El derecho a la desconexión

Por: Renán Vega Cantor

Publicado en El Colectivo (Medellín), diciembre de 2021

Desde hace años los mercachifles tecnocráticos que se mueven en torno a la educación y la conciben como un vulgar negocio venían anunciando los efectos maravillosos que tendría la colonización tecnológica del proceso educativo. Gurúes de la microelectrónica (Bill Gates, Steve Jobs, Nicolas Negroponte…), divulgadores de éxito mediático (Thomas Friedman, Jeremy Rifkin…), sociólogos de la era de la información (Manuel Castells), pretendidos teóricos de la educación (por ejemplo Sugana Mitra y su proyecto de “Escuela en la Nube”) como profetas de las tecno-utopía  digital señalaban que eran necesarios otro tipo de pedagogía y una nueva educación, cuya característica principal debía ser la invasión del espacio escolar por los artefactos microelectrónicos que debían ir sustituyendo a los profesores, convertirlos en simples mediadores entre los aparatos y los estudiantes y, como por arte de magia, los niños y jóvenes se volverían sabios y creadores. Con arrogancia, para citar un solo ejemplo, Sugana Mitra dice en un texto escrito en 2019 que ese libro es “para ayudarle a ver que su hijo no necesita docentes. Creemos que los alumnos pueden aprender en la nube”. Agrega que “Si se les da acceso a internet en grupo los niños pueden aprender cualquier cosa por sí mismos”, y dice esta estupidez: “Internet sabe [sic] lo que los miles de millones de personas que componemos la humanidad sabemos y queremos comunicar”.

La pandemia del Coronavirus, con el confinamiento forzoso que generó y la interrupción súbita y mundial de la educación presencial, fue la oportunidad soñada por los tecnoutopistas mencionados, unos para hacer negocios (vendiendo millones adicionales de cachivaches microelectrónicos) y otros para implementar en la práctica su anunciada “revolucionaria” educación virtual. En los dos últimos años se ha puesto en marcha la colonización virtual del espacio escolar y del proceso laboral de los profesores. Esta experiencia real, permite juzgar los anuncios de Mitra y compañía con la dura realidad que ha sacado a flote la Educación Remota de Emergencia.

Para empezar, se evidenció la desigualdad social imperante en el terreno educativo y en el acceso a artefactos microelectrónicos. La brecha tecnológica mundial y local en cada país confirmó la falacia de un acceso universal a internet, lo cual está condicionado por el nivel de ingreso y la pertenencia de clase. Resulta tragicómico que, en medio de tanta parafernalia tecnológica, en muchos lugares del mundo el contacto educativo entre estudiantes y profesores se haya dado con las guías de clase en papel, escritas a mano y lápiz y que miles de niños y de profesores deben andar en bicicleta o en burro para ir hasta el lugar más cercano donde encontrar un lugar para reunirse o poder enviar un mensaje virtual.

En los lugares, sobre todo en las ciudades, donde se pudieron usar los artefactos microelectrónicos, el optimismo inicial dio paso en poco tiempo al desasosiego y el hastío, sobre todo de los estudiantes. Se demostró que una cosa es estar conectado y otra comunicarse, y que la virtualidad no puede sustituir la interacción cara a cara.

El espacio educativo se abrió al fisgoneo de familiares de los estudiantes y generó una insoportable intrusión en el proceso de trabajo de los profesores, que se multiplicaron para atender a los estudiantes a través de las pantallas, su labor principal, pero al mismo tiempo a los padres que entraron a dictaminar cómo se debía enseñar, tal si fueran expertos en pedagogía y los profesores estuvieran pintados en la pared.

Ese chismorroteo ha sido posible por los artefactos digitales y lo han sufrido los profesores y estudiantes, porque se rompió la separación entre tiempo de trabajo (y de estudio) y el tiempo de la vida, entre el espacio escolar y el del hogar. El celular devino en la nueva cadena de montaje, con el agravante de que funciona las 24 horas y es usado de manera acrítica por quienes están esclavizados a través de ese aparato.

Los profesores vieron incrementado su tiempo de trabajo, al día y la noche, a sábados y domingos, porque aumentaron sus labores y todo el tiempo tienen que lidiar con la intromisión abusiva de padres y acudientes, para responder a cualquier ocurrencia y disparate. En ese sentido, el   WhatsApp es un insoportable medio invasivo que cercena la autonomía docente.  También es un eficaz medio de control para los dueños de los colegios y sus administradores (en la educación pública y, peor aún, en la privada). Ese control externo, un sueño de los educadores autoritarios de todos los tiempos, se ha hecho posible en nuestros días con el smartphone, al que siempre debe estar conectado el profesor, para rendirles cuenta, incluso fuera de su horario normal de trabajo, a sus patronos y en la práctica seguir trabajando día y noche. Durante la pandemia, los profesores han sido super explotados, se incrementó la intensidad laboral y se alargó la jornada de trabajo. Se agudizó la precarización de la labor docente, con sus malos salarios y con los efectos negativos en términos de salud física y mental que genera el estrés digital, como producto de la utilización continua durante jornadas interminables de celulares y computadores.

Para completar, en cuanto al aprendizaje nada que ver con los anuncios demagógicos de Sugata Mitra y compañía de que los niños y jóvenes iban a aprender por sí mismos, solo con acceder a los computadores y al internet. Ha sucedió lo contrario: una pérdida de conocimientos y de posibilidades de aprendizaje por el cese de las actividades presenciales, a la par que una carencia de sociabilidad, de afectos y de experiencias compartidas.

En lugar de una nueva educación y de una pedagogía atractiva e innovadora, que nos iba a tornar sabios a todos e iba a sustituir a los profesores, la generalización de los gadgets microelectrónicos como proyecto totalitario ha mostrado todas sus limitaciones y revelado el verdadero sentido del capitalismo digital y cognitivo. Claro que ha habido ganadores, como los negociantes de empresas microelectrónicos o de Amazon, que han incrementado sus ganancias durante la pandemia. Pero los perdedores hemos sido la mayor parte de los que formamos la comunidad educativa, y principalmente los profesores y luego los estudiantes.

Un regreso a la educación presencial, a partir de la experiencia vivida, debe plantearse una diferenciación crucial, que nunca se menciona: entre el acceso y el uso de lo digital. El acceso se demostró desigual, como producto de la desigualdad social, y los Estados deberían impulsar un acceso más amplio que cobije a los sectores más empobrecidos de la sociedad, que son la mayoría. Pero otra cosa es el uso de los aparatos microelectrónicos, y en ese terreno, los profesores, en primer lugar, deben reclamar de manera autónoma un uso privado como a ellos se les antoje, pero lo que si no puede generalizarse es la detestable práctica de estar conectados todo el tiempo con el lugar de trabajo, con los padres de familia, con los rectores y administradores. En esa dirección, se necesita reclamar un derecho a la desconexión, para tener tiempo libre, volver a leer, privilegiar los encuentros cara a cara, hablar con los vecinos, caminar en un parque, tener contacto con la naturaleza, reunirse con los hijos… Dejar de rendirle culto al celular, desconectarse por un tiempo es hoy, luego de esa invasión digital de estos dos años, una imperiosa necesidad, por cuestiones de salud física y mental, de recuperar la poca libertad que nos deja el capitalismo realmente existente, de escapar del consumismo depredador, de tener tiempo para pensar en construir otros mundos. Recordemos al respecto que Oscar Wilde decía que para luchar por el socialismo se necesitaban muchas tardes libres.

Aparte de reivindicar el derecho a la desconexión, debe proponerse que se habiliten lugares libres de wifi, que es muy contaminante. Así como en cafeterías, restaurantes, bibliotecas se lee el letrero “libre de humo y de contaminación de tabaco”, deberían existir espacios libres de wifi, donde no exista la insoportable interferencia del chismorroteo virtual, de los estúpidos Twitters y de las mil banalidades que invaden el WhatsApp. Esto, además, es una forma práctica de enfrentar el cambio climático y el calentamiento global, porque las comunicaciones virtuales ya consumen más del 10% de la electricidad mundial y cada vez que se envía un mensaje digital se genera CO2 que calienta todavía más el planeta.

En las escuelas debería hacerse, como se ha hecho en Francia, prohibir el uso del celular en las clases, para que se puede respirar tranquilo, desintoxicarse de lo virtual, volver a hablar cara a cara, y tener tiempo para atender en las clases y hablar con los amigos.

En conclusión, si antes de la pandemia se decía que la salvación de la educación estaba en lo digital y virtual, ahora cuando sabemos que eso es una falacia tecnocrática y se ha demostrado la importancia de las aulas físicas y de los profesores de carne y hueso, una reivindicación central de este momento es luchar por el derecho que tenemos a la desconexión, porque hay vida más allá de internet y sin internet.

El derecho a la desconexión

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África Herrera: «Los alumnos aprenden como mejor saben, jugando»

España / 5 de noviembre de 2017 / Autor: Pilar L. Carmona / Fuente: Diario Córdoba

África Herrera comienza su andadura como maestra de Audición y Lenguaje en 2015. Este curso está destinada en Lucena, en los CEIP Barahona de Soto, CEIP San José de Calasanz y CEIP El Prado. Su blog, Burbuja de Lenguaje, es una ventana a un aula de Audición y Lenguaje.

-¿Qué encontramos en el blog ‘Burbuja de Lenguaje’?

-Es un espacio educativo en el que encontramos de forma gratuita diversos materiales (la mayoría de elaboración propia) con los que podemos trabajar las diversas áreas del lenguaje con niños en edad escolar. También comparto vídeos de corta duración con el desarrollo de alguna actividad mostrando cómo uso algún material en concreto, determinados juegos de mesa, etc.

-Su blog ha ganado el galardón de Oro de Eduteca, ¿qué supone este reconocimiento?

-Ha supuesto el reconocimiento a muchas horas frente al ordenador, pensando y preparando con cariño cada uno de los materiales que después he compartido. Un premio que no me esperaba, pero que sin duda me abre camino para seguir compartiendo un trocito de mi aula con los demás.

-¿Qué tipo de material y método utiliza en sus clases?

-Normalmente en mis clases utilizo bastante material manipulativo, especialmente con alumnos de Infantil; material digital, por ejemplo de blogs u otras páginas, y todo el material manipulativo y en papel que voy subiendo al blog, que en su momento fue creado para algún alumno en concreto partiendo de sus intereses y necesidades. Por supuesto, no me olvido del material lúdico, porque en mis clases no faltan los juegos de mesa. Con cada juego se pueden trabajar infinidad de cosas, desde la atención y la memoria, las funciones ejecutivas, el léxico…y lo mejor de todo es que los niños aprenden como mejor saben, jugando.

-¿Cuáles son los principales problemas a los que se enfrenta?

-El problema más grande que uno puede encontrarse es rendirse con un niño, es decir, ponerle límites a lo que es capaz de hacer o aprender. Cuando conozco a cada niño en particular, me gusta dejar de lado las etiquetas, para poder centrarme en las dificultades que tiene y dotarle de estrategias y recursos para ir superándolas poco a poco.

-¿Qué papel juegan las familias en la educación especial?

-Las familias son un pilar clave en la educación de niños con necesidades educativas especiales, y deben estar implicadas lo máximo posible en el proceso educativo. Deben conocer qué estamos haciendo con sus hijos, qué queremos que aprendan, cómo es nuestra forma de trabajo, nuestra metodología…y cómo no, seguir unas pautas para reforzar los aprendizajes también desde casa. De esta forma los aprendizajes serán más significativos y los llevarán a otros contextos.

Fuente de la Entrevista:

http://www.diariocordoba.com/noticias/educacion/los-alumnos-aprenden-mejor-saben-jugando_1182264.html

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Aula Hospitalaria: Un espacio educativo dentro de las casas de salud

Cuenca / 25 de octubre de 2017 / Fuente: https://educacion.gob.ec/

Las instalaciones del Hospital José Carrasco Arteaga del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), de la ciudad de Cuenca, cuenta con un aula hospitalaria.

Esta mañana, el Ministro de Educación, Fander Falconí, junto a Andrés Cadena, Gerente del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), autoridades locales de educación y médicos de la casa de salud, realizaron la inauguración oficial de la nueva aula hospitalaria en este centro regional.

Las aulas hospitalarias son espacios educativos dentro del hospital o casa de acogida, que tienen como finalidad garantizar el acceso, participación, aprendizaje, permanencia, promoción y culminación del proceso educativo de los estudiantes en caso de enfermedad, hospitalización, tratamiento o reposo médico prolongado.

La atención en la nueva aula del Hospital José Carrasco Arteaga del IESS (Cuenca), inició en junio de 2017 y, hasta la fecha, ha recibido un total de 240 niños, niñas y adolescentes, con edades comprendidas  entre los 5 y 12 años.

“Cuando un niño o niña se enferma por una situación que nadie se espera, tenemos que garantizar el derecho a la educación, el aula hospitalaria le permite al niño a seguir sus estudios mientras está en reposo médico” expresó Fander Falconí.

El aula hospitalaria se encuentra ubicada en el cuarto piso de esta casa de salud, en el área de pediatría, y se suma a otras que ya existen en hospitales como el “Vicente Corral Moscoso” (Cuenca) y “Homero Castanier” (Azogues). Cada aula cuenta con docentes asignados por el Ministerio de Educación que laboran en jornada normal.

Fuente noticia: https://educacion.gob.ec/aula-hospitalaria-un-espacio-educativo-dentro-de-las-casas-de-salud/

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