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MeToo en las universidades españolas

Por; Núria Marrón, Núria Navarro, Gemma Tramullas |

Más de 25 profesoras e investigadoras de las universidades públicas españolas rompen por primera vez su silencio para denunciar el acoso y la violencia machista que han sufrido en una institución que presume de buscar la excelencia pero aún conserva parte del ADN «feudal»

«Si sigues miedosa, prometo darte un buen azote». «El sexo es una forma excelsa de comunicación». «Mi vida es un orgasmo, ¡chica!». «Besos mojados». «Besitos ahí». Cada uno de estos mensajes, y un buen puñado más, fueron enviados con absoluta impunidad por un reputado catedrático de la Universitat de Barcelona a 12 alumnas y dos alumnos. Todos ellos constan en unas diligencias que la fiscalía archivó en 2013 porque la denuncia por acoso sexual, tras abrasarse convenientemente en los despachos de la universidad, ya había prescrito cuando llegó a sus manos. El caso, por tanto, no tuvo recorrido judicial, pero sí ha contribuido a descorrer la tapa de una fosa séptica oscura y largamente silenciada: el acoso sexual y machista que sufren profesoras e investigadoras universitarias y que provoca tanto sufrimiento como asfixia y expulsión de talento.

Una de las denunciantes fue la socióloga Ana Vidu, cuyo caso aún es extraordinario en la medida en que rompió el muro universitario. Sin embargo, el desenlace es demasiado conocido por demasiadas mujeres. Vidu pasó a ser «la conflictiva», la apestada, la loca, adjetivos que aún hoy repercuten en su vida profesional. «Es peor cuando denuncias que cuando sufres el acoso», dice hoy, desde la Universidad de Berkeley. De hecho, con su carrera reventada en Barcelona, probó en la Universidad de Deusto, donde la decana de Derecho, tras una larga entrevista, admitió que estaba «impresionada» por la «cantidad de calumnias sobre ella que le habían llegado». ¿Y el catedrático? Pues fue apartado de la docencia, pero no de la institución.

El 90% de las docentes e investigadoras no denuncian los casos de acoso

Vidu hoy forma parte de este primer gran MeToo de la universidad española. Como ella, las más de 25 académicas que aparecen en este reportaje ponen rostros e historias a lo que vienen diciendo las pocas investigaciones realizadas sobre este asunto: que la misma vida académica que habla de excelencia y pensamiento crítico también está asentada en una trama de violencias machistas que se alimentan en la jerarquía de la institución, en su gran competitividad y en la llamada violencia aisladora o de segundo orden: la que sufren las personas que apoyan a las afectadas.

No es tanto que la universidad esté cuajada de acosadores, como que tradicionalmente su ecosistema ha brindado impunidad a los que hay. ‘Omertá’, la ley del silencio, sigue siendo una de las palabras más escuchadas en este gran mosaico del acoso universitario.

Prácticamente todas las universidades cuentan con denuncias internas. Que sus nombres no aparezcan en este reportaje no significa que hayan erradicado este tipo de violencias. La confusión, sin embargo, se abre paso al intentar cartografiar el fenómeno.

Primero, porque la línea entre acoso laboral ‘a secas’ y de género a veces es fina –aunque hay datos clarificadores: de diciembre de 2019 a a marzo 2021, 31 mujeres por 11 hombres interpusieron quejas ante la Oficina de Acoso de la Universidad de Granada-. Y luego está el hecho de que la ausencia de una normativa única en cuanto a criterios de recopilación de los datos impide discernir en muchos centros cuántas denuncias o quejas proceden del profesorado, del alumnado o del personal de administración y servicios (PAS). Por supuesto, el grueso pertenece al colectivo de estudiantes, el más numeroso. Pero es en el sector del personal docente e investigador donde las personas se juegan más y el miedo a represalias es más inmovilizador.

«El 90% de las docentes e investigadoras no denuncian los casos de acoso», mantiene Patricia Melgar, miembro del Community of Research on Excellence for All (CREA), espacio de investigación que ha trabajado este asunto. Su subdirectora, la catedrática Rosa Valls, ya apuntó en un estudio pionero de 2008 que hasta un 65% de universitarios habían padecido o conocían alguna situación de violencia de género en los ámbitos de alumnado, docencia / investigación o el PAS.

CREACIÓN DE LAS UNIDADES DE IGUALDAD

En su día, este informe logró que a) la ley considerase las universidades como espacios de violencia de género y b) contribuyó a la creación de lasunidades de igualdad. «Las universidades nunca habían tenido ganas de abrir este tema, pero se les obligó desde más arriba», afirma. A partir de ahí, los datos del estudio no se han actualizado, a pesar de que lo han solicitado hasta tres veces a la Agencia Estatal de Investigación.

Los abusos van desde tocamientos a mayordomeo, negación de recursos, ‘apaños’ en los tribunales, difamación, luz de gas y agresiones físicas

Mientras las cifras siguen en el limbo, los relatos de las académicas entrevistadas, algunas de ellas con procesos judiciales abiertos contra la propia universidad, componen en cambio una silenciada sintonía común. Unas, como Ana Viduhan sufrido acoso sexual (las investigaciones apuntan a que alrededor de 1% de catedráticos son acosadores que reiteran). Y otras, como la doctora en Historia Carme Ruestes, afirman haber vivido, en su caso en la UAB, como «siervas en régimen de vasallaje»: «El catedrático no me quiso apoyar en el concurso de profesora titular, pero me propuso que me quedara investigando para él; durante muchos años trabajé mucho y bajo presión».

En este recuento de trapos sucios -en el que los atropellos van desde tocamientos hasta negación de recursos e información, mayordomeo, maniobras de expulsión, ‘apaños’ en los tribunales, campañas de difamación, robo de material, luz de gas y hasta amenazas y agresiones físicas-, también hay profesoras que denuncian hostigamientos vinculados al origen («determinadas conductas no se habrían producido si yo no fuera mujer y latinoamericana –explica una profesora de la Universidad de Granada-, la combinación de ser mujer e inmigrante es explosiva, soy la intrusa en esta institución feudal») y a la orientación sexual.

Una profesora de la UB que denunció a su catedrático por acoso y luz de gas afirma que -tras haber aceptado una mediación- no solo no se ha reparado el daño infligido sino que se ha reforzado una «especie de permiso colectivo» para menospreciarla que, según ella, no es ajeno a su orientación sexual. «A pesar de que la sociedad se crea muy avanzada, cuando no tienes una orientación sexual heteronormativa se te margina, te conviertes en la nota discordante», afirma.

Uno de los principales factores paralizantes a la hora de denunciar e incluso de apoyar a víctimas es precisamente esa alianza que sellan el miedo y la jerarquía. «Sobre todo no pongas mi nombre», «esto no lo escribas por favor», «tengo mucho miedo de las represalias», «asegúrate que no se me identifique», son comentarios que jalonan las conversaciones con algunas afectadas (la mayoría de las que aparecen en este reportaje ya no trabajan en los centros donde sufrieron el acoso).

No hay un perfil claro del acosador, más allá de que poseen «poder, protección y conexiones», y que se mueven «por redes de favores y contrafavores»

En cuanto a los acosadores, no hay un perfil claro, más allá de que poseen «poder, protección y conexiones en, por ejemplo, tribunales de plazas», afirma la socióloga Ana Vidu. «Se mueven muy bien por las tinieblas, por las redes de favores y contrafavores», añade la bióloga Eva Bussalleu. Embarazada y con depresión tras haber sufrido negación de recursos e información -extremos reconocidos por la propia Universitat de Girona-, perdió ante el compañero al que internamente acusó de hostigamiento la plaza que debía estabilizar en un concurso, y que deberá repetirse porque la justicia sentenció que el tribunal no era paritario.

Las referencias medievales que salpican este reportaje no son metafóricas. Las universidades fueron una creación del siglo XII. Eran instituciones estrictamente masculinas, donde el nivel de misoginia era incluso superior al del clero. En el siglo XXI, la dependencia de la protección de un catedrático para avanzar en la carrera equivale al vasallaje respecto al señor feudal de la Edad Media.

Desde la puesta en marcha de los protocolos en las universidades, el acoso se ha atenuado

UNIVERSIDAD: ADN FEUDAL

Este ADN feudal determina las relaciones entre las personas y favorece la desigualdad de género, raza y clase, hasta el punto de que Rosa Valls afirma que «en general, es más humana una empresa que la misma universidad». Según un informe de las Academias Nacionales de EEUU de Ciencias, Ingeniería y Medicina (NAS) publicado en 2018, más del 50% de profesoras han sufrido acoso por razón de género. El libro ‘Acoso. #MeToo en la ciencia española’, de Ángela Bernardo, recoge datos y estudios a nivel estatal e internacional que chocan con la imagen idealizada de la academia. Según recoge Bernardo, la revista ‘Personnel Psychology’ afirmaba en 2003 que, en EEUU, el Ejército y la academia, por su naturaleza extremadamente jerárquica, son los sectores donde habría más acoso machista.

A pesar de que en los últimos años se han introducido mecanismos meritocráticos, los profesores titulares y sobre todo los catedráticos aún son clave en cuanto ocurre en sus feudos, desde la composición de los tribunales que dirimen las plazas hasta la asignación de recursos, la adjudicación de las asignaturas y los horarios, o las publicaciones que se realizan. Según un informe de 2019 de la Xarxa Vives (que agrupa 22 universidades de territorios de habla catalana), de cada 10 catedráticos solo dos son mujeres. Hasta hace poco, este abismo se atribuía más a circunstancias como la maternidad que a la naturaleza misógina de la institución académica.

«Es un marco muy jerarquizado y competitivo y parece que tengas que hacer un mar de favores para mantener tu plaza. ¿Quién va a denunciar a su director de tesis? Estamos en una fábrica de conocimiento y no deberíamos rendir pleitesía a un catedrático, pero se hace y mucho. Es derecho feudal», afirma la directora de la Unitat d’Igualtat de la Universitat Pompeu Fabra, Rosa Cerarols.

«Es un marco muy jerarquizado y parece que tengas que hacer muchos favores para mantener tu plaza ¿Quién va a denunciar a su director de tesis?», dicen en la Unitat d’Igualtat de la UPF

Precisamente las unidades de Igualdad, puestas en marcha en los últimos años, tienen un balance ambivalente. Por un lado, afirma la catedrática Rosa Valls, han supuesto «un impacto político superimportante» y un cortafuegos con el que empezar a trabajar. De hecho, se considera que desde la puesta en marcha de los protocolos, el acoso se ha atenuado. Sobre todo el sexual: antes de 2004, lo habían sufrido el 22% de asociadas, interinas, becarias, por el 4% actual. Aun así, advierte la catedrática, comisiones y unidades de Igualdad también corren el riesgo de convertirse en «floreros».

¿Sus principales hándicaps? Están dirigidas por el equipo rectoral, por lo que si la institución opta por autoprotegerse se vuelven contra las afectadas; los procesos de mediación que impulsan revictimizan a las denunciantes; los protocolos a menudo son disuasorios, y algunas malas experiencias ahuyentan a víctimas que sopesan dar el paso. «Cuando fui a la unidad, me dijeron que era muy valiente y que en adelante ya no estaría sola, pero me arrepiento totalmente de haber puesto la denuncia y confiado en sus palabras», asegura una profesora de la UB que, tras denunciar a su catedrático en 2019 por acoso y calumnias sostenidas a lo largo de 10 años (dentro y fuera de la universidad) no solo pasó por una traumática e inútil mediación, sino que el proceso acentuó su aislamiento en un área en la que es la única mujer.

«Mis compañeros me giraban la cara, me marginaban, no se me tenía en cuenta para nada -prosigue-. Yo creo que muchos tienen privilegios que temen perder. La universidad es una institución medieval y no quieren dejar de ser caballeros de la mesa redonda. Cualquier persona que creen que los desafía se convierte en alguien a quien se le puede ridiculizar, cuestionar su valía y matar en vida, y es lo que a mí me están haciendo desde el primer día. En el mejor de los casos, han mirado hacia otro lado y me han dejado sola, como a una paria».

El cerco que relata esta profesora no es ninguna excepción. De hecho, en el modus operandi del acoso universitario es significativo el cordón sanitario alrededor de la víctima, en el que el claustro ‘compra’ la versión del acosador, por supervivencia, desidia o interés.Explica Vidu que profesores que habían elogiado su talento empezaron a cuestionarla en público. A J.R., la dirección de la escuela universitaria en la que trabajaba no quiso oír su vivencia y al final abrió una investigación interna a puerta cerrada llevada a cabo por una empresa externa que hacía informes en el marco de la prevención de riesgos laborales. En ninguno de los casos hubo voluntad de esclarecimiento ni acompañamiento alguno.

«Recibí amenazas de muerte e intentaron echarme de la universidad», explica Ramón Flecha, catedrático de la UB que apoyó a una alumna acosada

«Uno de los primeros casos que saltó a la prensa fue el de M.A.F., profesora interina de la facultad de Económicas de la UB, que tras los informes de Fiscalía y magistratura, perdió el juicio contra el catedrático M.A., a quien denunció en 2004 por presiones para que accediera a favores sexuales, porque los miembros de su departamento testificaron a favor del catedrático», explica Ramón Flecha, el primer catedrático español que se puso del lado de las víctimas, ‘honor’ que lo convirtió en «traidor» y le reportó una sustancial bajada de ingresos.

En 1995, Flecha presentó la primera denuncia en la UB, proponiendo al equipo rector que actuara contra las continuas situaciones de acoso sexual y adoptara procedimientos como el de Harvard, «donde si un profesor sabe de un acoso y no lo denuncia, es expulsado». Las represalias fueron «bestiales», describe. «Recibí amenazas de muerte a las tres de la mañana, intentaron echarme de la universidad, como a otras colegas que investigaron el asunto, y cuando vieron que no podían con nosotros, fueron a por nuestros hijos en las escuelas», explica. ¿Quién? «Hubo una implicación total de la estructura universitaria», no duda el investigador, ejemplo de víctima deviolencia de segundo orden-solo el 0,4% de los docentes apoyan a las víctimas y de este 0,4%, el 80% ha sufrido violencia de género aisladora-, clave sin la que no se podría entender el acoso en el entorno universitario y que, de forma pionera, fue incluida en el ordenamiento jurídico catalán en diciembre de 2020.

«Las víctimas solo se pueden transformar en ‘supervivientes’ si encuentran apoyo, y este apoyo solo se da, salvo heroicas excepciones, con legislaciones y actuaciones institucionales decididas. Sin ellas, se impone la ley del silencio, aliada de los acosadores», explica. En este sentido, Valls afirma que un concepto clave es el llamado ‘bystander intervention’ o intervención de los testigos. «En el momento en que la sociedad interviene, cuando ves algo en el metro y consideras que debes interceder, es cuando los programas funcionan porque ya no se produce la violencia aisladora».

Las víctimas solo se pueden transformar en ‘supervivientes’ si encuentran apoyo. De lo contrario gana la ley del silencio

Mientras, las secuelas psicológicas del acoso son feroces. Algunas de las mujeres entrevistadas presentan cuadros de estrés postraumático que les afecta en su día a día y que les obliga a pagarse de su bolsillo psicólogos especializados en conflictos en entornos laborales para intentar mitigar los efectos del acoso. Sus relatos hablan de problemas de concentración, temblores, insomnio, mareos, ataques de ansiedad, depresión y hasta intentos de suicidio. «Caí en una depresión muy fuerte y una vez incluso intenté tirarme por una ventana –explica una investigadora–. Ahora me parece una barbaridad, pero estaba muy ofuscada y solo quería acabar con aquel sufrimiento que se me comía».

De hecho, muchas veces, el conflicto estalla tras sufrir hostigamiento durante mucho tiempo. Al principio, muchas afectadas no entienden qué está pasando. Y luego no ven salida aparente a la telaraña . «Yo tardé 10 años en denunciar. Aguantas hasta que ya no puedes más. Nadie toma una decisión así cuando hace siete meses que te hacen la vida imposible», afirma una docente. «Yo solo di el paso de denunciar cuando vi que ya no podía perder nada más», explica Eva Bussalleu, que ha sido contratada otra vez y se presentará a un nuevo concurso después de que la justicia anulara el anterior.

La gran prueba de cargo que componen todas estas mujeres está ahí. ¿Qué hacer con ella? Los procesos judiciales solo sirven para los casos más graves, son costosos y requieren de unas pruebas que las víctimas no siempre han podido recopilar. Así que el cambio, coinciden las afectadas y los estudios, debe ser sobre todo institucional y cultural. En este sentido, desde la Unitat d’Igualtat de la UB proclaman «tolerancia cero». «Iremos a por todas –afirman- y si hay casos del pasado que se deben reabrir, lo haremos». Las afectadas, por su parte, recelan del cambio real, exigen una intervención política si las universidades no atajan el problema y reclaman justicia restaurativa para restablecer su honor.

Algunas sufren estrés postraumático y deben pagar de su bolsillo la atención psicológica

«El acoso aún es sistémico y la falta de respuesta también, yo solo espero que se tomen medidas eficaces y que toda esta injusticia y sufrimiento sirvan de algo, que las nuevas generaciones no tengan que pasar por lo mismo –afirma Eva Bussalleu–. Defenderme me ha costado demasiado tiempo, salud y dinero, cuando debería haber dedicado toda la energía a la investigación y la docencia».

Visibilizar la magnitud del problema, medirlo y entenderlo es un primer paso, legislar es imprescindible y se necesitan más campañas de información y sensibilización. Pero también capital para minimizar el acoso por razón de género en la Academia es que la sociedad deje de tolerarlo. El MeToo y las redes de apoyo mutuo son claves en la construcción de una cultura de respaldo a las víctimas.

Incluso ha nacido un nuevo género literario, derivado de la necesidad de dar a conocer situaciones de acoso sin exponerse a denuncias. La sección ‘Omertá’ de ‘Diario Feminista’ lleva más de 90 capítulos publicados: «Siempre nos la jugamos -explica una de la autoras, Mar Joanpere-. Hemos recibido demandas por el derecho al honor por denunciar el acoso, aunque nunca aparecen los nombres, excepto aquellos que la justicia ha identificado como tales». Escribir para que se entienda todo pero sin identificar a los protagonistas ha dado como resultado textos muy similares que emergen como patrones del acoso.

«El acoso es sistémico y la falta de respuesta, también», lamenta la investigadora Eva Bussalleu, con un juicio pendiente

Mar Joanpere fue víctima de acoso sexual cuando estudiaba el máster en la UB y forma parte de la Red Solidaria de Víctimas de Violencia de Género en la Universidad. Hoy es profesora de Sociología en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona: «Muchas personas acosadas como alumnos han dejado la UB. Fuimos víctimas, supervivientes y ahora activistas. Pero tenemos que seguir en la academia porque solo la cambiaremos desde dentro».

Fuente: https://www.epe.es/es/igualdad/20220123/metoo-igualdad-universidad-13139161

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Entrevista a Elisabeth Bik: “Como con el #MeToo, las redes sociales están ayudando a exponer casos de fraude científico”

Entrevista a Elisabeth Bik, consultora independiente y experta en integridad científica.

En el último año, Bik se ha visto envuelta en uno de los mayores escándalos de la pandemia: el relacionado con la hidroxicloroquina, el medicamento que Donald Trump ensalzó como una solución para la covid. Hoy, aunque este fármaco ha sido descartado por los ensayos clínicos, la historia aún no ha terminado.

La hidroxicloroquina es un fármaco contra la malaria del que la mayoría de gente no había escuchado hablar antes de que llegara el SARS-CoV-2. Hoy es sinónimo de culebrón pandémico. Todo empezó con un polémico estudio publicado en marzo de 2020, primero en forma de prepublicación y luego en una revista en la que el propio autor era editor jefe. El proceso de revisión llevó menos de 24 horas. Su conclusión: que el medicamento curaba la covid-19.

Pocos días después Donald Trump tuiteó el estudio y empezó a cantar las alabanzas del fármaco. Esto convirtió a la hidroxicloroquina —como otros tantos temas relacionados con la covid-19— en un asunto político con bandos extremos e irreconciliables. Su principal defensor, el investigador y coautor de la prepublicación que lo inició todo, Didier Raoult, se convirtió en una estrella científica en Francia y Estados Unidos.

Para complicar todavía más esta telenovela, un estudio publicado en The Lancet en mayo hizo pausar los ensayos clínicos con este fármaco al concluir que su uso se asociaba con una mayor mortalidad hospitalaria. Pero días después el trabajo era retractado al convertirse en el mayor escándalo científico de la pandemia. Nada de esto quería decir que la hidroxicloroquina sí funcionara: numerosos ensayos han descartado desde entonces su eficacia, el más importante de ellos el Recovery llevado a cabo en Reino Unido.

La mayoría de científicos son muy listos y hay muchas formas de cometer fraude que no serían detectables solo mirando el paper. Creo que el porcentaje real de mala conducta científica es mayor del que encontramos

La consultora independiente Elisabeth Bik (Países Bajos, 1966), experta en perseguir fraudes científicos, ha formado parte de esta historia desde el comienzo. Como muchos otros, sospechó inmediatamente del estudio de Raoult y comenzó a indagar. Hoy es insultada en redes sociales por parte de los seguidores del científico francés y del fármaco, que atacan hasta su aspecto físico. Han llegado a publicar su domicilio en internet. SINC ha hablado con ella sobre su trabajo.

Usted es microbióloga de formación, ¿por qué empezó a perseguir el fraude científico?

En 2013 encontré por accidente unas duplicaciones mientras hojeaba una tesis doctoral plagiada. Habían rotado una imagen para reutilizarla. Decidí ver si podía encontrar estos fallos en otros papers, porque pensé que igual tenía un talento que no conocía. Esa noche empecé a escanear un par de artículos de PLOS ONE y hallé más ejemplos. A veces nuestras vidas cambian por una coincidencia: si no hubiera encontrado nada ese día no me habría dedicado a esto. En 2014 cambié de carrera para dedicarme a buscar imágenes duplicadas.

¿Es el fraude en ciencia más común de lo que creemos?

Sí, yo solo encuentro la punta del iceberg. Puedo ver si alguien usa el mismo Western blot [una una técnica analítica] para representar dos experimentos distintos en el mismo estudio, pero no si lo usa otra persona en otro paper. Eso sería imposible, no puedo recordarlos todos. Solo detecto las duplicaciones que son muy obvias y, además, no puedo ver fraude en las tablas: si alguien se inventa los números y son realistas, no lo notaría.

La mayoría de científicos son muy listos y hay muchas formas de cometer fraude que no serían detectables solo mirando el paper. Por eso creo que el porcentaje real de mala conducta científica es mayor del 4 % que encontramos entre 20.000 trabajos que analizamos en un estudio. La mayoría de investigadores son honestos, pero no son inmunes y probablemente hay entre un 5 y un 10 % de fraude.

Probablemente el fraude siempre ha estado ahí, pero ahora hay más presión para publicar y esto incentiva estos comportamientos. Si Van Leeuwenhoek [en el siglo XVII] hubiera tenido que publicar un paper cada semana, habría investigado de forma muy diferente

Pero, ¿es más común hoy o solo lo buscamos más?

Probablemente siempre ha estado ahí, pero ahora hay más presión sobre los científicos para publicar y eso aumenta las expectativas e incentiva estos comportamientos. Si Anton van Leeuwenhoek [precursor de la microbiología en el siglo XVII] hubiera tenido que publicar un paper cada semana, habría investigado de forma muy diferente. La ciencia es un proceso muy lento y, si aprietas para publicar un número de estudios al año, algunas personas recurrirán al fraude.

¿Cómo empezó su relación con la hidroxicloroquina?

En marzo de 2020 Trump tuiteó un paper científico por primera y última vez. Me pareció notable, así que le pegué un vistazo. Me di cuenta de que había varios errores de diseño: la metodología no parecía correcta y los grupos eran diferentes. Quienes habían recibido hidroxicloroquina eran más jóvenes y habían sido tratados en otro hospital, por lo que no estaba claro si estaban tan enfermos como los que no habían recibido el fármaco. Tampoco si los grupos se habían aleatorizado: si eliges a gente más sana para recibir el tratamiento eso aumenta sus posibilidades de supervivencia.

El estudio era pequeño pero, además, faltaban pacientes.

Habían dejado fuera del estudio a seis pacientes que habían recibido hidroxicloroquina: tres empeoraron tanto que acabaron en la UCI, uno murió, otro tuvo efectos secundarios por la medicación y tuvo que dejarla; y el último abandonó el hospital, no sé por qué. Eso quería decir que al menos a cinco personas no les había ido bien con el tratamiento. ¡No puedes sacarlos del estudio solo porque los resultados no son los que quieres! Eso es cherry-picking. Era un estudio muy pequeño y si hubiera incluido a esa gente los resultados habrían sido mucho menos favorables para la hidroxicloroquina.

Los tuits de Trump marcaron la diferencia. Muchos empezaron a usar la hidroxicloroquina como medida preventiva porque Trump dijo que estaba usándola

Había todo tipo de problemas con este paper, grandes y pequeños. Las fechas de aprobación de la revisión ética eran posteriores al comienzo del estudio. También decía que no se habían incluido niños, pero había dos o tres personas de doce años. Escribí un comentario con todo esto en PubPeer y me dijeron que había otros artículos problemáticos escritos por el mismo autor, Didier Raoult.

¿Sabía entonces que Raoult era un investigador controvertido?

Lo conocía y sabía que es un autor muy prolífico, porque fui microbióloga antes. Me pareció que valía la pena investigar sus estudios. Empecé a mirar algunos de los 3.500 que ha publicado. Encontré varios ejemplos de erratas que probablemente eran honestas, pero también casos en los que parecía que había habido manipulación fotográfica.

También encontré problemas con aprobaciones éticas. Pregunté sobre estos y otros problemas que  localicé, y otras personas añadieron los suyos en PubPeer.

Hoy la hidroxicloroquina todavía es defendida en algunos círculos. ¿Cómo puede haber llegado tan lejos un estudio tan pequeño y problemático?

Los tuits de Trump marcaron la diferencia. Tiene una enorme influencia y la mayoría de gente no sabe leer ciencia de forma crítica, por lo que sigue a su líder. Muchos empezaron a usar la hidroxicloroquina como medida preventiva porque Trump dijo que estaba usándola, aunque el estudio decía que se usaba para mejorar pacientes, no para evitar infecciones. Eso fue extraño y causó problemas porque hay personas que sí deben tomarla y se quedaron sin el fármaco porque había mucha gente sana comprándolo. También hay muchísima desinformación en redes sociales y en algunos medios poco fiables, tanto en Estados Unidos como en Francia. Es increíble lo rápido que se extienden estas cosas.

Irónicamente, la hidroxicloroquina también ha estado implicada en otros estudios fraudulentos que aseguraban lo contrario, como el publicado y retractado por The Lancet.

La gente tiende a creer lo que quiere creer y no aquello que no encaja en su narrativa. Sin embargo, hay muchos estudios que prueban que la hidroxicloroquina no tiene efecto alguno

Desde entonces, muchos estudios han mostrado que no funciona y un par que sí, incluyendo los del laboratorio de Raoult. Tiendo a no tomar muy en serio esos artículos hasta que han sido revisados porque podrían estar llenos de errores, aunque la revisión por pares no sea garantía como vimos con el paper de The Lancet. Todo esto es muy complicado para la audiencia general: la gente tiende a creer lo que quiere creer y no aquello que no encaja en su narrativa. Sin embargo, hay muchos estudios que prueban que la hidroxicloroquina no tiene efecto alguno.

Se han realizado más ensayos con la hidroxicloroquina que con ningún otro fármaco. ¿Se ha perdido tiempo y recursos por culpa de este culebrón?

Todos estábamos dispuestos a creer que era la revolución. Yo era algo escéptica sobre el pequeño estudio de Raoult, pero parecía que merecía ser investigado. Aunque hagas un estudio con cuarenta personas con errores, si parece prometedor vale la pena continuar si estás en una situación como la de marzo de 2020, con gente muriendo en hospitales llenos, sin idea de cómo tratarla. Fueron tiempos de grandes incertidumbres y pánico y había que investigar cualquier pista.

¿La han demandado?

Todavía no. Han cumplimentado una queja al fiscal de Francia, que tiene que decidir si es válida y si hay evidencias. Esto puede llevar meses. Sé todo esto por periodistas que me lo han confirmado, porque todavía no se me ha informado oficialmente. [Según informó Cathleen O’Grady en Science, habrían presentado una denuncia contra Bik ante la fiscalía francesa].

Captura de pantalla preprint de la hidroxicloroquina
Captura de pantalla de la controvertida prepublicación sobre la hidroxicloroquina de Didier Raoult. En verde, comentarios en la plataforma PubPeer sobre el estudio.

 

¿Es la primera vez que le pasa algo así?

He recibido otra queja. Es un maestro qigong de China que asegura que puede irradiar células cancerígenas con energía y matarlas a siete kilómetros de distancia. No es muy científico, si yo tuviera esos poderes los usaría desde el aparcamiento de los hospitales. Planteé algunas cuestiones y no voy a retirarlas, así que veremos cómo acaba eso. Es inquietante, estresante y da miedo, pero de momento no me están denunciando.

Últimamente ha sufrido mucho acoso en redes sociales, donde la insultan incluso a nivel personal. ¿Cree que la han atacado más por ser mujer?

Solo puedo especular, pero creo que a algunos hombres poderosos no les gusta ser criticados por mujeres.

¿Se ha sentido sola al no tener una universidad o empresa detrás que la respalde?

Me sentí muy sola desde septiembre, cuando empezó el acoso por Twitter, hasta que peticiones independientes comenzaron a apoyarme. Ha marcado la diferencia saber que hay otras personas que están de acuerdo conmigo y mi trabajo y que han firmado porque creen que lo que hago debería discutirse entre científicos.

Acaban de informarme de que un paper que reporté en octubre de 2015 ha sido retractado ahora. Ha llevado cinco años y yo lo vi en cinco minutos. ¿Por qué tiene que tardar tanto tiempo? Es frustrante

¿Hacemos suficiente para investigar y perseguir el fraude científico?

No. Yo intento mejorar la ciencia y su integridad y me frustra la falta de respuesta. Cuando encuentro algo que puede ser fraude alerto a la revista o a la institución y ellos deciden, pero muchos ignoran esos correos o responden tarde. Acaban de informarme de que un paper que reporté en octubre de 2015 acaba de ser retractado. Ha llevado cinco años y yo lo vi en cinco minutos. ¿Por qué tiene que tardar tanto tiempo? Es frustrante.

¿Debería haber más organismos que vigilaran estos comportamientos?

Por un lado, estoy de acuerdo, pero yo puedo hablar porque soy independiente. No debo preocuparme por arruinar mi reputación. Si trabajara como científica y llamara la atención a una revista de alto impacto, arruinaría mis posibilidades de publicar ahí. Como no tengo que dar cuentas a nadie, ser amigable ni perdonar a mis compañeros, puedo decir mucho. Los académicos están conectados en su campo, se conocen todos, quedan en los congresos, trabajan juntos. Cuando alguien es acusado de mala conducta, pero es colega del editor jefe y del decano de la universidad, es muy difícil hacer algo. Por eso no sé si organizaciones grandes lo harían mejor, tal vez haya que dar un paso atrás.

De hecho, ya hay organismos que lo podrían hacer mejor, como la Oficina de Integridad de la Investigación de Estados Unidos. El año pasado solo reportaron un caso, cuando yo les envío unos veinte al año y nunca me contestan. Sospecho que recibirán cientos de otras personas, pero solo investigan uno. Creo que podrían hacer mucho más y castigar a la gente que de verdad comete fraude.

¿Favorecen las jerarquías científicas estos comportamientos?

He escuchado demasiadas historias en las que científicos jóvenes y ambiciosos, pero también honestos, ven cosas que están mal. Si dicen algo, como las jerarquías son tan fuertes en ciencia, son ellos los que tienen que abandonar la academia mientras que los más mayores, que cometen el fraude o empujan a otros para que lo hagan, permanecen. Por desgracia lo vemos también en otras profesiones.

La mejor respuesta [ante las malas conductas] sería que las sociedades científicas retiraran premios o membresías. Pertenecer a una sociedad es un gran logro y ser expulsado hace mucho daño

¿Han ayudado plataformas como PubPeer y las redes sociales a combatir estos comportamientos?

Sí, porque permiten a la gente compartir preocupaciones de forma anónima. Hay similitudes con el movimiento #MeToo en el que las redes sociales están empezando a marcar la diferencia a la hora de exponer estas historias y, esperemos, cambiar las cosas. Su influencia es positiva porque estamos perdiendo a mucha gente buena y con talento porque no pueden combatir al sistema.

¿Ignoran medios y gobiernos estas historias?

De nuevo trazo pararelismos con el movimiento #MeToo, en el que alguien poderoso y respetado que ha hecho mucho bien en su comunidad de repente es un acosador sexual. ¿Qué haces cuando alguien a quien admirabas resulta que no es tan admirable? No podemos ignorar lo que ha hecho, pero psicológicamente es difícil tenerlo en cuenta. En ciencia pasa algo similar con gente que trae mucho dinero o ha hecho grandes descubrimientos y se descubre que ha acosado o cometido fraudes.

¿Cómo lidiar con todo eso?

La mejor respuesta sería que las sociedades científicas les retiraran premios o dijeran que ya no pueden ser miembros. Hay un caso reciente de un astrónomo que ha sido expulsado de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos por acoso sexual. Ser miembro es un gran logro y ser expulsado hace mucho daño. Es bueno que estas organizaciones decidan que, pese a tus contribuciones pasadas, algo así es suficiente para retirarte la membresía.

¿Qué es lo peor que ha visto en su carrera?

He visto 4.000 casos y al menos un centenar fueron muy memorables porque el Photoshop era muy obvio. Por ejemplo, ver una célula clonada diez veces. Ves la foto y piensas: «¿Cómo puede ser que nadie se diera cuenta durante la revisión? ¡Es tan evidente!». Y aun así los reportamos y ahí siguen. No sé si lo peor que he visto es un paper con Photoshop o la falta de respuesta de las revistas. Hay un estudio en Science que me enfada mucho porque es muy obvio y ni lo retractan ni me contestan.

En la pandemia los científicos lo hicieron lo mejor que pudieron. Sí, ha habido papers flojos, pero es lo esperable en una situación de pánico en la que todos esperan una respuesta

Los investigadores ‘pillados’ suelen decir que la imagen ha sido modificada por cuestiones prácticas, pero que los datos y la ciencia que hay detrás son correctos.

[Ríe] Es cierto. Me desconcierta cuántos autores dicen eso. «Sí, usamos Photoshop o reusamos cinco imágenes, pero las conclusiones no se ven afectadas». Cada imagen de un paper son datos representados. Son la prueba de que hiciste algo que describes en el texto, de que el experimento salió como dices. Si enredas con las imágenes los resultados sí se ven afectados.

¿Cree que la ciencia realizada durante la pandemia ha sido peor?

En la pandemia los científicos lo hicieron lo mejor que pudieron. Sí, ha habido papers flojos y apresurados, pero es lo esperable en una situación de pánico en la que todos esperan una respuesta y puede que no tomes las mejores decisiones. La buena ciencia necesita hacerse despacio y no era un buen momento. Sin embargo, no diría que ha sido lo peor que ha pasado, porque he visto estudios realmente malos que no tenían nada que ver con la pandemia.

Fuente: https://rebelion.org/como-con-el-metoo-las-redes-sociales-estan-ayudando-a-exponer-casos-de-fraude-cientifico/

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El #MeToo empieza a calar en el mundo científico (pero lentamente)

Fuentes: SINC/Cristina Sáez 
Abusos, comportamientos sexistas, discriminación o comentarios de menosprecio perjudican la carrera de las investigadoras y hacen que muchas abandonen. El problema no es nuevo. Sin embargo, en los últimos años, las denuncias de acoso sexual de científicas y académicas se están tomando en serio.

“Antes de que pudiera levantarme y estrecharle la mano, Francis Crick cruzó el laboratorio en el que trabajaba, vino hacía mí y me tocó los pechos”, rememora aún estupefacta, casi seis décadas después Nancy Hopkins, catedrática emérita del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de EE UU.

Cuando el vergonzoso episodio sucedió, esta bióloga molecular era una estudiante universitaria y trabajaba en prácticas en el laboratorio de James Watson —codescubridor junto con Crick de la estructura del ADN—. “¿Qué estás investigando?, me preguntó como si nada Crick, como si haberme tocado los pechos fuera algo normal”, explica Hopkins en Picture a Scientist, un documental de 2020, dirigido por Sharon Shattuck e Ian Cheney, en el que se señala que el acoso sexual o por razón de sexo afecta a una de cada dos científicas, ingenieras y médicas.

El de Crick no es un caso aislado, otras mujeres han denunciado comportamientos abusadores en ciencia. Esta semana la revista Science ha confirmado que la Academia de Ciencias de los EEUU acaba de expulsar al biólogo evolutivo español Francisco Ayala, miembro desde 1980, después de que hace tres años renunciara a sus cargos de la Universidad de California en Irvine, donde era catedrático. En 2018, tras las denuncias de cuatro trabajadoras, la universidad abrió una investigación y encontró pruebas de que había incumplido las normas de la institución ante comportamientos sexistas.

La Academia de Ciencias de EEUU acaba de expulsar al biólogo evolutivo Francisco Ayala después de que en 2018 su universidad lo apartara por acoso

Según recuerda Science, las denunciantes le acusaron de tocamientos indeseados, así como lenguaje y comentarios inadecuados, también delante de otras personas. En una ocasión, recogía la revista estadounidense, le sugirió a una profesora que se sentara en su regazo mientras daba una charla “porque así seguro que sería más interesante”. Ayala se disculpó más tarde aduciendo que se trataba de una broma.

El anuncio de la Academia llega semanas después de que también expulsara al astrónomo Geoff Marcy, quien en 2015 fue apartado de la Universidad de California en Berkeley por acoso sexual.

El iceberg

Lamentablemente, tal como denuncia el documental Picture a Scientist, este tipo de conductas son solo la punta de un enorme iceberg que está sustentado por una miríada de comportamientos sexistas, sesgos de género, y discriminación directa o indirecta por razón de sexo.

Además del acoso sexual más obvio, las investigadoras se quejan de discriminaciones menos llamativas, como no ser invitadas a congresos, que no les propongan participar en una colaboración pese a ser las expertas, o de ser peor tratadas en la distribución de recursos

Entre los muchos ejemplos, las investigadoras se quejan de no ser invitadas a congresos, que no les propongan participar en una colaboración cuando son las expertas o no darles crédito por algo que han hecho. También, de recibir comentarios verbales denigrantes y humillantes para hacerles ver que no encajan. Dicen además que son peor tratadas que sus colegas varones en la distribución de recursos y que no suelen ser consideradas para promociones o premios, entre un largo etcétera.

Todas ellas son formas de discriminación insidiosas, más sutiles que la coacción directa sexual, y que acaban contribuyendo a expulsar a las mujeres de la carrera científica.

infografía iceberg acoso

Descarga la infografía en alta resolución. / José Antonio Peñas, SINC.

“Tanto el bullying como el acoso sexual son comportamientos prevalentes en la academia porque el sistema los sustenta con una estructura muy jerarquizada, donde los de arriba concentran todo el poder. Y a eso se suma que las investigadoras que sufren ese acoso están en situaciones muy precarias [suelen ser estudiantes de doctorado y posdocs] y tienden a no denunciar por miedo a que afecte a sus carreras”, expone a SINC Jessica Wade, física del Imperial College de Londres.

Un informe de las Academias de la Ciencia, la Ingeniería y la Medicina de EE UU concluye que la academia ostenta la segunda tasa más alta de acoso sexual, solo por detrás del ejército

Wade es una de las activistas en ciencia más reconocidas, que combate la invisibilización de las investigadoras en ámbitos STEM, entre otros, escribiendo una entrada diaria en Wikipedia sobre alguna científica o ingeniera desconocida.

La afirmación de esta física británica está respaldada por datos. Tras la estela del movimiento #MeToo, las Academias de la Ciencia, la Ingeniería y la Medicina de Estados Unidos publicaron en junio de 2018 el que es el informe más exhaustivo hasta el momento sobre acoso sexual o por razón de sexo en la ciencia. Este informe concluye que la academia ostenta la segunda tasa más alta de acoso sexual, solo por detrás del ejército.

Tiene voz de mujer

“Ocurre con frecuencia”, comenta a SINC María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) en Madrid. “Dentro de mi propia institución aún hay jefes de grupo que tienden a dirigirse a mí de manera un poco insultante. No asumen que una mujer más joven que ellos tome decisiones y suelen tener una actitud de retar, de provocar. Y me pasa en comités de evaluación, en jurados, mayoritariamente masculinos, que cuando defiendo mi caso, tienden a quitarle importancia a mis argumentos, a desmerecerlos. Es una actitud patriarcal”, recalca.

Dentro de mi propia institución aún hay jefes de grupo que no asumen que una mujer más joven que ellos tome decisiones, y suelen tener una actitud de retar, de provocar…María Blasco, directora del CNIO

El problema es que ese comportamiento de menosprecio hacia las capacidades de la mujer a menudo va enmascarado de crítica intelectual. ¿Debería una investigadora poner una queja formal cuando es interrumpida continuamente por hombres en una reunión? ¿O cuando sus argumentos son desestimados o su opinión no es escuchada?

“En paneles de selección de investigadores principales o líderes de grupo he visto categorizar a mujeres por tener voz de mujer con comentarios como ‘es que tiene poca fuerza y no tendrá capacidad de lucha’. Y se las elimina porque no aprecian fuerza en esa persona solo porque tiene una voz más delicada”, explica a SINC Isabelle Vernos, investigadora Icrea en el Centro de Regulación Genómica de Barcelona (CRG). “Pero si la mujer tiene la voz fuerte, tampoco la consideran válida. Porque entonces ‘es una histérica’, como he llegado a oír”, dice indignada.

De hecho, un artículo publicado en PNAS, liderado por la Universidad de Illinois Urbana-Champaign (EE UU), explica que el tipo de acoso más frecuente es, de largo, lo que en ciencias sociales se denomina ‘acoso de género’: comentarios, bromas, gestos, burlas y otros insultos que menosprecian a la mujer y también a colectivos minoritarios, como el LGTBI. A veces tiene un trasfondo con contenido sexual, pero muchas otras no.

El acoso basado en el género es insidioso porque no siempre se puede distinguir de la crítica o la grosería. Kathryn Clancy, catedrática de Antropología de la Universidad de Illinois Urbana-Champaign

“El acoso basado en el género es insidioso porque no siempre se puede distinguir de la crítica o la grosería”, declaraba Kathryn Clancy, catedrática de Antropología de esta universidad estadounidense y primera autora, en el boletín de prensa de su institución. Según Clancy, a lo largo del tiempo, “este tipo de comportamiento dañino hacia el otro puede hacer que la persona dude de sí misma, de su valía, y que abandone la investigación”.

“He oído a un [científico] top decirle a una estudiante que lo mejor que podía hacer era volverse a su país a fregar platos”, recuerda Vernos. Por su parte Blasco cuenta que le han dicho cosas como “la niña esta’” o ”eres demasiado joven”. Y ella se pregunta: “¿Demasiado joven para qué? En el caso de los hombres no se les considera nunca demasiado jóvenes para nada”, asevera.

Un secreto a voces 

No son casos aislados, alertaba el informe de Academias de la Ciencia, la Ingeniería y la Medicina de EE UU —mencionado previamente—, sino un comportamiento generalizado en todas las disciplinas científicas que provoca profundas secuelas de por vida en muchas investigadoras. A menudo, las víctimas están solas.

Cuando estaba haciendo mi tesis, un famoso investigador, cuyo nombre no diré, aseguraba que había cuatro tipos de hombres: listos trabajadores, listos perezosos, tontos trabajadores y tontos perezosos; pero solo dos tipos de mujeres: tontas trabajadoras y tontas perezosas. Isabelle Vernos, investigadora Icrea en el CRG

“Recuerdo que cuando estaba haciendo mi tesis en la universidad, un famoso investigador, cuyo nombre no diré, aseguraba que había cuatro tipos de hombres: listos trabajadores, listos perezosos, tontos trabajadores y tontos perezosos, pero solo dos tipos de mujeres: tontas trabajadoras y tontas perezosas”, recuerda Vernos. “Entonces no dije nada, tenía 23 años, él era alguien superfamoso y yo estaba haciendo la tesis. Hoy hay más consciencia de que eso es intolerable y también más herramientas para denunciarlo”, añade.

En universidades este tipo de situaciones es común. En España no estamos aún muy habituados a conocer casos de profesores expulsados por incumplir reglas contra el acoso, “aún vamos por detrás, pero haberlos, ‘haylos’», dice Blasco.

Según la encuesta de la Universidad de Texas en Austin, el 20 % de las licenciadas en ciencias, el 27 % en ingeniería y el 47 % en medicina aseguraban haber sido acosadas por profesores u otros trabajadores de la universidad

En países como Estados Unidos y Reino Unido, los centros y universidades, forzados por algunos escándalos, han empezado a tomar cartas de forma activa en el asunto. Para empezar, han comenzado a cuantificar el problema. Una encuesta de 2017 de la Universidad de Texas en Austin concluía que el 20 % de mujeres licenciadas o con posgrado en ciencias, el 27 % en ingeniería y el 47 % en medicina aseguraban haber sido acosadas por profesores u otros trabajadores de la universidad.

Según los resultados de este estudio, “el efecto acumulativo del acoso es extremadamente dañino”. Además, se ponía de relieve que las políticas que se han desarrollado para atajar el problema “son inefectivas porque están hechas para proteger a las instituciones y no a las víctimas”.

En Reino Unido, la Universidad de Cambridge puso en marcha un sistema de denuncia anónimo dentro de la campaña Breaking the silence (romper el silencio) y recibió en nueve meses 173 denuncias. Otros centros han seguido a Cambridge y han introducido herramientas de soporte similares. En este sentido, el grupo 1752, dedicado a denunciar y a erradicar el acoso sexual por parte de profesorado o personal de la universidad a estudiantes, desempeña un papel muy activo y ha elaborado un informe muy completo sobre acoso sexual en la formación superior.

Ámbitos masculinizados

La situación se agrava, sobre todo, en ámbitos tradicionalmente muy masculinizados, como, por ejemplo, la astrofísica; según una encuesta de 2016 de la Unión Internacional de Astronomía, solo un 17 % de sus miembros son mujeres. “No sé si de forma consciente o no, siempre he elegido trabajar en entornos más jóvenes y emergentes, en los que hay más paridad, menos jerarquía y es menos habitual que se den situaciones de acoso sexual”, señala Wade. En este sentido, el clima de trabajo de una institución es de lejos, y, según constatan los estudios al respecto, el mejor predictor de acoso sexual.

Para Clancy es fundamental implicar en ese proceso a los hombres porque si ellos ven el acoso sexual un tema solo de mujeres, o un problema, no se logrará avanzar

Según reclaman la mayoría de estudios publicados hasta el momento en esta materia, la solución pasa por cambiar la cultura de la ciencia y eso implica un liderazgo sin figuras que perpetúen el sexismo y la misoginia. También es preciso aumentar la diversidad de la plantilla; corregir desequilibrios de género extremo contratando a más mujeres y personas de género diverso y, sobre todo, integrar a las investigadoras en todas las disciplinas y niveles de la organización.

Hay que crear espacios, defiende Clancy, en los que todos los géneros compartan poder, autoridad y respeto, y es fundamental implicar en ese proceso a los hombres. Porque si ellos ven el acoso sexual un tema solo de mujeres, o un problema, no se logrará avanzar.

Ejemplos de buenas prácticas

Ya hay ejemplos de buenas prácticas. Por ejemplo, la colaboración internacional LIGO, que logró detectar por primera vez ondas gravitacionales en 2015 y en la que participan más de 1.500 científicos de todo el mundo, tenía un código de conducta que tenía que aceptar y cumplir todo aquel que quisiera entrar a formar parte en el que se especificaba muy claramente que actitudes de discriminación por cualquier motivo no eran aceptadas. “Los códigos de conducta son una declaración de intenciones, muy efectivos, porque ponen a todo el mundo en la misma página antes de empezar”, señala Wade.

La Sociedad Internacional de Óptica y Fotónica (SPIE) cuenta también un código de conducta con el foco puesto en el acoso que se da en reuniones y conferencias, y que acaba provocando que muchas mujeres desistan de ir a estos eventos; si alguien viola ese código, lo expulsan sin dilación.

En España, algunos centros ya trabajan en este sentido. En el CNIO cuentan con un comité de ética que ya se ha activado en diversas ocasiones por situaciones de acoso de hombres hacia mujeres. “Una de esas acabó en el despido de una persona del centro. “Un hombre”, dice Blasco, que asegura que “en el CNIO comportamientos de este tipo son totalmente inaceptables”.

“Tenemos una oficina de la mujer, hacemos seminarios todos los meses para tratar temas de género. Cualquiera que trabaje aquí sabe que es un tema importante, lo que dificulta que alguien pueda no tomárselo en serio”, asegura esta directora.

El CRG es otro de los centros muy activos en políticas de igualdad de género y cuenta con un protocolo reciente de prevención del acoso. Y desde la Unidad de Mujeres y Ciencia del Ministerio de Ciencia, explica su directora Zulema Altamirano, se imparte formación a todo el personal sobre igualdad y prevención de conductas de este tipo. Además, están elaborando, por un lado, guías específicas para el abordaje del acoso sexual y por razón de sexo; y por otro, un manual sobre sesgos de género en ciencia, tecnología e innovación.

El #MeToo ya está impregnando la ciencia y provocando cambios, aunque por el momento, son demasiado lentos. Jessica Wade, física del Imperial College de Londres

“Es la única manera”, considera Jessica Wade: trabajar activamente para cambiar esa cultura de abuso y malos tratos hacia las mujeres y minorías en el sistema científico. Al final la solución pasa por “corregir desequilibrios de poder, dejar de idolatrar a personas que están en la cúspide de la pirámide cuando hacen cosas mal, ya sea bullying, acoso o manipulación de datos. Ser transparentes con qué ocurre con esas personas, no mirar a otro lado”, resume esta investigadora, que reconoce que el #MeToo ya está impregnando la ciencia y provocando cambios, aunque por el momento, dice, “son demasiado lentos”.

Fuente: https://www.agenciasinc.es/Reportajes/El-MeToo-empieza-a-calar-en-el-mundo-cientifico-pero-lentamente

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Estados Unidos: Cómo el movimiento #MeToo está cambiando la educación sexual en las escuela

América del Norte/ Estados Unidos/ 15.10.2019/ Fuente: www.elnuevoherald.com.

 

La Junta de Educación de California actualizó su marco estatal en mayo para enseñar educación sexual integral que priorice la precisión médica y la sensibilidad hacia las diversas sexualidades.

En Virginia, una medida promulgada en marzo requiere que la educación sexual en la escuela incluya instrucción sobre tráfico de personas.

En Colorado, una ley aprobada esta primavera requiere que cualquier educación sexual que se enseñe en las escuelas públicas del estado sea precisa desde el punto de vista médico, y, en una acción inusual, se derivó $1 millón para solventarla.

La temporada legislativa estatal de 2019 está produciendo una gran cosecha de proyectos de ley de educación sexual en el país, con al menos 79 iniciativas presentadas en las legislaturas de 32 estados y el Distrito de Columbia, según un informe reciente del Guttmacher Institute, una organización enfocada en la investigación de la educación sexual y reproductiva y de defensa de la salud. La mayoría de los proyectos de ley se han dirigido a expandir la educación juvenil en torno a una sexualidad y relaciones saludables, y a reducir el alcance de la filosofía de “solo abstinencia” que se había convertido en parte de muchas clases de educación sexual en las últimas cuatro décadas.

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Pero no fueron solo los estados socialmente liberales los que reconsideraron el enfoque de la educación sexual este año. Varios estados conservadores dieron pasos hacia una educación sexual más amplia que, aunque no es tan abarcadora como la de California, representan cambios importantes que podrían conducir a políticas más completas en el futuro.

En Tennessee, por ejemplo, en donde los republicanos controlan el Senado, la Cámara de Representantes y la gobernación, los legisladores aprobaron un proyecto de ley que alienta a las escuelas a brindar educación que hable sobre la concientización de la violencia sexual.

Y en Utah, en donde los republicanos tienen una mayoría a prueba de veto en ambas cámaras, el gobernador republicano firmó una ley que permite a los profesores hablar sobre la anticoncepción en las aulas de las escuelas públicas.

Los legisladores de Mississippi, Georgia y Arkansas también intentaron avanzar con proyectos de ley, aunque éstos no fueron aprobados.

El renovado interés en el tema fue impulsado en parte por cambios legislativos durante las elecciones de medio término de noviembre pasado, que pusieron en las bancas a más demócratas, y a más legisladoras; pero también por el movimiento #MeToo, que puso sobre el tapete temas como los ataques sexuales y el consentimiento en una relación sexual.

Aunque las mujeres ocupan menos del 30% de los escaños legislativos estatales, presentaron cinco de cada siete proyectos de ley estatales que actualizan los estándares de educación sexual que se promulgaron el año pasado, según un informe reciente del Center for American Progress, entidad de tendencia izquierdista. Las mujeres también presentaron más de la mitad de los proyectos de ley para modernizar la educación sexual en las sesiones de este año.

“Cuando tengas gente nueva y diferente, tendrás nuevas conversaciones y nuevas ideas”, dijo Elizabeth Nash, gerente principal de asuntos estatales en Guttmacher.

LOS PÁJAROS Y LAS ABEJAS EVOLUCIONAN

Aunque las versiones de la Cámara de Representantes y del Senado de los Estados Unidos de los nuevos estándares de educación sexual también se han reintroducido este año, es poco probable que sean aprobadas, según Jennifer Driver, directora de políticas estatales del Consejo de Educación e Información sobre Sexualidad de los Estados Unidos, una organización que aboga por una educación sexual más integral.

Las decisiones sobre estas opciones en los currículos en las escuelas públicas están en gran medida determinadas por los estados. Según Guttmacher, 26 estados no requieren educación sexual, y solo 13 requieren que sea médicamente precisa.

Las actitudes sobre la educación sexual se han polarizado políticamente desde al menos la década de 1960, especialmente sobre si la abstinencia prematrimonial debe enseñarse como el estándar moral o como una de posibles estrategias para evitar embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual (ETS).

Según el grupo de defensa SIECUS, desde la introducción de los programas de ”solo abstinencia” en 1981, se han gastado más de $2 mil millones en impuestos para difundir esos programas, incluso cuando se han relacionado con un aumento o, en el mejor de los casos sin cambios, en las tasas de embarazos no deseados y ETS.

Pero un aumento en las discusiones públicas sobre el peligro de las relaciones poco saludables está cambiando el juego. Primero fue una serie de episodios muy publicitados sobre violencia en el noviazgo, seguidos de varios episodios de asalto sexual en los campus universitarios, y luego #MeToo, cuando se denunció a hombres poderosos por violencia sexual y acoso. Con cada ola de indignación, los legisladores estatales comenzaron a aprobar proyectos de ley que ordenaban una educación escolar centrada en relaciones saludables, si no en una sexualidad saludable.

“Eso ha puesto más energía en torno a un tema que ha faltado durante mucho tiempo en la educación sexual, que es el consentimiento”, dijo Nash.

Las charlas sobre el consentimiento en las aulas condujeron a conversaciones sobre el control del propio cuerpo y el derecho a información precisa y sin prejuicios sobre la salud y la sexualidad. Y esto ha llevado a los debates sobre educación sexual integral. “No es exactamente un círculo, pero éste es el camino en el que se ha movido el tema”, dijo Nash.

Cuando varias legislaturas estatales se movieron hacia la izquierda con las elecciones de 2018, las ruedas comenzaron a girar rápidamente.

CAMBIANDO LA CONVERSACIÓN EN ESTADOS ROJOS

Dos semanas después de esas elecciones, Jaime Winfree decidió que Georgia necesitaba un proyecto de ley sobre educación sexual.

Winfree, directora de la Coalición de Georgia para el Avance de la Educación Sexual, estaba en una conferencia sobre derechos reproductivos cuando escuchó una presentación Jennifer Chou, abogada de la filial del Norte de California de la Unión de Libertades Civiles (ACLU).

Chou detallaba la aprobación en 2015 de la Ley de Juventud Saludable de California, que exige que las escuelas brinden a los estudiantes de escuela media y secundaria una educación sexual integral que priorice la precisión médica y la sensibilidad ante los diversos valores y creencias sobre la sexualidad. Chou contó en la conferencia que el proyecto de ley fue el resultado de 20 años de cambio incremental.

“Casi me caigo de la silla”, recordó Winfree.

Si el proceso tomó 20 años en California, llevará 200 años en Georgia, pensó Winfree. Pero ambos estados tuvieron que comenzar en alguna parte. Winfree decidió que el primer paso de Georgia debería ser el mismo que el de California: aprobar el requisito de que cualquier educación sexual que se enseñe en las escuelas públicas sea médicamente precisa.

Parecía una venta fácil, pero no lo fue. El proyecto de ley que Winfree y sus colegas ayudaron redactar fue patrocinado por varios legisladores demócratas y finalmente murió en comisión. Dijo que fue decepcionante, pero su pelea está lejos de terminar: Winfree ya está tramando su estrategia de presentación previa para la versión del proyecto de ley del próximo año.

Fuente de la noticia: https://www.elnuevoherald.com/vivir-mejor/salud/article235477522.html

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Universidades para mujeres, una tendencia creciente en Estados Unidos

America del Sur/ Colombia/ 25.03.2019/ Fuente: www.semana.com.

Desde el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales y el auge del movimiento #MeToo, se dispararon las matrículas en instituciones de educación superior para mujeres.

Las universidades solo para mujeres están de moda en Estados Unidos. El número de nuevas matriculadas en estas instituciones ha crecido continuamente en los últimos dos años, después de décadas de venir en caída constante.

Como reportó Times Higher Education el año pasado, las universidades para mujeres, especialmente las de mayor reconocimiento, esperaban un aumento récord en la cantidad de aplicaciones recibidas; principalmente, en las ‘siete hermanas’, la versión femenina de la Ivy League; es decir, las universidades de élite para mujeres.

Algunas de ellas, como Bryn Mawr College, en Pensilvania, o Smith College, en Massachusetts, recibieron un aumento del 8%. Cifras atípicas para lo que están teniendo el resto de instituciones de educación superior de Artes Liberales, indica el Times Higher.

El fenómeno #MeToo

No hay datos claros de por qué está sucediendo esto. Pero varios líderes de estas instituciones de educación superior lo han atribuido a los cambios sociales y políticos que despertaron la corriente de defensa de los derechos de las mujeres de #MeToo.

Por ejemplo, cuando Mount Holyoke College, que vio un aumento del 5% en las postulaciones el año pasado, encuestó a las estudiantes y les preguntó por qué decidieron matricularse, el 54% dijo haberse sentido “considerablemente” influenciada por los movimientos sociales.

Según parece, la alta conciencia por la cantidad de casos de abuso y violencia de género está provocando que menos mujeres sientan rechazo por estudiar en una institución sin hombres.

En opinión de Audrey Smith, vicepresidente de admisiones de Smith College, “ahora más personas aplican porque les gusta que sea una universidad para mujeres, y no porque les gusta la institución como tal”, reporta el New York Times.

Muchas estudiantes de estas instituciones dicen sentirse más tranquilas y libres de expresarse sin la presencia masculina en el tiempo de estudio.

“Desarrollar nuestras vidas intelectuales y emocionales en un lugar donde no te etiquetan por ser mujer te ayuda a crecer. Podemos desarrollarnos como individuos. De principio a fin, la experiencia en Wellesley College es empoderadora”, dijo Sara Fishleder, quien estudió en esta institución en 2012, en un foro online.

La dinámicas de las clases son refrescantes. Nunca peleas con estereotipos de género o sientes que estás relegada por ser mujer. Me doy cuenta que me siento más cómoda admitiendo que se me dificulta un problema matemático. Ya no me preocupa que me tilden como la ‘niña boba que le queda grande la Física’. No hay tratos especiales porque eres mujer”, publicó en 2016 Julia Monaco, otra estudiante de esta universidad.

“Amo atender a una universidad de mujeres. No tengo que preocuparme por las relaciones sentimentales ni por el seximo en el campus. Solo me enfoco en mi estudio y me divierto mucho con mis amigas”, dijo Anisha Tyagi, estudiante de Smith en el mismo foro en 2015.

Por otro lado, la participación de personas transgénero también ha crecido en estas instituciones, conforme muchas relajan sus reglas para permitir personas que no son mujeres biológicas pero se identifican como tales.

En 2014, el Mills College de California y luego el Mount Holyoke de Massachusetts se volvieron las primeras universidades de mujeres en adoptar una política de ingreso que recibe públicamente a personas no heterosexuales.

Lo cual no quiere decir que dicha transformación esté siendo armónica. Muchas de las ‘siete hermanas’ aún no aceptan a una persona que no haya nacido biológicamente mujer.

Ahora, no todo el mundo atribuye el crecimiento al ambiente político. Mary Schmidt Campbell, presidente de Spelman College, enfocado en formar mujeres negras, dijo al New York Times que, “honestamente, creo que nuestra matrícula ha crecido porque la universidad ha hecho un buen trabajo contando su historia. Todo en el campus está diseñado para contribuir al éxito de mujeres negras que se matriculan”.

¿Por qué existen?
Hasta el siglo XIX, la mayoría de universidades en el mundo le negaron el ingreso a las mujeres, por lo que en Estados Unidos se crearon muchas instituciones con el fin de educar a las pocas que se atrevían a buscar un título en educación superior.

Empezaron como academias de mujeres, pero en 1890 la Academia Salem empezó a ofrecer diplomas de educación superior, convirtiéndose en la primera universidad femenina en el país.

La formación para mujeres de comienzos del siglo XX seguía siendo bastante primitiva, claro está. Básicamente, podían optar por tres opciones: una educación republicana, que las preparaba para ser amas de hogar. Aprendían religión, canto, danza, literatura, entre otras cosas. Una educación académica, que las preparaba para trabajos comunitarios y de orden social.

O podían estudiar seminarios, que las formaba para maestras (Solo las mujeres solteras podían ser profesoras. Se les pagaba la mitad que a un hombre, pues solo tenían que mantenerse ellas mismas. Hay incluso registros de varias que se casaron en secreto para poder seguir enseñando).

En 1927, las más progresistas decidieron ofrecer una formación académica más avanzada, como la que recibían los hombres. Así nacieron las ‘siete hermanas’, compuestas por el Barnard College, Bryn Mawr College, Mount Holyoke College, Radcliffe College, Smith College, Wellesley College y el Vassar College.

Por ahí pasaron varias mujeres reconocidas, como Hillary Clinton (Wellesley), Meryl Streep (Vassar), la escritora Alice Walker (Spelman College) o la poetisa Emily Dickinson (Mount Holyoke), por mencionar algunas.

Naturalmente, conforme las universidades más reconocidas comenzaron a admitir mujeres en grandes cantidades, las matrículas de estas instituciones empezaron a decrecer en número. En 1960, llegaron a existir 200 universidades para mujeres en todo el territorio estadounidense. Hoy, solo quedan 38 de ellas.

Pero lo que parecía una modalidad en desuso, está volviendo a retomar vida. No es seguro cuánto durará, pero una cosa es clara: eso es un llamado de atención para que todas las universidades le pongan más cuidado a los conflictos de género que han surgido en todo el mundo últimamente, para que las estudiantes universitarias ya no sientan la necesidad de estudiar en un espacio aparte.

Fuente de la noticia: https://www.semana.com/educacion/articulo/crece-en-estados-unidos-la-matricula-en-universidades-para-mujeres/604575

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Estados Unidos: La paradoja de #MeToo. El movimiento que hace caer solo a los más poderosos

Redacción: New York Time

El movimiento #MeToo ha traído un reconocimiento a algunos de los hombres más poderosos de la tierra, desde políticos y magnates de películas en los Estados Unidos hasta titanes de negocios y leyendas de Bollywood en la India. El último ejemplo fue el ex presidente de Costa Rica, Óscar Arias Sánchez, un premio Nobel que fue acusado la semana pasada de conducta sexual indebida por parte de múltiples mujeres.

Sin embargo, el movimiento ha tenido poco efecto en el problema más amplio del abuso sexual, el acoso y la violencia por parte de hombres que no son ni famosos ni particularmente poderosos.

Según Sarah Khan, científica política de la Universidad de Yale, en un concepto, los científicos sociales lo denominan “conocimiento común”: la idea de que el cambio sistémico está formado tanto o más por las percepciones de las personas de las creencias y valores de los demás como lo hace. Es por su propia cuenta.

Eso significa que reducir la conducta sexual inapropiada presenta un tipo de problema de coordinación. No solo debe cambiar el punto de vista de las personas sobre el problema, también debe mostrarles que los puntos de vista de otras personas han cambiado de la misma manera.

Pero mientras #MeToo ha tenido éxito en crear conocimiento común sobre la conducta indebida de hombres poderosos como Harvey Weinstein, ha fracasado, de manera crucial, en cambiar el consenso en formas más importantes.

# La capacidad de MeToo para crear conocimiento común más allá de los Harvey Weinsteins del mundo se ha visto limitada, en parte, por los desequilibrios de poder que dejan a las mujeres vulnerables al abuso sexual en primer lugar.

Michael Chwe, un científico político de la Universidad de California en Los Ángeles, argumenta que la creación de conocimiento común generalmente requiere “rituales públicos”: reuniones, eventos en los medios de comunicación y otras experiencias compartidas que no solo pueden persuadir a las personas sino mostrarles lo que otros creen.

Un estudio en México encontró que cuando las personas escuchaban en privado una radio y televisión con un mensaje contra la violencia doméstica en sus hogares, sus creencias cambiaban poco. Pero cuando el programa se jugó en lugares públicos, para que los aldeanos supieran que sus vecinos también habían recibido el mensaje, la tolerancia al abuso de las mujeres se redujo significativamente.

La historia de Weinstein fue interrumpida por dos mujeres que trabajan para The New York Times, Jodi Kantor y Megan Twohey. Ashley Judd, la actriz, estaba dispuesta a dejar constancia de sus experiencias.

Óscar Arias Sánchez, el premio Nobel y ex presidente de Costa Rica, se encuentra entre los numerosos hombres de alto estatus acusados ​​de conducta sexual inapropiada bajo #MeToo.
CréditoVictor Ruiz Garcia / Reuters

Óscar Arias Sánchez, el premio Nobel y ex presidente de Costa Rica, se encuentra entre los numerosos hombres de alto estatus acusados ​​de conducta sexual inapropiada bajo #MeToo. CréditoVictor Ruiz Garcia / Reuters

Eso, a su vez, estimuló un cálculo de cuentas similar para otros hombres de alto perfil, generando una mayor cobertura de los medios.

Pero el movimiento #MeToo no ha demostrado el consenso de que los abusadores en todos los ámbitos de la vida deben ser responsables de la mala conducta. En cambio, parece haber generado un conocimiento común solo de que los perpetradores deben mantenerse fuera de los roles de estatus extremadamente alto, como el jefe del estudio de cine o el senador de los Estados Unidos .

La mayoría de las mujeres no tienen la riqueza o el poder de las actrices exitosas de Hollywood (cuyo poder, por supuesto, no se acerca al de los hombres de la industria) que pueden forzar este tipo de nuevo consenso sobre el bien y el mal. Entonces, aunque #MeToo se extendió por todo el mundo y llegó, por ejemplo, a las actrices de la industria cinematográfica de Bollywood en la India, no ha ayudado a muchas mujeres comunes y corrientes.

Si un trabajador de una fábrica estadounidense o una víctima mexicana de agresión sexual intenta llamar a un perpetrador individual, y quizás incluso a una cultura más amplia de abuso, no puede contar con mujeres y aliados poderosos para que la ayuden. A menudo, el abuso queda impune y la cultura más amplia de hostigamiento no se modifica.

«Puedo ver a personas mirando un caso de alto perfil y diciendo: ‘Nunca obtendría este tipo de apoyo solo por hablar en contra de la persona X, que está en mi red social pero no tiene una posición social alta'» La Sra. Khan dijo.

#MeToo ha tenido otros momentos en el centro de atención en América Latina, incluidas las acusaciones de una destacada actriz argentina de que un compañero del reparto la había agredido, y de decenas de mujeres en Brasil que dicen que un sanador de la fe conocido como Juan de Dios abusó de ellas.

Sin embargo, incluso en Costa Rica, donde al menos nueve mujeres han acusado al Sr. Arias de mala conducta, desde tocar con las piernas hasta forzar una penetración forzada con sus dedos, las mujeres enfrentan una batalla cuesta arriba para ser escuchadas.

Yazmín Morales, una ex Miss Costa Rica que ha dicho que Arias la buscó a tientas y la besó a la fuerza, ha luchado por encontrar un abogado que la represente en sus reclamos. Tres abogados penales diferentes se negaron a tomar su caso; ella cree que no están dispuestos a enfrentarse al poderoso ex presidente.

En otras partes de la región, las mujeres son menos capaces de contar con el apoyo y la influencia de otras mujeres poderosas.

Y en países con una historia de dictaduras de derecha que utilizan la violencia sexual como un medio de control social y represión, como Guatemala y Argentina, existe un legado de trauma y abuso que hace que el tema sea aún más complejo de abordar.

Incluso los grandes movimientos de protesta, como la promoción en los últimos años por parte de grupos de derechos de las mujeres como Ni Una Menos («Not One Less») en América Latina, pueden tener consecuencias no deseadas.

Mujeres marchando en San José, Costa Rica, la semana pasada en apoyo de los acusadores del Sr. Arias.CréditoJeffrey Arguedas / EPA, a través de Shutterstock

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Mujeres marchando en San José, Costa Rica, la semana pasada en apoyo de los acusadores del Sr. Arias. CréditoJeffrey Arguedas / EPA, a través de Shutterstock

Si no logran crear un ajuste de cuentas para los perpetradores, pueden enviar un mensaje un tanto desalentador: que hay poco interés por el cambio sistémico entre los que están en el poder, y pocas consecuencias cuando no lo hacen.

«Las restricciones a la movilidad de las mujeres a menudo se enmarcan en términos de seguridad», dijo Khan. En lugar de tratar de reducir el acoso y la violencia, dijo, los tomadores de decisiones masculinos que escuchan sobre tales problemas a menudo toman la actitud de que los lugares de trabajo no son seguros, «así que mantengamos a las mujeres alejadas de ellas».

Ella cree que en la India, donde está realizando un estudio de larga duración sobre el efecto del conocimiento común sobre la violencia contra las mujeres, una mayor conciencia de los riesgos que enfrentan las mujeres en público es una de las razones por las que su participación en la fuerza laboral  ha disminuido en los últimos años, incluso aunque el país ha experimentado un rápido crecimiento económico.

Luego está el problema de que los hombres perciban #MeToo como potencialmente peligrosos para ellos mismos, y se retiren de la tutoría o colaboren con colegas femeninas. Eso dificulta aún más la capacidad de las mujeres para ascender en las filas.

Y muchos episodios de #MeToo han contribuido a una forma negativa de conocimiento común que existe desde hace mucho tiempo: que las mujeres que dan un paso adelante con acusaciones de mala conducta deben anticipar ser acosadas, menospreciadas y vergonzosas.

Culpar a las víctimas, campañas de desprestigio y amenazas directas son una forma de preservar el status quo del dominio masculino.

Christine Blasey Ford, la profesora que testificó en la audiencia de confirmación ante el Tribunal Supremo del entonces juez Brett M. Kavanaugh que la había agredido sexualmente en la escuela secundaria, recibió amenazas tan serias que la obligaron a abandonar su hogar.

Siguiendo sus pasos apenas parece atractivo para nadie. Pero para las mujeres con pocos recursos, que no pueden salir de sus hogares o tomar otras medidas costosas para mantenerse seguras, puede parecer absolutamente imposible.

Una madre soltera que trabaje en un trabajo de fábrica, considerando si hablar contra el acoso por parte de un supervisor, podría ver pocas posibilidades de sobrevivir a ese tipo de reacción.

Las mujeres desfavorecidas en muchos países en desarrollo pueden ser aún más vulnerables a los costos de una reputación dañada.

En India o Pakistán, por ejemplo, una mujer que es pobre y sin educación, y que carece de la movilidad o las conexiones que le permitirían abandonar su comunidad, puede temer que revelar que ha sido violada o agredida podría perjudicar sus perspectivas de matrimonio.

«Esos costos no son solo costos materiales», dijo Khan. «Son estos tipos de costos de estado los que son más difíciles de cuantificar».

Fuente: https://www.nytimes.com/2019/02/11/world/americas/metoo-ocar-arias.html?ref=nyt-es&mcid=nyt-es&subid=article

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El patriarcado global

Por:  Amparo Rubiales

La importancia del ‘MeToo’está en que, por primera vez, también desde el feminismo se está dando una respuesta global a las agresiones padecidas por las mujeres.

SIMPLIFICARÉ diciendo que, según Wikipedia, «la globalización es un proceso histórico de integración mundial en los ámbitos político, económico, social, cultural y tecnológico, que ha convertido al mundo en un lugar cada vez más interconectado, en una aldea global». ¿Dónde están sus orígenes? Las respuestas son diversas. El profesor Antonio Martín-Cabello da cuatro: la aparición de las primeras civilizaciones humanas, el desarrollo de la modernidad europea durante el siglo XV, la consolidación de la revolución industrial en el siglo XIX y la reciente etapa de la expansión del capitalismo a escala mundial a finales del siglo XX. Martín-Cabello afirma que «la última respuesta es la más plausible, pues se encuentra más cerca de los datos empíricos disponibles». Lo más usual es considerar que la Globalización empieza al final de la II Guerra Mundial con «la integración de las economías locales en una economía de mercado mundial».

¿Qué es el patriarcado? Es, también según Wikipedia, «una forma de organización social en la que la autoridad es ejercida por un varón jefe de cada familia. En los estudios feministas y varios estudios sociológicos, históricos, políticos y psicológicos, el termino patriarcado es utilizado para describir una situación de distribución desigual del poder entre hombres y mujeres». Y aunque hay opiniones mejor elaboradas, -«el patriarcado como sistema de opresión de género»-, concluiré aseverando que existe desde que el mundo es mundo, porque las mujeres, encargadas de reproducir la especie, no han tenido nunca poder propio para hacer frente al poder dominante masculino.

Del sistema patriarcal se habla menos que de las consecuencias del mismo: machismos, violencia de género, acosos, abusos, violaciones, discriminaciones y un largo etcétera, y no se argumenta que para ponerles fin hay que acabar con el patriarcado. Después de tres siglos de luchas, estamos iniciando la cuarta ola del feminismo que esperemos sea la definitiva. «Nuestras relaciones personales no pueden seguir atravesadas por relaciones de poder», por eso es muy importante comprender que «lo personal es político». Como Kate Millet escribió «el patriarcado con sus papeles y posiciones sociales, no es consecuencia de la esencia humana, sino que su existencia es histórica y cultural, sin que exista disparidad intelectual ni emocional entre los sexos».

La sociedad patriarcal es falocrática en esencia; la sexualidad masculina es dominante y el símbolo del poder masculino es, precisamente, el falo. En torno a él se ha organizado el mundo. El libro en el que mejor se explica es el de Ana de Miguel, Neoliberalismo sexual. El Mito de la libre elección.

Y así vivimos, en un mundo que gira sobre la sexualidad masculina. De la sexualidad femenina poco se ha escrito. Towanda Rebels (Zua y Teresa), dos jóvenes profesionales que comienzan a trabajar con vídeos en YouTube para «hacer llegar la revolución feminista en todas partes», que, en apenas dos meses, se han hecho virales, escriben en su libro, Hola Guerreras, -un compendio de dos «jóvenes feministas que han perdido el miedo a llamar a las cosas por su nombre» (Julia Otero)- también sobre el «poder clitoriano». «Porque sé que estamos hechas de historias escritas por otros; que andamos por la vida con las ropas que alguien diseñó para encarcelarnos en ellas y en las frases hechas y en los colores a los que nos condenaron. Y cansadas. Muy cansadas. De cuidar, consolar; criar, crear; ser compradas, vendidas, perdonar; olvidar; quedarnos a solas, tener dueño, quedarnos vacías, ser invisibles».

Y seguimos debatiendo si la prostitución, el «oficio» más antiguo del mundo, que existe sólo para los hombres, debemos regularlo o abolirlo, olvidando, entre otras cosas, que si hay trata de mujeres -una forma cruel de esclavitud- es porque, primero, ha habido prostitución. Las abolicionistas no estamos en contra de las prostitutas, sino de los puteros y los proxenetas. Y la pornografía, «una parte fundamental de la industria del sexo y mecanismo principal de socialización masculina, que difunde brutales mensajes de violencia contra las mujeres» (Rosa Cobo). Y ahora andan con los «vientres de alquiler» porque ellos han decidido que tienen «derecho» a ser padres y, por tanto, nosotras la «obligación» de satisfacer su derecho.

El patriarcado es global y hay que hacerle frente de una manera global. La importancia del MeToo está en que, por primera vez, también desde el movimiento feminista se está dando una respuesta global a las agresiones sexuales padecidas por las mujeres. Esta es la esperanza.

Fuente: https://www.malagahoy.es/opinion/tribuna/patriarcado-global_0_1294370589.html

 

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