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Entrevista a Isabel de Ocampo: “Si hay un movimiento que tiene fe en los hombres, ese es el feminismo”

Entrevista/01 Agosto 2019/Autor: Héctor Llanos Martínez/El país

Isabel de Ocampo construye en su nuevo documental un mosaico de opiniones sobre el concepto de masculinidad tóxica

Tráiler del documental ‘Serás hombre’.

Un collage de opiniones masculinas de toda índole, de exproxenetas a sociólogos, psicólogos y expertos en género, construyen el documental Serás hombre, que puede verse en Filmin durante el mes de julio dentro del Atlàntida Film Festival. Su directora, la salmantina Isabel de Ocampo, comenta con EL PAÍS las claves de este ensayo audiovisual sobre el concepto de masculinidad.

Pregunta. Dentro del mosaico de opiniones del documental, se defiende que si el feminismo pide un cambio de actitud en el hombre es porque confía en que el hombre es capaz de cambiar.

Respuesta. Suscribo rotundamente que, si hay un movimiento que cree en el hombre, ese es el feminismo. Porque, además, un asunto que deriva en violencia machista y que se cobra más víctimas que el terrorismo (1.005 asesinadas por sus parejas o exparejas a 13 julio de 2019) no es solo un problema de las mujeres. Se necesitan soluciones conjuntas.

P. No se incluye ni una sola opinión femenina en toda la película.

R. Es un asunto que los hombres tienen que empezar ya a comentar. Precisamente la cultura que se les ha impuesto es la de no expresar jamás sus sentimientos y es una de las cosas que hay que cambiar cuanto antes.

P. ¿No le da miedo a que esa ausencia de voces femeninas genere rechazo en parte de los espectadores?

R. La aspiración de este documental es llegar a su audiencia más complicada: hacer escuchar a este tipo de hombres que no encuentran autoridad en la voz de una mujer. Si al menos reciben el mensaje a través de un referente masculino, puede que sus opiniones empiecen a cambiar.

“Si hay un movimiento que tiene fe en los hombres, ese es el feminismo”

Isabel de Ocampo, durante la presentación de Serás Hombre en el Festival de Cine de Valladolid /

P. ¿Y cómo redefinimos la idea de hombre a estas alturas?

R. Se suele entender que ser un hombre significa no ser un niño, no ser una mujer o no ser un homosexual. El problema es que el concepto se construye a partir del rechazo a otras cosas, en especial a lo femenino; el reto consiste en construir una identidad masculina sin basarse en ser lo contrario a otra cosa.

P. ¿Es el momento adecuado de que este mensaje cale en la sociedad?

R. Por primera vez en la historia de la humanidad, los hombres están accediendo al cuidado de sus hijos y empiezan a no ser considerados débiles. Se han liberado de ese estigma y están descubriendo los aspectos positivos de esa nueva carga, no solo los negativos. Es un aspecto más relevante de lo que parece.

P. El machismo no entiende de partidos políticos.

R. Por supuesto. Tampoco de géneros. El machista de derechas es muy parecido al machista de izquierdas… y a las mujeres machistas.

Además de recopilar la opinión de expertos, el documental analiza cuatro aspectos concretos de la sociedad que ayudan a definir lo que es masculino: la prostitución, con el testimonio de un exproxeneta; el arte, observando cómo Abel Azcona canaliza el dolor a través de sus performances; la publicidad, a través de las reuniones creativas de una agencia; y la educación, asistiendo a la clase que un profesor imparte a sus alumnos de secundaria.

P. Un ejemplo de cómo el hombre es víctima de esa masculinidad impuesta son anuncios como los que la marca de desodorantes Axe emitía en un pasado reciente.

R. Además de ser evidentemente machistas al mostrar a la mujer como un objeto sexual, también atacaban al hombre al tratarlo como a un idiota. Los hombres son también víctimas de los roles de género que en teoría deben cumplir, aunque sin duda tienen unos privilegios a la hora de enfrentarse a ellos que las mujeres no tienen.

P. El activista transexual Pol Galofre también participa en Serás hombre. ¿La comunidad trans y su lucha está ayudando a romper con los códigos binarios de género?

R. Las palabras de Pol en el documental nos ilustran muchas cosas que se pueden aplicar a la comunidad cisgénero, como cuando explica que durante un tiempo ha sido socializado como mujer y no reniega de esa parte de su vida. Pero la opresión que sufre la mujer no va a desaparecer del todo aunque se rompa la estructura binaria de género, al igual que el cambio en las clases sociales no liberó a la mujer.

P. ¿Y, en su opinión, cual es la clave?

R. La educación y las políticas sociales dedicadas expresamente a la igualdad de sexos lo son. Eliminar la brecha salarial es un buen principio…

Fuente e imagen: https://elpais.com/cultura/2019/07/19/doc_and_roll/1563537380_819875.html

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Ulises Padrón Suárez: Necesitamos referentes que contradigan la masculinidad hegemónica

Caribe Insular/Cuba/Red Semlac.-

A menudo, cuando se habla de violencia, emergen vocablos como machismo, sociedad patriarcal, o roles hegemónicamente construidos desde lo femenino o masculino. Pero, ¿qué hay detrás de esos conceptos, cómo nos ayudan a explicar los ciclos de la violencia y la telaraña de la desigualdad?.

“El punto de partida para entender el modo en que se estructura la violencia es desentrañar los imaginarios, esos relatos colectivos, ficciones, narraciones sociales que intentan construir una realidad específica, modelar unos sujetos y crear consensos en relación con una sociedad determinada. Tienen el poder de instituir ideologías y, por consiguiente, de sustentar un modelo social sobre otro”, apunta Ulises Padrón Suárez, fundador y coordinador de la Red de jóvenes por la salud y los derechos sexuales, del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex).

Para el entrevistado, este es el motivo por el cual están en constante cambio y pueden convivir varios imaginarios de una misma institución a la vez, según las diversas cosmovisiones que se sostienen en un contexto histórico.

Sobre esa movilidad, el poder de transformación que emerge de los imaginarios sociales para articular el sentido de trascendencia y la comunidad humana, y su rol en la construcción de la masculinidad hegemónica, SEMlac diálogo con el joven activista, filólogo de formación.

¿Cómo los imaginarios de la masculinidad hegemónica se relacionan con la violencia?

La masculinidad constituye la construcción histórica y social del sujeto en su devenir como hombre. Sucede que, por lo general, este convertirse en hombre se ha configurado de manera negativa, al distinguirse que la masculinidad no se asocia con las mujeres, los ancianos, los niños ni los homosexuales. La masculinidad hegemónica es entonces una compleja red de simbolizaciones, prácticas y negociaciones cuyo rol se constituye en legitimar un único ideal de masculinidad, a través de los imaginarios sociales, e invisibilizar otras posibles masculinidades.

Sus características suelen ser excluyentes, (es decir, se identifica con un hombre blanco, heterosexual, citadino, joven, sano) y allí radica en alto grado la violencia de la cual emana. Debido a que expropia los significados de ser hombre a otras identidades, la masculinidad hegemónica está configurada desde la violencia que se asienta en las estructuras e instituciones, donde encuentra cuerpo precisamente en los imaginarios sociales. Si ha sido tan difícil de destituir es porque sus discursos se han internalizado en los sujetos, ya sea hombres o mujeres.

¿Cuáles son los principales mitos asociados a estas construcciones?

Perviven muchos mitos en torno a la masculinidad hegemónica, pero me interesan esos que aún hoy articulan la violencia que se ejerce y se vive, por la naturalización de prácticas que afectan la salud y no permiten relacionarnos desde los afectos.

Está muy arraigado en nuestra sociedad que el hombre es siempre el proveedor, independientemente de sus capacidades e intereses. También que debe responder sexualmente en todo momento y ha de ser en sí mismo violento, agresivo. Estos mitos contribuyen a perpetuar un modelo desigual de relación, porque la masculinidad hegemónica no solo la construyen los hombres en su proceso, sino que la configuran, además, el resto de las identidades.

Desafortunadamente, existe cierta complicidad, por ejemplo, cuando las madres les dicen a los niños que “los hombres no lloran”, “que si te dan, tú das”. Cuando dicen: “mi hijo es varón, allá las madres de las chiquitas y sus barrigas”. Ello ilustra algunas de las situaciones comunes en que esa complicidad con la masculinidad hegemónica intenta perpetuar las desigualdades sociales entre hombres y mujeres.

¿Tienen los jóvenes cubanos de hoy herramientas para desmontar esos mitos?

La juventud cubana resulta muy heterogénea. Tal es así que no se pudiera dar una respuesta unívoca a un fenómeno social como es la violencia, para su erradicación en el país. Sin embargo, muchas pueden ser las propuestas. Lo importante es que se desmonte ese modelo tradicional de masculinidad que afecta a hombres y mujeres y no permite reconocer y visibilizar otras identidades no heteronormativas.

El problema radica en desde dónde ponemos la mirada: si lo hacemos desde el sistema educativo podría decirse que sí. No obstante, la gestión de la enseñanza sigue siendo heteronormativa, bancaria, sexista, donde no se privilegian los temas relacionados con el género, la educación sexual, los derechos humanos. Eso provoca que se perpetúen prácticas violentas que en la sociedad están legitimadas, porque no existen referentes que contradigan esos elementos.

Por otra parte, existen instituciones y organizaciones que se esfuerzan por subvertir el modelo hegemónico. Por solo mencionar algunas, tenemos al Cenesex y su línea de investigación sobre masculinidades, la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades (RIAM y sus aportes en el terreno histórico para entender los orígenes de estas construcciones; el Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR) y sus diversas campañas por la no violencia contra las mujeres y las niñas, entre otros expertos e instituciones que generan ciencia desde esa perspectiva. Sin embargo, no siempre están disponibles para los jóvenes y mucho menos les hablan desde sus lenguajes. Hoy ello constituye un desafío.

¿Al interior de las familias, se deconstruyen estos imaginarios?

En la práctica, se naturaliza la violencia en la vida cotidiana y desde allí es muy difícil desmontarla, ya que no siempre viene acompañada de una agresión física. Por tanto, se silencian o invisibilizan otras expresiones como pueden ser la económica, la psicológica, que generan malestares al interior de la casa.

Para revertir todo esto se precisa reconocer que se vive en un ambiente violento y mover los espacios de poder y privilegios al interior de las familias. También se tiene que pensar en el concepto familia como elemento más plural, de solidaridad y equidad, y no donde sus miembros cumplen roles y funciones estrictas.

¿Cómo afecta la masculinidad hegemónica a la comunidad LGBTIQ, teniendo en cuenta que puede ser una poderosa barrera para la inclusión?

Las identidades no heteronormativas suelen vivir en la resistencia, debido a que la heterosexualidad legitima la masculinidad hegemónica. Todo lo que no es heterosexual, pocas veces tiene acceso al poder. En nuestra sociedad es fácil percibirlo ahora en la discusión de la Reforma del Proyecto Constitucional, de los artículos 40 y 68, que inciden directamente en la comunidad LGBTIQ y en la posibilidad de ampliar un grupo de derechos a personas que, históricamente, se les ha negado la posibilidad de ejercer su ciudadanía de manera plena.

El argumento principal esgrimido es que va a desviar, es decir, “homosexualizar” a los más jóvenes y destruir la institución familia; sin pensar en que nuestra sociedad está cambiando y con ella los paradigmas e imaginarios que sustentan los modelos más tradicionales y hegemónicos.

Constituye un reto para la nueva Constitución transformar nuestras instituciones y organizaciones a la luz de la no discriminación por identidad de género. En nuestra sociedad no existe una comprensión cabal de lo que refiere este concepto y, por ejemplo, las personas trans son percibidas de manera despectiva y en muchos casos violenta.

Habrá que deconstruir el sistema educativo en aras de crear espacios sanos para todas las personas. Asimismo, desde nuestro sistema de salud, elaborar protocolos más inclusivos, menos invasivos; en el espacio laboral contribuir a que las personas puedan ejercer sin limitaciones y trabajar con las comunidades para favorecer la inclusión de las personas con identidades no heteronormativas.

A nivel regional, más allá de las leyes que favorecen a la comunidad LGBITQ en países como Argentina, Brasil o Colombia, el mejor exponente de cambio resulta Uruguay, donde han creado políticas públicas que no solo van a la salud y la educación, sino también a ámbitos como la política y la cultura.

Para contrarrestar estas desigualdades es necesario comprender que la inclusión de las personas LGBTIQ es una cuestión global y de corresponsabilidad social. No es decir solamente que tienen el espacio, sino enseñarles a estos grupos históricamente marginados del poder a usarlo en beneficios de la sociedad.

Otro gran desafío para nuestra sociedad es repensar la cuestión racial, al lado de las desigualdades que sufren las identidades LGBTIQ, pues se sabe que no recibe el mismo tratamiento una mujer blanca heterosexual de La Habana, que una guantanamera negra y lesbiana. Hay varios índices de discriminación que limitan la actuación social y el peso histórico de la racialidad no se toma del todo en cuenta.

En la sociedad cubana está anclada la idea de que el racismo es un mal menor, ya que el Estado desde 1959 ha tomado medidas para su erradicación. Sin embargo, su emergencia en momentos de crisis permite ver cuán compleja es esta situación y lo poco resuelta a nivel social y político que se encuentra. Hacen falta acciones afirmativas, pero ante todo reconocer que es una cuestión esencial, que necesita atención desde diversos ámbitos y de manera transversal.

Fuente: http://www.cubainformacion.tv/index.php/genero/79596-necesitamos-referentes-que-contradigan-la-masculinidad-hegemonica

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Violencia de género y nuevas masculinidades

Lastimosamente las políticas institucionales solo están enfocadas en subsanar el problema una vez que acontece la tragedia, lo cual es absurdo. En la práctica, nada de preventivas tienen.

Por El Nuevo Diario/Ricardo Guzmán Sánchez

Existen diferentes vacíos en el abordaje de la violencia contra las mujeres, lo cual dificulta la unificación de esfuerzos que permitan mermar (idealmente erradicar) esta fatal enfermedad. 

Medios, instituciones y organizaciones han difundido la idea de que en la actualidad se cometen más abusos contra féminas que en el pasado. Esto evidencia la pobreza de investigaciones y análisis sobre el tema. Se limitan más bien a presentarlo de forma alarmante, pronosticando su proliferación y alcanzando los mismos niveles de rencor que señalan en los atacantes, quienes, lejos de verse amenazados, se sienten acuerpados por los agresores que los precedieron, por encima de las penas impuestas judicialmente.

Bastan los testimonios de nuestras abuelas para convencernos de lo contrario. Sus voces evidencian que esa práctica inhumana no solo era mayor, sino también “permitida”. Las víctimas de entonces sufrían lo indecible, con resignación.

Las estadísticas que medios, instituciones y organizaciones presentan en bruto contradicen el prejuicio de que la violencia contra las mujeres predomina en el campo. Los femicidios de la última década han ocurrido mayormente en la ciudad, donde abundan los focos de conflicto, la desesperación por adaptarse y sobrevivir.

Es un hecho que, en la medida en que las necesidades están insatisfechas, las personas viven bajo tensión constante, lo que multiplica las posibilidades de frustración y violencia. Esto prueba, de algún modo, que las agresiones de género (y otras) se manifiestan más en la gente pobre, constituye la mayoría.

En nuestro país, sin embargo, la explicación a esta enfermedad es unívoca: “cultura machista”. Por un lado, los defensores de las víctimas denuncian más violencia atroz perpetrada por hombres que ven a la mujer como su propiedad; por otro, las autoridades informan constantemente que los casos registrados esta semana, este mes, este año, son menos con relación al año pasado. Estas respuestas constituyen una manera “decente” (no convincente) de desligar responsabilidades.

Lastimosamente las políticas institucionales solo están enfocadas en subsanar el problema una vez que acontece la tragedia, lo cual es absurdo. En la práctica, nada de preventivas tienen.

Afirmar que las víctimas de violencia se sentían solas e indefensas no necesita pruebas. Con toda certeza, alguien sabía sobre las agresiones que sufrían las mujeres que yacen enterradas o viven traumas insuperables. Instituciones y personas consideraron mejor no involucrarse en estos casos, los cuales, “a su buen juicio”, siempre terminan en reconciliación.

Nadie se pronunció antes de la tragedia, pero se exige todo el peso de la justicia y el género masculino debe cargar con cualquier clase de vituperios.

Sin embargo, como la sicología conductista ha probado, el castigo (que es muy necesario al igual que el premio) es un refuerzo negativo que genera la repetición de la conducta indeseada cuando no está equilibrado con el reforzamiento positivo. Es decir, que mientras los medios, el Estado y las organizaciones enfoquen sus campañas exclusivamente en condenar o trivializar como simples estadísticas los casos de violencia de género, esta se reproducirá, pues nada más reafirman dicho comportamiento y lo anquilosan en su pasado ideológico.

Nuestra educación, en todas las instituciones sociales, está basada en sancionar lo negativo, no en premiar lo positivo. El ámbito laboral constituye un ejemplo cabal de esto.

Las agresiones contra mujeres (que nada justifica) no se igualan a los casos actuales de hombres jóvenes que cargan a sus hijos, los llevan a la escuela, se involucran en actividades hogareñas, son amables y respetuosos con las damas, pero nadie parece notarlo. No hay investigaciones serias ni campañas que promuevan esas buenas prácticas, esas nuevas masculinidades.

* El autor es filólogo y catedrático universitario.
rguzmanche@gmail.com

Fuente: https://www.elnuevodiario.com.ni/opinion/453888-violencia-genero-nuevas-masculinidades/

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Libro: Los hombres en el feminismo

Por FELMA

¿Qué es un hombre feminista, qué queremos que haga, qué esperamos  de él?

De esto va este artículo de PlayGround donde se recuerda que la tarea de aprender es de carácter personal. En el proceso de aprendizaje del feminismo hemos ido por el camino recogiendo y compartiendo saberes, porque nosotras nacer, no nacimos feministas, hemos ido aprendiendo por el camino. Eso es lo que esperamos del hombre feminista que esté dispuesto a aprender y luego a compartir.

En este post hablan y comparten un libro“No nacemos machos” de Ediciones La Social, una publicación para debatir sobre este tema. El libro se puede descargar gratis en la web. El espíritu de esta editorial es ese

… destinado a la distribución de documentos y textos poco conocidos para fomentar la discusión pública y avanzar en el camino hacia la transformación social…

Pues desde aquí le agradecemos a la web la publicación y el debate que genera, pero sobre todo su contribución para construir una nueva sociedad.

Aquí el PDF.

 Fuente: https://www.felma.org/los-hombres-feminismo/
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Jokin Azpiazu: “Los hombres que maltratan a las mujeres son los hijos sanos del patriarcado”

¿Nuevas masculinidades? No tan deprisa

Según el sociólogo Jokin Azpiazu (Ermua, 1981), la construcción de esta masculinidad sensible y comprometida flaquea desde el momento en el que se la concibe como una cuestión identitaria, casi estética; ajena en todo caso a su contexto de privilegios.

Azpiazu defiende esta tesis en Masculinidades y Feminismo (ed. Virus), desde donde desarma, uno por uno, los postulados de esta nueva identidad a la que muchos nos habíamos aferrado como náufragos en un mar de machos opresores. Pero, ¿y si somos parte de ese mar? ¿Y si nosotros somos ese mar?

Lo que sigue es un manual de autoayuda para llamar a las cosas por su nombre. Para dejar de llamar nueva masculinidad a lo que a veces es simple miedo a perder el privilegio de ser hombre, sensible y comprometido, sí, pero hombre al fin y al cabo.

–¿Pueden las nuevas masculinidades ser pensadas desde la propia masculinidad?

Cuando planteamos lo de repensar la masculinidad muchas veces acabamos derivando en una visión que no pone mecanismos para pensarla desde otros lugares. Con poner mecanismos me refiero a tener cerca las teorías feministas, a evitar dignósticos sólo desde nuestra visión; me refiero a la tendencia en los últimos años de elaborar la cuestión masculina como identidad, pero no como aspecto subjetivo relacional en un contexto donde no estamos solos.

–Rechazas las nuevas masculinidades porque el término alude a la parte identitaria del hombre, pero lo separas de su relación con los privilegios de poder.

Algo así. Es como hablar de clases trabajadoras en una sociedad sin explotación laboral. Yo creo que es importante pensar en cómo se construyen las identidades masculinas, femeninas y otras que escapan a estas dos, pero pensar también que esta cuestión identitaria nos sitúa en una jerarquía de poder concreta. No hay una forma de pensar la identidad masculina si no pensamos en la femenina y en la relación que guardan entre ellas a nivel económico, político, simbólico, etc.

Parece que las nuevas masculinidades somos solo aquellos que tenemos menos de 35 años.
—También te chirría el adjetivo ‘nueva’.

Lo que me hace saltar las alarmas respecto a la nueva masculinidad es que creo que lo visibilizamos a un nivel casi generacional. Parece que las nuevas masculinidades somos solo aquellos que tenemos menos de 35 años. De esta manera es fácil identificarnos en una especie de ‘lo que hacía mi padre estaba mal, pero yo soy de otra generación’. Cada vez que hablamos de ‘nuevas’ y ‘viejas’ tenemos que preguntarnos qué se mantiene en lo nuevo, quizás nos sorprende darnos cuenta de que en algunas cosas hemos retrocedido respecto a nuestros padres.

—¿Por ejemplo?

La generación anterior a la mía de alguna manera se cuestionó lo de casarse, y lo hizo en una época en la que era pecado convivir fuera del matrimonio. Hoy, sin embargo, estamos viendo un repunte del matrimonio con gente súper joven que se casa por la iglesia y monta todo el tinglado. Antes la gente se casaba por la cuestión religiosa, ahora porque es un evento social.

Antes la gente se casaba por la cuestión religiosa, ahora porque es un evento social.
—¿El macho alfa sigue vigente hoy en día?

El prototipo de macho alfa de ‘La Manada’ de la violación en San Fermín es una masculinidad muy visible, pero no es el modelo hegemónico hoy. Y no lo es porque tiene que defender su posición respecto a posiciones críticas, porque tiene que justificarse.

Debemos identificar el modelo que se mantiene hoy en las relaciones sociales de género sin que sea evidente. ¿Cómo ejercemos el poder aquí y ahora? ¿Cómo estamos justificando nuestra negativa a salir del mercado laboral cuando somos padres? Ya no lo hacemos con la excusa del ‘ya se ocupará la mujer’, eso es de otro tiempo, ahora lo planteamos con otros argumentos que resultan aceptables pero tienen el mismo efecto.

–Sostienes que nos cuesta participar de movimientos que no son nuestros. ¿Crees que deberíamos abandonar el concepto de nuevas masculinidades y concentrarnos en el feminismo?

No podemos participar en los movimientos feministas como si fuéramos una más, porque nuestro punto de partida es distinto. Esto ha derivado en que las iniciativas sobre nuevas masculinidades planteen procesos que muchas veces derivan en una especie de autoreferencialidad, de cerrarnos sobre nosotros mismos y pensar que necesitamos una teoría diferente de la feminista. Creo que nos queda mucho para acercarnos al feminismo de una manera responsable, para considerar las diferentes posturas entre los movimientos feministas y no solamente aquellas que nos parecen fáciles de asumir.

–Insisto, ¿crees que deberíamos dejar de lado el concepto?

Solo digo que sería interesante profundizar en una dirección que nos haga sentir un poquito más incómodos, que efectivamente influya en el replanteamiento de los ejes de poder.

–En la cúpula de ese eje sitúas al patriarcado, del que dices que algunos hombres también nos sentimos víctimas. ¿Quién es entonces el verdugo?

En el caso de los hombres nos parece tentador identificarnos como víctimas, pero decir que somos víctimas del patriarcado se aleja de la vida real. No solamente somos opresores o aprendemos a oprimir porque el patriarcado nos lo ha enseñado, sino porque nos va bien y porque nos funciona. Somos consciente o inconscientemente partícipes de que el patriarcado siga funcionando. En definitiva, nosotros somos el patriarcado, no víctimas de él.

De la misma forma podemos hablar del capitalismo como un sistema de valores que aprendemos entre todos, pero luego hay un 1% que viaja cada día en jets privados.

 

Nosotros somos el patriarcado, no víctimas de él.
–Quizás sea perverso pensar que el obrero, por mucho que alimente la rueda, tiene la misma responsabilidad que el tipo del jet privado.

Podemos pensar que nuestra visión respecto a las relaciones de género es muy liberadora, pero en realidad estamos fijándonos en cómo lo sentimos y cómo lo vivimos nosotros y no en las condiciones sociales que compartimos. Estamos definiéndonos como parte de la solución, y no como parte del problema.

–¿Puedes poner otro ejemplo?

Yo estoy metido en el mundo de la música y hasta hace bien poco jamás toqué en ningún grupo con mujeres. Y no es que fuera un machista que pensara que las mujeres no tocan bien, sino que en mi esquema mental, cuando decidía con quién tocar, siempre aparecían mis amigos y no mis amigas.

–En mi caso no sé si estoy en un determinado puesto haciéndote esta entrevista por ser hombre o por méritos propios.

Probablemente por ninguna de las dos. La forma de ganarnos las cosas está mediada por el hecho de ser hombres o mujeres. Aún no existe un sistema de meritocracia que haya sido construido al margen del género que me favorece. Yo no soy responsable de mi posición en mi universidad porque me la he ganado en base a mis méritos, pero esos méritos están construidos desde una visión muy particular de género. Que nos reconozcamos parte de la rueda no quiere decir que tengamos que tirarnos por los balcones o autoflagelarnos, lo que quiere decir es que debemos tomarnos en serio pensar cómo gira esa rueda y actuar al respecto.

–Antes de flagelarnos quizás podemos renunciar a los privilegios que nos han sido dados.

Un cambio social no puede estar basado en que las personas que tienen posiciones privilegiadas renuncien a sus privilegios. Esto no ha sucedido nunca. Una cosa es ser conscientes de nuestros privilegios, y otra es arrogarnos el derecho a decidir en qué momento renunciamos a según qué privilegios y en qué momento no. Claro que nos parece que los planteamientos feministas «están muy bien», pero cuando nos tocan de cerca a menudo nos defendemos diciendo que «están llegando demasiado lejos», precisamente cuando cuestionan nuestro privilegio.

–Uno de los grandes bastiones de las llamadas nuevas masculinidades es la paternidad. ¿Consideras que la paternidad moderna y comprometida es real?

La percepción que tenemos los hombres respecto a nuestra propia paternidad sí que ha variado mucho en los últimos años, así como ha variado la percepción social sobre lo que es ser un buen padre. El espacio biográfico que ocupa la paternidad en el caso de los hombres actuales es mucho más fuerte, importante y central. Muchos padres ahora te dicen que su vida les cambió cuando nació su hijo o su hija.

 

Estamos cogiendo la tijera para quedarnos solo con las partes que nos interesan.
–¿No es algo muy lógico que te cambie la vida?

Claro, pero estamos cogiendo la tijera para quedarnos solo con las partes que nos interesan. Por ejemplo, la implicación emocional nos interesa. Es difícil ser padre, pero también le da sentido a vida; sin embargo, otro tipo de cuidados quizás no le de tanto sentido y tanta alegría a la vida: enseñar a nuestra tía abuela de la misma manera que salimos al parque a enseñar a nuestra criatura.

–Hablemos de violencia de género, ¿los malos siempre son los otros?

El tema de la violencia en el Estado español es complicado. Siempre que hablamos de violencia, sea cual sea ésta, lo primero que nos interesa es salir de ese grupo. Decir que nosotros no estamos en él y que no participamos de esas actividades.

Creo que es una cuestión ambivalente, que ha sido importante que se haya visibilizado también por muchos hombres mostrando su rechazo, pero me parece que a lo mejor nos hemos pasado de frenada. Al final hemos acabado pensando que se puede condenar lo que hacen otros sin pensar que nosotros tenemos algo que decir. Me encantaría que todos estos hombres que condenan la violencia de género pudiéramos decir que no tenemos actitudes violentas hacia nuestras personas cercanas. Yo creo que no es así.

En este país cada tres días aparece un reportaje en prensa de alguien que dice: «Nunca me imaginé que este hombre fuera a matar a su mujer, era un tío normal». Efectivamente, los hombres que ejercemos violencia somos normales, los hijos sanos del patriarcado». Si planteamos que violar a alguien es esperar detrás de un seto, ponerle cloroformo y agredirla, nadie se sentirá aludido.

Si planteamos que violar a alguien es esperar detrás de un seto, ponerle cloroformo y agredirla, nadie se sentirá aludido.
–Para terminar, qué hacemos con la masculinidad, ¿transformarla o abolirla?

Yo apuesto por abolirla. No creo que tengamos que centrarnos en si somos viejas, nuevas o archinuevas masculinidades, sino en ver cómo podemos desmontar el sistema de relaciones que sostiene la masculinidad tal y como la conocemos. No obstante, el hecho de decir que vamos a abolir algo no significa que por el camino no nos identifiquemos con ese algo, reconocernos en la posición que nos sitúa y plantear las cosas desde ahí.

–Cuando caigamos no tendremos nada a lo que agarrarnos…

Hay una propuesta de Rosi Braidotti que habla de eso, cuando todo se desmorona nos tenemos que agarrar al desmorone. Hemos tenido un poco de pánico y, al ver cómo se desmontaba nuestro esquema, nos hemos agarrado a lo primero que parecía funcionar: las nuevas masculinidades. Pero para mí lo hemos hecho demasiado rápido. Creo que antes nos tenemos que observar desde dentro y desde fuera en ese desmoronarnos, ver por qué nosotros nos sentimos incómodos, cuando otras personas no se sienten para nada así. Volvamos un segundo a la metáfora del capitalismo: si algún día éste llega a debilitarse, quién sufrirá más, ¿nosotros o el del jet privado?

Yo apuesto por abolir la masculinidad.

Fuente: http://www.playgroundmag.net/food/Jokin-Azpiazu-hombres-patriarcado-victimas_0_2000799906.html

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Las mujeres, la guerra y la paz

Rubín Morro

Las mujeres siempre han estado en la lucha política y en las victorias de los pueblos por la emancipación, la justicia y libertad. Su presencia ha sido permanente en el protagonismo social, político, cultural y económico, aunque su reconocimiento y visibilización en esa gran labor ha sido opacada, incluso excluída del disfrute de las conquistas, por patrones patriarcales existentes.

Por el contrario continúnan en su vida cotidiana con el doble rol, la doble jornada laboral. Constituye ésta una de las facetas más excluyentes e impositivas que han llevado a la mujer a la más horrible explotación y discriminación.

Es un odioso y profundo lastre que hemos llevado los humanos por miles de años arrastrando como una pesada carga, es una enfermedad terminal que debemos combatir con una nueva concepción de la vida y de las relaciones entre las personas, sin importar nuestra condición de clase, raza, credo, sexo y otras realidades diversas de identidad.

Como si fuera poco, se les ha asignado específicamente la reproducción, los oficios domésticos, y en la vida laboral si debenga un salario está por debajo de lo que le pagan a los hombres por cumplir el mismo trabajo. Sin embargo a pesar de la existencia de normas legales para vincularla al proceso productivo, luego de hacerlo, terminan en responsabilidades secundarias, imponiéndose el hombre por encima de ella, exclusivamente por su condición masculina.

Las guerras convencionales y los conflictos internos, han hecho de las mujeres sus principales víctimas, han sido asesinadas, desplazadas, amenazadas, son miles las viudas y huérfanas; millones las que han padecido violencias de todas las maneras y tipos posibles.

En medio de semejante adversidad, las mujeres continúan construyendo sus sueños y anhelos, a través de sus luchas por la igualdad de género y social, por la conquista plena de sus derechos, por el reconocimiento como sujetos sociales y políticos. De ahí su protagonismo en el proceso de paz que se desarrolla en La Habana.

Porque es claro que en Colombia no habrá paz sin el concurso creador y masivo de la mujer, sin su participación activa. La inclusión de las mujeres en todas las etapas de construcción de la paz es un requisito esencial para el sostenimiento de la misma.

Un informe de la ONU, señala que en procesos de paz desde 1992 a la fecha, la participación de las mujeres ha sido baja, sin embargo, en estos procesos, la violencia sexual contra ellas ha sido referenciada en el debate. En la década de 1990, en la República de El Salvador en la Mesa de Negociación con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) las mujeres propusieron un plan de reparación.

En Irlanda del Norte, las mujeres aseguraron la participación de una representante en la Mesa de paz creada en 1997, al constituir una agrupación política de mujeres de distintos partidos que participó en la reconciliación y la reintegración de los presos políticos. En la República de Sudáfrica, a mediados de la década de 1990, la Comisión Nacional de la Mujer pidió que la mitad de los multipartidistas fueran mujeres, y logró que uno de cada dos representantes de cada partido también fuera una mujer, participantes en el proceso de negociación.

En la república de Guatemala, las mujeres influyeron de manera significativa en las conversaciones que condujeron al acuerdo de paz de 1996. En Asha Hagi Elmi constituyó el Sexto Clan de mujeres en la República de Somalia en las conversaciones de paz donde se había excluido a las mujeres. En Burundi, Las mujeres presentaron su lista de recomendaciones al facilitador de las negociaciones, Nelson Mandela, y más de la mitad de dichas propuestas quedaron recogidas en el acuerdo de paz.

Es apenas una muestra de los esfuerzos que han hecho las mujeres por alcanzar su espacio en la sociedad, por ser activas constructoras de paz.

El 26 de agosto de 2012, el Gobierno y las FARC-EP, firmaron un «Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”. Cabe recordar acá que los recientes procesos de paz llevado acabo en Colombia, las mujeres no han sido incluidas como debiera ser, sin embargo, en la Delegación de Paz de las FARC-EP, casi la mitad son mujeres y a instancias de la Mesa de Conversaciones en La Habana, se creó la Subcomisión de Género para darle un enfoque de género a los acuerdos, para interlocutar con representantes de organizaciones de mujeres, de las cuales hicieron presenica 16 lideresas y 2 representantes de la comunidad LGBTI. Las conclusiones de las tres audiencias realizadas, serán recogidas y tenidas en cuenta en los acuerdos pactados desde la perspectiva de género.

Definitivamente debemos todos y todas sin excepción, desarrollar una campaña de visibilización, reconocimiento del papel y los derechos de las mujeres, con medidas afirmativas temporales, mientras sea necesario, que permitan alcanzar la igualdad de género. Debe ser un compromiso de los hombres junto a ellas, avanzar en este necesario y urgente objetivo de vida y de esperanza para el futuro de la sociedad.

Fuente del articulo: http://mujerfariana.org/vision/315-las-mujeres-la-guerra-y-la-paz.html

Fuente de la imagen: https://www.todopuebla.com/blog_medias/photos/Mujeresdenegro.399914408.jpg

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