Por: Xus Martín
Hace unas semanas recibimos, en una asignatura del grado de Pedagogía de la UB, la visita de un grupo de adolescentes que finalizan la ESO fuera del instituto. Lo hacen en la Unidad de Escolarización Compartida (UEC) Esclat Bellvitge. Son siete chicos y una chica que llegan acompañados de su educadora. A lo largo de hora y media, y con el apoyo de un powerpoint que han preparado previamente, explican a los futuros pedagogos y pedagogas el proyecto educativo en el que participan.
Con nervios y algo de vergüenza, los más extrovertidos inician la charla apuntando dos ideas que irán desarrollando a lo largo de la sesión. La primera, la experiencia generalizada de que su etapa escolar ha sido un desastre. La segunda, el convencimiento de que la UEC les ofrece una nueva posibilidad que vale la pena aprovechar.
Poco a poco con la ayuda de la educadora los jóvenes van desgranando los elementos que consideran claves en su proceso de recuperación. Lo hacen de forma espontánea, a menudo a petición de las preguntas que les dirigen los compañeros y compañeras de la universidad. A pesar de la dificultad de sintetizar en pocas palabras su mensaje, compartimos cuatro puntos claves que defendieron y que bien podrían formar parte de un manual de pedagogía.
Libertad de movimiento y actividades con sentido
Lo primero que comentan los adolescentes de la UEC es el hecho de no tener que pasar muchas horas sentados ante un papel, un libro o mirando la pizarra. Valoran la posibilidad de realizar actividades manipulativas que, además de permitirles moverse, les aportan aprendizajes que consideran que pueden ayudarles a encontrar trabajo. Hablan de la satisfacción que sienten cuando se dan cuenta de que tienen habilidades para determinadas actividades como la carpintería, la cocina o la cerrajería, cuando se dan cuenta de que aprenden rápido un oficio y que quieren saber más. Es a propósito de las actividades de taller que comienzan a imaginar y proyectar nuevas posibilidades de futuro que hasta el momento no se habían planteado. Posibilidades alejadas de la marginalidad a la que algunos se veían abocados.
Relación cercana y grupos pequeños
La expresión «como si fuéramos una familia» es usada por los adolescentes en diferentes momentos para señalar la relación cercana entre los miembros de la UEC. Destacan, por un lado, que los educadores y educadoras, los talleristas, el personal de administración y el equipo directivo conocen a cada chico y cada chica del centro, se dirigen a ellos por su nombre, y disponen de información que les permite interesarse por cuestiones que forman parte de sus vidas como, por ejemplo, la evolución de un familiar hospitalizado, el regreso de un viaje al país de origen, la búsqueda de empleo o un cambio de domicilio.
Por otro lado, valoran la organización en pequeños grupos porque piensan que favorece el conocimiento mutuo y la aceptación del otro “tal y como es”. Saben que son muchas las circunstancias que comparten y eso facilita también la empatía entre compañeros.
Contraponen esta situación a la vivida en la escuela donde a menudo tenían la sensación de permanecer al margen del grupo y vivían con el estigma de ser «los malos de la clase».
La conducta disruptiva con la que la mayoría se identifica en sus años de instituto, la asocian al aburrimiento que sufrían y al sentimiento de que el profesorado no esperaba nada bueno de ellos
Expectativas altas y mejora en la conducta
Entre los cambios personales más significativos de su estancia en la UEC, siete de los ocho jóvenes apuntan a una radical reducción de dos conductas que reconocen haber mantenido anteriormente: el absentismo y la conducta disruptiva.
Respecto al absentismo, no todos están en la misma situación, si bien todos valoran que han hecho una mejora importante. El hecho de “tener ganas de ir” al centro y estar interesados por muchas de las actividades que se les ofrecen rebaja la atracción que en otros momentos han ejercido sobre ellos el absentismo y el abandono.
La conducta disruptiva con la que la mayoría se identifica en sus años de instituto, la asocian al aburrimiento que sufrían y al sentimiento de que el profesorado no esperaba nada bueno de ellos. La percepción de las bajas expectativas de los adultos es un comentario que se repite en el tratamiento de distintos temas: proyectos de futuro, actividad académica o comportamiento en clase, entre otros. Si bien consideran que de vez en cuando se pelean, no se reconocen en el rol violento y agresivo que han asumido en el pasado.
Foto: cedida por la autora
El esfuerzo como mecanismo de superación
Pese a la visión positiva que los ocho adolescentes transmiten de su experiencia en la UEC, dejan claro que el día a día no siempre es fácil. Todos destacan el esfuerzo que deben hacer para asistir a clase, hacer lo que se les exige, controlar su comportamiento, ayudar a los compañeros y participar en el centro. Un esfuerzo que necesita ser sostenido porque no es suficiente con “portarse bien” puntualmente. Expresiones como “nadie cambia en un día” o “no podemos de repente dejar de ser quienes somos ni dejar de hacer lo que hemos hecho siempre”, son seguidas de comentarios que ponen el énfasis en la posibilidad real de modificar determinadas conductas y convertirse en las personas que quieren ser. “Poco a poco te vas encontrando bien, y ves que puedes mejorar y te dices ‘le tengo que poner ganas porque quizás, si ahora no aprovecho esta oportunidad, nunca más la volveré a tener’ y entonces te esfuerzas”. A la pregunta de un estudiante sobre cómo consiguen estos cambios hay unanimidad en la respuesta: «los educadores y educadoras nos ayudan mucho».
La exposición de los adolescentes gana en espontaneidad a medida que pasa el tiempo. Un rato antes de finalizar la clase uno de los chicos pide cambiar los turnos y ser ellos quienes pregunten a los estudiantes. Las preguntas giran en torno a cómo son los profesores de la universidad, si les gusta lo que estudian, si es difícil, si tienen muchas asignaturas, etc. Pronto el turno de preguntas y respuestas se convierte en un diálogo ameno y fresco entre adolescentes y jóvenes.
Los amigos de la UEC marchan y en clase planea un interrogante: ¿Por qué estos chicos deben salir de los centros ordinarios para poder seguir aprendiendo y dar sentido a lo que hacen? ¿Por qué no somos capaces de crear un espacio más respetuoso con la diferencia? (también con las diferencias a la hora de aprender). Quizás en la pregunta está la esperanza porque quien se la formula son los futuros y las futuras pedagogas.
Fuente de la información e imagen: https://eldiariodelaeducacion.com