Los sentidos de lo público y lo comunitario en las prácticas de Educación Popular en el Chile postdictatorial (1999-2016)

Por: Daniel Fauré y Diego Cabezas.

Resumen

En el presente artículo, se caracterizan y analizan las nociones de lo público y de lo comunitario que maneja una muestra de organizaciones de educación popular de las ciudades de Santiago y Valparaíso (Chile) que desarrollan proyectos educativos de nivelación de estudios y reinserción escolar. Para ello, en primer lugar, se describe el surgimiento del ‘nuevo movimiento de educación popular’ en el Chile postdictatorial desde fines de la década de los 90, en un contexto de profundización de las políticas neoliberales en el campo educativo; en segundo lugar, se caracterizan los proyectos educativos de las organizaciones estudiadas -todas partes de este nuevo movimiento-; y, en tercer lugar, se analiza su discurso en base a documentos internos, sistematizaciones y entrevistas -tanto individuales como colectivas-.

Palabras claves: educación popular, Chile, postdictadura, público, comunitario.

Link para leer el artículo: http://revista.trenzar.cl/index.php/trenzar/article/view/46/30

Fuente del artículo: http://revista.trenzar.cl/index.php/trenzar/article/view/46

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Poniéndome a prueba

Por: Mauro Berchi

Aclaraciones metodológicas

Mis trabajos en el área de educación de adolescentes privados de libertad fueron desarrollados con el múltiple propósito de, por un lado, intervenir en la realidad de los detenidos, es decir, grosso modo, incidir en su conducta y, de ser posible, en la construcción de su subjetividad; y, por otro, realizar un diagnóstico, para poder trazar perspectivas que pudieran ser evaluadas y corregidas regularmente, implementando técnicas propias de la investigación cualitativa, como la observación participante o herramientas de etnometodología. (Garfinkel, 1967) (Agustín Bueno Bueno, 2002).

Es decir que, al tiempo que desarrollaba mis tareas pedagógicas con los adolescentes detenidos en el CREU Ituzaingó y, posteriormente, Lomas de Zamora[1], tomaba notas y apuntes con los que elaborábamos un diagnóstico institucional y poblacional, redactaba junto con las demás áreas un Proyecto Institucional, diseñaba líneas de acción, corregía errores, deconstruía críticamente mis propias prácticas y discursos, prejuicios, etc.

 Así, pues, podría decirse que en ese tren, fui protagonizandoexperiencias en el sentido en que trabaja el concepto Jorge Larrosa (Larrosa, 2003). En este sentido, mis experiencias en el trabajo educativo con adolescentes bonaerenses detenidos conforman un conjunto de intervenciones educativas, aportes de hipótesis respecto del encierro, reflexiones en torno del trabajo interdisciplinar en las instituciones penales juveniles, etc.

Aún cuando dejo claro que este fue el modo de encarar el trabajo por falta de otro mejor, más establecido, racionalizado o diseñado como instrumento científico (falencia atribuible a la dirigencia de la Secretaría de Niñez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires), también considero que es, casualmente, el ámbito de la educación de jóvenes en contextos de encierro, una arena propicia para hacer factibles experiencias como las que me ha tocado protagonizar. Y cuyos matices he intentado plasmar en numerosos trabajos, algunos de los cuales volcaré en este espacio virtual.

En el principio fue la tragedia

Es justo recordar que las experiencias de las que se puede dar cuenta en materia de adolescentes privados de libertad en la provincia de Buenos Aires, son fruto de la tragedia. En efecto, el ex gobernador Felipe Solá, se ocupó de implementar el Sistema de Responsabilidad penal Juvenil  luego de la “Masacre de Quilmes”:

El 20 de octubre de 2004, cerca de la medianoche, Elías Giménez (15), Diego Maldonado (16), Miguel Aranda (17) y Manuel Figueroa (17) iniciaron una quema de colchones en sus celdas de la comisaría 1ra. de Quilmes, situada en la esquina de Alem y Sarmiento, en pleno centro de esa ciudad. (…) Los detenidos protestaban por el abuso y privación de derechos que sufrían diariamente. El resultado del motín fue la muerte de los jóvenes citados, y la condena, 11 años después, de los policías que se encontraban esa noche de guardia. De acuerdo con la sentencia, ese día los jóvenes fueron torturados en la dependencia policial y luego se los dejó morir en el incendio que ellos provocaron al iniciar el  motín. (Página 12, 2015).

Más allá de su brutalidad, la “Masacre de Quilmes” desnudó un sinnúmero de anomalías en lo referente a Derechos del Niño[2] en Argentina, y especialmente en Buenos Aires, donde la vulneración de derechos de personas de entre 0 y 18 años se presenta en mayor número y gravedad.

Distintas ONGs pusieron el ojo en las condiciones de detención y juzgamiento de los jóvenes delincuentes de entonces, y saltó a la vista que, aún cuando el país había suscrito a toda la normativa supranacional garantista en la materia, nada se había hecho para adecuarse a ello.

Para pasarlo en limpio: en 2004, no debió haber habido ningún niño en ninguna comisaría, porque en 1990 Argentina había firmado y ratificado, entre otros tratados, la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño  (Congreso de la Nación Agentina , 1990). Para colmo, en 1994 esa y todas las normas internacionales firmadas por la nación, habían cobrado rango constitucional desde su inclusión en el artículo 75 inciso 22, fruto de la última reforma de la Carta Magna. Por eso, vale decir que la “Masacre de Quilmes” fue, al mismo tiempo, una tragedia y una vergüenza nacional.

Así pues, en 2005, Solá dio la orden de mudar a los niños bonaerenses detenidos en comisarías por la presunta comisión de delitos graves, a un ala de la Unidad Penitenciaria de adultos N° 39, de Ituzaingó, Partido de Morón. Y allí comencé a trabajar, implementando un taller de comunicación.

A un año de implementarse los talleres, algunos resultados eran particularmente notables. Entre ellos, por ejemplo, es dable citar la edición -de forma artesanal e independiente, por cierto-  de dos números de la revista que los mismos detenidos quisieron fundar. Con el nombre “CRI” (Centro de Recepción Ituzaingó) los adolescentes que participaban del taller plasmaron, en sus páginas, relatos de primera mano: motines, peleas, sanciones, condiciones de vida en reclusión.

Como parte de los ejercicios narrativos y periodísticos, se entrevistaron entre sí y conversaron, incluso, con los adultos, ya fueran miembros del Equipo Técnico o, lo menos pensado, Asistentes de Minoridad, quienes demostraron poseer más cualidades que las estrictamente necesarias para vigilar y castigar.

Vale destacar, también, que algunos pibes supieron dibujar, con sorprendente habilidad, visiones propias del encierro: su celda, o un compañero escribiéndole una carta a su madre, o la inundación posterior a un incendio, iniciado intencionalmente, como protesta.

La implementación positiva de estos talleres, tanto como laintervención pedagógica (Berchi & Moya, 2006) en el trabajo cotidiano de todos los adultos en contacto con los adolescentes, trajeron como consecuencia que el “modelo Lomas” cobrara cierta notoriedad. En ese marco, fui invitado por el Instituto Superior De Piero[3] para dar una charla respecto de algunas de mis experiencias en el trabajo que realizaba. Extracto, seguidamente, parte de lo que expuse aquél 29 de agosto de 2007.

Poniéndome a prueba

La primera experiencia sobresaliente se dio un sábado de junio de 2005, apenas un mes y pico después de empezar a trabajar en el CREU Ituzaingó. Por lo compleja, la recuerdo vívidamente:

Llego a las 8:30. Para entrar hay que golpear un enorme portón gris y anunciarse, por la mirilla, a un efectivo del Servicio Penitenciario Bonaerense, quien me recibía armado y con ropa de fajina.

La Unidad Penitenciaria de adultos Nº 39, de la localidad citada, es un cuadrado de concreto cuyos lados miden más de 100 metros, están pintados color gris y amarillo pálido, y circundados por una villa bastante más grande que la cárcel. Desde afuera, veo que cada pared termina, en su borde superior, con un alambre de púas en tirabuzón, como en las películas viejas. 

El portón se abre y de allí sale, hacia adelante, una calle de asfalto de unos 80 metros. Alrededor, bruma y descampado. Más paredes grises y alambres de púa interrumpidos, cada tanto, por escaleras que culminan en garitas, desde las cuales, otros efectivos como el que me recibió, me vigilan y me saludan a través de la ventana, sin soltar su escopeta.

Paso un portón de rejas a la derecha, donde otro efectivo me invita a dejar mi DNI. Ahora bordeo un cuadrado igual al de afuera pero más pequeño, hasta llegar al  sector que se le ha asignado a los más de 100 adolescentes presuntos delincuentes provenientes de cualquier parte de la provincia, a quienes el ministro de seguridad, Juan Pablo Cafiero, ordenó alojar allí luego de la “Masacre de Quilmes”.

Llama mi atención que el pasto que rodea el sector cedido a la –hasta entonces- Subsecretaría de Minoridad del Ministerio de Desarrollo Humano del GPBA está inundado. Flotan bandejas de plástico con restos de comida, colillas de cigarrillo, zapatillas, maquinitas de afeitar, patas de alguna mesa de jardín, y una manguera de incendio.

Ingreso al espacio cedido para realizar el taller, que no es otro que el salón de requisa, es decir, un cubo de cemento con una sola ventana clausurada, una mesa blanca de plástico y seis sillas del mismo material. Una vez dentro del “aula” separo diarios y revistas sobre la mesa, y coloco una birome y una hoja de impresora tamaño oficio por silla.

Son las diez y media y llegan los alumnos. De los seis, sólo tres desayunaron. Cuatro vienen fumando, en ojotas, bermudas y remera. Cinco de ellos tienen alguno de sus  brazos lleno de tajos en vías de cicatrización, más o menos desde el hombro hasta el codo. Todos repasan los incidentes ocurridos durante la noche, tema que domina la primera parte del taller.

Seba es extrovertido; el chistoso del grupo. La consigna no siempre lo interesa. Habitualmente mira las fotos de las revistas, pregunta quiénes son los personajes que aparecen, pero no puede escribir una historia para ellos porque es analfabeto. Por ello, por lo general, dibuja. Pero hoy está demasiado inquieto. Fuma sin parar, va y viene, habla constantemente, y distrae al resto.

De pronto, le da una patada la puerta del aula. Ella golpea contra el marco y queda trabada sin poder ser abierta desde adentro, porque no tiene picaporte. Seba mira a sus compañeros y exclama: “Uy nos quedamos encerrados con el maestro… ¿y ahora? Mirá si lo tomamos de rehén”. Los demás se ríen cada vez más fuerte y se levantan de sus asientos. Yo también lo hago; Seba me pasa su brazo desde atrás por alrededor del cuello, y me pregunta dónde voy.

Yo me rio disimulando los nervios. Contesto como sobrando la situación, fingiendo que doy por descontado que se trata de una broma. Logro quitarme a Seba de encima, y le pido que vuelva su silla, porque así distrae a los demás. Jamás me doy por agredido ni intimidado. Ofrezco ayuda a otro alumno, me siento.

Cinco minutos más tarde,  vuelvo a pararme, golpeo la puerta y un Asistente de Minoridad acude a abrirla utilizando un picaporte que lleva en el bolsillo. La puerta debía quedar permanentemente abierta, por lo que mi compañero de trabajo me pregunta por qué está cerrada. Yo le contesto que fue el viento, y salgo junto con él. Una vez afuera, le relato lo sucedido.

Conclusiones

En ese momento, para salir del paso, resolvimos que un Asistente de Minoridad merodeara cerca del “aula” hasta terminar el taller. Todo discurrió sin sobresaltos, y los alumnos volvieron a sus celdas como siempre. Entonces, mis compañeros encargados de la seguridad me plantearon unos argumentos que veníamos debatiendo, según criterios que naturalmente se oponen: la seguridad en el encierro, por un lado; la educación, por otro. Armonizarlos, ese era el desafío.

Según los regímenes de vida de cualquier establecimiento penal juvenil de máxima seguridad bonaerense (y el del CREU Ituzaingó no era la excepción) cuando se produjo el episodio que relato, dentro del “aula” debía haber estado presente un Asistente de Minoridad cada 3 detenidos, o sea, dos adultos debieron haber estado vigilando la actividad desde adentro del recinto donde se desarrollaba.

Así, además de disuadir cualquier conducta transgresora con su sola presencia, y poder dar testimonio sobre lo ocurrido, podrían haber intervenido utilizando, de ser necesario, la fuerza mínima indispensable, para controlar la conducta de Seba, puesto que ponía en riesgo mi integridad física y amenazaba la seguridad general.

Al mismo tiempo, las biromes que en ese momento tenían los alumnos a disposición no eran las que la normativa interna de este tipo de establecimientos propone. Considerándolas elementos corto punzantes potencialmente peligrosos, la reglamentación estándar señala que, a los detenidos, se les debe proveer, para escribir, lápices o lapiceras que los Asistentes de Minoridad deben cortar a 4 centímetros contando desde la punta, para que no puedan ser empuñados.

También los picaportes se consideran elementos que los detenidos podrían utilizar para agredir o auto agredirse. Por eso, cuando mi alumno pateó la puerta, quedamos encerrados. Las puertas del encierro no poseen picaportes, sino que esos elementos son responsabilidad de los Asistentes de Minoridad, quienes los llevan encima.

Para junio de 2005, yo conocía claramente la reglamentación interna que describo, pero, luego de un mes de talleres, mis observaciones me habían llevado a las siguientes conclusiones, que expuse ante la Dirección del CREU, con resultado positivo:

Si la actividad que yo pretendía implementar, se proponía como un espacio donde los detenidos pudieran comenzar a construir una identidad fundada en la interpelación propia del vínculo pedagógico (Martorell, 2006), el espacio donde se dictaran los talleres debía des investirse de lo penal – punitivo, para poder ser registrado por parte de los adolescentes como educativo.

En este sentido, la presencia dentro del “aula” del personal encargado de la seguridad, interfería permanentemente en la construcción de ese vínculo. Los detenidos no podían reconocerse como alumnos allí donde percibían la mirada vigilante de quienes encarnaban la seguridad. Los desafiaban, dialogaban con ellos utilizando términos propios de la jerga carcelaria, referían acontecimientos que los distraían de las actividades del taller.

En consecuencia, para que se construyera una identidad pedagógica de su parte, y me reconocieran a mí como su docente, debía ser yo, allí dentro, su único Referente u Otro (Martorell, 2006). Eso me permitiría, asimismo, revisar y desandar sistemáticamente el discurso y las conductas desviadas de los alumnos, sobre la base, precisamente, de tratarlos como tales, según su rol pedagógico: en el “aula”, no eran detenidos, sino alumnos.

Por ende, todo aquello que, en su actuar y su decir, no guardara coherencia con esa identidad, (cuyas características también habríamos de construir juntos) sería puesto de relieve por mí, su docente. Sólo de esa forma podría yo interpelarlos en el cumplimiento de las normas, el respeto por los valores socialmente aceptados, etc.

Y dentro de la misma consideración ingresaban los elementos a utilizar. Si las biromes cortadas eran “tumberas”, es decir, las del ámbito de privación de libertad y encierro[4], las que los confirmaban en su calidad de detenidos, en el ámbito educativo debían utilizarse elementos propios de la educación, verbigracia, útiles escolares comunes y corrientes.

Los alumnos y yo, en forma constructiva y colaborativa, debíamos reconocer el contexto pedagógico al punto de que ello nos permitiera asignar a las cosas un significado acorde a dicho contexto.

Así, una birome en la celda es un elemento corto punzante, porque se lo interpreta en el contexto punitivo – carcelario, vinculándoselo con la violencia, y la identidad transgresora del detenido, presuntamente delincuente  (no olvidemos que los adolescentes de los CREU están procesados, no condenados).

Pero en el “aula”, una birome es una herramienta de estudio, de creación, de aprendizaje; por lo que queda afuera del marco de interpretación y de la construcción de sentido pedagógico, la posibilidad de que sea peligrosa, empuñable, utilizada para herir. Lo mismo ocurre con otros elementos que se utilizaban en el taller, como tijeras, o sacapuntas.

Y dado que también yo debía revalidar constantemente mi condición de docente, es decir, adulto en contacto con los detenidos que los interpela desde su rol de alumnos, no delincuentes, yo no poseía picaporte. Cada vez que un alumno solicitaba salir del “aula”, o ingresar a un lugar cerrado, yo llamaba a un Asistente de Minoridad para que abriera la puerta si ella estaba cerrada. De ese modo, me distinguía de quienes ejercían funciones de control y seguridad, y reafirmaba mi identidad docente.

En el trabajo de deconstruir y reconstruir permanentemente el sentido aplicado a las cosas, los espacios, y los cuerpos, para trabajar, así, sobre las identidades, elegí correr riesgos como en la experiencia que relaté más arriba.

Esto planteaba un conflicto de intereses, responsabilidades y roles hacia adentro de la institución, porque obligaba a armonizar modos de intervención que parten de valores contrapuestos: en el encierro, el criterio punitivo de vigilar y castigar (Foucault, 1970)redunda en la falta de libertad: cuerpos quietos y encerrados, es más y mejor control y seguridad. Pero en el espacio pedagógico, allí donde se busca que el alumno construya su identidad trabajando su propia subjetividad, la libertad es un valor primordial.

En la imbricación de estas dos instituciones en un mismo espacio físico, y aun habiendo obtenido respaldo por parte de los directivos del CREU, hube de defender y sostener con mi propio cuerpo los argumentos pedagógicos citados. De acuerdo con mi experiencia, todo otro intento hubiese fracasado.

Bibliografía

·         Agustín Bueno Bueno, A. R. (2002). Guía didáctica de psicología de la intervención social. Alicante: Club universitario.

·         Berchi, M. A., & Moya, O. (2006). Intervención pedagógica. Un nuevo paradigma en el acompañamiento de jóvenes en conflicto con la ley penal. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.

·         Congreso de la Nación Agentina . (22 de Octubre de 1990). Infoleg. Recuperado el 24 de Noviembre de 2015, de http://www.infoleg.gob.ar/infolegInternet/verNorma.do?id=249

·         Congreso de la Nación Argentina. (26 de Octubre de 2005). Infoleg. Recuperado el 25 de Noviembre de 2015, de http://infoleg.mecon.gov.ar/infolegInternet/verNorma.do?id=110778

·         Foucault, M. (1970). Vigilar y castigar. París: Gallimard.

·         Garfinkel, H. (1967). Studies in etnomethodology. Nueva Jersey: Prentice-Hall.

·         Larrosa, J. (2003). La experiencia y sus lenguajes. La experiencia y sus lenguajes. Algunas notas sobre la experiencia y sus lenguajes. Barcelona.

·         Martorell, E. (2006). De la violencia a la subjetividad, una interrogación en torno de refundar el territorio de escolar. Idem (pág. sin especificar). Buenos Aires: Observatorio de Violencia.

·         Página 12. (19 de octubre de Octubre de 2015). Diez policías condenados por la «Masacre de Quilmes». Quilmes, Buenos Aires, Argentina.


[1] La medida destinada a alojar a los niños detenidos en comisaría, en Centros de Recepción, Evaluación y Ubicación (CREU) de Jóvenes en conflicto con la ley penal, tal como lo define la legislación, se implementó en dos etapas: durante 2005, para resolver la urgencia, se habilitó, de forma provisoria, un ala de la Unidad N° 39 del Penal de Ituzaingó. Mientras, se construía el CREU Lomas de Zamora. Una vez terminado, nos mudamos allí, a principio de 2006.

[2] Para la legislación vigente, en Argentina se considera niño a toda persona de entre 0 y 18 años. Ver, entre otros, ley nacional 26061 (Congreso de la Nación Argentina, 2005).

[3] http://portal.depiero.edu.ar/.

[4] En la jerga carcelaria, la “tumba” es la celda, por lo que “tumbero” es un calificativo aplicable a todo aquello que es propio del ámbito carcelario.

Fuente: http://cj-worldnews.com/spain/index.php/es/criminologia-30/menores-y-violencia/item/2921-poniendome-a-prueba

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¡No quiero seguirte!

Por: Amigos de Rimkieta

Las influencias, para bien o para mal, forman parte de la vida. Cuando eres un niño “en situación de calle” y vienen de malas compañías pueden ser un problema… y si no que se lo pregunten a JK…

JK es uno de los 100 niños del proyecto de “Formación y reinserción de niños de la calle”. Es uno de los niños de la primera promoción y lleva con nosotros 8 años. Tiene 17 años y es el mayor de una familia  de 5 hijos en situación de gran necesidad. Entró en el mundillo de la calle con tan solo 6 años. Su padre era vendedor de licor casero y se lo llevaba con él a  lugares muy poco recomendables (bares, salas de juego, discotecas…) en lugar de llevarle al colegio que es lo que le tocaría a un niño de su edad. Con 8 años JK repartía  licor ya  él sólo… Su madre nos dijo en la entrevista de inscripción de JK en la FAR que muchos días llegaba a casa bien entrada la noche y con un olor sospechoso… Su madre cava arena que vende para hacer ladrillos de adobe. Hay una gran explanada cerca de la FAR donde las mujeres van a cavar. Y es allí donde Drissa, el responsable del proyecto, encuentra a la mayoría de niños nuevos de cada año. Una mujer que pasa todo el día cavando, bajo un calor sofocante, para ganar una miseria es seguro madre de familia en extrema necesidad… Después de conseguir que el padre de JK aceptara quedarse sin “repartidor”, JK empezó su “nueva vida” en la FAR en 2008…

Pero JK ya había vivido 3 años de calle y eso deja mucha huella… y muchas malas compañías, celosas de la gran oportunidad que se le brindaba a JK en la FAR. Algún día os contaré algo que me cuesta comprender de esta maravillosa sociedad: lo que son capaces de hacer por celos y envidia…

El historial de los primeros años de JK con nosotros está lleno de peleas en clase y en casa, robos, ausencias en el colegio, desapariciones de casa durante días… La situación se hizo muy difícil de controlar para la FAR, por lo que tuvimos que internarlo en Kam Zaka, un internado especializado en niños de la calle problemáticos. Después de 3 años en Kam Zaka, este año JK ha vuelto a casa y a la FAR por “buen comportamiento”.

Una de las actividades del proyecto “niños de la calle” consiste en reunir a todos los chicos, los que están recién llegados a la FAR y los “veteranos” escolarizados y en talleres de formación, los domingos por la mañana, en un ambiente distendido de fin de semana. Después de darles de desayunar (que es fundamental para lograr que vengan), los chicos se divierten tocando música y bailando (actividad líder del domingo!), o jugando al fútbol y a juegos de mesa. Todas las actividades son el “señuelo” para que les apetezca venir, porque el objetivo principal es la charla educativa que damos al final sobre los peligros de la calle, la violencia, la higiene, el comportamiento, la alimentación, etc.

Terminamos siempre las charlas con un juego sobre el tema tratado. Este último domingo la charla fue sobre cómo evitar caer en situación de la calle y pedimos a los niños que nos contaran alguna experiencia personal al respecto. No fue fácil que los niños se atrevieran a contarnos sus confidencias, pero JK se lanzó con una vivencia que ganó la camiseta que estaba en juego como premio.

Nos contó que el año pasado, estando en Kam Zaka, un mañana, camino al colegio, se cruzó con uno de sus antiguos “amigos” de fechorías, un chico mayor que él, que le “ordenó” que le ayudara a “recoger” hierro en la calle para venderlo. JK se negó a seguirle, pero el chico le amenazó, así que no tuvo más remedio… Después de unas horas recogiendo hierro, encontraron en su camino a unos chicos peleándose, lo que hizo que el otro chico se distrajera y JK aprovechó para escaparse corriendo al colegio. JK asegura que estuvo amenazado de muerte por este chico durante mucho tiempo y que tuvo que cambiar de ruta para ir al colegio y evitarle.

Todo chico problemático que haya evitado una situación parecida tiene mucho mérito, pero el de JK es aún mayor. Su evolución le ha llevado a convertirse en un ejemplo a seguir por sus compañeros.

La historia de JK nos llena de esperanza y de energía para seguir. Porque desgraciadamente, no todos son capaces de decir “No quiero seguirte” y algún niño del proyecto se ha quedado por el camino…

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Fuerte debate interno en el Gobierno por el plan para recibir a 3000 sirios en el país

Siria/28 de junio de 2016/ Fuente: la nación

En la Jefatura de Gabinete y la Cancillería apoyan la idea que promueve el Papa, pero en la Secretaría de Inteligencia, Interior y Defensa advierten de «riesgos»

gesto de Mauricio Macri de recibir en la Argentina a 3000 refugiados sirios para mostrar un alineamiento con Estados Unidos, la Unión Europa y el papa Francisco está costando caro puertas adentro de la Casa Rosada. Un duro debate interno y diferencias profundas de visión estratégica se desataron en los últimos días en el Gobierno por las implicancias de ese programa de refugiados, su operatividad y la capacidad de respuesta real al tema.

En su reciente visita a Estados Unidos, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, anunció ante la asesora de Seguridad Nacional de Barack Obama, Susan Rice, la intención de la Argentina de recibir refugiados sirios por la crisis de Medio Oriente y los ataques de Estado Islámico. «Estamos dispuestos a recibir a unos 3000 refugiados y ser parte de la solución de un problema global», dijo Peña. No dio detalles de fechas ni metodología por aplicar en este plan. Pero esa simple mención encendió la mecha en la Casa Rosada entre entusiastas de la idea y aquellos duros críticos de recibir sirios en estos momentos complejos de la economía argentina y la situación mundial de amenaza terrorista.

La Argentina creó en el gobierno de Cristina Kirchner, en 2014, el Programa Siria para facilitar visados y recibir a refugiados de ese país, con el apoyo de las comunidades árabe y católica en el país. Según cifras oficiales, hay 1000 sirios en la Argentina que huyeron de la guerra en los últimos tres años. Pero Macri busca ampliar esa cantidad de refugiados con la ayuda económica de Estados Unidos y la Unión Europea.

La propuesta de traer más refugiados sirios a la Argentina cuenta con el pleno aval de la canciller Susana Malcorra, que en sus años de jefa de gabinete de Ban Ki-moon en la ONU fue una gran entusiasta de este tipo de programas, que se compatibiliza con el trabajo de los Cascos Blancos. Algunos referentes de peso en el Palacio San Martín creen que el apoyo de Malcorra a este plan es parte de su campaña por la secretaría general de las Naciones Unidas. En la Jefatura de Gabinete y la Cancillería desechan esa hipótesis de plano.

Sin embargo, por diversos motivos, la idea no prende en otras áreas del Estado, donde pusieron reparos. En el Ministerio del Interior no están muy convencidos de la practicidad de la iniciativa y creen que hay que evaluar con cuidado el impacto que puede tener la medida en el país. Según pudo saber LA NACION, en la Dirección Nacional de Migraciones ya se convocó a una «mesa siria» con la Organización Internacional para Refugiados, la Comisión Argentina para Refugiados y Migrantes, los Cascos Blancos y la Acnur. También se acordó con las iglesias evangélicas la recepción de 50 familias sirias y con la agrupación católica Verbo Encarnado, otras 12 familias. Pero en el ministerio que dirige Rogelio Frigerio creen que sólo con estos actores no se podrá cumplir con el plan. De hecho, para mañana la Cancillería convocó a una mesa ampliada para analizar el tema.

«Hay que comprometer a muchos ministerios y actores. Estamos ante un plan que puede conllevar riesgos, de los cuales luego no podremos arrepentirnos», admitió a LA NACION un destacado funcionario de Interior.

Entre esos «riesgos» que se mencionan figura la posibilidad de no dar respuesta laboral a los refugiados, no poder atenderlos a nivel sanitario y estar acotados de presupuesto para su mantención. La Dirección de Migraciones tiene el presupuesto al límite: de los 1700 millones de pesos anuales con que cuenta, 90% lo destina a salarios de empleados.

Reparos de inteligencia

En la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) encuentran otros «riesgos». Éstos tienen que ver con la imposibilidad real de poder chequear fehacientemente el origen y los contactos políticos con los refugiados sirios que vendrían al país. La AFI no tiene siquiera una oficina de inteligencia en Siria. «Hay una dispersión identitaria severa en Siria. Nadie puede saber cuál es la real identidad de nadie y, por ejemplo, se venden pasaportes falsos a 20 euros», dijo a LA NACION una fuente del Gobierno que conoce el manejo de inteligencia internacional y el conflicto de Medio Oriente. El dato no es menor si se tienen en cuenta los ataques terroristas que hubo en Francia, Estados Unidos y Bélgica. Más aún: no sólo en la oficina de inteligencia sino también en otros ministerios recordaron los dos atentados (embajada de Israel y AMIA) que sufrió la Argentina en función del contexto actual de ataques terroristas.

De hecho, desde la AFI advirtieron a la Casa Rosada que muchos países están valorando el riesgo de recibir sirios por su eventual vinculación a Estado Islámico en medio de un contingente de refugiados.

El Ministerio de Defensa comparte la idea de la canciller Malcorra y de Peña de dar cobijo a los sirios que escapan de la guerra. Pero, según pudo saber LA NACION, el ministro Julio Martínez puso algunas «sugerencias imprescindibles» para llevar adelante el plan. Una de ellas es que sean los sirios que ya están en la Argentina quienes definan los ciudadanos de ese país que son confiables para venir. «Hay que tomar recaudos y lo mejor es que eso se defina por lazos de confianza o por familiaridad», dijo un destacado funcionario del Ministerio de Defensa.

Las ONG que colaboran con el plan Siria también pusieron ciertos reparos. Adalberto Assad, que es presidente de la Asociación Árabe Argentina Islámica y que ya brindó ayuda a los refugiados sirios que hoy hay en el país, está de acuerdo con el plan, pero puso en duda la capacidad técnica que podría tener la Argentina para recibir 3000 nuevos refugiados. «Hay que evaluar bien quiénes los van a recibir, cómo se van a reinsertar, quién los va a educar y darles trabajo», dijo.

¿Cuánto puede demorar en ponerse en marcha el plan de ampliación de refugiados sirios? Nadie lo sabe aún. Algunos creen que esto podría llevar hasta seis meses y que se requerirá una amplia coordinación de funciones entre ministerios. Desde la Dirección de Migraciones quieren armar una «mesa Siria» ampliada con referentes de los ministerios de Desarrollo Social, Trabajo, Salud, Educación, la AFI e incluso representantes de Aerolíneas Argentinas, a fin de cubrir parte del costo de los pasajes. El debate está abierto.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1912890-fuerte-debate-interno-en-el-gobierno-por-el-plan-para-recibir-a-3000-sirios-en-el-pais

Imagen: http://bucket1.glanacion.com/anexos/fotos/23/mauricio-macri-presidente-2226423w620.jpg

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