Resumen del libro: La pedagogía del caracol. Por una escuela lenta y no violenta. (PDF)

Por: Selene Kareli Zepeda Pioquinto/Investigadora CII-OVE

La pedagogía del caracol. Por una escuela lenta y no violenta, es un texto escrito por Gianfranco Zavalloni en 2011, quien nació en Italia y ejerció durante 16 años como docente de educación básica y luego como director de infantil. Fue uno de los impulsores de la reforma educativa en la Italia del siglo pasado.

El día de hoy toca releer sus letras, pues la actual pandemia, en algunos casos, intensificó la conectividad. Podemos leer cada día la gran cantidad de webinar, seminarios, cursos, diplomados, que se imparten y promueven desde cualquier latitud del mundo a través de grandes plataformas, las cuales se pueden activar gracias al Internet. Dando la posibilidad de que alguien del Perú esté en sintonía con quien se encuentra en Francia, México, Argentina o Alemania. Lo cual puede resultar enriquecedor para los debates y articulaciones de luchas sociales; no obstante, caemos en un universo presidido por una necesidad de hiperconectividad y urgencia, donde los pasos lentos y contemplativos de la cotidianeidad pasan casi desapercibidos. Y qué decir de la escuela, en estos tiempos donde la gran crisis sanitaria terminó por evidenciar que la escolarización apunta en gran medida a esos complejos conceptos de excelencia, promoción, resultado, competitividad, por lo que es inevitable hacerse la pregunta ¿dónde queda el humanismo formativo dentro de la institución educativa?

En este sentido, Gianfranco Zavalloni (2011), a través de la Pedagogía del Caracol, pone en debate el rol de la escuela, y apunta: «Vivimos en la época del tiempo sin espera. Y ello tiene increíbles repercusiones en nuestra forma de vivir. Ya no tenemos tiempo para esperar, ya no sabemos participar en un encuentro sin ser interrumpidos por el móvil, lo queremos ‘todo y ahora mismo’, en tiempo real”. Esto sin duda nos hace pensar en la actualidad de los diversos sistemas educativos, que a partir de la propagación del virus SARS-CoV-2, aceleró la digitalización. Sin embargo, Zavalloni propone desde 2011 que en determinados momentos es necesario rebelarse a dichas formas de escolarización, donde la fórmula es hiperconectividad y enseñanza, pues esa velocidad acelera nuestras vidas, pero no nos lleva a ninguna parte. Es menester volver a la esencia emancipadora de la educación.

De igual modo, Gianfranco (2011) refiere que, “(…) la evolución y el progreso tecnológico son imparables, pero que no nos pueden hacer olvidar lo básico en la educación, que es la relación y la comunicación entre personas que conviven en un mismo espacio, durante un dilatado período de tiempo”. No sólo es la acumulación de conocimiento, sino la interacción comunitaria para fortalecer la convivencia, y, en el mejor de los casos, el tejido social desde el entorno inmediato que se habita.

Quizá la pandemia nos está diciendo que es momento de dejar de anhelar volver al pasado, a esa antigua normalidad, que ya era bastante violenta. Para comenzar a construir Otras formas de vida, donde la escuela se vuelva espacio tejedor de alianzas y valores comunales.

Joan Domenech Francesch (2011), nos dice que “el libro de Gianfranco nos invita, directamente, no sólo a pensar y a defender una concepción del tiempo más cercana a las personas, sino también a desarrollar nuestra acción cooperadora y crítica para, desde la práctica, mostrar y demostrar que todo ella es posible”. Siendo así, el momento histórico que vivimos un tiempo clave para cuestionar desde nuestra práctica docente, en aulas ―físicas y virtuales―, nuestro vínculo en tanto tiempo y memoria con el entorno social, lo que lleva a pensar en la posible articulación entre pedagogías críticas y pedagogías populares para crear, insisto, un buen vivir.

Fuente

Zavalloni, G. (2011). La pedagogía de caracol. Por una escuela lenta y no violenta. Grao, Barcelona. https://drive.google.com/file/d/14X3-3uZfn7oNTg8KOD3t4p7DU9ByHnuX/view?fbclid=IwAR1WuYrCIN79NM49q1cTsHUvIEK5jJI_-5jk7SqT5COsDiGPhAGc9hR_wlM

 

 

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Educación lenta: menos, es más

Enrique Javier Díez Gutiérrez

Entroncada con la filosofía del decrecimiento se plantea la slow education 1. Una filosofía de la educación donde se prima el proceso de aprendizaje, se centra el esfuerzo en facilitar las estrategias para la reflexión crítica, el análisis en profundidad y se tienen en cuenta los distintos ritmos de maduración; frente al modelo tradicional de primar los resultados, memorizar para continuos exámenes y avanzar en el temario acumulando contenidos.

La educación es un proceso a largo plazo. Los autores de Elogio de la educación lenta (Joan Doménech) o La pedagogía del caracol (Gianfranco Zavalloni), nos recuerdan la imperiosa necesidad de parar los pies a las prisas y la intensificación del trabajo, a las presiones y el estrés, que son contraproducentes para cualquier proceso de aprendizaje en profundidad. Nos piden recuperar el tiempo de aprender con profundidad y con sentido, retomar un ritmo más pausado de aprendizaje. Sobre todo, en un momento de crisis como éste, donde el alumnado quizá necesita mucho más del acompañamiento y el cuidado, y la posibilidad de reflexionar sobre la experiencia que están viviendo, cómo le ha impactado a cada uno, a sus familias, a su entorno y a su barrio o su pueblo. Y los adultos debemos aprender a “perder el tiempo” en escucharles y acompañarles.

Más contenidos no es sinónimo de mejor educación. Por eso debemos cuestionar la intensificación del trabajo escolar. Desocupar el tiempo de tantos deberes (las investigaciones señalan que hacer más deberes no necesariamente mejora el rendimiento académico) y actividades a veces repetitivas, en bastantes casos ligadas a contenidos y conocimientos desvinculados y fragmentados, que provocan aprendizajes efímeros. Replantear el currículum sobrecargado de temas y contenidos, para centrarse en lo realmente sustantivo, los aprendizajes comunes y básicos que realmente deben ser comprendidos y adquiridos por todo el alumnado. Haciendo una propuesta con sentido común, frente a esta ola, cada vez más acuciante, de teaching for test, que exige centrar la docencia en la preparación y “entrenamiento” para superar reválidas, exámenes y evaluaciones estandarizadas y obtener resultados que sitúen al centro en lo alto de los rankings escolares.

Quizás, entonces, se podría tener tiempo para trabajar más reposadamente, más profundamente, destinando tiempo a la reflexión, a la lectura, a la contemplación, al disfrute, a la relación. Para organizar el proceso de enseñanza-aprendizaje adecuado a los ritmos de un alumnado diverso, pudiendo llevar a cabo una auténtica “educación lenta y serena”, que cuestione la cultura de la cantidad y de la acumulación. Disfrutar de un tiempo pausado y sensible en el que más que aprendan muchas cosas, las aprendan bien.

También para reconquistar el tiempo personal, y poder dedicarlo a otras actividades, que implican no solo aprendizajes valiosos sino que nos ayudan a realizarnos: la solidaridad con los vecinos y vecinas que no pueden salir de casa, el desarrollo del lenguaje y la comunicación con quienes viven el confinamiento solos, recuperar los espacios del hogar como áreas de experimentación “científica” (cocina, plancha, lavadora) y compartir las tareas de forma igualitaria, analizar la realidad que están viviendo y las noticias que ven, el desarrollo de actividades culturales (estos días a distancia), el compromiso con los movimientos sociales (en las redes durante este confinamiento), o incluso simplemente “mirar por la ventana y ver las nubes en el cielo”, como dice Zavalloni.

Menos, es más, nos dice la educación lenta. Por eso, para poder llevar a cabo una educación lenta, más reposada, más inclusiva, donde se pueda personalizar más el proceso de aprendizaje, garantizando un currículo común, y sea posible atender más a la diversidad de forma inclusiva, es necesaria menos ratio, menos número de alumnado por profesor. Tras una larga etapa de recortes de profesorado y de sus condiciones laborales y profesionales, es el momento para apostar de forma decidida por un modelo de educación pública inclusiva y lenta, con los recursos suficientes para que éste modelo se pueda llevar a cabo.

Debemos aprender de este tiempo de crisis. No solo aprender que hemos de educar y apostar socialmente por el apoyo mutuo, el valor de lo común, de la solidaridad y los cuidados, frente al dogma neoliberal del capitalismo. Ciertamente es crucial aprender que el capitalismo neoliberal es la pandemia subyacente que hemos de superar, como explican los filósofos Slavoj Zizek, Byung-Chul Han o el pedagogo Henry Giroux, analizando su ideología virulenta de competitividad extrema y egoísmo irracional. Pero, si realmente no queremos que nadie quede atrás, también en educación, debemos aprender también de la experiencia educativa que hemos vivido en esta crisis del coronavirus.

Franco «Bifo» Berardi, en su Crónica de la psicodeflación, constata que “podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud”. En nuestras manos está.

(1) Maurice Holt fue el principal impulsor de la slow education en Europa, a partir de la publicación, en 2002, de su artículo-manifiesto titulado: It’s Time to Start the Slow School Movement, en la revista Phi Delta Kappan.

Enrique Javier Díez Gutiérrez. Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León, miembro del Foro de Sevilla y de Uni-Digna.

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Andrea Magnolini: “Se debe perder tiempo para ganar tiempo”

03 de mayo de 2017 / Fuente: http://blog.tiching.com

Andrea Magnolini

¿En qué consiste la pedagogía del caracol?
En permitir que los niños experimenten. Es decir, que trabajen con las manos, que interactúen con la naturaleza, que toquen las herramientas e instrumentos… El objetivo es que encuentren sus intereses y talentos para que acaben conociéndose mejor. Otro concepto importante de esta pedagogía es el juego como mediador para aprender y para experimentar, así como también la participación en talleres.

¿Qué tipo de talleres?
Hablamos de talleres muy distintos, ya que los niños también son muy diferentes entre ellos, algunos para trabajar la madera, otros para aprender a coser o a pintar… Otro elemento esencial es la naturaleza. La pedagogía del caracol está muy vinculada a la naturaleza, ya que es la primera maestra para un niño. Así es como lo entendía Gianfranco Zavalloni, impulsor de la pedagogía del caracol.

¿Por qué Gianfranco desarrolló este modelo educativo?
Lo más importante es entender que la pedagogía del caracol nace de una experiencia y no de la filosofía. Gianfranco trabajó durante catorce años en una escuela de primaria y se dedicó a observar a los niños. A partir de esta observación, desarrolló la pedagogía del caracol, que es el resultado de todas las experiencias que vivió en primera persona y la de las profesoras con las que trabajó.

¿Cómo entendía la escuela?
Como un espacio para ser curioso, no sólo para los niños, sino también para los docentes. Un lugar donde se debe aprender haciendo. Por ello, creía que la escuela necesita el coraje de los docentes para que aporten su talento. Entendía que los profesores y los alumnos tienen distintas habilidades y les invitaba a que cada uno aportara las suyas.

En su escuela, los docentes eran parte activa…
Siempre nos animaba a participar. Nos pedía que escribiéramos un diario sobre nuestra actividad, no para hacer un seguimiento de nuestro trabajo, sino para que dedicáramos tiempo a reflexionar sobre lo que hacíamos en clase.

Gianfranco afirmaba que la escuela y la sociedad están basadas en el mito de la velocidad. ¿A qué se refería?
La velocidad es un mito de nuestro tiempo que debemos desmontar. La velocidad en sí misma no significa nada, pero cobra sentido cuando tiene un objetivo, un destino. En nuestra sociedad entendemos que tenemos que ir de un punto a otro lo más rápido posible. Lamentablemente el mito de la velocidad también ha calado en la escuela.

¿En qué sentido?
Consideramos que el mundo en el que vivimos es muy complejo y nos marcamos muchos objetivos. Bajo esta premisa, educamos a los estudiantes para que desarrollen lo más rápido posible todas las habilidades que creemos necesarias para nuestra complicada sociedad. Pero esto es un mito, porque si preguntamos a los niños cuáles son sus objetivos o qué es realmente importante para ellos… el 95% de los estudiantes no sabrá qué responder. Necesitan tiempo.

Interesante…
Si no conocemos nuestro objetivo, no tiene sentido que vayamos rápido para llegar a él. Lo que necesitamos es tiempo para conocer nuestra meta. Una vez el niño descubre sus intereses y sus objetivos, la escuela debe permitirle seguir aprendiendo a su ritmo. Hay niños que necesitan hacer las cosas a mayor velocidad y otros con más calma. La escuela debe permitir que cada alumno descubra sus intereses y que los desarrolle a su ritmo.

¿Qué consecuencias tiene para los niños el mito de la velocidad?
Les estamos transmitiendo que deben asumir más objetivos de los que pueden manejar. Otro mito relacionado con la velocidad es el de la seguridad. Actualmente, queremos hacerlo todo rápido y seguro, pero es una idea contradictoria, porque cuánto más rápido vas, menos seguro es lo que haces. Todo ello provoca que acabemos transmitiendo inseguridad a los niños.

¿Cómo se transmite la inseguridad?
Estamos tan obsesionados con la seguridad y la velocidad que acabamos prohibiéndolo todo. No dejamos que los niños experimenten con las manos, que se ensucien, que salgan a la calle, que se relacionen con otras personas u otras culturas, con el argumento de que puede resultar peligroso. Con esta actitud el niño acaba entendiendo que el mundo es un lugar terrible.

¿Qué cambios deberían aplicarse en las escuelas?
La escuela atraviesa un momento de crisis porque la sociedad está especulando con ella. Me refiero a que, por ejemplo, como la sociedad está dominada por la tecnología, estamos intentando introducir su dominio también en la escuela, con la complicidad de unos docentes que no están preparados para ello. También me preocupa la dirección que ha tomado la enseñanza, que obliga a convertir cada experiencia en cognitiva.

¿Nos podría poner un ejemplo?
Cuando las escuelas enseñan a los estudiantes qué es el pan, no les llevan a conocer el campo, ni el trigo, ni cómo se elabora la harina… Lo que hacen es darles un papel en el que pone pan, una flecha que lleva al trigo, otra a la harina y otra que de nuevo vuelve al pan. Para un niño, esto no es una experiencia, es sólo un dibujo que no le aporta significado. Este problema se multiplica con el uso de las nuevas tecnologías.

¿Qué debemos hacer para revertir esta situación?
Hay que volver a la pedagogía del caracol. El conocimiento se debe transmitir a través de una experiencia. De esta forma el aprendizaje del estudiante será más rápido y de mayor calidad. Nosotros entendemos que cada niño tiene un talento distinto, por lo tanto, con esta pedagogía fomentamos que cooperen entre ellos, ya que para un niño representa una gran satisfacción poder ayudar a otra persona con capacidades distintas a las suyas.

Gianfranco propuso diferentes prácticas que permiten la desaceleración en la escuela. ¿Qué tienen todas ellas en común?
Para Gianfranco el diálogo tenía mucha importancia. Hay muchas clases que parecen una iglesia o el ejército, con una persona al frente hablando y las demás están obligadas a escucharla. Es muy distinto cuando una persona introduce unos conocimientos y los demás están en círculo escuchando, interactuando y aprendiendo.

¿Cómo fomentar el diálogo en clase?
Uno de los mejores instrumentos para animar el diálogo en clase son los títeres. Gianfranco siempre los utilizaba y dejaba que los niños los usaran y preparasen el espectáculo. Son prácticas que requieren de tiempo, pero debemos entender que se debe perder tiempo para ganar tiempo. Es importante recordar que los niños son como las semillas, algunos brotan muy rápidamente y otros necesitan estar un año en la tierra, en un lugar confortable, para después poder emerger.

Gianfranco también defendió la Escuela Creativa. ¿Qué debemos entender por creatividad en la escuela?
Pensaba que la creatividad es una capacidad muy difícil de definir, ya que consiste en tomar los elementos disponibles y darles un uso distinto al habitual. Por ejemplo, si cogemos partes de distintos animales y las juntamos, podemos inventar otro animal. Pero si no tenemos experiencias directas con los animales, es decir, si no los has visto en primera persona, tocado, o no te has relacionado con ellos… resultará muy difícil ser creativo.

¿Cómo lo soluciona la Escuela Creativa?
Creando experiencias. Salir de la escuela e indagar. Gianfranco llevaba a los alumnos a visitar a la gente que trabajaba en talleres. Pensaba que era muy importante porque muchos de sus estudiantes de 18 años no sabían qué hacer con su futuro profesional porque nunca habían visto a las personas trabajar. El trabajo físico se ha convertido en tabú porque se considera muy peligroso… Gianfranco creía que era importante que lo vivieran en primera persona para interiorizar la experiencia.

¿Cuáles son los valores que hay detrás de estos modelos educativos?
El valor que destacaría, el cual puede parecer banal, es la libertad. No hablamos de la libertad para que los niños hagan lo que quieran. Si no la libertad de ser libre, la libertad interior. Pero uno no puede ser libre si no sabe lo que quiere hacer, lo que le interesa, lo que ama… Por lo tanto, se requiere de tiempo para descubrirlo y la escuela debe proporcionarlo.

Finalmente, ¿cuáles son los derechos de los niños defendidos por Gianfranco?
Estableció 10 derechos de los niños: al ocio, a ensuciarse, a los olores, al diálogo, a usar las manos, a un buen comienzo, a la calle, a lo salvaje, al silencio y a los matices. Definió este decálogo fruto de la experiencia que vivió en Sudamérica donde los niños jugaban todo el día y no estaban encerrados en clase o en casa con un exhaustivo control de los adultos, como pasa en occidente. Deberíamos reflexionar más sobre ello…

Fuente entrevista: http://blog.tiching.com/andrea-magnolini-se-perder-tiempo-ganar-tiempo/

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