Coral Herrera Gómez
9 de abril de 2016
¿Qué quiere conseguir el victimista dando pena? Que te sientas culpable, que te hagas responsable de su bienestar o su felicidad. Que no te vayas, que te enamores de él, que no te desenamores, que le hagas más caso, que le dediques más tiempo, que no termines la relación….
Las víctimas románticas parecen muy sensibles y bondadosas, pero pueden llegar a ser muy violentas. Pasan del amor al odio en un segundo: mendigan amor, si no lo obtienen, exigen amor, y si no logran su objetivo, tienen otra causa por la que luchar: destrozar psicológica y emocionalmente al culpable de sus desgracias. En las guerras románticas utilizan todo tipo de estrategias: reproches, humillaciones, acusaciones, insultos, pero sus mejores armas son el chantaje y la amenaza.
Algunos de los chantajes más comunes son: «Estoy triste porque no me amas», «Sin ti no soy nada», «Mi felicidad depende de ti», «Quiero que me hagas caso, mi vida no tiene sentido sin tu amor», «Necesito que te ocupes de mí», «Tú eres responsable de mi tristeza», «Tú eres el culpable de todos mis males», «Llevo varios días sin comer y sin dormir por tu culpa», «Me come la angustia porque necesito verte» «No puedo vivir sin ti»…
Si los chantajes no funcionan, empiezan las amenazas: «Si me dejas, nadie más te amará como yo te amo/te quedarás solo para siempre/nunca más verás a tus hijos/te voy a arruinar económicamente/te vas a quedar sin amigos/me voy a quedar con todo lo que tienes/te voy a destrozar la vida».
La peor amenaza de todas es: «Si me abandonas, me mato». Y es una amenaza real: todos los años se suicida gente en todos los países dejando cartas en las que explican que lo hacen «por amor», o más bien, por desamor. Y muchos y muchas, culpabilizan directamente a sus parejas, a sus ex parejas, o a gente de la que se habían enamorado y nunca les había correspondido.
Los victimistas que se suicidan hacen responsables al otro de un acto violento que cometen ellos. Nunca asumen sus errores: la clave de su violencia está siempre en los demás, por eso antes de actuar, siempre amenazan: «Si me suicido, nunca podrás perdonarte a ti mismo/ nunca me olvidarás/ te arrepentirás toda la vida/ te sentirás culpable hasta el día de tu muerte/en tu conciencia quedará para siempre».
También están los que en lugar de suicidarse, prefieren asesinar a quienes dicen amar. Esto es muy común en los juicios por feminicidios, en los que los asesinos de mujeres siempre echan la culpa de su violencia a la asesinada: «ella me abandonó, ella se fue con otro, ella me hizo daño, ella me volvió loco…» En nuestra cultura patriarcal, las únicas culpables de la violencia que reciben son las mujeres, que «algo habrán hecho». Por eso cuando se cometen violaciones se sospecha que la culpa es nuestra por caminar solas por la calle a altas horas de la noche, o por vestir de tal o cual modo.
Para que las víctimas románticas parezcan «los buenos», los otros tienen que ser «los malos». Siempre que hay una víctima, tiene que haber un culpable, y con esta lógica patriarcal de la dicotomía es como construyen su versión de la realidad. El objetivo final es siempre modificar la realidad que no les gusta: la víctima romántica no soporta que le digan que no, no acepta el rechazo, ni la ruptura, ni los finales.
Esto quiere decir que si no correspondes al romántico o la romántica, te conviertes en el malo o la mala. Los malos son todas aquellas personas que no te aman, o que han dejado de amarte, o aquellos que te están dejando de amar. También son malvados los infieles y los traidores, en definitiva, todos aquellos que te hacen daño y que tienen que pagarlo caro.
Bajo esta lógica, los malos son personas egoístas. insensible y crueles, y los buenos son personas sensibles, amorosas, bondadosas y muy vulnerables. Sin embargo, los buenos resultan ser muy soberbios, orgullosos, y muy vengativos: su máximo anhelo es castigar al objeto de su «amor», que de la noche a la mañana se ha convertido en el enemigo o la enemiga.
Muchos románticos victimistas se obsesionan con el castigo o la venganza, por eso hacen sus campañas para que el entorno de la pareja colabore en la tarea de hacerle sentir culpable: familia, amigos y amigas, vecinos y vecinas. Cuanta más gente se solidarice con el sufridor o la sufridora, mejor: de ahí que haya gente que se posicione a su favor y en contra del culpable que le rompió el corazón.
Si la mala o el malo se quieren separar, por ejemplo, se hablará de «abandono del hogar»: la víctima nunca reconoce la libertad de su cónyuge para irse, para quedarse, o para tomar sus propias decisiones. En este sentido, la víctima no admite realidades que no le beneficien.
La víctima romántica expone su tristeza para despertar la culpabilidad en el otro, y la compasión en los demás. Su tristeza romántica es conmovedora, porque se presenta como un ser frágil cuyo único objetivo en la vida es amar y ser amada. Siempre aparece cargada de razón ante la injusticia de la que es objeto, principalmente porque todo el mundo asume que el amor verdadero es para siempre, y que los contratos románticos son eternos y no pueden romperse. La tiranía de la víctima consiste en su falta de escrúpulos a la hora de vengarse o de obligar al otro a arrepentirse y rectificar.
Históricamente, la manipulación victimista es una estrategia que hemos adoptado más las mujeres que los hombres: las niñas aprendemos desde pequeñas a despertar la ternura de los demás, y sabemos que llorando podemos lograr todo lo que nos proponemos. Los adultos no soportan vernos llorar y acceden a nuestros caprichos con tal de borrarnos la tristeza del rostro: por eso de mayores seguimos haciendo lo mismo.
En casi todas las películas, los dibujos animados, las series de televisión, las mujeres lloran y lloran. Si las llevas la contraria, lloran; si les privas de algo que desean mucho, lloran. Llorar y sufrir son demostraciones de feminidad: en nuestra cultura, una mujer de verdad es aquella que se emociona hasta las lágrimas con todo lo relacionado con el amor, la maternidad, las flores y un montón de estupideces.
Las niñas aprenden pronto que si se muestran desvalidas, los hombres siempre reaccionan accediendo a tus deseos, porque se sienten responsables de su bienestar: ellos son los protectores, ellos son los conseguidores, ellos son los fuertes y los inteligentes, ellos son los guerreros. Nosotras somos las dulces, las emocionales, las muñequitas lindas que esperan y que piden cosas. Ellos son hombres de acción, son los caballeros que rescatan princesas.
A los niños les enseñan que los hombres son lo contrario a las mujeres. Los hombres no lloran, los hombres actúan, y la única forma de conseguir sus objetivos o de resolver sus conflictos es con violencia. Usando sus puños, un arco y flechas, una ametralladora, una pistola, un bazooka, un hacha, un martillo, una granada, un cazabombardero, un tanque, una escopeta, un machete… en todas las producciones culturales, los héroes utilizan la violencia para salvar a la Humanidad, para arreglar un problema, o para obtener un tesoro.
El macho violento y la niñata llorona, estos son los modelos de feminidad y masculinidad que nos venden. La feminidad consiste en ser una niña caprichosa, déspota, un poco tonta,egoísta, pero muy guapa. Los hombres se rinden ante sus encantos y se conmueven con sus lágrimas, por eso se juegan la vida para rescatarlas de su encierro, para salvarlas de las garras del dragón, o para sacarlas de la pobreza y la explotación.
Este modelo de feminidad basada en el victimismo romántico nos ha hecho mucho daño a las mujeres, porque nos hace creer que la única manera de conseguir lo que necesitamos o deseamos es haciendo chantaje emocional y amenazando a los demás. No sólo en el terreno amoroso, sino en cualquier circunstancia las mujeres utilizamos este arte de la manipulación: nos hacemos las pobrecitas desvalidas delante del policía que nos quiere multar por exceso de velocidad, del profesor que nos quiere suspender el examen de matemáticas, del jefe que nos quiere contratar para trabajar. Usamos el victimismo en multitud de ocasiones porque funciona en la mayor parte de los casos… excepto en el amor.
Aunque nos hagan creer lo contrario, no hay manera de obligar a nadie a que te ame si no te ama. Dando pena puedes conseguir que tu amado permanezca un tiempo más a tu lado, pero no puedes conseguir que al quedarse vuelva a enamorarse de ti. No hay forma humana de despertar el amor a través del victimismo: cuando alguien te da pena, es muy difícil sentir admiración, deseo o pasión por alguien.
Y sin embargo, en las películas nos siguen tratando de convencer que las mujeres que lloran siempre logran despertar la ternura en el amado. Por eso las princesas Disney siempre están solas y desamparadas: si se juntasen a otras mujeres para unir fuerzas, la existencia del príncipe azul no tendría sentido. Los príncipes azules necesitan mujeres frágiles sin iniciativa propia para salir de su situación: necesitan mujeres vírgenes, inocentes, sensibles y delicadas capaces de conmoverse con cualquier regalo que reciba de su príncipe.
Si, mujeres que como no tienen amigas, hermanas, tías, primas, madres ni vecinas, hablan con los animalitos del bosque y recogen flores mientras suspiran soñando con el Salvador. Y así es como las mujeres aprendemos pronto que nos querrán si explotamos nuestro papel de víctimas. Cenicienta era víctima de su madrastra y sus hermanastras, Blancanieves de la bruja malvada, La Bella Durmiente del hechizo que la durmió cien años, la Bella secuestrada por su propio Salvador, en fin, todas ellas mujeres que nunca pudieron salir de su situación hasta que a alguien le dio pena y fue a salvarlas.
Y de ahí viene todo lo demás: el cristianismo y el romanticismo ensalzan y mitifican a la mujer que sufre: la Virgen María sufre, la princesa encerrada en el Castillo sufre, la poetisa atormentada sufre… todas sufren por amor hacia un hombre, lo que las convierte en las heroínas de nuestra cultura.
Algunas de las heroínas se matan a si mismas para demostrarnos que su reino no es de este mundo. Las mujeres que no se adaptan a la cruda realidad sucumben a ella: las rebeldes, las inconformistas, las desobedientes… todas acaban mal, las de ficción y las de carne y hueso. Por eso la mayor parte de ellas se entregan a la autodestrucción (cuanto más drogadictas y alcohólicas, más sexys se sienten), o se suicidan: el patriarcado no tiene que acabar con ellas. se encargan ellas mismas de desaparecerse.
La lista de mujeres que sufren en nuestra cultura es interminable: Virginia Woolf, Sylvia Plath, Marilyn Monroe, Frida Kahlo, Alfonsina Storni, Janis Joplin, Amy Whinehouse… y también son muchos los personajes de ficción que se automutilan, se autodestruyen o se suicidan: Ana Karenina, Emma Bovary…
El suicidio femenino es romántico y lo idealizamos porque creemos que eso nos hace eternas, especiales, divinas. Y son muchas las adolescentes que imitan a estas estrellas para vengarse de su entorno: se quitan la vida para reprochar a sus seres queridos que no han recibido el amor o la comprensión que necesitaban, pero también para castigar a sus seres queridos.
Para acabar con tanto victimismo y tanta violencia contra nosotras mismas, tenemos que dejar de idealizar la autodestrucción de las mujeres, eliminar las luchas de poder en el amor, desmitificar la violencia romántica, empoderarnos todas y reivindicar la figura de mujeres felices, alegres, combativas y exitosas: mucho mejor Madonna que la Whinehouse. porque la primera está viva, y la segunda, no.
Tenemos que derribar estos mitos románticos que legitiman la violencia romántica y construir otro tipo de heroínas que logran sus objetivos gracias a sus habilidades, su fortaleza, su inteligencia, su empatía, su capacidad para solidarizarse y para trabajar con otras mujeres. Protagonistas que aman como adultas, que se responsabilizan de sus sentimientos y emociones, capaces de construir relaciones amorosas sin depender de nadie, desde la libertad y la autonomía personal.
Si, necesitamos otros modelos de feminidad en nuestra cultura: mujeres alegres, valientes, activas, sensibles y amorosas que sean capaces de juntarse y de separarse sin dramas y sin guerras románticas. Otros cuentos, otros finales felices y otras formas de querernos son posibles…
Coral Herrera Gómez