Ntezimana Fidés, de Burundi, trabaja para Médicos Sin Fronteras (MSF) en el campo de refugiados de Nduta, al noroeste de Tanzania, donde brinda apoyo a las mujeres embarazadas que viven con VIH y que a menudo se enfrentan al estigma, incluso de sus propios maridos. En este testimonio, describe cómo ha cambiado su trabajo a partir del nuevo coronavirus y la alegría que le provoca poder ayudar a su comunidad.
«Fue un día como cualquier otro. Preparé el desayuno para mi familia: pan fresco con té para mi padre y plátano frito para mi madre. Recibí una llamada de mi novio y su voz temblaba.
Dijo que tenía que salir de Burundi inmediatamente y que por ahora no debía contactarlo.
Ese día no fui a la escuela. Estaba en mi último año de educación secundaria, con una especialización en enseñanza. Planeábamos casarnos una vez que me graduara. Este repentino cambio de acontecimientos hizo añicos mis sueños. Pasó un año y completé mis estudios.
Un día, recibí un mensaje en Facebook de mi novio diciendo que quería reunirse conmigo. Me pidió que estuviera lista a la mañana siguiente. Antes del amanecer, tomé una bolsa y la llené con mis tres piezas de ropa favoritas, una barra de jabón y un cepillo de dientes.
Un amigo suyo se ofreció a llevarme a la frontera de Tanzania en su vieja y oxidada moto. Treinta minutos después, pude pasar a Tanzania y así comenzó mi viaje como refugiada… Llegué al campo de Nduta, donde vivía mi novio.
Todo era diferente de donde yo venía: la tierra seca se convertía en un polvo arenoso y rojizo; las personas se refugiaban bajo tiendas de plástico blancas y azules; filas enormes de personas esperaban para recibir comida. A pesar de todo, estaba encantada de estar con él de nuevo.
A partir de entonces, todo sucedió rápidamente: desde casarme, empezar a trabajar para MSF, hasta finalmente dar a luz a un hijo sano. Ahora estoy en mi cuarto año como educadora de salud comunitaria con MSF.
Es una ocupación desafiante y exigente, pero también muy gratificante. Mi tiempo se reparte entre el apoyo a pacientes con enfermedades crónicas y el apoyo a mujeres embarazadas que han dado positivo en las pruebas de VIH, como parte del proyecto de MSF para prevenir la transmisión materno-infantil de esta enfermedad.
En el transcurso de mi trabajo, he observado que las mujeres suelen tener mejor disposición para someterse a las pruebas de VIH que los hombres, quizá por su deseo de proteger a sus hijos que están a punto de nacer.
Un día recibí a una mujer embarazada que acababa de dar positivo en la prueba del VIH. Estaba destrozada y confundida. Le aconsejé que empezara a tomar medicamentos.
Me dijo: – «No puedo empezar a tomar la medicación; mi marido se divorciará de mí si sabe que soy seropositiva».
Sucede a menudo que los hombres se divorcian de sus esposas si el resultado de la prueba del VIH es positivo.
Así que le dije: – «Lo principal es que empieces a tomar la dosis; ya veremos el resto más adelante». Aceptó inscribirse en el programa y empezar a tomar la medicación.
Pero aún así dudó. – «Si mi marido ve los medicamentos, me matará» Sus ojos preocupados y llenos de lágrimas derritieron mi corazón.
Le tomé la mano y le dije con mi voz más calmada: – ‘Yo te daré todo el apoyo que necesites. Te pediré que prepares a tu marido para que venga a hacerse una prueba sin mencionar que ya conoces tu estado’. Era una situación delicada, pero yo estaba convencida de que podríamos evitar el peor resultado posible.
En el campo para refugiados de Nduta, Tanzania, MSF lleva a cabo un programa de tratamiento para la prevención de la transmisión de madre a hijo desde 2017.
Afortunadamente, vivíamos en el mismo barrio. A las 8 pm cada noche, ella venía a mi casa para tomar su dosis.
Un día no pudo venir, así que busqué una razón para ir a su casa. Fuimos detrás de la vivienda para que pudiera tomar la dosis en secreto. Siguió así durante casi dos semanas. El día de la prueba de su marido finalmente llegó. Planeé estar presente para ayudar a mediar la situación.
Preparé al oficial clínico: – «Por favor, recuerde que la esposa dio positivo y ha comenzado a tomar los medicamentos. Tenemos que convencer a su marido de aceptar los resultados de su esposa y los de él mismo».
Es mi deber construir la confianza de nuestros y nuestras pacientes y apoyarles emocionalmente.
Cuando llegaron los resultados de la prueba, se enteraron de que el marido había dado negativo, mientras que la esposa había sido positivo.
El plan tuvo éxito y ambos aceptaron sus resultados. Eligieron superar la situación juntos.
En la sesión de asesoramiento posterior a la prueba, les hablé de medidas de salud seguras para protegerse mutuamente: deben usar condón todo el tiempo y les di algunos para que se los llevaran a casa. Les dije: «Es posible vivir una vida sana y feliz, independientemente de este desafío. La esposa debe proteger al esposo y el marido debe proteger a su esposa».
El marido prometió proporcionarle el apoyo que necesitaba. Hasta la fecha, la mujer sigue tomando sus medicamentos. Ni su marido ni su bebé, ahora de dos años, han dado positivo en la prueba de VIH. Su salud está progresando bien y todos viven felices.
Cuando les veo sonriendo en mi camino al trabajo cada mañana, me llena de felicidad. Durante la pandemia, hicimos algunos cambios en la clínica.
Cuando las madres visitan el hospital para recoger su medicación, les proporcionamos mascarillas en la entrada y revisamos su temperatura antes de entrar en el área de triaje.
Les doy consejos sobre cómo usar correctamente una mascarilla, cómo mantener una distancia física de un metro con otras personas, y no estrechar la mano al saludar a alguien más.
Las mujeres con VIH que están embarazadas corren un alto riesgo de contagiarse del nuevo coronavirus debido a su condición preexistente. Cuando acuden conmigo, las animo a seguir tomando sus dosis como les indicó el doctor.
Normalmente, cuando una madre viene a una consulta, sostengo a su bebé mientras está de pie en la balanza para ser pesado. Pero durante la pandemia, por las medidas de seguridad, no puedo hacerlo.
Recuerdo cuando una madre me pidió que cargara a su bebé y me negué.
Ella se sintió muy mal, como si estuviera siendo tratada de manera diferente debido a su condición. Pero entonces le recordé los cambios en el estilo de vida que han llegado con el COVID-19, y repetí los mensajes sobre la importancia de protegernos mutuamente.
Le dije: – «Puede que me haya contagiado de coronavirus sin que yo lo sepa. Podría contagiar a otras personas, como tú, tu bebé y las personas en casa». Al final ella entendió que no era yo quien inventaba las cosas, sino que la vida ha cambiado.
«Me siento orgullosa y privilegiada de ser un instrumento para mi comunidad y de poder tener un impacto positivo en la vida de las personas. Mi viaje como refugiada me ha ayudado a encontrar mi propósito en la vida».
Una partera atiende a una mujer embarazada que vive con VIH en la clínica donde MSF lleva a cabo un programa de tratamiento para la prevención de la transmisión de madre a hijo. A la derecha, Fidès interioriza las indicaciones para brindar apoyo y asesoramiento a la paciente después de la consulta.