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Educación sexual y educación emocional

Coral Herrera Gómez

La educación emocional es inseparable de la educación sexual: sexo, erotismo, sensualidad, raciocinio, intelectualidad y sentimientos forman nuestro «yo». La sexualidad y las emociones conforman nuestra identidad, nuestro cuerpo, nuestra conducta, y determina nuestras relaciones personales con el mundo que nos rodea.

Pese a que en los países desarrollados aumenta vertiginosamente el número de suicidios y de enfermedades mentales, el número de niños y niñas medicados por trastornos modernos, el aumento de enfermedades sociales o culturales como la anorexia, la gestión de las emociones se ignora en las aulas y en los hospitales.

La salud emocional y mental sigue estando invisibilizada, pero cada vez son más los recursos que demanda la proliferación de depresiones, fobias, neurosis, psicosis, dependencias, etc. Creo que la salud emocional y mental debería ser el tema central alrededor del cual trabajar el tema del cuido y los derechos sexuales y reproductivos, pero la realidad es que solo se habla de sentimientos en el despacho de los psicólogos/as, no en las aulas ni en las universidades.

Es triste pensar que el único método «educativo» que poseemos en el área de las emociones es el que nos ofrece la industria del entretenimiento: películas, canciones, series de televisión, novelas, etc. producen modelos de referencia en forma de héroes y heroínas haciendo frente a una serie de obstáculos, siempre apegados a la tradición patriarcal más rancia. La idea principal de estas historias idealizadas es que ante las situaciones importantes de la vida, las mujeres reaccionamos cabreadas (exigiendo y reclamando) o lloramos (suplicando y dando pena), mientras los hombres, para lograr sus objetivos, reaccionan con ira o huyen de la escena, víctimas de la mutilación emocional que impregna las masculinidades tradicionales. 

Se habla mucho de educación sexual para niños y niñas pero en los manuales apenas se habla del placer, de las relaciones amorosas o de los sentimientos. La ciencia y la academia los han relegado al último plano: vivimos en unas sociedades en las que cada uno debe apañárselas como pueda para aprender a gestionar las emociones. Cuando las cosas van mal, la gente acude a los psicólogos y las psiquiatras, pero, ¿mientras tanto?.

La calidad de vida de la humanidad está relacionada con el sufrimiento. Cuanto peor lo pasamos, menos calidad de vida tenemos; pero esta fórmula sencilla la aprendemos después de caernos y levantarnos varias veces, entre victorias y derrotas, ensayando, errando, probando. Evitaríamos muchos suicidios de adolescentes, depresiones, violencia (y autoviolencia), y muchas enfermedades mentales irreversibles, si en la infancia nos enseñasen a aceptarnos como somos, a querernos bien con la gente que nos rodea, a controlar el egoísmo, a convivir con el dolor, a expresar nuestros sentimientos y emociones, a analizar qué nos pasa y por qué.

Cuando somos niñas y adolescentes buscamos en los adultos modelos de referencia y acudimos a menudo a ellos para que nos aconsejen como trabajar con el miedo al abandono, la ira contra los hermanos/as, o las embestidas del primer amor que nos están matando. La adolescencia es muy dura porque todo es nuevo e intenso, por eso el caos nos lleva, a menudo, a la tragedia sentimental o a la represión de nuestras intensas emociones. Después aprendemos a relativizar, pero los adultos y las adultas tampoco tenemos nada claro cómo hacer frente a una separación sentimental, a un deseo prohibido, a una frustración permanente, a la muerte de un ser querido. Nos es muy difícil controlar la sensación de vacío, la angustia existencial, el amor desmesurado, la ira, el miedo, la euforia, la tristeza, la envidia, la impotencia, la codicia, y sobre todo, nos es muy difícil manejar la autoestima, porque a menudo depende del reconocimiento de los otros.

Los humanos somos seres muy complejos, y por lo tanto muy frágiles. Sentimos contradictoriamente, odiamos lo que deseamos, nos sacrificamos por las mejores causas, tratamos mal a la gente querida, nos dejamos tratar mal, sacamos a la luz algunas cosas en el consciente, otras las guardamos en el inconsciente, soñamos con paraísos y nos decepcionamos con realidades, nos reprimimos y luego explotamos, mentimos para no asumir consecuencias, disimulamos, provocamos, nos desesperamos, elaboramos estrategias para conseguir nuestros objetivos, se nos infla el ego, nos hundimos en la miseria, suben y bajan los niveles hormonales y químicos… los médicos recetan pastillas para eliminar la tristeza y controlar la ansiedad que nos provoca no poder controlar (nuestra vida, nuestros sentimientos).

Por eso supongo que los adultos echamos manos de curanderas, terapeutas, psicólogos, chamanas, maestros, religiones y filosofías que nos guíen en nuestro trabajo de desarrollo personal y espiritual. Necesitamos paz, necesitamos luz, necesitamos frases contundentes que nos hagan pensar en qué es lo importante y qué no es. El éxito de las filosofías orientales, que tienen un enfoque integral porque además del cuerpo, se ocupan también de llenar el área espiritual, emocional e intelectual con consejos que nos ayudan a cuestionarnos y a conocer otros modos de entender la vida.

¿Pero, como aprenden los niños, las adolescentes? Ellos copian de nosotros comportamientos, reacciones, discursos; y en su vida adulta suelen reproducir los mismos problemas y obsesiones que sus padres, madres o familiares cercanos, heredando las ruedas de dolores y traumas que no les pertenecen. 

Cuando descubren el amor romántico, imitan nuestros patrones porque es lo que ven en casa y en los medios de comunicación. Asocian amor y sufrimiento como si fueran las dos caras de una misma moneda, y a menudo no tienen herramientas para disfrutar de las nuevas sensaciones con la libertad que merecen, ya que sobre ellos se ciernen los esterotipos y roles de género, los modelos idealizados, las metas inalcanzables, los anhelos más imposibles. Esperan todo del amor porque en los cuentos que les han contado, el amor lo puede todo, y estar solo/a es una desgracia social. 

Estos patrones les hacen sufrir porque no son reales. No saben hacer frente al deseo brutal que invade su cuerpo o a  las luchas de poder que se instalan en la pareja. Les cuesta adaptarse a la monogamia, tener que elegir entre varios amores les hace sufrir. Luchan por ser diferentes y especiales, pero necesitan sentirse aceptados por la manada. Sufren si se desvían de las normas sociales de nuestra cultura amorosa, viven los mismos miedos que los adultos, y a menudo no saben explicar como se sienten porque no encuentran las palabras.

Sería maravilloso que en los planes educativos y culturales la gestión de las emociones fuese un tema central, porque no podemos dirigirnos a ellos como si fueran únicamente seres racionales que tienen relaciones sexuales.

La razón, el deseo sexual y la emoción no son cuestiones separadas. Antonio Damasio, reconocido neurólogo español, afirma que absolutamente todas nuestras decisiones son emocionales, aunque tratemos de ser «objetivos».  Vemos, percibimos y pensamos desde nuestra subjetividad, desde las emociones, y esas emociones influyen en nuestro comportamiento y en las relaciones que tenemos, que son la base de nuestra vida. Por eso creo que es importante, para construir un mundo más amble y menos conflictivo,  que la gente aprenda a hablar de sus problemas, a analizar con nuevas herramientas estados de tristeza o ansiedad inexplicables, a solucionar sus conflictos con asertividad, a tratar con cariño a la gente que le rodea, a aprender a amar desde la libertad, y no desde el miedo.

Necesitamos, todos y todas, aprender a trabajar los celos, las inseguridades y los complejos, aprender a abrirnos para lograr empatizar más con la gente con la que nos cruzamos a diario, aprender a disfrutar de la vida sabiendo diferenciar entre qué es lo realmente importante y lo que no. Necesitamos aprender a tolerar la frustración, entender que solos no podemos, que necesitamos a la gente para socializar, aprender, dar y recibir afectos, compartir momentos bonitos de la vida.

Y para eso necesitamos herramientas de análisis que nos permitan comprender porqué necesitamos ser aceptados y por qué a la vez vivimos tan aislados unos de otros, por qué nuestra sociedad es tan dura para la gran mayoría de sus habitantes, o porqué nos generamos unas expectativas de «felicidad» que no nos ayudan nada. Con estas herramientas podríamos intentar entender también por qué a veces actuamos mezquinamente ante determinadas situaciones, o por qué todas las parejas que tengo me humillan, o por qué pierdo la paciencia tan pronto, y qué responsabilidad tenemos nosotras/os en eso.

Tenemos que aprender tantas cosas… aprender a disfrutar de la soledad y las compañías, aprender a luchar por lo que uno quiere, aprender a ayudar a los demás en sus luchas, aprender a confiar en la gente, aprender a desaprender lo aprendido. 

Creo que es necesario incorporar esta perspectiva de análisis y aprendizaje emocional en los manuales de educación sexual, porque las emociones se generan en y desde el cuerpo y la sexualidad, y porque necesitamos otros patrones sentimentales desde los que poder relacionarnos. Por eso es necesario, por ejemplo, tener herramientas para poder analizar los paraísos que nos venden los medios de comunicación desde una perspectiva crítica, para hacer frente al sufrimiento que conlleva el no poder ser como los modelos que nos proponen.

Analizando nuestro entorno y nuestro mundo, podremos aprender a decir «no», a decir «si», a no cometer los mismos errores, a tratar de disfrutar lo máximo posible tratando de disminuir nuestros sufrimientos y el de los seres queridos.

Con esas herramientas sería más fácil poder gestionar nuestras emociones, y podríamos enfrentarnos a las pérdidas que nos acompañan en el camino, a superar nuestros miedos, dejar atrás traumas, acabar con muchos prejuicios y límites que nos impiden ser felices. Podríamos aprender a vivir con la tristeza, a aplacar la ira cuando nos invade, a disfrutar el enamoramiento sin castillos de papel, a tirar para delante buscando nuestra propia fuerza vital, a ir creando y respondiendo grandes preguntas.

Quizás así logremos desarrollar la inteligencia emocional, término acuñado por Daniel Goleman, que afirma que las emociones son fundamentales para pensar eficazmente, tomar decisiones inteligentes y permitimos pensar con claridad:

«Las características de la llamada inteligencia emocional son: la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás. El grado de dominio que alcance una persona sobre estas habilidades resulta decisivo para determinar el motivo por el cual ciertos individuos prosperan en la vida mientras que otros, con un nivel intelectual similar, acaban en un callejón sin salida». 

Yo pienso que más que una cuestión de prosperar o no, es una cuestión de «calidad de vida», que será mayor cuanto menos suframos. La gente que ama desde la libertad, y no desde la necesidad, se crea menos dependencias  y por lo mismo, más redes afectivas y sociales. Una persona que se siente bien tiene más energías para conocer gente o dedicarse a actividades que le hacen sentir mejor. Una persona feliz tiene más afectos, porque tiene mayor ánimo y disposición para crear redes sociales y afectivas que una persona deprimida, que suele tener menos energía y suele estar más centrada en sus problemas. Somos, de hecho, más felices cuanto más valoramos lo que tenemos, y a menudo nos sentimos desgraciados cuando pensamos en todo lo que no tenemos. Y son más felices los que tienen un entorno de gente querida con la que establecer redes de solidaridad y ayuda mutua que los que han de enfrentarse en soledad a sus problemas.

Pero si nadie nos enseña a lidiar con el instinto de autodestrucción, con los sentimientos de culpa, con el miedo a la soledad o el miedo al abandono, si no logramos aprender a hacer frente a los cambios y las pérdidas, si no conseguimos entender a los demás, seguiremos inmersos en estas confusiones eternas, en estos llantos desgarradores, en estas huidas locas, en estas peleas a muerte, en estos vacíos cotidianos, en este hambre de emociones que nos devora por dentro. 

Seguiremos metiendo la pata toda la vida si no logramos entender lo que nos pasa por dentro. Repitiendo esquemas de los que no salimos pese a los esfuerzos mentales por hacerlo. Para romper con esos esquemas que generan tanto dolor es esencial, creo, conocernos, sentirnos con libertad para cambiar, aprender a amar nuestro cuerpo y la diferencia en los demás cuerpos, aprender a despojarnos de las represiones internas y las imposiciones sociales y culturales.

Aprender a sentir sin aferrarnos al dolor nos permitiría disfrutar de la vida, y así podríamos diversificar el mundo de las emociones, para vivirlas de otro modo. Con más alegría, con mucha comunicación, con generosidad, con más herramientas, con más gente a nuestro alrededor.

 Necesitamos hablar de emociones y sentimientos: en la cama, en familia, en las escuelas, con los amigos/as, en los congresos, en las universidades, en las asambleas políticas, en los movimientos sociales. No somos únicamente seres racionales que tienen relaciones sexuales, sino seres complejos llenos de amor, de represiones, de deseo, de miedos, de sueños, de frustraciones, de ternura. Porque las emociones son políticas también, tenemos que repensar el modo en qué sentimos, entender por qué sentimos de esta manera y no de otra, y buscar caminos que nos lleven a vías de relación más amorosas y solidarias. 

Fuente del articulo: http://haikita.blogspot.com/2012/11/educacion-sexual-sin-educacion-emocional.html

Fuente de la imagen:http://1.bp.blogspot.com/-hxaSR79ADLk/UJMBd_TOAUI/AAAAAAAAPaA/ExVqZpe-Odo/s1600/intelig3.jpg

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Personas que sufren nuestra incredulidad injustamente (trastornos de conversión)

Por Raquel Aldana

Nos cuesta mucho creer en aquello que no proviene de nuestros sentidos, es como si cualquier información que no procediera de ellos fuera una especie de religión abierta a la fe. Con los trastornos de conversión pasa algo similar, no solo para las personas afectadas sino para la propia medicina en general.

Esta falta de credibilidad condena a los propios diagnósticos y a muchos de los especialistas que tienen la osadía de darlos pero, sobre todo, a los propios pacientes que se sienten más inseguros pisando ese suelo que lo que podrían sentirse bajo el yugo de trastornos en apariencia mucho más graves.

“Casandra, hija del rey de Troya, había sido maldecida y maldecida. Se le había otorgado la capacidad de predecir el futuro, por el contrario, su maldición sería que nadie la iba a creer. Así es como se sienten las personas con trastornos de este tipo”.

Personas con un diagnóstico de conversión
El trastorno de conversión tiene una larga tradición dentro de la psicología y en algún momento de su historia, especialmente en la época de Charcot en la Salpetriere, ocupó gran parte de la atención de los doctores. Ha recibido varias etiquetas diferenciales: trastorno disociativo, trastorno neurológico funcional, conversión histérica o histeria.

¿En qué consiste? Las personas diagnosticadas con un trastorno de conversión sufren una afección en la que la incapacidad no puede atribuirse a ninguna causa orgánica. Esta afección se expresa mediante síntomas neurológicos, como la pérdida de fuerza, convulsiones o pérdida sensorial.

El miedo frente al diagnóstico
A menudo este diagnóstico llega después de realizar una gran cantidad de pruebas, en la que el especialista intenta descartar que los signos del trastorno no tengan un origen orgánico. Muchas veces, el cuadro clínico de las personas que lo presentan se puede asemejar al de otras enfermedades que sí tienen una explicación orgánica, como pueden ser la esclerosis múltiple o la epilepsia.

Así, solo el ojo clínico especializado es capaz de profundizar en este terreno que aún hoy, pese a todas las pruebas de neuroimagen con las que contamos, sigue siendo pantanoso. Por otro lado, existe un gran miedo por parte de las personas con bata blanca a pasar algo por alto y terminar diagnosticando un trastorno de conversión cuando en realidad sí que había una causa orgánica que no han sido capaces de detectar.

Por otro lado, el estigma que recae sobre estos pacientes aún es muy grande. Desde la sociedad, e incluso desde algunos sectores de la comunidad médica, se entiende que aquello que no se explica por una afectación corporal tiene que estar bajo el control de la mente del paciente y que por lo tanto, si este no termina con la sintomatología es porque no quiere.

Cuenta Suzanne O’Sullivan en su libro, de recomendable lectura, que en uno de los cursos a los que asistió les pusieron un vídeo de una niña que estaba sufriendo convulsiones. Después del visionado, el especialista que impartía el curso les pidió a todos los presentes en la sala que intentaran emitir un diagnóstico.

Ella, por el sitio que ocupaba en el aula, fue la última el hablar. Dijo pensaba que se trataba precisamente de un trastorno por conversión. La respuesta de otro de los médicos a su diagnostico fue: “Por Dios, es imposible que esa niña esté fingiendo!”

Desgraciadamente, parece que esta reacción no es aislada sino relativamente común y que muchas personas, con formación y sin ella, piensan que hay algo de fingimiento o engaño en las personas con un trastorno de conversión.

Sin embargo, si observamos la mayoría de conductas de estas personas nos daremos cuenta de que esto no es cierto. Su sufrimiento es real, tan real como el de las personas que padecen un trastorno con explicación orgánica.

Es más, en muchos casos viven existencias igual de limitadas, sumando que tienen que cargar con el hecho de que a muchas personas las hacen culpables de tener que soportar el peso con el que cargan, y que si no se deshacen de él es porque no quieren.

Algunos apuntes sobre los trastornos de conversión
Las personas que se enfrentan a un trastorno disociativo no piensan cuando acuden a su primera consulta que van a terminar siendo tratados por un psicólogo o un psiquiatra. Tiene convulsiones, no tiene fuerza en una mano o tienen la sensación de haber perdido la sensibilidad en una parte de su cuerpo, todo perfectamente objetivo y, lo más importante, real. Nada inventado, como se piensa que “hacen las personas a las que tratan los psiquiatras o psicólogos”.

“Nada de alucinaciones”, piensan. “Mi dolor es real porque me obliga a renunciar a algo que no quiero o a tener que realizar acciones compensatorias mucho menos efectivas que las naturales”. Por eso, no solo el diagnóstico es difícil de dar para el médico sino que en ocasiones es aún más difícil de enfrentar para el paciente.

Siguiendo con la sintomatología y centrándonos en las convulsiones, por ejemplo, la realidad nos dice que es muy raro que el paciente manifieste una convulsión en el momento en el que pasa consulta o se le hacen pruebas, sin embargo en convulsiones funcionales lo habitual es lo contrario. Así, aunque parezca contradictorio, una enfermedad funcional tiende a expresarse, es como si quisiera expresarse.

De ahí y jugando con esta necesidad de expresión, que la hipnosis haya encontrado en estas personas un campo abonado y que hace años se tomara como el principal procedimiento para librar a estas personas de esta pesada carga. Se asumía que liberando a la mente del control consciente, esta dejaría que el problema se manifesta abiertamente y que, por lo tanto, pudiera ser identificado y tratado.

Sin embargo, después se ha comprobado que esta especie de “escáner hipnótico” tiene problemas. Así, parece que mediante la hipnosis sí se podrían juntar algunos de los elementos disociados para darles sentido, pero que también liberaría la fantasía. De esta manera nada nos ofrecería certeza para el “material” recogido de la persona en el proceso hipnótico.

Así, actualmente para este tipo de enfermedades se realiza un tratamiento combinado. Muchas veces interviene la fisioterapia, junto con la intervención terapéutica que busca liberar focos de tensión que hayan provocado o mantengan los síntomas. De todas formas, este es aún un campo en el que la psicología tiene un reto importante, tanto en la concienciación social de la enfermedad como en su tratamiento.

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/personas-sufren-nuestra-incredulidad/

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Buena salud mental en el aula incrementa los aprendizajes

Por: Karina Garay Rojas

Expertos piden que el desarrollo de habilidades socioemocionales sea parte de currículo.

Como necesaria y urgente califican la inversión en programas que promuevan la salud mental en los entornos educativos del país, a fin de reducir los índices de trastornos emocionales que retrasan y dificultan los aprendizajes dentro del aula, además de prevenir una serie de problemas asociados a edades futuras.

“Hay que empezar a ver la educación como algo más grande que la estandarización de habilidades básicamente cognitivas, medidas en los exámenes censales. Se necesita un giro significativo a favor de una formación o educación donde el componente de salud mental tenga un lugar relevante”, señaló Anna Lucía Campos, directora general del Centro Iberoamericano de Neurociencias, Educación y Desarrollo Humano (Cerebrum).

Para la experta en neurociencias, la salud emocional de los estudiantes es preocupante en todo el mundo.

“No solo en el Perú, en muchos países, el panorama aún es desmotivador, debido a que hay un notorio descuido en relación con la formalización de programas en los entornos educativos que promuevan la salud mental de los estudiantes y, me atrevería a decir, de los maestros también”, sostuvo.

Prevención

Comentó que –aunque hace poco tiempo– se ha planteado en el Perú un programa intersectorial denominado ‘Aprende Saludable’, las metas en relación con la atención de la salud mental de los estudiantes aún están lejos de ser cumplidas, “empezando por observar que ni siquiera es considerada como un componente del programa”.

“Por más raro que parezca, aprender no es un acto puramente cognitivo. El aprendizaje recluta en el cerebro humano un número significativo de circuitos que involucran tanto funciones cognitivas como emocionales. Los estudios sugieren que las emociones son necesarias para el aprendizaje, la toma de decisiones, la memoria y la creatividad”, refirió.

Campos, cuya institución ha capacitado a más de 40,000 profesionales de la educación en 16 países, detalló que algunos estudios demuestran que cuando hay mucha energía enfocada en resolver problemas emocionales, los estudiantes bajan la capacidad de aprender, o cuando los estados de ánimo son depresivos se alteran las tareas de memoria.

Desde su perspectiva, es urgente que los ministerios de Salud y Educación diseñen políticas y lineamientos claves que fomenten programas la salud mental en los entornos educativos, que incluyan la prevención, la educación socioemocional y la intervención de soporte para aquellos estudiantes que lo necesiten, y que todo esto sea insertado dentro del currículo.

“Hay que invertir en la prevención, en el aprendizaje socioemocional, que impactará no solo a nivel de individuos, sino también a nivel de sociedad, además del gran ahorro que esto significará en costos de tratamiento clínico y terapéutico”, destacó la educadora.

Según una investigación del Instituto Nacional de Salud Mental se estima que en este momento cerca de 5 millones de peruanos tienen un problema de salud mental y que cada año se pierden 22,000 millones de soles en gastos por discapacidad y mortalidad asociados a estos problemas.

Abanico de problemas

Estudios hechos por la Asociación Americana de Psicología revelan que hay algunos problemas vinculados a la salud mental de los estudiantes y que están relacionados con las enfermedades depresivas (compuestas por una combinación de factores genéticos, psicológicos, biológicos y ambientales), con los trastornos de ansiedad (que se manifiestan de diferentes formas, siendo la más frecuente el estrés tóxico), con los comportamientos de riesgo frente a las drogas, alcohol y sexo; con el autoconcepto (que puede llevar a trastornos alimenticios), con la deprivación del sueño y con las autolesiones (que está cada vez más presente en los alumnos de secundaria y de los primeros ciclos de universidad).

Estos casos ahora se hacen más visibles porque hay estudios que revelan las causas, consecuencias y alternativas de intervención. Y son frecuentes por la ausencia de una educación emocional desde los hogares y los centros educativos, por el estilo de vida de las personas.

Adolescentes

Estudios recientes destacan que en la adolescencia hay un incremento de problemas de salud mental.

Algunos desórdenes mentales pueden tener relación directa con desórdenes en el cerebro, ocasionando cambios a nivel anatómico y de conectividad

EE.UU., Canadá y Reino Unido han emprendido el camino hacia el desarrollo socioemocional con resultados después de cinco años de intervención.

Las emociones ejercen un gran poder en la motivación y el procesamiento de la información.

 Fuente: http://www.elperuano.com.pe/noticia-buena-salud-mental-el-aula-incrementa-los-aprendizajes-44095.aspx
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