Contra la Educación Kosher (o Halal)

Sin educación estamos en un peligro horrible y mortal de tomar en serio a la gente poco educada.G. K. CHESTERTON

Soy profesor, además de padre, y en ambos casos de adolescentes. Convivo, pues, diariamente y casi sin escapatoria posible con una forma de hacer o modo de formar (por tanto casi una “poética”…) de lo que yo llamo, a falta de mejor término, “la dictadura kosher” de la educación progresista.

Es sabido que kosher es la comida que la religión judía considera apta o pura, frente a la prohibida o impura, en estricto paralelismo con la alimentación halal del mundo musulmán. Ser kosher o halal en educación, sea de los hijos de uno o de los alumnos de todos, es decir del Estado (y el Estado debe justamente inculcar aquello que los padres desconocen o confunden), consiste en aplicar a rajatabla los mandamientos de la buena conciencia del adulto de más de treinta años a esos tarambanas “zangoloteens” que tenemos a nuestro cargo.

“Eso no se hace, niño, porque es impuro, no-kosher”. A ellos les suena así, aunque tú, con la mejor intención, utilices locuciones como “porque es maleducado”, “insolidario”, “machista”, “poco nutritivo”, “abusador”, “reaccionario” (esto van a tardar mucho más en captarlo, pero está al trasfondo de la interdicción y da razón de lo demás), o “violento”. Seguro que es cierto, pero los chavales no lo terminan de entender. No lo entienden porque es abstracto, pero sobre todo porque desde su punto de vista es cháchara de adulto. Casi todos los chaval@s manejan igual de bien que nosotros los binomios de educado/maleducado o machista/igualitario, pongamos por caso, lo que pasa es que no lo han experimentado a fondo aún, de manera que poseen la semántica antes que la experiencia, y en esta vida hay que tratar de experimentar mucho e inferir poco, a diferencia de una Inteligencia Artificial.

Yo insisto mucho a mis hijos para que saluden a la señora de la limpieza y al conductor de autobús, y efectivamente se quedan con ello, se quedan con que no son muebles, que son personas que trabajan y casi siempre a disgusto, pero como nunca han estado realmente engranados en la maquinaria cotidiana en un trabajo monótono y servil tampoco llegan hasta el intríngulis de la cuestión, es decir: se debe tratar al chico o chica de la limpieza como una persona no sólo porque evidentemente lo sean, sino ante todo porque en ese momento puede que ella o él no se estén sintiendo demasiado como tales… (Como dos mujeres que hace dos o tres cursos entraban casi en cada clase a limpiar pupitres por lo de la COVID, obligaba yo a que todos saludaran y se despidieran de ellas, y además las metía en lo que estuviéramos hablando, y no creáis, que opinaban lo suyo).

El kosher es real, edificante y necesario, pero no funciona a esas edades, es lo que venía a decir. Ellos lo tienen asimilado, pero no comprendido. Una vez mi hijo pequeño y un amigo se dieron unas patadas, y aluciné escuchando como tanto la madre del segundo como otros dos amigos adultos les regañaban suavemente alegando que en el momento en que te pones agresivo, has perdido la discusión y has quedado como un subhumano. Los pobres le miraban como quien ve a tres marcianos, y es lo que eran. Naturalmente, si te pegan pegas, o en el futuro te pegaran dos, tres, e indefinidas veces, por pusilánime. Pero una lección sí aprendieron o interiorizaron, que no fue otra que resulta que defenderse también es impuro, no-kosher. O sea, mejor hacerlo a escondidas y sólo con los coleguitas si viene al caso. Un desastre de lección, tal como yo lo veo, la lección de tener en adelante y siempre que se pueda dos caras (es inevitable, por otra parte, que a partir de cierta edad nuestros reemplazos comiencen a engañarnos, por eso debe minimizarse al máximo, valga el oxímoron). Y además mentira, porque a la hora de la verdad los adultos hablan fatal unos de otros, fuman porros, comen chuletones y se pegan en un semáforo por un incidente de tráfico, por no hablar de la prostitución, las guerras, etc.

En fin, dejo ya este ejercicio impopular de tratar de torcer un tanto los designios de los que al fin y al cabo son mis compañeros ideológicos. Sólo decir que yo no lo hago y me va bien. Nadie me toma el pelo y todos me cuentan sus cosas, alumnos e hijos, por el momento, quizá porque saben que si juzgo o dejo de juzgar no lo voy a hacer en nombre del kosher o no-kosher, sino de su interés más noble o arrastrado, o porque “yo no lo haría, pero tú verás…”. Veo las guarrerías o bobadas que me ponen en sus móviles, me importa poco que digan tacos con tal de que hablemos y desde luego me la refanfinfla que coman chicle en clase o lleven una gorra puesta, a no ser que lo hagan con intención de desafío o que por otro motivo me enfaden. Si me enfado, porque han ido contra otro o contra mí con franca mala baba, entonces se acabaron los privilegios y se va a hacer justicia a muerte, a lo Juez Dredd –“Yo soy la Ley”… Pero hasta en eso creo que deben entender que no es por un criterio abstracto, válido para mí y mi pandilla de coetáneos cincuentones, sino por motivos estrictamente personales que a ellos también les afectarían. No del estilo “me disgusta mucho que hagas eso”, que es chantaje emocional, sino, frontalmente, “eso no me lo vuelves a hacer o te crujo”, así de fácil (mis momentos peores en clase son cuando les expulso con las peores palabras posibles, las peores, o les digo que si recuerdan que soy el tío que les pone las notas y que a mí me van a pagar igualmente; no suele ocurrir). Más adelante ya entenderán que las normas que ya conocen tienen un fundamento sólido, de modo que por ejemplo comer en un Burger es comer basura, efectivamente, pero ahora no, ahora les dices que eso es no-kosher y sienten que les estás engañando, porque está riquísimo y no les engorda.

En general, siempre es una pésima idea creer que se puede deslindar claramente entre lo puro y lo impuro, y reglamentar pedagogía, política y religión a partir de ello. Las dictaduras en nombre del Bien son tan cruentas o más que las dictaduras en nombre del Mal, por emplear un lenguaje infantil. Pero es que además vivimos una tesitura global que deja pequeña la “gran transformación” a la que se refería Karl Polanyi.

Educar a los niños en hábitos que a sus propios padres y docentes les ha costado décadas adquirir hasta pudiera parecer conservador. Un mundo radicalmente nuevo requiere de una plasticidad que los adolescentes de hoy están aprendiendo a adquirir, al margen de nuestros buenos o malos consejos al respecto. No parece, ciertamente, que el funcionamiento del futuro inmediato vaya a ser cosa de kosher y cantar.

Fuente de la información e imagen:  https://dialektika.org

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Educación progresista versus educación conservadora

Por: Francisco Imbernón

La educación es hablar de todo, ver diferentes posturas y maneras de entender el mundo. La educación en las escuelas supone transmitir información sobre lo que pasa en la sociedad y no introducir valores discriminatorios.

Durante los últimos años, con los gobiernos que hemos tenido, se ha desarrollado una educación conservadora -algunos dirían moderada-, que ha dejado a la escuela y al profesorado muy dañados. Con la deriva de votos hacia políticas ultraconservadoras y reaccionarias, predominantemente en algunas autonomías, estamos viendo que las políticas conservadoras se radicalizan y empieza una peligrosa regresión en la educación.

Soy consciente de que las denominaciones «progresista» y «conservadora» pueden ser ambiguas, confusas y, sus fronteras, difuminadas y no únicamente se identifican con partidos políticos. Pero hay una diferencia clara: cómo piensan el futuro de la sociedad. Por eso las propuestas sobre la educación son fundamentales.Las diferencias entre políticas educativas progresistas y conservadoras son evidentes, a pesar de algunos partidos que dicen ser progresistas pero en cuyo trasfondo hay una ideología conservadora.

En general, las políticas progresistas se caracterizan, desde hace más de un siglo, por la lucha por una nueva escuela. Confían más en el profesorado, en el desarrollo y la menor intervención del currículum, en una escuela pública y laica donde la participación es fundamental y con una defensa de la igualdad, la libertad, la democracia y la justicia, buscando el progreso y bienestar social mayoritario. Palabra fundamentales son el cambio constante y los derechos colectivos. Y en algunas tendencias, más allá del progresismo más cauto, aparece la emancipación de los seres humanos.

Las políticas conservadoras y, ahora, las ultraconservadoras, no confían en el profesorado. Un ejemplo lo encontramos, desde hace años, en la eliminación de los centros de profesorado o similares. Para ellas, son centros de adoctrinamiento mediante la formación (“adoctrinamiento”, palabra mágica de estas políticas). Además, les horroriza la descentralización; el centralismo es una de sus defensas. También tienen un gran rechazo al cambio y luchan por la aplicación de la moral religiosa, los valores tradicionales y familiares sin intromisión del Estado (se entiende así el mal denominado “pin parental”) amparándose en una determinada concepción de la libertad personal. Y, por supuesto, el orden y el control son elementos fundamentales en su forma de pensar la realidad social.

Al actual ultraconservadurismo educativo le desagrada que se enseñen aspectos de la vida cotidiana con el argumento de las libertades individuales que, para ellos, nunca han estar vinculadas con la cuestión social. No quieren que se traten temas como el aborto, la diversidad sexual, la droga, las pedagogías liberadoras (no es extraño, aunque sí vergonzoso, que Freire sea injuriado ahora por las políticas del actual gobierno ultraconservador brasileño) y, ven las desigualdades sociales y la segregación escolar como algo inevitable de la condición humana, puesto que algunos alumnos están predestinados y no se puede hacer nada (hay elegidos y hay débiles).

John Dewey decía que si enseñamos como se enseñaba antes robamos el futuro de los niños y adolescentes y que esto no tendríamos que permitirlo. Esto lo decía en los años 50 del siglo XX y ahora tenemos que recuperarlo con fuerza. No podemos permitirnos ir hacia atrás como los cangrejos. Ha costado mucho llegar hasta aquí para que ahora unas corrosivas políticas ultraconservadoras nos devuelvan al pasado. La educación progresista tiene que reaccionar defendiendo los valores de una educación democrática que nos lleve hacia la eliminación de las diferencias sociales y educativas, para formar ciudadanos libres, responsables de sus propias vidas y que participen, directa o indirectamente, en la toma de decisiones que les afectan.

La educación es hablar de todo, ver diferentes posturas y maneras de entender el mundo. La educación en las escuelas supone transmitir información sobre lo que pasa en la sociedad y no introducir valores discriminatorios.

No podemos permitir que las políticas ultraconservadoras nos arrastren hacia una educación discriminatoria, ataquen la autonomía docente y de las escuelas. El denominado “pin parental” puede ser el principio de estas políticas y no podemos estar quietos, mudos ni inmóviles ante esos retrocesos.

Fuente:  https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2020/02/05/educacion-progresista-versus-educacion-conservadora/

Imagen: https://pixabay.com/photos/kids-girl-pencil-drawing-notebook-1093758/

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