Por: Manuel Alberto Navarro Weckmann
Cuando se reconoce el trabajo del centro escolar y se le otorga el respeto que merece, se promueve un ambiente donde la práctica educativa es vista como un arte y una ciencia que requiere tanto de conocimiento, como de la experiencia, así como de la intuición.
“Dime y olvidaré, enséñame y podré recordar, involúcrame y aprenderé.” Confucio
Al contrario de como muchas personas podrían creer, el aprendizaje no es espontáneo ni automático, no se trata de “ser un experto en el tema” o de pararse frene a un aula a “recitar de memoria” lo que se quiere enseñar, sino en cómo esa temática se puede vincular con la experiencia de cada niña, niño o adolescente y a partir de ahí construir elementos para un aprendizaje realmente significativo para sus vidas y en su contexto.
En este sentido, la sociedad actual está en constante evolución, y con ella, la necesidad de métodos educativos que no sólo informen, sino que formen. El Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) se presenta como un modelo educativo que trasciende los límites del aula, integrando la teoría con la práctica y preparando a los estudiantes para los desafíos del mundo real. Reflexionar sobre el ABP es reconocer la importancia de un trabajo que se sustenta en la profesionalidad, la experiencia y una agudeza intuitiva y vocacional que docentes deben poseer y desarrollar.
En la vastedad de las aulas del sistema educativo nacional, que suman más de un cuarto de millón en la educación básica, cada una con su diversidad y singularidad, es fundamental reconocer la labor docente. Son quienes, con su estudio y experiencia acumulada, aplican métodos como el ABP para vincular efectivamente la teoría con la práctica. Esta conexión no es una coincidencia fortuita, sino el resultado de un compromiso vocacional que lleva a los docentes a afinar su intuición y experiencia para aplicarla en beneficio de sus estudiantes.
El ABP exige un reconocimiento de la complejidad del aprendizaje humano, donde cada aula tiene su propio pulso, cada estudiante su propia melodía. Los educadores, entonces, se convierten en maestros de orquesta, capaces de armonizar estas melodías individuales en una sinfonía de aprendizaje colectivo. La habilidad para hacer esto no viene de la nada: nace de la pasión por enseñar, del estudio continuo y de la reflexión constante sobre la práctica educativa.
En este sentido, como sociedad es fundamental valorar y apoyar el desarrollo profesional continuo de docentes, ya que son quienes cultivan la tierra fértil de las mentes jóvenes. Cuando se reconoce el trabajo del centro escolar y se le otorga el respeto que merece, se promueve un ambiente donde la práctica educativa es vista como un arte y una ciencia que requiere tanto de conocimiento, como de la experiencia, así como de la intuición.
El ritmo de cada aula, por ende, es un eco de la capacidad del educador para interpretar y responder a las necesidades de sus estudiantes, adaptándose a las circunstancias y promoviendo un aprendizaje significativo y relevante. Así, como sociedad es pertinente entender que detrás de cada estrategia de enseñanza exitosa hay un profesional que ha dedicado su vida a entender cómo aprende el ser humano y cómo mejor enseñarle. El ABP es un claro ejemplo de cómo el trabajo minucioso, dedicado y consciente de docentes puede llevar a cada aula a alcanzar su máximo potencial en sintonía con las demandas de una sociedad en constante cambio. Porque la educación es el camino…
Fuente de la información e imagen: https://profelandia.com