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Y sin la educación

Por: Hugo Aboites

Como las guerras, las pandemias tienen el potencial de sacudirlo todo, dentro y fuera de las naciones, en las instituciones y comunidades. Pueden desorganizar, recluir en sus casas a la mitad de la población, cerrar fábricas y comercios, acelerar crisis económicas, vaciar los almacenes y farmacias, dejar sin escuela a decenas de millones, alentar el miedo cerval a un enemigo invisible, obligar a pensar en la supervivencia mediante el conteo diario de los fallecimientos, agonizantes y contagiados y alterar así y llevar al límite los sustentos emocionales básicos que son fuente de estabilidad. Y además pueden impulsar a ver de distinta manera y a cuestionar las estructuras de poder que desde fuera y, en reflejo, desde dentro, organizan nuestras vidas.

No hemos llegado todavía a ese punto. A pesar de la alteración que ya sufrimos, la crisis de los sistemas que nos gobiernan y nos organizan no ha estallado aún. Ayuda grandemente el que exista una persuasión básica de que el manejo de la pandemia –por gobiernos y autoridades institucionales– en México está siendo exitoso y eso se traduce en una importante dosis de confianza. Lo corrobora, en contraste, la situación de España, Italia y, sobre todo, Estados Unidos que, gracias a Trump, es visto ahora como el más eficiente epicentro mundial de la pandemia. Ha ayudado también a la relativa tranquilidad el hecho de que el 20 de abril ha sido establecido por el gobierno mexicano –queriéndolo o no– como la fecha mágica del fin de la anormalidad. Es cierto que de inmediato se agrega que en esa fe-cha sólo se habrá conseguido un nivel de contagios manejable que no sature la capacidad de la infraestructura de salud del país, pero no queda claro su significado en términos del aproximado de contagios y fallecimientos diarios que significará lo manejable, qué tanto podrá domarse una curva en ascenso que se anticipa no será para nada semejante a la situación muy mitigada que hasta hoy vivimos. El otro elemento clave es el de la profunda desigualdad que tiene el país. Esta no es homogénea, no es igual en la ciudad que en el campo, en el norte o sur, entre los pueblos indígenas y sus comunidades, entre quienes tienen diversos niveles de escolaridad, de ingresos, de acceso a servicios médicos. Por eso es difícil prever. Si lo que tendremos a finales de abril no es alentador y el contagio ha comenzado a extenderse en esa otra mitad de México, la situación puede ser sumamente complicada y hasta descontrolada. En concreto, con un nivel de contagios que ciertamente será más alto que el que ahora tenemos, ¿volveremos a abrir escuelas y universidades? ¿Nos encerraremos otra vez con grupos de 30, 40 y hasta 60 niños y jóvenes? ¿y las empresas? ¿centros de diversión? Y si no lo hacemos, la crisis de la economía se alzará de un tamaño amenazador; además, podrá haber desabastos y reacciones sociales difíciles de controlar. Habrá dilemas muy profundos dentro del propio gobierno y las instituciones y estarán solos.

Todo esto sucederá dentro de una sociedad muy fracturada, con polos extremos de riqueza y de visiones de la sociedad. Ahí estarán incluidos los 30 millones de estudiantes y maestros, con el rol asignado de meros testigos de lo que otros hacen y deciden. Porque, en lugar de prepararnos durante años tejiendo lazos y redes de conocimientos desde las escuelas y universidades, hemos privilegiado la idea de la distancia escolar respecto de los grandes y pequeños problemas de la comunidad y la sociedad. Hemos adoptado la concepción del mundo y de la sociedad implícitos en el énfasis de la excelencia y calidad, las que llevan a un profundo conservadurismo social. El peso demográfico de la educación (organiza a casi un tercio de la población del país) y su potencial como generador de corrientes de conocimiento capaces de seguir funcionando a lo largo y ancho de la nación, desde vetas hasta enormes cauces, es estratégico para generar participación, en un momento como este y en una crisis –lo dijo el subsecretario de Salud– que no se agotará pronto; tal vez, se dice, hasta octubre.

Sólo los maestros que durante años se organizaron para resistir, dentro y fuera de la escuela, aliados con comunidades y colonias, tienen la experiencia y la visión de qué hacer en un momento como éste. Y ya comienzan a ensayarlo en la Ciudad de México y en Michoacán, manteniendo vivas las escuelas no como lugares físicos, sino como espacios de convergencia de problemáticas sociales que niños y padres, en sus casas, analizan y procesan. Es decir, lo que no sabemos hacer los académicos universitarios, individualizados y distantes del contexto, en instituciones vendedoras de cursos, asesorías e investigaciones y con una visión profundamente privatizada de nuestro trabajo. Y, como resultado, con universidades que no construyen su papel como actor social clave, somos los cascarones vacíos de nuestros edificios; como si no existiéramos para el país y para su gente.

Fuente:  https://www.jornada.com.mx/2020/03/28/opinion/020a2pol
Imagen: https://pixabay.com/photos/class-classroom-room-school-empty-1986501/
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Guerra en Siria: las masacres de cientos de civiles en hospitales, escuelas y mercados a las que el mundo asiste con indiferencia

Por: BBC Mundo

En la guerra de Siria, las bombas caen sobre hospitales, escuelas, mercados. Más de 100 personas, incluyendo 26 niños, murieron durante los últimos días.

La elevada cifra de víctimas recuerda los peores momentos del conflicto interno que desde 2011 vive ese país pero que en los últimos tiempos «parece ya no estar en el radar internacional», según lamentó este viernes la alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet.

La expresidenta chilena responsabilizó al gobierno del presidente Bashar al Asad y a sus aliados internacionales, incluyendo Rusia, por la pérdida de vidas de civiles.

«Pese a los repetidos llamamientos de la ONU a respetar el principio de precaución y distinción en la conducción de las hostilidades, esta reciente e incesante campaña de ataques aéreos del gobierno y de sus aliados ha seguido golpeando centros hospitalarios, escuelas y otras infraestructuras civiles como mercados y panaderías», denunció Bachelet.

«Estas son instalaciones civiles y parece altamente improbable, dado el persistente patrón de estos ataques, que estén siendo atacadas por accidente», agregó.

Advirtió que los ataques intencionales en contra de los civiles constituyen crímenes de guerra, por los que pueden ser juzgados tanto sus ejecutores como aquellos que los ordenaron.

Las muertes ocurrieron en, al menos, diez lugares distintos ubicados en la provincia de Idlib y en la zona rural de Alepo.

Siria y Rusia niegan haber realizado ataques en contra de civiles en Idlib.

Ofensiva

Las muertes denunciadas por Bachelet son las más recientes ocurridas desde que, hace poco más de tres meses, el gobierno de Al Asad y sus aliados internacionales comenzaron una ofensiva en el noroeste del país.

Los bombardeos rusos sobre Idlib afectan a instalaciones civiles como este mercado en el distrito de Saraqib.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLos bombardeos rusos sobre Idlib afectan a instalaciones civiles como este mercado en el distrito de Saraqib.

En ese lapso, la oficina de Derechos Humanos de la ONU ha documentado la muerte de, al menos, 450 civiles.

Bachelet criticó que el hecho de que la comunidad internacional parece haberse desentendido de este conflicto, así como la incapacidad del Consejo de Seguridad de la ONU de intervenir.

«Varios centenares de miles de niños, mujeres y hombres han muerto en Siria desde 2011. Tantos que ya no es posible ofrecer una estimación creíble», dijo Bachelet.

«Durante los primeros años de este conflicto mortal, cuando las víctimas se contaban por decenas, luego por centenas, luego por miles; el mundo mostraba una preocupación considerable por lo que estaba ocurriendo», agregó.

«Ahora los bombardeos matan y mutilan un número significativo de civiles varias veces a la semana y la respuesta parece ser un encogimiento de hombros colectivo».

Bachelet cuestionó la parálisis del Consejo de Seguridad de la ONU y señaló que sus cinco miembros permanentes (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia) no han sido capaces de ponerse de acuerdo para usar su poder e influencia para solucionar este conflicto.

«Esto es el fracaso del liderazgo de las naciones más poderosas del mundo, que ha resultado en una tragedia tan grande que no parecemos capaces de entender», apuntó.

¿Qué está pasando?

La guerra en Siria tuvo su origen en una serie de protestas antigubernamentales ocurridas en la primavera de 2011, que fueron duramente reprimidas por el régimen de Al Asad y que derivaron en una revuelta de alcance nacional.

Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, las milicias sirias apoyadas por Turquía han causado unas 900 bajas en los últimos meses a las fuerzas que apoyan a Asad.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionSegún el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, las milicias sirias apoyadas por Turquía han causado unas 900 bajas en los últimos meses a las fuerzas que apoyan a Al Asad.

Poco a poco, la oposición se fue armando y el conflicto escaló hasta convertirse en una guerra civil, en la cual el gobierno llegó a perder el control de gran parte del territorio.

Para 2015, estaba bastante comprometida la situación de Al Asad, quien entonces recibió el respaldo militar de Rusia. Eso resultó decisivo para su resurgimiento y que consiguiera recuperar el terreno perdido.

Dos años más tarde, Moscú se había convertido en el actor internacional más relevante sobre el terreno y el gobierno había retomado el dominio de casi todo el territorio.

Una serie de acuerdos de cese el fuego parciales ayudaron a los opositores a irse rindiendo, a medida que caían sus bastiones.

En julio de 2017, Rusia, Irán y Turquía firmaron un acuerdo para desescalar el conflicto en cuatro zonas controladas por la oposición.

Posteriormente, en 2018, Rusia y Turquía lograron un pacto para crear una zona desmilitarizada en Idlib. Esta provincia, junto al norte de Hama y al occidente de Alepo, es uno de los últimos bastiones de los grupos que adversan a Al Asad.

Se supone que por estar incluida en el acuerdo negociado en 2018 por Rusia y Turquía, los 2,7 millones de civiles que allí residen se encuentran a salvo de una gran ofensiva gubernamental.

Recep Tayyip Erdogan y Vladimir Putin.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLos gobiernos de Erdogan y Putin acordaron crear una zona desmilitarizada en Idlib en 2018.

Sin embargo, la semana pasada la ONU reveló que más de 350 civiles habían muerto y unos 330.000 se habían visto obligados a huir desde que el pasado 29 de abril escalaron las hostilidades.

A esas cifras hay que agregarle los 103 civiles muertos en los últimos días, periodo cuando la cantidad de desplazados aumentó hasta los 400.000.

El gobierno de Al Asad, que cuenta con el respaldo de la Fuerza Aérea de Rusia, afirma que el aumento de los ataques es una respuesta a las reiteradas violaciones de la tregua por parte de grupos yihadistas vinculados con Al Qaeda.

Este viernes, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, un grupo con sede en Londres que hace seguimiento del conflicto en Siria, indicó que la cifra de muertes ocurridas desde el inicio de la escalada a finales de abril es de 2.721 personas, incluyendo 809 civiles, entre los cuales hay 204 niños y 151 mujeres.

El cálculo incluye también a unos 986 milicianos de las fuerzas que se oponen al gobierno y de unos 926 miembros de las fuerzas que respaldan al régimen de Asad.

Si la guerra en Siria se convirtió en un conflicto olvidado, estas cifras son un crudo recordatorio de su vigencia.

Fuente: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-49134685

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La eterna guerra en Siria de la que no se salvan ni escuelas ni hospitales

Redacción: El Espectador

Bombardeos aéreos y ataques casi a diario durante los últimos tres meses en la región de Idlib, en Siria, han cobrado la vida a 700 civiles y han causado más de 400.000 desplazados.

El régimen sirio, con la ayuda de Rusia, lleva tres meses bombardeando la región de Idlib, en manos de los yihadistas, sin dejar al margen ni escuelas ni hospitales, siguiendo una estrategia de «guerra de desgaste», según los expertos.

Dominada por los yihadistas de Hayat Tahrir Al Sham (HTS), la exrama siria de Al Qaeda, la provincia de Idlib, en el noroeste del país, tiene presencia también de otras facciones extremistas, además de algunos grupos rebeldes, debilitados.

El objetivo de los bombardeos aéreos y de los ataques casi diarios es «presionar a las facciones y a su base popular», explica Nawar Oliver, investigador del centro Omran, con sede en Estambul. «En esta región viven todos los sirios de la oposición y las familias de los combatientes», agregó.

La mitad de los tres millones de habitantes de Idlib y de su región son desplazados que huyeron de los combates hacia otras provincias, o que rechazaron quedarse en las localidades rebeldes conquistadas por el régimen.

La estrategia de «desgaste emprendida [por el régimen] es aterradora, se apunta contra civiles, establecimientos sanitarios y otras infraestructuras», subraya Oliver.

 

Los ataques suceden a diario en la provincia Siria de Idlib y atentan en gran parte contra la población civil. Foto: AFP

El último reducto rebelde en Siria

Desde finales de abril, los bombardeos en Idlib y en zonas aledañas controladas por yihadistas o por rebeldes en las provincias de Alepo, Hama y Latakia, mataron a más de 750 civiles, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH).

La escalada de violencia se produjo pese al acuerdo cerrado en septiembre de 2018 entre Rusia y Turquía, que apoya a algunos rebeldes, para establecer una «zona desmilitarizada» que separe las áreas yihadistas o de insurgentes de los territorios gubernamentales colindantes. No obstante, algunas disposiciones no se están respetando.

El acuerdo «comportó un aplazamiento o una suspensión temporal de cualquier ofensiva terrestre del régimen», considera Oliver. Pero la campaña aérea podría preparar el terreno para «una operación terrestre».

Los bombardeos se concentran en el sur de Idlib y en el norte de Hama, donde unos mortíferos enfrentamientos oponen a combatientes prorrégimen contra yihadistas y rebeldes.

Rusia y el régimen de Bashar Al Asad «presentan Idlib como la última batalla, el último reducto terrorista», destaca Oliver.

Apoyándose en sus aliados, Rusia e Irán, el gobierno sirio reconquistó más del 60% del territorio. Pero, además de Idlib, quedan extensas regiones del este y del noreste en manos de las fuerzas kurdas, apoyadas por Washington.

Damasco abrió negociaciones sobre el destino de esas regiones, pero sin lograr avances.

«Rusia […] presiona para que el conjunto del territorio sirio esté bajo el control del poder de Asad», indica Samuel Ramani, investigador en la Universidad de Oxford, experto en la cuestión siria.

Un niño sirio llora desde una ambulancia tras un bombardeo aéreo en la provincia siria de Idlib. Foto: AFP

Refugiados y desplazados hacia Turquía

Pero, a pesar de la violencia de los combates, los combatientes leales a Al Asad no realizaron avances estratégicos sobre el terreno.

Para los expertos, esto se explica sobre todo por el apoyo militar que aporta Turquía a los rebeldes, y por la presencia de fuerzas turcas en los puestos de observación de ese sector.

«Rusia desea que Turquía renuncie a asistir militarmente» a los rebeldes, pues este apoyo «entorpece los avances» del régimen, afirma Ramani.

Turquía, que acoge a alrededor de 3,5 millones de refugiados sirios, teme que una ofensiva de envergadura en Idlib provoque un flujo masivo de desplazados hacia su frontera.

Es un riesgo real: muchos desplazados se han instalado en zonas próximas a la frontera.

«Moscú puede aceptar una influencia creciente de Turquía en Idlib a corto plazo. Pero Damasco exige que Turquía se vaya inmediatamente de Siria», apunta Nicholas Heras, del Center for a New American Security.

Sin embargo, «estabilizar Idlib para que los refugiados puedan empezar a volver allí, se traduce en una influencia turca todavía mayor», explica.

En esas condiciones, retomar Idlib, sostiene Ramani, «será una lenta guerra de desgaste para Al Asad».

Fuente: https://www.elespectador.com/noticias/el-mundo/la-eterna-guerra-en-siria-de-la-que-no-se-salvan-ni-escuelas-ni-hospitales-articulo-873227

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Carta de una madre siria a su hija. El documental “Para Sama” muestra la guerra de un modo inusualmente íntimo

Redacción: Sarah Aziza

La mayor parte del público occidental concibe la región de “Oriente Medio” como una gran franja de caos constante e inescrutable. En función de esa idea, los diversos conflictos, insurgencias y revoluciones civiles se asientan en un único paisaje de horror, representado por imágenes ubicuas de oleadas de humo y destrucción incolora. L a violencia es, al parecer, endémica en la región, tan natural e inevitable como el desierto infinito y hostil.

Esta falta de historicidad -y la posterior negación de responsabilidad- puede atribuirse en parte a los medios de comunicación occidentales que favorecen los titulares sensacionalistas y reduccionistas por encima de los matices. En función de ello, a muchos residentes de la región, incluidos los que viven en zonas de conflicto, se les niega cualquier apariencia de cobertura mediática libre y precisa, al mismo tiempo que los principales medios locales se dedican a traficar con la propaganda gubernamental. En ambos escenarios, las voces de los ciudadanos “comunes” están deplorable y peligrosamente ausentes.

Este doble déficit es lo que los cineastas Waad al-Katib y Edward Watts intentaron remediar en su nuevo documental “Para Sama”, que se estrena este fin de semana en algunas ciudades, y que se emitirá más adelante en Frontline PBS. El póster de la película juega con el estereotipo: una mujer aparece de pie contra un fondo de edificios destrozados y escombros. Su rostro estoico y el entorno sombrío evocan asociaciones rutinarias de tragedia, pero la imagen contiene un detalle inesperado: una niña pequeña, de rostro vivaz y ojos muy abiertos, mira desde el portabebés atado al pecho de su madre. Ella es la homónima Sama, la primogénita de al-Katib, cuyo nacimiento y primeros años enmarcan una película que es una carta de amor maternal y la historia de una revolución. “Sama, he hecho esta película para ti”, dice al-Katib en una voz en off. “Necesito que entiendas por qué estábamos luchando”.

Es este marco el que distingue “Para Sama” de tantos documentales de guerra. La mayor parte de la película se centra en la vida confinada y desgarradora de la joven familia al-Katib durante el asedio de las fuerzas del gobierno sirio sobre el este de Alepo en 2016. Está limitada a un elenco reducido de personajes: un equipo de médicos y activistas que dirigen un hospital provisional, y un o de los hogares del vecindario, introduciendo así al público en la realidad tensa y enclaustrada de la rutina diaria y entumecida de la guerra.

Este enfoque íntimo fue la forma en la que al-Katib perturbó y amplió la cobertura convencional sobre su pueblo. “Nunca me sentí representada en las noticias respecto a Siria”, dijo al-Katib en una entrevista con The Intercept. “No hay percepciones humanas en esos informes. Hablan de una ‘guerra’ y la gente piensa en ejércitos, líneas de frente, tanques, pero no es así. No se trata de dos bandos luchando entre sí en pie de igualdad. Se trata de personas que luchan por una vida mejor, por la libertad, y de ejércitos que quieren destruirlas”.

El alcance narrativo de la película, basada en los personajes, en forma alguna excluye las dimensiones políticas del conflicto de Siria. al-Katib se involucró desde el principio en los levantamientos civiles contra el presidente sirio Bashar Asad, y llegó al periodismo a través de su participación y activismo en las calles. Las primeras escenas de la película la muestran con 18 años, una joven activista que participa en la oleada inicial de esperanza eufórica que desbordó a la Universidad de Alepo, donde estudiaba, cuando comenzó la revolución. Pronto empieza a filmar de forma amateur las protestas y manifestaciones, primero en su teléfono, luego con cámaras prestadas y, finalmente, con la suya propia.

La historia pasa de las entusiastas protestas del campus a los eventos cada vez más sombríos y violentos de la represión del régimen. Cuando el contingente rebelde es derrotado en el este de Alepo, al-Katib decide seguirlos, junto con un pequeño grupo de jóvenes luchadores por la libertad y de médicos voluntarios. En medio de una campaña progresiva de bombardeos por parte del régimen y de las fuerzas rusas, el grupo levanta un pequeño hospital improvisado que atiende a los heridos en condiciones cada vez más precarias.

La película muestra secuencias muy duras de ver. Tomas de morteros que caen y escenas de gran confusión en el hospital, donde los médicos trepan por suelos manchados de sangre, luchando por salvar a las víctimas destrozadas que llegan y les desbordan minutos después de cada explosión. Al-Katib lo graba todo en el marco de su cámara de mano, negándose a retroceder ante imágenes mucho más horribles de lo que la mayoría de las audiencias occidentales están acostumbradas a ver.

La decisión de los cineastas de incluir estas escenas más impactantes conllevaba un alejamiento deliberado de la distancia esterilizada que veían en la mayor parte del periodismo occidental dominante. Al-Katib y Watts tienen poca paciencia para los debates sobre la “idoneidad” de mostrar los aspectos más horripilantes de la guerra. “No creo que haya que proteger a la gente”, dijo al-Katib. “¡Estas cosas están sucediendo! Ofrecer a la gente la opción de ignorarlo es un error. Los niños están muriendo, los hospitales están siendo bombardeados, y estos horrores continúan en lugares como Idlib”.

Originalmente, al-Katib se propuso capturar estas escenas en un esfuerzo por crear un cuerpo de evidencias que esperaba que algún día ayudara a acusar al régimen. “Realmente, sentí que no saldríamos vivos de Alepo”, dijo, “así que pensé, lo menos que puedo hacer es dejar un registro para que un día, cuando Asad sea llevado ante la justicia, haya pruebas de todos sus crímenes”. El archivo resultante totalizó más de 500 horas de metraje, que comprenden anotaciones personales, tipo diario, desde el dormitorio improvisado de al-Katib, y la campaña del régimen contra civiles y hospitales, hasta tomas de operaciones de rescate posteriores al bombardeo emprendidas por debajo de un cielo que aún retumba.

Algunas de las imágenes más impresionantes se producen en los momentos más tranquilos de la película. En uno, al-Katib está abrazando a su recién nacida cuando la idílica escena se ve interrumpida por el sonido de los bombardeos cercanos. Ella dice: “Hoy hay muchos ataques aéreos, ¿verdad? ¡Pero no nos han alcanzado, ay!”. En otra escena, una toma de Sama con sus mejillas rosadas contrasta con el cuerpo gris azulado de un niño muerto de aproximadamente la misma edad.

“No soy solo una mujer”, dijo al-Katib sobre estas escenas íntimas, “pero esta fue una de las principales formas en que experimenté el conflicto: como mujer, como madre. Veo a ese bebé, muerto, y por supuesto que estoy pensando: podría ser Sama. Podría ser la madre de un bebé muerto. Podría morirme en cualquier momento. Tenía que mostrar ese momento, ese sentimiento”.

 

Waad, Hamza y Sama al-Katib miran los grafitis que pintaron en un edificio bombardeado, protestando por el exilio forzado de la población civil en el este de Alepo en diciembre de 2016. (Foto: Cortesía de PBS Distribution)

La yuxtaposición de ternura y horror a lo largo de la película muestra todo lo que está en juego en el conflicto sirio en sus dimensiones ineludiblemente personales. Esto era algo esencial para al-Katib y Watts, quienes reconocen el cansancio que sienten muchos en Occidente ante el problema sirio. Watts espera que la película logre que el “conflicto” se comprenda en términos más tangibles y humanos. “La gente tiene una actitud muy confusa con respecto a Siria y Oriente Medio en general, la sensación de que las guerras son una especie de desastres naturales que se extienden sin contexto ni razón”, dijo Watts. “Queremos cambiar eso”.

Otro de los “personajes” principales se alza más allá del marco de la película de al-Katib: la comunidad internacional, personificada en las ONG y los relatores que están en contacto con el equipo del hospital más allá de las fronteras sitiadas de Alepo. El esposo de Al-Katib, Hamza al-Katib, es el punto de contacto para muchas de estas conversaciones, realizando entrevistas con los medios de comunicación y consultas con los negociadores a través de su teléfono celular. También en estas interacciones surge la cuestión de la eficacia. “Pasé horas y horas hablando con ellos (periodistas, la Organización Mundial de la Salud, la ONU), pero no sé si eso cambió la situación”, dijo Hamza en una entrevista con The Intercept. “No parecía que los informes de los medios tuvieran algún impacto en los responsables políticos. Y las ONG creían tener una idea muy clara de la forma ‘correcta’ de ‘resolver’ un conflicto: escuchaban muy poco nuestros deseos”.

Durante todo el conflicto, el personal del hospital y los activistas presentaron una petición esencial, que no fue atendida, dijo Hamza: “Por favor, si quieren ayudar, saquen a Asad del poder. Después de eso, los sirios se encargarán de Siria”. En cambio, dijo, la comunidad internacional “se puso a negociar con el régimen. Y, mientras tanto, ese régimen iba matándonos”.

La mayor decepción de todas, dicen los al-Katib, fue la evacuación forzada de su ciudad en 2016, equivalente a la derrota. “Ese dolor fue peor que cualquier cosa que experimentamos durante toda la guerra”, dijo Waad al-Katib. “Dejar nuestro hogar, después de luchar durante tanto tiempo, nos rompió el corazón. Los negociadores de la ONU dijeron que estaban ‘salvando a Alepo’ y, sin embargo, estaban actuando a favor del régimen”.

Los al-Katib viven ahora como refugiados en el Reino Unido. Dicen que la cálida acogida de su película [en el Festival de Cannes] les ha dado un renovado sentido de empoderamiento e incluso de esperanza. “Lo que no esperábamos era que tantas personas nos fueran a preguntar después de ver la película, ‘¿Qué podemos hacer?’”, dice Waad con un tono entusiasta en la voz. En respuesta, los al-Katib planean lanzar campañas de concientización y defensa sobre el bombardeo de hospitales por el régimen de Asad, y abordar la difícil situación de los refugiados sirios.

“Nadie crece soñando con convertirse en refugiado”, dijo Hamza, quien no ha podido ejercer como médico desde que abandonó su país. Waad agregó: “Queremos que la gente entienda que cada refugiado es un individuo con una historia. Hay razones por las que estas personas son refugiados: están huyendo del peligro y solo quieren una vida mejor para ellos y sus familias”. Los al-Katib continúan pidiendo, abierta e inequívocamente, la destitución del régimen de Asad, mientras alimentan las esperanzas de poder volver un día. “Puede que esto no suceda en cinco ni en diez años, pero necesitamos creer que volveremos”, dijo Waad. Hamza se mostró de acuerdo: “Si a Asad se le permite ganar, si el mundo se niega a llevarlo ante la justicia, estamos viviendo en un mundo terrible. No podemos permitirnos creer que es así”.

“Si tuviera algún mensaje, sería este”, agregó: “No den la espalda a Siria”.

Sarah Aziza centra su interés en cuestiones relativas a las relaciones exteriores, derechos humanos y de género. Sus trabajos han aparecido publicados en Harper’s, The Atlantic, Slate y The Nation, entre otros medios.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=258993

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Francia: Los huérfanos del califato

Redacción: El Mundo

Francia encabeza el esfuerzo diplomático para repatriar a los cachorros del IS, nacidos de yihadistas europeos

Varados en Siria e Irak, viven sin acceso a educación, sanidad o apoyo psicológico, crucial para su desradicalización

En los estertores del califato sus víctimas más inocentes están quedando rezagadas. Los hijos de quienes hace sólo un lustro edificaron el imperio de terror del Estado Islámico, entre el Éufrates y el Tigris, permanecen varados en suelo sirio e iraquí. En condiciones precarias y olvidados por los países de origen de sus padres, lo que puede condenarlos a ser apátridas. Sólo Francia lidera un esfuerzo diplomático para repatriar a aquellos que permanezcan en Siria. Pero sin sus padres.

El periódico The Telegraph citó fuentes galas a finales de octubre: «Las autoridades francesas están entrando en una fase activa de evaluación de la posibilidad de repatriar menores», explicaron, «para el beneficio de los niños».

Entre las preocupaciones que París expresa está el riesgo de que, si estos menores se quedan en suelo sirio, puedan profundizar en la radicalización emprendida por sus padres y convertirse en eventuales seguidores del Estado Islámico, conocido por sus siglas en inglés IS.

Según el rotativo, los franceses planean tratar uno a uno los casos de los 150 menores descendientes de compatriotas unidos al Estado Islámico -y por lo tanto con la nacionalidad heredada de su progenitores- que, calculan, se hallan en el norte de Siria, retenidos en campos por las milicias kurdosirias. No sería una tarea fácil, pues Francia no reconoce la autoridad local. Una alternativa que se estudia es trasladarlos por territorio controlado por el Gobierno sirio. Eso requeriría restablecer lazos con Damasco.

La propuesta tiene un reto más: Francia no quiere traer a los padres. «Funcionarios franceses acudieron a los campos de desplazados a entrevistarse con las madres. Les dijeron que estaban dispuestos a llevarse a sus hijos, pero que, si querían que fuese así, tenían que aceptar desprenderse de ellos», explica Nadim Houry, director de terrorismo y contraterrorismo de la ONG Human Rights Watch. «Por poner un ejemplo, hace 10 días una madre dio a luz en un campo. ¿Qué hacemos, los separamos?«, cuestiona.

La mayoría de países donde el IS ha reclutado a sus seguidores ahora no quieren saber nada de ellos. Y, si bien Irak ha abierto juicios contra muchos, en ocasiones condenándolos a muerte, la autoridad autónoma del norte sirio ha reiterado que no tiene intención de procesarlos y ha solicitado a los países de procedencia que se encarguen de los mismos. En cualquier caso, subraya Houry, «incluso en situación de encarcelamiento de los padres, estos deben tener derecho a ver a sus hijos».

La consecuencia directa «de la falta de una solución para los extranjeros que se han unido a Daesh«, continúa el responsable de HRW, «es que estos niños se ven abocados a un vacío legal, un agujero negro del cual se convierten en víctimas». Nadim Houry los ha visitado recientemente. Viven precariamente, «con recursos sanitarios mínimos» que los abocan a sufrir enfermedades y «sin acceso a educación» o apoyo psicológico, cruciales en todo proceso de desradicalización.

Para perpetuarse, el IS quiso crear máquinas de matar que no alzaban cinco palmos del suelo. «Tanto niños (cachorros) como niñas (perlas) han sido sometidos a un proceso intensivo de adoctrinamiento psicológico dentro de territorio del IS», resalta Gina Vale, coautora de un informe para el Centro Internacional de Estudio de la Radicalización (ICSR) sobre mujeres y menores tras la caída del IS. «Desde los cinco años, los niños fueron motivados para presenciar conductas violentas», sigue. «Para las niñas, el IS permitió el matrimonio a partir de nueve años«.

«La propaganda del IS ha mostrado cómo niños extranjeros han recibido tanto adoctrinamiento psicológico como un entrenamiento militar intensivo. Las madres también han sido alentadas a jugar un rol activo en el adoctrinamiento de sus hijos, procreando y preparando a sus cachorros como futuros guardianes de la ideología del califato», apostilla Vale, cuyo trabajo eleva a 730 los niños nacidos dentro del califato de extranjeros, 566 de ellos de europeos occidentales.

Una inquietud en los países de origen de los padres de estos menores es qué riesgos podría conllevar la repatriación de los pequeños, al margen de la decisión sobre sus padres. «Las consecuencias de esta involucración (pasiva y activa) y de las experiencias con el IS», concluye Vale, «son variadas e individuales, y requieren un soporte continuado psicosocial como elemento crítico en todos los esfuerzos de rehabilitación y reintegración«.

«Sin embargo», remacha la analista, «es importante evaluar las amenazas potenciales que suponen los menores de forma individual. En Oriente Medio y Próximo ha habido casos de menores realizando ataque tanto inspirados como directamente ordenados por el Estado Islámico, pero no se puede hacer una generalización con todos los casos, sino abordarlos individualmente. Muchos menores podrían buscar cómo desligarse del grupo, y por lo tanto necesitan un soporte a medida».

Nadim Houry detalla que los campos de detención del norte de Siria albergan niños de padres extranjeros de 46 nacionalidades distintas; un informe de Unicef indica que en Irak, «en 2017 se verificaron más de 1.000 casos de niños retenidos, acusados de delitos contra la seguridad nacional». «Pedimos a las misiones diplomáticas […] que se lleven de vuelta a sus ciudadanos que han cumplido condena y a los niños no condenados«, pidió el Ministerio de Exteriores iraquí en verano.

La decisión de Francia presiona a otros aliados como el Reino Unido, que se lo plantea pero sigue reticente, según el Telegraph, a repatriar a sus cachorros del IS. En España, Exteriores ni ha aclarado si posee información de menores españoles detenidos en Siria o Irak, ni ha anunciado planes para repatriarlos a ellos o a sus padres. Nadim Houry, the Human Rights Watch, apuesta por una solución adoptada conjuntamente por los países de donde proceden las huestes del califato.

«Es un reto», enfatiza, «pero no creo que la solución sea plantear un dilema tipo ‘o permites que repatriemos a tu hijo solo u os dejamos a ambos en el campamento’. Debe haber una solución más exhaustiva que contemple la situación de los menores«. Mientras, los niños del IS aguardan sus decisiones entre rejas. Lorena Cobas, responsable de emergencias del comité español de Unicef: «Recordamos que esta es una de las graves violaciones contra la infancia que recoge el derecho internacional humanitario».

Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2018/11/03/5bdc72c946163f3e5f8b45b3.html

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Charla con Muzoon, la joven siria que quiso salvar sus libros

Autor: El País

La embajadora de Unicef es una activista por la educación de los niños refugiados

En Facebook Live hoy hablamos con Muzoon Almellehan. A esta joven de 20 años la llaman la Malala siria, y ella no puede ocultar el orgullo que le produce que le comparen con la premio Nobel de la Paz de 2014. Tampoco la satisfacción de considerarse “amiga” de Malala Yousafza, una activista por el derecho a la educación de las niñas. La lucha de Muzoon Almellehan es parecida: está empeñada en que todos los menores refugiados puedan ir al colegio.

Hace cuatro años, Muzoon, hoy embajadora de buena voluntad de Unicef, tuvo que huir de su casa en Siria con su familia por culpa de la guerra. Al hacer el equipaje tuvo claro qué se llevaría: tantos libros como podía cargar para continuar sus estudios. La joven siria reclama a los líderes internacionales que la escolarización no sea una opción cuando se habla de ayuda a los refugiados. “Es tan importante como la comida”, asegura. «Si no aprenden, ¿cómo podemos esperar que los niños lleguen a desarrollar todo su potencial. Tenemos que continuar luchando hasta que veamos un mundo en el que todos van al colegio”.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/06/28/planeta_futuro/1530176059_706579.html

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