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Apagar los medios, derribar el marketing

Por Alejandro Floría Cortés

“Lo único que revelaremos de nosotros es este aviso. Nada de lo que construisteis ha perdurado. Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado” Leonard Cohen

Comenta mi hija de 11 años que habla con sus compañeras, en el patio del colegio, acerca de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos. Convienen las pequeñas analistas, que Trump es “machista, racista y xenófobo” y que “ha dicho muchas barbaridades”, mientras que Clinton, dicen, “podría ser mejor que Trump” o, directamente, “una buena presidenta”.

Le pregunto a mi hija en qué fundamentan sus opiniones y entiendo, de su razonamiento, que mientras la opinión sobre Trump viene claramente conformada por lo que han captado, personalmente, de losmiedos de masas y, por una acrítica extensión, de la vox populi, la opinión sobre Clinton no parece tener más fundamento que la contraposición que se le supone a la opción de la elección que le enfrenta.

Le doy a mi hija, entonces, unas ligerísimas pinceladas de la política exterior estadounidense, en particular, en Oriente Medio, así como de su conexión con las consecuencias que, bajo otra causa, se nos presentan en los medios, y me responde con los ojos como platos, con una de sus expresiones que más le admiro: “¿Cómo puede ser eso posible?”. Algún día le tendré que hablar de la Guerra de las Galaxias de Ronald Reagan y del espanto que me producía la bomba de neutrones.

La anécdota resulta bien ilustrativa de la efectividad de la operación de los miedos de masas sobre lo social y de la función mercadotécnica que le prestan, fielmente, a la megamáquina capitalista. Estos medios promueven, sin rubor, un patrón de consumo de ideas (pensamiento único) y, una pausa para la publicidad, un patrón de consumo material. En la sociedad del espectáculo se exponen informaciones estructuradas para promover candidaturas electorales de la misma forma que se venden seguros o lavadoras. Y lo cierto es que ambas cuestiones están bien conectadas.

Philip Kotler, el padre del engendro, tal y como lo conocemos hoy, definía el marketing (mercadotecnia) como «el proceso social y administrativo mediante el cual grupos e individuos obtienen lo que necesitan y desean a través de generar, ofrecer e intercambiar productos de valor con sus iguales». Sin ánimo de entrar a discutir ni contra-argumentar la gestión de empresas desde la perspectiva del marketing, que es otro tema, parece evidente que esta ¿disciplina?, ¿caja de herramientas?, en algún momento perdió el norte. O, precisamente, lo alcanzó.

Kotler siempre argumentó que las necesidades existían por sí mismas (véase la tramposa pirámide de Maslow), que el marketing, válgame Dios, no las creaba y que sólo influía en el modo de materializar su satisfacción (“deseo hacerlo así, y así lo elijo”), que en el ámbito de un mercado “tan perfecto”, en el que la diferenciación en costes y prestaciones tendía a desaparecer en el tiempo, eran otros los atributos del producto que podían marcar la diferencia en la decisión de compra. La cuestión es si esos atributos brotaban naturalmente o eran ubicados de manera forzosa.

Los medios, con un discurso de poder que es un discurso de venta, atomizan al colectivo en individualidades competitivas y desconfiadas.La hiperinformación y la hipercomunicación no inyectan ninguna luz en la oscuridad. Para multiplicar el efecto, la separación se traslada convenientemente a las redes sociales, desde las que se construye la marca personal. En el aquí y en el ahora, el consumidor quiere (cree necesitar) posicionarse en un mercado total mediante la ilusión de una elección política o mediante la adquisición de un determinado producto.

Sólo saliendo de este momento y este lugar es posible cuestionar esta realidad: ¿cómo hemos llegado al punto en el que estas sean nuestras (únicas) opciones?. Negándose tiempo para reflexionar, el individuo no entrará a analizar si su decisión guarda algún tipo de relación con el bombardeo de una ciudad en Oriente Medio, el hundimiento de una patera en el Mediterráneo, la degradación del Ártico o del Amazonas o las desigualdades que genera, a nivel local o global, las políticas que sustentan su patrón de consumo.

La falsa percepción de elección proporciona una falsa percepción de libertad. Tanto las ideas como los productos están impregnados de atributos ajenos a la utilidad primera de los mismos y se reconfirma queel tener suplanta al ser. Las necesidades dejaron de existir por sí mismas el día que se confundieron con los deseos. Escribe Byung-Chul Han que ya no trabajamos para nuestras necesidades, sino para el capital. El capital genera sus propias necesidades, que nosotros, de forma errónea, percibimos como propias. Participamos de la producción de objetos de deseo que creemos necesitar.

En la soledad del emprendimiento del yo y el cansancio de la autoexplotación se pretende, en una realimentación demencial, la mejora de la eficacia y la eficiencia en los ámbitos de lo personal y lo profesional, que se confunden. Los empresarios de sí mismos aceptan, sin cuestionarlo, un cambio continuo que demanda, a su vez, un re-posicionamiento continuo, cuya energía debe surgir, de forma imposible, de la actitud personal o, ¿cómo si no?, del expolio de los otros.

El consumidor va a ser consumido y quien no pueda consumir será excluido. Se consumen experiencias, productos, eventos, viajes, información,… con un valor usurpado para engrosar una luminosa marca personal que oculta a un agotado yo y una insatisfacción infinita.La primera salida de emergencia sólo puede ser apagar los medios y empezar a disfrutar de un silencio no mercantilizado que de una oportunidad a la toma de conciencia.

Solamente atendiendo a la degradación de los sistemas educativos, de las relaciones laborales y de las relaciones sociales (atendiendo estas desde la perspectiva de comunidad, de colectivo), y por supuesto recuperando la memoria, podemos empezar a vislumbrar cómo hemos llegado al punto de aceptar, sin reflexión ni crítica, una variedad de opciones de oferta de ideas y productos que no tienen absolutamente nada que ver con nuestras necesidades ni con nuestra naturaleza. Lo hemos cedido todo.

La oferta de cualquier cosa se antepone a la demanda, limitándose en su construcción a las opciones de rentabilidad para sus productores, asumiendo la programación de su obsolescencia y sin contemplar, ni por asomo, el perjuicio irreparable para un planeta finito con recursos finitos. Desarrollamos una ingeniería logística sin precedentes para fabricar mierda en un país, con los recursos naturales de otro, y todo ello con un coste humano y medioambiental que debería sepultarnos en la vergüenza para detenernos aquí y ahora.

La rentabilidad no ha sido ajena a las ideas. El plato del día es la Epistemología del Norte. La economía podía y debía ser circular, horizontal, natural, cooperativa, social,… pero no tenía que serescasez, ni mucho menos ciencia. Esta oferta no tiene que ver con esta demanda. El mercado es un campo de concentración. Cuando tomemos conciencia habremos empezado a derribar el marketing.

Artículo enviado por su autor a la redacción de OVE

Imagen tomada de: https://elcomunista.files.wordpress.com/2016/11/apagar-los-medios-derribar-el-marketing.png?w=605&h=378&crop=1

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El sentido común de la economía y los economistas

Por Fernando Luengo

El sentido común. ¿Hay un término más usado en estos tiempos de confusión y cambio que nos ha tocado vivir? Creo que no. Casi todo se justifica apelando a ese sentido común, como si reflejara una lógica irrefutable. Quien se sitúe fuera de esas coordenadas, donde conviven la razón y la tradición, o se atreva a cuestionar unos registros que, supuestamente, nos permiten entender la realidad -para los que tenemos un lenguaje simple y directo, nada sofisticado- es inmediatamente descalificado o arrojado a las tinieblas de la sinrazón y la ignorancia.

En economía son muchas las afirmaciones que se sostienen en una suerte de sentido común alimentado de paradigmas que, nos dicen, estarían sólidamente anclados en postulados teóricos y en políticas ampliamente contrastadas y respaldadas por la evidencia empírica. Todo ello formaría parte de los pilares del buen razonar.

Algunos ejemplos, sin pretender ser exhaustivo: el crecimiento económico genera empleo suficiente en cantidad y calidad y crea las condiciones para que los salarios aumenten; una política económica centrada en el crecimiento es la mejor política social; la retribución de los factores productivos, trabajo y capital, se corresponde con su productividad; los mercados, dejados a su libre albedrío, conducen a situaciones de equilibrio y, además, tienen mecanismos que corrigen los desequilibrios que eventualmente se pudieran originar; la desregulación de las relaciones laborales, al introducir más flexibilidad en los mercados de trabajo, tiene un efecto positivo sobre el empleo; la recuperación de los márgenes empresariales se traduce en más inversión productiva; la contención salarial nos hace más competitivos en el mercado internacional, lo que favorece las estrategias exportadoras de las firmas; la disciplina presupuestaria fortalece y maximiza las capacidades de crecimiento; el sector privado es, por definición, más eficiente que el público; la globalización de los procesos económicos premia sobre todo a los países más rezagados; la innovación tecnológica resuelve los problemas relacionados con la sostenibilidad.

Y tantos otros axiomas que se han colado, que nos han colado como verdades incontrovertibles…LOS ECONOMISTAS DICEN…Como si fuera evidente que los economistas formaran parte de un grupo homogéneo e identificable, fuera del cual se sitúan los “no economistas”, que ocuparían un espacio inferior, de menor rango, en la jerarquía del conocimiento. Se trataría de un magma integrado no sólo por los profanos en la materia, sino también por aquellos que intentan acercarse a la reflexión de los procesos económicos desde coordenadas distintas de las que prevalecen en la corriente dominante, el “mainstream”, que marca la pauta, no sólo en los espacios académicos sino también en la esfera de las políticas públicas.

Conforme a esta manera de pensar, merecerían especial rechazo aquellas incursiones que se realizan desde la ecología, el feminismo, la cultura, la historia, la política, que tan sólo contaminan la “buena economía”. Lo mismo cabe decir del término “teoría económica”, conjunto de principios incuestionables, de pretendida validez universal, a partir de los que los “economistas” realizan su trabajo, elaboran sus modelos y concretan sus predicciones.

Como si sólo existiera una visión desde la que encarar la compleja realidad de la economía y las interacciones; fuera de ella solo se encontrarían los que han sido incapaces de captar y aprender la esencia de la verdadera economía.

Pues no, el grupo de los economistas, y mucho más si lo ampliamos con los que intervienen en la reflexión económica, se caracteriza por la diversidad de enfoques y perspectivas. No sólo existe una pluralidad de visiones dentro de la economía, “strictu sensu”, sino que, extramuros de la oficial, encerrada en una visión estrecha de qué es la lógica económica, existe un muy interesante y fructífero debate sobre los problemas y desafíos de nuestra disciplina.

Resulta paradójico que, por un lado, la crisis económica y la gestión de la misma que han hecho las élites han supuesto un cuestionamiento radical (desde la raíz) de estos y otros lugares comunes a los que antes me refería, y, por otro, continúe o incluso haya salido reforzado el discurso dominante, que ha impregnado las políticas de los gobiernos y de las instituciones comunitarias.

Frente a este planteamiento monocorde, dogmático e ideológico, es necesario poner sobre la mesa preguntas. Urge una reflexión amplia, atrevida y estratégica a partir de la que construir un sentido común (que tiene que ser nuevo para ser bueno) que dé cuenta de las disfunciones y contradicciones del capitalismo, que debe ser capaz de ofrecer una interpretación de la Gran Recesión (y también de la Gran Transformación que se ha abierto camino impulsada por las elites políticas y las oligarquías económicas), que arroje luz sobre las causas de la fractura del denominado proyecto europeo y que abra caminos de superación de la crisis, aplicando políticas al servicio de la mayoría social y de la vida.

Porque, simplemente, en esta encrucijada, la economía convencional, con sus lugares comunes, con su sometimiento a la lógica del poder, nos encierra en un bucle sin salida.

Fuente: http://blogs.publico.es/fernando-luengo/2016/07/18/el-sentido-comun-de-la-economia-y-los-economistas/

Imagen tomada de: http://www.canarynight.com/wp-content/uploads/2016/07/Economia-CanaryNight2-1.jpg

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Ocultos tras los eufemismos

Evitar las palabras “desahucio”, “expulsión” y “desalojo” en documentos oficiales no impide que decenas de miles de personas se queden sin casa

Por Carlos Miguélez Monroy

“Apuesto a que si aún habláramos de neurosis de guerra quizá los Veteranos de Vietnam habrían recibido la atención que necesitaban”, decía el polémico actor George Carlin, que dedicaba muchos de sus monólogos a los eufemismos, a los que se refería como “soft language”.

Pero “neurosis de guerra” sufrió sucesivas transformaciones en las distintas aventuras bélicas que implicaron a soldados estadounidenses hasta convertirse en estrés post-traumático (post-traumatic stress disorder en inglés), un término técnico, aséptico, largo e incómodo de utilizar que no invita a una posible respuesta.

El comediante, que criticaba el lenguaje “políticamente correcto” por cuestión de formas y de estética, alertaba también a los oyentes sobre los motivos de fondo para la creación de ese lenguaje. ¿Quién lo creó y a quién beneficia?, se preguntaba.

Los detractores de Carlin consideraban una exageración que afirmara que los blancos y los poderosos han creado ese lenguaje para apaciguar a quienes se enfrentan a realidades adversas. Los arrabales se convierten en “barrios de nivel socioeconómico inferior”, los pobres en “personas con bajos ingresos” y las víctimas civiles en “daños colaterales”. Como si no hubiera personas detrás y nadie fuera responsable. Pero las palabras por si solas no transforman la realidad y, si la edulcoramos en exceso, corremos el peligro de aceptarla como ley natural y no hacer nada para corregir las injusticias que puedan derivarse de ella.

Evitar las palabras “desahucio”, “expulsión” y “desalojo” en documentos oficiales no impide que decenas de miles de personas se queden sin casa. Lo que faltan son medidas que los impidan.

En los últimos años, el abuso de eufemismos se ha instalado también en los discursos de grupos, movimientos y organizaciones que tienen como objetivo luchar contra desigualdades injustas.

Las organizaciones coinciden en la conveniencia de utilizar “persona sin hogar” que “mendigo”. Pero más que para evitar una ofensa, para ser precisos en el lenguaje, pues no todas las personas en situación de calle piden limosna. Pero en otras ocasiones se producen debates interminables sobre cuestiones estériles. En una exposición de museo en Holanda se ha llegado al extremo de cambiar los nombres originales de antiguas obras de arte tituladas con palabras que pudieran ofender a ciertos “colectivos”.

En ciertos círculos puede resultar ofensivo utilizar “ciego” en lugar de “persona con discapacidad visual”. Incluso pretenden desterrar la palabra discapacidad pues, para “ellos y para ellas”, se trata de “diversidad funcional” de “personas con otras habilidades”, como si el término “persona con discapacidad” resultara vergonzante.

Carlin sostenía que la carga de las palabras depende del contexto, de quién las utilice y cómo. De ahí que el racismo de la palabra nigger depende de si la utiliza Will Smith o un blanco en un tono despectivo. Incluso la palabra “black” se ha sustituido por “afroamericano”, lo que en el fondo constituye una discriminación mucho peor.

“Soy negro, no afroamericano. ¿Acaso llamamos euroamericanos o angloamericanos a los estadounidenses blancos?”, preguntaba Kwadwo Anokwa, profesor y antiguo decano de la facultad de Periodismo y Comunicación en Butler University.
El escritor Javier Marías carga contra la imposición de “vocablos artificiales, nada económicos, a menudo feos y siempre hipócritas, que tan sólo constituyen aberrantes eufemismos, como si no sufriéramos ya bastantes en boca de los políticos”.

“Cualquier cosa que se invente acabará por resultarle denigrante a alguien. Y, lo siento mucho, pero en español quien no ve nada es un ciego, y quien no oye nada es un sordo. Lo triste o malo no son los vocablos, sino el hecho de que alguien carezca de visión o de oído”, dice el escritor.

Llamar invidente a un ciego no le conseguirá trabajo, ni más amigos, ni le hará la vida más fácil a él o a su familia. Si la dignidad y la efectividad de los derechos humanos dependieran de terminologías arbitrarias, ya se habrían sorteado muchas de nuestras barreras económicas, laborales, tecnológicas y sociales. Las conquistas sociales no se han producido por las imposiciones de ciertos policías del lenguaje, sino por la labor de quienes han denunciado injusticias y propuesto alternativas para derrumbar primero las barreras de nuestras mentes para luego derribar las de ladrillo y cemento.

Tomado de: http://www.lajornadanet.com/diario/opinion/2016/mayo/12-2.php

Fuente de la imagen de libre uso: https://c2.staticflickr.com/6/5279/5859161111_b4e5c37b8c_b.jpg

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La escuela de Bigott

Por: Alí Ramón Rojas Olaya

El viernes 26 de febrero de 2016 estaba solo en el aula 545 del Pedagógico de Caracas. Releí algunas páginas al azar de algunos libros del maestro Luis Antonio Bigott que sustraje de mi biblioteca. Cada lectura resultaba una lección. El prólogo que Goyo Pérez Almeida hace de «El educador neocolonizado» en la edición del Fondo Editorial Ipasme que dirigía José Gregorio Linares es una oda irreverente a la libertad. A las 8 y 20 llegó Daniela, una de las estudiantes de Juegos y Recursos Matemáticos de la mención Educación Integral. Le dije que me sentía muy abatido por la prematura muerte de mi maestro. Le pedí que leyera una página al azar. Escogió la que empieza así: «Venezuela no es ‘un país bellísimo de personas buenas que gracias a su bondad se han dado a conocer en todo el mundo’ (maestra graduada, 36 años, 11 años en la docencia, 4to grado, san Cristóbal, estado Táchira); Venezuela es más que ‘un país humillado, violado, subdesarrollado, superexplotado, escopetado y masoquista’ (grafito, facultad de Ingeniería, Universidad Central de Venezuela, 5 de agosto de 1971)». «Primera vez que oigo hablar de ese profesor», me dijo sincera. ¿En qué semestre estás?, «en el sexto». Me quedé pensativo. «Fíjese profesor, el único que me ha enseñado quién fue Simón Rodríguez es usted. Acá no nos hablan de esos educadores».

Tomé el libro y leí lo siguiente: «En las escuelas de Educación todos son conservadores definidos o conservadores potenciales, reaccionarios activos o reaccionarios latentes que, en política doméstica, suspiran impotentes y nostálgicamente por el viejo orden de cosas. Como bien lo apuntaba José Carlos Mariátegui, o como gritábamos en el ayer cercano, la casi totalidad del profesorado universitario es reaccionaria por pecado original y vaya usted a buscar el agua mágica que lo redima definitivamente y logre transformar al profesorado-amalgama, al profesor-gramófono y al profesor-lector, en sencillamente hombres que estén más al lado del crear que del creer».

Bigott es el más importante pedagogo de su tiempo. La universidad queda huérfana porque se fue un bastión ético que combatió la mediocridad académica, esa que se debate entre la mera consigna fatua y el monólogo eunuco. La misma que prefiere un chisme a un libro. Simón Rodríguez creó la Escuela contra la colonización, y al morir pocos trabajaron en ella. Ya Bigott creó la escuela desneocolonizadora. Hay vacantes. ¿Quiénes desean inscribirse?

Fuente: http://www.aporrea.org/actualidad/a223609.html

Imagen tomada de: http://1.bp.blogspot.com/-cLryxRV2a7g/TqaFLrce2sI/AAAAAAAAAVQ/ck7nVzkbiWE/s1600/P1020561.jpg

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¿Globalización o globorrecolonización tecnoinformacional?

Por: Iliana Lo Priore – Jorge Díaz Piña

El proceso que durante las décadas de los años 80 y 90 del siglo pasado va a posicionar hegemónicamente a nivel internacional al neoliberalismo económico se va a apoyar en el discurso ideológico de lo que Ramonet (1995) denominó el pensamiento único «la traducción a términos ideológicos de pretensión universal de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en especial, las del capital internacional» (p. 58). Discurso que además de apoyarse en las ideas-fuerza del libre comercio sin fronteras, la desregulación de los mercados, la libre concurrencia, la competencia y otras, que expresan su propósito global de expansión y control del mercado mundial, va también a expresarse en la idea-fuerza de un mundo más estrechamente interrelacionado de manera interdependiente pero asimétrica. En el que los términos de intercambio serán desiguales entre las naciones capitalistas centrales o hegemónicas autonombradas como desarrolladas, y los países periféricos o dependientes de aquellas que se articularán de modo subordinado a las mismas (Ander-Egg, 1998).

Este mundo interrelacionado será viabilizado principalmente por las interconexiones de las nuevas Tecnologías de Información y Comunicación (TICs). Dichas tecnologías fueron y siguen siendo presentadas por el discurso neoliberal como innovaciones que impactan transformadoramente la productividad económica y las actividades socioculturales, así como los restantes ámbitos de las sociedades. De aquí que la temática de la información o de sus flujos cruce e impregne los restantes discursos (científicos, políticos, administrativos y otros). Tanto su soporte tecnológico como los flujos informacionales se convertirán en las condiciones suficientes para liberarse de fronteras y legislaciones nacionales, así como de incompatibilidades tecnológicas para englobar o interconectar los distintos lugares o sitios geográficos en tiempo real. Lo que implica que el espacio y el tiempo serán objeto de compresión virtual. Otra consecuencia que esto conllevará, será la afectación de las relaciones sociales interpersonales ya que las mismas serán significativamente mediatizadas por las TICs, por ejemplo, en el caso de la educación esto es decisivo considerarlo para establecer su uso pedagógico pertinente y no contribuir a la alienación de los estudiantes en consumidores acríticos de los flujos informacionales.

La importancia con la que se impulsará y alcanzará la generalización de los flujos informacionales para la interconexión mundial, implicará que se empiece a llamar prevalecientemente a este tipo de relacionamiento social con el eufemismo ideológico neoliberal de «sociedad de la información». A partir de los años 90 se promoverán estrategias de carácter internacional para acelerar ese proceso de informacionalización global con el que se solapará la expansión capitalista neoliberal. Lo que conducirá a que se creen instancias o mediaciones transnacionales de organización y control con la finalidad de crear un «nuevo orden mundial de información y comunicación». Un nuevo régimen informacional internacional que históricamente (Mattelart, 2002), redefinirá transformadoramente la naturaleza de la información (Abril, 2005), creando un nuevo modo de información (Poster, 1987), que incidirá mediante relaciones de poder en los procesos de subjetivación de los individuos (Castells, 2010), de modo tal que propiciará configurarlos alienadamente como sujetos informacionales, individuos sujetados para pensar y actuar de acuerdo a los flujos de información que circulan fetichistamente a través de la red de Internet.

Dichas instancias serán promovidas primordialmente por los Estados Unidos (EE.UU.) y por la Unión Europea (UE), que los inscribirán en el marco de la ideología neoliberal o del pensamiento único para profundizar la internacionalización económica capitalista en su nueva fase de acumulación o etapa de expansión o nuevo modo de desarrollo según Castells (ob. cit.)), con base en la generalización de la tecnología informacional de manera destacada. En esta dirección, el discurso sobre la sociedad de la información servirá como cobertura ideológica para incitar y articular a las demás naciones en función de la promesa de lograr su desarrollo a través de la competitividad informática. Sociedad de la información que demanda en lo tecnológico, mercantil y legal, regulaciones normativas para el funcionamiento eficiente de las redes de las telecomunicaciones a nivel internacional para su gobernanza. En este sentido, el discurso de la sociedad de la información, que tiene como presupuestas a las TICs como dispositivo de transformación social, es legitimado y difundido por medio de instancias transnacionales para impulsar el «libre mercado mundial» y la «sociedad de consumo»; sin embargo, ello no ocurre sin que se generen contradicciones entre la libertad mercantil global y la necesidad de un marco regulatorio que la haga funcionar, esto es, entre sus ideas de liberalización y privatización, y la exigencia de acceso a la información que requiere la intervención del sector gubernamental para intentar favorecerla, así como entre el principio de «cooperación internacional» y las directrices institucionales internacionales que propician la desigualdad entre los intereses y las naciones involucrados.

Todas esas contradicciones tienen como base fundamental la tensión entre la naturaleza de la información como bien cultural o público que le confiere la característica de ser transferible y de libre acceso, y la información como producto o servicio mercantil, o de valor agregado privado, y que en última instancia, son manifestaciones de la contradicción entre el valor de cambio de las cosas materiales e inmateriales, en este caso, de la información, y su valor de uso o utilidad en la sociedad capitalista. Por esta razón la difusión y expansión de la sociedad de la información a través de las políticas de los organismos internacionales a cargo, estarán condicionadas por las discusiones y luchas en torno a los posicionamientos respecto al acceso versus privacidad, que envuelve los temas de servicios de información de carácter universal, libertad de expresión y propiedad intelectual entre otros que destacan.

Pese a lo paradójico de este contexto en que se desenvuelve la globalización tecnoinformacional, las políticas nacionales de los países periféricos o dependientes respecto a las orientaciones y acciones para la informacionalización de sus sociedades, pasan por aceptar y subordinarse aunque manifestando resistencias y planteando opciones alternativas al cumplimiento de las regulaciones internacionales establecidas convirtiéndose los gobiernos de esta manera, en aseguradores de la aplicación de esas regulaciones. Este acatamiento de los gobiernos nacionales se enmarca en las prioridades de la agenda internacional de los centros hegemónicos del capitalismo neoliberal de afianzar un mercado global desnacionalizado o mercado mundial en red en el que las tecnologías informacionales y sus flujos conforman la unidad funcional de una red de redes. De esta forma, se imponen políticas de información y comunicación que son expresión de una creciente, profunda y asimétrica interdependencia capitalista mundial, denominada metafóricamente globalización (Ianni, 1998), noción de significación ambigua que también solapará ideológicamente la búsqueda de la hegemonía planetaria por el capital neoliberal, al igual que la de sociedad de la información, y que desde una perspectiva histórica antidependiente e indoafrolatinoamericanista se propone que se denomine capitalismo tecnoinformacional de redes globorrecolonizadoras. Globalización que con base en su ideario o imaginario político-ideológico, responde a las concepciones neoliberales de un mercado libre de regulaciones nacionales pero subordinado a sus regulaciones internacionales protectoras de un mercado de intercambio mundial desigual, que en el terreno informacional tiene entre sus manifestaciones más cuestionables la división internacional entre productores y consumidores de información o «brecha digital».

REFERENCIAS

Ander-Egg (1998) Reflexiones en torno al proceso de Mundialización/Globalización.

Editorial Lumen-Hvmanitas, Argentina.

Castells, M. (2010) Comunicación y poder. Alianza Editorial, Madrid

Ianni, O. (1998) Teorías de la Globalización. Siglo XXI editores, México.

Mattelart, A. (2002) Historia de la sociedad de la información. Edit. Paidós, Barcelona

Poster, M. (1987) Foucault, marxismo e historia. Modo de producción versus Modo de

Información. Editorial Paidós, Buenos Aires.

Ramonet, I. (1995) «Pensamiento único y nuevos amos del mundo». En Cómo nos venden la

Moto. Editorial Icaria, Barcelona

Fuente: http://www.aporrea.org/actualidad/a212788.html

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Semiótica de los “Locutores” Burgueses

Por Fernando Buen Abad Domínguez

Todas las patologías del capitalismo se notan, de las maneras más odiosas, en sus “locutores”. Entiéndese aquí, por “locutores”, a todos aquellos que venden su voz como mercancía para vender las mercancías del capitalismo. Algunos de ellos, incluso, contra su voluntad o su conciencia.

El abanico de tonos, inflexiones, acentos, gritos, quejidos, susurros y sentencias, ideados permanentemente para alentar el consumismo, constituye una galería inmensa de creatividad saturada de subordinación y decadencia. Muchos “locutores” lo padecen, paradójicamente, en silencio.

Y así como el concepto “mercancía”, bajo el capitalismo, abarca al trabajo, a las noticias, a los gustos, a las emociones, a las tradiciones… así abarca a las voces, a sus tonos, a sus palabras y a las ideas -explícitas e implícitas- con que insufla cualidades impertinentes a objetos, sujetos y valores burgueses. A eso se le llama “publicidad” y para ella el uso de las voces, manipuladas de mil maneras, es indispensable. El resultado es escalofriante, abrumador y odioso. Veamos.

Junto a la manía publicitaria, insoportable, de exagerarlo todo, se inocula al discurso mercantil de los “locutores”, el repertorio de supuestos fonéticos que emblematizan al “buen gusto”, al confort, al prestigio… al poder del dinero. No se habla con naturalidad, han naturalizado la idea bobalicona de que lo engolado, lo chillón, lo enfático y lo meloso son, entre otros, recursos impecables para fijar en las cabezas de los pueblos un lugar privilegiado para las mercancías de ocasión. El resultado es un pastiche nauseabundo y deprimente, tributario voluntarioso del ridículo. El colmo es que cuando se usan las voces “populares” se las usa para ridiculizar algo o a alguien. Hay millones de ejemplos insufribles e inefables.

No pocos proyectos de comunicación emancipadora, al excluir o al no haber desarrollado una crítica científica al modelo de “locución” burgués, repiten algunos de sus peores vicios. Como, por ejemplo, confundir la seriedad con la solemnidad. Como permitir que la forma reine sobre el contenido. Como imitar el “prestigio” de las formas “exitosas” como gancho para las ideas revolucionarias. Hay una lista larga de ejemplos fallidos impregnados por la lógica de que imitando lo que al capitalismo le da “llegada”, será posible hacer llegar los mensajes emancipadores. Así hemos escuchado a no pocos voceros de la revolución hablando como “locutores” de la contra-revolución. Lo viejo no termina de morir donde lo nuevo no termina de nacer.

No existe un manual mágico para dar voz a la Revolución. Nada en una Revolución nace mágicamente y lo más probable es que nos tome tiempo liberanos, realmente, de los atavismos formales, del imperio de las formas, que la burguesía nos ha inyectado hasta en los rincones más insospechados de nuestras existencias. Las manías burguesas que se nos han infiltrado no son invencibles, es falso que no se pueda cambiar, y nosotros tenemos bien claro que la práctica revolucionaria es nuestra mejor escuela, sin empirismos bobalicones. Necesitamos impulsar la formación de cuadros científicos, cuya habilidad y fortaleza consista en interpretar a la revolución y darle voz a sus mensajes, hay que organizar y movilizar escuelas de formación revolucionaria en comunicación emancipadora. Desde abajo y desde la lucha de clases.

No podemos, ni por chantaje ni por inconciencia, ser vehículo reproductor de miserias burguesas, tan sonoras como las ridiculeces que vomitan, a cada instante, sus “locutores” en nuestras propias casas y narices. Y aunque algunos trabajadores de los medios crean que es muy “nice”, muy “chic”, muy “maquetinero” el modito burgués para la vendimia de su basura, no silenciaremos nuestra denuncia cuando a miles de trabajadores de la “locución” se los usa para drenar con sus voces, hacia los mercados, el veneno de la sobre-producción capitalista que, no sin guerras inter-burguesas, se les pudre en las bodegas.

No silenciemos el daño laboral, ni el daño moral, ni el daño cultural que nos causa el modelo burgués de “locución” mercantil. No aceptemos ninguna de sus payasadas. Impulsemos una semiótica emancipadora y una red internacionalista de escuelas para la formación de cuadros revolucionarios en comunicación que asuman su responsabilidad socialista en la búsqueda de nuevas voces, nuevos vocablos, nueva dicción y nueva locución… hacia la liberación veredera de los caudales expresivos nuevos. La libertad de expresión socialista. Del dicho al hecho.

Tomado de: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=119084

Fuente de la imagen: https://pixabay.com/static/uploads/photo/2015/05/09/11/30/microphone-759587_960_720.jpg

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Las trampas del lenguaje

Fernando Luengo

No estamos ante un asunto menor. En torno a el lenguaje se construye el discurso dominante; en realidad, todos los discursos, de ahí la importancia de ser cuidadosos y rigurosos.

¿Quién alzaría la voz en contra de la austeridad y del uso racional (razonable) de los recursos, tanto los privados como, sobre todo, los públicos? Ser austeros, evitar el despilfarro debería formar parte de nuestro código moral más íntimo, permanente e inexpugnable. Quizá por esa razón sea imposible encontrar un vocablo más usado (y también más desgastado) que el de “austeridad”.  Es en ese contexto, deliberadamente equívoco, donde se invocan, se proponen y se imponen las políticas de austeridad sobre las finanzas públicas.

El lenguaje del poder, usado y aceptado coloquial, política y mediáticamente, cargado de lógica intuitiva, nos traslada a un espacio conceptual y analítico donde la crisis económica es el resultado del despilfarro público, y donde, en justa correspondencia, la salida pasa por poner orden en las finanzas gubernamentales. No queda otra alternativa, en consecuencia, si se quiere retornar a la senda del crecimiento (icono sagrado de la economía dominante, y también de una parte de la heterodoxa), que recorrer el camino de la disciplina presupuestaria.

Con un apoyo mediático sin precedentes, se repiten una y otra vez las mismas expresiones: “todos somos culpables y, en consecuencia, todos tenemos que arrimar el hombro”, “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y ahora toca apretarnos el cinturón”, “el Estado es como una familia, no puede gastar más de lo que ingresa” “la austeridad es una virtud que, si la practicamos con convicción y firmeza, nos permitirá salir de la crisis”. Tan sólo son algunos ejemplos, de uso bastante frecuente, de un discurso simple (simplista), directo y, por qué no decirlo, muy efectivo; nos entrega palabras y conceptos fácilmente manejables, que proporcionan un diagnóstico de quiénes son, o mejor dicho somos, los culpables y cuáles son las soluciones.

Según ese mismo lenguaje, ampliamente aceptado, todos somos responsables y el mayor de todos el Estado, despilfarrador por naturaleza. Por esta razón toca adelgazarlo, y de esta manera liberar (literalmente) recursos atrapados y mal utilizados por el sector público, para que la iniciativa privada, paradigma de la eficiencia, los pueda utilizar. Continuamente se invoca la autoridad de los mercados, como si estuvieran gobernados por una racionalidad indiscutible y como justificación de que no hay alternativas. Los Estados son el problema y los mercados la solución. Este es otro de los grandes iconos de la economía convencional, al que se acude con más frecuencia, y que pretende ser tan obvio que no precisa mayores comentarios o explicaciones.

Pero el lenguaje nunca es inocuo, presenta una evidente intencionalidad. Por esa razón, es imprescindible cuestionarlo desde la raíz misma, pues su aceptación y utilización ha supuesto una gran victoria cultural de las políticas neoliberales y de las elites.

Estos razonamientos y su lógica, implacables e inexorables en apariencia, nos alejan de una reflexión sobre la complejidad, sobre las causas de fondo de la crisis; causas que apuntan a la desigualdad, al triunfo de las finanzas sobre la economía social y productiva, a las divergencias productivas, sociales y territoriales que atraviesan Europa, de norte a sur y de este a oeste.. y también a una unión monetaria mal diseñada y, lo más importante, atrapada entre los intereses de la industria financiera y las grandes corporaciones. Causas que apuntan, en definitiva, a las contradicciones, insuficiencias y límites de la dinámica económica capitalista,

El lenguaje del poder oculta que, en realidad, el término “los mercados” refleja los intereses de operadores financieros, inversores institucionales, fondos de alto riesgo, empresas transnacionales y grandes fortunas que, cada vez con más desparpajo, fijan la agenda de gobiernos e instituciones. Estas son las “las manos visibles” a las que nuestros dirigentes han entregado las riendas de la actividad económica. Ese mismo lenguaje omite una cuestión clave: la operativa de los mercados ha estado gobernada por el despilfarro. Hemos asistido a una asignación ineficiente de recursos (que, como la economía convencional nos recuerda continuamente, son escasos) que ha supuesto una enorme destrucción de riqueza; no solamente cuando la crisis hizo su aparición, sino mucho antes, al penalizar la inversión productiva y social y favorecer, de este modo, el bucle financiero.

Todos estos asuntos han quedado fuera de foco. Por esa razón, urge hacer valer otro lenguaje, en realidad, otro marco conceptual e interpretativo que nos capacite para transformar el actual estado de cosas al servicio de la mayoría social.

Tomado de: http://www.sinpermiso.info/textos/las-trampas-del-lenguaje

Fuente de la imagen: http://i1.mdzol.com/files/image/685/685610/5742e9c155f60_565_319!.jpg?s=10154967798a9781cde412eb9e9d8d5c&d=1464003890

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