Por: Abelardo Carro Navas
Ya de madrugada, con mi Plan de Estudios de la Licenciatura en Educación Secundaria sobre mi escritorio, mi antología a lado de éste, un formato para elaborar mi planeación en la computadora, varias páginas educativas abiertas a través de la internet, y cientos de ideas para estructurar una secuencia didáctica; me quedé pensando si varios maestros y maestras de mi México querido, estarían haciendo lo mismo. La respuesta, aunque parece obvia, me llevo considerar que buena parte de estos docentes, en ese preciso momento, estarían trabajando en algo relacionado con sus materias, sus grupos, sus alumnos.
No podría ser de otra manera, quienes por voluntad propia decidimos dedicarnos a la docencia, tenemos claro que el tiempo que le destinamos a esta noble labor, implica dedicarnos en cuerpo y alma.
¿Qué importan las desveladas, si al ver los rostros de nuestros alumnos llenos de sorpresa por haber descubierto algo nuevo, el sueño desaparece por completo?, ¿qué importa si para el logro de ese propósito, tenemos que poner dinero de nuestro bolsillo porque como es sabido, el dinero que la Secretaría de Educación Pública destina para material didáctico no alcanza?, ¿qué importa si en algunos momentos olvidamos a nuestra familia porque tenemos que atender a esa otra familia educativa que requiere de nuestra atención y apoyo? Si, nada de eso importa. Y no importa porque comprendemos que formar seres humanos va más allá de cuatro paredes y de lo que las autoridades educativas con sus torpes decisiones implementan para nosotros, los maestros.
Se dice que somos paristas, flojos, holgazanes; pero no es cierto. En mis veinte años de servicios he conocido de todo. Maestros y maestras que me han dado la oportunidad de aprender ellos. Porque de todo se aprende.
Jamás podría recriminarle a uno de mis maestros su actuar frente al grupo que estaba conduciendo. Hoy que vivo intensamente la docencia, sé que hay momentos y/o circunstancias por los que pasamos los seres humanos y que éstos, en buena medida, determinan nuestra acción en un aula. ¿Cómo juzgar a alguien sin tener conocimiento de las razones que lo llevan a ser como es en un momento determinado?
A veces, como sociedad – y me incluyo –, olvidamos que el docente es uno más de nosotros, de carne y hueso, con pesares y alegrías, con infortunios y buenos momentos, con malestares y extraordinarios estados de salud; en fin, hombres y mujeres que, como usted o yo, vive su vida de la forma en que así lo considere conveniente.
¿Qué nos da derecho a juzgarlos y someterlos al escrutinio público si todos cometemos errores? Cierto, la subjetividad y las experiencias de vida nos da ese derecho pero, ¿no sería pertinente revisar lo que hemos hecho en el transcurso de nuestra vida antes de emitir un juicio?
Como sabemos, las políticas educativas que emanan de organismos internacionales cambian constantemente, y ahí está el maestro. Fiel a sus principios y convicciones, dando más del cien por ciento, para cumplir con un mero requisito burocrático cuando en su aula, puede suceder lo contrario. Escuchar a un alumno, generar esa empatía, darle un consejo, muchas de las veces, se aleja de los contenidos que los programas establecen.
A veces se nos olvida que somos seres humanos, con virtudes y defectos. Se ha preguntado cuánto sabe un maestro de los problemas que viven los alumnos en su casa, por ejemplo. Y ahí, celosamente, cual guardián de los secretos está el maestro.
Desde mi perspectiva, hay mucho que celebrar el Día del Maestro, quienes nos dedicamos a la docencia, sabemos y comprendemos su significado. En absoluto comparto la idea de detener este festejo porque nuestras autoridades educativas han golpeado al magisterio. Creo, y tengo fundamento, que el grito: ¡felicidades mi maestro!; debe ser claro, preciso, concreto. Esa es la mejor forma de decirle al gobierno: ¡aquí estamos y somos maestros!
Ello, desde luego que trae consigo grandes responsabilidades; no lo niego. Pero para quienes tenemos esa convicción de dar lo mejor de nosotros en nuestra bella profesión, con seguridad será un gran gozo.
Bien se dice que cuando el trabajo se hace por gusto no es trabajo, y es cierto. Mi padre fue el más claro ejemplo de ello. Hombre libre y de buenas costumbres que me ha dejado el mejor legado que pudo haberme dado: mi profesión, mi mayor riqueza.
Si, amo intensa y apasionadamente ser maestro, y por ello en cada día, en cada clase, en cada momento, doy mi mejor esfuerzo para que mis estudiantes aprendan y se lleven algo nuevo.
Celebremos pues ser maestros, porque solo nosotros sabemos el significado que encierran estas letras que, juntas, forman un extraordinario concepto.
Muchas felicidades queridos maestros y maestras de México.
Fuente: http://www.educacionfutura.org/celebremos-ser-maestros/