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Amar más, amar mejor

Coral Herrera Gómez

El amor en la posmodernidad se ha convertido en una utopía emocional de corte individualista que nos ofrece paraísos personalizados, hechos a nuestra medida. Hoy, bajo el lema del “sálvese quien pueda”, cada cual busca la solución a sus problemas: el romanticismo posmoderno nos seduce con la idea de que el amor nos salvará. De la soledad, de la pobreza, de la rutina, del aburrimiento, de nosotros mismos…

El Romanticismo surgió paralelamente al nacimiento de la burguesía y sus valores individualistas. Sublimó el mundo de los sentimientos y las emociones, y mitificó el amor como la quintaesencia de la felicidad. Las principales consumidoras de las historias de amor fueron las mujeres de clase media y alta, que comenzaron a rechazar los matrimonios concertados y su condición de objeto de intercambio entre las familias. Para muchas de ellas, el amor romántico se convirtió en una vía para liberarse del control y la vigilancia a la que vivían sometidas en casa de sus padres, por eso las jóvenes se rebelaron contra la ley del pater y reivindicaron su derecho a elegir libremente a la persona con la que compartirían su vida.

A finales del siglos XIX, los finales felices se pusieron de moda: el mito del matrimonio por amor sedujo a miles de mujeres, y el rito nupcial se convirtió en el evento social más importante: las bodas pasaron a ser el símbolo de la culminación del amor. Ya en el siglo XX, la industria cinematográfica de Hollywood nos regaló cientos de finales felices en los que las mujeres se salvaban gracias al amor.

La globalización expandió este modelo romántico por todo el planeta: Disney es un ejemplo de esta industria romántica que nos sedujo (y nos sigue seduciendo) con las historias de muchachas tristes y pobres que son rescatadas por príncipes azules. Un ejemplo es Cenicienta, que estaba harta de limpiar la chimenea y de los trabajos forzados a los que le sometía su madrastra, o Blancanieves, que también estaba harta de cocinar y limpiar para los siete enanitos… a ambas les salvó el amor.

La televisión también nos ofrece finales felices de princesas y príncipes europeos de carne y hueso, cuyas bodas son vistas en todo el planeta por millones de personas. En nuestro país, la Reina Letizia es la encarnación de este mito romántico: ella era una periodista y gracias a su matrimonio con Felipe, se salvó del desempleo que ha dejado a miles de mujeres periodistas sin trabajo y se convirtió en Princesa de Asturias.

En todos los cuentos que nos cuentan, se idealiza a la pareja como la salvación: para salir de situaciones precarias o difíciles, para salir de la casa familiar, para evitar la soledad, para escapar de una realidad que no nos gusta, para asegurarnos una fuente de recursos estable, para alcanzar la felicidad eterna. Sin embargo, las promesas del amor son solo eso: promesas. Cuanto más mitificamos el romanticismo, más duro es el choque con la realidad: los habitantes de la posmodernidad vivimos inmersos en profundas contradicciones que nos hacen sufrir mucho y que condicionan enormemente nuestras formas de relacionarnos.

Necesitamos sentirnos libres y amamos nuestras independencia, pero también necesitamos compañía y afectos. Huimos de la soledad, pero defendemos a capa y espada nuestros espacios y tiempos para desarrollar nuestros proyectos personales. Nos gustaría encontrar a nuestra media naranja y ser felices para siempre, pero cuando todo va bien, nos aburrimos. Nos casamos y nos divorciamos, nos ilusionamos y nos decepcionamos, renegamos del romanticismo hasta que volvemos a enamorarnos de nuevo, y así hasta el infinito.

Otra contradicción del romanticismo posmoderno radica en la igualdad: queremos tener relaciones bonitas, equilibradas, y duraderas, pero todas ellas están atravesadas por las normas no escritas del capitalismo y el patriarcado. Anhelamos tener compañeros y compañeras con los que compartir la vida, pero construimos nuestras relaciones bajo estructuras de dependencia mutua.

Pensamos en el amor desde la libertad, pero seguimos considerándonos dueños de las personas a las que amamos. La exclusividad y la propiedad privada limitan nuestra libertad para amar, pero generalmente limitan más a las mujeres que a los hombres. Nos juramos fidelidad en las bodas, pero los moteles están llenos de parejas de adúlteros escapando de los sinsabores del matrimonio.

Las sociedades posmodernas han experimentado grandes avances en el camino hacia la igualdad a través de leyes que protegen los derechos y libertades de las mujeres, pero seguimos inmersas en estructuras emocionales patriarcales. Nuestras democracias nos hacen creer que todos somos iguales, pero muchos hombres siguen aún aferrados a sus privilegios de género y a la doble moral que les absuelve de sus “pecados”. Algunas mujeres nos creemos muy modernas y transgresoras, pero nos seguimos casando vestidas de princesas medievales.

Muchas mujeres abrazamos las tesis del feminismo, pero en nuestras parejas seguimos reproduciendo la división tradicional de roles y cargamos con todo o casi todo el trabajo doméstico, de cuido y crianza, y lo hacemos “por amor”. Para la gran mayoría de las mujeres del planeta, la autonomía económica sigue siendo una utopía aún más inalcanzable que un matrimonio feliz. El poder económico sigue estando en manos de los hombres, lo que sigue fomentando la construcción de relaciones basadas en el interés y la necesidad. La dependencia económica, además, suele ir unida a la dependencia emocional: nos han enseñado que la feminidad y la capacidad de amar son sinónimos, y no parecemos mujeres de verdad si no amamos total e incondicionalmente.

Las mujeres seguimos siendo representadas en la cultura como “buenas” o “malas”, “santas” o “putas”. Las primeras se casan, las segundas se quedan solas. Esta amenaza es lo que más nos angustia: la soltería femenina sigue estando estigmatizada y se contempla como una desgracia. Incluso para las mujeres que tienen autonomía económica, la gran amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas es la soledad. El divorcio se vive como un fracaso, el matrimonio como un éxito, y siempre de fondo, está la soledad que nos come si no encontramos pareja. Y si la encontramos, también podemos sentirnos igual de solos y solas, especialmente cuando nos aislamos en niditos de amor para olvidarnos del mundo.

La necesidad de afecto nos limita para elegir libremente a alguien como pareja, pero también a la hora de romper una relación que no nos hace felices, de modo que no somos tan libres como quisiéramos. Perdemos la fe en el amor, pero buscamos compañía a cualquier precio.
Vivimos en una sociedad muy romántica, pero poco amorosa: hemos sustituido el calor humano del grupo por la búsqueda de esa persona única y especial que cubra todas nuestras necesidades afectivas. Lloramos de emoción en las bodas, pero la tasa de divorcios aumenta sin cesar.

Hemos perdido las redes de afecto y ayuda mutua, pero seguimos creyendo que el amor lo puede todo. Y en lugar de disfrutar de nuestro paraíso, nos dedicamos a sostener luchas de poder incesantes con nuestras parejas. Nos reconciliamos regalando rosas y bailando boleros a la luz de la luna, pero no dejamos de reproducir las guerras que se libran entre los pueblos en casa.

El reto de la posmodernidad sería poder superar todas estas contradicciones que nos hacen sufrir tanto, y aprender colectivamente a disfrutar más del amor. Para aprender, a querernos bien, nos urge repensar el amor, deconstruirlo, desmitificarlo y liberarlo de las opresiones del capitalismo y el patriarcado.

Tenemos que visibilizar la ideología hegemónica que se esconde detrás de la magia romántica, y comenzar a repensar el amor como una vía para mejorar nuestras vidas, pero no solo las nuestras: el amor puede ser un motor de transformación social o un mecanismo para que todo siga igual.

Podemos elegir seguir mitificando el amor egoísta e individualista que nos eleva a ratos por encima de este mundo, o construir un amor basado en el bien común que nos haga más felices a todos.
Es fundamental, pues, comenzar a trabajar en la creación de redes de afecto, y solidaridad. Tenemos que liberar al amor de estas estructuras obsoletas que perpetúan la desigualdad entre los sexos, y visibilizar la diversidad sexual y sentimental de nuestro mundo. Tenemos que liberar al amor romántico de los mitos, los roles y los estereotipos tradicionales, y de las contradicciones que nos impiden construir relaciones igualitarias.

El desafío es enorme, pero también apasionante: en esta época en la que buscamos desesperadamente la felicidad y el bienestar, el reto es que sea para todos. En el camino hacia la construcción de un mundo más amoroso, podríamos contarnos otros cuentos, inventarnos otros romanticismos, construir nuevas formas de querernos. Atrevernos, en fin, a probar otras formas de relacionarnos y organizarnos que nos permitan querernos más, y querernos mejor.

Que falta nos hace.

Fuente del articulo: http://haikita.blogspot.com/2015/05/amar-mas-amar-mejor-coral-herrera-en.html

Fuente de la imagen: https://pixabay.com/p-857728/?no_redirect

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Las mujeres, la guerra y la paz

Rubín Morro

Las mujeres siempre han estado en la lucha política y en las victorias de los pueblos por la emancipación, la justicia y libertad. Su presencia ha sido permanente en el protagonismo social, político, cultural y económico, aunque su reconocimiento y visibilización en esa gran labor ha sido opacada, incluso excluída del disfrute de las conquistas, por patrones patriarcales existentes.

Por el contrario continúnan en su vida cotidiana con el doble rol, la doble jornada laboral. Constituye ésta una de las facetas más excluyentes e impositivas que han llevado a la mujer a la más horrible explotación y discriminación.

Es un odioso y profundo lastre que hemos llevado los humanos por miles de años arrastrando como una pesada carga, es una enfermedad terminal que debemos combatir con una nueva concepción de la vida y de las relaciones entre las personas, sin importar nuestra condición de clase, raza, credo, sexo y otras realidades diversas de identidad.

Como si fuera poco, se les ha asignado específicamente la reproducción, los oficios domésticos, y en la vida laboral si debenga un salario está por debajo de lo que le pagan a los hombres por cumplir el mismo trabajo. Sin embargo a pesar de la existencia de normas legales para vincularla al proceso productivo, luego de hacerlo, terminan en responsabilidades secundarias, imponiéndose el hombre por encima de ella, exclusivamente por su condición masculina.

Las guerras convencionales y los conflictos internos, han hecho de las mujeres sus principales víctimas, han sido asesinadas, desplazadas, amenazadas, son miles las viudas y huérfanas; millones las que han padecido violencias de todas las maneras y tipos posibles.

En medio de semejante adversidad, las mujeres continúan construyendo sus sueños y anhelos, a través de sus luchas por la igualdad de género y social, por la conquista plena de sus derechos, por el reconocimiento como sujetos sociales y políticos. De ahí su protagonismo en el proceso de paz que se desarrolla en La Habana.

Porque es claro que en Colombia no habrá paz sin el concurso creador y masivo de la mujer, sin su participación activa. La inclusión de las mujeres en todas las etapas de construcción de la paz es un requisito esencial para el sostenimiento de la misma.

Un informe de la ONU, señala que en procesos de paz desde 1992 a la fecha, la participación de las mujeres ha sido baja, sin embargo, en estos procesos, la violencia sexual contra ellas ha sido referenciada en el debate. En la década de 1990, en la República de El Salvador en la Mesa de Negociación con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) las mujeres propusieron un plan de reparación.

En Irlanda del Norte, las mujeres aseguraron la participación de una representante en la Mesa de paz creada en 1997, al constituir una agrupación política de mujeres de distintos partidos que participó en la reconciliación y la reintegración de los presos políticos. En la República de Sudáfrica, a mediados de la década de 1990, la Comisión Nacional de la Mujer pidió que la mitad de los multipartidistas fueran mujeres, y logró que uno de cada dos representantes de cada partido también fuera una mujer, participantes en el proceso de negociación.

En la república de Guatemala, las mujeres influyeron de manera significativa en las conversaciones que condujeron al acuerdo de paz de 1996. En Asha Hagi Elmi constituyó el Sexto Clan de mujeres en la República de Somalia en las conversaciones de paz donde se había excluido a las mujeres. En Burundi, Las mujeres presentaron su lista de recomendaciones al facilitador de las negociaciones, Nelson Mandela, y más de la mitad de dichas propuestas quedaron recogidas en el acuerdo de paz.

Es apenas una muestra de los esfuerzos que han hecho las mujeres por alcanzar su espacio en la sociedad, por ser activas constructoras de paz.

El 26 de agosto de 2012, el Gobierno y las FARC-EP, firmaron un «Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”. Cabe recordar acá que los recientes procesos de paz llevado acabo en Colombia, las mujeres no han sido incluidas como debiera ser, sin embargo, en la Delegación de Paz de las FARC-EP, casi la mitad son mujeres y a instancias de la Mesa de Conversaciones en La Habana, se creó la Subcomisión de Género para darle un enfoque de género a los acuerdos, para interlocutar con representantes de organizaciones de mujeres, de las cuales hicieron presenica 16 lideresas y 2 representantes de la comunidad LGBTI. Las conclusiones de las tres audiencias realizadas, serán recogidas y tenidas en cuenta en los acuerdos pactados desde la perspectiva de género.

Definitivamente debemos todos y todas sin excepción, desarrollar una campaña de visibilización, reconocimiento del papel y los derechos de las mujeres, con medidas afirmativas temporales, mientras sea necesario, que permitan alcanzar la igualdad de género. Debe ser un compromiso de los hombres junto a ellas, avanzar en este necesario y urgente objetivo de vida y de esperanza para el futuro de la sociedad.

Fuente del articulo: http://mujerfariana.org/vision/315-las-mujeres-la-guerra-y-la-paz.html

Fuente de la imagen: https://www.todopuebla.com/blog_medias/photos/Mujeresdenegro.399914408.jpg

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Los Juegos Olímpicos entre el patriarcado y el elitismo

Por Ilka Oliva Corado

Los Juegos Olímpicos han sido elitistas desde sus inicios. ( Llamados Juegos Olímpicos de la Antigüedad desde 776 a. C., hasta 393 d. C) También fueron exclusivos para hombres, cosa que ha ido cambiando conforme van pasando los años y más mujeres incursionan en disciplinas que hace 120 (al inicio de los Juegos Olímpicos Modernos) años el mundo jamás hubiera imaginado. Rompiendo paradigmas el género femenino ha demostrado que no hay nada en el mundo que sea absoluto de un género (salvo parir) como el patriarcado pretende que lo memoricemos.

Derribar las murallas en lo deportivo ha sido un trabajo arduo para las pioneras que tuvieron que enfrentarse a todo tipo de rechazos y humillaciones, para que hoy sean tantas las mujeres que puedan participar y encontrar la realización en algo que a las ancestras les fue negado. No olivemos que en los Juegos Olímpicos de la Antigüedad las mujeres no podían participar siquiera como espectadoras mucho menos como protagonistas.

Sin embargo el trabajo por la equidad de género sigue siendo cuesta arriba, falta mucho para que la sociedad, el sistema y el mundo del deporte eliminen los patrones patriarcales y misóginos para darle espacio a una nueva humanidad: diversa y enriquecida por el respeto. Esto incluye también la participación de la comunidad LGBTI sin que sea insultada y discriminada desde los estereotipos y la misoginia.

Rechazados también en este tipo de competencias fueron los hombres que para el patriarcado mostraban debilidad física y mental. Fueron creados en exclusiva para el hombre con todas las características del macho alfa. Por esa razón era tan importante visibilizar a la mujer cuando las Olimpiadas regresaron a Atenas en el 2004. Quedará para la historia la imagen de aquella mujer vestida de blanco, como anfitriona de los Juegos Olímpicos, enviándole con esto un mensaje claro y directo al mundo patriarcal: la equidad de género nos engrandece como humanidad.

Los Juegos Olímpicos de París, conocidos también como la II Olimpiada, marcaron por primera vez la participación de las mujeres en tenis, golf y croquet (cabe destacar que son deportes elitistas también desde el estatus social, por la exclusividad de los recursos materiales y económicos para practicarlos. Con esto se sobreentiende que las participantes fueron mujeres de un estatus social probablemente burgués, pasarían muchos años para que la mujer de arrabal pudiera participar) hasta la fecha siguen siendo elitistas desde la clase social, no digamos el color de piel, la religión y lo cultural. No podemos engañarnos. Estamos derribando muros pero faltan muchos todavía.

Ubicándonos en Río 2016, hemos visto la forma en que Estados Unidos y sus aliados a través del Comité Olímpico Internacional ha politizado la participación de la delegación rusa, castigando a deportistas privándolos de participar, a consecuencia de las decisiones políticas de Putin. El antidoping es más político que otra cosa, tiene poco que ver con el espíritu del juego limpio.

Los Juegos Olímpicos de Río 2016 han hecho historia en la inauguración, por primera vez una persona transexual escolta a una delegación, tal fue el caso de la modelo Lea T, que pedaleaba un triciclo anunciando a la delegación de Brasil. Esto gracias a las políticas de inclusión de los gobiernos de Lula y Dilma al hacer realidad el Matrimonio Igualitario y revalidar los Derechos Humanos de la comunidad LGBTI. Ejemplo que deben seguir todos aquellos países con sistemas misóginos. El cambio es necesario y urgente.

Pronto vendrá el tiempo también en el que se caigan las telarañas de la cabeza de la sociedad mundial y sea común ver como protagonistas en justas deportivas de nivel internacional como los Juegos Olímpicos o Mundiales, a personas transexuales, porque tienen todo el derecho del mundo. No se les puede privar en nombre de religiones misóginas, estereotipos y normas patriarcales.

Hemos visto de todo en lo que va los de los Juegos Olímpicos, desde comentaristas deportivos que exigen que las gimnastas usen escotes más pronunciados, hasta titulares de periódicos en Estados Unidos, como el caso del Chicago Tribune, que invisibilizó a la atleta Cory Cogdell quién ganó medalla de bronce en tiro, cuando se refirió a ella como la esposa de un jugador de los Osos de Chicago. “Esposa de jugador de los Osos de Chicago gana medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Río”.

La vergüenza mundial tuvo que haber sido ver un equipo de refugiados participando, ¿A dónde hemos llegado como humanidad que tenemos el descaro de aceptar algo así? Con nuestra doble moral los aplaudimos, nos emocionamos, pero dejamos de ver la profundidad del mensaje que es la terrible situación de los refugiados alrededor del mundo, a causa de guerras impuestas por un grupo de políticos que nos manipulan a su antojo.

Lo personal es político, y se ha demostrado una y otra vez. La atleta brasileña Rafaela Silva, primera en ganar Oro para Brasil, nacida y crecida en la favela Ciudad de Dios (ajá, la de la película) pudo practicar deporte gracias a la Bolsa Atleta, proyecto impulsado por Lula. Mujer negra de arrabal que fue insultada y discriminada por su color en Londres 2012, le dio la gloria a Brasil en nombre las favelas que tanto odia Temer y la clase media brasileña. Rafaela tanto como Marta están con Dilma, por supuesto.

También hemos visto la forma en que la policía detiene y encarcela a cualquier persona que dentro de las instalaciones olímpicas donde se llevan a cabo los juegos, se manifieste en contra del gobierno golpista de Temer. Cosa que nunca sucedió con Lula y Dilma, dejaron que el pueblo se manifestara donde quisiera porque es su legítimo derecho.

La tristeza de las imágenes de niños de las favelas viendo la inauguración desde las afueras de la ciudad, porque para ellos no había entrada. Eso es en Brasil y en cualquier lugar del mundo. Los deportes tanto como las artes han sido exclusividad de una clase social y para el hombre blanco y patriarcal. Estamos derribando muros, hacen falta tantos.

Una sociedad que está más entusiasmada por la mención de Vogue a los uniformes de las delegaciones deportivas, que de la misma participación de los atletas y sus circunstancias y limitaciones impuestas por el Comité Olímpico de sus países para estar ahí. Tal es el caso del Comité Olímpico Guatemalteco que descontó salario a los atletas, pero eso sí, el personal administrativo con todo pagado y sus viáticos. La injusticia nos restriega en la cara sus andanzas y no hay forma que como sociedad reaccionemos.

La medalla de Oro en Judo que ganó la deportista Majlinda Kelmendi, para Kosovo. Un mensaje político en su totalidad cuando dedicó la medalla a la infancia de su país, que aún con consecuencia de una guerra atroz se atreve a soñar. No habrá nunca en la historia medallista de ningún país catalogado como potencia mundial que se le compare. La medalla ganada desde el sacrificio y la carencia siempre sabe a gloria, distinto es tener todos los recursos para lograrlo. No nos engañemos en nombre del amor al deporte.

Por eso es tan valiosa la participación de atletas de países en desarrollo porque fueron capaces de ganar plazas contra todo pronóstico. El solo estar ahí los hace ganadores sin necesidad de podio ni medalla. Eso nos debe recordar como sociedad que debemos elegir gobiernos que inviertan en políticas de desarrollo. En salud, deporte, educación, cultura. En infraestructura y en crear lazos que ayuden a reconstruir el tejido social de nuestros países fragmentados por el odio de unos cuántos.

El lema de Río 2016, es “un nuevo mundo” y no debemos dejar de lado el cambio climático del que todos tenemos culpa. Un nuevo mundo en integración, identidad, respeto, en sensibilidad. Un nuevo mundo que nos transforme de seres manipulados a partícipes de la realidad política y social de su entorno. Los Juegos Olímpicos siempre son el escenario perfecto por su visibilidad mediática, para que como seres políticos por naturaleza, pasemos de la pasividad a la acción. Son la ejemplificación de la magnitud de las mafias mundiales que corroen el deporte y la política. Del patriarcado, la misoginia y la discriminación de género. Son mejor exposición cultural que se puede dar en dos semanas de eventos, que si le ponemos atención nos escupe a la cara lo que somos como sociedad.

Lo imprescindible que es tener un sistema de educación que incluya a la actividad física y a las artes como médula espinal para el desarrollo integral de una sociedad sana, que no excluya por ninguna razón.

Y para terminar de lo más hermoso que ha sucedido en los Juegos Olímpicos es la declaración de amor de una voluntaria brasileña a su novia, seleccionada de rugby, para pedirle matrimonio. Hecho que quedó impreso para la historia de los Juegos Olímpicos en un país que en crisis política debido a un golpe traidor a la democracia, demuestra al mundo que en las políticas de inclusión el amor siempre triunfa. Y eso se lo debe Brasil a Dilma y a Lula, a nadie más. Es obligación del pueblo brasileño defender esos logros.

Como ven hay mucho de qué hablar en torno a los Juegos Olímpicos, desde el patriarcado, la religión, la política, la cultura y el mismo deporte. No guardemos silencio, no pretendamos no ver, no tengamos la hipocresía de ignorar la crisis humanitaria de los millones de refugiados alrededor del mundo y se nos llenen los ojos de lágrimas al ver desfilar a 10 de ellos en un evento por demás elitista. Que la atleta de Kosovo, las que están participando con su hijab puesto, las negras que han sido discriminadas, los atletas de la comunidad LGBTI, los deportistas que están participando desde el arrabal, sean nuestra motivación para crear sistemas incluyentes en nuestros países. No por los Juegos Olímpicos ni para que participen en ellos, sino para una vida sana, integral de niños felices que de adultos sean parte de una sociedad transformadora. Siempre, siempre, el deporte como las artes debe ser político, como todo en la vida.

Audio: https://soundcloud.com/ilka-oliva-corado/los-juegos-olimpicos-entre-el-patriarcado-y-el-elitismo

Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com/2016/08/09/los-juegos-olimpicos-entre-el-patriarcado-y-el-elitismo/

Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.com
09 de agosto de 2016, Estados Unidos.

Ilka Oliva Corado.
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Articulo enviado por su autora a la redacción de OVE

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No eres tú, es la estructura: desmontando la poliamoría feminista

Coral Herrera Gómez

A nivel teórico y discursivo estamos haciendo grandes rupturas sobre el modelo de amor romántico monógamo y lo tenemos muy claro; a nivel emocional, son muchos siglos de patriarcado los que tenemos encima.  El poliamor también genera mitos, finales felices, procesos enriquecedores, experiencias fascinantes, decepciones y frustraciones variadas.

La poliamoría feminista es una nueva utopía colectiva para las que soñamos con un mundo igualitario, feminista y diverso. En este mundo ideal, las mujeres no estaríamos divididas en dos grupos: las buenas (fieles y sumisas sin deseo sexual), y las malas (ninfómanas, promiscuas y libres). Todas tendríamos derecho a tener las relaciones que quisiéramos sin sentirnos culpables, sin rendir cuentas a nadie, sin que se desate el escándalo social, sin que nos insulten, nos discriminen, nos castiguen o nos maten por ello.

Además, tendríamos mucho más tiempo para amar, para disfrutar de la vida y los afectos, para investigar y construir relaciones diversas, con o sin sexo, con o sin romanticismo. En el mundo poliamoroso feminista ideal no nos avergonzaríamos de nuestros cuerpos, no existiría el pecado ni la culpa, y podríamos disfrutar de nuestra sexualidad y nuestros multiorgasmos sin ningún tipo de traumas ni complejos.

Construiríamos una especie de ética amorosa para evitar las guerras románticas y las luchas de poder, y aprenderíamos a juntarnos y separarnos con cariño. En este código el objetivo general sería cuidar a los demás y cuidarse a una misma, aprender a resolver los conflictos sin violencia, evitar el sufrimiento innecesario, y aprender a disfrutar del amor y de la vida.

Nuestra cultura está basada en el mito de que “cuando una quiere, una puede”, el mito del sueño norteamericano; podemos adelgazar si nos lo proponemos, podemos despatriarcalizarnos y evitar la monogamia si queremos

En un mundo de poliamoría feminista y queer no seríamos egoístas, celosas, ni posesivas, ni sufriríamos si nuestra pareja se enamora locamente de otra persona y necesita su espacio para disfrutar del colocón del enamoramiento. Podríamos llegar a ser, entonces, gente humilde y generosa que ama su libertad y la de los demás. Seríamos menos egocéntricas, pues no necesitaríamos sentirnos únicas ni especiales para alguien las veinticuatro horas del día. No aspiraríamos, como ahora, a ser el centro del Universo de la persona amada, pues en el mundo poliamoroso no hay centros, todo son redes interconectadas. Todos los afectos estarían en el mismo nivel, sin jerarquías: cada pareja se construiría desde la interacción y el presente, no habría amores clandestinos, y el amor no se encerraría en sí mismo, sino que fluiría libre, multiplicándose y expandiéndose.

En la poliamoría feminista no habría etiquetas que nos distinguiesen y encajonasen como heterosexuales, lesbianas o bisexuales, pues no serían identidades, sino estados temporales, transiciones del ser en el espacio y el tiempo por las que fluiríamos sin mayores problemas. También la masculinidad y la feminidad dejarían de ser estados puros: no tendríamos que dar explicaciones a nadie sobre nuestro estado de género, nuestras orientaciones, gustos o apetencias, porque no tendría importancia.

La poliamoría feminista sería queer, inclusiva y diversa, con múltiples praxis y formas de vivirla. La monogamia no estaría mal vista, ni tampoco se asociaría con el patriarcado. Todo el mundo podría ser monógamo en un sistema poliamoroso feminista sin que ello suponga ningún problema, porque en la poliamoría feminista no hay leyes escritas ni normas que seguir fielmente: cada una se diseña su tejido sexual, afectivo, erótico y romántico a su gusto, sin seguir patrones establecidos, sin etiquetarse ni encajonarse en estructuras externas.

En este mundo ideal, además, seríamos todas estupendas personas, porque no tendríamos que mentir, engañar, traicionar a nadie, ni sentirnos culpables por lo que hacemos o lo que sentimos. No habría arrepentimientos, ni escenas dramáticas, ni tendríamos por qué avergonzarnos de nuestros sentimientos, o pedir perdón por ellos. Seríamos libres para querer a mucha gente de diversas formas, y para construir nuestras relaciones como queramos, sin adaptarnos a ninguna estructura que no sea nuestra, creada por nosotras en la interacción con la gente.

Suena la alarma y me despierto en el siglo XXI, el patriarcado goza de muy buena salud, lo llevamos aún inserto en el ADN, y no existe tal mundo poliamoroso feminista (aún). El patriarcado es la tela envolvente en la que se desarrolla nuestra Realidad, y está muy dentro de cada una de nosotras y nosotros, seamos heteros, lesbianas o bisex, practiquemos la monogamia o el amor libre.

A nivel teórico y discursivo estamos haciendo grandes rupturas y lo tenemos muy claro; a nivel emocional, nos queda mucho camino por recorrer. Yo no tengo muy claro que el cambio emocional sea algo que pueda darse con sólo desearlo y trabajar duro para lograrlo, porque son muchos siglos de patriarcado los que tenemos encima. Siempre animo a la gente a que lleve la teoría a la práctica, pero admito que es sumamente complicado: a mí misma me cuesta ser plenamente coherente, y no puedo dejar de sentir las cosas que siento por mucho que me lo proponga.

Nuestra cultura entera está basada en el mito de que “cuando una quiere, una puede”, o lo que es lo mismo, esa idea absurda que vende el mito del sueño norteamericano (cualquier puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos, basta con trabajar duro). Nos hemos creído la idea de que podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos con mucho tesón, alegría, esfuerzo, disciplina y un poquito de buena suerte.

El batacazo nos lo llevamos cuando nos damos cuenta de que no tenemos las herramientas. Nuestros conocimientos en torno a la gestión de las emociones son aún limitados, y no hemos entrenado lo suficiente para poder asumir y vivir las emociones

Tanto es así que los gurús nos aseguran que es más fácil que te toque la lotería si lo deseas intensamente y le pones energía al tema. Es el secreto de la posmodernidad: yes, you can. Sí, tú puedes. Bajo esta lógica, se puede admitir que el mercado de trabajo esté fatal y el número de personas desempleadas sea indecente, pero tú podrás conseguir lo que todos ellos no pueden. Porque tú eres especial, porque tú lo vales, porque tú puedes hacer tus sueños realidad (los demás que se busquen la vida como tú lo haces).

Esta es entonces la lógica según la cual podemos adelgazar si nos lo proponemos, podemos despatriarcalizarnos y evitar la monogamia si queremos. Por eso hay tanta gente siguiendo dietas de adelgazamiento o extirpándose las acumulaciones de grasa, por eso hay tanta gente tratando de despojarse de conceptos como la propiedad privada, la exclusividad, la posesividad, y todo aquello que constriñe nuestro deseo y nuestra libertad para amar.

Estando donde estamos (en el patriarcado capitalista posmoderno), queremos probar, aventurarnos, explorar, e intentarlo. Queremos hacer realidad nuestros sueños y convertirnos en personas abiertas y generosas que jamás sienten celos ni coartan la libertad de sus compañeras y compañeros para tener otras parejas. Igual que estamos desmontando la maternidad patriarcal y otras estructuras como el amor romántico o la democracia patriarcal, también queremos desmontar la monogamia construyendo una utopía poliamorosa en la que todas vamos a ser muy maduras, coherentes y felices.

El batacazo nos lo llevamos cuando nos damos cuenta de que no tenemos las herramientas. Tenemos la teoría, pero nos faltan los instrumentos con los que llevar a cabo el cambio. Nuestros conocimientos en torno a la gestión de las emociones son aún limitados, y no hemos entrenado lo suficiente para poder asumir y vivir las emociones con estos conocimientos. Sabemos que el cambio ha de ser individual y colectivo, pero estamos tratando de convertir el discurso en acción un poco a ciegas, pues no tenemos modelos que seguir, nadie tiene la fórmula mágica, y las referencias que tenemos en nuestra cultura son tan antiguas que ya no nos valen.

Nuestros sentimientos no evolucionan tan rápidamente como nuestras teorías, y la sociedad tampoco evoluciona al mismo ritmo que nuestros sueños húmedos y utópicos. Las compañeras heteros comprueban que sus compañeros varones no se lo están trabajando al mismo ritmo que nosotras. Es cierto que hay hombres igualitarios y feministas trabajándoselo, pero son muy pocos aún.

Son muchos siglos de opresión patriarcal, demasiados. A veces (generalmente cuando veo en algún bar la televisión por cable), pierdo la fe en la Humanidad y me pongo pesimista pensando que necesitamos otros cuantos siglos más para poder interiorizar todos esos cambios que queremos hacer. Incluso aunque ahora mismo se produjese el milagro y toda la industria cultural comenzase a lanzarnos otros mensajes, nos contara otros cuentos con otras tramas, otros personajes y otras historias felices, nuestras estructuras emocionales no cambiarían de pronto. Porque las tenemos muy adentro: las heredamos a través de la familia, la escuela, las películas y las canciones, y no resulta nada fácil vaciarse de toda esta carga cultural. Además, creemos devotamente en la magia de la transformación instantánea, por eso usamos amuletos, tótems, talismanes, figuritas y piedras sagradas, del mismo modo que los héroes de nuestros cuentos logran lo que se proponen frotando la lámpara de Aladino, besando a la rana, matando al dragón, poniéndose el anillo…

Pero no, no vamos a levantarnos un día por la mañana y vamos a descubrir que ya no somos celosas. Es probable que ni trabajándote el tema duramente logres siquiera dejar de sentir celos. Quizás en el proceso obtengas herramientas para aprender a gestionarlos y para que no afecten a tus seres queridos, pero las emociones no desaparecen mágicamente de nuestros cuerpos, porque están construidas a base de mitos.

Hemos interiorizado todos y cada uno de estos mitos a través de los cuentos, por eso la labor de desmontar el romanticismo patriarcal y desmontarnos a nosotras mismas no es nada fácil, y puede ser incluso tremendamente dolorosa. Creo que esto explica por qué hay tanta gente atormentada por los miedos y las profundas contradicciones posmodernas (lo que me gustaría que hubiese y lo que hay, lo que pienso y lo que siento, lo que digo y lo que hago, lo que soy y lo que querría ser).

Muchas de nosotras queremos llevar la teoría a la práctica y alcanzar la coherencia total entre nuestros discursos, acciones, y sentimientos. Pero nadie es completamente coherente con sus ideas, y después de haber recibido tanta ideología patriarcal en vena durante toda nuestra infancia y adolescencia (aprendimos a amar monógama y patriarcalmente), desaprender todo esto es sumamente complicado.

Me encanta la diversidad de formas de amar que existen, pero huyo de las religiones del amor que aseguran haber encontrado la fórmula mágica para ser felices

En mi caso, yo me complico la vida cada vez menos, y me adapto a todo lo que venga. A veces estoy hetero, otras lesbiana, a veces monógama y otras veces no, según me apetezca y según sea la interacción con la otra persona. Ahora por ejemplo estoy hetero y monógama, y en otras etapas estoy de otras maneras. En mi práctica amorosa voy construyendo las relaciones según como vengan: con cada persona establezco unos pactos que pueden revisarse o transformarse en cualquier momento. Depende de cómo estoy yo, de mis necesidades y apetencias, y las suyas, de lo que cada una de nosotras queremos…Cada una de ellas diferente a las demás, y yo misma voy cambiando con los años, de modo que con cada una de ellas la experiencia amorosa ha sido diferente. Al no encajonarme en ningún estilo amoroso, me he sentido más libre para explorar y probar cosas nuevas… tengo grandes logros en mi camino (por ejemplo, ahora soy menos celosa que en la adolescencia), y tengo todavía muchas cosas por trabajar. Lo que sí evito es seguir modas, patrones, soluciones totalizantes, o verdades absolutas.

Me encanta la diversidad de formas de amar que existen, pero huyo de las religiones del amor que aseguran haber encontrado la fórmula mágica para ser felices. El poliamor, por ejemplo, está de moda, pero es también una estructura que nos viene de fuera, o sea, que no la hemos creado nosotras. Aunque nos resuelve algunos problemas, nos trae otros: no es la panacea, ni la salvación. A unos les viene estupendo, y otros sufren horrores tratando de adaptarse a la nueva estructura. Porque cada estructura tiene sus problemas.

La utopía poliamorosa es tan romántica como la utopía monógama: el poliamor también genera mitos, finales felices, procesos enriquecedores, experiencias fascinantes, y paraísos hechos a medida. Y por ello, también genera decepciones y frustraciones variadas, como cuando lo estamos intentando y nos damos cuenta de que no podemos por mucho que queramos. Le ponemos todo el amor del mundo, pero nos duele… ¿qué hacemos? Y ahí nos divide de nuevo la dicotomía patriarcal: o volver a la monogamia, o trabajar contra la monogamia. Volver a la monogamia supone traicionar a tu gente y traicionarte a ti, saber que vuelves a lo cómodo, a la doble moral, a la hipocresía, al deseo de exclusividad. Y te sientes patriarcal porque la dinámica general es ir abriéndolo todo…

Romper con la monogamia supone ir contracorriente, pero no sólo a nivel político y social: también es ir a contracorriente de todas las emociones y sentimientos que heredamos y que son nuestras, habitan dentro de nosotras, nos influyen, nos limitan, nos condicionan. La batalla entonces es doble: luchas contra la monogamia capitalista heteropatriarcal, y a la vez luchas contra tus sentimientos monógamos, capitalistas y patriarcales. O sea, contra ti misma.

Y a veces una se pregunta: ¿merece la pena tanta batalla?, o ¿por qué no me estoy divirtiendo?, ¿no será que el ritmo que me impongo es demasiado fuerte, y será que necesito más tiempo para mi proceso individual?, ¿no será que no es esta una batalla personal, sino colectiva, y que sola no puedo hacer frente a un cambio tan descomunal?…

Podríamos amar en libertad si nos organizásemos de otra manera, si la pareja monogámica heterosexual dejase de ser el pilar de nuestro sistema, si dejasen de bombardearnos con su idea de la “normalidad”

Al final se sufre igual en la monogamia que en el poliamor, y eso es porque la estructura amorosa sigue siendo patriarcal. Amar en libertad sería más fácil si la cultura en la que vivimos no estuviese basada en el individualismo, la propiedad privada, las jerarquías, las luchas de poder, las prohibiciones y los tabúes. Amar en libertad sería posible en un mundo sin machismo, sin doble moral, sin la explotación económica de unos pocos sobre la gran mayoría. Amar en libertad sería más fácil si las mujeres gozásemos de autonomía económica, si no dependiéramos económicamente de los hombres, si no sufriésemos discriminación y violencia.

Podríamos amar en libertad si nos organizásemos de otra manera, si la pareja monogámica heterosexual dejase de ser el pilar de nuestro sistema, si dejasen de bombardearnos con su idea de la “normalidad”, si viviésemos en un mundo diverso e igualitario, si tuviéramos las herramientas precisas para disfrutar de todo esto. Pero no las tenemos, por eso nos liberamos de algunas opresiones, y nos imponemos otras; rompemos unos mitos, y construimos otros; sustituimos unas creencias y unos tabúes por otros, y acabamos sintiéndonos tan aprisionadas como en cualquier otra estructura.

Para liberarnos, hay que acabar con las estructuras que vienen de fuera, y construir las nuestras propias. Entre la monogamia absoluta-traicionera, y el poliamor buenrollista-feliciano, hay muchas más alternativas. No tenemos por qué dividirnos en dos bandos, ni tenemos por qué elegir uno u otro modelo: entre el blanco y el negro hay toda una gama de colores y matices diversos, pues tan diversas son las personas como las relaciones que construimos entre nosotras.

Creo que se disfruta más sin esclavizarse a las modas, transitando por el mundo según las apetencias del momento, y sin encasillarse en ninguna etiqueta que nos limite o nos condicione. Yo creo que no hay fórmulas mágicas para sufrir menos y disfrutar más: vivimos en la era de la customización y cada cual tiene que confeccionarse su propia utopía, su propia Realidad y sus estructuras. Lo que le sirve a unos, no les sirve a otros. Y lo que te sirvió en una etapa de tu vida, no te sirve en otra, porque el paso de los años te va cambiando, vas mejorando y creciendo como persona, acumulas experiencias que te llevan a diseñar otro tipo de estrategias, y tienes otro tipo de problemas.

El proceso de cambio ha de ser individual, pero también colectivo: es más fácil si en nuestros procesos podemos juntarnos con la gente para hablarlo, para compartir herramientas, dudas, problemas, teorías y prácticas. Para cuestionar todos los mitos, sean monógamos o poliamorosos, todas las normas, las modas, las prohibiciones y opresiones que pesan sobre nuestra cultura amorosa. Somos cada vez más personas con ganas de investigar y desmontar el patriarcado, reivindicar la diversidad sexual y amorosa, y trabajar personal y colectivamente por una transformación total (sexual, económica, política, social, afectiva, cultural). Sin embargo, la labor de destrozar estructuras no tiene por qué significar asumir estructuras nuevas igual de tiranizantes y dolorosas: cada cual que se construya la suya propia de acuerdo a sus gustos, necesidades y apetencias. En estas rupturas y estos cambios, es fundamental que podamos elegir con libertad nuestra manera de querernos y amarnos.

Lo romántico es político: el proceso de transformación es individual y colectivo, pero tiene que ser divertido.

Fuente del articulo: http://www.pikaramagazine.com/2015/09/no-eres-tu-es-la-estructura-desmontando-la-poliamoria-feminista/#sthash.kzn21mqa.dpuf

Fuente de la imagen: http://djd9pi028g05f.cloudfront.net/wp-content/uploads/2015/09/03130803/poliamor-coral-herrera.jpg

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La teoría de género y el temor de los fundamentalistas

Por Olmedo Beluche

El Proyecto de Ley 61, “Por la cual se adoptan políticas públicas de educación integral, atención y promoción de la salud”, ha generado un revuelo que agita a los sectores más conservadores de la sociedad, principalmente al fundamentalismo cristiano panameño.  Se hacen proclamas y se culpa al mismo diablo de ser autor intelectual del proyecto, mientras que otros más sofisticados achacan a la responsabilidad a los “malthusianos” atrincherados en Naciones Unidas.

Aparte de de las chabacanas falsificaciones sobre el contenido del Proyecto de Ley y las guías para educadores que está elaborando el Ministerio de Educación, los fundamentalistas atacan a la llamada Teoría de Género (ellos dicen “ideología de género”) como la causa de todos los males. Supuestamente esta teoría pretende sembrar en las mentes vírgenes de nuestros niños y jóvenes ideas subversivas sobre prácticas sexuales “raras” como la homosexualidad, etc.

La pregunta que muchos se deben estar hacienda es: ¿Qué contiene la Teoría de Género para que la ataquen de esta manera tan visceral? En realidad sus ideas no son nada sofisticadas, sino reflexiones que cualquier persona a partir de su experiencia personal puede verificar, pero cuyas conclusiones pueden cambiar el mundo. ¡Eso es lo que más preocupa a sus detractores!

Dos mujeres prominentes son las precursoras de la categoría de género. La primera, la antropóloga Margaret Mead, que en su libro Sex and Temperament in Three Primitive Societies, publicado en 1935, llegó a la conclusión de que los roles sociales asignados a los sexos no eran de origen biológico sino culturales.

La segunda, la gran escritora francesa Simone de Beauvoir, quien resumió el asunto en una frase famosa: “Una no nace mujer, sino que se hace mujer”.

El sicoanalista Robert Stoller (Sex and Gender) precisó el concepto de género: “aspectos esenciales de la conducta -a saber, los afectos, los pensamientos, las fantasías- que aún ligados al sexo, no dependen de factores biológicos”.

Hasta los años cincuenta del siglo pasado se creía que la persona, al nacer hombre o mujer, ya venía con un marca de fábrica que le asignaba no sólo lo que podía o debía hacer, sino incluso cómo debía comportarse en sociedad (temperamento). Lo cual fue, y sigue siendo, fuente de sufrimiento para incontables personas en todo el mundo.

Todos lo hemos escuchado: las niñas deben portarse bien y estarse quietecitas; los varones pueden ser desordenados o violentos. O  aquello de “los hombre no lloran”, “ni juegan con muñecas”. Los hombres a la mecánica o andar por la calle, las chicas a estarse en casa y aprender las labores domésticas. Y luego se casaban y el cura santificaba: “seguirás a tu marido donde quiera que vaya”.

Gracias a la observación de otras culturas, la antropología, la sociología y la sicología, descubrieron que las expectativas que la sociedad se hace sobre el sexo de una persona no tienen nada que ver nada con la biología, sino que son una construcción cultural. Dicho más científicamente, el “género” o “rol sexual está definido socialmente”. Es decir, depende de la sociedad donde naces y vives.

Lo que es todavía peor y más subversivo para todos los retrógrados, las expectativas de género pueden cambiar, pueden desaprenderse y se modifican con el tiempo, y cambian con la sociedad. No, no son eternas.

¿Por ejemplo? El gran Alejandro Magno, que extendió la dominación griega hasta la India, era homosexual. No cumplía de las expectativas de género en materia de heterosexualidad que la sociedad actual, influida por las tradiciones judeo crisitanas, esperaría de ellos. Pero para su sociedad, era perfectamente “normal”.

Otro ejemplo, la separación de las mujeres de la vida pública y su sometimiento como cuasi esclavas domésticas no exisitió siempre ni en todas las sociedades. Por el contrario, la historia registra muchas sociedades en que las mujeres eran respetadas y participaban de la vida pública en igualdad de condiciones que los hombres. Inclusive, las formas de familia tampoco son eternas, ellas han cambiado y siguen cambiando, de manera que no siempre exisitió la familia monogámica tradicional que hoy prevalece.

El movimiento feminista, echó mano del concepto de género y lo ha utilizado como un arma en su lucha contra la injusticia de una sociedad en que la mitad de su población, las mujeres, es marginada o discriminada sólo por haber nacido con vagina en vez de pene. Una sociedad que les fija como principal objetivo de vida y realización personal: parir y criar.

En palabras de la feminista norteamericana Kate Millett, el patriarcado es una institución perpetuada mediante «el conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo«. Según Milett, el patriarcado se apoya en dos principios: el control del macho sobre la hembra, y del macho de más edad sobre el más joven.

Como toda forma de poder social, el patriarcado se asienta sobre la violencia y el consenso (ideología). Aquí la ideología que sostiene el «status» superior del hombre sobre la mujer, se basa en la construcción de un «temperamento» distinto para cada sexo, modelado de acuerdo a diversos estereotipos (masculinos y femeninos), y sobre un «papel sexual» o código de conducta que la sociedad le asigna a cada uno.

Apoyándose en el estudio de R. Stoller, se establece la diferencia entre los conceptos sexo y género. Siendo el sexo las características fisiológicas diferenciadas, mientras que el género se refiere a los «aspectos esenciales de la conducta -…- que no dependen de factores biológicos«.

Millett demuestra cómo la identidad (temperamento y rol) femenina o masculina no están determinadas biológicamente, sino que son una construcción cultural que se aprende. En los niños esta identidad de género se establece con la adquisición del lenguaje. «Cada momento de la vida del niño implica una serie de pautas acerca de cómo tiene que pensar o comportarse para satisfacer las exigencias inherentes al género«.

Claro que a los fundamentalistas no les gusta que a la gente se le enseñe desde niños que todos los seres humanos son iguales, y que no debe haber discriminación sexual o de género, o que el sexo no es malo. Ni que se les enseñe que los estereotipos sexuales no son más que prejuicios para justificar una situación de opresión contra una parte de la humanidad, las mujeres. Podemos incluir allí a los homosexuales y lesbianas.

Porque el peligro que temen los fundamentalistas es que se extienda una revolución, que ya ha empezado, en cada hogar, cuando todas las mujeres decidan rebelarse contra la esclavitud domestica y la sumisión  al marido. Y cuando la mayoría de los hombres tomen conciencia de la justeza de la demanda de real igualdad de derechos para las mujeres y actúen de manera no machista.

Cuando se imponga la razón, y se acabe la falsa creencia de que el matrimonio dota al hombre de una sirvienta personal. Cuando desaparezca la estupidez de aquellos que creen que amar significa apropiarse de la persona amada como si fuera un objeto, del que puedes disponer a tu voluntad y que no puede tomar un camino por su propia cuenta. Cuando los policías y periodistas dejen de llamar al feminicidio como “crimen pasional” y los reconozcan como lo que en verdad es, un crimen de odio, dirigido contra las mujeres por su mera condición de serlo, porque no se las considera capaces de actuar con libertad y elegir a quien amar o a quien no amar.

Una revolución que nos libere del machismo, de la violencia sexista, de la discriminación, de la sumisión y de cualquier forma de opresión. Esta revolución no sería simplemente política o económica, sino que estremecería los cimientos de la cultura como la conocemos. Sí, la Teoría de Género puede ser peligrosa para los que defienden el patriarcado capitalista.

Articulo enviado por su autor a la redacción de OVE

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El racismo de Trump que nos refleja como humanidad

Por Ilka Oliva Corado

  El discurso de aceptación de Trump en la Convención Republicana fue todo un ultraje a la paz y la democracia, fue en sí un llamado a la violencia y a la continuidad de políticas racistas e injerencistas. 
Al comienzo de la carrera por la presidencia muchos lo tacharon de loco como desprestigio, no, los locos son otra cosa, Trump es la ejemplificación del  pensamiento ultraconservador que rige los cimientos de este país: a su sociedad y su sistema.  Trump lo único que he hecho es decir en voz alta lo que la mayoría en esta sociedad habla atrás de las puertas.
No voy a decir, “los republicanos” porque los demócratas son idénticos solo que lo manejan por el lado camaleónico y utilizan  la doble moral a su conveniencia, los republicanos van directo a la yugular y  escupen en la cara, mientras que los demócratas dan la mano en un gesto de conciliación y en las mismas  pegan la puñalada por la espalda. Podríamos hacer un repaso por la política externa en tiempo de gobernantes demócratas y veremos la injerencia, el terror y muerte que ha dejado a su paso. El ejemplo más reciente: Obama que no tiene nada que envidiarle a los Bush. 

El que hoy Trump sea el candidato oficial del Partido Republicano es responsabilidad absoluta de la mediatización que lo puso ahí, como contragolpe a Hillary Clinton (invisibilizando a Sanders en todo momento) los medios de comunicación jugaron en todo momento del lado de Trump, públicamente,  pero estratégicamente del lado de Clinton. Sabían que tocando la yugular del Ku klux klan lograrían la reacción en masa que beneficiara a Clinton. 

Desde los inicios sabían muy bien  que el objetivo era crear un monstruo que evidenciara el racismo y xenofobia de la sociedad estadounidense y para eso tenían que darle el mayor eco posible a los discursos segregacionistas de Trump. ¿La finalidad? Despertar el temor lo más temprano posible para que las masas vieran en Hillary Clinton la única salida. Y lo peor es que lo lograron. Lo que le espera al mundo con una presidenta como ella. Porque muchos ciudadanos darán su voto a Clinton, no porque los represente pero como castigo hacia Trump.  De una u otra manera el sistema tiene a las masas donde las quería.

Cualquiera así a ojo de buen cubero dirá que es mejor Clinton que Trump, cuidado,  que Clinton representa al capital no es ninguna pera en dulce. 

Vendrá entonces  en la Convención Demócrata con un discurso conciliador y bajado de tono, perfectamente bien estructurado para pegar fuerte en las mentes de los aún indecisos y fortalecer a sus seguidores y así asegurar el voto. Su mejor estrategia es hacerse pasar como feminista y mujer de valores morales: en una sociedad de doble moral eso es  el tiro de gracia. 

Trump expresó con claridad su odio hacia los inmigrantes indocumentados que al referirse a la frontera sur del país, habla de los latinoamericanos, quiere hacer un muro, ¿qué dice de la injerencia de su país en Latinoamérica que es la causante principal de la migración forzada? Si su país dejara la injerencia la migración forzada no existiera. ¿Por qué no promete con el mismo ahínco que su país dejará de invadir países y asesinar multitudes en su política externa? 

No es sorpresa que la Patrulla Fronteriza apoye a Trump, pues es xenófoba. No sorprende que ningún indocumentado quiera denunciar lo que sucede en la frontera, pues nunca será escuchado y al contrario será encarcelado y deportado. Es el sistema completo contra la inmigración indocumentada; desde la Patrulla Fronteriza, pasando por quien toma la denuncia y el juez que la desestima y  ordena cárcel para el “terrorista”. Porque en Estados Unidos es tan terrorista un indocumentado por el hecho de no tener papeles y un musulmán solo por su religión o país de nacimiento.  Cuando todos sabemos quiénes son los verdaderos terroristas y el capital que los crea y los mantiene. 

 Existe una película extraordinaria que es la mejor producción que se  ha podido hacer en este país referente al sistema y la migración indocumentada, se llama, “Machete”. Parece sarcasmo pero evidencia en absoluto lo que hace este sistema con los indocumentados en todos los niveles, desde que pasan la línea fronteriza. Ahí se ve a gente de la política, muy poderosa,  disparando a indocumentados en las cacerías nocturnas. Cosas  ya comunes  que realizan actores de Hollywood como Steven Seagal  que con metralleta en mano es cazador de inmigrantes en la frontera. ¿Qué dice la sociedad de esto, los religiosos, los demócratas? Ni pío. 

El problema nunca ha sido  Trump porque cualquier candidato presidencial tiene el derecho a su ideología y a la libre expresión del pensamiento,  aquí el cuestionamiento es hacia la parte de la sociedad que lo apoya: en ella hay maestros, doctores, ingenieros, padres de familia, deportistas. Un vecino cualquiera, un comensal cualquiera en cualquier restaurante, cualquier artista, en cualquier lugar pulula la xenofobia y el racismo. ¿Qué es lo que tenemos que decirles a ellos que no son personajes públicos? ¿Qué es lo que este país tiene que cuestionarse como sociedad? Un padre racista cría hijos racistas, una comunidad racista tiene residentes racistas, un maestro racista educa alumnos racistas y así, y así…,  a excepciones pero son tan pocas y no estoy estereotipando. 

¿Por qué son tantos los seguidores de Trump que lo vitorean cada  vez que habla de emparejarse con Israel y los países aliados para acabar con Siria, Palestina y el mundo musulmán? Que habla desde una superioridad blanca caucásica vid del Ku klux klan y el fascismo al mejor estilo hitleriano. 

¿Por qué son tantos los afro descendientes y latinos los que lo apoyan? Bastedad de asiáticos. ¿Se les olvidó lo de Hiroshima? Esos latinos que niegan su raíz, su sangre, su herencia milenaria, latinos que odian Latinoamérica. Negros que viven y actúan bajo el estándar del hombre blanco anglosajón, que no se reconocen desde su identidad africana, ¿se les olvidó la esclavitud a la que fueron sometidos sus ancestros? ¿Desconocen las muertes de negros en manos de policías blancos caucásicos en crímenes de odio racial? ¿Se les olvidó la lucha por los Derechos Civiles  y sus tantos mártires? 

Esos negros tienen hijos negros que son discriminados en escuelas de blancos, ¿y apoyan un candidato como Trump? Y estos negros discriminan a la comunidad afro porque se creen superiores. Igual con los latinos, se creen anglos porque tienen documentos o porque nacieron aquí, pero ni naciendo aquí se les borrará del gen su herencia milenaria latinoamericana. Así resulten traidores como Cruz y  Rubio. 

Y como pieza importante para cualquier estudio sociocultural que se quiera hacer de este país, hay que tomar en cuenta que esta sociedad está conformada por inmigrantes de todas partes del mundo. Que tienen hijos  aquí de herencia asiática, latinoamericana, europea y africana. 

No podemos lapidar a la sociedad estadunidense basándonos en estereotipos de colores y similares porque ella tiene tanto de nosotros. Entonces queda preguntarnos, ¿nosotros en nuestros países de origen qué tan racistas y xenófobos somos? ¿Cuántos pronunciamos también discursos de odio racial como los de Trump? ¿Cuántos somos homofóbicos, clasistas, racistas, misóginos y patriarcales? ¿Fanáticos religiosos? 

¿Cuántos en nuestro países de origen hemos dado nuestro voto a personajes  dantescos como Trump? Que manejan las mismas políticas contra su propia gente. ¿Cuántos hemos dando nuestro voto por  estructuras neoliberales como las que ofrece Clinton? ¿Cuántos por nuestro color de piel, grado de escolaridad o estatus social hemos discriminado a otros? Si ahondamos un poquito más las respuestas nos van a sorprender. Veremos que somos tan o peor que el discurso de odio que promulgan Trump y sus seguidores.

No olvidemos que todo lo que sucede en Estados Unidos, por ser potencia mundial es el reflejo  inmediato de lo que nosotros somos como humanidad.  Cada vez que pensemos en el discurso de odio de Trump que nos sirva para auto analizarnos y cuestionarnos de nuestro papel en la sociedad y si nuestra doble moral da para continuar con el mismo discurso solapado en la conciliación y valores patriarcales  como el que maneja Hillary Clinton desde su falso feminismo. 

Audio: https://soundcloud.com/ilka-oliva-corado/el-racismo-de-trump-que-nos-refleja-como-humanidadBlog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com/2016/07/22/el-racismo-de-trump-que-nos-refleja-como-humanidad/ Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.com

22 de Julio de 2016, Estados Unidos.

Ilka Oliva Corado. 

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Articulo enviado por su autora a la redaccion de OVE
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India y el efecto del desarrollo capitalista en la violencia de género: dote y feticidio femenino

Asia/India/22 de Julio de 2016/Autores: Trupti Shah, Bina Srinivasan/Fuente: Rebelion.org

Con su tumultuosa diversidad y su cultura polifacética, India tiene su propia historia de opresión de las mujeres. Los valores feudales y patriarcales se han combinado con el capitalismo (introducido con la colonización, ahora impuesto tanto por las élites gobernantes indias como por el capital occidental, representado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) para reforzar y mantener la opresión de las mujeres por varias vías. El resultado es que la violencia contra las mujeres ha aumentado.

A veces se presentan ciertas formas precapitalistas de violencia como rémoras del pasado, que se superarán con el desarrollo del capitalismo, la modernización o la mera educación. Visitantes de Europa y Norteamérica culpan al atraso de la cultura india. El gobierno nacional dice lo mismo. Sin embargo, pese a que gran parte de la violencia contra las mujeres adopta formas del pasado, su contenido ha cambiado. Se deriva del tipo de desarrollo capitalista que se da concretamente en este país. Dos importantes formas conexas de violencia contra las mujeres en India son la “muerte dotal” (o “quema de novias”) y el feticidio femenino. Trataremos de explicar la importancia y la función de estas dos formas en la India actual. La finalidad de este artículo no es analizar todos los aspectos de la dote, sino explicar los cambios que han afectado a esta costumbre social con el inicio del desarrollo capitalista/1.

Los orígenes de la dote

La violencia contra las mujeres en India forma parte de la violencia contra las poblaciones oprimidas, es decir, las dalits (castas “inferiores”), los trabajadores y los pueblos indígenas (adivasis).

La violencia de género también se da en el interior de las comunidades oprimidas: por eso, las mujeres llevan sobre sus espaldas una doble carga. Las formas de la violencia perpetrada contra las mujeres en India vienen determinadas por una compleja interacción de clase, casta, género y cultura. Entre otras formas de violencia contra las mujeres, la práctica de la dote –una importante costumbre social– ha causado la muerte de un gran número de mujeres. Es una de las clases de violencia más significativas que se infligen actualmente a las mujeres y últimamente ha adoptado rasgos espeluznantes. Un complejo conjunto de factores ha hecho de la “muerte dotal” un fenómeno casi común. Hemos de examinar varios procesos para empezar a comprender cómo y por qué las mujeres se enfrentan a la violencia relacionada con la dote y cómo la propia dote ha ido cambiando con el tiempo.

La dote es lo que se entrega en forma de dinero efectivo o bienes, o ambos, a la familia del novio para concertar el matrimonio y posteriormente en otras ocasiones después de la boda. Cuanto más alta sea la condición social del novio, tanto más cuantiosa será la dote solicitada. Sería difícil determinar cuándo y exactamente cómo se originó esta práctica y cuáles fueron los factores históricos concretos que hicieron que la dote fuera obligatoria en la sociedad de castas hindú, pues hay muy pocos datos disponibles y escasos registros útiles. En términos generales se produjeron dos procesos combinados en los que la dote adoptó su forma actual.

En la India precapitalista, la dote tenía que ver con el carácter jerárquico del sistema de castas. Se practicaba principalmente en las castas superiores y las castas terratenientes. Tanto la propiedad de tierras como la casta eran los parámetros del poder en la India feudal. La “hipergamia”, es decir, el enlace matrimonial de una hija con una familia de una casta superior, era un modo de forjar alianzas con familias poderosas. La dote se entregaba para compensar la diferencia de estatus entre ambas familias. Era el precio del aumento de estatus de la familia de la novia y el reconocimiento del estatus más elevado de la familia del novio.

Otro factor que intervino en la práctica de la dote fue la noción de castidad y pureza de la mujer. El hinduismo tiene normas estrictas sobre el comportamiento correcto de la mujer, encaminadas a controlar la fertilidad y sexualidad femeninas. En la India precolonial, las mujeres se consideraban propiedad de sus padres, maridos e hijos, a proteger durante la infancia, la edad fértil y la vejez. Al igual que la mayoría de religiones organizadas, el hinduismo no establece la igualdad de las mujeres, aunque ha ido cambiando con los años y acomoda en su seno varias corrientes liberales. La mujer tiene que parir un hijo varón y ser una esposa consciente de sus obligaciones y una hija sumisa. En la sociedad precapitalista, el padre estaba obligado a dar a su hija en matrimonio a la familia idónea una vez alcanzada la edad núbil. Incluso cuando el enlace se producía entre familias de estatus similar, en algunas de las castas superiores e intermedias, había cierta dote de por medio. Esto tenía que ver con el hecho de que las mujeres de las castas superiores tenían prohibido realizar un trabajo productivo, por lo que,superada cierta edad, las mujeres suponían una carga indeseada. Por tanto, la dote era el precio que percibía la familia del novio por aceptar a una hija, comprometiéndose a protegerla y a asegurar su sustento.

Del “precio de la novia” a la dote

La dote se convirtió en costumbre entre las castas superiores y medias. Las castas inferiores no solían conceder dotes; en vez de ello tenían la costumbre del “precio de la novia” o intercambio mutuo de regalos. En estas castas, la labor de las mujeres se utilizaba extensamente en el campo. Por tanto, las mujeres participaban activamente en el trabajo “productivo”. No se consideraban una carga económica. El “precio de la novia” era el reconocimiento del valor del trabajo de las mujeres y una compensación a la familia de la noviapor la pérdida de su fuerza de trabajo. La sociedad hindú de las castas bajas percibía por tanto a las mujeres como contribuyentes significativas a la economía. Esto no quiere decir que no oprimiera a las mujeres, sino únicamente que la dote no se manifestaba de la misma manera. El contexto socioeconómico en que el “precio de la novia” hizo la transición a la dote sería una indicación del cambio de condición social de la mujer a lo largo del tiempo.

La dote, aunque solo se practicaba en las castas superiores y medias de la India precapitalista, se extiende ahora rápidamente a otras castas y comunidades que en el pasado apenas la practicaban. Las prácticas contemporáneas en este terreno son cuantitativa y cualitativamente diferentes de las pautas anteriores. Mientras que la dote ha sido siempre un medio para someter a las mujeres, actualmente adopta formas violentas y crueles. Las mujeres sufren tortura por parte de su familia política para incrementar la dote, hasta el punto de que a menudo no ven otra salida que el suicidio. En muchos casos, el marido y su familia queman a la mujer viva para buscar una nueva novia y una nueva dote.

Algunas de las principales características de la dote, tal como se practica actualmente, son:

  1. a) Extensión a todas las castas, clases y comunidades religiosas. Pese a que originalmente era una costumbre hindú, ahora también la asumen algunos grupos musulmanes y cristianos.
  2. b) Aumento del importe de la dote. Muchos matrimonios se basan exclusivamente en la cuantía de la dote.
  3. c) Además de la casta y la propiedad, algunos criterios que influyen en la dote que se solicita son el nivel educativo, el empleo en el sector público o en servicios administrativos, el estatuto profesional (por ejemplo, médicos, abogados o ingenieros) o la nacionalidad de un país occidental.
  4. d) La violencia asociada a la dote adopta formas brutales. Actualmente se da en casi todos los Estados de India.

En la India precolonial, la dote, aunque era una forma de subordinación de la mujer, no estaba acompañada de semejante brutalidad a tan amplia escala. El caso es que la modernización y el desarrollo capitalista no parecen haber diluido la práctica de la dote. Una de las razones de esto es que la dote, tal como se practica en la India contemporánea, es producto de una interacción entre las formas antiguas de subyugación de las mujeres y los cambios socioeconómicos derivados de los procesos de colonización y de desarrollo capitalista bajo el colonialismo.

Colonización y marginación económica de las mujeres

En la India precolonial, el sistema de castas era básicamente una división económica y social de los distintos componentes de la sociedad hindú. Cada casta y subcasta ocupaba una posición específica en la jerarquía de castas y comportaba una ocupación correspondiente. El rango social atribuido a cada casta dependía también del poder económico, que se manifestaba en el éxito que tenía cada grupo históricamente a la hora de manipular y doblegar a los distintos elementos de la matriz social. El sistema de castas seguía una reglamentación estricta que obligaba a sus miembros y que debían respetarse plenamente para conservar la pureza y el estatus de la casta. El matrimonio, la regulación de los matrimonios mixtos, los códigos y normas sociales variaban entre las distintas castas.

La colonización introdujo el modo de producción capitalista en India, de acuerdo con las necesidades del imperialismo británico. Esto comportó varios cambios complejos y contradictorios en la economía y la sociedad. El sistema de castas ha dejado de ser la forma predominante de división social del trabajo, reduciéndose la correspondencia entre casta y ocupación. El capitalismo ha difuminado las distinciones de casta al introducir un sistema educativo distinto y diferentes actividades económicas y ofrecer nuevas vías de movilidad social y económica a los distintos grupos de castas.

La colonización afectó a las relaciones feudales y a la sociedad de castas hindú de una manera que agravó la situación de las mujeres. Por ejemplo, el sistema colonial de concesión de tierras a nombre del cabeza de familia, es decir, del hombre, dio pie al desheredamiento de las mujeres, cuando el derecho consuetudinario permitía a menudo a las mujeres ostentar la propiedad de la tierra. La economía precapitalista india estaba basada en gran medida en la tierra, la familia y la comunidad, y las mujeres desempeñaban funciones importantes en todas estas esferas. La producción casera hacía que el trabajo femenino fuera un componente importante de la economía precapitalista.

Con la introducción del capitalismo, el control de la economía dejó de estar en manos de las familias y los centros de “producción” se situaron fuera de los hogares. La mecanización se introdujo de modo selectivo, desplazando a las mujeres de los ámbitos de trabajo tradicionales y haciendo que su trabajo resultara redundante. La privatización de la propiedad familiar de tierras y de las tierras comunales, como pastos y bosques, tuvo un efecto globalmente negativo en la capacidad productiva de las mujeres. El control femenino sobre los recursos naturales decayó.

La política británica arruinó la economía rural y familiar. Por ejemplo, en la India precolonial, algunas de las principales ocupaciones de las mujeres consistían en hilar y tejer. Había especializaciones regionales de los oficios femeninos, como por ejemplo la producción de seda en Asam, la fabricación de mantas en el norte, chikan en Utar Pradesh, acolchados en Bengala, tintes en Rajastán y fabricación de alfombras en Sindhy Baluchistán. Con la colonización, la mayoría de las mujeres fueron desplazadas de sus ámbitos de producción tradicionales, al tiempo que las nuevas oportunidades económicas les estaban casi completamente vedadas. El descascarado del arroz es otro ejemplo, pues en tiempos era una de las principales ocupaciones de las mujeres en las regiones arroceras de India. En 1901 había 2,5 millones de mujeres ocupadas en el descascarado de arroz; en 1931, con la introducción de la harina de arroz, el número de mujeres dedicadas a esta actividad descendió a 131 000.

Independencia y desarrollo capitalista

Tras la conquista de la independencia continuaron estos procesos de desarrollo capitalista, que tuvieron un efecto devastador para las mujeres. “Socialismo” era el epíteto de una era poscolonial cuyas principales figuras políticas creían en la visión de una utopía fabiana, aunque se guiaban por los intereses de los campesinos acomodados y las grandes empresas industriales. La élite dirigente seguía estando formada por terratenientes, capitalistas, hindúes de casta superior y altos funcionarios. Aunque se hizo un intento de imitar una planificación al estilo soviético, el Estado subvencionó al sector privado con infraestructuras y apoyo financiero, de manera que el capital privado pudiera defenderse frente al capital occidental y poner pie firmemente en la industria pesada.

Pese a que existía una corriente favorable a la reforma social que llamaba al Estado a velar por el bienestar y elevar el nivel de vida de las masas, apenas se consiguió aliviar la pobreza, asegurar la atención sanitaria y crear puestos de trabajo. La sociedad india seguía rigiéndose por las relaciones de clase previas a la independencia, determinadas en gran medida por el régimen de castas.

Las necesidades del capital generaron contradicciones entre el proteccionismo y la liberalización, produciéndose un desplazamiento a largo plazo del primero a la segunda. El proceso de liberalización económica ya comenzó en 1960, pese a que comenzara con lentitud y avanzara a trancas y barrancas, de acuerdo con las exigencias del capital. Por otro lado, el Estado indio tuvo que mantener su fachada retórica socialista, en parte debido a los movimientos populares, en parte a causa de la dinámica política de la posición de India en el sur de Asia y del amparo que le daba la antigua Unión Soviética. En 1969 fueron nacionalizados los bancos, mientras que en la década de 1980 la liberalización económica experimentó un enorme impulso. Desde 1990, el país ha sido testigo de un desmantelamiento casi completo de los controles públicos. El capital nacional y occidental está preparado para asumir el mando, apoyándose en la fuerza del Estado indio.

Durante el periodo de “desarrollo” posterior a la independencia, un gran número de mujeres se vieron condenadas a realizar trabajos mal pagados, a destajo, en empleos informales que no están amparados por la legislación laboral y no gozan de ninguna protección pública. Pese a que las mujeres pasaron a engrosar masivamente la fuerza de trabajo, quedaron marginadas en la periferia del mercado de trabajo. La carga de trabajo de las mujeres ha aumentado, pero sus salarios no.

En los últimos años, la introducción de nuevas tecnologías en la agricultura ha llevado a muchas mujeres al paro. La racionalización y modernización de la industria textil ha eliminado numerosos puestos de trabajo que solían ocupar mujeres. Dado el creciente desempleo y el deterioro de la situación económica, el porcentaje de mujeres implicadas en actividades económicamente provechosas ha decaído. La única experiencia positiva es la que han tenido las mujeres de clase media, que han accedido a mayores grados de educación y han entrado a trabajar en gran número en el sector de los servicios.

Sanscritización

El capitalismo también introdujo otros cambios en la sociedad hindú en particular, reduciendo un poco la correspondencia entre casta y ocupación. Si bien la casta todavía determina la vida social, las relaciones de parentesco y las alianzas matrimoniales, se ha producido cierta secularización, al menos en las zonas urbanas, aunque el proceso no se ha completado ni es unívoco en absoluto. Por otro lado, se ha iniciado un proceso de “sanscritización”, que implica la hegemonía social y cultural de las castas superiores. Se trata de un intento de difuminar las divisorias entre castas superiores e inferiores, al precio de la pérdida de identidad de las castas inferiores, buscando absorber todas las costumbres, estilos de vida y legados culturales de las castas inferiores en el sistema dominante del hinduismo de casta superior. También se trata de imitar las normas de comportamiento y las costumbres de las castas superiores por parte de los miembros de las castas inferiores, con el fin de buscar la movilidad ascendente en la escala de la estructura de castas. (Es el mismo proceso por el que la hegemonía de la “civilización” blanca se impone o es aceptada por los negros o los pueblos indígenas.)

La interacción de las costumbres preexistentes con respecto a la dote entre los hindúes de casta superior, el proceso de sanscritización y los procesos económicos puestos en marcha por el capitalismo cambió totalmente la situación de las mujeres. Este cambio dio lugar a la percepción de que las mujeres son económicamente improductivas, lo que constituye la premisa fundamental que subyace a la práctica contemporánea de la dote. El consumismo y la comercialización de todos y cada uno de los aspectos de la vida son dos factores adicionales. Es la coincidencia de todos estos factores la que explica el nuevo fenómeno de la muerte dotal o la quema de novias. La muerte dotal no es una forma de violencia heredada del pasado, pese a su forma feudal, sino que su contenido hunde sus raíces en la nueva realidad económica.

Las mujeres se organizan contra la dote

El movimiento de las mujeres en India se centró en la cuestión de la dote a finales de la década de 1970. Un repentino incremento de muertes “accidentales” de mujeres llamó la atención de algunos grupos de mujeres en zonas urbanas. Muchas de estas muertes fueron suicidios; otras se debieron al hecho de que habían sido quemadas hasta morir. Las investigaciones realizadas por grupos de mujeres revelaron la espeluznante y sórdida realidad que había detrás de esas muertes.

Una ojeada a algunas estadísticas muestra la amplitud de la exposición de las mujeres a la “muerte dotal” en India. En Delhi, cada día mueren dos mujeres por quemaduras. En un hospital municipal de Bombay ingresaron 157 quemadas en seis meses (1987-1988). En Bangalore, los suicidios y las muertes dotales se duplicaron en 1984. Karnatakainformó de nueve casos de muerte dotal en 1982, 31 en 1983 y 48 en 1984. Andhra Pradesh registró 14 muertes en 1983, 27 en 1984 y 38 en 1985; Uttar Pradesh, 14 muertes en 1984 y 323 en 1985; Madhya Pradesh, 42 casos en apenas cinco meses, de junio a octubre de 1985. En Maharashtra hubo 129 casos de muerte dotal en 1984, cifra que se duplicó en 1985. De acuerdo con el registro oficial de crímenes contabilizados en las comisarías de policía, cada día mueren quemadas vivas seis mujeres tan solo en el Estado de Gujar, que encabeza la estadística de muertes dotales. Es probable que haya otros tantos casos de muertes no registradas/2.

Los grupos de mujeres se movilizaron contra esta amenaza social en la década de 1970. La campaña contra la dote llevó a lidiar casos ante los tribunales, organizar manifestaciones de protesta y boicots sociales contra las familias que daban o recibían dotes, enfrentamientos con la policía y llamamientos a los medios de comunicación a reconocer las muertes dotales como los asesinatos que eran. En Bombay, Calcuta, Delhi, Pune y Nagpur salieron a la calle mujeres de todas las edades, repartiendo panfletos a las puertas de las residencias, entregando memorandos a los organismos públicos, discutiendo en las comisarías de policía e iniciando un debate sobre la efectividad de la ley. Esta campaña antidote generó una ola de protestas que obligó al Estado a responder y al menos consiguió desacreditar la costumbre a escala social. Queda mucho más por hacer, pues todavía se asesina a mujeres a causa de la dote, pero se había dado un primer paso.

Debates en el movimiento

Durante la campaña surgieron diferentes corrientes de opinión dentro y fuera del movimiento de mujeres en torno a lo que es realmente la dote y a qué fines sirve. Esquemáticamente son las siguientes:

  1. La dote representa básicamente un sistema de valores inherentes a las familias hindúes y a la estructura social hindú, que se han distorsionado a raíz de la modernización. El consumismo y la avaricia han dado lugar a la conversión de las mujeres en mercancías y han asociado las relaciones sociales con la adquisición de riqueza. Ahora es necesario sensibilizar a la población sobre esta mercantilización. Una vez logrado esto, la dote desaparecerá.
  2. La transición del “precio de la novia” a la dote se debió al deterioro de la función del trabajo femenino en la economía y a la reducción de la aportación de la mujer a la economía familiar. Así, el coste de mantenimiento de las mujeres resultó mucho mayor que el valor económico que creaban. La dote surgió para compensar esta situación desigual.
  3. La dote es una cantidad de dinero rotatoria: entra con el matrimonio del hijo y se utiliza para el matrimonio de la hija. Las hijas son actualmente pasivos económicos; una vez empleadas con provecho, la dote desaparecerá. d. La dote es la manifestación de una costumbre semifeudal retrógrada, que se reproduce en un marco capitalista consumista. Con los cambios de relaciones económicas y de producción, la dote desaparecerá.
  4. La dote es el tributo de la familia que da la novia a la familia que la recibe. Es una “clara manifestación de una relación hipergámica, no recíproca, asimétrica y extractiva entre 1) familias que dan y reciben a la novia, y 2) hombres y mujeres/3”.
  5. La dote es una transferencia de riqueza entre familias, siendo la mujer el medio a través del cual se efectúa. Es el reconocimiento del estatus del novio, que se considera superior por el hecho de asumir la carga de una hija no deseada. Las leyes no harán que desaparezca la dote, sino que esta seguirá pagándose bajo mano. La respuesta es reclamar derechos de herencia de las mujeres.

Feticidio femenino

La percepción de que las mujeres son una carga y el sesgo patriarcal general de la sociedad de castas hindú dio lugar a una creciente preferencia por hijos varones. Se considera que el lugar de la mujer está junto a su marido, y se supone que con el matrimonio se rompen todos los lazos con la hija. De ahí que sean los hijos varones los encargados de velar por sus padres ancianos y de llevar adelante la estirpe familiar. Las escrituras hindúes también prohíben que las hijas incineren a los muertos; la pira crematoria debe encenderla el hijo mayor. Por esta razón, en algunas castas de la India precolonial –el número limitado de castas que practicaban la dote– prevaleció la costumbre del infanticidio femenino. En la sociedad actual, la expansión del sistema dotal se ha combinado con avances de la tecnología médica y la modernización capitalista para dar pie a otro crimen abyecto: el feticidio femenino.

La amniocentesis y la biopsia corial, pruebas médicas encaminadas fundamentalmente a la detección de anomalías genéticas del feto, se utilizan actualmente en India sobre todo para detectar el sexo del feto. Si este es femenino, la reacción habitual es el aborto. Así, la tecnología moderna se emplea para intensificar todavía más la discriminación de las mujeres. El feticidio femenino ha alcanzado ahora proporciones alarmantes y amenaza con seguir creciendo. Tan solo en el Estado de Gujarat, según cálculos conservadores, cada año se abortan 100 000 fetos femeninos. La mayoría de clínicas que practican abortos y de ginecólogos ofrecen la amniocentesis, no solo en las grandes urbes, sino también en ciudades pequeñas. Interrogados por activistas, los médicos reconocen abiertamente que la amniocentesis tiene efectos secundarios nocivos para la salud de las mujeres. No obstante, contrariamente a la ética médica, los facultativos han realizado pruebas de selección de sexo y abortos de fetos femeninos.

Preguntados por las activistas, han señalado sin rodeos que “prestamos un servicio que demanda la sociedad”. Los médicos, considerados los más educados y la “crema” de la sociedad india, entienden que es una manera de conseguir dinero fácil.

La gente corriente, hombres y mujeres, piensan ahora que en vez de criar a una hija y pagar una dote para su matrimonio posterior, vale más la pena gastarse un dinero en una prueba de determinación del sexo. Claro que esta prueba también la utilizan ampliamente personas de clase media educadas, deseosas de tener una familia “equilibrada”. La clase media educada se adhiere a la norma de las familias pequeñas, pero no desean familias pequeñas solo con hijas. Así, las pruebas de determinación del sexo han adquirido popularidad en todas las castas, clases sociales y grupos religiosos de India.

Hay economistas que dicen:“¿Por qué luchar contra esto? A medida que descienda la oferta de mujeres, su estatus aumentará automáticamente.” Sin embargo, en este terreno no funciona la ley de la oferta y la demanda. La proporción entre sexos en India es negativa y disminuye: a comienzos de este siglo era de 972 mujeres por 1 000 hombres y ahora es de 927 mujeres por 1 000 hombres. En zonas en que esta proporción es extremadamente negativa, por ejemplo en regiones de Rajastány Bihar, la poliandría forzosa es una forma creciente de opresión de las mujeres, que se ven forzadas a mantener relaciones sexuales con todos los miembros masculinos de la familia. A medida que siga disminuyendo la proporción, la violencia contra las mujeres –acoso, violación, etc.– irá en aumento.

Para más inri, a menudo se habla del feticidio femenino como una medida de control de la población. El gobierno indio está recibiendo actualmente enormes presiones por parte del Fondo Monetario Internacional y de los países occidentales de cuya ayuda depende para que aplique medidas de control demográfico. Los argumentos a favor de tolerar el feticidio femenino ganan terreno porque el aborto de fetos femeninos reduce la población de dos maneras: menos niños y menos futuras madres. De este modo, el gobierno indio elude la cuestión crucial de la distribución de recursos y se preocupa más de limitar el crecimiento demográfico que de abordar cuestiones fundamentales como el desempleo, la sanidad y la reforma agraria. Los gobiernos occidentales tienen sus propios motivos para cerrar los ojos ante las pautas de consumo que profundizan la divisoria entre países pobres y ricos.

Para corregir estos desequilibrios, para mejorar la vida de las mujeres, para asegurar que estas puedan vivir con dignidad y con las necesidades básicas de la vida cubiertas, nuestras luchas no pueden limitarse a la escala local. Las fuerzas a que nos enfrentamos son globales. El “nuevo orden mundial” exige nuevas respuestas y una acción política más creativa, capaz de abarcar a las mujeres de todos los rincones del planeta.

* Publicado originalmente en: PennyDuggan, HeatherDashner (eds.), Women’sLives in the New Global Economy (Amsterdam, IIRF/IIRE). Traducción de Viento Sur.

 Notas

1/Entre las fuentes en que se basa este artículo, además de las que se citan en las siguientes notas al pie, cabe señalar: V.1. Pavlov, HistoricalPremisesforIndia’sTransition to capitalism (1973); André Béteille, Caste, Class and Power (1971); C.J. Fuller, TheCamphorFlames (1992); AmiyaKumarBagchi, ThePoliticalEconomy of Underdevelopment (1982); Romilla Thapar, India, vol. 1 (1966); VeenaPooncha (ed.), UnderstandingViolence (Bombay: Research Centre forWomen’sStudies, 1992); GovindKelkar, “ViolenceagainstWomen” en NirojSinha (ed.), Women and Violence (Nueva Delhi: Vikas, 1989); VibhutiPatel, Towards a Feminist Critique of Theories of Violence (enero de 1985); NeeraDesaiy MaitheyiKrisnaraj, Women and Society (Nueva Delhi: Ajanta, 1987); y MadhuKishwar, Dowrycalculations, Manushi n.º 78 (Nueva Delhi, 1993). Agradecemos la ayuda deMoly Jacob, sin cuya ayuda este artículo no habría sido mecanografiado ni terminado.

2/NandhiGhandiy NanditaShah, Theissues at Stake (1992).

3/Maria Mies, Patriarchy and Accumulationon a WorldScale (Londres: ZedBooks, 1981), citado en Gandhi and Shah, op.cit.

Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article11499#sthash.kUsQmUVs.dpuf

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=214605&titular=el-efecto-del-desarrollo-capitalista-en-la-violencia-de-g%E9nero:-dote-y-feticidio-femenino-

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