Proyectos de barrio: enseñanzas desde la periferia

Marco Fidel Gómez Londoño

Mientras leo una noticia en la que se menciona que en el mundo ha habido un aumento de los valores individuales -es decir, hoy pensamos más en el yo que en el nosotros- me entusiasmo al ver en Manrique Oriental en Medellín, a un grupo de personas que hacen grandísimos (sí, grandísimos) esfuerzos para sostener aquellos valores colectivos que están en lamentable decadencia. Su ética comunitaria, afortunadamente, y a pesar de los datos que arroja la noticia que digiero, indican que no todo está perdido, aunque parezca estarlo.

Observó niñas, niños y jóvenes vestidos de negro reunidos en un morro de Medellín. Esta mancha negra ocupa el verde de aquella manga que hace las veces de gran escenario. Los acompañan músicos que han llegado para poner la melodía que hará mover sus cuerpos. Quienes visten de negro son los bailarines que hacen parte de la corporación El Balcón de los Artistas; los que ponen la música son los de la corporación Barrio Comparsa; y la manga es un espacio ubicado en un rincón de Manrique Oriental (que pertenece al Ministerio de Defensa) en el que los baretos y la basura indican los usos variados de este lugar. Es domingo en la mañana,  y esta muchachada ha convertido el espacio de la manga en un territorio cultural. La gente sale a sus balcones a ver qué pasa, al parecer hay fiesta.

Mientras eso sucede, llega otro grupo de niños y niñas que con morrales, bolsas y un bullicio esperanzador, acompañados por madres y padres de familia, se ubican debajo de un árbol de esta gran manga para compartir un desayuno en el que nuevamente el individualismo es golpeado. Panes, cucharas, gaseosas, vasos, van y vienen. Hablo con su director, Sergio Valencia, me cuenta que los niños y niñas hacen parte de la Corporación Tejiendo Conciencia dedicada a construir el mundo a punta de rap y breakdance, y que él, al igual que los de negro, hizo parte del Balcón de los Artistas cuando apenas era un niño.

Cerramos la conversación con el rapeo de una niña que en sus letras hace un reclamo por los derechos de las mujeres. Sergio se despide, dice que va con su grupo (habla en plural) a recoger las basuras regadas en un morro que señala con su dedo.

El Balcón, entonces, no solo forma artistas, bailarines, sino también líderes sociales y culturales que hacen su aporte con proyectos alternativos.

La estética, como le escuche decir al “Gordo”  Luis Fernando García, mientras alentaba a los músicos de Barrio Comparsa, es también  un proyecto ético que conviene a todos.  No a uno, compréndase bien, sino a todos.

Quienes visten de negro azotan el piso a punta de baile, mientras otros azotan un cigarrillo con vehemencia. La polvareda del baile se mezcla con el humo del bareto. La lúdica del baile, la energía del saxofón y la calma de la traba comparten el mismo lugar. Unos y otros se confunden en la verde grama; desde arriba, en un lugar más alto, algunos soldados observan la fiesta que se ha formado.  Martha Álvarez,  directora del Balcón, alza las manos, hace gestos, habla con el cuerpo, indica que deben seguir ensayando. Se repiten las escenas de música y baile: la belleza de la mancha negra se multiplica.

Vuelvo a la noticia: “Estamos empezando a ser cada vez más individualistas y la construcción de capital social muestra bajos porcentajes porque se están perdiendo las acciones de carácter comunitario”. Entonces reconozco a Barrio Comparsa, El Balcón de los Artistas, Tejiendo Conciencia como constructores de aquel capital corporal, lúdico, artístico que posibilitan el abastecimiento de una ciudad que a veces no sabe para dónde va ni lo que quiere.

Pienso entonces en la administración actual de Medellín que, ensimismada para luego mostrarse  prepotente, derrocha en pruebas y exámenes (valores individualistas),dejando al garete propuestas cimentadas desde  las artes y la cultura que bien acodan aquellos valores comunitarios de los que adolecemos, y de los que los territorios pueden nutrirse. De seguir así seremos muy buenos para competir con los otros, pero muy malos para ayudarnos mutuamente; un fanatismo individualista que vomita indiferencia y hace de la ambición su virtud.

La ética comunitaria, esa que tanto necesitamos, nos la enseñan doña Marta, Luis Fernando, Sergio y todos los niños, niñas, jóvenes que hacen parte de sus procesos sociales; hacia allá deberíamos girar la mirada. Seguir mirando hacia nosotros mismos, con obsesión insana, nos empujaría hacia una debacle en la que el “sálvese quien pueda” será uno de nuestros principios éticos, mientras el pensar y actuar en comunidad, uno de aquellos valores prehistóricos para visitar en algún museo.

Caminar con y para los otros, seguro cuesta, pero nadie dijo que sería fácil, eso lo saben quienes se entregan a los demás, olvidándose, incluso, de sí mismos.

Fuente: https://laorejaroja.com/proyectos-de-barrio-ensenanzas-desde-la-periferia/

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Callejear la educación

Marco Fidel Gómez Londoño

En la calle el anhelo de comprender el contexto -con posibilidades de transformación- encuentra más asidero que el enclaustramiento al que hoy la escuela está siendo sometida.

Hace poco fue publicado – en este mismo espacio- un texto de Jaume Martínez Bonafé en el que a modo de reclamo, pero también de invitación, afirmaba que “la escuela no ha querido todavía leer la calle”, mucho menos “con las herramientas conceptuales y procedimentales de la crítica”. Una afirmación que desde mi punto de vista no tiene cómo ser rebatida, pues ya sabemos que la escuela pareciera temerle a la calle y cuando en ocasiones deja de hacerlo, entonces hace uso de unas herramientas que imposibilitan su comprensión. Se abraza la calle para airear al estudiantado, pero muy poco, o casi nada, para integrarla a los saberes escolares. Es decir, según el criterio actual escolar, la calle no tiene contenido educativo: es más escollo que currículo.Acudimos, con infortunio, a una despolitización de la escuela que ocasiona un vaciamiento de sus contenidos en la aspiración de pensar nuestros territorios, de comprender la vida de quienes los habitan y de construir alternativas. Es una verdad de Perogrullo. Basta con observar en Medellín, en Sao Paulo, en La Serena, y en otras urbes latinoamericanas a qué intereses sirven las autoridades educativas que, desde mi consideración, no son propiamente los de la comunidad. Sus discursos hastiados de progreso contrastan con las cifras de deserción del sistema escolar por parte de niños, niñas y jóvenes. El progreso está atado a la exclusión.Pero volvamos a Jaume. Hay dos palabras potentes que debemos considerar: calle y herramientas. Desde estas dos sustentaré una propuesta que he adelantado con estudiantes de mi Institución Educativa (María de los Angeles Cano) en Medellín. Iniciaré por reconocer que si la calle es contenido, entonces habría que pensar en callejear la educación. Callejear es acción, callejear es reclamar la ciudad. Y este reclamo es,como bien lo menciona Harvey (2013), un derecho que “surge de las calles, de los barrios, es un grito de socorro de gente oprimida en tiempos desesperados”. Quizás por eso gran parte del estudiantado pregunta: “Profe, ¿Cuándo vamos a salir?”. Por supuesto, hay en el afuera una cosa otra que en el adentro escolar no está. La pregunta del estudiantado contiene una actitud epistemológica.

La calle apela a la cotidianeidad de los estudiantes en la que se ha generado un vínculo y desde la cual es posible generar aprendizajes, pero a la vez, más allá de la mera escolarización, engendrar posibilidades de reflexión y transformación. Si educar corresponde a un proceso que contiene las características de los contextos, como tantas veces lo he escuchado decir, entonces, no está en el encierro su posibilidad. Las pruebas estandarizadas nos embotellan, limitan la mirada; la calle, desatasca y amplía la mirada. Callejear es resistencia social y política.

Un hombre grita en una esquina; otro vende las verduras que trae temprano en la madrugada desde el centro de la ciudad; dos mujeres, con biblia en mano, conversan con dos jóvenes que parecen asentir a sus palabras; una niña espera un mango que corta con experticia un vendedor. Los cuerpos hablan en escenas que suceden en las calles, en las carreras, en las esquinas, en los callejones. El cuerpo se ha convertido, intencionalmente, en herramienta conceptual y metodológica para comprender la sociedad de manera crítica. En la urbe pueden encontrarse rastros de angustia, de miedo, de esperanza, de creatividad enquistados en los cuerpos de sus habitantes.

Sobresaltan las preguntas de los estudiantes: ¿Qué viste un cuerpo? ¿Por qué viste así? ¿Su caminar es lento y apaciguado? ¿Qué ha robado la vitalidad? ¿Qué esperanzas guarda? ¿Qué hace que un cuerpo ocupe una esquina o un andén o una calle? ¿Por qué esperan los cuerpos en la fila de los buses? ¿Cuánto esperan? ¿A qué juegan los cuerpos en los rincones raídos de la ciudad? Y mientras las respuestas tratan de construirse, entonces los conceptos van adquiriendo fuerza. La marginalidad, la pobreza, la recreación, la exclusión, la movilidad, el tiempo libre, el desarrollo humano, ya no son conceptos tan extraños, ahora también hacen parte de la experiencia de nuestras gentes. Incluso, el sentido del concepto se ha profundizado, ha adquirido otra connotación que quizás, en el encierro escolar, se hubiera quedado en mera palabrería. El cuerpo como herramienta conceptual y metodológica, y también como experiencia. Un aprendizaje ligado a la comunidad con enorme potencial formativo.

Seguimos caminando por el barrio. Luego regresaremos para compartir impresiones, dialogar, reflexionar, construir. Finalmente: “La aspiración a conquistar el derecho a la ciudad, ¿es entonces una quimera? En términos puramente físicos seguramente sí; pero las luchas políticas cobran aliento tanto de los deseos quiméricos como de las razones prácticas”. (Harvey, 2013). Sí, las didácticas de calle o callejear la educación, deben tener cabida en la escuela, allí el anhelo de comprender el contexto -con posibilidades de transformación- encuentra más asidero que el enclaustramiento al que hoy la escuela está siendo sometida.

Parafraseando al maestro Jaume Martínez: A ver si le explican a la escuela, entonces, para qué sirve la calle.

 

 

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/04/05/callejear-la-educacion/

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Didácticas de la calle

Por: Jaume Martínez Bonafé

La escuela no ha querido todavía leer la calle como texto alfabetizador, y hacerlo, como sugería Freire, con las herramientas conceptuales y procedimentales de la crítica.

Julia lleva puesto un vestido fabricado en México, importado por una empresa textil de Granollers, cuyo precio se exponía en cuatro monedas diferentes, y comprado en una tienda que dispone de ese mismo modelo en sucursales distribuidas por las principales ciudades del planeta, con un logo fácilmente identificable por ciudadanos con culturas, lenguas, costumbres y economías muy dispares. La tienda está instalada en un shopping mall, una gran superficie comercial que repite su estrategia arquitectónica en otros shopping mall de ciudades pertenecientes a continentes distantes miles de kilómetros.

La niña camina hacia su casa, en el extrarradio de la ciudad, donde acaban de inaugurar otro gran centro comercial con el nombre de Plaza Mayor. Se detiene ante el último graffiti de sus colegas del instituto, y al ver que la luz del sol se perdió en el crepúsculo, evita pasar por una plaza solitaria con grandes columnas que dejan invisible una porción importante del espacio. Viene observando contrariada los nombres de las calles, porque no pudo identificar ninguno dedicado a una mujer. Al pasar junto al parque observa que en un rincón apartado un par de mendigos colocan unos cartones sobre la hierba a modo de colchón. Camina deprisa porque llega con retraso a una reunión del grupo de jóvenes del barrio que han constituido una coordinadora en defensa del parque, amenazado por una recalificación urbanística que lo convertiría en un par de altas torres dedicadas a oficinas.

Pues nada, como no hay “material curricular” en la vida cotidiana, si quieren Uds., a Julia le compramos unos cuantos libros de texto y le ponemos un montón de ejercicios para que los haga cuando acabe la reunión.

Toni es el maestro de Julia. Es profesor interino, porque en la Comunidad donde trabaja hace años que no se convocan oposiciones. Era un buen estudiante, tanto en el Bachillerato como en la Facultad, a juzgar por las notas obtenidas en los exámenes. Así que ahora a Julia y al resto de la clase las machaca a exámenes. Así lo hicieron con él y así aprendió que funcionaba eso de enseñar. A Toni le cuesta mantener la atención del alumnado. Enseña Geografía e Historia, pero el programa es muy extenso y el ritmo de avance es lento. El alumnado se entretiene a menudo en anécdotas o sucesos de lo cotidiano, y pretenden trasladar su conversaciones y preocupaciones al territorio del aula, y a Toni le gustaría atenderles, pero no da tiempo. El temario es el temario y él no lo ha inventado. Ha acudido a algún curso de formación permanente al CEFIRE, pero siempre hay un tipo soltando el rollo, reproduciendo el formato tradicional de las aulas, uno que habla mientras los demás sentados atienden en silencio. Parece que tampoco eso le ayuda mucho.

Un viernes por la tarde se encuentra a Julia charlando con su pandilla a las puertas de un gran centro comercial. La saluda y le pregunta como lleva la preparación del examen. “Me ha preguntado mi madre, y ya me lo se todo”, le responde Julia. Cuando Toni entra por la puerta de aquel centro comercial empieza a entender dónde está el verdadero curiculum, ese que confiere identidad. Aquí, mientras la pandilla pasea por las calles del shopping mall, entre empujones, risas, amores y discusiones adolescentes, su relación queda mediada por la omnipresencia de la mercancía. Julia y sus amigas aprenden una teoría del cuerpo, del consumo, de la sexualidad, de la familia, del viaje, de la salud, de la alimentación, del vestido, en fin, de los múltiples aspectos de la vida cotidiana, enlazados por un discurso integrador escrito por el capitalismo de consumo. Toni fragmenta la realidad en lecciones y temas disciplinares, y la calle, sin embargo, integra y pone en relación múltiples saberes prácticos.

Como la escuela no ha querido todavía leer la calle como texto alfabetizador, y hacerlo, como sugería Freire, con las herramientas conceptuales y procedimentales de la crítica, Toni y Julia se encuentran un lunes más a la entrada de instituto sabiendo que les esperan pocas emociones y mucho sin sentido. Aunque no se por qué les cuento esto. Cuando mi padre me preguntaba por cómo me iba en la escuela, siempre hacía referencia al día de mañana. “Estudia, porque de lo contrario no serás nada el día de mañana”, decía. Quizá se trate de eso, de esperar amuermados al día de mañana.

A ver si le explican a Julia, entonces, para qué sirve el presente.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/02/19/didacticas-la-calle/

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Las bibliotecas de calle de ATD Cuarto Mundo para niños mexicanos

México / 22 de octubre de 2017 / Autor: Patrick John Buffe / Fuente: Radio Francia Internacional

Presente en México desde el 2007, ATD Cuarto Mundo desarrolla proyectos en barrios de la ciudad. Uno de ellos es el de Biblioteca de Calle. Permite trabajar con niños de colonias desfavorecidas para que aprendan junto con sus familias el placer de leer libros, contar y crear historias, además de desarrollar su creatividad.

 

 

Al igual que los otros niños del barrio, Emily y Mari Cruz siempre acuden a la Biblioteca de Calle que instalan cada quince días los integrantes de ATD Cuarto Mundo México. Como lo hacen desde hace ya cuatro años, estos voluntarios llegan a la colonia Los Hornos con mochilas llenas de libros. Avisan a los padres. Instalan lonas en la calle, en el mismo suelo. Y se sientan con los niños, ayudándolos a leer o a realizar actividades manuales, en el marco de este proyecto de lucha contra la pobreza que lleva a cabo Matt Davies, el coordinador de esta organización:

“La meta es que los niños puedan crecer en confianza en sí mismo. A menudo vemos que la experiencia de los niños en la escuela no es positiva, entonces el libro puede ser un objeto asociado al fracaso. Y en la Biblioteca de calle es todo lo contrario.”

Los padres de familia valoran mucho esta biblioteca de calle y la convivencia que propicia, como lo recalca Doña Socorro: “Antes los niños se peleaban en la calle. Ahora no, se ponen a jugar entre ellos. Mis hijas no leían bien y ahora agarran sus libros y se ponen a leer.”

Un niño que lee muy bien es Samuel, de10 años y a quien la iniciativa Bibliotecas de calle le despertó una gran ambición: “aprender a leer me va a servir para que cuando sea grande pueda enseñar a leer a los demás”

Con Bibliotecas de calle, lo que busca ATD Cuarto Mundo es erradicar poco a poco la pobreza.

Fuente de la Noticia:

http://es.rfi.fr/americas/20171016-las-bibliotecas-de-calle-de-atd-cuarto-mundo-para-ninos-mexicanos

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