“Hablar del pluriverso significa: revelar un espacio de pensamiento y de práctica en el que el dominio de una modernidad única haya quedado suspendido a nivel epistémico y ontológico; donde esta modernidad haya sido provincializada, es decir, desplazada del centro de la imaginación histórica y epistémica; y donde el análisis de proyectos descoloniales y pluriversales concretos pueda hacerse honestamente desde una perspectiva des-esencializada”. (Arturo Escobar (2012) )
La actual crisis mundial es sistémica, múltiple y asimétrica, con claros alcances civilizatorios. Nunca antes tantos aspectos cruciales de la vida fallaron simultáneamente, y las expectativas sobre el futuro son tan inciertas. Los problemas ambientales ya no pueden ocultarse por más poderosos -y torpes- que sean los negacionistas. Tampoco pueden ocultarse las abismales desigualdades, que van en aumento a medida que la sombra del “desarrollo” cubre todas las partes de la Tierra. Cual virus mutante, las manifestaciones de la crisis se perciben en todos los espacios: ambientales, económicos, sociales, políticos, éticos, culturales, espirituales…
Dejar de buscar al fantasma del “desarrollo” es difícil . Su retórica seductora, a veces llamada “mentalidad de desarrollo” o “desarrollismo”, se ha internalizado en prácticamente todos los países. Sobre todo en aquellos que sufren las consecuencias del crecimiento industrial en el Norte Global. Norte Global que, por cierto, fue el primero en aceptar un camino único de progreso, sin aceptar su responsabilidad en la grave crisis socio-ambiental global . De hecho, hasta parte del Sur no asume el reto ambiental al acusar al Norte de impedirle alcanzar el “desarrollo” (inspirado en el mismo estilo de vida del Norte).
Casi siete décadas después de que la noción de “desarrollo” [1] se extendiera por todo el mundo, la verdad más bien parece indicar que el mundo vive un “mal desarrollo” . Dentro de ese “mal desarrollo” están inclusive los países llamados industrializados o “desarrollados”. Es paradójico, pero el discurso del “desarrollo” en términos vitales solo lleva a la consolidación de la crisis sistémica actual.
Dicha crisis no es coyuntural ni manejable desde la institucionaliad existente. Es histórica y estructural, y exige una profunda reorganización de las relaciones tanto dentro, como entre las sociedades de todo el mundo, como también entre la Humanidad y el resto de la “Naturaleza”, de la cual formamos parte. Y eso implica, evidentemente, una reconstrucción institucional a escala mundial, algo inviable desde las actuales instituciones de alcance planetario e inclusive desde los estrechos márgenes estatales.
Tal como sintetiza el libro Pluriverso – Diccionaro del Postdesarrollo [2], nuestra lección más importante como Humanidad es reencontrarnos con la Madre Tierra para garantizar una vida digna para todos los seres (humanos y no humanos). En todas partes, cada vez más personas buscan satisfacer sus necesidades afirmando los derechos y la dignidad de la Tierra . Esas búsquedas responden al colapso ecológico, al acaparamiento de tierras, a las guerras destadas para controlar las reservas petroleras y mineras, así como a otros extractivismos (agroindustria, plantaciones agroexportadoras, incluso con cultivos genéticamente modificados) que casi siempre destruyen los medios de vida rurales y generan pobreza urbana. A veces, el “progreso” occidental se vuelve el principal causante de que nuestro mundo esté enfermo de opulencia, alienación y desarraigo. Ante ello, los movimientos de resistencia popular se encuentran extendidos en todos los continentes.
A medida que la globalización del capital desestabiliza las economías regionales y nacionales, dejando a su paso poblaciones enteras de refugiados -incluso dentro de sus propios países-, algunos sectores de la población afrontan la situación identificándose con el poder machista de la derecha política, con su promesa de “quitar empleo” a los migrantes, artificialmente señalados muchas veces como causantes de las crisis… A menudo, las clases trabajadoras inseguras también adoptan tal postura. El resultado es una peligrosa derivación global hacia el autoritarismo.
Por su parte, la -privilegiada- tecnocracia promueve el neoliberalismo con ilusiones de democracia representativa y trayectoria de innovación para el crecimiento perpetuo. Algo perverso, pues denota que hasta la diferencia derecha-izquierda ortodoxa es difusa en cuanto a modernización y progreso. Además, cada una se basa en valores eurocéntricos y machistas.
Karl Marx nos recordó que, cuando una nueva sociedad nace desde adentro de la vieja, esta arrastra muchos defectos del sistema antiguo. Más tarde, Antonio Gramsci observaría: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas morbosos.” Lo notable es que ahora -algo no anticipado por estos intelectuales europeos- las alternativas emergen sobre todo desde los márgenes políticos de ambas periferias del capitalismo, tanto desde su periferia colonial como de superiferia doméstica . Basta anotar los esfuerzos de los grupos decrecentistas que avanzan desde la academia a la configuración de un vigoroso movimiento social .
Por cierto, el análisis desde Marx es necesario, pero no basta; debe complementarse por otras propuestas, incluidas las que emana del Sur global como las perspectivas del sumak kawsay o Buen Vivir, del eco-svarag, del ubuntu, del comunitarismo; incluyendo las versiones críticamente reflexivas de las principales religiones y, por supuesto, los aportes de la convivialidad de Ivan Illich para construir una sociedad que permita a todos sus miembros la acción más autónoma y creativa posible, usando herramientas controlables por ellos mismos. En una transición como ésta, crítica y acción requieren nuevas narrativas imaginativas, combinadas con soluciones materiales prácticas. Tejer resistencias y sumar proyectos alternativas potenciará el tránsito por senderos pluriversales.
Ya no podemos hacer lo mismo, aunque lo hagamos mejor. Ya no podemos confiar en crear “corporaciones más responsables” o “burocracias reguladoras eficientes”; ni siquiera basta con reconocer la ciudadanía plena para los “de color”, “viejos”, “discapacitados”, “mujeres” o “queer” dentro del pluralismo liberal. Del mismo modo, no bastan los parches “prístinos” de la Naturaleza, de poco efecto sobre el colapso de la biodiversidad. Ninguna opción basta si no se ataca el corazón de la crisis sistémica mundial: el capitalismo y sus ansías infinitas de poder expresadas en una acumulación depredadora tanto de la vida humana como de las demás formas de vida.
En aquellos esfuerzos parciales que no cuestionan al capital, el fantasma del “desarrollo” se reencarna de infinitas maneras, pues los remedios de corto plazo desde el poder solo sostienen el statu quo Norte-Sur, el patriarcado, la colonialidad y el divorcio Humanidad-Naturaleza. Por supuesto, incluso las mejores intenciones –carentes de horizontes postcapitalistas- pueden llevar, sin quererlo, a soluciones superficiales, falsas y hasta agravantes de los problemas globales. Eso sí, es difícil distinguir las iniciativas “convencionales”, “falsas” o “superficiales” de aquellas “transformadoras radicales”. Además, en el proceso de transición muchas propuestas hoy innovadoras irán perdiendo su vigencia en el camino. Pero justamente tendremos que aceptar esta dialéctica en donde hasta las propuestas más potentes deberán reemplazarse por propuestas superiores, aunque la superación no provenga desde nuestra cosmovisión.
Aquí caben las palabras del notable sociólogo alicantino José María Tortosa en su libro “Maldesarrollo y malvivir – pobreza y violencia a escala mundial” (2011):
“La tarea es enorme y, precisamente por ello, no hay por qué hacerle ascos a compañeros de viaje, compañeros de marcha que no compartan otras variables. Los ateos podrían trabajar con los agnósticos y los creyentes, los budistas con los cristianos, los católicos con los protestantes. Los que pueden tener motivaciones para alterar el funcionamiento del sistema las tienen originadas en religiones o en ideologías bien concretas y comparten una cierta idea de la justicia aunque no compartan la cosmovisión. No importa. De lo que se trata desde esta perspectiva es ponerse a marcar el paso en una misma dirección: la de una sociedad más justa y, por tanto, menos empobrecida y violenta. La acumulación de pequeñas reformas podría ser, entonces, revolucionaria. Por eso ninguna de éstas tiene que ser despreciada si, unidas a las demás, puede producir el salto cualitativo: aislada puede tener sentido, ligada a las demás lo puede tener con mucha más razón ya que ya no sólo se tratará de afrontar necesidades locales sino que puede coadyuvar en el cambio de las reglas del juego.”
Inpulsando el cambio del juego mismo, cabría anotar.
Las alternativas transformadoras -como sinetizan más de cien aportes en el libro mencionado- difieren de las “soluciones convencionales” de varias maneras. Como se resume en la introducción de dicho libro, primero, idealmente van a las raíces de al menos un problema. Segundo, cuestionan las características centrales del discurso del “desarrollo”: crecimiento económico, retórica del progreso, racionalidad instrumental, mercados, universalidad, antropocentrismo, sexismo, etcétera. Tercero, abarcan una ética radicalmente diferente a la del sistema actual, reflejando valores basados en una lógica relacional; un mundo donde todo está interconectado; y con sociedades que abarcan valores como: diversidad y pluriversalidad; autonomía y autosuficiencia; solidaridad y reciprocidad; bienes comunes y ética colectiva; unidad con la Naturaleza y sus derechos; interdependencia; simplicidad y suficiencia; inclusión y dignidad; justicia y equidad; sin jerarquía; dignidad del trabajo; derechos y responsabilidades; sostenibilidad ecológica; no violencia y paz. Cuarto, a medida que avanzamos, la agencia política pertenecerá a los marginados, explotados y oprimidos. Y, quinto, la transformación debe integrar y movilizar múltiples dimensiones: política, económica, social, cultural, ética, espirituales, aunque no necesariamente de golpe. Hay varios caminos hacia una socio-bio-civilización, donde el único centro sea la vida misma.
Muchas cosmovisiones y prácticas radicales hacen ya visible al pluriverso. La noción de pluriverso cuestiona a la “universalidad” propia de la modernidad eurocéntrica. Como dirían los zapatistas de Chiapas, el pluriverso representa “un mundo donde caben muchos mundos”: un mundo en donde todos los mundos conviven con respeto y dignidad, sin que ninguno viva a costa de otros. Esta es la definición más sucinta y adecuada del pluriverso.
El camino es largo para que la multiplicidad de mundos se vuelva totalmente complementaria, pero ya hemos tomado rumbo: los movimientos por la justicia y la ecología encuentran cada vez más puntos comunes. Igualmente, las luchas políticas de mujeres, indígenas, campesinos, así como de pobladores urbanos a lo largo y ancho del planeta, están convergiendo.
Si bien las transiciones son complejas y no completamente radicales, son “alternativas” si al menos tienen potencial para la transformación sistémica. Dada la diversidad de visiones imaginativas, permanece abierta la creación de sinergias entre ellas. Habrá reveses; unas estrategias se desvanecerán otras será cooptadas por el poder del capital, y otras surgirán. Las diferencias, tensiones e incluso contradicciones existirán, pero esa es la esencia misma de un intercambio constructivo. Intercambio en donde todas las visiones tienen un espacio para expresarse e intercambiar experiencias, críticas y sobre todo sueños.
Los caminos hacia el pluriverso –sustentados en las reflexiones del post-desarrollo y la post-economía – son múltiples, abiertos y están en continua evolución. Una evolución que demanda siempre más democracia, nunca menos; más libertad, nunca menos; más vida, nunca menos.
Notas:
[1] Para comprender este proceso de discusiones múltiples se recomienda el libro de Koldo Unceta: “Desarrollo, postcrecimiento y Buen Vivir”, Abya-Yala, 2014 .
[2] Editado por Ashish Kothari, Ariel Salleh, Arturo Escobar, Federico Demaria, Alberto Acosta; con su primera edición en la India (estará publicado en octubre del 2018). Este artìculo se inspira en la introducción de ese libro, que sirvió de base para el texto publicado en la Revista Ecuador Debate 103 del CAAP (2018): “Encontrando senderos pluriversales”, de los mismos autores . La idea de armar tal compilación fue discutida por primera vez por Alberto Acosta, Ashish Kothari y Federico Demaria, en la Cuarta Conferencia Internacional sobre el Decrecimiento en Leipzig, 2014. Un año después, Ariel Salleh y Arturo Escobar se unieron al proyecto y la planificación comenzó en serio. El libro cuenta con 110 entradas, de diferentes temáticas, como aportes de 120 autores y autoras de todos los continentes.
Alberto Acosta, economista ecuatoriano. Profesor universitario. Exministro de Energía y Minas. Expresidente de la Asamblea Constituyente. Excandidato a la Presidencia de la República.
*Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=243929
Imagen: Internet