Por: ctaacordoba.or/Juan Carlos Giuliani*
A 133 años del asesinato de los Mártires de Chicago, condenados y ejecutados por exigir que la jornada laboral fuera de 8 horas, nuestro presente es de lucha. El 1º de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, se conmemora en todo el mundo, menos en los Estados Unidos, cuna del Imperio, y Canadá, donde lo recuerdan el primer lunes de septiembre.
Con el correr del tiempo la conmemoración del 1º de Mayo se transformó en el acontecimiento más masivo, unitario y globalizado del mundo entero. Homenaje y compromiso que revela nuestro poder como clase cuando somos conscientes de nuestra fuerza y capaces de reconocernos como el sujeto organizado de un proyecto colectivo.
Los sectores dominantes procuran no sólo que los trabajadores no tengamos historia, doctrina, héroes o mártires. También intentan adueñarse de nuestras fechas, de nuestros símbolos, de nuestra razón de ser. Para ellos el 1º de Mayo es el Día del Trabajo, una abstracción que responde a la lógica de negar al sujeto histórico concreto, de carne y hueso: El trabajador.
Ese axioma, amplificado hasta el infinito por la superestructura cultural del sistema, no es inocente. Se trata de fraccionar la conciencia de unidad de clase, de instalar en el imaginario colectivo la preeminencia de lo individual por sobre lo comunitario, de aniquilar la noción de hombre organizado como sustento del progreso social.
Para nosotros existe una sola clase de hombres: Los que trabajan, como quería Evita. Recobrar el espíritu clasista siguiendo el itinerario de los pioneros del movimiento obrero, de sus luchas y sueños, de sus fracasos y efímeras victorias, significa poder mirarnos en el espejo de la lealtad a un proyecto revolucionario inconcluso.
La historia es un devenir. No empieza cuando uno llega y tampoco termina cuando uno se va. Ese sindicalismo que no transa ni claudica ante el poder es nuestra fuente de inspiración. El de los anarquistas, socialistas, sindicalistas revolucionarios y comunistas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, el de los “cabecitas negras” que encabezaron el proceso transformador más trascendente de la Argentina, el de todos los que forjaron este camino que caminamos y del que cabe estar profundamente orgullosos.
La formación de la conciencia de clase, el proyecto de una nueva sociedad, la experiencia de gobierno durante el peronismo, los caños heroicos de la Resistencia, el salto cualitativo en los niveles de conciencia y organización que suponen los programas de La Falda (1957) y Huerta Grande (1962) y el Mensaje de la CGT de los Argentinos a los Trabajadores y al Pueblo fechado el 1º de Mayo de 1968; el Cordobazo, la rebeldía ahogada en sangre durante la tiranía militar, la resistencia al genocidio, los 26 Puntos de la CGT Brasil, el Grito de Burzaco, la Marcha Federal, el Seguro de Empleo y Formación plebiscitado por el Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO), la explosión de rebeldía popular en diciembre de 2001, la Constituyente Social, los 32 puntos de la Multisectorial y tantos otros sucesos jalonan esta rica y compleja historia.
Los mártires de la Semana Trágica, La Forestal y la lucha de la Patagonia, los fusilados en los basurales de José León Suárez, las víctimas del Plan CONINTES, Felipe Vallese, Atilio López, Benedicto Ortiz, Víctor Choque, Teresa Rodríguez, José Luis Cabezas, Maximiliano Kosteky, Darío Santillán, Jorge Julio López, Carlos Fuentealba, Mariano Ferreyra y las ausencias irreparables de Agustín Tosco y Germán Abdala. La lista es inacabable y el recuerdo imborrable.
La mayoría de los 30.000 militantes populares masacrados por la dictadura militar provenían del universo del trabajo. Ellos no ofrendaron sus vidas para construir un capitalismo serio o de rostro humanitario. Vivieron, lucharon y murieron por una sociedad libre, fraterna e igualitaria. Para terminar con el régimen de despojo y explotación. Por una Patria socialista.
Rescatar su compromiso político, social e histórico se convierte en un imperativo insoslayable en momentos que el enemigo opera incansablemente para mantener sus privilegios intactos y el campo popular debate, se organiza, confronta y articula en medio del vértigo de esta etapa signada por el revanchismo patronal.
Inmersos en esa dialéctica, reivindicar el 1º de Mayo es reconocer que los trabajadores, en medio de esta ofensiva oligárquica, no resignan su reclamo por una justa redistribución de la riqueza, buscando acertar en el reagrupamiento del Movimiento Popular eludiendo los atajos del gatopardismo y los cantos de sirena de los profetas del “no se puede”.
Cuando los funcionarios de Martínez de Hoz afirmaban muy sueltos de cuerpo que para el país “da lo mismo fabricar acero que caramelos” seguramente no imaginaban que estaban vocalizando algo más que una metáfora: La producción de acero hoy es paupérrima para responder a las necesidades de un proceso de reindustrialización, pero Argentina es uno de los productores de golosinas más importantes de América Latina. Parábola perfecta que pinta mejor que nada nuestro carácter de país dependiente.
A los que aseveran que los trabajadores deben permanecer indiferentes al destino de la Nación y pretenden que nos ocupemos solamente de problemas gremiales, les respondemos que impulsamos una práctica de sindicalismo integral, que liga lo político a lo reivindicativo, que organiza la voluntad colectiva, se reapropia del conocimiento y construye poder propio para asegurar el bienestar del pueblo todo. Lo otro es sindicalismo amarillo, empresarial, que quiere que nos ocupemos solamente de los convenios y las colonias de vacaciones, mientras hace negocios bajo la mesa.
El 1º de Mayo es una fecha propicia para recuperar la memoria de los que pelearon por la dignificación de los trabajadores y por un país con justicia social, plena democracia, desarrollo económico y una política exterior independiente, encaminada solamente a servir a los intereses nacionales y a la unidad con los pueblos latinoamericanos
Es responsabilidad de los trabajadores recoger esas banderas y enarbolarlas para que el pueblo argentino camine hacia un futuro de Liberación Nacional y Emancipación Social.
Tal como lo planteara la CGT de los Argentinos de Raimundo Ongaro hace más de medio siglo, “más vale honra sin sindicatos que sindicatos sin honra”. Respecto a la necesidad de llevar adelante acciones unitarias para enfrentar la restauración oligárquica, otra consigna de la CGTA sirve para esbozar una respuesta: “Unirse desde abajo y organizarse combatiendo”.
La unidad de la clase crece desde el pie, y “crece desde el pueblo el futuro”, como canta con voz inconfundible el inolvidable Alfredo Zitarrosa.
*Vocal de la Comisión Ejecutiva Regional de la CTA Autónoma Río Cuarto. Congresal Nacional de la CTA-A por la Provincia de Córdoba