La resistencia y los Mundos Otros se ubican en la periferia: Raúl Zibechi

Por: Jaime Quintana Guerrero

Cuautla, Morelos. En el libro «Mundos Otros y pueblos en movimiento. Debates sobre anti-colonialismo y transición en América Latina», el periodista y escritor uruguayo Raúl Zibechi propone una mirada social a las experiencias y luchas de América Latina; el papel del Estado y sus alianzas; del pensamiento crítico, de los pueblos originarios y de las resistencias, e invita a pensar en las renovadas y e innovadoras lecturas de una realidad.

En entrevista con Desinformémonos, Raúl Zibechi explica que “los pueblos originarios y su lucha anticolonial, junto con las mujeres y su lucha antipatriarcal, son dos movimientos o sujetos colectivos que han hecho entrar en crisis al pensamiento crítico de cuña eurocéntrica, ya sea marxista, anarquista, cristiana. Son colectividades que han mostrado un mundo nuevo, que no se va a construir después de la toma del poder, sino que ya existen en retazos pequeños de mundos otros”.

Los movimientos que gestan esos mundos nuevos, la resistencia, la lucha y la esperanza, asegura Zibechi, “siempre se ubicaron en la periferia”. Esos mundos donde los sectores populares tienen una fuerza importante en sus propios territorios, pueblos originarios, pero también negros, campesinos y periferias urbanas, “ya no esperan al mañana, ya existen hoy”.

Desde hace más de 30 años, Raúl Zibechi ha recorrido la América Latina insumisa. Es un viajero que acompaña movimientos y procesos sociales, así como educador popular y periodista, que forma parte del equipo de trabajo en Desinformémonos y en otros medios de comunicación.

Zibechi explica que su formación en los años 60 y 70 comenzó cual ferviente seguidor del marxismo-leninismo, que defendía la revolución, la toma del poder, la organizacion jerarquizada, la dirección con centralismo democrático y la conquista del poder. En ese tiempo era la puerta que abría el tránsito de un mundo nuevo a un mundo poscapitalista, socialista “o como se le quiera llamar”, hasta que “esa forma de ver el mundo entró en crisis”.

Era una crisis ideológica, aclara el periodista. “En principio pensaba que había entrado en crisis por el fracaso del socialismo real, pero luego me doy cuenta de que, además de eso, la irrupción de dos fuerzas sociales muy importantes, que son los pueblos indígenas y las mujeres, que esos mundos otros están tejidos, no con la producción de mercancías o valores de cambio, sino por la producción de valores de uso. Son básicamente un mundo de los cuidados, del sostenimiento y la reproducción de la vida”.

En Mundos Otros, Raúl Zibechi escribe que “uno de los obstáculos a superar en este proceso anticolonial era el propio concepto de movimientos sociales y de movimiento anti-sistémico, conceptos creados en contextos determinados”. Más adelante, Zibechi emplea el término de “sociedad en movimiento” para ubicar territorios y organizaciones territoriales, pero argumenta que las experiencias zapatista, kurda y de pueblos originarios en Latinoamérica lo llevaron al concepto de “pueblos en movimiento”, al que se suma el ingrediente de la autodeterminación.

Esos mundos, señala el escritor, “los encontramos en comunidades indígenas, en palenques, en espacios donde los sectores populares organizados recuperan territorios y van construyendo su vida en esos espacios, esos mundos no hegemonizados por el capital ni por el Estado ni por relaciones sociales patriarcales y coloniales capitalistas”.

Estados que mutan

Sin olvidar el papel del Estado y su desarrollo, Raúl Zibechi explica que éstos “han mutado radicalmente. Aunque no hay una fecha concreta de esa mutación, sí hay un periodo que podría llamarse periodo neoliberal, en los años 80 y 90, cuando los Estados se transforman bajo la hegemonía del capital financiero, pues antes el capital era básicamente un capital productivo, industrial”.

Explica que el Estado, en el periodo anterior, “contribuía a la formación de ciudadanos, el Estado-Nación, que defendía la soberanía nacional”. México, señala, es un ejemplo de ello, pues desde el Cardenismo, la soberanía nacional y la construcción de ciudadanos “es a través de la escuela, de los símbolos patrios y del trabajo”.

Fue un periodo en el cual “una familia podía llegar del campo a la ciudad, existía una fuerte migración interna, y a lo largo de una o dos generaciones podían tener una desarrollo ascendente. Llegaban a la ciudad como albañiles o mujeres que trabajaban en la limpieza, y después de un tiempo podían enviar a sus hijos o hijas a la Universidad. Eso fue una realidad en todo el mundo, y también en América Latina”.

Hoy en día, expone Zibechi, “la situación se han invertido, pues hoy la ciudadanía no tiene ningún valor y la soberanía nacional tampoco. Los Estados-Nación han sido secuestrados por ese uno por ciento que representa el capital financiero. El Estado ya no sirve más para crear ciudadanos ni para proteger a través de la salud, de brindar educación, de alentar la vida y la reproducción de las familias; sino que son parte del sistema de acumulación por robo, de acumulación por desposesión, como lo menciona el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, en el texto La Cuarta Guerra Mundial”.

Las formas en las que se traduce la guerra de despojo contra los pueblos se observa, agrega el periodista y acompañante, en el desplazamiento de comunidades enteras para convertir la naturaleza en mercancías. Esa política de capital, explica, “es apoyada y avalada por el Estado, en un proceso donde sus instrumentos, desde las fuerzas armadas y policiales hasta la justicia y un andamiaje institucional, facilitan el despojo, mercantilizando todo lo que puedan. Ahí es donde se encuentran las resistencias”.

“Ya no importa tanto quién esté en el gobierno, si es de derecha, izquierda, centro o lo que sea, porque la política y las acciones concretas se deciden en otro lugar, en los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones, que es un tribunal internacional de arbitraje al servicio del capital”, enfatiza Zibechi.

El proceso de secuestro del Estado por el capital financiero, como lo llama el autor, ha sido muy rápido, se produjo en muy poco tiempo, en un par de décadas. “Ya no depende a considerar que hay sectores o personas buenas dentro de esas institucionalidades, porque eso no cambia”, sentencia.

La resistencia en la periferia

Una de las cosas que ayudó a definir las periferias, expone Raúl Zibechi, fue estudiar a fondo el proceso de trabajo y resistencia en las fábricas de Uruguay y de las causas y el desarrollo de las rebeliones contra el sistema de explotación de la división social del trabajo, en lo que se llamó Fordismo y Taylorismo.

En este sistema de trabajo, explica, participaron “los obreros no calificados, la periferia de los obreros, y los obreros más calificados o una parte de ellos. Pero inicialmente esta periferia de obreros no calificados estaba en las secciones más ruidosas, más contaminadas en pintura, en aquellas secciones que implicaban una maquinaria terriblemente ruidosa, con frío en invierno y calor en verano. Ellos son los que se rebelaban. Esas rebeliones obreras no pasaban por los sindicatos, sino que los sindicatos las bloqueaban o intentaron bloquearlas, aunque en algunos casos hicieron un puente y a veces acompañaron esas luchas”.

Insiste en que existe una lectura en el movimiento obrero sobre “que el sindicato fue el centro de la lucha. Ha habido sindicatos muy buenos, pero siempre fue la base obrera y sobre todo los no calificados (periferia) en la industria los que tomaron la iniciativa”.

Ahora, explica Zibechi, son los pueblos originarios, los pueblos negros, campesinos y las periferias urbanas los centros de los movimientos, pero esto tampoco quiere decir que son todos los que participan en las luchas.

“Si uno mira con la lupa”, detalla el viajero y acompañante, “ve lo que existe en las comunidades, que algunos jóvenes y jóvenas toman la inciciativa y en el mejor de los casos consiguen arrastrar a buena parte de la comunidad, o a muchas comunidades en algunos momentos. Después viene la represión y lo que queda es un núcleo reducido, pero con convicciones muy firmes”.

Añade que son grupos no jerarquizados, que no responden a un aparato que funciona en el centralismo democrático, sino una organización de carácter comunitaria, con compromiso militante. “No hace falta estar en una organización jerarquizada para tener un firme compromiso con la vida, con la lucha y la resistencia. Además ellos tienen un diálogo con sectores más amplios, que cuando pueden se expresan”. Eso, resalta Zibechi, es el corazón.

“Las cosas funcionan en la vida con base en dos momentos: la expansión y la contracción. Cuando la represión es muy fuerte aparece la contracción y los pueblos se protegen, pero cuando hay condiciones se expanden. Sucede así en el invierno o en el verano con las plantas, con los animales, con la vida y con las luchas”, aclara el periodista.

“La vida son ciclos”, dice. “Eso es lo que pasa en las Juntas de Buen Gobierno, en Cherán u otras experiencias. Cuando la situación se pone muy dura, parece que las cosas se reducen al mínimo, pero luego vuelven. Lo digo para no desesperar, porque las cosas en este momento están pasando por una sequía muy depredadora, y tiene muchas raíces esa sequía, algunas en institucionales, otras represivas y otras vivenciales”, remarca.

Economías legales e ilegales

“Yo quiero desarmar la idea de las economías legales e ilegales para pensar que todo el sistema funciona como un mecanismo aceitado legal o ilegal, pacífico y con violencia, y que en cada momento se utiliza lo que conviene. Las llamadas economías ilegales o el narco no podrían existir ni sobrevivir sin un apoyo explícito de las Fuerza Armadas y policiales, del aparato de justicia y por lo tanto del Estado”, recalca el periodista Raúl Zibechi.

El concepto de lo legal y de lo ilegal, considera, “habría que aparcarlo, estacionarlo a un costado”, porque “uno puede decir que la economía capitalista es legal, pero fue fundada en el despojo. Cuando los Españoles llegan a la América no había propiedad privada, pero entonces usurparon tierras y le pusieron el nombre de los hacendados a las tierras, y así todo”.

Si miramos a largo plazo y miramos esto ciclos, cuenta el escritor, “vemos que la economía llamada legal siempre estuvo fundada en lo ilegal, en las fuerzas brutas, y se reproduce en buena medida de la misma manera. Hoy existe todo un aparato publicitario queriendo convencer a la población de que la sociedad funciona bien, sólo que existen malos muy violentos llamados narcos. Pero el sistema hoy funciona con base en el despojo, y las llamadas economías ilegales o narcos son complementarias de esas economías supuestamente legales”.

Un ejemplo que explica a la economía legal son las patentes de las semillas, dice. “Hoy en día se patentan semillas que durante milenios cultivaron los campesinos, pero llega Monsanto u otras empresas y se apropian de ellas, y el campesino ya no la puede seguir usando. En Colombia hay gente presa o asesinada por usar y guardar sus mejores semillas, algo que siempre hicieron los campesinos, para usarlas en la próxima temporada. Las semillas patentadas semillas que se suicidan, que ya no sirven para un segundo cultivo”.

Esta es una práctica de muerte, asegura Zibechi. “Es una economía de muerte y los campesinos lógicamente la resisten”. “La diferencia entre la economía legal e ilegal es mínima, es una cuestión de formas. Toda la economía capitalista, y en este periodo del capitalismo particularmente, se basa en el despojo, la muerte, el desplazamiento forzado y el genocidio, y eso o lo entendemos o nos llevan a la tumba sonriendo, porque creemos que estamos en la legalidad”, considera.

El escritor y periodista se pregunta, “¿cuál es la legalidad de la Guerra contra las Drogas?” En relación con las “economías ilegales”, dice, “éstas contribuyen porque les ayudan a despejar en los lugares donde existe oposición, y no es ninguna casualidad que en Chiapas, Guerrero, Oaxaca y en buena parte de México, los narcos a quienes atacan no van contra el ejército ni el gobierno. Atacan a los pueblos que resisten. Sistémicamente son parte de lo mismo. Más que una alianza, diría que es un engranaje que funciona abarcando todas esas facetas”, concluye el periodista.

Frente a todo el engranaje sistémico de violencia y despojo contra la vida, sin embargo, Zibechi asegura que los movimientos y las luchas sociales, gestadas en la periferia, son el frente que no sólo resiste a las embestidas del Estado y el capital, sino que también, como parte de su resistencia, construyen y participan desde su cotidianidad los mundos otros, aquellos que abren paso a los nuevos mundos.

Fuente de la información e imagen: https://desinformemonos.org

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Entrevista a Silvia Rivera Cusicanqui: “Tenemos que producir pensamiento a partir de lo cotidiano”

Cusicanqui es una de las referentes en el pensamiento subalterno en Bolivia. En su último libro, Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis, nos habla de lo ch’ixi como práctica descolonizadora.

Socióloga y activista de origen aymara, Silvia Rivera Cusicanqui (La Paz, Bolivia, 1949) es una de las referentes en el pensamiento subalterno en Bolivia. En su último libro Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis (Tinta Limón, 2018) nos habla de lo ch’ixi como práctica descolonizadora, una versión de la noción de lo abigarrado que ya conceptualizó el sociólogo René Zavaleta Mercado. Invita a reflexionar desde una mirada ch’ixi las realidades y coyunturas latinoamericanas. Plantea que lo ch’ixi “literalmente se refiere al gris jaspeado, formado a partir de infinidad de puntos negros y blancos que se unifican para la percepción, pero permanecen puros, separados”, y le sirve para “admitir la permanente lucha en nuestra subjetividad entre lo indio y lo europeo”.

Con un pasado muy vinculado a los movimientos kataristas, cocaleros y libertarios de Bolivia, hoy vive la militancia realizando su utopía en El Tambo, un espacio político y cultural en La Paz donde, junto a sus compañeros y compañeras del Colectivo Ch´ixi, organiza cursos y actividades, fiestas y presentaciones, uniendo los saberes teóricos con la labor manual. Ahí mismo realiza todos los años, después de su salida forzada de la Universidad Mayor de San Andrés de Bolivia, el taller de Sociología de la Imagen, un espacio de formación para descolonizar nuestras miradas. Silvia entiende la imagen como “narrativa, como sintaxis entre imagen y texto, y como modo de contar y comunicar lo vivido”.

En tu reciente visita a México señalaste que en América Latina no se está en condiciones de hablar de pensamiento decolonial ni postcolonial. Afirmaste que lo decolonial es una moda, lo postcolonial un deseo y lo anticolonial una lucha. ¿Cómo seguir este camino anticolonial?
Yo creo que es una forma de poner en relieve que este proceso tiene larga data. Desde tiempos coloniales se han dado procesos de lucha anticolonial; en cambio, lo decolonial es una moda muy reciente que, de algún modo, usufructúa y reinterpreta esos procesos de lucha, pero creo que los despolitiza, puesto que lo decolonial es un estado o una situación pero no es una actividad, no implica una agencia, ni una participación consciente. Llevo la lucha anticolonial a la práctica en los hechos, de algún modo, deslegitimizando todas las formas de cosificación y del uso ornamental de lo indígena que hace el Estado. Todo eso son procesos de colonización simbólica.

Has profundizado mucho en la sociología de la imagen, tomando la imagen como teoría y no solo como ilustración. ¿De qué forma te sirve la imagen?
Es una forma de replantear el papel de la visualidad en la dominación y también sirve como forma de resistencia. Se trata de descolonizar la conciencia propia, superar el oculocentrismo occidental y convertir la mirada en parte de una experiencia completa, orgánica, que implique los otros sentidos también, como el olfato o el tacto. Es decir, reintegrar la mirada al cuerpo.

Quisiera profundizar en el concepto ch´ixi. ¿Cómo llegas a él y qué significa para ti?
Surge como una metáfora que me comunica un escultor aymara —Victor Zapana— hablando de animales como la serpiente o el lagarto, que vienen de abajo, pero también son de arriba, son masculinos y también femeninas. Es decir, tienen una dualidad implícita en su constitución. Y eso me parecía a mi una muy buena metáfora para explicar un tipo de mestizaje que reconoce la fuerza de su lado indígena y la potencia para poder equilibrarla con la fuerza de lo europeo. Entonces se propone a lo ch´ixi como una fuerza descolonizadora del mestizaje. Lejos de la fusión o de la hibridez, se trata de convivir y habitar las contradicciones. No negar una parte ni la otra, ni buscar una síntesis, sino admitir la permanente lucha en nuestra subjetividad entre lo indio y lo europeo.

Resulta interesante como varias personas han manifestado alivio y tranquilidad al comprender tu noción de lo ch´ixi, sobre todo, en relación con problemas de identificación.
A mi también me ha llamado la atención que pueda dialogar este concepto con experiencias tan distintas. Lo que pasa es que todos vivimos una contradicción muy fuerte, entre lo occidental y lo que nos da el paisaje, el ámbito local, que nos conecta con la otra cara.

El concepto ch´ixi lo has pensado desde y para Abya Yala [nombre dado a América por sus habitantes antes de la invasión europea] y los procesos que se dan en este territorio pero, ¿es posible llevarlo a otros territorios? ¿Existe una universalidad de lo ch´ixi?
Yo creo que eso depende de cada quien, cada pensamiento lo tiene que desarrollar en su territorio, fuera del ámbito andino. Yo lo he trabajado para aquí, pero sí pienso que tiene una potencia universal porque la contradicción es un hecho de nuestro tiempos. La conciencia de que la identidad es una camisa de fuerza y cada persona vive muy contradictoriamente la identidad. Eso pasa aquí y en todos los lugares.

Aludiendo al título de tu nuevo libro, ¿cómo puede ser posible un mundo ch´ixi?
Es una utopía. Es una utopía el pensar que podemos realmente colectivizar esa visión y convertirla en un recurso de acción política. No se realiza, pero creo que como horizonte es una posibilidad de rebeldía.

¿Qué aportes le puede dar esta mirada ch´ixi a los feminismos latinoamericanos?
La coexistencia entre lo masculino y lo femenino en cada subjetividad. No la separación ni la segregación, sino la yuxtaposición de las dos fuerzas, de los dos principios en cada subjetividad.

¿Cómo ves los feminismos en Latinoamérica hoy en día?
Bastante fuertes. Yo creo que es una marca y un signo de la época. Las mujeres ya están activamente y masivamente saliendo a la esfera pública a reclamar cosas que antes eran vistas como exclusivas del ámbito privado. Sobre todo en Argentina creo que es muy rico el proceso de las mujeres. En Bolivia el discurso está muy mediatizado por las ONGs y el Estado. Hay, obviamente, grupos como el de Mujeres Creando que superan eso pero todavía yo lo encuentro muy débil.

La mujer tejedora está muy presente en tus libros para reflexionar en torno al lugar de la mujer en el mundo andino. ¿Para que te sirve?
Es una gran metáfora de la interculturalidad. Las mujeres siempre tejen relaciones con el otro, con lo otro. Con lo salvaje, con lo silvestre, con el mercado, con el mundo dominante. Siento que hay una capacidad de las mujeres de elaborar relaciones de interculturalidad a través del tejido. Es un reconocer también que el cuerpo tiene sus modos de conocimiento. Aquí, en el colectivo, decimos que “la mano sabe”.

¿La opresión india y la opresión de género son homólogas?
Son equivalentes y sería prácticamente la base de una alianza muy poderosa, indios y mujeres. De algún modo, la identidad de indios y mujeres es definida desde afuera, y por eso la resistencia consiste en autodefinirse.

En este sentido, ¿es para ti necesario retomar el paradigma epistemológico indígena?
Claro que sí. Sobre todo en tiempos de cambio climático es un paradigma verdaderamente alternativo porque supone otra relación con el mundo de los sujetos no humanos. Hablo de la naturaleza, de las formas de sustentabilidad y del cuidado de la tierra. Se debe entender que el ser indio es un paradigma totalmente diferente para enfrentar el mundo y para relacionarse con él.

Sin embargo, dista mucho del indianismo en Bolivia.
El indianismo está atrapado en una vocación totalmente estadocéntrica y estadolátrica. Está abocado en un discurso nacionalista de buscar un estado aymara y una nación aymara, lo cual es una barbaridad a mi parecer. Porque es esencialista, es una propuesta que no condice con la realidad. La realidad boliviana es una realidad abigarrada, con identidades muy confusas y mezcladas. Entonces el indianismo tiene la camisa de fuerza de la vocación estatal.

Estás aprendiendo aymara. ¿Cómo te ha servido para entender la realidad andina?
Es fundamental para mi. Empece hace mucho tiempo y voy a seguir aprendiendo hasta que me muera. Ha sido clave porque es un idioma que tiene una estructura completamente diferente y que te permite crear palabras y darle todo un sentido metafórico al lenguaje, que es muy propio de la cultura aymara. A mi me ha permitido hurgar en muchos aspectos que parecían paradójicos y que, a través del idioma, se me han clarificado. Sobre todo conceptos de temporalidad, de espacialidad, a través del uso de sufijos. Es un idioma muy complejo pero muy rico. Es un idioma aglutinante, porque es capaz de que un mismo término varíe según los sufijos y los contextos de enunciación.

Hablando de temporalidad me viene a la mente el aforismo aymara Quipnayra uñtasis sarnaqapxañani. 
Este aforismo de la cosmovisión aymara se puede traducir como “mirando atrás y adelante podemos caminar en el presente futuro”. Quiere decir que el pasado está por delante de nosotros. Esto es común a muchas lenguas indígenas. Hay varias lenguas indígenas que conciben el pasado como algo que tu ves por delante; el futuro, sin embargo, no lo conoces y por eso está atrás, en la espalda. Además es también una celebración de un gesto anacrónico, de poner el pasado por delante, de que el pasado surge e irrumpe en el presente.

¿Qué valor tienen para ti las lenguas originarias?
Muchísimo. Todos deberíamos aprender alguna.

En tus escritos reivindicas la micropolítica como espacio de resistencia y lucha. ¿Es necesario crear pequeñas comunidades de afinidad y tejer redes?
La macropolítica busca siempre un interlocutor en el Estado, ya sea con o contra el Estado. En cambio, la micropolítica está por debajo del radar de la política y trabaja sobre colectivos pequeños y acciones corporales que permiten que florezcan espacios de libertad. Lo que buscamos es repolitizar la cotidianidad, ya sea desde la cocina, el trabajo o la huerta. Eso es lo que queremos hacer aquí, en nuestro espacio El Tambo. Articular el trabajo manual con el trabajo intelectual, producir pensamiento a partir de lo cotidiano.

¿Romper la barrera entre el trabajo manual e intelectual?
Eso es. Desde que comencé en el taller de Historia Oral Andina, hemos hechos muchas cosas por fuera de la academia. Porque la academia no puede darte todo y te aleja del pulso colectivo, de lo que pasa en realidad, de las cosas que hace la gente. La idea es practicar la descolonización a través del cuerpo y eso no se dice, se hace.

Así nacen espacios emancipatorios como puede ser El Tambo. ¿Cómo has vivido tú este espacio?
Este año cumplimos nueve años. Hemos querido tejer un espacio de encuentro y de creatividad que permita a diferentes personas desarrollar su individualidad pero, a la vez, latir con el pulso colectivo. Crear un espacio de libertad, de realización personal, de camaradería y de compañerismo con propuestas comunes. A día de hoy estamos unas 18 personas en el colectivo. Además, es cierto que he visto muchísimos colectivos en toda América Latina. Lugares muy lindos e iniciativas muy pequeñas pero poderosas, ya sea de huertos, de derechos humanos, procesos de autonomía, o de soberanía alimentaria. De algún modo todos, estos espacios interrumpen en este proceso totalizador del capital y marcan un horizonte emancipatorio.

En octubre se celebran elecciones en Bolivia. Desde la toma de poder de Evo Morales en 2006 has sido muy crítica. ¿Cómo ves la coyuntura actual?
Está muy mal, está terrible. El gobierno está tomando el control de todas las instancias, del Tribunal Electoral, de todo el sistema judicial…. Está muy fea la cosa. Se nos vienen años difíciles. Veremos qué pasa en las elecciones. Por ejemplo, con el conflicto del TIPNIS, están esperando a ganar las elecciones para entrar de una vez. Ahora está habiendo una marcha de Sucre a La Paz, conformada por todas las comunidades afectadas por megaproyectos y por toda la intromisión estatal. Yo estoy apoyando eso también. Tenemos esperanzas, la gente no se deja totalmente

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/feminismo-poscolonial/silvia-rivera-cusicanqui-producir-pensamiento-cotidiano-pensamiento-indigena?fbclid=IwAR1p99x4bVgW7hVqMzTZwIb-9p1jxR0QbpK-pVx2yMaZFVQawd1sgGpnQKU

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