Por: Martin Garello.
Las heridas emocionales de la infancia nos pueden acompañar hasta nuestra vida adulta y son capaces de controlar nuestro comportamiento y dirigir nuestro destino.
Antes de convertirnos en adultos, todos hemos sido niños, todos hemos estado condicionados, de una manera u otra, por el entorno familiar en el que crecimos. El adulto en el que nos hemos convertido es el resultado de experiencias vividas desde una edad temprana. Sobre todo, los traumas y heridas del pasado tienen una enorme influencia en nuestra vida actual.
Heridas emocionales en la infancia
La personalidad de un adulto a menudo está determinada por una lesión emocional o una experiencia dolorosa de la infancia. A continuación, conoce los cinco tipos de heridas infantiles que condicionan nuestra vida como adultos:
1. Miedo al abandono
Un niño que ha sido abandonado cuando crece, a menudo experimenta un gran miedo a la soledad en la edad adulta. Sobre todo, sus relaciones estarán condicionadas por el temor de poder volver a experimentar el abandono, por el temor de ser dejado por la pareja. Lo cual lo puede llevar a experimentar relaciones de pareja dependientes.
Podrían desarrollar un escape de una relación o evitar relaciones íntimas como mecanismos de defensa para evitar lidiar con el ser abandonado. El miedo al abandono está tan profundamente arraigado como para condicionar su comportamiento relacional en forma de celos intensos y “caprichos”. Hasta que no se aborde la idea de quedarse solo, se asustará ante la mera percepción de ser abandonado o traicionado.
2. El miedo al rechazo
Cuando un niño se siente rechazado por sus padres al no sentirse querido, sentir que no le prestan atención en el hogar por sus compromisos escolares o, debido a la marginación y al acoso escolar, se crea una herida profunda que hace que esa persona se considere indigno de cariño.
Es un adulto que desarrolla la convicción de que no es digno de ser amado, que acepta una experiencia de soledad, de un vacío interior que lo lleva a aislarse. Un niño que ha experimentado el rechazo se convierte en un adulto tímido, autónomo y esquivo.
3. Humillación
Cuando un niño se siente tratado como un inútil por sus padres. Las críticas y las devaluaciones amenazan el desarrollo de una autoestima sana e integrada. Es un niño que ha sido persuadido, con crítica y desaprobación, a creer que no vale nada.
En la edad adulta se encontrará a sí mismo como una persona insegura, luchando por asumir la responsabilidad y tomar decisiones. Continuamente necesitará el apoyo y la seguridad de los demás, ya que habrá desarrollado un estilo de personalidad dependiente.
Puede que no solo haya internalizado un fuerte componente crítico hacia sí mismo, en lugar de animarse a sí mismo y creer en su propio potencial, sino también probablemente la tendencia a criticar, humillar a otros o percibir a otros como jueces.
4. Traición o temor a confiar
Los padres a menudo tienden a prometer ciertas cosas a sus hijos. Cuando estas promesas no se cumplen, el niño se siente traicionado e indigno de lo prometido. Estos sentimientos negativos llevan a desarrollar una personalidad manipuladora, con un carácter fuerte, que quiere tener y controlar todo.
Las personas que han tenido tales problemas durante la infancia carecen de tolerancia, paciencia y buenos modales. Deben trabajar en la capacidad de tolerar la frustración y aprender a delegar responsabilidades.
5. Injusticia
Cuando un niño ha crecido con padres autoritarios, fríos y exigentes. Este es un niño en el que se han proyectado fuertes expectativas y en el que los padres han ejercido una gran presión en términos de los altos estándares que deben alcanzarse en el entorno escolar y deportivo.
Se le ha pedido a un niño que vaya más allá de los límites de lo que podría hacer en comparación con su edad y, por lo tanto, se sienta abrumado por los sentimientos de impotencia e inutilidad. Este sentimiento surge durante la infancia y persiste hasta la edad adulta.
Las personas que han sufrido este tipo de presión adulta se caracterizan por cierta rigidez mental, perfeccionismo y sed de poder. Para superar esta herida es necesario que como adultos trabajen en su rigidez, para recuperar la flexibilidad mental, y puedan aprender a confiar de los demás.
Conocer estas cinco heridas de la infancia hace posible completar el proceso de desarrollo de la personalidad, para que nos podamos volver más adaptables a las circunstancias de la vida y más saludables emocionalmente.