Generaciones detrás de un movimiento social

Por: Francisco Ramírez Valera

Mediados de octubre del 2019, un joven estudiante salta raudamente el torniquete de cobro del Metro de Santiago. Voltea a ver atrás y anima a sus compañeros a seguirle, a saltar las barreras y evadir el pago de la empresa de transporte estatal. El acto no es menor, ante la mayor alza en el costo de transporte de los últimos años, impuesto por el gobierno, que hizo fue reventar una olla de presión social que se sentía en ebullición.

 

Si bien los primeros análisis superficiales, indicaban que el alza de los precios no afectaba el valor del pasaje escolares, por lo que no existía razón de que estuvieran evadiendo, calificándolo como un hecho vandálico. Se desestimó y se hizo caso omiso cuando los mismos jóvenes estudiantes decían que esto era también por sus padres, que si tenían que pagar el alza y que por ello, se acortaba significativamente el ingreso familiar. Es que el costo de transporte para una persona puede significar a lo menos el 12% del ingreso del sueldo mínimo, sin contar el resto de su núcleo familiar. Por ende, la primera respuesta desde el gobierno fue la desmovilizar a los estudiantes y llenar de fuerzas especiales de carabineros las estaciones de metro.

 

La escalada de violencia se da en un contexto de tensión entre ambas partes, derivando por un lado a manifestaciones que pasan de la violencia del enfrentamiento con la policía, al vandalismo y a los hechos delictuales; no podemos obviar ciegamente la derivación paralela de los saqueos e incendios de las estaciones de metro, así como de cadenas transnacionales de supermercados y otros negocios. Por otro lado, la violencia de carabineros, el uso excesivo de la fuerza y la derivación de ello en la declaración del estado de excepción y emergencia, la militarización de las calles y el toque de queda.

 

El movimiento iniciado desde el seno estudiantil, cobró de esa manera también una fuerza inusitada, convocado a gran parte de la población de manera transversal; los que se fueron sumando desde sus diferentes ámbitos a las distintas maneras que surgían de hacer protesta; desde los cacerolazos, sumarse a una marcha, a una plaza. Donde también resurgen espacios comunitarios, como es la asociación de vecinos para la defensa de espacios territoriales y comunas.

 

La historia del siglo XX, y en lo que hemos avanzado del XXI, hemos visto como la sucesión de diferentes generaciones que irrumpen en la escena pública para ser protagonistas de la reforma, la revolución, la guerra, la paz, el rock, el amor, las drogas, la globalización o la antiglobalización. Es de esa manera que hoy estamos ante el despertar de una nueva generación, desde aquella clasificada y estigmatizada bajo parámetros macro globales, económicos y de marketing, hacia una generación identificada dentro los nuevos movimientos sociales. Y es que las generaciones no son un rango de edad, son contextos históricos que se viven, aunque nos venden modelos de generación, de cómo debe de entenderse a los jóvenes, y como ellos mismos entienden que deben de explicarse, todo ello muy alejado de esta nueva generación.

 

Para entender la mirada de generación, debemos tener en consideración que estas no se limitan a los cortes temporales y/o edades de sus actores, sino a procesos históricos marcados, si bien dentro de espacios temporales, estos confluyen en los mismos elementos dialécticos, que no siempre son limitados a un cambio de año y/o década. El limitarla a procesos temporales, será un ejercicio academicista, pero no una ley categórica. Y tampoco podemos hablar unívocamente de una sola generación, si no que de generaciones, más bien como menciona Beck (2008) de varias constelaciones generacionales transnacionales; donde las características de cada una de las regiones y territorios tomaran elementos diferenciadores, como es el caso de América Latina. Y en nuestro caso la crisis sociopolítica que atraviesa Chile.

 

Sin caer en los mismos errores y encasillamientos de lo generacional, lo que se pretende brindar son algunas reflexiones que permitan dar una mirada crítica y constructiva a raíz de algunas características que podrían tener grupos generacionales dentro del presente movimiento social, desde lo que se intentara denominar de una generación post-virtual.

 

Generaciones que han estado marcadas por las críticas de estar pegadas a las pantallas y a lo virtual, hoy demuestran estar más allá de esos espacios virtuales. Que ocupan efectivamente sus redes sociales virtuales, para informarse, comunicarse y coordinarse, en este caso para las acciones colectivas que caracterizan este movimiento. Es que las redes globales en esta oportunidad la generación presente, las vuelca a sus propias necesidades y reivindicaciones locales. Una generación que postea en lo virtual, pero para y desde lo real.

 

Post virtual, también porque podemos hacer desde ahí alusión como toda acción o evento, la generación lo “postea” en sus redes sociales virtuales, a la vez que comparten imágenes y “memes” que evocan a la movilización. Vale la pena el detenerse en el doble rol del meme que postean, porque también en muchos casos son funcionales a la creatividad para carteles y pancartas dentro de las movilizaciones de la propia protesta.

 

En esta generación la información fluye rápidamente, dándose a la vez una inmediatez de su reproducción, así como de la acción de respuesta a esa información. Por lo que no solamente accede a una diversidad de información, sino que da la posibilidad de procesos de socialización en red múltiples, acorde a la sobreinformación que se posee. Cuentan con una socialización virtual horizontal que permite un enfrentamiento en condición de igual con la autoridad, lo que también es un elemento gatillante para la pérdida del miedo colectivo histórico que se tenía como sociedad a la aparición de las fuerzas armadas en las calles o los toques de queda impuesto, por lo que ello significó en la historia del país. La pérdida de los temores se da en un sentido de romper con los autoritarismos impuestos y construir nuevas y diversas formas de comunicación.

 

Estos procesos hacen que también la generación que vivimos, sea construida en base no a las relaciones intergeneracionales, sino a la sumatoria de miradas desde diferentes grupos etarios. Es así que esta generación ha ido sumando fuerzas de diversos ámbitos, bajo una transversalidad de necesidades reales, desde múltiples sectores, por lo que a la demanda del transporte, se fue sumando demandas de los pensionados, del área de la educación, de los trabajadores de la salud, entre otros. Demandas que cohesionan a una generación en torno a las transformaciones estructurales de fondo, que no aceptan respuestas que se enmarquen solamente en medidas económicas paliativas. Una sola generación que representa diversos actores de la sociedad, más allá de banderas políticas o de un solo movimiento, una generación que si bien puede ser incierta en su desenvolvimiento futuro, hoy a perdido el miedo, construyendo propuestas colectivas que deben de ser escuchadas. Una generación post-virtual que hoy está cada vez más presente en los escenarios reales de un Chile que va despertando.

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/202997

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Estudio: Los jóvenes siempre conectados: menos rebeldes, menos felices y nada preparados para la vida adulta

Estados Unidos/05 de Mayo de 2018/Religión/Reseña de Investigación

Después de “la generación del milenio”, los célebres millennials, llega “la iGeneración”: han nacido entre 1995 y 2012 y son los primeros que entran en la adolescencia con un teléfono móvil en las manos y una conexión virtual continua y en permanente evolución de posibilidades.

¿Ventajas? Las hay, pero el hecho de que el móvil o celular constituya una forma de vida en sí mismo más que un instrumento limitado por un fin también tiene consecuencias: “Los chicos super-conectados de hoy crecen siendo menos rebeldes, más tolerantes, menos felices y absolutamente nada preparados para la vida adulta”.

Así lo sentencia Jean Twenge, de 46 años, profesora de Psicología en la Universidad de San Diego (California) e –importante también como experiencia personal sobre el asunto– madre de tres hijos. Esa frase es el subtítulo de su último libro, iGen [iGeneración], donde explica cómo el tiempo que emplean estos jóvenes en las redes sociales en detrimento de otras actividades y –sobre todo- de las relaciones personales reales les está llevando a niveles sin precedentes de ansiedad, depresión y soledad.

La base de su estudio son once millones de respuestas procesadas a lo largo de años de investigación, así como un número relevante de entrevistas en profundidad para comprender la mentalidad de los adolescentes de hoy. Twenge, profesionalmente especializada en las relaciones intergeneracionales, ya hizo un estudio similar en 2006 sobre los millennials (el bestseller Generation Me [La Generación Yo]) y acaba de publicar en español, en colaboración con W. Keith Campbell, La epidemia del narcisismo (Cristiandad).

Los chicos de la “iGeneración” se caracterizan porque les obsesiona la seguridad, no soportan la desigualdad, son poco religiosos y muy tolerantes y su desarrollo personal y emocional es lento: se comportan con 18 años como generaciones anteriores a los 15. Es una síntesis del trabajo descriptivo de la profesora Twenge, pero ¿cómo valorar moralmente esa realidad?

Christopher Tollefsen, profesor de Filosofía en la Universidad de Carolina del Sur, lamenta en The Public Discourse los “déficits intelectuales y morales” de estos jóvenes, y apunta cuatro fundamentales.

Salud mental
Como se desprende del estudio de Twenge, hay una correlación directa entre el tiempo empleado en pantalla y la depresión, y en consecuencia el suicidio. Por tres causas principales:

-A mayor tiempo de conexión, mayor riesgo de ciberacoso.
-A mayor tiempo de conexión, menor tiempo y calidad del sueño.
-A mayor tiempo de conexión, menor extensión e intensidad de las relaciones personales.

La autora de iGen propone la solución obvia: limitar el uso del móvil. Tollefsen añade una reflexión: cuanto más tarde se le compre un celular a los hijos, mejor para ellos.

Incomprensión de la realidad
Los adolescentes enganchados al teléfono y a la multiconexión que facilita hunde su interés por las relaciones personales serias. Los espacios virtuales son el principal lugar de encuentro.

Pero no solo padece la sociabilidad interpersonal. También el encuentro con Dios. Twenge dedica un capítulo de su libro a la decadencia de la vida religiosa entre estos adolescentes: en 2016, de los chicos estadounidenses estudiados entre 18 y 24 años, una tercera parte no creía en Dios, lo que ella atribuye al individualismo que las nuevas tecnologías hacen crecer.

Y en tercer lugar, la valoración del conocimiento, solo apreciado en función de su aptitud para convertirse en dinero: una instrumentalización de la educación, en particular en el ámbito de las humanidades, que en última instancia se traduce en desinterés por la verdad, pues conocerla deja de ser un objetivo que valga por sí mismo.

Tollefsen señala, como anécdota, que por primera vez en su larga carrera docente se está encontrando con estudiantes realmente interesados en la célebre “máquina de las experiencias” que proponía, como estímulo para la reflexión, el filósofo libertario Robert Nozick (1938-2002): un aparato, a modo de Matrix, que nos hiciese vivir las cosas mentalmente en vez de auténticamente. ¿Sería legítimo conectarse a él? Según Tollefsen, empiezan a llegarle alumnos convencidos de que sí.


Matrix (Andy y Larry Wachowsky [ahora Lilly y Lana tras su cambio de sexo], 1999; en la escena, Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss) plantea una hipótesis similar a la de Nozick. ¿Sería ético renunciar a la experiencia real a cambio de los placeres de la experiencia artificial? El experimento mental del filósofo norteamericano se planteaba como un argumento sobre el hedonismo y la respuesta obvia parecía negativa. Para las nuevas generaciones ya no está tan claro.

Seguridad a toda costa
La “iGeneración”, sostiene Twenge, no tiene ganas de “crecer” (esto es, de asumir responsabilidades) ni nadie la presiona para que crezca. Aprender pronto a conducir y ganar pronto algo de dinero, dos elementos característicos de la juventud norteamericana, están en decadencia. El deseo de seguridad no es solo físico, añade: se extiende al deseo de evitar “riesgos intelectuales, sociales y emocionales”.

Esto explica la proliferación en las universidades de Estados Unidos de los denominados “espacios seguros”, que nacieron como parte de la estrategia LGTBI (un lugar donde estuviesen libres de acoso, real o supuesto), pero se han generalizado como entornos donde toda discrepancia está prohibida porque se considera “odio”.

El símbolo que caracteriza los «espacios seguros» en las universidades norteamericanas. ¿Qué quedaría de la universidad si en todo el campus se identificase debate con odio? Ya está ocurriendo.

Algo que muchos han señalado como contrario a la esencia de la vida universitaria, pues sin debate y contraste de ideas son imposibles el saber y la investigación, máxime cuando la tendencia es que los “espacios seguros” no sean puntos localizados, sino que se extiendan al campus entero.
Un alegato del profesor Jordan Peterson contra los «espacios seguros» que busca la iGeneración. Él mismo ha sido víctima de ellos.

Twenge señala asimismo la tendencia a equiparar la palabra con la violencia física. En esas condiciones, la maduración es imposible: “No están preparados para ser independientes, quieren que la universidad sea un entorno de protección, seguridad y comodidad como su casa”. “Para la Generación del Baby Boom, para la Generación X e incluso para la Generación del Milenio”, añade, “la universidad es un lugar para aprender y explorar, lo que implica estar expuesto a ideas diferentes de las tuyas. Para la iGeneración, la universidad es un lugar para prepararse para una carrera profesional en un entorno seguro”.

El relativismo
Los jóvenes enganchados al móvil son muy “inclusivos”, describe Twenge: apoyan la ideología de género y la causa LGTBI y el matrimonio entre personas del mismo sexo, y se alejan de la religión porque “tiene demasiadas reglas”, y muchas conciernen al sexo. No es que la iGeneración esté muy interesada en el sexo real (el porno es más “seguro”), pero sí se oponen a cualquiera que les diga cómo tienen que vivir su vida. No son, sin embargo, nada tolerantes ni inclusivos con la controversia o la discrepancia, convertidas en “microagresiones”.

No se implican cívica ni políticamente (su mayor compromiso consiste en compartir algo en Facebook, crear un hashtag o atosigar al discrepante): “No les apasionan las noticias y están considerablemente menos informados que sus predecesores”, dice Twenge, lo que contribuye a su polarización y, obviamente, a su manipulación.

Aunque, en última instancia, Tollefsen ironiza con que no es la mejor noticia para las causas políticamente correctas el que su apoyo provenga, no del estudio y de la argumentación, sino “del sentimiento irracional y de la pereza intelectual”.

Twenge señala, por último, algo en lo que numerosos profesores en todo el mundo coinciden: los jóvenes que han nacido y crecido en permanente conexión a la red llegan a la universidad sin experiencia lectora, no ya de libros, sino incluso “de artículos largos”, y son incapaces de concentrar su atención en un vídeo que dure más de tres minutos. He ahí un problema a resolver, concuerda Tollefsen, “de modo que puedan alcanzar la formación intelectual que les permita participar en debates de cierta significación nacional e internacional”.

 

Fuente: https://www.religionenlibertad.com/los-jovenes-siempre-conectados-menos-rebeldes-menos-felices-nada-preparados-64085.htm

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