Entrevista a Isabel Pérez Van Kappel, miembro de la Plataforma en Defensa de la Escuela Pública. Lugar desde el cual lucha a diario para que desaparezca la mercantilización educativa en su país.
Oliver Twist sigue padeciendo miserias que contradicen supuestos avances del presente: el invento de la crisis evidencia que la desatención a los pobres sigue siendo la norma. Se percibe bien en el ámbito educativo, aunque suscite poca atención mediática. Las dinámicas de acogida a los niños de que es tutor el Estado, ejemplifican sobradamente el procedimiento que suele seguirse y obligan a visibilizar el porqué.
¿Qué es la infancia invisible?
Se llama así en la literatura científica a esos niños que por distintos motivos les separan de su familia y caen bajo la tutela de alguna Administración pública. En España, todavía son demasiados los menores que son internados en residencias de algún tipo. El principal problema es que son invisibles: hay más de 35.000 niños y adolescentes de los que prácticamente no se habla nunca, lo que ya es bastante grave. Y luego que, según las normas y recomendaciones más aceptables, deberían estar en familias acogedoras, bien de la familia extensa o bien en otras externas. Sin embargo, llevamos años sin que crezca el 60% de niños acogidos en familias.
¿Que problemas visibilizan?
Desde el AMPTA del Instituto donde estudiaron mis hijos he podido observar cómo llegaban con problemas típicos de estar en residencia. El principal, la falta de coordinación en el seno de la propia residencia, entre los turnos de trabajadores; mala coordinación también con los profesores y la dirección del centro donde se escolarizaban. Llegaban, en general, con muchísimo retraso de aprendizaje: al tomarse la decisión de separarlos de su casa familiar, era porque tenían problemas graves y, encima, en las residencias no se ocupaban de ponerles al día y ayudarles. Su formación adecuada es casi el problema menor porque, como a los 18 años cuando dejen de ser tutelados tienen que ser autónomos, se les deriva casi siempre hacia los niveles de formación más bajos: una FPI o una Formación Profesional Básica.
Salir de la residencia para ponerse a trabajar es un cambio brusco en el que, según los psicólogos que lo han estudiado, pasan de la “infancia invisible” a la “adultez inmediata”; dejan de ser “niños invisibles” para ser “adultos prematuros”. Son chavales a los que, fundamentalmente, se les roba su futuro al no dárseles la oportunidad de seguir estudiando. Me parece que a la propia Administración que ejerce la tutela le dan ganas de retirársela. Se supone que a un hijo se le dan todas las posibilidades y que, de algún modo, éstos son hijos adoptivos del Estado, pero la única preocupación de éste es que, a los 18 años, se larguen. Hace unos años, iniciaron programas de seguimiento, les buscaron trabajo, etc., pero con muy poco éxito. Creo que tampoco es eso: no se puede estar pensando que a los 18 te echo y te olvido, ni tampoco que te voy a seguir tutelando toda la vida. Pero entre medias, el sistema residencial no funciona.
“En España, son demasiados los menores internados en residencias de acogida”
¿Al salir, siguen los problemas?
Todos los del mundo: no les ha valido de mucho esa acogida del Estado. Se supone que salen preparados para la vida, pero se la tienen que buscar, tratando de encontrar trabajo en esta España en que la media de emancipación es a los 30 años. Tienen carencias educativas que la propia Administración no se ha molestado en subsanar y casi ninguno encuentra realmente trabajo. Son carne de cañón: o bien dependerán de por vida de los servicios sociales o, si vuelven a su casa –de donde se les ha separado porque había un problema-, normalmente no se habrá resuelto cuando hayan salido. No habrá habido asistencia social para resolverlo y que el niño pueda volver a su entorno natural originario sin problema.
Entretanto, en estos centros de acogida continuarán los problemas de los que no se suele hablar. Seguirá sin entenderse por qué los cambian tanto; los niños no tienen residencia fija: vienen de cualquier sitio y, a veces, de muy lejos de la Comunidad. Que los vayan cambiando, sin que se sepa por qué, puede ser cuestión del juez o quien sea, pero están poco tiempo en la misma residencia. De eso se quejan mucho los profesores del Instituto a donde acuden: cuando parece que se hacen con el chaval y van a conseguir algo, de repente, se lo llevan. Con lo cual, cada vez que les llega uno nuevo se animan poco: nunca saben el tiempo que va estar. En general, cambian mucho y sus cuidadores también, lo que es otro problema. Sus turnos de trabajo hacen que los niños lo tengan difícil cuando necesitan afianzarse. Sucede, por ejemplo, cuando una trabajadora ha tenido que operarse; tiene derecho a coger su baja, pero durante dos meses o lo que dure su ausencia el niño no tendrá esa referencia. Eso en una familia no pasa: si me operan, como madre sigo estando ahí, sigo siendo un referente. Tanta movilidad configura un vodevil extraño de gente que entra y sale: niños, profesores y cuidadores, además del desfile de voluntarios. Una niña puede necesitar apoyo en matemáticas, pero esperarán a que aparezca un voluntario que pueda echarle una mano…
¿A las chicas les es más difícil?
Sobre todo, a la salida. Normalmente, se adaptan mejor; suelen dar menos problemas de comportamiento, pero la salida la tienen peor. Vivimos en una sociedad todavía muy machista y las chicas, con ese nivel de formación que llevan, suelen volver a su casa o, si tienen novio, igual se van a casa de éste, pero para cumplir el rol tradicional de cuidar, barrer, comprar, sin mayor expectativa.
“Hay gente que cree que es un ‘reformatorio’, cuando no son niños que tengan problemas con la ley”
¿De qué número de tutelados estamos hablando?
En 2013 eran algo más de 35.000 tutelados, 13.000 en residencias. Es una cifra más o menos estable, en lo que conozco; no aumenta el número de niños que van a familias porque siguen mandando muchos a residencias. Hay un 40% que tenía que haber cambiado porque la Ley 26/2015, de 28 de julio, modificaba el sistema de protección a la infancia y a la adolescencia. Y, desde 2010, habría que haber tenido en cuenta también la Resolución 64/142 de 2010 de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sus directrices sobre modalidades alternativas de cuidado de niños especificaban que el acogimiento residencial debía limitarse a casos en que este entorno fuera “específicamente apropiado, necesario y constructivo para el menor, nunca por comodidad de las autoridades o por fomentar un negocio”. Un informe de la “Comisión especial del Senado” para estudiar “la problemática de la adopción nacional y otros temas afines”, confirmaba ese mismo año algo similar.
En algún momento ves que a las leyes se les hace poco caso, como si fuese opcional cumplirlas. Los trabajadores de estas residencias podrían realizar muy bien tareas más eficientes sin que se les acabara el trabajo, pues hay mucho por hacer: propagar el acogimiento en familia, difundir cómo es el sistema y qué es ser padre o madre de acogida –la gente no lo tiene claro-; hay que seleccionar a las familias y hay que acompañarlas… El propio procedimiento de acogida es mejorable, desde que se busca dentro de la familia extensa del niño -abuelos, tíos, primos- si hay quien se pueda hacer cargo. O, de no ser posible, continuar buscando familias de acogida externas, voluntarias. No se trata de adopción, sino de compromiso para acompañar al chaval el tiempo que haga falta, hasta que se solucione el problema familiar que hubiera determinado que tenía que salir de su familia biológica. En todo este proceso, caben mejoras.
¿Y el Observatorio de la Infancia?
Depende del Ministerio de Sanidad, Seguridad Social e Igualdad. Es un organismo en el que están representadas cincuenta instituciones, organizaciones, ministerios y comunidades. Es accesible a través de la red y ahí van colgando documentos propios y subvencionados. Tienen todos los datos, todos los problemas que hay y sus soluciones: saben lo que hay que hacer pero no se hace; mientras, sigue habiendo un 40% en residencias.
¿No debería darse preferencia a estos niños, en vez e ir a buscar otros a China o Etiopía?
Eso le decía un día en el parque un chaval de residencia a una mamá que se había traído un niño del Nepal. Se acercó y le dijo: “¡Qué lejos te has ido a buscarlo, cuando aquí estamos tantos!”. El niño decía: “Qué es eso de irse a China, si aquí estamos nosotros”.
A mí me parece que es lo más grande que puede hacer nadie: saber acoger a un chaval que probablemente venga con muchos problemas, que no es tuyo y que, a lo mejor, cuando te empieces a encariñar con él, podrá volver a su familia. Es muy duro ser padre de acogida, es para quitarse el sombrero. Pero tampoco se hace publicidad para que los haya y seguro que habría gente dispuesta. Y luego, claro, que eso se acompañe de una dotación económica razonable.
¿Cuánto le representa un niño a la Administración?
Depende de cada Comunidad: es competencia transferida. En Madrid, a las familias se les pagan 90€ al mes; concretamente, 1.400-1.500€ por un solo niño en familia extensa; 2.000€ en familia ajena si el niño no tiene “especial dificultad”; 5.000€ por niño “con especial dificultad”. Así lo explica la última convocatoria de ayudas económicas para apoyar el acogimiento de menores para el año 2016 (Orden 2164/2015, de 28 de diciembre, de la madrileña Consejería de Políticas Sociales y Familia]. Una madre –acogedora– me comentaba que apenas le llega para las actividades extraescolares. Pero, curiosamente, la Resolución de 28/09/2015 de esta misma Consejería especifica que, a las residencias concertadas, se les pagarían 2.000€ al mes, lo que equivale a 63,92€/día (IVA 10% incluido). En esta norma, se mencionaba el “perfil del contratante” apto para formalizar el acuerdo marco para “Acogimiento residencial de menores, de cero a diecisiete años, atendidos con cargo al IMFM”. Como si la búsqueda de “hogares familiares” pudiera dirimirse de modo tan burocrático.
“Afectivamente, y sobre todo en cuanto a la formación académica, es bastante desastrosa y muy mejorable su situación”
Si el acogimiento en familia es mejor y sale más barato, ¿por qué no se acaba con ese porcentaje alto de acogimiento residencial?
Aunque a las familias se les diesen quinientos euros o más –que dan para algo-, todavía saldría mucho más barato que los centros residenciales concertados. La clave de que no se acabe con ellos es que, a mi modo de ver, hay un negocio y no muy transparente. La Comunidad de Madrid convoca los concursos, pero, si se miran las listas, se ve que siempre se dan a los mismos. Tiene su lógica: tienen experiencia, patrimonio inmobiliario, pisos disponibles, infraestructura de servicio… Nuevo Futuro, por ejemplo, tiene once pisos-residencia en Madrid, pero están por toda España, y otra organización que se dedica mucho a esto es Aldeas Infantiles.
La presencia de niños en centros de acogida se parece mucho a una escolarización material, sin más afán…
Sí, sí. Es como si dijéramos: “Ya tenemos dónde meterlos, pero lo que pase no nos interesa mucho. Es más, tienen que salir sí o sí a los 18 años con un título para trabajar. Por tanto, para qué nos vamos a molestar demasiado. Si vienen con algún problema de lectoescritura o similar, a desviarles directamente hacia FPI y que salgan con un título…”. Uno de los documentos que leí, en la revista Qurriculum de enero de 2015, decía que sólo el 8% de estos alumnos son derivados a Bachillerato. ¿Es que sólo el 8% de estos chavales tienen capacidad o interés y deseo por hacer el Bachillerato? No, pero es como si salir con el Bachillerato no les sirviera para nada. Hay un paralelismo con los años sesenta, cuando los estudios medios sólo alcanzaban a un 4,24% de españoles, y los superiores a un 1,09%. Esto decía el Libro blanco de la LGE en 1969 (p. 37), indicativo de cómo hemos avanzado en igualdad de trato.
“La infancia invisible que tutela el Estado ejemplifica muchas otras deficiencias educativas”.
¿Cuáles son tus propuestas de mejora más urgentes?
Son tres. La primera, aumentar las dotaciones de los servicios sociales para evitar la separación de los niños de sus familias; a la familia que tenga algún problema, ponerle solución antes de acudir a estas soluciones peores. Siempre habrá casos, pero que no sean tantísimos. La segunda, fomentar de verdad el acogimiento familiar, hacer campañas –igual que las de donación de sangre- para acoger chavales, informar y formar familias acogedoras. Y luego, mientras se hace todo eso y aun así haya chavales que tengan que estar en residencias, éstas tienen que mejorar sensiblemente en cuanto a organización interna, comunicación con los centros donde estudian los chavales, abrirse más a los recursos del entorno en cuanto a ocio, etc. Es muy importante. Hay sitios, como la zona donde vivo, donde la residencia pública es conocida por todos, más o menos; pero hay una concertada que parece medio clandestina, nunca se sabe a dónde van sus niños, está como apartada… Esto también marca, porque estamos en un país en que la familia tiene un peso muy importante y no estar en una familia hace sentirse mal. Incluso se presta a confusión: hay gente que cree que es un “reformatorio”, cuando no son niños que tengan problemas con la ley, sino chavales normales con una situación familiar complicada.
Recuerda a los espacios de acogida de emigrantes…
El run-run de residencia de menores suena demasiado a prevención. Y ahora el problema crece porque son habituales los menores extranjeros que inmigran no acompañados, chavales que llegan con 14, 15 años. Si a los 18 se supone que los echas, no te da tiempo a formarlos, que tengan su independencia razonable, ni nada de nada. Son chicos en un momento de carencias afectivas, en que la constitución de referencias de vida es fundamental, y más cuando vienen a un país extraño, con costumbres diferentes, idioma distinto… Es difícil que se corrijan las cifras, con el número de exiliados de conflictos como el de Siria y la cantidad de niños no acompañados que generan, como aquellos 10.000 que no se sabía a dónde habían ido a parar en toda Europa.
“Es lo más grande que puede hacer nadie: saber acoger a un chaval que probablemente venga con muchos problemas”
A menudo estos centros están ubicados como de tapadillo
Sí, están ensimismados. Muchos de sus tutelados no participan en actividades de su entorno y, en general, la poca imagen que tienen viene dada por ellos mismos. Cuando desempeñan un trabajo que, en principio, es estupendo, bien merecería que lo dieran a conocer mejor y se integraran más en el entorno social. Muchas veces parece que se dedicaran a algo vergonzante, como si de lo que sucedía a Oliver se tratara. Ya no les pegan, les dan de comer, les limpian, les llevan al médico y les atienden: hemos mejorado, pero falta mucho para estar a la altura de la responsabilidad actual. Afectivamente, y sobre todo en cuanto a la formación académica, su situación es bastante desastrosa y muy mejorable. Lo que hoy sabemos de la infancia y adolescencia, y lo que estos chavales necesitan para su óptimo desarrollo y que crezca su autoestima es bastante más. Puede que el problema sea mucho mayor, pues en este país, el trato a la infancia es muy mejorable. Que algunas ONGs de prestigio como Save the Children denuncien la existencia de un 35,8% de niños españoles en riesgo de pobreza, en 2016, es para echarse a temblar….
Tomado de: http://www.te-feccoo.es/2016/07/12/es-que-solo-el-8-de-los-chavales-de-acogida-tiene-capacidad-para-hacer-bachillerato/