Por: Franklin González
No somos pitonisos pero insistimos que en el campo de las relaciones internacionales existen acontecimientos que se producen sin ser predecibles fácilmente. El azar también debe ser considerado.
En el artículo ¿Qué hacer con Venezuela?, publicado el 18/09/2018, dijimos que desde hace 20 años los presidentes de Estados Unidos, los think tank, y los que realmente mandan en ese país: los “poderes fácticos”, se han planteado la interrogante de qué hacer con nuestro país.
Todo ello porque la Revolución Bolivariana se convirtió en un “mal ejemplo” para su política de imposición en América Latina y El Caribe, al impulsar proyectos de integración propios de la región, como Alba, Unasur y la Celac y también se convirtió en una “piedra en el zapato” porque a pesar de todas las amenazas, los chantajes, la presión y el bloqueo financiero y económico, Venezuela no se doblega, más bien sigue erguida y latiendo con su corazón rojo, noble y en resistencia activa.
Por otro lado, en otro artículo: “Venezuela. ¿Un asunto de geopolítica?”, publicado el 12/02/2017, decíamos que ya el caso Venezuela dejó de ser un tema regional para convertirse en un asunto de geopolítica mundial, así como fueron en su momento con los casos de Afganistán, Irak, Irán, Libia, Corea del Norte
Rusia y China, como potencias que son, están en una disputa por la hegemonía del mundo, con el gran y único hegemon al menos desde 1990: Estados Unidos.
Es decir, Venezuela, aparte de ser un “mal ejemplo” y una “piedra en el zapato” en el Continente Americano, ahora es clave en el actual ajedrez geopolítico del mundo. De allí que sea tema central en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
A partir de esas consideraciones y sobre la base de lo que la historia nos deja como legado – para el presente y el futuro-, haremos un ejercicio de reflexión sobre cuatro escenarios que se vislumbra en el horizonte para nuestro país.
El de los imponderables: ¿Maduro termina su período presidencial?
El 20 de mayo de 1918 se realizaron unas elecciones presidenciales y salió victorioso Nicolás Maduro Moros, gobernante en ejercicio, con más de 6 millones de votos (67%), mientras que el principal candidato de oposición, Henry Falcón, obtuvo casi 2 millones de electores. En total participaron 9 millones de un total de total 20.626.978 venezolanos habilitados para ejercer su derecho al voto. El nivel de participación llegó a 45%, muy superior, por cierto, al que se da en otras naciones que se colocan como ejemplos de democracia.
Dos días después, cuando el Consejo Nacional Electoral (CNE), procedió a la proclamación como presidente reelecto de Nicolás Maduro, la mayoría de los diputados de la Asamblea Nacional (en desacato) aprobaron un acuerdo en el que declaraban que esas elecciones fueron inexistentes y anulaban dicha proclamación.
Ya, antes, voceros del gobierno de Estados Unidos, la Unión Europea y de algunos países de América Latina habían manifestado su desacuerdo con la realización de estas elecciones.
Después de la juramentación, el 10 de enero de 2019, por parte del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de Nicolás Maduro Moros como nuevo presidente para el período 2019-2025, la campaña de desconocimiento arreció, comandada por el que se considera el mandamás del mundo: el gobierno actual de EEUU.
Debe recordarse que las cabezas visibles de los gobernantes actuales de Estados Unidos (Donald Trump. Mike Pence, Mike Pompeo, John Bolton, antes Kurt Tidd, ahora Graig Faller, Marcos Rubio), habían fijaron el año 2018 como el fin del final, como diría Eduardo Liendo en su novela Contigo en la distancia, del gobierno de Nicolás Maduro.
Ahora, dicen e insisten, que es un gobernante ilegal e ilegítimo como resultado de unas “elecciones fraudulentas” y, por tanto, no lo reconocen como presidente.
Al anterior desconocimiento se unen la mayoría de los países de la Unión Europea y los gobiernos del “grupo de Lima”, exceptuando México, y algunos otros de la llamada comunidad internacional.
Aunque la mayoría de los países que integran las Naciones Unidas sí reconocen la legalidad y legitimidad del presidente Nicolás Maduro, el gobierno del hegemon, EEUU, con su crisis que padece internamente y que no puede ocultar, que podría llevar a un enjuiciamiento de Donald Trump, sigue teniendo un peso muy fuerte en la arena internacional y en particular en esta zona del mundo.
De allí que la situación se vislumbra nada fácil para que el presidente Maduro pueda concluir el período presidencial 2019-2025, para el cual fue electo por el pueblo venezolano.
El asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton, un Hawk (halcón) ultra conservador, ex funcionario de George W. Bush que participó en la charada destinada a probar que había armas de destrucción masiva en Irak y uno de los más activistas enemigo, convicto y confeso, del gobierno venezolano, en una entrevista a la cadena CNN, dijo:
«Estamos tratando de obtener apoyo para la transferencia pacífica del poder de [el presidente venezolano] Nicolás Maduro a [el líder opositor venezolano] Juan Guaidó, a quien reconocemos como presidente encargado» y destacó que esa coalición debe ser «lo más amplia posible».
No obstante, los imponderables existen en política y recordemos el «hueso duro de roer» que ha significado el presidente sirio Bachar el Asad, muy a pesar de que la administración de Barack Obama, utilizando como excusa la acusación de los grupos armados apoyados por su gobierno y sus aliados de occidente, había dicho ante el mundo que ese gobernante era responsable del ataque químico del 21 de agosto de 2013 en la ciudad capital de Damasco, es decir, había cruzado la “línea roja” y por tanto procedía una invasión aérea.
Pero la firme determinación del gobernante ruso, Vladimir Putin, de apoyar a su aliado sirio, sumado al rechazo de la “opinión pública” y del Congreso estadounidenses, produjo que tal decisión se echara para atrás el día 30 de ese mismo mes.
Así que amanecerá y veremos.
El de la guerra y el “síndrome Icaro”
La administración de Donald Trump ha mencionado que sobre el caso Venezuela todas las opciones están sobre la mesa, incluyendo la opción militar.
Se busca el casus belli para emprender esa nueva intervención en América Latina y El Caribe. Ya esta zona del mundo ha sido testigo y víctima de esa política. Nada nuevo hay bajo el sol.
Pero hasta ahora eso no ha sido fácil. El gobierno de Nicolás Maduro, acudiendo a lo indicado en el preámbulo y en los artículos 152 y 153 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y a la decisión tomada en la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada en La Habana en el año 2014, que declara a esta zona como libre de armas nucleares y de paz, ha privilegiado la utilización del instrumento de la diplomacia como antídoto disuasivo contra la política del “más fuerte” y de la guerra del gobierno de Estados Unidos.
Los resultados hasta ahora han sido determinantes para contener la utilización de la fuerza como razón.
Según el diplomático Celso Amorim, quien fuera canciller en dos gobiernos de Luiz Inácio Lula Da Silva y ministro de Defensa en uno, lanza en este momento esta afirmación: “Estamos en el momento de mayor tensión en América Latina desde la crisis de los misiles en Cuba, en 1963”. “Hace años que el Estado profundo norteamericano intenta hacer retroceder el socialismo en América Latina pero el método aquí es típico de Trump; impulsivo y sin tener en cuenta las consecuencias”.
Una intervención militar en Venezuela, que se propone ser multilateral, traería consecuencias impredecibles para el pueblo venezolano, ciertamente por ser el principal objetivo militar, pero también para otros países y pueblos del Continente Americano.
Al gobierno actual de Estados Unidos habría que decirle: ¡cuidado con el “síndrome Ícaro”!, que por tener alas no preparadas para volar cerca del Sol, terminó el calor derritiendo la cera y provocando su caída.
El de una guerra fría.
Con mucha preocupación, pero con mucho realismo, debemos decir, parafraseando a Carlos Marx en el Manifiesto del Partido Comunista, que desde hace algunos años un fantasma recorre a la República Bolivariana de Venezuela; es el fantasma de una guerra civil. Por tanto, hace falta que se ponga en marcha una santa cruzada, una natural cruzada, una consciente cruzada para evitar lo que sería catastrófico, no sólo para las generaciones actuales sino también para las futuras.
Venezuela es una sociedad aún de contrastes sociales (las clases sociales existen y están enfrentadas) y polarizada desde el punto de vista ideológico y político.
La situación creada con el apagón eléctrico evidencia estas últimas consideraciones.
Desde el gobierno nacional se afirma que lo ocurrido fue producto de un ataque cibernético y un saboteo por parte del gobierno actual de los Estados Unidos y sus aliados internos, incluyendo a los infiltrados que, según el presidente Maduro, se encuentran en la Corporación Eléctrica Nacional (CORPOELEC).
Sin embargo, desde el otro lado del país, desde el sector de la oposición, que no sólo hace referencia a sus dirigentes, sino a cualquiera de sus seguidores, la afirmación dirige la atención a acusar al gobierno de ser responsable de que el país se haya quedado sin servicio eléctrico, por la falta de mantenimientos de los equipos y la dejadez en la modernización de las plantas generadoras de electricidad.
Sin dejar de reconocer que ciertamente desde hace un tiempo se viene alertando sobre la situación delicada que padece el sistema eléctrico nacional y los recurrentes apagones que se venía produciendo en la capital y en los estados del país, en este caso concreto que dejó a todo el país sin ese servicio, todo indica que la versión dado por el gobierno es cierta y eso es tan así que lo ratifican voceros autorizados de la administración Trump.
Al respecto, horas antes del apagón, el senador Marcos Rubio escribió en Twitter, sin ser adivinador, que los «venezolanos vivirán la más severa escasez de alimentos y gasolina».
Mientras que el secretario de Estado de ese país escribió de su cuenta en la red social Twitter, el 08/03/19, lo siguiente: «No hay comida. No hay medicinas. Ahora no hay electricidad. Lo próximo, no habrá Maduro» y recalcó: «Las políticas de Maduro no traen más que oscuridad».
Pero nada de eso modifica la “verdad” que, por razones emotivas y de convencimiento político, tienen quienes adversan a la revolución bolivariana. Para ellos el único y principal responsable es el gobierno, antes lo fue Hugo Chávez y ahora lo es Nicolás Maduro. No hay manera que puedan incluso dudar.
Las sociedades polarizadas son el mejor “caldo de cultivo” para enfrentar a los habitantes de un mismo país y experiencias en guerras civiles indican lo traumático que ello significa para los pueblos.
Sólo mencionemos que uno los episodios más aberrantes, sanguinarios y atroces de la historia, lo constituyó el genocidio ocurrido en Ruanda en 1994. La muerte del presidente Juvénal Habyarimana, gobernante por espacio de 20 años y perteneciente a los hutus, desató una “cacería de brujas” por parte de sus partidarios, generándose una matanza entre hutus y tutsis, donde cientos de miles de personas de estos los últimos –cuya población se calculaba en 15% del total de la población-, fueron asesinados brutalmente y descuartizados con machetes por extremistas hutus, con el objetivo claro de exterminarlos.
Se calcula que entre abril y julio de 1994 fueron asesinaros alrededor de un millón de personas, casi el 11% de la población total de ese país, que para entonces tenía un aproximado de ocho millones de habitantes.
La Radio de las Mil Colinas, una de las más feroces en la campaña de desprecio hacia el ser humano, repetía frases como: “Los tutsis no merecen vivir, hay que matarlos. Incluso a las mujeres preñadas hay que cortarlas en pedazos y abrirles el vientre para arrancarles el bebé». Además se le llamaba: “cucarachas tutsis”. Yemen, aún hoy no ha podido superar las secuelas de una guerra civil.Todo por razones geopolíticas regionales donde países extranjeros entre ellos Arabia Saudita, apoyado por Estados Unidos, Reino Unido y Francia, han intervenido y atizado el enfrentamientos entre movimientos rivales internos, cuyas consecuencias han sido: la muertes de miles de personas inocentes; que cerca de 75% de la población (22,2 millones de personas) necesitan asistencia humanitaria urgente; existen 14 millones de personas que sufren inseguridad alimentaria, 8,5 millones de las cuales se levantan cada día sin saber si tendrán al menos una comida y la malnutrición aguda severa amenaza la vida de unos 400.000 niños menores de 5 años.
Por último, producto de esa guerra civil, más de tres millones de personas ha debido huir de sus hogares y dos millones continúan desplazados.
La misma Venezuela ha vivido esas experiencias. Los sucesos del año 1814 y la Guerra Federal (1859-1863), son expresiones que deben servir como ejemplo de lo horrendo que significa un enfrentamiento entre habitantes de un mismo país.
Por eso el rechazo a la necropolítica debe formar parte de las mentes sanas y sensatas de Venezuela, sin distinción alguna.
El escenario del diálogo y la negociación.
La política existe para que los políticos conversen, discutan y establezcan acuerdos que les permita convivir sin la “espada de Damocles” que significa una guerra civil, como “fórmula mágica” que “resuelva” nuestras diferencias.
Dialogar y negociar significa reconocimiento del otro, de sus propuestas y de una relación ganar-ganar.
El presidente Nicolás Maduro, el sábado 2 de febrero en una concentración en la avenida Bolívar de Caracas dijo lo siguiente:
«La Asamblea Constituyente tiene en su agenda la evaluación constitucional, histórica y política para llamar a un adelanto de elecciones parlamentarias este mismo año. Yo estoy de acuerdo que se relegitime el poder legislativo del país y que vayamos a unas elecciones libres, con garantías, y el pueblo decida para una nueva Asamblea Nacional».
Luego, el 20 del mismo mes, en un acto de graduación de médicos, diría
“Por ahí hay un payaso que dice ser presidente interino, bueno, si usted es presidente interino, lo primero que tiene que hacer, o tenía que hacer, es convocar a elecciones, ¿por qué no convocó?, pregúntense ustedes, ¿por qué no ha convocado a elecciones?, el pretendido y autoproclamado».
Y agregó:
«¿Por qué no convoca a elecciones para darle una revolcada con votos del pueblo? Convoque a elecciones, señor autoproclamado, señor payaso».
Mientras tanto, el Canciller Jorge Arreaza, en su intervención el 26 de febrero en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, hizo referencia a la disposición del gobierno venezolano al diálogo con el Mecanismo de Montevideo o con cualquier otra iniciativa válida, incluido un llamado del Consejo de Seguridad.
“Estamos sentados esperando”, señaló, y además preguntó “¿Hay elecciones? Puede ser. ¿Hay otras soluciones posibles? Puede ser, para eso tenemos una constitución muy rica”.
En otras palabras, el presidente Maduro y su canciller abren el abanico -así lo evidencias sus palabras públicas, nacionales e internacionales-, para el diálogo y la negociación.
Estas manifestaciones favorables al diálogo y las negociaciones se acompañan de iniciativas de otros gobiernos y países del mundo que juegan en el tablero de la paz y de los acuerdos.
Por un lado, se encuentra el Mecanismo de Montevideo que, según declaran los ministros de Exteriores de México, Marcelo Ebrard, y de Uruguay, Rodolfo Nin Novoa, el 7 de febrero, supone una vía de diálogo para las partes enfrentadas en Venezuela y la participación de varios mediadores reconocidos.
Tal mecanismo «se desarrollará en cuatro fases: diálogo inmediato, negociación, compromisos e implementación».
La primera fase, de diálogo inmediato, supone la «generación de condiciones para el contacto directo entre los actores involucrados, al amparo de un ambiente de seguridad».
En la fase de negociación, se realizará una «presentación estratégica de los resultados de la fase de diálogo a las contrapartes, buscando puntos en común y áreas de oportunidad para la flexibilización de posiciones e identificación de acuerdos potenciales».
En el de los compromisos, se abordará la «construcción y suscripción de acuerdos a partir de los resultados de la fase de negociación, con características y temporalidad previamente establecidas».
Y la implementación consistirá en la «materialización de los compromisos asumidos en la fase previa, con el acompañamiento internacional».
Por otro, se encuentra el Grupo de Contacto Internacional (GIC), que confirmó, en la fecha ya mencionada, “su disposición para trabajar junto con el Mecanismo de Montevideo con el propósito común de lograr una solución pacífica y democrática» para Venezuela.
El GIC apunta a forjar un «abordaje internacional común» que permita «apoyar una resolución pacífica, política, democrática y propiamente venezolana de la crisis, excluyendo el uso de la fuerza a través de elecciones presidenciales libres, transparentes y creíbles, de acuerdo a la Constitución venezolana».
Los términos de referencia de este grupo no incluyen las palabras «diálogo» ni «negociación» y descartan expresamente la posibilidad de una «mediación».
Pareciera que la hoja de ruta de este grupo consiste en la salida de Maduro de la presidencia, la instalación de un Gobierno interino y la celebración de elecciones.
La cosa no es fácil, sobre todo porque el gobierno actual de Estados Unidos y sus aliados internos, insisten que los tiempos del diálogo y la negociación se agotaron; pero es el momento de pensar en los más nobles intereses del pueblo venezolano, quien debe ser el protagonista de cualquier solución.
El escenario del diálogo y la negociación es el escenario ideal en la medida que podría evitar lo que debe evitarse: la intervención militar gringa con las fuerzas que lo acompañarían o una guerra civil que nos traumatice para el resto de la vida.
Hay que cerrarle el camino a quienes levantan la bandera del enfrentamiento y no de diálogo y la negociación. Es el momento se sumar y multiplicar, no de restar y mucho menos dividir. Los radicalismos deben descartarse.
El diálogo y la negociación, es el camino de los hombres sensatos y humanos. La barbarie es el camino de los que sólo piensan egoístamente. El comportamiento de muchos gobiernos de Estados Unidos ha manchado la historia de América Latina siguiendo este último camino.
¿Cuál es la salida? ¿Cómo hacer para garantizarla? ¿Qué cambios institucionales deben hacerse para que las fuerzas en pugnas se sientan representadas y se posibilite el reconocimiento mutuo? ¿Qué papel debe jugar la comunidad internacional?, son preguntas que con toda seguridad deberían estar en las mesas de conversación, diálogos y negociación.
Ojalá la luz de la esperanza ilumine el camino y los venezolanos y venezolanas encontremos el horizonte para que la polarización que nos atraviesa y las fuerzas del mal que se interponen, no impidan que, a través del diálogo y la negociación, encontremos la solución a nuestros problemas y diferencias.