Por: Jaume Carbonell
Tres libros nos alertan de la magnitud de la crisis ambiental, con nuevas propuestas a favor del desarrollo sostenible.
Mi amigo Francesc Bailon, autor de “Los inuit. Cazadores del Gran Norte” (Nova Casa Editorial, 2015. www.antropologiainuit.com) y uno de las más reputados especialistas de la cultura inuit, viaje al menos un par o tres veces por año a Groenlandia. A su regreso suele enseñar fotografías donde se muestra, en cada ocasión, el progresivo deshielo: en los últimos veinte años ha aumentado tres grados la temperatura del aire. Todo ello provoca pérdida de biodiversidad, inseguridad alimentaria y diversos años estructurales. Aquí como en otras muchas zonas del planeta -como atestiguan rigurosos observatorios e investigaciones- es harto perceptible el cambio climático y su efectos sobre el calentamiento global, la progresiva desertización, las migraciones y otras consecuencias que pueden derivar en un desastre planetario irremediable. A pesar de ello sigue instalado en algunos de los países más poderosos el discurso de que el cambio climático es un fraude sin base científica, por lo que proponen acrecentar el imperio de los combustibles sólidos y acabar con los planes de energías limpias y otras protecciones ambientales.
El Worldwatch Institute en su último informe sobre la situación del mundo Educación ecosocial (Icaria/FUHEM ecosocial, 2017), se propone desmontar lo que consideran una ignorancia ecológica mediante una intensa educación desde la escuela. La llamada ecoeducación supone un vuelco a la enseñanza memorística tradicional y una apuesta por un aprendizaje dependiente de la Tierra, más crítico, creativo y participativo: “Los alumnos aprenden activamente, trabajando en proyectos colaborativos, recibiendo orientación de los expertos locales y presentando sus conclusiones a la comunidad. Ello les permite no solo aprender, sino internalizar profundamente los desafíos -y las soluciones- a la crisis de sostenibilidad a la que se enfrentan”.
El foco se coloca en la custodia del medio ambiente y en la justicia ambiental y social. Y el aprendizaje se sustenta en el enfoque sistémico y transdisciplinar, pues la comprensión de la crisis ecológica y del desarrollo sostenible interpela a diversos actores y saberes. El propósito es poder explicar el mundo no como una serie de acontecimientos aislados, sino como una estructura interconectada y fecunda. Porque como dice el proverbio: “El todo es más que la suma de las partes”. En este sentido, el currículo ecosocial se visualiza en todos los contenidos, actividades y espacios del centro: desde el proyecto educativo al aula; desde los espacios interiores al huerto y al bosque; y desde la cocina al comedor. Así, se cuestiona el despilfarro sistema agroalimentario industrial y se rescatan experiencias de alimentación justa, sana y sostenible tanto en el ámbito de la educación formal como no formal, entre ellas la de movimientos campesinos tan emblemáticos como los zapatistas en México y el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST).
Precisamente sobre este ámbito de la alimentación escolar, acaba de aparecer otra novedad bibliográfica Agroecología escolar, de Germán Llerena y Mariona Espinet (Pol-len 2017), impulsores del grupo de Sant Cugat en torno a la educación para la sostenibilidad a lo largo de toda la vida (agroecologiaescolar.worpress.com), una de las iniciativas pioneras en este nuevo campo, conformada por docentes, educadoras, investigadoras y administración. También en este caso el pensamiento sistémico se articula con la reflexión ética, lo natural con lo social y la equidad socio-ecológica con la justicia climática.
Quizás el rasgo más singular de la agroecología escolar sea la participación democrática de la ciudadanía en la toma de decisiones en torno a la alimentación: en la escuela -en las prácticas en el huerto, la cocina y el comedor- y en el territorio. Los autores definen la agroecología como una transdisciplina pluriepistemológica, donde diversas disciplinas de las ciencias experimentales y sociales dialogan con los saberes campesinos e indígenas. Dentro de esta perspectiva adquieren un especial protagonismo la economía ecológica, la soberanía alimentaria, el empoderamiento del campesinado, la perspectiva de género y los límites biofísicos del planeta. Es evidente que la agroecología adquiere una intensa dimensión política, al partir de la praxis del campesinado, de los movimientos sociales y de otros actores comunitarios, los cuales “promueven a lo largo de todo el sistema transformaciones en la manera de consumir, producir, cocinar o comercializar, y se oponen activamente a la mercantilización del alimento o a su concepción como mercancía en el seno de la OMC (Organización Mundial del Comercio”.
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/pedagogiasxxi/2018/02/28/los-nuevos-retos-la-ecologia-escolar/