Se suele entender por innovación a una nueva idea, o dispositivo, o método, que se diferencie de lo normal, de lo que se está empleando o haya prevalecido anteriormente. La fraseología al uso en las políticas acerca de la ciencia y la tecnología adiciona muy frecuentemente este término.
De hecho, los países de mayor éxito económico promueven la tríada ciencia, tecnología e innovación de forma sistémica en las políticas nacionales. Son tres actividades que aparecen juntas aunque son diferentes y con importantes interdependencias. Cada una merece su propio tratamiento y promoción. La innovación es intrínseca al desarrollo de la humanidad y a su bienestar.
Por ejemplo, la Revolución Cubana fue una innovación monumental en nuestra sociedad. Los focos de diodos emisores de luz, conocidos como “LED”, también lo son, pero en la tecnología. La informatización es una revolución innovadora en el tratamiento de la información y el conocimiento humano.
Aunque se puede innovar para bien, en y con cualquier actividad, la que es producto del saber o de la ingeniosidad suele ser la que más valor produce en la economía moderna. Esto es porque ocupa posiciones exclusivas en las necesidades sociales o en el mercado.
Si el valor producido va a parar a minorías que poseen los medios fundamentales de producción, la innovación se convierte en un instrumento de desigualdad e injusticia. Pero si la innovación es propiedad de toda la sociedad se revierte inevitablemente en una mayor felicidad para la vida de todos, sin exclusiones. Así debe ocurrir en un verdadero socialismo.
La universidad de hoy, como sistema, es necesariamente la más importante institución del saber y de innovación en las sociedades funcionales. Esto ocurre porque una universidad concebida convenientemente debe agrupar de forma interactiva a una parte importante de la juventud más hábil en el conocimiento y a muchos de los más sabios especialistas de un país. Dicha combinación genera un potencial perfecto para las ideas innovadoras y el desarrollo socioeconómico, si es adecuadamente gestionada.
Afortunadamente los principios fundacionales de la universidad cubana después de 1959 se concibieron desde una visión progresista avanzada. Estuvo inspirada en los sueños y postulados del manifiesto de Córdoba, Argentina, en 1918, y en las ideas de la ciencia en la política que Fidel esgrimió desde los tiempos iniciales del gobierno revolucionario. La ciencia y la tecnología ocuparon por vez primera entonces entre nosotros el papel principista que les corresponde.
Podría considerarse que el resultado principal ha sido su decisiva contribución a la sociedad más alfabetizada y culta que disfrutamos hoy con más de un millón de graduados, aun con las insatisfacciones que también experimentamos.
Las universidades cubanas producen más de la mitad de los premios nacionales anuales de la Academia de Ciencias de Cuba en conjunto y en casi todas las ramas del saber. Pero la inmensa mayoría de los resultados aplicables premiados no se está utilizando y no fueron solicitados por o acordados con empresas nacionales.
Muchos factores internos favorecen que buena parte de nuestras inversiones tecnológicas innovadoras siguen siendo esencialmente importadas, incluyendo sus proyectos y asistencia técnica. La tecnología desarrollada por los calificados ingenieros cubanos en Cuba podría tener un espacio mucho mayor.
No es un secreto para nadie que un grupo de las inteligencias que hemos cultivado hoy producen sus riquezas de saber fuera de nuestra Patria o en otras actividades ajenas a sus potencialidades de conocimientos. Precisamente por ello se requiere buscar fórmulas efectivas que favorezcan la permanencia al servicio de todo el pueblo en nuestras instituciones.
Nuestros claustros están envejecidos y no existe reemplazo suficiente, ni siquiera con las asignaciones de recién graduados al servicio social en las tareas de docencia e investigación de las universidades.
El papel de promoción de iniciativas innovadoras y de emprendimiento desde nuestras universidades hacia la sociedad requiere una profunda valoración. La Universidad de La Habana realizó en el curso que acaba de terminar un experimento de “incubadora de iniciativas” que resultó muy exitoso en la captación de nuevas ideas, pero que solo avanza milimétricamente en su utilización. Muchas regulaciones existentes y la planificación que está diseñada para actividades macroeconómicas suelen ser obstáculos para emprendimientos e iniciativas innovadoras que por naturaleza son de pequeña escala y de gran diversidad.
Podemos idear la innovación más audaz y potencialmente productiva pero las barreras para su aplicación en la economía y la sociedad son muy altas. Aún sucede lo que magistral y didácticamente nos mostró el filme Plaff hace varias décadas con un “polímero” generado por una joven científica cubana contra el comprado expresamente en el exterior.
Vale resaltar que para resolver estos y muchos otros problemas asociados con la universidad y la innovación existe una voluntad política expresa. Urge entonces buscar fórmulas para que la empresa socialista encuentre más conveniente que esa innovación provenga del propio país y de sus universidades y centros científicos.
La creación de microempresas y cooperativas para la innovación asociadas con las universidades pueden ser importantes motores de desarrollo. Esas serían las versiones actuales de instituciones como el Centro de Investigaciones Digitales de la Universidad de La Habana, creado a iniciativa de Fidel en los años 60 del pasado siglo, que concibió un modelo de computadora muy avanzado para aquellos tiempos y que se produjo en serie durante varios años. O del Laboratorio de Antígenos Sintéticos de la misma universidad que produjo a la primera vacuna sintética comercial del mundo, ya en este siglo.
Muchas acciones esencialmente organizativas podrían también emprenderse. La constitución de consejos económico–sociales en las universidades donde se sienten en la misma mesa a conversar y negociar periódicamente con los decisores de las principales instituciones económicas y financieras en su entorno y en cualquier parte de Cuba es una medida de muy posible realización.
El establecimiento de sistemas de interacción de las universidades con sus graduados (alumni) donde quiera que estén es un potencial de progreso para los especialistas, sus instituciones y la sociedad global. Todas las universidades prestigiosas y sus antiguos alumnos lo aprovechan hoy en el mundo, y hasta viabilizan importantes donaciones y cooperaciones voluntarias e incondicionales que les permiten avanzar más.
La movilidad de los estudiantes, docentes y científicos universitarios, interna y externa, se constituye hoy en día como una de las mayores fuentes de actualización e innovación para los países que la practican y puede serlo también para la generalidad de las universidades cubanas. La Universidad de La Habana es hoy de las más avanzadas en este aspecto.
Crear un programa bien dotado para la formación doctoral de nuestra juventud es probablemente el mayor impulso que pueda recibir la supervivencia y el progreso de nuestro sistema científico, tecnológico y de innovación.
Son muchos los retos y también pueden ser muchas las ideas de innovación, de éxito probable, que pueden emprenderse para bien de las universidades y sobre todo de la sociedad socialista próspera y sostenible, que queremos con todos y para el bien de todos.
Fuente: http://www.granma.cu/ciencia/2016-08-20/la-universidad-y-la-innovacion-20-08-2016-00-08-50