Entrevista/13 de septiembre de 2016/Fuente: el mundo
Con la educadora María Montessori como referente, la investigadora Catherine L’Ecuyer se ha propuesto «educar en el asombro» a las próximas generaciones. Esta canadiense afincada en Barcelona propone algo que, a priori, parece sencillo: que los niños aprendan de la naturaleza, descubran por sí mismos y desarrollen sus capacidades innatas. Sin embargo, en la época de las tablets, las jornadas a tiempo completo de los padres y los deberes (que algunos califican de excesivos) lo aparentemente sencillo se ha vuelto una quimera.
Para conseguirlo, L’Ecuyer propone dinamitar algunas de las corrientes pedagógicas que han surgido en los últimos años, como la «educación basada en la neurociencia». La autora de los libros ‘Educar en el asombro’ y ‘Educar en la realidad’ participará en la séptima edición de Mentes Brillantes organizada por El Ser Creativo los días 13 y 14 de octubre en Madrid. Hablamos con ella sobre cómo educar.
- ¿Qué es lo último que ha descubierto en materia educativa?
- Que los niños aprenden a través del asombro. Pero no me atrevería a decir que es «lo último», porque los griegos ya hablaban de la importancia del asombro hace miles de años. Gaudí decía que lo original es volver a los orígenes, a lo de siempre. La educación en el asombro consiste en respetar al asombro, que es motor del aprendizaje del niño y que Tomás de Aquino llamaba «el deseo de conocer».
- ¿Una sobrestimulación puede perjudicar a nuestro hijo?
- No hay que plantear el asunto únicamente en términos de intensidad. Es un cambio total de paradigma. El paradigma de la estimulación temprana es que el niño es una ente pasivo, un cubo vacío inamovible al que vamos echando conocimientos. Lo único que entra es lo que le echamos en el cubo. Por lo tanto, habría que bombardear al niño con información al máximo para «estimular» sus aprendizajes. Esa visión del niño, del alumno, no responde a la realidad del ser humano, ni a los últimos hallazgos en neurociencia. El movimiento de desarrolla, no se estimula. Y lo que asombra es la realidad. La realidad se descubre, no se inculca ni se construye. La culpa por el paradigma equivocado de la estimulación temprana viene en parte de los neuromitos…
- ¿Los neuromitos?
- Sí, malas interpretaciones de la literatura neurocientífica aplicadas a la educación. En los colegios lo llaman «educación basada en la neurociencia». Se vende como «lo último», pero es un error que está denunciado en varias revistas académicas de primer nivel. Los neuromitos han hecho mucho daño a los niños y han creado expectativas exageradas en los padres. No me canso de repetirlo, hemos de relajarnos, los padres no somos animadores de ludoteca.
- ¿Ejemplos de neuromitos?
- «Más y antes es mejor», «el mito de los 3 primeros años», «el niño tiene una inteligencia infinita», «solo usa el 10% de su cerebro», etc. Todo eso son neuromitos que justifican que nuestros hijos tengan deberes en el parvulario, aprendan a leer y a escribir desde los 2 años, se pasen todo el verano rellenando cuadernos, se escolaricen cuanto antes, se pasen todos los días de la semana en extraescolares y tengan una agenda que se parece a la de un pequeño ejecutivo estresado. La infancia es la edad del juego, de la imaginación, una etapa que es necesaria para el buen desarrollo de las funciones ejecutivas que son claves para el ulterior rendimiento académico. Pero no podemos empezar la casa por el tejado.
- ¿Esta educación del asombro que usted propone significa también limitar el uso de juguetes o su sofisticación?
- Es el niño que se ha de poner en marcha a través del juego, no el juego a través del niño. En los juegos con pilas y botones, los niños son más pasivos, el locus de control (lugar desde el cual se controla la actuación) es externo, no interno. Los niños nacen como pequeños emprendedores. No chafemos esas cualidades con juegos que adormecen su deseo de conocer.
- ¿Cuáles son para usted los juguetes ideales de 0 a 3 años?
- Los padres, sin duda. Los niños aprenden a través de las relaciones humanas, desde la mirada de sus padres desarrollan su sentido de identidad, su auto concepto. Por lo demás, necesitan cosas muy sencillas, objetos reciclados, para tocar, oler… Por ejemplo, no hace falta comprar mil cosas para que el cumpleaños de nuestros hijos sea mágico. La infancia ya de por sí es mágica.
- En España existe ahora un gran debate sobre si los profesores se exceden en mandar deberes a los niños a casa, ¿usted qué piensa de esto?
- Hay que matizar por edad. En infantil, nunca debería haber deberes. En primaria y en secundaria no estoy en contra, pero la cantidad debe ser razonable, adecuada para la edad y nunca han de requerir explicaciones de los padres. En ese sentido, los largos horarios laborales de los padres complican muchísimo el asunto de los deberes en España. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que el poco tiempo que quede para la vida familiar se emplee diariamente en acabar los deberes a las 9 de la noche? Conozco a muchas familias que se traen los deberes a la cena o que han de acortar las horas necesarias de sueño para ello. Los niños se van a dormir con tensión y ansiedad y la vida familiar se convierte en un peso. Ojalá los centros sean conscientes de que un volumen excesivo de deberes puede amargar la vida de las familias. En cualquier caso, mi experiencia es que los centros que abusan con los deberes son los mismos que luego no tiene reparo en poner películas comerciales a los alumnos en horas lectivas. Eso es un desorden, un mal uso del tiempo; me sorprende que los inspectores no tengan más mano dura con ese tema. El colegio no es un lugar para ver películas comerciales.
- Es cierto que los padres trabajadores desarrollan ‘cierto sentimiento de culpabilidad’ por no poder pasar mucho tiempo con sus hijos, ¿usted qué opina? ¿qué consejo les daría sobre como ‘maximizar’ el tiempo??
- La culpabilidad es un sentimiento que es inherente a la paternidad y diría que lo es especialmente a la maternidad. Y se ve aumentada por la expectativa equivocada que se ha proyectado en los medios de comunicación de «los padres perfectos». No existen los padres perfectos, y si existen, son de mentira. Por otro lado, la culpabilidad puede ser buena, porque es signo de que queremos hacer las cosas mejor porque amamos a nuestros hijos con todas nuestras fuerzas. Pero la culpabilidad, si solo se queda en eso, no es buena porque «paraliza». Hay que pasar a la acción si se puede, y si no se puede, pues hay que hacer lo mejor que se puede y dejar las culpabilidades atrás. Los niños lo que quieren es disponibilidad, no necesariamente que estemos haciendo puzles con ellos, o que nos entrometemos en sus juegos. En ese sentido, es bueno que dejemos de tener como meta «hacer cosas con ellos» y que aprendamos a «descansar con ellos».
- ¿Cómo se puede compatibilizar esta teoría de educar en el asombro y la naturaleza con la realidad actual de los niños? Juegan menos, de forma más sedentaria, salen menos al exterior, etc.
- Pues haciendo lo contrario a lo que se lleva y sin complejos. Menos pantalla, menos consumismo, más productos de marca blanca, más naturaleza, más juego, más belleza, más silencio, más misterio… Por ir a contracorriente, no nos va a pasar nada. De hecho, haremos un buen servicio a nuestros hijos, porque cuando uno hace «lo que se lleva» por el mero hecho de que «se lleva», acaba perdiendo la mitad de su cerebro y de su alma, aunque solo fuera porque ya no actúa por sí mismo, sino por encargo de la sociedad y de las ideologías de turno que suplantan a su conciencia.
- ¿Qué opina de corrientes educativas como la Montessori o la Waldorf?
- Hay muchos puntos en común con la educación en el asombro. De hecho, la principal fuente de inspiración para todo lo que escribo es María Montessori, suscribo todo lo que dice ella. No conozco a nadie que haya tenido tanto entendimiento de lo que es un niño y que lo haya sabido plasmar en sus escritos con tanta sabiduría y delicadeza. Es muy necesario que se vuelvan a leer y difundir sus escritos. Es un verdadero genio. Pero no todos los centros Montessori son fieles en todo a lo que decía Montessori, el uso de su nombre no está controlado y bajo esa etiqueta podemos encontrar un poco de todo. He conocido a un centro Montessori que hacía estimulación temprana de Glenn Doman… Si Montessori estuviese viendo eso se enfadaría mucho. Ojalá estuviese en 2016 para escribir un libro sobre lo que opina de las nuevas corrientes educativas. Creo que dejaría a muchos de los que piensan estar en su línea con la boca abierta.
- ¿Y de la escuela tradicional? ¿Cree que está adaptada a las necesidades de un niño de hoy?
- La expresión «escuela tradicional» es un cajón de sastre. ¿Qué quiere decir eso? Muchos utilizan esa expresión para rechazar en bloque todo lo que se hace en los colegios y eso me parece una postura muy peligrosa, porque hay muchas cosas que siempre hemos hecho en la educación clásica que son buenas y necesarias. No se trata de tirar todo por la borda, sino de discernir lo que tiene valor y lo que no. Yo prefiero hablar del peligro de la educación conductista y mecanicista, la que concibe al niño como un ente pasivo y que tiene como principales ejes metodológicos la memorización mecánica, la repetición por la repetición y la jerarquía como única fuente de conocimiento. Eso no es educación, es adiestramiento de mentes para el déficit de pensamiento. Eso ha hecho y hace mucho daño en la educación, porque si el niño no es protagonista de su educación, no tiene interioridad o deseo de conocer, no puede vivir una existencia verdaderamente personal y no puede tener ese diálogo que toda persona debería tener con su alma.
- Por una parte, usted anima a que los niños exploren por sí mismos, pero por otro, también ve necesaria la imposición de límites. ¿Dónde está ese punto intermedio tan difícil de alcanzar?
- Puede parecer paradójico hablar de los límites y del esfuerzo como condiciones para la libertad de explorar, pero no lo es. Montessori resuelve la aparente paradoja con las siguientes palabras: «Dejar hacer lo que quiera al niño que no ha desarrollado su voluntad es traicionar el sentido de la libertad. Porque la libertad es, por el contrario, una consecuencia del desarrollo de la personalidad, conseguida mediante el esfuerzo y la experiencia personal.» Ahora bien, dentro de esos límites, que no han de ser tantos, el niño ha de poder moverse con soltura y libertad. Montessori hablaba del «entorno preparado», que es un entorno seguro y bello desde el cual el niño puede explorar libremente. El entorno lo ponemos nosotros los educadores, y ahí está la gran responsabilidad y la trascendencia de nuestro trabajo.
- Hablando de navegar en Internet, en la época de Google donde todas sus curiosidades están al alcance de su mano (en niños de 7 años o más)…, ¿cómo podemos gestionar esto? ¿Esa exploración del mundo real vale también para el mundo digital?
- No es lo mismo el asombro que la fascinación. Uno se asombra ante la belleza de la realidad. La realidad es lenta. La fascinación es otra cosa, uno puede quedar fascinado ante una imagen pornográfica, por ejemplo, o ante la velocidad de imágenes que no se armonizan con su orden interior. Lo que asombra es la belleza. Por eso hemos de hablar con nuestros hijo de belleza antes de que la industria de la belleza hable con ellos. ¿Cómo se hace eso? Educando en la belleza.
- ¿Hay belleza en Internet?
- Por supuesto. Pero ¿cuánta hay, dónde está y como reconocerla? Para navegar hay que poder responder a esas preguntas y dudo mucho que una mente inmadura pueda hacerlo. Es ingenuo pensar que navegar con seguridad consiste en poner filtros, todos sabemos que fallan. Además, cuando un niño de 7 años navega en Internet es como si estuviese bebiendo de una boca de incendio. No tiene la capacidad para poder filtrar la información relevante y la que no lo es. Los estudios dicen que los universitarios que hacen multitarea tecnológica son «enamorados de la irrelevancia», a nosotros también nos cuesta. ¿Cómo no le va a costar a un niño de 7 años? Las virtudes necesarias para navegar con seguridad (que son el único filtro fiable) se desarrollan en el mundo real, no en el mundo digital.