24 de mayo de 2017 / Fuente: https://compartirpalabramaestra.org
Por: Jairo Hernando Gómez Esteban
La formación, entendida como la construcción de sí mismo, no puede ser indisociable del pensamiento crítico dada su naturaleza creativa y propositiva.
Formación y crítica son dos palabras que de tanto usarse -y abusarse- en los diversos contextos educativos, han terminado por quedar despojadas de su significado original y su verdadero sentido social y político. No obstante, en un país ad portas de un posconflicto armado, dichas categorías como propósitos fundamentales de la educación, requieren urgentemente ser retomadas y puestas en perspectiva histórica.
Siguiendo a Gadamer, la formación se puede entender como la construcción de sí mismo, como el proceso mediante el cual no sólo llegamos a ser lo que somos, sino también, de cómo llegamos a ser lo que aún no somos. Y en ese hacernos a nosotros mismos, en esas perpetuas natalidades cotidianas, las tensiones entre el sujeto que se está formando y el formador que quiere ‘moldearlo’ y ‘adiestrarlo’ a su propia visión de mundo no se hacen esperar, sembrando, sin proponérselo, la primera semilla del pensamiento crítico. Pero dicha actitud crítica no sólo surge por oposición y resistencia al formador -y en general a cualquier forma de poder- que insiste en encasillarlo a como dé lugar en una visión de mundo predeterminada, sino también como un ejercicio de la voluntad y de la imaginación creadora.
La formación se puede entender como la construcción de sí mismo, como el proceso mediante el cual no sólo llegamos a ser lo que somos, sino también, de cómo llegamos a ser lo que aún no somos.
La construcción de sí mismo sólo es posible a partir del despliegue de todas nuestras potencias vitales, de tener las condiciones materiales y culturales para promover el desarrollo potencial de los individuos, en despertar y activar aquéllas funciones que, siguiendo a Vygotsky, estarían en la zona de desarrollo próximo e incluirían no sólo las que se encuentran en proceso de maduración biológica, sino, principalmente, las características históricas en que se hallan los sujetos en formación. Entendida así, la formación es exactamente lo contrario al desarrollo de competencias, las cuales están focalizadas exclusivamente en “el saber hacer en contexto” con una connotación predominantemente instrumental y centradas en lo que hace el sujeto, y no en lo que potencialmente haría en otras condiciones menos institucionalizadas y normatizadas. Este énfasis en las potencias del sujeto permite no sólo confrontar y cuestionar las diversas formas que adopta el poder, y, en consecuencia, decidir cómo, por quién y en nombre de qué principios ser educado y gobernado, sino también darse cuenta de que la única forma de verificar el cumplimiento de las promesas consigo mismo, de la fidelidad a los acontecimientos que lo han configurado y transfigurado, de las diversas posiciones que han tenido sus trayectorias vitales, sólo es posible mediante la autoconfrontación y la reflexividad, el autoexamen y la introspección; es decir, mediante la crítica de sí mismo.
Y es que la construcción de sí mismo implica someter a crítica los criterios que orientan nuestra acción, nuestros modos de existencia, nuestro horizonte ético y político; y en dicha crítica es preciso diferenciar entre el lenguaje propio de la cultura de masas, triunfante, homogeneizante, instituido, que se arma y se desarma dentro de los dominios del poder, porque es el lenguaje de lo mismo; y el lenguaje del cuestionamiento, la paradoja y la ironía que toma distancia y se diferencia. La crítica de sí mismo no puede escamotear estas dos clases de lenguajes porque, dependiendo del uso que hagamos de los dos, se revelará no sólo nuestras relaciones significantes con el poder, sino las formas como nos relacionamos, de crearnos y recrearnos a nosotros; es decir, que la crítica de sí mismo se constituye en la verdadera estrategia de evaluación de cualquier proceso de formación.
Reconocer que el pensamiento crítico no sólo es inherente sino coadyuvante del proceso de formación, implica que los formadores asuman las resistencias y las oposiciones, la imaginación y la voluntad de sus aprendices como mecanismos de autoformación y autocreación de sí mismos y de otros mundos posibles.
Ahora bien, dependiendo de la forma como utilicemos estos dos lenguajes -el del poder y el del sujeto en formación- surgirán nuevos lugares de encuentro, se construirán nuevas intersecciones; en fin, se creará una comunidad que acepte cambios en las formas de regular el poder entre géneros y generaciones, la elaboración creativa de formas alternativas de conocimiento, que comprenda que otras formas de organización social son posibles a partir de pactos sociales cooperativos, asociativos y morales que permitan apuntalar la democracia, que restituya la posibilidad real de crear instituciones y acciones colectivas a partir de la reciprocidad mutua, la asociación voluntaria, la solidaridad, la autosuficiencia económica y alimentaria; en otras palabras, en asumir el pensamiento crítico como uno de los ejes fundamentales sobre los que debe descansar cualquier proceso de formación, entendiéndolo como un pensamiento propositivo y alternativo al consumismo, productivismo y economicismo tan propios del espíritu de esta modernidad tardía.
En síntesis, reconocer que el pensamiento crítico no sólo es inherente sino coadyuvante del proceso de formación, implica que los formadores asuman las resistencias y las oposiciones, la imaginación y la voluntad de sus aprendices como mecanismos de autoformación y autocreación de sí mismos y de otros mundos posibles, como herramientas de autocomprensión y autoexpresión en busca de su propias verdades, y, por supuesto, como estrategias de confianza, solidaridad y reciprocidad, absolutamente imprescindibles en la construcción colectiva de la paz.
Fuente artículo: https://compartirpalabramaestra.org/columnas/la-formacion-del-pensamiento-critico