“No es que aprendamos haciendo. Aprendemos haciendo y reflexionando sobre lo que hemos hecho”, dijo el filósofo y pedagogo John Dewey a principios del siglo XX.
Aprendemos reflexionando, investigando, probando hipótesis, contrastando datos, volviendo a hacer, reflexionando de nuevo, investigando más. Aprendemos problematizando la realidad. Aprendemos haciéndonos preguntas y buscando respuestas. Aprendemos equivocándonos.
Aprendemos cuando tomamos conciencia de lo que estamos haciendo y nos organizamos para conseguir mejores resultados. Aprendemos si el contenido se nos presenta de una manera organizada, en relación con nuestras experiencias y aprendizajes previos. Si responde a nuestros intereses, necesidades o problemas. Aprendemos si estamos suficientemente motivados. Aprendemos si el aprendizaje es significativo, diría David Ausubel. O situado y atento al contexto, diría Lev Vygotsky.
Aprendemos “por la vida a través de la vida”, decía el conocido lema del belga Ovide Decroly
Aprendemos integrando saberes, vinculando conocimientos, mezclando contenidos, aunando disciplinas.
Aprendemos combinando la actividad individual y la colectiva para generar proyectos, sostuvo el francés Célestin Freinet. “Sólo se puede saber algo en continuidad con el saber de otros y solo se pueden llevar a cabo nuevas prácticas y descubrimientos en cooperación con el hacer de otros,” ha escrito recientemente la filósofa Marina Garcés.
“El principal objetivo de la educación es crear hombres capaces de hacer cosas nuevas y no simplemente de repetir lo que otras generaciones han hecho. Hombres que sean creativos, inventivos y descubridores”, sostenía por su parte Jean Piaget.
Aprender es crear. Crear es comprender afirmaron años después algunos de los herederos de Dewey y Piaget. “Estoy con Dewey, Montessori y Piaget cuando afirmaron que aprendemos haciendo y pensando sobre lo que hemos hecho“, escribió Seymour Papert en un interesante artículo titulado “Enseñar a los niños a pensar” (1980). El mismo Papert que, casi diez años antes, en 1972, había escrito junto con Cynthia Solomon 20 cosas para hacer con un ordenador (1972), en donde se quejaba de la timidez intelectual mostrada por la comunidad de los tecnólogos educativos incapaces de hacer algo distinto con los ordenadores de lo hecho en los últimos siglos.
¿Por qué no usamos los ordenadores para hacer algo?, se preguntaba Papert. Lo mismo que se preguntaba su colega en Xerox Park Alan Kay, quien también en 1972 había escrito el premonitorio artículo A personal computer for children of all ages, donde describía el Dynabook, una tablet avant la lettre antes incluso de que apareciesen los primeros ordenadores personales.
Con ese dispositivo Kay pretendía cambiar “la forma de educar. Ir más allá de la educación tradicional basada en la transmisión de datos y hechos para animar a los niños a observar el comportamiento del mundo real por ellos mismos. Hacer que profesores y padres vieran en éstos a seres que piensan y toman decisiones y no meros recipientes de información.“
La gran ventaja de los ordenadores personales, del Dynabook, sostenía Alan Kaye era su capacidad de promover un aprendizaje activo frente a metodologías más tradicionales y pasivas.
“No hay nada más importante en la sociedad de hoy en día que la capacidad de pensar y actuar creativamente”, decía recientemente en una entrevista Mitch Resnick (Lego Papert Professor of Learning Research en el MIT), discípulo a su vez de Papert y de Kay.
El aprendizaje es un proceso “activo y creador. Aprender es exactamente el cambio que se hace constructivamente cuando afrontamos una situación nueva,” escribió el que es considerado como el padre de la metodología de proyectos.
William Heard Kilpatrick, como su maestro Dewey, mantenía que la educación no es un proceso que sirva de preparación para la vida futura, sino que es la vida misma, por lo que el aprendizaje, igual que la vida, debe surgir en respuesta a un propósito.
El “acto propositivo” que ocurre en un entorno social determinado era para Kilpatrick la unidad básica de aprendizaje en la escuela. Aprendemos, según él en respuesta a un proyecto determinado y en la resolución de un problema común. Aprendemos planteando, desarrollando y evaluando proyectos. Y mejor si esos proyectos nos son relevantes y responden a preguntas, problemas, situaciones que nos interesan. Un proyecto es un camino de aprendizaje desde la pregunta o el desafío inicial hasta el “producto” final.
Sobre Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) conversé la semana pasada (25/5/2016) con Miguel Ariza, Ana Gregorio Álvarez y Javier Ramos Sancha. Los tres llevan años trabajando en las aulas con ABP pero también asesorando a otros docentes y a otros centros educativos e impartiendo formación sobre ABP.
Miguel Ariza dirige el departamento de Orientación de Nuestra Señora de los Milagros (Algeciras, Cádiz), imparte formación sobre ABP y es cofundador de Conecta 13, empresa responsable de varios MOOCs para INTEF incluido uno sobre ABP y de un estupendo Canvas para diseñar proyectos que recomiendo.
Ana Gregorio es maestra de Primaria y desde hace 8 años es Asesora de Formación en el Centro de Profesorado CEP de Almería donde trabaja con centros, equipos directivos y docentes en la implementación de proyectos de innovación educativa entre los que podemos destacar la Semana de los Proyectos.
Javier Ramos es maestro de inglés en Educación Primaria y Educación Infantil en el Colegio San Gregorio de Aguilar de Campoo en Palencia y trabaja desde años con TIC y Proyectos y entre ellos, desarrollando Proyectos e-Twinning. Escribe en este blog.
Con ellos tratamos de entender qué es el Aprendizaje Basado en Proyectos y qué no es ABP. ¿Cuáles son sus límites?, ¿cuáles sus fortalezas?, ¿cuáles son las principales dificultades a la hora de poner en marcha un proyecto de ABP en un aula, en un centro?. ¿Cómo se puede diseñar un proyecto? y ¿quién debe hacerlo?, ¿de dónde parten los proyectos?. ¿A qué deben responder? ¿a los intereses de los alumnos o al currículo? y, por tanto, les preguntamos ¿cómo integrar el currículo en el diseño de proyectos?, ¿cómo empezar?, ¿a donde recurrir? (sobre ABP hay muchos recursos en Internet).
Les preguntamos si hay edad para el ABP, si funciona mejor en una etapa educativa determinada o en todas.¿Cuáles son los efectos sobre el aprendizaje de los alumnos?, ¿qué diferencias se presentan en los alumnos que trabajan con método de proyectos respecto de quienes no lo utilizan?. ¿Hay estudios sobre el impacto del ABP en los aprendizajes?. ¿Cuál es el papel del profesor?, ¿cuál es el papel de la evaluación? y algo muy importante ¿qué otros cambios (organizativos, espaciales…) se deben producir en los centros educativos y en las aulas para trabajar por proyectos?.
¿Qué aporta el aprendizaje basado en proyectos y cuáles son las principales dificultades?, se preguntaba hace unos años Fernando Trujillo en un post en el que presentaba un nuevo Curso de Formación del Profesorado online del INTEF (curso que hora está disponible en gratis y en abierto en la web del INTEF). “La pedagogía del proyecto se presenta como el mejor aprendizaje de la empresa“, dice Christian Laval y citaba Fernando Trujillo en un tuit durante el #direcTIC para preguntarse si ¿el ABP es para el trabajo o la vida?.
Personalmente disfruté mucho de la conversación. De su preparación previa, de las interacciones y las reacciones que hubo durante la misma y sobre todo de las consecuencias posteriores. Entre ellas no me gustaría terminar este resumen sin recuperar el excelente post que ha publicado mi amigo Fernando Trujillo en el Blog de educaconTIC titulado Contra el Aprendizaje Basado en Proyectos y en el que Fernando nos plantea dos grandes preguntas: 1.”¿Puede el ABP ser la estrategia formativa para el nuevo capitalismo como la instrucción directa lo fue para la economía industrial?” y 2. ¿puede el ABP ser una estrategia de emancipación y para la búsqueda de la felicidad?
Fernando nos invita a repensar el Aprendizaje Basado en Proyectos para que se “convierta en una estrategia de emancipación y de transformación de la sociedad“. Nos invita a problematizar el ABP. No puedo estar más de acuerdo. Como no puedo estar más de acuerdo también con Antonio Lafuente cuando nos invitaba a aprender a trabajar en modo taller, es decir, “apostar por otros modos de hacer que minimizan la distancia entre el que enseña y el que aprende”, pero también a estar atentos a los monstruos del tallerismo y a mantener vivo el gesto crítico. Es decir, a problematizar el taller, a poner en cuestión “nuestros conceptos, nuestras prácticas, nuestros códigos o nuestras tecnologías.” A pensar con las manos.
Me gusta pensar, como les gusta pensar a Fernando y a Antonio y como dijo Françoise Giroud que “todos los días se pueden transformar las cosas.”
Os dejo con el vídeo de la sesión y con una cita de uno de nuestros principales pedagogos de principios del siglo XX, Manuel Bartolomé Cossío quien en un texto titulado El maestro, la escuela y el material de enseñanzadecía algo que me recuerda a los post de Fernando y de Antonio.
“El hombre educado no es el que sabe, sino el que sabe hacer, y transporta, mediante la acción, a la vida las ideas. Y a hacer, solo se aprende haciendo, y a indagar y pensar, que es un hacer fundamental, pensando, no pasivamente leyendo, ni contemplativamente escuchando.”
Fuente: https://carlosmagro.wordpress.com/2016/05/31/pensar-con-las-manos/