizá no lo sea tanto.

¿Cómo soportamos esa máscara ideológica ideología entendida como la entendía Marx?

Con esta misma pregunta hemos hecho un estudio entre usuarios de las plataformas de economía colaborativa de próxima publicación. Y, para resumir, la respuesta es clara: mediante la construcción de vínculos afectivos. Con la plataforma, con los clientes que alquilan el piso el fin de semana o son transportados en coche de un extremo a otro de la ciudad, con quien haga falta, con tal de no declararse explotados. Porque no se sienten explotados. De hecho, ni siquiera son conscientes de que estén realizando un trabajo. Cuando hablan de las tareas que exige alquilar el piso o mantener el coche según los estándares de la corporación que les proporciona clientes, ninguno lo describe como trabajo. Y, por tanto, ninguno lo califica de trabajo. Lo hacen porque es «bueno compartir». Aunque algunos saben que no comparten nada, ya que reciben una contraprestación económica por sus servicios, todos justifican las horas invertidas no en términos económicos (beneficios, rendimientos, dinero, lo que sea) sino en términos emocionales. Explotar sus casas, el coche en el que llevan a sus hijos o sus horas de ocio mediante una plataforma de economía colaborativa no se entiende como una forma de explotación de su intimidad –el pasivo siempre estuvo más cerca de la intimidad– y, por tanto, no se considera capitalismo emocional –la intimidad convertida en circulante.

Así se explica –una forma más– el auge de esa explotación de la intimidad que son el porno amateur o los reality shows. Nadies haciéndose ricos a base de mostrar su intimidad. Y, al mismo tiempo, así se explica que plataformas como Google o Facebook se hayan hecho tremendamente ricas explotando la intimidad de muchos. Muchos nadies que no tienen acceso al mercado para en el que se explota la información de sus intimidades.

Y, lo más flipante, es que los usuarios de AirBnB, Über o Upwork entienden ese capitalismo emocional entienden como anti-capitalismo. ¿Ha triunfado o no la ideología? ¿Tenía o no tenía razón Marx? La rata es feliz corriendo, total, si es lo que más le gusta hacer.

Un corolario: ¿Es este el fin del trabajo?
Ahora todo el mundo habla del fin del trabajo. El fin del trabajo asalariado, deberían aclarar. Porque bien podría ser que en un futuro automatizado, en el que la carestía del trabajo no fuera una situación coyuntural y sí estructural, el único recurso posible para la supervivencia fuera la continua y continuada conversión del pasivo en circulante y su maximización. De ser así, qué diferencia habría con la rata, que gira que gira su rueda sin parar, a cambio de comida. Como la rata, perseguiríamos algo que no va a llegar, la consolidación del circulante es una tautología, y la única salida sería seguir corriendo en la rueda del circulante. Esa, o morir extenuados. También como la rata.

Post scriptum:
¿Y sí bajamos paulatinamente la ración de comida del ratón? ¿Correrá cada vez más? Al final, eso es lo que han descubierto los economistas: dado un nivel de riqueza suficiente, nada como bajar el nivel de vida para acelerar la economía. «Estimular la economía» lo llaman. Agitarla, vamos. Un meneíto y a ver si se pone en marcha…

¡Y que todo siga girando!

Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/blogs/consumidos/la-revolucion-del-circulante-o-hablan-cuando-hablan-economia-colaborativa.html

Imagen: 

https://images-na.ssl-images-amazon.com/images/I/41NgjpPpZbL._AC_UL320_SR278,320_.jpg

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Desmontando la economía colaborativa

Verdades y mentiras de la economía colaborativa

Isabel Benítez

El Salmón Contracorriente

Mucho se dice en la calle sobre esta otra forma de hacer economía. El espectro de creencias generalizadas va desde las acusaciones de ‘farsa’ e ‘ilegal’ hasta la fe ciega en sus posibilidades para salvarnos de la crisis. ¿Es que alguien tiene la razón?

Uno de los principales inconvenientes de hacerse famoso es que se está más expuesto a las críticas. Le pasa a las personas y, en general, a cualquier ente, objeto, fenómeno o pensamiento que quede iluminado por los focos de los medios de difusión. Entonces surgen las venturas y desventuras, las escaladas astronómicas al Olimpo de los dioses y las caídas (cuesta abajo y sin frenos) al Averno. La ya popular economía colaborativa no podía ser menos. Pero ¿qué hay de cierto en los rumores y leyendas que existen sobre ella? Hoy, desmontamos (o no) algunos de los mitos de la economía colaborativa.

“Esto es cosa de 4 hippies…”

… “de grupúsculos de dudosa moral”, de “bohemios de la vida”. Cualquier otra persona sería incapaz de dormir en el sofá de un desconocido, regalar dinero a un joven emprendedor o usar monedas con nombres tan raros como puma o boniato –¡con lo bien que nos va con el euro!

Es una minoría, desde luego, que, paradójicamente, se cuenta por millones, si nos fijamos en el número de personas involucradas en las distintas formas de economía colaborativa en nuestro país. Sirve de ejemplo el primer estudio sobre consumo colaborativo realizado por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) que asegura que el 74% de los encuestados dice haber participado en iniciativas de este tipo. Como este, hay otros informes del sector. Así que, o vivimos en un país de ‘perroflautas’, o esto está más generalizado de lo que nos cuentan.

“Es una moda pasajera”

También; aunque todo depende de la óptica desde la que se mire.

Siguiendo con el ejemplo del consumo colaborativo, podemos decir sin excedernos que lo único novedoso es el nombre, ya que el trueque, los intercambios y los préstamos entre particulares han existido durante siglos. Pero es que otros fenómenos englobados por el moderno paraguas colaborativo, como el software libre o el conocimiento abierto, se gestaron en los años 70 del siglo pasado ­–vamos, que hace tiempo que alcanzaron la mayoría de edad.

Referirnos a la economía colaborativa como una moda también nos hace pensar en su caducidad. ¿Dejará de ser ‘molona’ de aquí a unos años? Yo aún no he terminado mi curso online de interpretación de bolas de cristal, pero hay quienes estiman que en 2025 la economía colaborativa alcanzará un mercado global de más de 300.000 millones de euros. El tiempo dirá.

“Es peligroso”

Por desgracia, siempre hay quien se aprovecha de este tipo de situaciones. Nos llegan noticias sobre usuarios que se sintieron engañados y, en los peores casos, crónicas de sucesos sobre personas agredidas o mal tratadas cuando intentaban hospedarse en casas de particulares. Sin embargo, los incidentes siguen siendo “escasos y no de excesiva gravedad”. Así lo confirma el mismo estudio de la OCU que dice que “la satisfacción con el consumo colaborativo que indican quienes lo han probado es elevada, con notas medias por encima del 8 sobre 10”.

Mientras, mejoran los sistemas de reputación –incluso nacen herramientas especializadas como Traity– y las aseguradoras firman acuerdos con las plataformas para ofrecer garantías a los usuarios sin coste adicional. Por no hablar de lo útil que suele ser emplear el sentido común.

“Es ilegal”

¡Llegamos al quid de la cuestión! El tema que más gusta y del que más sabemos y hablamos en entre tapas. No en vano, esta y otras lindezas –“economía sumergida”, “competencia desleal”– son las que han conseguido más titulares.

La acusación tiene su lógica dado que muchas de estas prácticas entran en conflicto con la regulación de determinados sectores o surgen aprovechando lagunas legales. Mas me gusta pensar que si quisieran ser ‘ilegales’ operarían en la sombra y no se dedicarían a anunciarse por televisión.

Por otro lado, quedarse en esa afirmación, pierde de vista el trabajo que se está haciendo para regular este tipo de actividades e incluso los esfuerzos del sector por poner un poco de orden en su propia actividad, como el código de buenas prácticas de Sharing España o la labor de OuiShare.

“Un lobo con piel de cordero”

O lo que es lo mismo: un puñado de gigantes, unicornios y otros seres fantásticos –de la talla del B&B más famoso del mundo– que se enriquecen a costa del ciudadano-productor de valor y de mancillar el concepto colaboración.

Por supuesto, están ahí. Negar su existencia no es ni posible ni recomendable –de hecho, de no ser por ellos, ustedes y yo no estaríamos teniendo esta conversación­–; sin embargo, de ahí a que ellos sean ‘LA’ economía colaborativa hay un trecho. Su presencia no implica que no haya matices y variaciones de un fenómeno que…

“¡… ha venido a salvarnos!”

(Aquí bien podría ir el emoticono con cara de bochorno y la gotita en la frente.)

Eh…, a ver…, no exactamente o, al menos, no de un día para otro.

La aspiración de crear una sociedad colaborativa que empodere a las personas es ambiciosa, pero va a hacer falta que trabajemos un poquito más para salir de las crisis mundiales en las que nos hemos metido nosotros solitos. In medio stat virtus.

Dicho esto, ser fieles a los principios de la colaboración y la cooperación permite crear plataformas con verdadero potencial de cambio. Ya existen proyectos colaborativos que tienen entre sus motivaciones trabajar por el bien común, proteger el medio ambiente, promover el consumo responsable… Es decir, iniciativas colaborativas en el sentido más estricto de la palabra, algo que, por cierto –y aquí enlazo con el último punto–, no significa ‘hacer obras de caridad’.

Y es que “No es colaborativo porque es lucrativo”

Sin embargo, la economía colaborativa necesita ser económicamente viable –los hippies y sus familias también comen­. Por eso, ¿qué pasaría si, en vez de demonizar el dinero, cambiáramos su propósito y lo destináramos desde el principio a garantizar la sostenibilidad del proyecto y reinvertirlo (o repartirlo) en la comunidad?

Es el otro gran debate; uno que, por cierto, afecta por igual a todo lo que huele a economía social y solidaria, cooperativa o del bien común, y que nos invita a pensar en la creciente mercantilización de nuestras vidas. Aunque de eso, si les parece, hablamos en otra ocasión.

Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Verdades-y-mentiras-de-la-economia

Fuente de la imagen: http://www.ricardpons.com/wp-content/uploads/ECONOMIA-COLABORATIVA-1.jpg

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