La escuela de Bigott

Por: Alí Ramón Rojas Olaya

El viernes 26 de febrero de 2016 estaba solo en el aula 545 del Pedagógico de Caracas. Releí algunas páginas al azar de algunos libros del maestro Luis Antonio Bigott que sustraje de mi biblioteca. Cada lectura resultaba una lección. El prólogo que Goyo Pérez Almeida hace de «El educador neocolonizado» en la edición del Fondo Editorial Ipasme que dirigía José Gregorio Linares es una oda irreverente a la libertad. A las 8 y 20 llegó Daniela, una de las estudiantes de Juegos y Recursos Matemáticos de la mención Educación Integral. Le dije que me sentía muy abatido por la prematura muerte de mi maestro. Le pedí que leyera una página al azar. Escogió la que empieza así: «Venezuela no es ‘un país bellísimo de personas buenas que gracias a su bondad se han dado a conocer en todo el mundo’ (maestra graduada, 36 años, 11 años en la docencia, 4to grado, san Cristóbal, estado Táchira); Venezuela es más que ‘un país humillado, violado, subdesarrollado, superexplotado, escopetado y masoquista’ (grafito, facultad de Ingeniería, Universidad Central de Venezuela, 5 de agosto de 1971)». «Primera vez que oigo hablar de ese profesor», me dijo sincera. ¿En qué semestre estás?, «en el sexto». Me quedé pensativo. «Fíjese profesor, el único que me ha enseñado quién fue Simón Rodríguez es usted. Acá no nos hablan de esos educadores».

Tomé el libro y leí lo siguiente: «En las escuelas de Educación todos son conservadores definidos o conservadores potenciales, reaccionarios activos o reaccionarios latentes que, en política doméstica, suspiran impotentes y nostálgicamente por el viejo orden de cosas. Como bien lo apuntaba José Carlos Mariátegui, o como gritábamos en el ayer cercano, la casi totalidad del profesorado universitario es reaccionaria por pecado original y vaya usted a buscar el agua mágica que lo redima definitivamente y logre transformar al profesorado-amalgama, al profesor-gramófono y al profesor-lector, en sencillamente hombres que estén más al lado del crear que del creer».

Bigott es el más importante pedagogo de su tiempo. La universidad queda huérfana porque se fue un bastión ético que combatió la mediocridad académica, esa que se debate entre la mera consigna fatua y el monólogo eunuco. La misma que prefiere un chisme a un libro. Simón Rodríguez creó la Escuela contra la colonización, y al morir pocos trabajaron en ella. Ya Bigott creó la escuela desneocolonizadora. Hay vacantes. ¿Quiénes desean inscribirse?

Fuente: http://www.aporrea.org/actualidad/a223609.html

Imagen tomada de: http://1.bp.blogspot.com/-cLryxRV2a7g/TqaFLrce2sI/AAAAAAAAAVQ/ck7nVzkbiWE/s1600/P1020561.jpg

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Calidad de la educación

Ali Ramón Rojas Oyala

Debemos estar alerta cuando incorporamos a nuestro léxico político modas epistémicas eurocéntricas tales como aprendizaje por competencias, posmodernismo y -más recientemente- calidad educativa. Ellas forman parte de estrategias hegemónicas para disfrazar oscuras intenciones. La calidad de la educación tiene su génesis en el término empresarial “gestión de la calidad total” (Total Quality Management) que el estadístico estadounidense William Edwards Deming aplicó en Japón después que dos de sus ciudades fueran destruidas por sendas bombas atómicas. El traslado de ese concepto al campo educativo tiene como propósito mercantilizarlo, tal como lo explica el colombiano Renán Vega Cantor: “La educación debe considerarse como una empresa que produce mercancías”, las cuales “deben estar sujetas a procesos de control que apunten a generar mejores resultados, que pueden ser cuantificados y estandarizados”. La calidad educativa, dice el español Antonio Bolívar, “funciona como una práctica discursiva”. Para este autor, “calidad se convierte en un término fetiche que permite dar un barniz de excelencia a las prácticas cobijadas”. De esa manera, “calidad tiene el don de la ubicuidad: la podemos colocar ante los más diversos objetos, acciones, o productos; al tiempo que entenderla de múltiples formas”.

Documento mimeografiado

Ahora, si lo que queremos es acompañar la palabra “educación”, que no sea con el nombre “calidad”, sino con el apellido “popular”, tal como lo hizo Simón Rodríguez para quien la educación tiene dos grandes objetivos, el primero derrotar al colonialismo; el segundo, acabar con la división de los seres humanos en clases sociales. En la época de Rodríguez la educación monárquica era de calidad: “Erudición y Habilidades. Profesiones y Oficios, en tumulto. Herencias, Privilegios y Usurpaciones es la divisa de las Monarquías. La de las Repúblicas debe ser Educación Popular”, es decir, “Destinación a Ejercicios útiles” y “aspiración fundada a la propiedad”. ¡Leamos a Rodríguez y dejémosles tanta basura epistémica a los neoliberales!

La luciérnaga y el murciélago

En la vida hay seres que encienden luces y hay quienes las apagan. Las luciérnagas poseen luz propia y con ella vencen la sombra. Los murciélagos son enemigos de la luz, su hábitat es la sombra, la oscuridad.

Simón Rodríguez en 1828 creó la educación popular: “Dénseme muchachos pobres” para formar sus corazones para la libertad, la justicia, lo grande, lo hermoso en escuelas que serán fábricas, huertos, laboratorios. Con ellos tendremos “la industria que pedimos, la riqueza que deseamos, la milicia que necesitamos, en una palabra, la ¡Patria!”.

En el año 2009 el cardenal Urosa Savino propuso una pedagogía opuesta a la rodrigueana, la de la sumisión: “los hijos de familias pudientes, llamados a ir a las universidades y, más tarde, tomar las riendas de empresas, negocios, ejercer las profesiones libres y ocupar los cargos más altos de la administración pública, deben ser educados para alcanzar estos fines”; por otra parte “los niños que, por su origen socioeconómico, tienen desventajas, deben ser educados en el respeto hacia la autoridad, en la diligencia, en la modestia y, sobre todo en el mensaje cristiano del amor”.

La educación de Rodríguez, argumenta Urosa, de concretarse, “nos llevará al caos” porque “los niños de los estratos más pobres querrán acceder a las mismas posiciones que sus compañeros más afortunados, creándose la inconformidad y alimentándose la envidia”; y “los de los estratos superiores perderán motivación para estudiar y alcanzar el éxito”.

Róbinson decía que la religión “da el derecho de oprimir al prójimo, y al prójimo le impone el deber de aguantar. Por este principio, los ministros del altar son instrumentos serviles de especulación. Predican a todo fiel cristiano, sumisión a los hacendados, a los fabricantes y a los mercaderes, llamando resignación, la ciega obediencia de los brutos y virtud, la estúpida conformidad con la voluntad del patrón”.

Rodríguez fue un obrero de la luz, una luciérnaga. Propuso la pedagogía para la emancipación. Urosa es un mercader del templo, un murciélago. Propone la pedagogía de la sombra. Dice Róbinson: “la luz, en su progreso, alumbra primero las cimas que las simas: en éstas, quedan, por algún tiempo, sombras”. En ellas aletea el cardenal.

Obreros de la ciencia y la virtud

El 15 de enero se celebró en el país el Día del Maestro, decretado por Isaías Medina Angarita en homenaje a la lucha por las reivindicaciones que en 1932 gestaron los obreros de la ciencia y la virtud contra la dictadura de Juan Vicente Gómez. Es una fecha vital para recordar que debemos poner en práctica el pensamiento socioproductivo y de conciencia de clases que Kléber Ramírez Rojas sintetizó en “producir alimentos, ciencia y dignidad”.

El referente sin dudas de esta síntesis es Simón Rodríguez. Para él, el saber y el trabajo van de la mano: cada fábrica debe ser una escuela, cada aula un taller y un sembradío, porque el aula es el crisol donde se fragua la esperanza. Rodríguez vivió en la sociedad esclavista en Estados Unidos y conoció la cicatriz que la revolución industrial dejó en los proletarios europeos. Para Robinson es fundamental que un gobierno verdaderamente popular dé “de comer al hambriento, vista al desnudo, dé posada al peregrino, remedios al enfermo y distraiga de sus penas al triste”. Esto es posible si los medios de producción están en manos de la clase obrera, pero ésta forja su conciencia con la formación política que debe proporcionar la vanguardia. “Educación popular, destinación a ejercicios útiles y aspiración fundada a la propiedad”.

El maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa nos convocaba a “luchar por el establecimiento de un régimen de igualdad, donde el poder económico esté en las manos del pueblo mediante el control de las industrias básicas y las palancas del poder económico del crédito, representado en los bancos, donde la tierra laborada por los campesinos organizados en grandes cooperativas produzca para todos y no para beneficio de una casta. Una estructura económica así organizada devolvería a la democracia su prístina esencia de régimen de la mayoría organizada de los que generan la riqueza. En ella el pueblo liberado de la coyunda oligárquica puede organizar las escuelas para formar ciudadanos y no ‘lacayos sumisos’ ni ‘trabajadores’ para producir a las órdenes de un amo”. ¡Maestros, leamos a Kléber Ramírez Rojas, Prieto Figueroa y Simón Rodríguez y compartamos sus legados con los estudiantes: es hora de sembrar conciencia!

La escuela de Rodríguez

En el libro capital de Simón Rodríguez, Sociedades americanas en 1828; cómo serán y cómo podrán ser en los siglos venideros; en esto han de pensar los americanos y no en pelear unos con otros”, escribe: “la suerte de mis compatriotas me llevó al patriotismo, el patriotismo a Napoleón, Napoleón a Bolívar, Bolívar a Venezuela. De allí volví a ver la América y en la América hallo las Repúblicas, que son las que me atormentan”. Inmediatamente, en su esencia de cimarrón sentipensante, reflexiona: “Bolívar estaba unido con la América y yo con él y con ella. Él ocupa toda mi memoria y ella toda mi atención”.

Robinson hace un análisis geopolítico: “En la fisonomía de los dos nuevos gobiernos, las primeras facciones se ven en la revolución de Francia, y las segundas en el genio de los dos hombres que, en estos últimos tiempos, han dado movimiento, a las ideas sociales, en mayor extensión de terreno”. Seguidamente Rodríguez hace una comparación de los dos genios políticos: “Napoleón en Europa” y “Bolívar en América”. “Napoleón se encerraba en sí mismo, Bolívar quería estar en todas partes. Napoleón quería gobernar al género humano, Bolívar quería que se gobernara por sí”, es decir, quería crear un gobierno popular. Y acá Rodríguez se inmiscuye en el estudio comparado con el propósito de dar solución al sueño bolivariano: “y yo quiero que aprenda a gobernarse”.

Para que un pueblo se gobierne, es decir, para que tenga la capacidad de la autodeterminación, para que desarrolle y privilegie su cultura, para que visibilice a sus tecnólogos populares de manera que reconstruya una ciencia con conciencia, para que asuma la economía con los medios de producción en manos de la clase trabajadora y por ende consolide la soberanía alimentaria con producción y eficiente distribución de los insumos, debe estar formado. Sin pedagogía política no hay conciencia revolucionaria. La escuela de Robinson forja la conciencia de clase, utiliza la práctica transformadora, la investigación y la acción, el análisis y la coyuntura, la amáutica y la filosofía como culturas que se integran y concretan en estudiar y luchar.

Rodríguez “hará todo el bien que alcance a hacer y los caballeros verán lo que sus padres no vieron, y lo que ellos no esperan ver”, es decir, que las personas “conozcan sus derechos cumpliendo con sus deberes sin que sea menester forzarlas o engañarlas”. Rodríguez aún espera al pueblo: “quiero que venga a aprender a mi escuela”.

El pueblo sentipensante

Sentir y pensar son dos acciones vitales en la obra de Simón Rodríguez. Para este visionario el Poder Popular se forja en la conciencia de clase desde la fusión del sentimiento y el pensamiento. Cuando tenía 35 años formó a Simón Bolívar como cuadro político entre 1804 y 1805 en Europa cuando tenía 21 años. El examen fue el juramento en el Monte Sacro. Bolívar vuelve a Venezuela, Rodríguez no: es un perseguido político. Diecinueve años después Bolívar se entera de que el genio caraqueño se encuentra en la Colombia nacida en Angostura un 17 de diciembre de 1819 y le escribe desde Pativilca: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”. En estas dieciséis palabras de reciprocidad subyace la esencia de la Causa Social de Rodríguez: el sentipensamiento.

La pedagogía en Rodríguez es eminentemente política, no va dirigida al cerebro, sino al corazón. Sabe que “de la combinación de sentimientos forma cada hombre su conciencia, y, por ella, regla su conducta. En sociedad cada individuo debe considerarse como un sentimiento, y han de combinarse los sentimientos para hacer una conciencia social”. Para este científico “el hombre que piensa procede en todo según su conciencia, y el que no piensa, imita. No habrá, pues, armonía social donde no haya principios que reglen la conciencia pública”.

La división de los seres humanos en clases sociales la aborda Rodríguez desde la sensibilidad y de acá a la acción. “¿Cómo se hará creer a un hombre, distinguido por ventajas naturales, adquiridas o casuales, que el que carece de ellas es su igual? ¿Cómo, por el contrario, creerá otro que nada le falta, cuando está viendo que carece de todo? Y ambos, ¿cómo se persuadirán de que han pasado a otro estado, si se ven siempre en el mismo? Se discurre, se promete, se hermosean las esperanzas ¡Pero nada de esto se toca! El hombre sencillo no gusta de hipótesis porque no sabe suplir (tal vez no puede). Procédase de otro modo y se excitará su sensibilidad”.

Potencialidades

Existe en un importante sector educativo una terquedad a revisar, estudiar, analizar y poner en práctica el legado de Simón Rodríguez. La insistencia en desarrollar el currículo basado en competencias es antirobinsoniano. ¿Por qué repetir las modas epistémicas eurocéntricas aún a sabiendas de que Rodríguez nos alerta: “Los filósofos europeos convencidos de la inutilidad de su doctrina en el mundo viejo, quisieran poder volar hasta el nuevo, a emplear sus últimos días propagándola” ¿Qué hacemos? Tenemos dos opciones: permitir que vuelen hasta acá y que propaguen su basura epistémica o ponemos en práctica, de una vez por todas, la educación popular como instrumento para concretar la causa social, proyecto político de Rodríguez, para lograr la República verdaderamente popular donde se garantice la mayor suma de felicidad posible.

El artículo 102 de nuestra Carta Magna es muy claro en cuanto a desarrollar las potencialidades: “La educación es un servicio público y está fundamentada en el respeto a todas las corrientes del pensamiento, con la finalidad de desarrollar el potencial creativo de cada ser humano y el pleno ejercicio de su personalidad en una sociedad democrática basada en la valoración ética del trabajo y en la participación activa, consciente y solidaria en los procesos de transformación social, consustanciados con los valores de la identidad nacional y con una visión latinoamericana y universal”. Rodríguez sabe que “millones de hombres se pierden en la abyección, por no conocer los medios de elevarse –o por no poder adquirirlos– o porque la pereza mental los abate o porque no se les permite aspirar a ser más de lo que son”. Fíjense que “el hombre más extraordinario del mundo, como lo llamó Bolívar, define las potencialidades como “medios de elevarse”. No seamos tercos, seamos firmes. Hagámosle caso a Rodríguez: “La terquedad pertenece al capricho” y “La firmeza es propia de la razón”.

Un hombre peligroso

El ingeniero falconiano Ibrahim López García fue profesor universitario e investigador de la UCV, LUZ y ULA. Su hijo Ibrahim López Zerpa explica que su papá propuso la “imitación a la naturaleza” al utilizar las formas curvas de las estructuras membranales como las de las palmeras, flores, hojas y árboles. Ejemplos de estas estructuras son las gradas del estadio de beisbol José Pérez Colmenares de Maracay y los hongos de la alcabala Los Médanos en el istmo de Paraguaná.

El creador de los trompos voladores fue considerado un hombre peligroso al punto de ser segregado de la academia universitaria por varias razones que expone Nelson Suárez: “Porque fue comunista, porque no escribía para revistas norteamericanas o europeas, porque sus “propuestas tecnológicas implicaban un cambio en los paradigmas del desarrollismo tecnocientífico que los países industrializados impusieron en el mundo entero”. Sobre este punto, en el documental sobre su obra del cineasta Marc Villá, se atribuye la peligrosidad de la obra de este ingeniero a que “los circunspectos señores del claustro universitario, los prósperos constructores del cemento y la cabilla, los vendedores de gas y energía eléctrica, los fabricantes de licores y cigarrillos, los importadores de aviones y automóviles, sintieron amenazados sus sacrosantos intereses y declararon la guerra a los sueños de Ibrahim”. Era tal la peligrosidad de este hombre de ciencia que “saboteaban el proceso de sus experimentos y robaban los resultados de su trabajo”, pero ante el empecinamiento del ingeniero “cambiaron de táctica y lo declararon loco, apedrearon su casa, le negaron el pan y el agua, y pretendieron sepultarlo debajo de una espesa capa de silencio”.

El día del entierro de este hombre de pueblo en el cementerio de la capital falconiana, el poeta coriano Rafael José Álvarez (1934–2004) en su discurso de orden preguntó a la multitud: “¿Está el señor gobernador?, y el gentío le contestó, – ¡No, no está! ¿Está el señor alcalde de Coro? – ¡No, no está! ¿Está el señor obispo? – ¡No, no está! ¿Está el rector de la Universidad de Coro? – ¡No, no está! ¿Está el director del Centro Tecnológico de Coro? – ¡No, no está!, entonces, estamos todos, ¡podemos comenzar!” Esa es la peligrosidad del Poder Popular.

Volemos en trompos

El 30 de enero de 1847, Simón Rodríguez escribe a José Ignacio París una carta que termina con estas palabras: “Ni me acuerdo de los muchachos con quienes jugué al trompo”. Precisamente será este juguete el que más vueltas dio en la cabeza del científico del pueblo, Ibrahim López García, un ser de esos que tienen poderes creadores. Un ingeniero de las causas justas. Un pedagogo de la ciencia, digno pupilo de Róbinson. Nació en Cabure en 1925 y murió en Coro en 1994. A comienzos de la década de los ochenta fue un férreo ecologista defensor del Cerro Galicia.

Un día se detuvo a ver cómo caía una flor de un caobo. Observó su movimiento giratorio en su descenso. Esto bastó, como lo explica su colega Heberto González, para que aquel hombre creara el motor giroscópico: “Le metió matemática a las formas de las plantas y copió el modelo para optimizar la utilización del material y lograr estructuras de longitud con mínimos espesores”.

Para el año 1970, el profesor propuso en su trabajo de ascenso de la Universidad Central de Venezuela un platillo volador electromagnético, basado en la estructura, diseño y funcionamiento del trompo. Esta investigación, llamada: Sobre trompos, cúpulas y vuelos, fue aprobada por el jurado calificador, el cual estaba conformado por el matemático y físico Raimundo Chela, el ingeniero aeronáutico Enrique Campderá y el ingeniero mecánico Edgar Caraballo. Con la masificación de este vehículo, creado en armonía con las leyes aerodinámicas de la naturaleza, se establecería un nuevo modelo de transporte que acabaría con el uso del petróleo como combustible y con la deforestación ocasionada al construir carreteras y autopistas.

El poco conocimiento que se tiene de la obra de este científico falconiano, que fue fiel a sus profundas convicciones políticas, se debe, según el ensayista Nelson Suárez, a que “los poderes hegemónicos que decidían en la industria de la construcción continuaron la senda de las tecnologías laudables”. Decía Ibrahim que el “orden cósmico sugiere que el universo mismo sea tal vez una sucesión de remolinos gigantescos” e invitaba a seguir “este camino de la naturaleza y veamos hasta dónde podemos llegar, partiendo de lo más pequeño y aparentemente más insignificante de nuestra vida diaria”. Giremos, pues, los trompos con los que jugó el niño Simón Rodríguez, y volemos con Ibrahim López García.

Vivián Trías: pedagogía antiimperialista

Dentro de la pedagogía del Alba hay un profesor que enseñó la historia no contada. Se trata del uruguayo Vivián Trías. Nació el 30 de mayo de 1922 y murió el 24 de noviembre de 1980. Fue profesor de historia en un liceo de su ciudad natal, Las Piedras, hasta el golpe de Estado de 1973. Entre 1959 y 1962 fue secretario general del Partido Socialista. Fue diputado entre 1956 y 1962 y desde 1972 hasta 1973. Desde su curul transformó el parlamento en escuela política desde donde propuso una ruptura con la “dependencia del pensamiento europeo”, una oposición al estalinismo y una crítica a la Unión Soviética “a partir de los propios textos de Marx y Lenin”.

El profesor Julio Louis señala que su “sólida formación marxista” y su capacidad para romper con los esquematismos le permitían facilitar la traducción de “la teoría en práctica y a partir de la práctica enriquecer la teoría”

Para Trías entre geopolítica e imperialismo hay “una relación profunda, orgánica y sutil, que es imprescindible desentrañar en las difíciles y complejas circunstancias del mundo actual”. Esta relación la compartía con sus estudiantes quienes colectivamente analizaban sus ensayos: «El imperialismo en el Río de la Plata» (1960), «Las montoneras y el Imperio Británico» (1961), «Reforma agraria en el Uruguay» (1962) e «Imperialismo y rosca bancaria en el Uruguay» (1972). El profesor Heber Freitas cuenta que Trías “veía los programas con una visión revisionista” y contaba la historia “desde los protagonistas más humildes, los ignorados”, tal es el caso de Encarnación Benítez, uno de los guerreros de Artigas.

Con su pedagogía reinterpretaba el artiguismo y su proyecto radicalmente social “unificador, republicano, igualitario”. Con ella entusiasmó a jóvenes de distintas toldas políticas. Sus ensayos «Historia del imperialismo norteamericano» en tres tomos (1977) y «Por un socialismo nacional» (1985) están vigentes. Los americanos del sur, como nos llamaba Artigas, estamos en la obligación de leer el legado del rodrigueano Vivián Trías.

La pedagogía de Nora y Jesús

Los pedagogos venezolanos Nora Castañeda y Jesús Rivero concibieron el aula como tribuna y trinchera. La pedagogía de ambos era rodrigueana, es decir, era emancipadora, socioproductiva y comunitaria. Compartían del Libertador Político de América su pensamiento: “Si los americanos quieren que la revolución política les traiga verdaderos bienes, hagan una revolución económica. Venzan la repugnancia a asociarse para emprender y el temor de aconsejarse para proceder. Formen sociedades económicas que establezcan escuelas de agricultura y maestranzas”. Ambos trabajaron para grupos humanos históricamente excluídos: ella para las mujeres, él para los obreros.

Nora Castañeda hizo del Banco de la Mujer, una maestranza que acogía a las mujeres en situación de exclusión y discriminación y las organizaba en colectivos solidarios, tal como lo encomendaba Bolívar, “para lo cual podrán acomunarse o acompañarse” a fin de promover su participación protagónica, soberana e igualitaria, en la construcción de un sistema socialista.

Jesús Rivero por su parte hizo realidad su sueño cuando creó la Universidad Bolivariana de Trabajadores y Trabajadoras, allí casó al saber y con el trabajo. Sabía que esta unión generaría capacidades para la transformación radical de la sociedad venezolana.

Nos decía Nora Castañeda, refiriéndose a su esposo Jesús Rivero, que “la práctica revolucionaria requiere de una teoría revolucionaria, también en la acción administrativa pública. De allí que este trabajador de la docencia, al calor de la Pedagogía del Oprimido y como lector crítico incansable que era, elaboró y compiló múltiples trabajos destinados a la acción educativa, entre otros: Planificación Administrativa y Administración Social; Metodología de la Investigación-Acción; Sistemas de Dirección; y, Evaluación de la Gestión Pública”.

Ambos sabían que hay dos modelos contrapuestos: el de la antipatria y el de la patria tal y como lo decía Rodríguez: las mujeres y “los hombres no están en el mundo para entredestruirse, sino para entreayudarse”. Hoy Nora y Jesús siguen haciendo patria.

Rufino Blanco Fombona

La pedagogía del escritor Rufino Blanco Fombona es bolivariana y antiimperialista. Nació en el seno de una familia burguesa el 17 de junio de 1874 en Caracas, entre las esquinas de Pinto y Gobernador en la parroquia Santa Rosalía, y murió en Buenos Aires el 16 de octubre de 1944.

Blanco Fombona desde muy joven conocía el peligro que significaba la injerencia estadounidense. Por ello, y consciente de que una revolución para que sea irreversible debe ser cultural, aplaude el criollismo. En 1902 en su artículo “Estado actual de la Literatura en Venezuela” lo define como “la pintura, à outrance, de las costumbres populares, con los tipos y en el lenguaje del bajo pueblo”. En 1908 complementará: “los criollistas, enemigos de todo lo exótico, tienen razón. Ellos fomentan nuestra literatura del porvenir. Hoy por hoy el criollismo es corriente poderosa y fecunda”.

En 1905, estando detenido en Ciudad Bolívar por combatir el monopolio del caucho en su rol de gobernador de Amazonas, escribió “El hombre de hierro”, en la cual describe el triste e impotente papel de la clase media venezolana en la política a través de Crispín Luz, burócrata servil que acata las órdenes de su patrón extranjero Perrín.

Fue un opositor al panamericanismo porque desde Estados Unidos se mueven todos los hilos para que se haga lo que ellos dispongan. Sobre las convocatorias panamericanas decía: “no es la América de Bolívar la que nos convoca, sino la América de Washington quien impone su hegemonía”. Sobre este país argumentaba: “Los Estados Unidos son el único pueblo de la tierra que no tiene nombre. Pueblo práctico, saca provecho hasta de sus defectos. En verdad os digo que llegará un día en que seréis aborrecidos por el mundo entero”. En 1924 publicó su libro “Crimen del Imperialismo Norteamericano” que desnuda la perversidad de la acción Imperial de Estados Unidos con particular énfasis en México y Nicaragua.

Visibilicemos a este bolivariano que al Libertador llamaba el “Héroe, que ansioso de infinito su caballo endereza al Sur”.

Pedagogía de la unidad

El 24 de noviembre de 1912 bajó del atalaya del Universo la energía bolivariana y envolvió con el manto de Iris a una niña que nacía en Cañar: Nela Martínez Espinosa. Su vida la dedicó a la lucha contra la política estadounidense intervencionista e imperialista. Su pedagogía fue (1) feminista: creó y lideró  la Unión Revolucionaria de Mujeres Ecuatorianas y la Alianza Femenina Ecuatoriana, (2) indigenista: creó la primera organización indígena del Ecuador, la Federación Ecuatoriana de Indios, (3) obrera: creó el sindicato Confederación de Trabajadores del Ecuador del Frente Continental de Mujeres contra la Intervención de Estados Unidos. ¿Por qué debemos asistir al aula donde imparte clases la pedagoga ecuatoriana Nela Martínez Espinosa? Porque su pedagogía es la de la unidad.

El 9 de septiembre de 2000 el presidente Gustavo Noboa decretaba la muerte del Sucre y dolarizaba el país. En el año 2001 dice: “En un Pacto llamado de la Paz y que es de infamia, nos han conducido a la participación en el Plan Colombia y en la guerra del Imperio. Tenemos una larga y dolorosa historia para reconstruir el sueño de Ecuador soberano y digno. Es nuestra obligación el hacerlo. Y sólo hay un camino: la revolución socialista. Unidos y organizados podemos lograrlo”.

En otro discurso de ese año expresa: “La luz de esperanza que de generación en generación nos unió, desaparece entre la corrupción de los vende patria, de los usurpadores de los ahorros de los pobres, del voraz apetito que quita el pan a los hambreados para aumentar el poder de los bancos, de los poderosos. Volveremos a ser dignos de nuestra historia, seremos libres. No somos colaboradores ni vendidos. No caerá sobre nosotros la maldición histórica de los cobardes. Para este honor y esta necesidad convocamos nuevamente a todos, a todas, a los jóvenes y aún a los niños. Es la hora de la prueba, del conflicto, pero también del triunfo. Para ello la unidad es indispensable”.

El 30 de julio de 2004 Martí la recibió en La Habana para que su antorcha alumbre eternamente los caminos de nuestra América.

Nela Martínez Espinosa

La pedagogía del Alba es la utopía posible del proyecto político de Simón Rodríguez (causa social) con sus tres bastiones: la Educación Popular como instrumento, la Economía Social como medio material y el pueblo como sujeto protagónico. La pedagogía del Alba tiene en la ecuatoriana Nela Martínez Espinosa una de sus más importantes exponentes.

Comenzó a escribir desde niña. En su adolescencia se incorpora al Partido Comunista. Es una de las protagonistas del derrocamiento del dictador Carlos Arroyo del Río hecho conocido como la revolución La Gloriosa del 28 de mayo de 1944 que derrocó al dictador Carlos Arroyo del Río. Presidió el gobierno por dos días aunque sin nombramiento oficial. Nela Martínez Espinosa se convirtió en la primera mujer diputada de la Asamblea Nacional del Ecuador. Su verbo es crítico, incendiario y pedagógicamente claro. Cuando recibió el premio Manuela Espejo el 8 de marzo de 2002 dijo: “El Plan Colombia es para establecer la política global fascista”. El 21 de mayo de 2003 le escribe desde Quito a Fidel Castro: “La Independencia de Cuba es la esperanza de una humanidad que aspira a tenerla. Defenderla es nuestra obligación irrenunciable. Yo, la más humilde de sus amigas, levantaré el hecho de mis noventa años como una enseña de vida y lealtad. Ofrezco mis manos a Cuba, para la tarea que necesite”. El 27 de mayo de 2003 en Quito, Nela Martínez Espinosa recibe la condecoración Dra. Matilde Hidalgo de Prócel. En su discurso dirá “Concretamente la tierra del luchador y presidente Eloy Alfaro es hoy norteamericana: Manta es base de barcos e implementos de guerra y en préstamo para la nueva arremetida yanqui. Puede ser que yo nunca más pueda hablar en público. Pero ahora, si éstas son mis últimas palabras, es para llamar al sentido y espíritu patriótico de los que no hemos vendido el alma al diablo de la traición”. Allí pregunta “¿Cómo es posible cantar el Himno Nacional si asistimos impasibles a la entrega de nuestra independencia?”

El hijo de Otero

Francisco de Paula Otero fue un militar del Ejército Libertador. Nació argentino en Jujuy, Virreinato del Río de la Plata, el 2 de abril de 1786 y murió peruano, en Tarma, el 12 de abril de 1854. Su honrosa hoja de vida la orló en 1824 cuando combatió en la Batalla de Ayacucho al mando del Batallón N° 1 del Ejército del Perú. Tras la victoria el Libertador Simón Bolívar lo nombró prefecto de Arequipa, ciudad en la que se juró la independencia el 6 de febrero de 1825. Murió 43 días después de su amigo Simón Rodríguez.

EL 13 de febrero de 1832 Otero le encomendó su hijo al maestro de América con “una lista de ropa perteneciente al niño y una libranza de 200 pesos”. Rodríguez le escribe el 10 de marzo de 1832 una carta desde Lima a Otero en la que le cuenta que él se reencuentra con Bolívar para que hiciese valer sus ideas a favor de la causa. “Estas ideas eran (y serán siempre) emprender una educación popular para dar ser a la República imaginaria que rueda en los libros y en los Congresos. Con los hombres ya formados no se puede hacer sino lo que se está haciendo: desacreditar la causa social”.

En la casa de Rodríguez, además del hijo de Otero estaban el sobrino y el cuñado de José Domingo Cáceres, el sobrino de Cesáreo Sánchez y dos niños más. En pocos días aprendieron a sembrar y a hacer velas, y a dominar la Albañilería, Carpintería y Herrería porque Rodríguez les explicaba que “con tierras, maderas y metales se hacen las cosas más necesarias”.

En la referida carta le informa: “Cuando el niño salga de mi casa, al cabo de algún tiempo, sabiendo lo que es razón o disparate, verdad o mentira, modestia o hipocresía, hablando en castellano o en quechua, según convenga (pero no todo junto), lo poco de que un muchacho puede hablar, escribiéndolo con las letras que debe, y leyéndolo con sentido, no a gritos, ni en tono de cigarrón… habrá el señor general Otero conseguido mucho para cimentar la educación de su hijo, lo demás él lo hará, y yo tendré la satisfacción de haberle servido de algo”.

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