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Argentina se alista para regreso seguro a clases presenciales

El ciclo lectivo presencial iniciará el 17 de febrero, con un protocolo sanitario para prevenir contagios de Covid-19.

El ministro de Educación de Argentina, Nicolás Trotta, recalcó este jueves que el inicio de clases presenciales en 2021, previsto para el 17 de febrero, será un “regreso seguro con protocolos” para prevenir contagios de la Covid-19.

En declaraciones a medios de prensa, el funcionario enfatizó en que todos trabajan a partir del concepto de la presencialidad cuidada.

Añadió que la escuela puede ser un lugar seguro si se cumplen “el distanciamiento físico, la ventilación, el uso del tapabocas, las medidas de higiene, con un ingreso escalonado”.

Explicó que estos son los ejes que el Ministerio de Educación ha venido trabajando con cada una de las jurisdicciones, a partir de la aprobación en junio de 2020 de un detallado protocolo sanitario para el regreso a clases presenciales.

Recordó que durante varios meses, junto a su equipo ministerial, ha recorrido diversas provincias para conocer de primera mano cada medida que se tomará ante el reto de comenzar las clases.

Insistió en la necesidad de abordar estos cambios a partir del diálogo con los trabajadores del sector y tomando en consideración las especificidades de cada territorio.

Al respecto, recordó que la decisión de trabajar en doble jornada «depende de la jurisdicción» y aclaró que, «en la Ciudad de Buenos Aires, el modelo será pasar a jornada simple para que vayan todos los chicos todos los días, pero en otras jurisdicciones se plantean bloques semanales, como en Santa Fe o Córdoba».

Fuente: https://www.telesurtv.net/news/argentina-se-alista-regreso-seguro-clases-presenciales-20210211-0006.html

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Causa polémica en Italia que homosexuales sean “grupo de riesgo Covid-19”

Gran polémica se vive en Italia luego de que las autoridades consideraran a la comunidad homosexual como “categoría de riesgo Covid-19”, junto con drogadictos y prostitutas.

Esta noticia se volvió viral, causando indignación en la sociedad italiana, luego de que se difundiera la foto de un formulario de salud donde se considera a los homosexuales como este grupo de riesgo.

El centro de salud de La Spezia, localidad portuaria de Liguria (noroeste), señaló en un documento oficial que “los sujetos con conductas de riesgo: drogadictos, prostitutas, homosexuales”, debían ser incluidos en la campaña de vacunación.

El caso fue denunciado y generó indignación por parte de funcionarios locales y nacionales, tanto de izquierda como de derecha, así como de las asociaciones de defensa de los derechos de los homosexuales. “Es un error inaceptable y discriminatorio”, reconoció en un comunicado el presidente de la región Liguria, Giovanni Toti, quien ordenó una investigación inmediata sobre el caso.

El error fue cometido por un funcionario del centro de salud, que copió y pegó la fórmula empleada por el ministerio de Salud para las vacunaciones.

La AFP  consultó el manual para las vacunas en la página internet del ministerio de Salud, actualizada en febrero del 2021 y efectivamente se considera a los homosexuales como categoría de riesgo, al igual que los drogadictos o las prostitutas.

El ministerio precisó que se trata “de conductas que determinan riesgos y no de la orientación sexual”.

El ministerio aseguró que el formulario copiado por el centro de salud de La Spezia proviene de “un documento antiguo, utilizado para las donaciones de sangre” y adelantó que la costumbre de basarse en viejos formularios será corregida.

Fuente: https://elcomentario.ucol.mx/causa-polemica-en-italia-que-homosexuales-sean-grupo-de-riesgo-covid-19/

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La ciencia maltratada, privatizada y mercantilizada

Durante miles de millones de años, la vida se ha abierto camino en todos y cada uno de los rincones existentes en el planeta Tierra. Vida en continuo cambio, no solo proliferando sino adaptándose a todo tipo de condiciones, con diferentes formas de alimentarse, reproducirse y crecer.

Pero la historia humana no es sino una entre miles, tantas como ramas en las que se diversifica el árbol de la vida en la Tierra.  Grande es la fuerza de los conocimientos y, pertrechados con ellos el hombre es invencible. Pero ¿nos son asequibles los conocimientos?
Es obvio que nuestra especie está sometida a los mismos mecanismos de cambio y selección que el resto de los organismos que pueblan nuestro hábitat, nuestro medio ambiente y para entender hacia donde nos dirigimos debemos comprender cómo hemos llegado hasta aquí.
El Covid-19 no cae del cielo, sino que es consecuencia de un sistema capitalista patriarcal, productivista y devastador, que ha alterado el equilibrio de los ecosistemas, incluyendo virus y bacterias. El urbanismo y la deforestación asociada al desarrollo capitalista está obligando a muchos de estos animales a migrar e instalarse cerca de los humanos, lo que multiplica las probabilidades de que microbios, que para estas especies son benignas, pasen a las personas y muten en patógenos.
Los apologistas del capitalismo sostienen que no hay razones para cuestionarlo. Pero cuando ocurre una crisis como ésta, la gente se da cuenta de que el sistema no funciona y que tenemos que contenerlo, e incluso quizás superarlo. Pero el problema es que hoy no parece que mucha gente sea capaz de establecer una conexión entre el virus y el capitalismo.
La enfermedad sigue siendo percibida como un evento aleatorio, algo que ha ocurrido sin más, como un relámpago o la caída de un meteorito. Apenas hay discusión sobre cómo el capitalismo produce pandemias a pesar de que haya una considerable base científica al respecto.

 ¿Covid-19 como oportunidad?

La crisis del coronavirus pone en evidencia las limitaciones y riesgos, a nivel humano y social, pero también económico, del sistema capitalista. Nos pone frente al espejo de lo que puede ser el futuro en un marco de emergencia climática.
En un escenario de crecientes fenómenos climáticos extremos, solo un estado del bienestar fuerte, sistemas de protección social suficientes y un tejido comunitario y socioeconómico resiliente nos permitirá hacer frente a la creciente vulnerabilidad.
La economía de mercado muestra, en momentos como el actual, el sinsentido de un sistema financiero especulativo y volátil. Se hace evidente que el capitalismo financiarizado y globalizado es incapaz para hacer frente a situaciones de crisis humanitaria como la que plantea la pandemia del Covid19 o la actual emergencia climática.
Los problemas se contagian rápidamente, la incertidumbre se convierte en histeria colectiva en los mercados financieros, las dependencias de importaciones y exportaciones se vuelven vulnerables y la deuda insostenible se convierte en un peso imposible de seguir cargando.
Ante estas evidencias, seria recomendable, como resaltan algunos economistas poner en valor los beneficios de una nueva economía de circuito corto, que produzca bienes y servicios que respondan a las necesidades de las personas y no a las posibilidades de rentabilidad de la inversión.

La verdad es la luz de la razón

Creemos que en una crisis como la del Covid 19, la economía debe sostenerse en el saber, pero “el saber se mercantiliza y al mismo tiempo se privatiza”. Al transformarse el estatus del ser humano en relación al saber, convirtiéndose en “proveedor” y “usuario” se facilita la conversión de este en un objeto de valor.
De modo que es fácilmente asimilable al ciclo de producción/consumo que define a los distintos objetos que se ponen a disposición en el mercado, (ergo) el saber se convierte en una mercancía más, que se vende, se compra y se consume, deja de ser un “valor de uso” para transformarse en un “valor de cambio”.
En plena pandemia, nos aprestamos a un nuevo ejercicio dialéctico, donde las derivas comerciales, estarán nuevamente presentes, en efecto grupos de investigadores, laboratorios, empresas farmacéuticas están en la actualidad lanzados en la comercialización de la vacuna.
Apenas diez meses después la gente ya está siendo vacunada contra la Covid-19, a pesar de que, al comienzo de la pandemia, nos advirtieron que se necesitan años para desarrollar una vacuna.
Nos encontramos, por tanto, ante una situación de ¿falta de legitimidad de la ciencia, al estar enmarcada en el ciclo de valorización capitalista, el cual intenta hacer pasar como “saber” lo que es interés económico; por lo tanto, el saber vale como forma de obtención de plusvalía?.
Sublime realidad, capitalista, que precede un asunto de feroz competencia entre los Estados-nación, quienes, además, entran en conflicto con las grandes multinacionales, que también desean poseer ese saber para reforzar sus posiciones, además de establecer sutilmente un marco ideológico con las vacunas chinas y rusas.
En este marco el saber ya no es apreciado por su valor epistemológico (todo nuevo saber es positivo) para distribuirse públicamente (todo el mundo tiene derecho al saber) sino por su valor monetario/económico (se investiga aquello de lo que se extraiga rentabilidad), de modo que se controlan los flujos de información según intereses comerciales (al conocimiento tendrá acceso solo quienes puedan pagarlo).
En esta situación, el saber cómo “búsqueda de lo verdadero” pierde relevancia en favor de otra perspectiva guiada sustancialmente por la rentabilidad económica, lo que comporta el problema de su pérdida de legitimidad. ¿Cómo confiar en un saber dirigido por intereses espurios?
¿Quién puso el dinero?
Debido a la urgente necesidad de la vacuna, los gobiernos y los donantes han invertido miles de millones de dólares en proyectos para crearlas y probarlas. Organizaciones «filantrópicas» -como la Fundación Gates- respaldaron la búsqueda, así como celebridades de todo tipo y organizaciones sin fines de lucro, que han otorgado casi 1.900 millones de dólares. En total, los gobiernos han proporcionado 8.600 millones de dólares, según la empresa de análisis de datos científicos Airfinity.
Solo 3.400 millones de dólares provienen de la propia inversión de las empresas, y muchas de ellas dependen en gran medida de la financiación externa.

 Vacunas contra la covid-19: ¿a qué se debe el secretismo?

La pandemia hace que la demanda mundial de vacunas sea superior a la oferta. El mundo entero se disputa una plaza para recibir la vacuna contra el coronavirus, un bien todavía demasiado escaso y producido por pocos laboratorios farmacéuticos.
Los gobiernos firman contratos con las compañías que han desarrollado esas vacunas en tiempo récord y, sin embargo, información crítica de esos acuerdos permanece oculta para el gran público debido a estrictas cláusulas de confidencialidad. Cuánto cuestan o cómo se distribuirán son detalles que en la mayoría de los casos la ciudadanía desconoce, porque así lo exigen los acuerdos firmados.

El problema es mundial

En respuesta a una petición de información del Parlamento Europeo a mediados de noviembre, la comisaria de Salud, Estela Kiriakides, afirmó que “Debido a la naturaleza altamente competitiva de este mercado, la Comisión está legalmente imposibilitada para desvelar la información que contienen estos contratos”.
La ministra belga de Presupuesto, Eva de Bleeker, tuvo que retirar, poco después de publicarlo, un mensaje en Twitter en el que recogía la lista de precios de los laboratorios con los que había negociado la Unión Europea (UE).
A las quejas por el incumplimiento de los compromisos adquiridos por algunos fabricantes de vacunas se suman ahora las voces que exigen mayor transparencia en un asunto de salud pública vital. La polémica sigue subiendo de tono, sobre todo en la UE, enojada después de que los laboratorios Pfizer y AstraZeneca le comunicarán que no estarán en condiciones de suministrarle al bloque la cantidad de dosis iniciales acordadas.
Ello ha llevado a que, según fuentes de la UE citadas por la agencia Reuters, desde Bruselas se les exija a las farmacéuticas que hagan públicos los términos de los contratos y amenace con controlar las exportaciones de las vacunas producidas en Europa.

¿Por qué tanto secreto?

Según Jonathan García, experto en salud pública en la Universidad de Harvard, en EEUU., “esto no es nada nuevo; es frecuente que en los contratos entre los sistemas de salud de los países y las farmacéuticas se incluyan cláusulas de confidencialidad”. “Los laboratorios buscan fraccionar el mercado para poder negociar precios distintos con los diferentes países”, añade.
Esto les permite negociar con los países en función de sus recursos, ofreciéndoles precios más bajos a las naciones pobres o en desarrollo y exigiendo cantidades más altas a los más ricos.
La compañía AstraZeneca ha revelado que la vacuna que ha desarrollado en colaboración con la Universidad de Oxford tendrá un coste aproximado entre 3 y 4 dólares por dosis (se requiere de dos). Pero el suyo es, por ahora, un caso excepcional. Además de los precios, se mantienen muchas veces en secreto la información relativa a la producción y logística, y las conocidas cláusulas de responsabilidad.
En ellas se estipulan límites a la responsabilidad de los laboratorios en el caso de posibles efectos adversos de los medicamentos y se indica que si hay diferencias no las resolverán los tribunales nacionales, sino unas cortes especiales de arbitraje internacional.
Las voces que reclaman mayor transparencia alertan de que la urgencia por el desarrollo de una vacuna, para una enfermedad que se ha cobrado ya más de dos millones de vidas en todo el mundo, ha podido llevar a los gobiernos a aceptar limitaciones de responsabilidad aún mayores.
En la Estrategia para la Adquisición de Vacunas que hizo pública la Comisión Europea se decía que “la responsabilidad por el desarrollo y el uso de la vacuna, incluida cualquier indemnización específica requerida, recaerá sobre los estados miembros que la adquieran”.
No obstante, estamos hablando de una emergencia sanitaria global, de algo que sucede cada 100 años, ante lo que uno esperaría que el sistema utilizara mecanismos mucho más transparentes y buscara un esquema más cooperativo. En cambio, vemos que se sigue buscando un mercado monopólico y mantener ventajas en los precios.
Las diferencias en el acceso a las vacunas han llevado al mundo a un riesgo de “fracaso moral catastrófico”, como definió el director de la Organización Mundial de la Salud, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, el hecho de que los países más necesitados vayan a tener que esperar años para inmunizar a su población.
La historia de las epidemias muestra que no sería la primera vez. Ya sucedió con la poliomielitis y la viruela, enfermedades erradicadas mucho antes en los países más avanzados. O con el VIH, que todavía diezma a muchas poblaciones africanas cuando los pacientes en el llamado primer mundo han visto prolongada significativamente su esperanza de vida gracias al desarrollo de los tratamientos antirretrovirales.
Como resultado, los analistas de inversiones pronostican que al menos dos de estas compañías, la empresa estadounidense de biotecnología Moderna y la alemana BioNTech con su socio, el gigante estadounidense Pfizer, probablemente ganarán miles de millones de dólares.

Fuente: https://rebelion.org/la-ciencia-maltratada-privatizada-y-mercantilizada/

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Protestan en Brasil por regreso inseguro a escuelas

La «Huelga por la Vida» se produce en contra de la reanudación presencial de las clases en medio de la pandemia.

Los maestros y otros trabajadores de la educación municipal en San Pablo, Brasil, protagonizan desde este miércoles una «caravana por la vida», en medio de la huelga que realizan como protesta por lo que denominan el regreso inseguro a las clases presenciales en condiciones de la pandemia de Covid-19.El director del Sindicato de Maestros y Empleados Municipales de San Pablo (Aprofem), Paulo Soares da Rocha, al colocar una ofrenda floral frente al ayuntamiento local, en un acto denominado «Por una escuela sin luto», dijo: «Las intenciones de este regreso cara a cara no tie nen que ver con la calidad de la enseñanza, de que el niño esté en la escuela, comiendo. Hay oscuros intereses detrás de esto. M a las Aulase gustaría saber si el secretario de educación, el alcalde y el gobernador de San Pablo tuvieran hijos en las escuelas públicas, ¿serían reabiertos?».

Los maestros no aceptan regresar a clases presenciales sin condiciones de seguridad efectivas, vacunación amplia y control de la pandemia. Denuncian que las escuelas no están del todo adaptadas para funcionar en las condiciones que requiere la epidemia de la Covid-19. De acuerdo al sindicato, los locales escolares están mal ventilados, hay pocos baños en las escuelas y los educadores no han recibido suficiente equipo de protección personal.

De igual manera, se pronuncian por el hecho que no se ha completado la estructura complementaria para la educación a distancia, como la distribución de tabletas y el montaje de salas digitales.

El paro docente es para exigir el mantenimiento de la educación a distancia en todos los colegios, la distribución de tabletas a los estudiantes, prioridad en la vacunación de los profesionales de la educación, adquisición de más vacunas con recursos que el gobierno municipal, pruebas masivas de detección del virus y mantener el control de la enfermedad, equipo de protección personal de calidad en cantidad suficiente y apoyo social para las familias de los niños de los estudiantes de secundaria.

La huelga se ha extendido al resto del estado de San Pablo, dicen sus organizadores.

De acuerdo al secretario de trabajadores de la Educación del Sindicato de Trabajadores de la Administración Pública y Municipios del Municipio de San Pablo (Sindsep), Maciel Nascimento: «también estamos abordando la restricción ilegal del Ayuntamiento de San Pablo al exigir a los profesionales de la educación que arriesguen sus vidas en este regreso. Por eso, además del Tribunal de Justicia, queremos abrir otras posibilidades».

En este momento, el Gran San Pablo tiene un promedio de 3.500 nuevos casos de Covid-19 por día y 90 muertes diarias. La tasa de ocupación de la UCI es del 65,6 por ciento, con un promedio de 695 nuevos ingresos por día. La propuesta del gobierno regional es que las aulas reciban hasta un 35 por ciento de alumnos en las primeras semanas. En la escuela primaria y secundaria, los estudiantes rotarán. En las guarderías y preescolares, un grupo fijo asistirá a las escuelas todos los días y se definirá por criterios de vulnerabilidad social.

Fuente: https://www.telesurtv.net/news/brasil-actualizacion-huelga-vida-docentes-20210211-0007.html

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Expulsadas de sus países, esclavizadas en España

Por: Olivia Carballar

Ninguna de las mujeres que hablan en este reportaje viajó hasta España por placer o por gusto. Ninguna lo hizo para pasar unas vacaciones. Todas las mujeres que hablan en este reportaje llegaron a España por necesidad, obligadas por la situación política, social y económica de su países de origen. De allá –aseguran todas ellas– se sienten expulsadas. Acá –dicen igualmente– se sienten ninguneadas, como si el trabajo que realizan no valiera nada, como si fueran menos que nadie. Ninguna imaginaba, según su relato, que iba a pasar por situaciones vejatorias, en ocasiones, de maltrato, en este “país del primer mundo”, como en algún momento definen España. Todas aceptaron las condiciones laborales que les pusieron encima de la mesa, a pesar de que, más veces que menos, esas condiciones no reconocían –ni reconocen– su dignidad como personas, como seres humanos. Porque ninguna, ninguna de ellas, quería dejar de enviar dinero a su familia. Y porque a veces hay que recordar lo obvio: todas tienen que comer.

Son trabajadoras del hogar, mujeres migrantes de Centroamérica que decidieron dejar su vida y comenzar algo a lo que no se atreven a llamar una nueva vida. Comenzaron, por poner un nombre, otra cosa. Sus vidas, las de verdad, son las que no les dejaron vivir allá, sus carreras frustradas, la educación de sus hijos e hijas, sus casas, los abrazos perdidos de los abuelos y abuelas que ya no están. La mayoría no ha regresado a su tierra desde entonces. Todas conviven con la idea de que tardarán tiempo en hacerlo. La pandemia vino a poner, como en muchas otras desigualdades invisibles, la guinda de una situación que algunas califican como de “esclavitud moderna”.

Lo que cuenta Vanessa al otro lado del teléfono, desde Barcelona, puede encajar en esa definición. De 34 años y enfermera en Honduras, emprendió el viaje embarazada de cuatro meses, acompañada por su marido y la hija que ya tenían de nueve años. Llegaron a España el 22 de noviembre de 2016. Y aquel día empezó a formar parte del listado de fechas importantes que, para bien o para mal, nunca se olvidan. Contaban con el apoyo de su cuñada, ya asentada desde mucho antes, con un trabajo fijo y una red. Pero había un ESTO. Esto era lo que había, esto es lo que hay. Un ESTO por lo que, según los testimonios recopilados y las experiencias que comparten de otras compañeras, tienen que pasar.

Tras dar a luz a su hijo, en la primera casa donde trabajó, como interna, había días que solo dormía una hora. Lo hacía sentada en una silla de plástico, aterrorizada pensando en cuándo sonaría el timbre. “Tenía un timbre en la habitación”, narra Vanessa. Aún dice que lo escucha, años después: “Recuerdo ese timbre, el sonido de ese timbre. Nunca pensé que recibiría maltrato”. Según explica, la señora a la que cuidaba la sometía a humillaciones: “Cada cinco minutos me decía que quería agua, o pipí o galletas. Yo la tenía que mover a todos lados. Inmigrante de eme. Hija de la gran pe. Todo eso me decía. Y una no está acostumbrada a oír esas cosas. Me hice mucho daño en la espalda”.

Cuenta que la hija de aquella mujer le propuso pagarle 100 euros más. Entonces cobraba 1.000 euros: por un trabajo continuo e interno con apenas unas horas libres a la semana. No había otra cosa, no hay otra cosa, esto es lo que había, esto es lo que hay, resuena como un eco. Pero aquella vez, dijo que no. No se trataba de dinero. Se trataba ya de no sufrir, de dignidad: las fajas que tiene que llevar para aguantar el dolor y las lloreras que se pilla ahora al ver las fotos de su hijo cuando aún era un bebé y ella no podía apenas verlo. “Yo le quité el pecho para irme a esa casa, con cinco meses, no lo veía. Y cuando lo hacía, no lo podía cargar del dolor de espalda. Cuando dejé aquel trabajo y volví, mi hijo me rechazaba. Mi hijo no me quería, no me conocía. Y no quería que lo cargara”. Otra vez, en otra casa, le pidieron que limpiara la cocina a fondo y, varias horas después, le dieron cuatro euros. “Salí llorando, cuatro euros”.

Los testimonios de otras compañeras que pertenecen a la Red de Hondureñas Migradas, son parecidos: hay quien ha sufrido abusos, hay quien tiene que comprarse el papel higiénico, hay quien solo puede comer lo que come la persona a la que cuida: patatas hervidas, zanahorias hervidas. Hay quien come sopa de tomate el lunes. Y al día siguiente la come con arroz. Y al día siguiente la come en revuelto. “Es triste. Ni los cerdos comen aquí así. Es lo que hay. Mi amiga lo hace porque está sacando un curso para estudiar un módulo superior. Siempre nos mueve la necesidad y siempre tenemos claras las metas que tenemos”, explica Karla, hondureña de 47 años.

Y hay, también, quien en los meses de confinamiento se ha pasado encerrada, aguantando todas estas situaciones, con dos tetra bricks de leche para cuatro meses, como denuncia Rafaela Pimentel, una de las impulsoras de la Red de Trabajadoras del Hogar y de la asociación Territorio Doméstico. “Ya veníamos de situaciones difíciles, por eso estamos organizadas. Veníamos de años reclamando derechos básicos para mujeres que realizan un trabajo importante y un trabajo esencial. Aunque el nombre se lo han puesto ahora. Esencial. Sin nuestro trabajo, la sociedad no podría moverse. Y con la pandemia ha sido horrible. Las personas que teníamos que estar cuidando, en primera línea, no teníamos ningún apoyo. ¿Qué podríamos esperar? Pues que se complicara más”, dice Rafaela entre cortes de túneles, mientras hace el trayecto en tren desde su casa a su trabajo, en Madrid. Ella es dominicana y lleva 28 años en España. La primera vez que empezó a organizarse fue en su barrio, en Vallecas, allá por el año 95. En 2006 puso en marcha Territorio Doméstico. Estamos en 2020 y las trabajadoras del hogar continúan sin derechos básicos: ni tienen paro ni cotizan en el Régimen General de la Seguridad Social.

“Muchas compañeras tuvieron que quedarse durante los cuatro meses que duró el confinamiento en los trabajos porque, claro, los cuidados no se podían dejar. A muchas se las llevaron fuera de Madrid. Sin ver a sus familias, a sus amigas, sin ver a nadie. Y, como colectivo –prosigue Rafaela–, hemos tenido que aportar un sostenimiento de psicología terapéutica para algunas compañeras. Porque esto va a tener un impacto terrible. Muchas trabajadoras encerradas vivieron situaciones más complicadas por la propia pandemia, con más trabajo, con horarios terribles, compañeras que apenas les daban de comer, sin ni siquiera hacer una llamada, ni poder enviar dinero a su familia. Los locutorios estaban cerrados. Y mucha gente sin papeles envía el dinero por locutorios porque como no tiene cuenta en el banco…”.

Según las cifras que se manejan, con datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), del Ministerio de Trabajo y otras entidades, el colectivo de empleadas del hogar está compuesto por unas 600.000 trabajadoras, la mayoría mujeres extranjeras, pero unas 200.000 de ellas no cotizan. Un informe del sindicato UGT indica que los sueldos de las personas que trabajan en el sector doméstico son cerca de un 60% menores al salario medio bruto en España. Y, según un estudio de Oxfam Intermón y del Instituto de Estudios de Género de la Universidad Carlos III, una de cada tres empleadas domésticas vive en hogares que están por debajo del umbral de la pobreza (el 16% en la población general) y duplican los retrasos en el pago del alquiler o la hipoteca respecto a cualquier otro trabajador. El mismo informe calcula que si este sector económico estuviera legalmente remunerado equivaldría al 2,8% del PIB.

“El colectivo de trabajadoras del hogar y cuidados es el único sin derecho a paro, podemos ser despedidas sin causa justificada y estamos excluidas de la ley de prevención de riesgos laborales. Seguimos cuidando en esta situación a miles de personas que lo necesitan en sus domicilios y que no son atendidas desde un sistema público insuficiente e infradotado. Somos 600.000 trabajadoras. Hemos denunciado la discriminación histórica que sufre nuestro colectivo y hoy somos excluidas nuevamente”, decía el escrito, al inicio del primer confinamiento, que la Red Estatal de Trabajadoras del Hogar trasladó al Gobierno. Porque, de la misma manera que han sido ignoradas tradicionalmente, las trabajadoras del hogar también quedaron para el final en la lista de ayudas adoptadas por el Gobierno en plena pandemia. En los primeros meses de pandemia, el sistema especial de Empleadas de Hogar perdió unas 20.000 afiliadas.

Del subsidio extraordinario por desempleo aprobado el 31 de marzo –del que quedaban excluidas las mujeres sin papeles o aquellas que no cotizan, muchas de ellas por la propia situación diabólica de precariedad en el sector–, el Gobierno ha reconocido la prestación al 80% de las solicitantes. Según una respuesta parlamentaria, hasta el 4 de noviembre, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social había resuelto 36.587 solicitudes. Hasta octubre solo se habían resuelto 23.000 de las 52.000 que habían sido presentadas. “La falta de respuesta gubernamental es tal que se ha resuelto menos de la mitad de una prestación que estructuralmente ya es insuficiente y no cubre ni la totalidad de las compañeras ni se corresponde con la realidad precarizada y vulnerable del sector”, denunció entonces el recién creado sindicato SINTRAHOCU en su primer comunicado, en el que exigía, además, la inclusión de las trabajadoras del hogar en la ampliación de todos los subsidios, entre ellos la Renta Activa de Inserción y obligar la inspección laboral y prevención de riesgos laborales adaptadas a las medidas sanitarias por la COVID-19.

Hay más colectivos que consideran que los sindicatos mayoritarios no las representan y se han autoorganizado ellas mismas, como ha ocurrido también en otros sectores como el de las Kellys o camareras de piso. Desde Barcelona, Sindihogar, Sindicato independiente de Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (THC), nació, según explican, ante la ausencia de una organización independiente, con perspectiva de género, clase y raza de orden jurídico sindical. En su página web resumen el listado de reivindicaciones. O, dicho de otra manera, el listado de las discriminaciones que sufren: ratificación del Convenio 189 de la OIT (2011), que obliga a la equiparación de los derechos laborales y de seguridad social de las trabajadoras del hogar y del cuidado al resto de trabajadores/as; inclusión total del empleo del hogar en el régimen General de la Seguridad Social; derecho a la prestación por desempleo: cotización por salarios reales; obligación por parte de las personas empleadoras a realizar contratos por escrito; eliminación del pago en especie; tabla salarial con revisión según el IPC; cumplimiento de las pagas extras; derecho a vacaciones anuales y descansos diarios y semanales; derogación del despido por desistimiento de la persona empleadora; eliminación de las oficinas de colocación y de las ETT, la derogación de la Ley de Extranjería; visibilización de las situaciones precarias de las cuidadoras, las trabajadoras por horas y las internas, sensibilización; y concienciación en torno a la fundamental importancia social del trabajo del hogar y de los cuidados.

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, dijo que la prestación por desempleo había llegado para quedarse. “Que se dejen de chapuzas, queremos estar en el régimen general, que este trabajo se reconozca, que las personas que lo hacemos seamos valoradas y tengamos derechos como cualquier otro trabajador, y ya está, un salario digno que nos permita tener una vivienda digna. Eso es lo que debe hacer el Gobierno, que se deje de chapuzas”, afirma rotunda Rafaela Pimental, que gana 690 euros. En ese mismo trayecto, su teléfono no deja de sonar a diario. Es el momento de atender a las compañeras, de echar las manos, de seguir organizándose ante lo que consideran un abandono por parte del Estado. El día antes, rememora, una amiga la llamó para contarle la situación de una mujer a la que tratan de ayudar en estos momentos: “Tiene dos hijos, uno de 5 y otro de 14 años, con asilo, no tiene trabajo, que es lo único que pide. Y si no paga la habitación este mes los echan. Necesita ropa, abrigo, un techo y alimentos. Lo básico”. Y añade, para remarcar lo que significa básico: “Vamos, una mierda”.

Los testimonios de otras compañeras que pertenecen a la Red de Hondureñas Migradas, son parecidos: hay quien ha sufrido abusos, hay quien tiene que comprarse el papel higiénico, hay quien solo puede comer lo que come la persona a la que cuida: patatas hervidas, zanahorias hervidas. Hay quien come sopa de tomate el lunes. Y al día siguiente la come con arroz. Y al día siguiente la come en revuelto. “Es triste. Ni los cerdos comen aquí así. Es lo que hay. Mi amiga lo hace porque está sacando un curso para estudiar un módulo superior. Siempre nos mueve la necesidad y siempre tenemos claras las metas que tenemos”, explica Karla, hondureña de 47 años.

Y hay, también, quien en los meses de confinamiento se ha pasado encerrada, aguantando todas estas situaciones, con dos tetra bricks de leche para cuatro meses, como denuncia Rafaela Pimentel, una de las impulsoras de la Red de Trabajadoras del Hogar y de la asociación Territorio Doméstico. “Ya veníamos de situaciones difíciles, por eso estamos organizadas. Veníamos de años reclamando derechos básicos para mujeres que realizan un trabajo importante y un trabajo esencial. Aunque el nombre se lo han puesto ahora. Esencial. Sin nuestro trabajo, la sociedad no podría moverse. Y con la pandemia ha sido horrible. Las personas que teníamos que estar cuidando, en primera línea, no teníamos ningún apoyo. ¿Qué podríamos esperar? Pues que se complicara más”, dice Rafaela entre cortes de túneles, mientras hace el trayecto en tren desde su casa a su trabajo, en Madrid. Ella es dominicana y lleva 28 años en España. La primera vez que empezó a organizarse fue en su barrio, en Vallecas, allá por el año 95. En 2006 puso en marcha Territorio Doméstico. Estamos en 2020 y las trabajadoras del hogar continúan sin derechos básicos: ni tienen paro ni cotizan en el Régimen General de la Seguridad Social.

“Muchas compañeras tuvieron que quedarse durante los cuatro meses que duró el confinamiento en los trabajos porque, claro, los cuidados no se podían dejar. A muchas se las llevaron fuera de Madrid. Sin ver a sus familias, a sus amigas, sin ver a nadie. Y, como colectivo –prosigue Rafaela–, hemos tenido que aportar un sostenimiento de psicología terapéutica para algunas compañeras. Porque esto va a tener un impacto terrible. Muchas trabajadoras encerradas vivieron situaciones más complicadas por la propia pandemia, con más trabajo, con horarios terribles, compañeras que apenas les daban de comer, sin ni siquiera hacer una llamada, ni poder enviar dinero a su familia. Los locutorios estaban cerrados. Y mucha gente sin papeles envía el dinero por locutorios porque como no tiene cuenta en el banco…”.

Según las cifras que se manejan, con datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), del Ministerio de Trabajo y otras entidades, el colectivo de empleadas del hogar está compuesto por unas 600.000 trabajadoras, la mayoría mujeres extranjeras, pero unas 200.000 de ellas no cotizan. Un informe del sindicato UGT indica que los sueldos de las personas que trabajan en el sector doméstico son cerca de un 60% menores al salario medio bruto en España. Y, según un estudio de Oxfam Intermón y del Instituto de Estudios de Género de la Universidad Carlos III, una de cada tres empleadas domésticas vive en hogares que están por debajo del umbral de la pobreza (el 16% en la población general) y duplican los retrasos en el pago del alquiler o la hipoteca respecto a cualquier otro trabajador. El mismo informe calcula que si este sector económico estuviera legalmente remunerado equivaldría al 2,8% del PIB.

“El colectivo de trabajadoras del hogar y cuidados es el único sin derecho a paro, podemos ser despedidas sin causa justificada y estamos excluidas de la ley de prevención de riesgos laborales. Seguimos cuidando en esta situación a miles de personas que lo necesitan en sus domicilios y que no son atendidas desde un sistema público insuficiente e infradotado. Somos 600.000 trabajadoras. Hemos denunciado la discriminación histórica que sufre nuestro colectivo y hoy somos excluidas nuevamente”, decía el escrito, al inicio del primer confinamiento, que la Red Estatal de Trabajadoras del Hogar trasladó al Gobierno. Porque, de la misma manera que han sido ignoradas tradicionalmente, las trabajadoras del hogar también quedaron para el final en la lista de ayudas adoptadas por el Gobierno en plena pandemia. En los primeros meses de pandemia, el sistema especial de Empleadas de Hogar perdió unas 20.000 afiliadas.

Del subsidio extraordinario por desempleo aprobado el 31 de marzo –del que quedaban excluidas las mujeres sin papeles o aquellas que no cotizan, muchas de ellas por la propia situación diabólica de precariedad en el sector–, el Gobierno ha reconocido la prestación al 80% de las solicitantes. Según una respuesta parlamentaria, hasta el 4 de noviembre, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social había resuelto 36.587 solicitudes. Hasta octubre solo se habían resuelto 23.000 de las 52.000 que habían sido presentadas. “La falta de respuesta gubernamental es tal que se ha resuelto menos de la mitad de una prestación que estructuralmente ya es insuficiente y no cubre ni la totalidad de las compañeras ni se corresponde con la realidad precarizada y vulnerable del sector”, denunció entonces el recién creado sindicato SINTRAHOCU en su primer comunicado, en el que exigía, además, la inclusión de las trabajadoras del hogar en la ampliación de todos los subsidios, entre ellos la Renta Activa de Inserción y obligar la inspección laboral y prevención de riesgos laborales adaptadas a las medidas sanitarias por la COVID-19.

Hay más colectivos que consideran que los sindicatos mayoritarios no las representan y se han autoorganizado ellas mismas, como ha ocurrido también en otros sectores como el de las Kellys o camareras de piso. Desde Barcelona, Sindihogar, Sindicato independiente de Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (THC), nació, según explican, ante la ausencia de una organización independiente, con perspectiva de género, clase y raza de orden jurídico sindical. En su página web resumen el listado de reivindicaciones. O, dicho de otra manera, el listado de las discriminaciones que sufren: ratificación del Convenio 189 de la OIT (2011), que obliga a la equiparación de los derechos laborales y de seguridad social de las trabajadoras del hogar y del cuidado al resto de trabajadores/as; inclusión total del empleo del hogar en el régimen General de la Seguridad Social; derecho a la prestación por desempleo: cotización por salarios reales; obligación por parte de las personas empleadoras a realizar contratos por escrito; eliminación del pago en especie; tabla salarial con revisión según el IPC; cumplimiento de las pagas extras; derecho a vacaciones anuales y descansos diarios y semanales; derogación del despido por desistimiento de la persona empleadora; eliminación de las oficinas de colocación y de las ETT, la derogación de la Ley de Extranjería; visibilización de las situaciones precarias de las cuidadoras, las trabajadoras por horas y las internas, sensibilización; y concienciación en torno a la fundamental importancia social del trabajo del hogar y de los cuidados.

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, dijo que la prestación por desempleo había llegado para quedarse. “Que se dejen de chapuzas, queremos estar en el régimen general, que este trabajo se reconozca, que las personas que lo hacemos seamos valoradas y tengamos derechos como cualquier otro trabajador, y ya está, un salario digno que nos permita tener una vivienda digna. Eso es lo que debe hacer el Gobierno, que se deje de chapuzas”, afirma rotunda Rafaela Pimental, que gana 690 euros. En ese mismo trayecto, su teléfono no deja de sonar a diario. Es el momento de atender a las compañeras, de echar las manos, de seguir organizándose ante lo que consideran un abandono por parte del Estado. El día antes, rememora, una amiga la llamó para contarle la situación de una mujer a la que tratan de ayudar en estos momentos: “Tiene dos hijos, uno de 5 y otro de 14 años, con asilo, no tiene trabajo, que es lo único que pide. Y si no paga la habitación este mes los echan. Necesita ropa, abrigo, un techo y alimentos. Lo básico”. Y añade, para remarcar lo que significa básico: “Vamos, una mierda”.

“España hace oídos sordos a la OIT. A nosotras nos dejan desprotegidas si el anciano muere o la situación económica de la familia cambia, como con la pandemia. Yo no tengo a nadie en este país que me acoja si me quedo sin nada. Y eso nos hace más vulnerables. Zapatero lo dejó para enero de 2019, pero el señor Rajoy lo pospuso a 2025. Si nosotros ponemos nuestra mano de obra, si nuestro trabajo cotiza en la Seguridad Social, vamos a levantar este país”, argumenta la hondureña Karla.

Ella cuenta que tenía su propio protocolo en la casa donde trabajaba y donde sigue trabajando, en Cáceres (Extremadura). Y gracias a él, sin saber que estaba contagiada, evitó que la persona mayor a la que cuida se contagiara. “Yo sufrí el COVID cuidándola. Estuve muy mal, con apenas fuerza. Me ponía malita. Fue al principio, en abril. No supe que era COVID. Pero siempre la cuidaba con la mascarilla puesta. Me enteré en julio, porque cuando fui a hacerme una colonoscopia que tenía prevista y me hicieron la PCR por protocolo de anticuerpos positivos. La carga viral era suave. Yo me cuidé tanto por ella, porque su vida depende de mi cuidado. Muy fuerte la señora, y no lo cogió. Gran susto”.

Cuatro años después de llegar a España, Karla trabaja como interna y vive ahora, según sus propias palabras, una situación aceptable. Pero no olvida lo que ha pasado, el hambre, la necesidad, el frío y esa especie de impuesto revolucionario que tienen que pagar por ser migrante, mujer, de otro país, cuando vienen de su país de pagar otros tantos: “Allá tú tienes un negocio, llega un grupo dedicado al crimen organizado, al narcomenudeo, te dicen ‘usted tiene que darme tanto y yo la cuido’. Y eso de cuidar es que nadie te va a asaltar. Y luego hay otro grupo que se llaman maras y vienen a pedirte. Y de repente hay tres grupos delictivos pidiéndote y tu negocio no te da. Si tú decides cerrarlo o emigrar, y ellos se enteran, te matan antes de que tú cierres o te vayas. Y estás amarrada. Y lo triste es que todo ese dinero de las extorsiones va para arriba, es una cadena. El señor que gobierna tiene el control sobre esas maras. La vida no vale nada”.

Karla trabajaba para el Estado. Era funcionaria, asesora técnica financiera: “Brindaba asesoría para quienes abrían un negocio. Yo tenía un salario mes a mes, pero la situación es tan peligrosa… que sales en la mañana y no sabes si vas a volver con vida por la tarde. Vas en el coche, en el comercio, y te apartas a un lado para no pisar un charco de sangre de alguien a quien han asesinado por ajustes de cuentas. Abusan en las oficinas. Uno se recoge a las seis de la tarde por el peligro. Los negocios… Vienes del súper, abres el portón de tu casa y entran los ladrones contigo, te roban la compra, el coche y, si entran dentro, hacen y deshacen, con abusos sexuales también. Es muy fuerte. Mi familia vive en una zona de circuitos cerrados y privada. Yo vivo –lo dice todavía en presente, como si viviera allí– en una zona más modesta pero es muy buena zona. Pero te pueden perseguir y te extorsionan y muchas veces venimos huyendo de esas cosas”.

Es rotunda: “Tenemos un narcogobierno y no me da miedo decirlo. Un hombre de armas tomar. Su hermano era diputado, está preso en EE.UU. por narcotráfico. ¿Por qué los organismos internacionales no van a por él, a por el presidente? Mientras sea dignatario no le pueden poner la mano encima. Reformó la Constitución y se reeligió con fraude. Y sus secuaces van a tratar de continuar en el poder. Allá la gente que protesta es reprimida, gaseada, es desaparecida y es asesinada. El pueblo está atado de pies y manos. Además de la represión, de la pobreza y de la pandemia. Robaron todo el dinero. El encargado de los hospitales móviles le dio 40 millones de dólares a una empresa que desapareció. Y bueno, esa es la situación. Yo trabajaba para ese partido de gobierno y por eso tenía mi plaza. He sido obligada a huir. A este narcogobierno sumamos la pandemia y que acaban de pasar dos huracanes y está devastado nuestro país. Ha retrocedido cien años. Se espera una migración masiva”.

Ella logró traer a su hija, pero aún tiene en Honduras a dos hijos, que los cuida su hermana. “No traje denuncias porque lamentablemente la justicia allá es vergonzosa y te puedes encontrar con las mismas personas que te han hecho secuestro exprés. Cuando ves a un policía, no te sientes segura, sientes temor. Desde el gobierno para abajo hay una redada de corrupción y todos trabajan para los malos”, denuncia Karla. Su hija ha vuelto a solicitar el asilo, esta vez alegando el peligro que corre en su país por ser homosexual.

En estos días, previos a la Navidad, Karla anda entre la tristeza y la alegría de saber que, al menos, puede enviarles remesas. Acaba de venir, además, de una recogida de alimentos y materiales para su país en ayuda por los destrozos de los huracanes: “Qué duro fue ver –lo dice así, ver, ver desde lejos sin poder hacer nada– a mi hermana, con mis dos hijos, irse de mi casa. Se fueron con lo puesto, con lo poco que pudieron echar en una mochila para ponerse a salvo. Y todo lo que nos ha costado tener eso, pues ahí se queda para que te lo roben. Y así vamos, a veces no nos enteramos de lo que les pasa a los nuestros. Allá, en un grupo de WhatsApp, alguien dice ‘cuando le asaltaron y le quitaron el móvil’… ¡Y me entero de que es a mi hija! No te enteras de que los familiares han estado ingresados hasta que salen…”. Aunque lo más duro, según Karla, lo más duro es que viven sin ti, se casan, tienen hijos, se gradúan sin ti. “Dejas la mitad de la vida allá”.

Dania vive en Murcia. Llegó a España hace dos años con su marido. Vinieron, según denuncia, huyendo de la persecución política a la que eran sometidos en su país, en Nicaragua. “Todo empezó cuando nos casamos. Nos conocimos trabajando en el área de turismo. Yo siempre fui progobierno, era militante del partido. Pero mi marido era del partido contrario”, cuenta. Su familia está rota, dividida entre quienes apoyan al gobierno y entre quienes han tenido que huir. “El vínculo familiar debería estar antes que la ideología política. Mi propio hermano me llamaba con amenazas, que saliera de ahí”, relata, con voz suave, al otro lado del teléfono. Ella, a diferencia de Karla, sí traía pruebas, y les ha sido concedido el asilo. “Teníamos una casa a las afueras del pueblo y nos vigilaban. Dejamos de salir porque nos seguían. Nos espiaban, nos controlaban, teníamos miedo. Nos obligaron a salir sí o sí de nuestro país. Al hermano de mi marido lo secuestraron. Un país que amas tanto se ha deteriorado”, dice ahora con la voz encogida en la garganta.

En España, tuvo suerte con la primera casa en la que entró a trabajar. Pero siempre con el miedo, la incertidumbre y el desasosiego metidos en el cuerpo. “La familia era muy buena, muy buena, pero como no tienes papeles no tienes derecho a nada, ni a vacaciones, ni medias pagas, lo que te den es lo que tienes que aceptar”, asegura. “En la segunda casa, como no tenía papeles, la señora no me quería contratar. Pero confió en mí, le gustaron mis formas”. Mientras tanto, estuvo como el preso que vive con la condicional. “Ahora que ya los tengo, todo ha cambiado. Los papeles han venido a cambiar la situación. Con papeles tienes más opciones, tienes más libertad”. Ella sabe lo que es viajar por placer y viajar para huir.

La modificación de la Ley de Extranjería es otra de las reivindicaciones en el colectivo. El Movimiento estatal #RegularizacionYa, que exige la regularización permanente y sin condiciones de todas las personas migrantes y refugiadas ante la emergencia sanitaria y social por la COVID-19, llegó a presentar una proposición no de ley en el Congreso, defendida por varios partidos –Unidas Podemos, Esquerra Republicana (ERC), EH Bildu, Junts per Catalunya, BNG, Compromís y CUP–, que finalmente fue rechazada. El PSOE –partido de gobierno– alegó que tanto la legislación española como la europea lo que permiten es una regularización “puntual, individualizada y tasada”, no como la masiva que reclaman. En estos momentos, el movimiento espera, según explican en su página web, que Unidas Podemos, el otro socio de gobierno, busque, “de forma honesta y a la altura”, una solución digna a la irregularidad sobrevenida, entre otros colectivos, a las trabajadoras del hogar y cuidados.

“Exigimos que la ley se revise porque estamos obligados a trabajar en el trabajo sumergido, valga la redundancia, y estamos expuestas a abusos, maltratos, porque a un inmigrante se le permite regularizar su situación a los tres años mediante un arraigo social. Imagina, una persona tres años en España no va a vivir de ayudas. Esos son mitos, bulos, no tenemos derecho a nada porque no tenemos papeles, serán otro tipo de migrantes y en otras circunstancias. Una se ve obligada a trabajar como sea y donde sea. Muchos, amontonados en pisos, en habitaciones, en condiciones increíbles. Muchas veces la gente es engañada, los hombres van a las obras, los despiden y encima los denuncian y los meten presos. Te sientes intimidada. Entonces, al no tener nosotros ese amparo de la Ley de Extranjería…”, reflexiona Karla. “A mi criterio, si un extranjero puede demostrar que es productivo y que no le va a quitar el trabajo a ningún español o a ninguna española, ¿por qué Extranjería no puede hacer una enmienda y concederle a esa persona el permiso de trabajo? Porque aquí dicen que no hay trabajo y es cierto, el trabajo no está como que vas a salir a la calle y lo vas a encontrar. Pero si buscas, a las dos o tres semanas lo encuentras y te lo digo yo con conocimiento de causa. Solamente está en querer hacer el trabajo que se ofrece y muchos no quieren estar al cuidado de mayores, de niños, no quieren limpiar. Que no es fácil, pero nosotros tenemos una meta clara y no tenemos a nadie que nos pueda acoger. Y, sencillamente, si no trabajamos, no comemos y no tenemos para vivir, y la necesidad nos obliga a aceptar lo que sea. Y en condiciones tremendas”, insiste.

Reyna, nicaragüense de 31 años, tuvo que lanzar un crowdfunding, en colaboración con otras organizaciones en Euskadi, para poder hacer frente a la situación de desamparo en pandemia. Trabajadora social, en septiembre hace tres años que llegó a España. Su madre, que tiene 53, viajó seis meses antes por la imposibilidad de sostener a su familia: trabajaba por un salario que no llegaba ni a la tercera parte de la canasta básica –la cantidad mínima para cubrir las necesidades de un hogar–. “A mí me cerraron todas las puertas laborales porque firmé en contra del Canal Interoceánico”, un proyecto faraónico, con años de historia, que intentó reflotar sin éxito el presidente Daniel Ortega. “Nunca pensé que al llegar aquí me iba a costar un año encontrar un trabajo, precario. No sabía cuál era la realidad”. Su primer trabajo fue en una casa de seis miembros, ocho horas, por un suelo de 700 euros, también inferior, como en el caso de su madre allá, al salario mínimo de acá, de España.

A Reyna la despidieron de su trabajo el 15 de abril, un mes justo después del inicio del estado de alarma por la pandemia. “Me despidieron alegando que no sabían qué iba a pasar, me pagaron lo que quisieron. Los iba a demandar, pero era cansado, no había garantías”. Su madre también se quedó sin trabajo. Y ahí surgió, en el grupo en el que se han organizado, Feministas por Nicaragua Euskal Herria, la idea del crowdfunding. Consiguieron entre los grupos que participaron –Mujeres con Voz, Mujeres Tejiendo Red, Trabajadoras No Domesticadas, en colaboración con Fondo de Mujeres Calala, Pikara Magazine y Sortzen Consultoría– unos 18.000 euros. “Nosotras ayudamos a unas 30 mujeres con pequeños bonos porque las ayudas que había lanzado el Gobierno no eran para nosotras, sobre todo las que estábamos en situación irregular. Porque había que cotizar, un montón de requisitos que nosotras no teníamos. Y la solidaridad entre nosotras. Amigas que estaban mejor que nosotras nos ayudaban con la compra y cosas así”, explica. El 1 de noviembre ha comenzado un nuevo trabajo en una casa, donde cuida a una bebé.

Reyna habla muy rápido, como si quisiera que el tiempo transcurriera a la velocidad de la luz. “Aquí no tengo derecho ni a vivienda digna. No tengo tarjeta sanitaria. En el médico me han tratado fatal. Y con la situación política en Nicaragua me toca quedarme aquí. No veo la manera de que pasen esos benditos tres años por esa dichosa ley de extranjería, que es la peor de las violencias que podemos tener las migrantes. Tampoco puedes estudiar porque, uno, es carísimo, y dos, como estoy en situación irregular, tampoco tengo derecho a nada. Es una superdesigualdad increíble”. Literalmente, Reyna asegura sentirse encerrada. El día de la entrevista le acababan de denegar el asilo a su hermano, que también viajó a España. Tiene 15 días para abandonar el país. “Es una pesadilla, ahora no podemos ni volver por el COVID”. Y desde el COVID, además, no pueden mandar remesas. “30 o 40 dólares, pequeños envíos por si a mi hermano que sigue allí le cortan la luz. Pero mayor envío no. Ni hemos podido concretar metas que traíamos como casas, negocios y tal. Yo he solicitado el arraigo social el 1 de octubre. Con la esperanza de que mi situación migratoria cambie y poder optar a otro empleo, con mejor salario”, aclara.

Son mujeres que quieren prosperar y no pueden. Como le ocurre también a Lourdes, hondureña de 27 años. Ella llegó a España con 19, sin saber absolutamente “naaaaada”, así, con muchas aes en su dicción, con apenas 300 euros en el bolsillo. En un taxi le cobraron 100. Quiso estudiar Derecho en su país, pero su madre no pudo costearlo. “No tengo padre, me crié con mi abuela. Honduras no es país para vivir. La luz y la comida es más cara allí que aquí. Nos mataron a un primo que era periodista, y en la Corte no hay un expediente, ni juicio”, asegura.

En España ya ha estudiado un módulo de educación infantil –una opción bastante parada ahora por la pandemia– y está ahora estudiando primero de Derecho por la UNED mientras trabaja como empleada del hogar. Vive en Madrid. Tiene estabilidad y la tratan bien. Pero –y volvemos al principio– no entiende cómo en España, en España, ese país del primer mundo al que un día decidió migrar, discrimina a las trabajadoras del hogar: “Por más empleada de hogar que seas, todos los trabajos son dignos, requieren un trato justo y un salario justo. No es normal que en un país que es el primer mundo no tengamos derecho a paro”. Y lanza, también, una reflexión sobre el otro lado del océano: de su trabajo se está beneficiando el mismo gobierno que la expulsó, pero no puede dejar a su familia de allá tirada.

“Las remesas son las que sostienen a esos países realmente. Cogen los gobiernos de los países de origen y los de acá reciben sus impuestos. Pero es que si no envías, la gente de tu familia no come, ni se pueden pagar tratamientos médicos”, denuncia Rafaela Pimentel. En la Red Estatal de Trabajadoras del Hogar también tuvieron que crear una caja de resistencia: “Porque sí, muchas ayudas, pero a ver quién es la guapa o el guapo que le dice al casero que no va poder pagar la luz”. Por eso, las redes, la autoorganización, ha sido vital para sobrevivir durante muchos años, pero mucho más en pandemia. “Como organización, hemos hablado con los caseros y, así, a muchas compañeras no las sacaron de los pisos o de sus habitaciones. O a sus propios compañeros si ellas estaban internas. Ha sido terrible sostener todo eso. Pero ha sido muy importante sostenernos”, añade Rafaela. Durante todos estos meses han formado a promotoras de salud, están acompañando a muchas mujeres a interponer denuncias, en los ambulatorios… El sostén, siempre el sostén.

Y también están para sonreír. “La alegría es fundamental. Nos mandamos canciones, audios, vídeos”. Porque a ellas la pandemia también les ha arrebatado vidas. Vanessa, por ejemplo, perdió en agosto a su abuelito.

Fuente: https://desinformemonos.org/expulsadas-de-sus-paises-esclavizadas-en-espana/

Imágenes: Álvaro Minguito/La Marea

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Entrevista a Oscar Reina (portavoz del SAT): “Por mucho que las personas de Andalucía queramos trabajo, libertad y dignidad, esas serán imposibles sin soberanía”

Por: Sare Antifaxista

“La pandemia ha venido no solo a afectarnos en términos de salud, sino que está sirviendo como excusa al sistema capitalista y a sus voraces intereses empresariales para ‘dar una vuelta de tuerca’  más en los abusos laborales”.

“La causa jornalera es la causa de Andalucía, Andalucía es la causa jornalera”.

“Ahora hay otra vuelta de tuerca más en el Gobierno andaluz, el fascismo sin careta, también corrupto y además filofranquista, no tiene ningún tapujo en seguir haciendo negocio de lo público, como sus antecesores, […] pero yendo directamente contra cualquier anhelo democrático”.

Juanjo Basterra, kazetaria eta m. soziala * E.H.

Óscar Reina, portavoz Nacional del Sindicato Andaluz de Trabajadoras y Trabajadoras (SAT), está al pie del cañón en la defensa de las personas oprimidas y explotadas de Andalucía. Muy activo en el apoyo a Pablo Hasél y en la lucha de otros pueblos del Estado español para conseguir la independencia. En los 11 meses desde que comenzó la pandemia, el SAT ha redoblado esfuerzos, “poniendo hasta la fecha cerca de 1.000 denuncias a lo largo y ancho de toda Andalucía, por abusos sistemáticos de derechos laborales y fundamentales en la mayoría de sectores productivos”. A su juicio, “la causa jornalera es la causa de Andalucía, Andalucía es la causa jornalera” y a renglón seguido añade que “por mucho que las personas de Andalucía queramos trabajo, libertad y dignidad, esas serán imposibles sin soberanía”.

Antes de nada, ¿en qué situación se encuentra el SAT por las multas, militantes, etc? ¿La pandemia del COVID-19 en qué os está afectando?

Actualmente seguimos siendo el sindicato más represaliado de toda Europa, cerca de 1 millón de euros nos piden en multas, más de 600 de nuestr@s militantes han sido procesad@s, cerca de 400 años de petición de cárcel en nuestro conjunto, donde cabe reseñar que nuestro compañero Francisco Molero continua en prisión por su activismo político y sindical, en mayo cumplirá 3 años entre rejas por defender una Democracia Real, en una Andalucía libre y digna, como antes también sufrió nuestro compañero Andrés Bódalo. No son casos aislados, las detenciones continúan contra dirigentes sindicales, como es mi caso, que he sido detenido en 7 ocasiones, pero también, contra una larga lista de compañer@s, la más reciente, la detención de nuestra compañera Dolores, durante la ocupación de la sede de Endesa que comentaremos más adelante.

Mientras tanto la pandemia ha venido no solo a afectarnos en términos de salud, sino que está sirviendo como excusa al sistema capitalista y a sus voraces intereses empresariales para “dar una vuelta de tuerca” más en los abusos laborales. Concretamente en los 11 meses desde que comenzó esta pesadilla, desde el SAT hemos tenido que redoblar esfuerzos, poniendo hasta la fecha cerca de 1.000 denuncias a lo largo y ancho de toda Andalucía, por abusos sistemáticos de derechos laborales y fundamentales en la mayoría de sectores productivos.

Andalucía, tierra rica, sin embargo concentra los niveles de pobreza y desempleo más altos del Estado español. ¿Qué ocurre? ¿Os están esquilmando la riqueza del pueblo?

Andalucía es una tierra rica habitada por una gran mayoría de personas pobres, empobrecidas, por un sistema de producción al que solo le ha interesado nuestros recursos y servirse de nuestra fuerza de trabajo como mano de obra barata. Esta no es una situación nueva, ni extraordinaria, sino que se viene prolongando década tras década sin importar el gobierno que por aquí pase, sin que ninguno de ellos haya tenido la voluntad de revertir esta situación.

¿Por qué, si sabemos que el capitalismo solo genera desigualdad y concentración de riqueza en pocas manos, los gobiernos de Andalucía o Madrid, en este caso, se apoyan en estos neoliberales en vez de en el Pueblo?

Porque hay una complicidad manifiesta sostenida en el tiempo, sin importar el color político hasta la fecha, para perpetuar este sistema de intereses. Hay una oligarquía minoritaria que para perpetuar e incrementar su riqueza, necesita prolongar en el tiempo la pobreza de una mayoría proletaria y desgraciada que no entiende ni comprende en muchas ocasiones el porqué de su situación. El sistema capitalista necesita devorar, consumir todo, ambiental, ficticio y humano con tal de seguir generando beneficios. No le importa absolutamente nada ni la vida, ni mucho menos los Derechos Humanos, y lo viene demostrando a lo largo de la Historia. Es un sistema condenado a la extinción, lo que está por ver es si seremos capaces de superarlo con nuestra lucha, desobediencia y acción directa (nosotr@s confiamos en que sí, por eso asumimos las consecuencias y con toda la contundencia de nuestra responsabilidad seguimos dando la batalla)o si nos extinguiremos con el mismo. Eso dependerá del compromiso y la implicación de la mayoría que sufrimos de su barbarie tomemos conciencia de que es un problema que hay que solucionar con urgencia, más pronto que tarde.

La tierra para quien la trabaja, pero en Andalucía hay mucha tierra en pocas manos. ¿Vais a continuar con las iniciativas de ocupación de tierras inutilizadas para el bien común de los andaluces?

Por supuesto, cueste lo que cueste, venga lo que venga, asumiendo todas las consecuencias. Como venimos denunciando, no podemos consentir que el 50% de la tierra cultivables siga en manos del 2% de los propietarios. Hace falta una Reforma Agraria, que libere nuestra sociedad, que rompa las cadenas, que revierta el actual sistema de producción que nos ha traído hasta aquí, que genere mano de obra en el sector primario, con la siembra y recolección, pero también en el secundario con la manufactura en el tejido productivo de la industria sostenible y en el terciario con la venta de cercanía y exportación, que deje la plusvalía en manos del Pueblo Andaluz.

A una crisis, le sigue otra y, cada vez, los períodos parece que se acortan más, ¿qué se debería de hacer que no se hace en Andalucía y el Estado español para que deje de ocurrir que quienes sacan tajada (se benefician) de la crisis siempre sean los que más poderosos?

Definitivamente hay que acabar con el Sistema Capitalista de Producción, por un Sistema Comunista, que defienda los Derechos Humanos y que ponga los servicios públicos y todos los medios de producción al servicio del pueblo, que es quien los pone en marcha y los trabaja.

En este sentido, el Gobierno español del PSOE y Unidas Podemos basa su salida en la ayuda multimillonaria que llegará de la UE que, por otra parte, es dinero que ponemos, sobre todo, los ciudadanos, pero a cambio tiene en cartera 120 reformas, ¿nos la van a volver a jugar como con las reformas laborales, desahucios, etc?

Si no estamos alerta, da igual quien gobierne, los cambios siempre vinieron desde abajo y a la izquierda. Si no nos movilizamos seguro que volveremos a pagar la crisis con una nueva estafa contra nuestros Derechos. El “lobbie” económico, que es el poder real y nuestro verdadero enemigo, no deja de presionar a los gobiernos, si el pueblo no nos tomamos la batalla en los mismos términos, asistiremos a muchos recortes y a pocos cumplimientos de Derechos Fundamentales.

Hay diferencia entre los gobiernos del PSOE, que han estado al frente de la Junta de Andalucía durante varias décadas, y el actual con apoyo de los fascistas?

En Andalucía seguramente hemos sufrido al peor y más corrupto de todos los “PSOEs” existentes, que entendió a esta tierra como su cortijo, utilizándola como fábrica de enchufismo, como nicho electoral, intentando comprar voluntades para perpetuarse en el poder. Ahora hay otra vuelta de tuerca más, el fascismo sin careta, también corrupto y además filofranquista, no tiene ningún tapujo en seguir haciendo negocio de lo público, como sus antecesores, pero añadiendo cualquier sentido libertario, cualquier identidad de nuestro Pueblo Andaluz, yendo directamente contra cualquier anhelo democrático. Igualmente, antes y ahora estuvimos de frente y en pie much@s a los que ni pudieron ni podrán doblar ni domesticar. Les daremos batalla.

Oímos SAT y lo relacionamos con los jornaleros y jornaleras, con el campo, con la ocupación de tierras incluso supermercados, pero últimamente también protagonizáis luchas obreras en empresas (Alestis), etc. ¿Ha cambiado la filosofía, los objetivos del sindicato o os habéis acomodado a estos nuevos tiempos difíciles para quienes estamos abajo, pisando barro?

Hemos asistido a una “jornalerización” de todos los sectores laborales, ya no solo hay jornaler@s en el campo, también l@s hay en la hostelería, en la construcción, en la prensa, en la sanidad e incluso en la educación, contratos por días y horas así lo confirman. Ahora más que nunca podemos afirmar categóricamente que “la causa jornalera es la causa de Andalucía, Andalucía es la causa jornalera”. Con estos argumentos extender nuestra lucha y acción directa a otros sectores es una obligación sindical, política y social.

En este sentido, el SAT ocupó pacíficamente la sede central de Endesa en Sevilla alto coste energía y la pobreza energética. ¿Hace falta nacionalizar las eléctricas, los bancos, las farmacéuticas?

Por supuesto, hay que caminar en ese sentido, y obligar con nuestra movilización, con nuestra conquista en las calles a que los distintos gobiernos no tengan más remedio que hacerlo.

¿Se puede lograr la Independencia de Andalucía? ¿Qué se debe hacer? ¿Os habéis marcado un camino, unas etapas para avanzar hacia la Independencia?

No será fácil, pero hay que continuar en ese camino. Por mucho que las personas de Andalucía queramos trabajo, libertad y dignidad, esas serán imposibles sin soberanía, es decir, sin capacidad de decidir sobre nuestros recursos y sobre todo lo que nos afecta, pues no nos lo va a permitir ni el estado español, monárquico y fascista, ni la actual Unión Europea, ambos regímenes mercantiles capitalista necesitan de nuestra subalternidad en todos los sentidos para seguir acrecentando sus beneficios. En ese camino estamos, historia tenemos, una cultura legendaria, una identidad por tesoro, y motivos hay de sobra como para luchar por ello.

Fuente: https://sareantifaxista.blogspot.com/2021/02/oscar-reina-portavoz-del-sat-por-mucho.html

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Nuestras vidas (se/nos) consumen

Por: Daniel Seixo

El día ha sido largo. El trabajo es una absoluta locura y desde que esta maldita pandemia ha asolado a la humanidad, todo ha cambiado de forma precipitada confundiendo y revolviendo nuestra realidad común. Son ya ocho, nueve, quizás diez horas las que hoy has pasado delante del ordenador en una habitación minúscula alquilada a cada año que pasa un poco más lejos del centro de la ciudad, un poco más apartado de lo que fue tu vida, tu barrio, las ilusiones propias de un joven que se quería comer el mundo y ha terminado devorado sin piedad por la sociedad. Realmente ya no sabes si Néstor y Ana, tus nuevos compañeros de piso, son personas que valga la pena conocer o no, tu interrelación con ellos no ha pasado en esta ocasión de un par de cervezas compartidas los primeros días, charlas acerca de las tareas comunes en este piso al que solo un irremediable optimista o un cretino podría llamar hogar y las típicas discusiones acerca de los gastos y la pesadumbre que cada inicio de mes viene acompañada con numerosas facturas que pagar puntualmente si no quieres arriesgarte al vértigo del fracaso y la pobreza.

Realmente sabes bien que no es propio del ser humano reducir tu socialización a esos parámetros, pero tras interminables mudanzas y sus posteriores decepciones inevitables cuando el sueldo recorta tus posibilidades de vida, tras el baile de compañeros de habitáculo que hace que cueste demasiado intentar ganarte la confianza o considerar amigos a personas a las que ahora apenas ves cuando entras y sales del portal o a las que intuyes por sus ruidos alguna noche, la apatía ha terminado ganando terreno a la humanidad. Por ello, sentado ante el ordenador reflexionas acerca de como todo esto comenzó mucho antes de que el virus hiciese acto de presencia, puede finalmente el Covid simplemente sea un síntoma de la verdadera enfermedad capitalista, un aviso, una última oportunidad… Se te está yendo la pinza, es eso. Te levantas, sales al salón y tras lavarte la cara con agua fría y comprobar tus ojeras frente al televisor, piensas en que quizás necesites comer algo, olvidar la presión del curro para que entregues cada vez mejores resutlados en menos tiempo y la sensación de que quizás seas el siguiente de tus amigos en pasar a engrosar la lista del paro. Todos han caído uno por uno, todos han visto como sus carreras, sus másteres, sus academias de idiomas y toda la mierda que nos vendieron como un éxito asegurado, no son más que una delicada rama a la que agarrarse mientras el suelo se deshace bajo nuestros pies. Solo los niños de papa tiene el futuro asegurado, solo la herencia de una clase social privilegiada puede aportar tranquilidad a un mundo demasiado líquido, demasiado inestable, demasiado desigual.

Hace mucho que no follas, hace mucho que no sales, hace mucho que no sientes, que no vives, que no eres realmente feliz, si es que alguna vez has llegado a serlo… Pero te han dicho que eso es lo adecuado, lo moderno, lo cool, navegar por una indefinición constante, “surfear la vida” e inventarte mil excusas oportunamente esgrimidas cada vez que acudes a un garito demasiado extraño y demasiado caro en el que nadie te entra diciendo que es fontanera, electricista o secretario, todos sus trabajos contienen mucha creatividad aderezada con anglicismos que esconden la profunda precariedad y tristeza de nuestras vidas. Sexo rápido, empleos rápidos, alineación instantánea y comida basura eficazmente puesta a nuestro servicio con una simple Aplicación electrónica. Sabes que es una mierda, una vía rápida para la explotación laboral y que algún otro pringado como tú a estas horas estará recorriendo la ciudad a toda pastilla para entregar una caja de condones a un par de críos que se han conocido por Tinder, la cesta de la compra a una anciana cuya interacción social se reducirá a esos escasos segundos de contacto visual con algún repartidor o una hamburguesa pasada, repleta de colesterol y demasiado cara destinada a ser engullida en soledad por algún fracasado. Ese es tu papel, un actor secundario en esta cadena de consumo sexual, social y alimenticio.

Hubo un tiempo en el que te consideraste un joven sofisticado, concienciado y comprometido con la sociedad, un simpatizante o incluso activista de izquierdas, por aquel entonces ni se te pasaría por la cabeza participar de esta clara máquina de explotación capitalista que fomenta la esclavitud moderna encadenando a un trabajo precario a miles de riders sin apenas derechos, por aquel entonces te calzarías las deportivas, un pantalón viejo, pero que te hacía sentirte cómodo, y saldrías a la calle a tomar algo y cenar a base de tapas. Quizás conocerías a alguna persona interesante, terminarías en un pub del centro y posteriormente camino a un after o a una casa de una desconocida a la que llamarías al día siguiente para continuar la charla acerca de los cambios sociales o literarios que ambos considerabais imprescindibles la noche anterior. Puede que todo eso se haya ido a la mierda con la pandemia o simplemente puede que ya estuviese muerto antes, la lluvia, la nevera vacía, el menú con patatas y bebida o mil excusas oportunamente desplegadas ante nuestros ojos a las que agarrarnos, para no admitir que el trabajo te está matando, para no gritar que no soportas a tu jefe y que no es que no lo soportes por sus exigencias y su pedantería, no solo por eso al menos, no lo soportas porque ese maldito cretino te está chupando la sangre sin ser otra cosa que un alienado más en esta cadena, un pobre diablo que solo obedece órdenes para poder comprarse el nuevo modelo de Audi y quizás irse de putas algún fin de semana con los jefes de las demás secciones. Vamos, nadie en este maldito edificio tiene tiempo para una familia, nuestra vida se basa en el consumo, en fomentar el consumo de otros peones del tablero, en consumir nuestro talento en un trabajo repetitivo y mal pagado, en consumir nuestro tiempo, nuestra vida, otros cuerpos, comida basura, el planeta… Todo se reduce ya únicamente al consumo.

La comida está tardando demasiado, enciendes la televisión y las cifras de muertos y contagiados bailan ante tu presencia en la pantalla, una fiesta de jóvenes adinerados, un alcalde que se vacuna saltándose su turno, burlas por la eficacia de la vacuna rusa en un nuevo capítulo de la guerra fría, acciones de alguna farmacéutica que suben ante el anuncio de su poco aprecio por la ciencia o la salud humana, mentiras del gobierno, mentiras de la oposición y un repartidor de Deliveroo que esa noche sin embargo llevaba un cajetín de Glovo y que ha perdido la vida al estrellar su moto contra un camión de basura mientras llevaba una hamburguesa pasada, repleta de colesterol y demasiado cara destinada a ser engullida en soledad por algún «fracasado». Ese ha sido su papel, el de un actor secundario en esta cadena de consumo sexual, social y alimenticio que termina en el frío asfalto de la capital mientras la vida sigue, mientras las compañías buscan a un sustituto y se desentienden rápidamente de la responsabilidad por el accidente. Mientas el ministerio le da vueltas a una problemática laboral que está muy clara, pero que nos quieren hacer creer que realmente es compleja. Mientras la esclavitud vuelve, mientras el ejército industrial de reserva crece y la rabia aumenta, mientras tú esperas tu hamburguesa y un enfermero jubilado intenta reanimar sin éxito durante más de 30 minutos a un trabajar 48 años que se suma hoy a las víctimas de la pandemia capitalista. Esa es hoy nuestra sociedad, demasiado rápida, demasiado distópica y muy poco humana.

Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/nuestras-vidas-se-nos-consumen/

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