Cuando el acoso escolar te hace dejar de estudiar

11 Julio 2019/Fuente: El país

La familia De Agustín denuncia desde hace nueve años el caso de su hija, que al final ha abandonado el instituto

En vídeo, Natalia de Agustín, junto a sus padres, Luis de Agustín y Raquel Rodríguez, en Madrid. ULY MARTIN | A. DE LA RÚA | H. MARTÍN

Natalia De Agustín, de 17 años, no ha acabado este año el curso en su instituto de Madrid. Ha dejado los estudios porque no podía soportar más la situación de acoso que, según ha ido denunciando, sufre desde hace nueve años. Es un relato complejo, de una niña que empieza a tener problemas en un centro, cambia a otro, y luego se traslada también de distrito, pero se encuentra de nuevo con las mismas compañeras que le hostigaban, o con otras que conocen a las primeras y toman el relevo. Así hasta en cuatro centros.

Primero una o dos niñas que la insultaban, luego un grupo, acoso en las redes sociales. Mensajes del tipo:»Me han contratado para matarte». Persecuciones por la calle, palizas mientras la grababan con el móvil. Pasó dos meses ingresada en el hospital. Un rosario de denuncias en la policía, reuniones en los centros, dos juicios. Todo inútil, según su experiencia. Al final, el pasado mes de febrero, Natalia lo dejó. La historia que cuenta su familia es la de un sistema que no funciona, no sabe atajar el problema y, es más, según ellos, trata de ocultarlo. “El sistema no te da soluciones, y si no aceptas lo que hacen te acaba expulsando, que es lo que ha acabado pasando a nuestra hija”, acusa su padre, Luis De Agustín, que hace tres años, junto a su madre, Raquel Rodríguez, y la propia alumna, ya denunciaron lo que estaba ocurriendo a este periódico.

El suicidio de un menor de 13 años, en Getxo, el pasado 16 de junio, que había denunciado sin éxito acoso escolar durante años ha vuelto a demostrar que a veces estos casos se subestiman. La madre de ese chico ha escrito un duro mensaje en redes sociales contra el colegio: “Yo lo avisaba. Ellos miraron para otro lado. Ahora que no me vengan con chorradas”.

“A ver si te suicidas”

En 2017, cuando dos chicas agredieron a Natalia, una le dijo: “A ver si te suicidas de una vez que es lo que queremos todas”, según su relato. Tras un juicio, las dos menores acabaron condenadas a trabajos sociales e indemnizaciones en 2018. En otro, pendiente ahora del recurso, otras dos menores fueron absueltas. Aunque su padre afirma que siete agentes municipales y la directora del instituto testificaron a su favor, y que una de las menores reconoció que había pegado a su hija y la otra, que había sido expulsada del centro.

¿Qué ha fallado en el caso de Natalia para que deje de estudiar? Para la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, nada. Esto es lo llamativo, muy representativo de los continuos choques entre familias e instituciones sobre el acoso escolar. La consejería cuestiona a la menor y a su familia. No considera que en el episodio del último instituto, el que la ha llevado a dejar de estudiar, se haya producido acoso, y no entrar a valorar lo ocurrido a Natalia en los años anteriores. Asegura que se abrió el protocolo y se cerró al considerar que no existía. Es más, apuntan que la menor “lleva desde febrero sin acudir a clase, sin justificar” y que tuvo problemas en el centro donde estuvo antes.

Se refiere al caso pendiente de sentencia definitiva: precisamente una de las acusadas se matriculó en el centro donde estaba Natalia y pese a sus advertencias, acabó en su misma clase. El centro argumentó que no podía hacer nada porque no había una condena contra ella. Luego empezaron los problemas.

«La consejería, en el momento en el que tiene conocimiento de un supuesto caso de acoso actúa inmediatamente enviando a los equipos de inspectores y psicólogos a los centros. Y allí es donde se recaba la información y se determina si es un caso de acoso o no. Ni se tapan casos ni se minimizan», afirma. «Somos los primeros interesados en que esta lacra desaparezca. De ahí el decreto aprobado hace unas semanas sobre convivencia escolar, que determina incluso sanciones para todos aquellos que no desvelen la existencia de un caso de estas características”.

La Comunidad argumenta que los casos bajan, pero porque cree que la mayoría no lo son: en el curso 2015-2016 se presentaron 573 denuncias y solo se admitieron 179, el resto se desestimaron; en 2017-2018 se recibieron 407 y solo se estimaron 83. La conclusión de la consejería es que los casos de acoso escolar se han rebajado en un 54% en la última legislatura.

Al margen de quién tenga razón, es sintomático que un grave problema de menores degenere en un enfrentamiento tan hosco entre una familia y la Administración. Pero son más familias y se repite en toda España. Los cursos con mayor potencial de riesgo son quinto y sexto de primaria y primero y segundo de secundaria.

En 2015, también causó una gran conmoción el caso de Diego, un alumno de un colegio de Villaverde, en Madrid, que se suicidó tras dejar una carta a sus padres: «Ya no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir». La reflexión de su padre, Manuel González, que en los tribunales no consiguió que se reconociera el acoso escolar, también es muy amarga: “Mi experiencia, como la de los padres de Natalia, como la de la mayoría de la gente, es que la Comunidad de Madrid nunca ve nada, todo les parece bien, solo piensan en taparlo”.

La Asociación Madrileña Contra el Acoso Escolar (Amacae) es igual de contundente: “El caso de Natalia es el más sangrante que hemos tenido en cinco años, es de manual. La consejería de Educación solo quiere tapar todo, es lo habitual”, asegura María José Fernández. Sus datos son muy distintos: en 2016-2017 atendieron 500 casos; al año siguiente, 700; y en el primer trimestre de este año llevan 100, el doble que el año pasado. “Cuando llegan aquí ya están desesperados, porque nadie hace nada. Y si dejan de ir a clase se arriesgan a una multa por absentismo y hasta un expediente de tutela de los servicios sociales. Si denuncias, te persiguen”. En su opinión, hay un problema de fondo: “El sistema culpabiliza a la víctima, minimiza, dicen que hay un conflicto, no lo tratan como acoso, lo disfrazan. Se han gastado un montón de dinero en un programa de convivencia y quieren hacer ver que funciona y bajan las estadísticas. ¿Cómo es posible, si estamos todas las asociaciones de España desbordadas? Estamos como en la violencia de género hace 30 años”.

Igual de severo es el informe que acaba de presentar Amnistía Internacional sobre el acoso escolar en España. Concluye: “Son miles los casos de acoso escolar que no se documentan como consecuencia de la ausencia de datos, una formación inadecuada y una rendición de cuentas deficiente”. Asegura, en resumen, que las cifras oficiales no son reales. “Es totalmente cierto que se tapan los casos. En Extremadura, por ejemplo, el porcentaje oficial de casos es del 0,02%, eso es imposible”, explica Koldo Casla, uno de los autores del informe. Amnistía ve un abismo de cifras según quién las dé: los últimos datos de la OMS, de 2014, hablan de un 7,5% de niños y un 4,3% de niñas, una media inferior a la europea. Pero muy lejos del 0% y el 1% que sostienen las comunidades autónomas. El 96% de las denuncias que llegaron al teléfono de acoso del Ministerio de Educación en 2017 no se remitieron a la inspección. Amnistía realizó 125 entrevistas y dos profesores, uno de Badajoz y otro de A Coruña, les dijeron lo mismo: “Si un director dice que en su centro no hay acoso, es que o no sabe lo que pasa en su colegio o está mintiendo”.

La primera toma de conciencia del problema en España, por su impacto social y mediático, fue el caso del niño Jokin, en 2004, en el País Vasco. A partir de ahí se desarrollaron los protocolos de acoso en todas las comunidades autónomas, aunque pasar del papel a la sensibilidad real ha costado mucho más. “Desde hace cinco años hemos visto un cambio. Antes era un tabú total y los centros no querían hablar de acoso, no querían abrir el protocolo, mucho menos los privados, que son más herméticos. Va cambiando. Ahora ya en algunos casos es casi es al revés, se denuncia enseguida, y a veces lo ven donde no hay, son problemas de convivencia mal gestionados”, explican tres de los 170 agentes tutores de la Policía Municipal de Madrid, que intervienen en estos casos. “Te llegan padres con niños de tres o cinco años que hablan de acoso, y a esa edad es imposible”, certifican especialistas de la Unidad Central de Participación Ciudadana de la Policía Nacional, con 217 delegaciones en España.

“Es más fácil de demostrar el ciberacoso, por los pantallazos, y el físico, por las secuelas, y también si se somatiza o hay testigos. Si es psicológico o de aislamiento, es más difícil”, reflexionan las agentes de Policía Nacional. La parte más difícil es implicar en la solución a todos los involucrados en el problema. “Los padres del presunto acosador lo niegan siempre y no aceptan que su hijo puede necesitar ayuda. Luego les enseñas los whatsapp y se desmoronan o le dan un guantazo allí mismo. Y eso que a veces estos niños tienen rasgos de líder, con habilidades sociales, pero mal canalizadas», explican los agentes municipales. Al final, si no hay avances, la solución de muchos padres simplemente es cambiar de colegio, como ha hecho Natalia De Agustín durante años.

Muy pocas condenas

Una instrucción de la Fiscalía General del Estado de 2005 aconsejó resolver los casos en el propio centro, pero cuando los padres presentan una denuncia el asunto se judicializa. Entonces entra en otra dimensión, la penal, más árida y que habitualmente crea más descontento. Porque además de ser una experiencia desagradable, solo una pequeña parte de lo que llega acaba en condenas. “Nos llega una avalancha de denuncias, pero el acoso escolar no existe en el Código Penal. Hay que probar otras cosas: lesiones, delitos contra la integridad moral…”, explican portavoces de la Fiscalía de Menores de Madrid. Su último informe anual apuntaba con preocupación que en 2017 tramitó 192 denuncias y archivó 81, el 42%, porque los implicados eran menores de 14 años y, por tanto, sin responsabilidad penal. Aunque consideraba que estos casos no eran acoso, sino “conflictos propios de la convivencia en el ámbito escolar e, incluso, desavenencias de los progenitores de los menores con el centro escolar”.

Por eso la Fiscalía de Menores también es objeto de fuertes críticas de los padres: “Te sientes tratado como un delincuente, están acostumbrados a asuntos más graves y para ellos esto son tonterías de críos”, acusa Luis De Agustín. Natalia relata que la primera vez que fue a declarar el fiscal vio su voluminoso expediente y le dijo: “Mira, yo no me voy a leer el Quijote”. Su padre contó el episodio en un programa de televisión y el funcionario le llamó para disculparse. La Fiscalía asegura que su personal está formado y es sensible al problema. En cuanto al fiscal que atendió a Natalia, dejó el puesto tras la polémica.

Y Natalia, ¿qué va a hacer ahora? «No sé, vivir, curarme, y no callarme más. Fue duro dejar el instituto, pero decidí no sufrir más. Ahora pienso en volver a pisar un instituto y es muy doloroso, verte rodeada de gente y sentirte indefensa».

«Hay una enorme ligereza de los padres con los móviles»

Policía Nacional y Policía Municipal de Madrid coinciden: “Los móviles han cambiado todo”. Según su experiencia, la mayoría de los casos de bullying derivan en ciberacoso. Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) indican que tienen móvil el 45,2% de los menores de 11 años, el 75% de los de 12 y el 92% de los de 14. El propio hecho de no tener móvil puede ser motivo de aislamiento. “Antes en las charlas preguntábamos quién tenía móvil. Ya no, los señalas”, explican los agentes tutores de Madrid. “La charla que antes dábamos a chavales de 15 años la damos ya en primaria. El móvil es regalo de primera comunión. Hay una enorme ligereza de los padres con los móviles, es como si les dieran un ciclomotor sin explicarles las reglas y cómo se conduce”.

La Policía Nacional ofrece charlas de ciberacoso, y aunque son de diez horas los centros las piden, porque están muy preocupados. De 2014 a 2018, el cuerpo ha impartido más de 24.600 charlas sobre acoso y más de 59.800 sobre los riesgos de internet. La adicción a los videojuegos es otro problema: “No saben distinguir la ficción de la realidad y el acoso a veces empieza en el chat del propio juego”.

Imagen tomada de: https://ep02.epimg.net/sociedad/imagenes/2019/07/07/actualidad/1562516513_480279_1562588044_noticia_fotograma.jpg

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Estados Unidos: Padres de El Bronx se unen contra el ‘bullying’

Estados Unidos / 2 de septiembre de 2018 / Autor: Edwin Martínez / Fuente: El Diario

Implementan un plan piloto de entrenamiento a maestros sobre asuntos culturales y estrategias para frenar el aumento del acoso escolar, pero el DOE insiste en que hay menos casos

Datos del Departamento de Educación de la Ciudad revelan que cada mes en las escuelas públicas de la Gran Manzana se reportan más de 300 casos de acoso y hostigamiento escolar. Y aunque esa agencia está invirtiendo recursos y aplicando programas para poner fin a esa epidemia, padres de familia insisten en que las iniciativas no están teniendo en cuenta las realidades culturales de los estudiantes y los están dejando fuera de las soluciones.

Y a tres meses después de que el DOE lanzara una nueva herramienta contra el ‘bullying’, para que adultos y estudiantes puedan reportar incidentes, incluso de manera anónima a través de internet, un grupo de 15 padres de familia del Sur de El Bronx decidió crear su propio currículo para educar a los maestros sobre el acoso escolar.

Durante seis meses, los padres se reunieron dos veces cada semana para diseñar el programa piloto, con el que quieren convertirse en un ejemplo de acción en todas las escuelas de los cinco condados.

Aidee Ariza, originaria de MorelosMéxico y madre de tres niños de 9, 7 y 4 años que estudian en la escuela pública 49, se dio a la tarea de trabajar con otros padres para sacar adelante el currículo especial, que en junio impartieron a un grupo de maestros del Distrito escolar 7, en El Bronx.

“Los niños son el reflejo de lo que nosotros somos, no podemos culpar solo a las escuelas, porque la educación empieza por casa, pero los maestros necesitan saber más de nuestras comunidades y de nuestra cultura para entendernos y para identificar casos, justo cuando los padres y estudiantes sienten que el mayor problema de discriminación está en esta zona entre los hispanos”, dijo la madre mexicana.

“El comportamiento entre los niños es muy preocupante, pues a veces por ser latinos e hispanos los tratan de ser menos, y por nuestras raíces mexicanas o indígenas”, agregó Ariza, quien explicó que incluso a veces los maestros desconocen el significado de ciertas palabras que pueden sonar normales, pero que en realidad son usadas como herramientas de burla y maltrato.

La madre puso como ejemplo de expresiones que le dicen a los niños, y que aunque suenan normales tienen la intención de ofender, las siguientes: “te gusta el chile” o “te gusta la tortilla”, para referirse a si son gays o lesbianas.

Enseñarlos a prevenir

Nathan Osorio, organizador de la asociación MASA padres en Acción, explicó que la iniciativa surgió al ver con preocupación que el ‘bullying‘ está en aumento en el Sur de El Bronx y que los planes del DOE no están pensados en la realidad de la comunidad.

“En el currículo los padres enseñaron a los maestros cómo conocer mejor las experiencias de latinos e indígenas inmigrantes del Distrito 7, cómo identificar el ‘bullying’, y cómo responder e identificar a padres y estudiantes como colaboradores para que los salones puedan ser más tolerantes y celebrar las culturas de los estudiantes”, aseguró el activista. “Las capacitaciones que existen ahora solo enseñan a los maestros cómo reportar e investigar, pero no a prevenir y crear capacitaciones que reflejen las culturas y las realidades que viven las familias afuera de las clases. Con esa información los maestros pueden identificar mejor el’ bullying’ y ofrecer una solución”.

Los informes de MASA sostienen que en el Distrito 7 los maestros reportan más casos de acoso que en el resto de la ciudad. Según sus cifras, el 37% de los docentes en la Gran Manzana reportaron hechos de acoso entre el año escolar 2016-2017, mientras que en las escuelas del Sur de El Bronx esas denuncias de profesores superaron el 51%, lo que en su opinión prueba que allí el problema es mayor.

La asociación agrega que el DOE sabe de primera mano que este fenómeno está aumentando, ya que de los 433,715 estudiantes de grados 6 a 12 en todas las escuelas de Nueva York que respondieron un cuestionario sobre el ambiente en las escuelas entre 2016 y2017, el 81% reportó que hay acosadores en sus planteles, dato que aumentó 10 puntos, comparado con el año anterior, según MASA.

Madre hispana, Aidee Ariza con sus hijos, Jonathan, Valery y Emily hablan sobre como enseñar a otros padres sobre bullying en los colegios.

Asimismo, la organización MASA denunció que en ese mismo cuestionario el 65% de los estudiantes respondió que hay jóvenes hostigando a otros por motivos de raza, religión, identidad étnica, país de origen y estatus inmigratorio.

“Aunque actualmente hemos visto mucho el impacto del ‘bullying’, la discriminación, y la violencia contra la comunidad latina, inmigrante, e indígena, creemos que este problema basado en el racismo afecta también a niños, jóvenes y familias de color por toda la ciudad”, dijo el organizador comunitario, quien pide que esta iniciativa de los padres sea analizada y expandida a otras escuelas.

“Estamos seguros de que nuestras soluciones pueden lograr que las escuelas sean más seguras y den la bienvenida a todos, pues nuestra campaña ayudará a avanzar a todas las comunidades de color en nuestros distritos ya que tenemos retos en común, y nuestras luchas están conectadas”, agregó Osorio.

Dan bienvenida a la iniciativa

John De Sio, vocero de la oficina del presidente de El Bronx Rubén Díaz Jr., elogió la iniciativa de los padres de querer promover este currículo y los invitó a compartir más detalles de ese plan. “Cualquier programa que funcione para detener la intimidación es positivo y nuestra oficina está interesada en aprender más sobre este programa específico”, dijo De Sio.

Natasha Capers, coordinadora de la organización NYC Coalition for Educational Justice, se mostró a favor de que el DOE permita a los padres vincularse de manera más activa para educar a los maestros sobre sus culturas y sus realidades y no los dejen a un lado.

“Bajo el clima político actual, es importante que los educadores y el sistema escolar en su conjunto hagan todo lo posible para evitar el acoso racial, y los primeros pasos son aprender sobre las culturas de su población estudiantil y aprender a establecer relaciones sólidas con los padres y la comunidad”, dijo la activista. “Los entrenamientos culturalmente receptivos de maestros y padres, diseñados en asociación con las familias sobre cómo identificar y abordar responsablemente, así como prevenir y sanar el acoso racial, es un paso fundamental hacia la creación de escuelas más seguras y acogedoras para todos”.

Capers mencionó además que el DOE está fallando en las herramientas ofrecidas para frenar el bullying, pues incluso varias de ellas ni siquiera tienen claridad con el idioma, lo que las hace poco funcionales.

Madre hispana, Aidee Ariza con sus hijos, Jonathan, Valery y Emily hablan sobre como enseñar a otros padres sobre bullying en los colegios.

“Actualmente, a los estudiantes, las familias y los docentes se les ofrecen mecanismos de reportes poco claros e impersonales que son portales en línea difíciles de encontrar y mal traducidos”, dijo la organizadora comunitaria. “Las soluciones deben abordar las causas principales y no solo poner curitas que no permiten el crecimiento, el aprendizaje o la reparación dentro de la comunidad escolar”.

DOE defiende su labor

Pero el Departamento de Educación de la Ciudad (DOE) parece tener otra visión del problema, pues no solo defienden la labor que han venido adelantando en las escuelas para luchar contra el ‘bullying’, sino que aseguran que los casos en el Distrito 7 han disminuido, contrario a las denuncias de los padres que promueven el currículo a maestros. El DOE afirma que entre el 2014 y el 2015 “hubo 232 incidentes materiales de bullying”, mientras que entre el 2016 y el 2017 los casos se redujeron en 41%, con un total de 137 denuncias.

“Estamos haciendo importantes inversiones tanto en iniciativas anti-bullying como en planes de estudio culturalmente receptivos para fortalecer el ambiente escolar y apoyar a los estudiantes, el personal y las familias”, dijo Miranda Barbot, vocera del DOE. “Los directores están facultados para adoptar planes de estudios que satisfagan las necesidades de sus comunidades, y el superintendente Richard Cintron sigue estando dedicado al éxito de los estudiantes del Distrito 7 a nivel académico, social y emocional”.

La funcionaria destacó que la Ciudad está invirtiendo $47 millones anuales para expandir programas efectivos para mejorar el ambiente escolar y la salud mental, y $8 millones adicionalesen iniciativas nuevas contra la intimidación, que incluyen un portal de reportes para familias, capacitación en salud mental, talleres comunitarios y la expansión de los clubes de estudiantes. Asimismo $23 millones en entrenamientos culturales a maestros.

Madre hispana, Aidee Ariza con sus hijos, Jonathan, Valery y Emily hablan sobre como enseñar a otros padres sobre bullying en los colegios.

Fuente de la Noticia:

https://eldiariony.com/2018/07/08/padres-de-el-bronx-se-unen-contra-el-bullying

ove/mahv

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México: Violencia sexual ataca en escuelas

México / 12 de noviembre de 2017 / Autor: Teresa Moreno / Fuente: El Universal

Cada día del último año fueron violadas 27 jóvenes de 15 años o más en el ámbito escolar, es decir, 9 mil 876 en los últimos 12 meses, una cada hora, según resultados de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) 2016. El Inegi informó que 330 mil 629 mexicanas de 15 años o más han sufrido una violación o intento de este acto durante su trayectoria académica.

En lo que corresponde a hostigamiento y acoso por parte de autoridades en los colegios, 58 mil 997 adolescentes y jóvenes reportaron que en el último año tuvieron cuando menos un episodio en el que sus maestros les ofrecieron tener relaciones sexuales a cambio de mejorar sus calificaciones u obtener beneficios en la escuela.

Cuando dijeron que no, en 21 mil 575 sucesos sufrieron castigo o venganza por haberse rehusado, ante lo que las reprobaron, les bajaron su calificación o las expulsaron de la institución.

El Inegi recoge el reporte de que 65 mil 807 mujeres atravesaron por una situación de acoso u hostigamiento en el citado período; es decir, ocurre en promedio una vez cada ocho minutos.

Juan Martín Pérez García, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México(Redim), explicó que el entorno escolar no se salva del machismo.

Argumentó que la violencia sexual en contra de ellas se sostiene en tres criterios: los hombres no tienen la capacidad de contener su deseo, las mujeres los provocan y todo acercamiento entre hombre y mujer puede tener una connotación sexual.

“Esto genera un escenario en el que se justifica la violencia y se responsabiliza a las víctimas. Hay que tener presente la relación de poder de los maestros con las alumnas, que puede depender de una calificación negativa el poder pasar o salir de ese periodo educativo. Hay hostigamiento por parte de los docente, [pero] no hay mecanismos de denuncia ni de protección y las víctimas, la mayoría mujeres, tienen pocas oportunidades para negarse”, dijo.

Nisaly Brito Ramírez, directora ejecutiva de la organización Commenta Diálogo de Saberes, que promueve el enfoque de derechos humanos y perspectiva de género, lamento que, por lo general, a las víctimas de acoso u hostigamiento no se les cree, puesto que existe una especie de complicidad con la violencia normalizada dentro del sistema de enseñanza en el país.

“La cultura machista no tiene lugar de excepción. Con los adolescentes de 15 a 18 años se juegan muchas condiciones de poder y la lógica que se teje entre alumna y maestro. El temor a futuro que genera un montón de ansiedad y permite que el sexo se vea como una oportunidad de ser recompensado con calificaciones o reconocimiento social. Existe complicidad dentro del sistema, porque cuando una víctima quiere denunciar a un maestro que es acosador, lo que pasa, por lo regular, es que nadie le cree”.

El Inegi divide la violencia sexual en el ámbito escolar en intimidación, acoso u hostigamiento, abuso y violación e intento de. Estos van desde piropos hasta agresiones graves.

De acuerdo con lo que las propias alumnas dijeron al Inegi, en este contexto fueron agredidas sexualmente una de cada 10 jóvenes y adolescentes en edad de cursar sus estudios en bachillerato o en la universidad.

Esto representa que 810 mil 793 mujeres de 15 años y más pasaron por este tipo de violencia sexual en el ámbito escolar en los últimos 12 meses y que 4.6 millones de mexicanas de ese mismo rango de edad han sido violentadas de diversas formas a lo largo de toda su vida académica.

Dentro de esa categoría general se encuentra el hostigamiento y acoso, así como la violación e intento de; sin embargo, no es lo único.

La encuesta contabiliza a 1.86 millones de jóvenes y adolescentes que fueron víctimas de abuso en este contexto cuando menos una vez a lo largo de su vida, de las cuales 207 mil 351 pasaron por un episodio en 2016.

Esto quiere decir que un hombre les mostró su pene o se masturbó frente a ellas, las obligó a observar escenas o actos sexuales o pornográficos como fotos, videos o películas. Además, las han manoseado, tocado, besado o se le han arrimado, recargado o encimado sin su consentimiento.

Esta categoría engloba agresiones como que las hayan hecho sentir miedo de ser atacadas o abusadas; las hayan acosado con comentarios considerados como “piropos” groseros u ofensivos, de tipo sexual o sobre su cuerpo; les hayan enviado mensajes o publicado comentarios a través de Facebook, Twitter y WhatsApp para insultarlas, ofenderlas o molestarlas con insinuaciones sexuales.

La encuesta no distingue si estos casos se dieron en escuelas e instituciones privadas o públicas. En el caso de las segundas, se considera que los profesores y autoridades escolares son funcionarios, mientras que los federalizados dependen de la Secretaría de Educación Pública (SEP).

En agosto de 2016 se publicó el Protocolo para la prevención, atención y sanción del hostigamiento y acoso sexual para las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal.

Se define el acoso sexual como “una forma de violencia en la que hay un ejercicio abusivo de poder que conlleva a un estado de indefensión y de riesgo para la víctima. El hostigamiento es, según el Inegi, el “ejercicio de poder, en una relación de subordinación real de la víctima frente al agresor en los ámbitos laboral o escolar. Se expresa en conductas verbales, físicas o ambas, relacionadas con la sexualidad de connotación lasciva”.

Considera que ambas son conductas que no serán toleradas dentro del servicio público y que “los órganos internos de control [de cada dependencia del gobierno federal] fincarán las responsabilidades a las que haya lugar e impondrán, en su caso, las sanciones administrativas respectivas”.

El Código Penal federal considera penas que van desde multas para los hostigadores sexuales y destitución para los servidores públicos hasta 20 años de cárcel en caso de violación.

La UNAM tiene un Protocolo de Atención contra la Violencia de Género con sanciones para los integrantes de su comunidad que incurran en este tipo de agresiones. Los castigos que impone la máxima casa de estudios van desde rescisión de contrato, amonestación y pueden llegar hasta la expulsión.

Fuente de la Noticia:

http://www.eluniversal.com.mx/nacion/seguridad/violencia-sexual-ataca-en-escuelas

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Bullying: sufriendo en familia

Uruguay/Autor: Leonel García

En Uruguay casi uno de cada dos alumnos padece acoso escolar.

«Mejor metelo en el grupo de la tarde. Son menos». Paola, decoradora de interiores, hizo caso y su hijo Ignacio (12) comenzó sexto año en 2015 en el turno vespertino de ese colegio de La Comercial. Pero Ignacio, sensible al punto de conmoverse mirando una película, reacio al fútbol por la violencia que genera, más afín a ver un dibujo animado que jugar al GTA, aniñado, cero agresivo, pese a sus esfuerzos no encajó entre sus pocos compañeros. Y se lo hicieron notar.

La rutina comenzaba cuando la maestra se daba vuelta para escribir al pizarrón. «Gorda boba». «Gorda puta». «Nos vamos a coger a tu mamá». «¿Así que tenés novia? También le vamos a dar». Cruel dinámica la del bullying: el agresor suele tener bajo sentido de la empatía, pero arrastra tras de sí a otros —testigos, cómplices, a veces coautores— en eso de convertir en un infierno el día a día de la víctima. En este caso, era un líder y tres lugartenientes. Ignacio, sacado, reaccionaba. Y solo eso era lo que veía la maestra. Según una investigación de 2013 de la Universidad de Montevideo (UM), en el 71% de los casos las agresiones ocurren en el salón de clases, lo que aumenta la sensación de indefensión de las víctimas. En casa, Paola sufría. ¿Hay algo peor para un padre que saber que un hijo vive un calvario y nadie parece darse cuenta? ¿Cómo evitar que se enferme toda una familia, con la angustia puesta en un chico que muchas veces pensará que el equivocado es él, que algo hizo, que lo merece? Por algo, de acuerdo a datos internacionales, solo dos de cada diez víctimas de acoso escolar cuentan lo que les pasa, dice la psicóloga Silvana Giachero, especializada en bullying y mobbing. Es una violencia que crece en el miedo y la invisibilidad, añade.

«Soy separada. El padre vive en el exterior. Quizá la no presencia de la imagen masculina no le dio eso más agresivo que tienen los niños para defenderse y que lo dejen en paz…», piensa hoy Paola. Su nombre real y el de su hijo, así como el de todas las madres y niños de esta nota, fueron alterados para no ser identificados y victimizados una vez más. «Yo lo veía triste, ojeroso, con dolor de cabeza. Venía llorando. Primero me decía que los otros niños no querían jugar con él. Y eso que yo había organizado algunas pijamadas, para integrarlo». Un día, Ignacio vino, entre culposo y afligido, con un planteo alarmante: «Mamá, creo que estoy en un problema. Partí un palo. Pasa que me lo querían meter…».

Demasiado. El intento de agresión y que el chico sintiera que, de alguna forma, él era responsable, por tranquilo, por aniñado, por distinto. Según ese mismo estudio de la UM, más allá de que un chico tímido, tranquilo, buen alumno, pequeño, nuevo en el liceo, con un algún trastorno del espectro autista (TEA) o alguna característica física peculiar (cualquiera) suele ser más pasible de estar en la mira, el 50% de los bullies no sabe por qué elige a su víctima. No hay derecho a hostigar a nadie. Paola se quejó en el colegio, cuya respuesta apuntó a Ignacio. Que era hiperactivo. Que precisaba ir al psiquiatra. Que había que darle ritalina. Que esas cosas no pasaban. Que eran cosas de niños. Que no molestara más. «Al final, la que quedaba por loca era yo».

Paola fue a plantear su situación al Consejo de Primaria. Una inspectora del área de Privados fue tajante: «Sacalo, en ese colegio hay problemas crónicos de bullying». «Pero… ¡pierde el año!» «¿Y qué importa? ¿Cuál es tu prioridad? ¿Que te lo hagan mierda?». Así hizo. Al poco tiempo, recibió una llamada de la mamá de un compañerito. «No sabés lo bien que hiciste. Los cuatro venían a casa y planificaban cómo torturarlo». Paola agradeció, entendió que esa madre tenía terror que a su hijo —que no era parte de esa barrita— le pasara lo mismo que a Ignacio… y pensó lo bien que le hubiera venido una aliada que en su momento no apareció.

Primaria le permitió dar un examen libre y no perder el año, por lo que Ignacio comenzó el liceo en otra institución. Con ayuda psicológica, ya es otro. «Recuperó la confianza. Es un niño alegre, feliz de vivir de vuelta. Me dijeron de hacerle un juicio, un agujero al colegio, pero solo quiero una entrevista para que le pidan disculpas… ¡y que me paguen el psicólogo! Y no lo quieren recibir. Yo, que pasé lo que pasé, le diría a los padres de chicos que sufren bullying que escuchen a su hijo, que no tomen como normal algo que no es normal. Si a mi hijo no lo rescataba, capaz que se suicidaba…».

Giachero, quien desde 2013 organiza congresos internacionales anuales sobre acoso escolar y laboral, realizados en el país, Argentina, Costa Rica y —este año— México, afirma que el bullying está detrás de uno de cada cinco suicidios adolescentes en Uruguay; en concreto, el 19%.

Golpe al alma.

Por bullying se entiende al acoso sistemático, repetitivo y prolongado durante un cierto período de tiempo (que algunos autores cifran en seis meses) que sufre un alumno a manos de un compañero o grupo de compañeros. Si bien no hay estadísticas sistematizadas, un estudio de la Unesco de 2011 señala que 30% de los alumnos uruguayos de sexto de Primaria sufre maltratos verbales constantes por sus pares. Esto pone al país en el cuarto lugar de América Latina, luego de Argentina, Perú y Costa Rica.

No hay distinción entre clases sociales: en el ya citado estudio de la UM, realizado en 536 alumnos de segundo de liceo de Carrasco, Unión, Prado y la zona Oeste, se indicaba que 45% de los estudiantes de contextos socioeconómico medio-alto y 42% del bajo habían sido objeto de acoso. Puede ocurrir en cualquier etapa educativa, aunque el pico se encuentra entre los 11 y los 14 años, fines de Primaria e inicios de la Secundaria. «Si bien se puede llegar a la violencia física, este acoso tiene su núcleo en la agresión psicológica. La herida es psicológica: les están pegando en su alma», dice Giachero. Y es imposible que en la familia no repercuta.

«Fue muy doloroso, hasta el día de hoy estoy afectada. Es horrible saber que tu hijo es humillado y que nadie le tira un salvavidas en el centro educativo en el que vos depositaste tu confianza», dice Susana, una trabajadora de la salud al recordar por lo que pasó Sebastián (16) en un colegio de La Blanqueada donde asistió por nueve años. En su caso ya hubo alertas tempranas de discriminación: «En la escuela no lo invitaban a determinados cumpleaños. Repartían tarjetas delante de él y a él no le daban. Pero eran casos aislados». En segundo de liceo aparecieron conductas inesperadas en casa: contestaciones violentas, puñetazos a las paredes, dificultades para dormir. En un inicio lo asociaron a los cambios hormonales de la adolescencia y a su diagnóstico de chico hiperactivo, pero pronto se supo la realidad: había un compañero de clase, al que conocía desde hacía años, lo que lo hacía más difícil de entender, que lo vivía hostigando y amenazando. Susana se guarda lo que le decían a su hijo más chico — «Me duele mucho»— pero no la respuesta del colegio: «Me dijeron que era algo difícil de controlar, que el otro era buen alumno, que lo mejor era que me llevara a Sebastián a otro lado». La víctima de bullying era la que debía irse.

Esta situación llevó a que Susana estuviera dos meses y medio ausente de su trabajo por certificación médica, que sufriera insomnio y sostuviera innumerables discusiones con su marido. Al igual que el caso anterior, tratamiento psicológico y cambio de institución mediante, Sebastián dejó esa pesadilla atrás y disfruta la seguidilla de cumpleaños de quince de su edad. «Hoy veo que el padre fue el que llevó mejor la situación, alguien tenía que mantenerse frío. Yo… todavía tengo tristeza en el alma. Hasta el día de hoy quiero ir a romper algo en el colegio». A diferencia de Paola, ella sí llevó su caso a la Justicia.

Sin respuesta.

Silvana Giachero ha tratado a numerosas víctimas de bullying a través de una técnica terapéutica conocida como EMDR, basada en el reprocesamiento de traumas psicológicos. «Lo que tienen estos niños son síndromes de estrés postraumático, una lastimadura en el aparato psíquico». Y si bien recomienda hacer la denuncia de lo que ocurre en la institución educativa —y llegar a la instancia penal de ser necesario—, admite que es raro que estas situaciones sean contempladas. «¿Es lo más adecuado sacarlos a ellos de su escuela? No, pero no podés tener a tu hijo en un lugar donde lo torturan. Muy pocos colegios reaccionan de manera correcta, se cuentan con los dedos de una mano. Por lo general, miran de costado, niegan lo que pasa y, llegado el caso, culpan más a las víctimas. En las instituciones públicas, ocurre que por más que quieran hacer algo, no tienen cómo. Por ahí encontramos que quieren hacer más y no pueden».

La familia de Mariana (16) sufrió dos veces la inacción de dos instituciones, ambas privadas y católicas. En la primera, en Sayago, su madre Leonor era maestra y conocía a las hostigadoras. Mariana era tímida, de lentes, menudita, bien hablada y respetuosa con los docentes (¡era hija de una!). Y ellas eran las «populares» que siempre encontraban una excusa para molestarla y tratarla de alcahueta. Todos los estereotipos hechos carne. En sexto, Leonor intervino: habló con la directora (su jefa), la madre de la chica más acosadora (conocida desde hacía años) y con la maestra (su compañera de trabajo). «No tuve eco. En el centro me dijeron que no tenía importancia, que ella iba a tener que saber lidiar con estas cosas a futuro, que siempre pasaron, que iba a tener que ser fuerte». Al llevarla a otro liceo, por la falta de respuesta, ella también debió buscarse otro trabajo.

En un liceo del Prado, en primero, la historia se repitió. Mariana era, además, la recién llegada. «La dejaba llorando y me iba yo llorando. Además de las burlas, sufrió el vacío. Se ve que la imagen de fragilidad despertaba algo… le hacían de todo, no la invitaban a ningún grupo, no le permitían integrarse, si se enfermaba nadie le quería pasar los apuntes. Como familia teníamos que estar muy bien parados porque… es muy difícil que tu hija te pregunte: ¿Qué tengo yo?», cuenta Leonor. La respuesta institucional no fue la esperada: «Si ella no se adapta, se va a tener que ir», le dijeron. Y se fue. Hoy está mejor, con amigos, en un lugar donde la escuchan. Pero el dolor prosigue: «Cuando uno va a un colegio a hablar de bullying, lo primero que hacen es negarlo. No existe un protocolo ni nada. En el liceo donde va mi hija, en quinto, hay un caso parecido y ofrecí ayuda. ¡Te imaginarás que me hice experta en el tema! Pero me dijeron que no, que ellos ya tienen la teoría suficiente», asegura la madre y docente.

Giachero subraya que no hay una política oficial en torno al bullying (ver nota aparte) y sostiene que las acciones de prevención deben apuntar a sensibilizar a los testigos, terceros actores además de la víctima y el victimario, para que dejen de ser funcionales a la dinámica, ya sea por miedo a sufrir lo mismo, indiferencia, por prenderse al «contagio social» de seguir al más fuerte o «por no ser buchón».

Magdalena Robaina, otra psicóloga especializada en el tema, califica al bullying como «un arte con público»: «El hostigador precisa un refuerzo social. La institución tiene que estar alineada contra esta problemática, de lo contrario se agrava el problema». Ella ha sido invitada a dar varias charlas a colegios. «Te llaman cuando hay casos puntuales y la reacción suele ser positiva. Si en un colegio te dicen acá no hay bullying, ponele la firma que hay».

Vínculos.

Cansada de que a su único hijo, Fabián (11), lo hostigaran los «bandidos» que siempre le encontraban para caerle encima —que es retraído, que es estudioso, que es chico, que le gustan los caballos, que no le gusta el fútbol— Isabel, empleada de un frigorífico, decidió cambiarlo de escuela, en Las Piedras. Eso fue el año pasado, en quinto, y fue para peor; tanto que ella y su marido fueron más de una vez a espiar al patio para evitar que lo agredieran en patota.

«Yo el año pasado falté mucho al trabajo porque lo veía muy mal. Pedí licencia». En su caso, cuenta con dolor, veía una repetición de su propia historia. «Yo llegué a repetir un año porque la gente no me aceptaba. Yo era diferente… tengo labio leporino. Pero él no tiene nada a la vista. Solo porque no le guste jugar al fútbol o prefiera estudiar… no hay derecho a que pase mal».

Este año, Fabián volvió a hacer sexto en su anterior escuela, donde lo habían corrido sus hostigadores. Algo había cambiado y para mejor. «Llamaron a un psicólogo y tocaron el tema del bullying. Lo recibieron bien, de un modo que él no esperaba», dice Isabel contenta. En la del año pasado el caso de Fabián marcó un precedente. «Eso me lo contó una maestra, fue un psicólogo a hablar y los alumnos reconocieron que estuvieron mal, que mi hijo se fue por culpa de ellos. Le mandaron una carta pidiéndole disculpas». Para él, fue tarde.

El «acá no pasa» no corre en el bullying ni sabe de contextos socioeconómicos. En centros de población más vulnerable, afirma Giachero, sí se da que el paso de la violencia psicológica a la física suele ser más rápido. Por duro que suene, un moretón puede ser «preferible» a un golpe al alma. «Si hay violencia directa, ahí es más fácil ver y frenar la situación. Cuando más invisible y sutil sea, es más complicado», dice la psicóloga. La mejor prevención, siempre, es tener el mejor vínculo padre-hijo. Estar presentes en la vida de ellos es fundamental para una detección lo más temprana posible.

Bien lo sabe Leonor, maestra y madre de una chica víctima de bullying que salió adelante, experta a la fuerza en estos temas: «Lo primero es tener mucha comunicación y un vínculo fluido. Porque muchas veces los hijos no hablan, y cuando lo hacen no se sienten apoyados. Lo otro es buscar que no se aíslen. Y tú tenés que apelar al diálogo (con la institución) siempre, aunque estés llena de rabia, aunque estén tocando a tu hijo. Es difícil, pero tenés que mostrar que con prepotencia no llegás a ningún lado».

NO HAY PERFIL; SÍ REVICTIMIZACIÓN

«Hay un falso mito del perfil de la víctima. Muchas veces de su propio entorno le dicen algo habrás hecho, sos un debilucho o defendete, hacete respetar. Eso revictimiza al chico, lo hace sentir culpable y que cuente menos», afirma la psicóloga Silvana Giachero. «La víctima piensa que es un estorbo, porque los padres se pelean y los otros hermanos son desatendidos. El bullying es una bacteria que crece y contamina, a la psiquis y a la familia. Esto puede terminar en divorcios o suicidios».

De hecho, el estudio del bullying —que existió toda la vida— comenzó a difundirse desde la década de 1970 por el suicidio de tres adolescentes en Noruega.

SIN DATOS NI PROTOCOLO A NIVEL OFICIAL

Según Martín Prats, director de Derechos Humanos del Consejo Directivo Central (Codicen), no existen en el sistema educativo algo así como un protocolo específico para actuar en casos de bullying, datos estadísticos sistematizados ni registro de casos denunciados. Lo que sí hay son programas —como Convivencia o Mediadores— que incluyen el tema de la violencia. Lo que se busca es una sensibilización del problema. «El acoso es una preocupación pero en un abordaje integral, no en establecer las cargas sobre un adolescente», afirma. Las actuaciones, agrega, dependerán de la realidad —socioeconómica o institucional— de cada centro educativo. Los colegios privados tienen una autonomía bastante amplia: «Cada uno tiene su propia política al respecto».

A QUÉ SEÑALES DE ALERTA Y CAMBIOS HAY QUE ESTAR ATENTOS

Hay varias señales de alerta que pueden indicar que un niño o niña es víctima de bullying.

— En niños chicos, cuando lloran constantemente para no ir a la escuela; en adolescentes, en un ausentismo injustificado a clases.

Somatizaciones diversas: problemas para comer y dormir. Pesadillas recurrentes. Malestares que comienzan a presentarse los domingos de noche o que obligan a los padres a ir a buscarlos al instituto. También puede presentarse un aumento en cantidad de horas de sueño, a causa de la depresión.

— Conducta irascible, hipersensible e hipervigilante en casa, como si estuvieran siempre a la defensiva, esperando un ataque. La autoestima se ve afectada.

Descenso en el rendimiento escolar. Su concentración y atención se ven afectados.

— Aislamiento notorio en la escuela o liceo: busca la cercanía de los adultos o permanece en el aula.

Presentar frecuentemente señales de agresión física (moretones, túnica o uniforme roto) o le faltan materiales, plata u otros útiles.

Aislarse socialmente, no ir a bailes, reuniones ni invitar compañeros de clase a casa.

La psicóloga Magdalena Robaina puntualiza que los «cambios en la conducta» son señales de alerta. «Si el niño dejó de socializar hay que estar atento. Pero si nunca fue a bailar o nunca iba cumpleaños, no tiene por qué ser bullying«. El ciberbullying, o acoso realizado a través de redes sociales, complicó —como si fuera necesario— la detección. «Las señales de alarma son las mismas, solo que… menos visibles», añade esta profesional. Menos visibles que una túnica rota, sin duda.

Fuente: http://www.elpais.com.uy/domingo/bullying-sufriendo-familia.html

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