Por: Manuel Gil Antón
En nuestro país, 22 de cada 100 habitantes no viven en pobreza, ni corren riesgo de hacerlo. Muy pocos. Ubicados oficialmente en la casilla de los pobres hallamos a 44% (8 y 36% en condición extrema o moderada, respectivamente). Son el doble. Y 34 por centena son vulnerables —en peligro de serlo— ya sea por carencias en el ejercicio de derechos sociales, o al superar apenas, por muy pocos pesos, la línea de la pobreza de ingresos.
En la tablita. Esta situación no es pareja entre estados: Veracruz, Guerrero, Oaxaca y Chiapas tienen a más de 30% en el grupo de ingresos más bajos; Nuevo León, nuestras dos Californias, la Ciudad de México, Quintana Roo y Sonora muestran el mismo porcentaje, pero en la quinta parte de la población con mayores ingresos. Alto contraste.
Otro dato que cala: e l 10% más rico concentra 62 centavos por peso del Ingreso Corriente Total, mientras su opuesto, el más bajo, no alanza ni medio centavo: 0.4. Dicen los expertos, luego de exponer las cifras anteriores: “Las condiciones contextuales y familiares tienen un fuerte peso en la explicación de las diferencias en el acceso y la permanencia en la escuela y el logro educativo”.
¿Evidencia? Entre 2010 y 2015 el analfabetismo disminuyó de 6.9 a 5.5% de los mayores de 14 años, pero si se es hablante de una lengua indígena se multiplica por más de cuatro: 23% (4.2 si no se es); si se vive con alta marginación sube a 19% (2.8 en el polo opuesto) y cuando la persona que ocupa la jefatura del hogar carece de escolaridad, la incapacidad de “leer o escribir un recado” llega a 35%, mas si tuvo acceso a la educación obligatoria completa, o a nivel superior, casi no existe: 0.5 y 0.3.
En 2016, el promedio de escolaridad nacional equivalía a terminar la secundaria. En el sector más pobre se reduce a culminar la primaria, y el mejor avituallado rebasa la prepa. Tres años para abajo o para arriba según se (mal) distribuye el ingreso. En ese mismo año, el segmento de población de 30 a 34 años con “al menos educación superior” alcanzó al 19%: en el quintil con menores ingresos eran 2.2, y en el más alto 52%. Inmensa distancia. ¿En qué año alcanzarán los mexicanos, en promedio, 12 años de escolaridad? La pregunta es importante, pues implica saber cuándo se logrará una cobertura promedio equivalente a la educación obligatoria que, en pocos años, habrá de incluir a la media superior. Depende.
El grupo que no habla una lengua indígena en 2035, y el que tiene este rasgo lo hará hasta 2050. Quince años después. Al país lo cuartea la desigualdad. Y la distribución de los bienes y servicios educativos ahonda la grieta: en 2013, 12 de cada 100 planteles de preescolar no tenían baño. Inaceptable, es cierto, sobre todo si se distingue a los planteles generales, con el 5%, de los indígenas y comunitarios: 23 y 21 es el porcentaje respectivo. La ausencia de este servicio elemental, en primaria, se acerca a una de cada 10 escuelas: de nuevo, si son indígenas o comunitarias, es mucho mayor: una cuarta parte del total.
Nada más una de cada 100 secundarias generales carece de sanitarios y, en contraste, 22 de las comunitarias. En las primarias privadas, 85% tienen al menos una computadora; en las públicas generales 43%, y en las indígenas y comunitarias solo 16 y 2% en el mismo orden. ¿Cuál es el mobiliario más básico en una escuela? Mesabancos o pupitres, al menos sillas, para los alumnos: en una quinta parte de las escuelas para los pobres e indígenas no existen. Estos datos provienen del Informe 2018 que ha publicado el INEE. ¿Quién se hace cargo de este desastre sesgado por la injusticia? ¿No hay responsables? ¿No hay Evaluación del Desempeño que aplicar a los gobiernos? No.
Hay que mirar al futuro, dicen, no al pasado. Estamos frente a otra arista de la impunidad. Sin pudor: sin-vergüenza(s).
Fuente del Artículo:
La educación dispareja