Bruselas abre la puerta a un «pasaporte de vacunación» para viajar en la UE

Bruselas abre la puerta a un «pasaporte de vacunación» para viajar en la UE

La propuesta del primer ministro griego será debatida por líderes europeos la semana que viene y la Comisión Europea la ve con buenos ojos

La riqueza de Grecia depende de que cientos de miles de europeos sigan visitando el país, y en 2020 ha sucedido todo lo contrario. Kyriakos Mitsotakis, primer ministro griego, quiere evitar que eso vuelva a ocurrir en 2021. Por eso, el líder heleno ha propuesto un “pasaporte de vacunación” que permita a las personas ya vacunadas poder viajar sin restricciones ni condiciones dentro de la Unión Europea.

 

Los jefes de Estado y de Gobierno se reunirán el próximo 21 de enero para discutir la situación del coronavirus en la Unión Europea, y entre otros asuntos hablarán sobre la posibilidad de establecer ese certificado que solicitó esta misma semana Mitsotakis en una carta enviada a Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.

 

La idea ha ido ganando fuerza en los últimos días, pero todavía cuenta con la oposición de algunos Estados miembros que temen que pueda generarse una discriminación. Por lo pronto, la propuesta de Mitsotakis parece contar con la simpatía del Ejecutivo comunitario. “Lo que ha propuesto el primer ministro griego es una buena idea, el tener un documento que sea reconocido por toda la Unión Europea, pero la discusión no se ha movido de ahí, y no hay más detalles”, ha explicado este viernes la portavoz de la Comisión Europea.

“Esta será una discusión que tendremos que tener a nivel europeo y la Comisión Europea hará su contribución para tener un sistema que funcione y haga la vida más sencilla a los europeos, pero esta discusión todavía no ha tenido lugar”, ha subrayado la portavoz del Ejecutivo comunitario. La Comisión Europea se ha negado a comentar los “potenciales derechos” que podría otorgar dicho documento, algo sobre lo que en este momento “se está reflexionando”.

 

La idea no es completamente nueva. Microsoft y Oracle están trabajando en un sistema de verificación para la comprobación de la vacunación con el objetivo de que pueda ser utilizado para evitar la posible falsificación de estos «pasaportes», dando por hecho que dichas credenciales para poder viajar sin restricciones existirán en un futuro. Otras empresas, como IBM, también trabajan en esa tecnología, así como algunos Estados miembros. Estonia, por ejemplo, tiene un acuerdo con la Organización Mundial de la Salud para desarrollar un certificado digital de inmunidad.

Cualquier acuerdo a nivel europeo tendrá que mantener un delicado equilibrio para evitar que se pueda generar una discriminación y un recorte del derecho a la libertad de movimiento. La petición de un certificado de vacunación para evitar los protocolos de seguridad, como por ejemplo hacerse tests o guardar cuarentenas al llegar a un país de destino, parece una realidad inevitable. El Gobierno húngaro ya ha anunciado que va a pedir a los visitantes que suban su certificado de vacunación a una aplicación para demostrar su inmunidad al coronavirus. Muchos otros Gobiernos se han mostrado abiertos a la idea, de forma directa o indirecta.

Por ejemplo, en el caso español, Salvador Illa anunció que España compartiría con el resto de socios europeos los datos de las personas que se negaran a vacunarse. En el caso de Dinamarca, el Gobierno directamente está trabajando ya en el «pasaporte de vacunación» para que pueda ser utilizado por los daneses que viajen a países en los que se exija.

Fuente de la Información: https://www.elconfidencial.com/mundo/europa/2021-01-15/bruselas-abre-la-puerta-a-un_2909151/

 

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Brasil: Ciudad de Sao Paulo anuncia regreso de clases presenciales de educación secundaria el 3 de noviembre

El alcalde de la ciudad brasileña de Sao Paulo, Bruno Covas, anunció hoy jueves el retorno a clases presenciales de los alumnos de la educación secundaria a partir del próximo 3 de noviembre.

Sao Paulo, la ciudad más grande y poblada de Brasil, es el foco de la pandemia del nuevo coronavirus (COVID-19) en Brasil y fue precisamente en esta ciudad de la región sureste de Brasil donde el 26 de febrero se registró el primer caso en América Latina de la COVID-19.

«El regreso a clases presenciales de los tres años de la educación media es algo facultativo. Es para la red de colegios públicos y privados, con todas las medidas de seguridad sanitaria», dijo Covas en conferencia de prensa.

Las clases presenciales fueron suspendidas en marzo en Sao Paulo y se fueron reanudando paulatinamente a partir de septiembre, apenas para actividades extras o refuerzo pedagógico.

La educación infantil y la primaria de la ciudad continuarán con educación en forma remota y con actividades extracurriculares de pocas horas en forma presencial hasta tener nuevos estudios a fines de noviembre.

Fuente: http://spanish.xinhuanet.com/2020-10/23/c_139460063.htm

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Educación en Tiempos de pandemia, virtualidad y modelos híbridos

Diferentes voces de  la pedagogía crítica y organizaciones gremiales de  América Latina se reunieron para analizar el tema: “Educación en Tiempos de pandemia, virtualidad y modelos híbridos”.

El pasado 31 de  julio, se celebró un encuentro virtual con el grupo de contacto internacional. Un espacio plural  entre organizaciones gremiales y sindicales de América Latina y el Caribe, pero también de educadores populares y de pedagogos críticos. El tema central del encuentro fue: “Educación en Tiempos de pandemia, virtualidad y modelos híbridos”. En el que participaron: Rafael Esquivia, presidente del sindicato de profesores de educación universitaria de la gran Caracas, Venezuela; Eliana Laport, secretaria de políticas educativas de la Federación de Profesores de Educación Secundaria de Uruguay; Pável Escobar, militante de la CNTE en Chiapas; Alfredo Cáceres, secretario de formación sindical y política de SUTEBA EL TIGRE de Argentina y la pedagoga crítica mexicana  Teresa Garduño.

Así mismo, intervinieron por parte del Centro de Investigación Internacional Otras Voces en Educación, En la moderación: Luis Bonilla Molina, Luz Palomino, Luis Miguel Alvarado Dorry y en la relatoría: Fernando David García Culebro.

Los encuentros con el grupo de contacto Internacional, actualmente representan un espacio que hoy cuenta con más de 62 organizaciones gremiales y sindicales e importantes voces de la pedagogía crítica y de las educaciones populares para buscar aumentar o elevar los diálogos entre las organizaciones y de quienes proponen resistencia al neoliberalismo educativo en una coyuntura tan especial como la que ha surgido en el marco de la pandemia  ocasionada por la Covid-19.

Precisamente en ese sentido, en la actualidad,  se viene hablando de distintos modelos de educación. Educación digital, educación virtual, modelo mixto o híbrido, pero como en casi todos los foros del grupo de contacto internacional realizados los días viernes, se ha denunciado que eso ha dado origen a un fenómeno de privatización que no se conocía hasta ahora.

Los estados han descargado sobre las familias, los y las estudiantes, los y las maestras la responsabilidad de garantizar las condiciones materiales mínimas para cumplir con el derecho a la educación y como consecuencia de ello, hoy son los padres, madres,  docentes, alumnos y alumnas,  quienes tienen que pagar la conexión a internet, comprar equipos o repotenciar sus computadores para poder dar continuidad a este proceso que está dejando cifras brutales de desigualdad y de falta de cobertura.

En ese sentido, este potente panel denunció las diferentes realidades que vive no solo el magisterio de países como: Venezuela, Uruguay, Argentina y México, sino también las adversidades que niños, niñas, padres y madres están viviendo en medio de la pandemia del coronavirus. Cada ponente, denunció, propuso y dio alternativas ante la difícil situación que actualmente la humanidad enfrenta.

Puedes descargar la relatoría de todo el  evento en el siguiente enlace:

Relatoría con el grupo de contacto (PDF)

Video:

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Bioseguridad Y Política

Por: Giorgio Agamben

Lo que llama la atención en las reacciones a los dispositivos de excepción que se han puesto en marcha en nuestro país (y no sólo en éste) es la incapacidad de observarlos más allá del contexto inmediato en el que parecen funcionar. Son raros los que intentan en cambio, como exigiría un análisis político serio, interpretarlos como síntomas y signos de un experimento más amplio, en el que está en juego un nuevo paradigma de gobierno de los hombres y las cosas. Ya en un libro publicado hace siete años, que ahora vale la pena releer cuidadosamente (Tempêtes microbiennes, Gallimard 2013), Patrick Zylberman describió el proceso por el cual la seguridad sanitaria, hasta ahora al margen de los cálculos políticos, se estaba convirtiendo en una parte esencial de las estrategias políticas estatales e internacionales. Se trata nada menos que de la creación de una especie de «terror sanitario» como herramienta para gobernar lo que se definió como el peor de los casos. Según esta lógica del peor de los casos, ya en 2005 la Organización Mundial de la Salud había anunciado «de dos a 150 millones de muertes por la próxima gripe aviar», lo que sugería una estrategia política que los Estados en ese momento no estaban aún preparados para aceptar. Zylberman muestra que el dispositivo que se sugirió tenía tres puntos: 1) la construcción, a partir de un posible riesgo, de un escenario ficticio, en el que los datos se presentan de forma que favorezcan comportamientos que permitan gobernar una situación extrema; 2) la adopción de la lógica de lo peor como régimen de racionalidad política; 3) la organización integral del cuerpo de ciudadanos de forma que se refuerce al máximo la adhesión a las instituciones de gobierno, produciendo una especie de civismo superlativo en el que las obligaciones impuestas se presentan como prueba de altruismo y el ciudadano ya no tiene derecho a la salud (seguridad sanitaria), sino que pasa a estar legalmente obligado a la salud (bioseguridad).

Lo que Zylberman estaba describiendo en 2013 ha ocurrido ahora a tiempo. Es evidente que, más allá de la situación de emergencia ligada a un determinado virus que en el futuro puede dar paso a otro, lo que está en juego es el diseño de un paradigma de gobierno cuya eficacia supera con creces la de todas las formas de gobierno que la historia política de Occidente ha conocido hasta ahora. Si ya en el declive progresivo de las ideologías y creencias políticas, las razones de seguridad habían permitido a los ciudadanos aceptar restricciones a las libertades que antes no estaban dispuestos a aceptar, la bioseguridad ha demostrado ser capaz de presentar el cese absoluto de toda actividad política y de todas las relaciones sociales como la forma más elevada de participación cívica. De este modo, se pudo comprobar la paradoja de las organizaciones de izquierda, tradicionalmente utilizadas para reclamar derechos y denunciar violaciones de la constitución, de aceptar sin reservas limitaciones de las libertades decididas por decretos ministeriales sin ninguna legalidad y que ni siquiera el fascismo había soñado nunca con poder imponer.

Es evidente -y las propias autoridades gubernamentales no dejan de recordárnoslo- que el llamado «distanciamiento social» se convertirá en el modelo de la política que nos espera y que (como han anunciado los representantes de una llamada «task force», cuyos miembros están en flagrante conflicto de intereses con la función que se supone que deben desempeñar) aprovecharán este distanciamiento para sustituir en todas partes los dispositivos tecnológicos digitales por relaciones humanas en su fisicalidad, que se han convertido como tales en sospechosas de contagio (contagio político, por supuesto). Las conferencias universitarias, como ya ha recomendado el MIUR, se harán a partir del próximo año de forma permanente en línea, ya no se reconocerá a sí mismo mirando su cara, que puede ser cubierta por una máscara de salud, sino a través de dispositivos digitales que reconocerán los datos biológicos que deben ser tomados y cualquier «recolección», ya sea que se haga por razones políticas o simplemente por amistad, seguirá estando prohibida.

Se trata de una concepción integral de los destinos de la sociedad humana en una perspectiva que, en muchos sentidos, parece haber asumido de las religiones en su edad menguante la idea apocalíptica de un fin del mundo. Después de que la política fue reemplazada por la economía, ésta también tendrá que ser integrada con el nuevo paradigma de bioseguridad, al cual todos los demás requisitos tendrán que ser sacrificados para poder gobernar. Es legítimo preguntarse si tal sociedad puede todavía definirse como humana o si la pérdida de relaciones sensibles, de cara, de amistad, de amor, puede ser realmente compensada por una seguridad sanitaria abstracta y presumiblemente por completo ficticia.

Fuente: Quodlibet.it

Imagen : Matthew Finley, 

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Japón: Distanciamiento social al máximo. Graduarse con un avatar y correr un maratón desde el móvil

Asia/Japón/16 Abril 2020/elpais.com

En Japón, uno de los primeros países adonde llegó el nuevo coronavirus desde China, las instituciones se las ingenian para celebrar sus eventos respetando las normas de seguridad sanitaria

La pandemia de Covid-19 aporta un nuevo hito del distanciamiento social. En Japón se ha celebrado una ceremonia de graduación en la que los diplomas los recibieron no los estudiantes, sino avatares suyos, y se ha corrido un maratón con atletas solitarias compitiendo a través de aplicaciones de móvil.

A través de la app Zoom, el pasado 28 de marzo la escuela de negocios a distancia Business Breakthrough University (BBT) convocó a un centenar de estudiantes. En la sala de un céntrico hotel, la BBT organizó una modesta ceremonia a la que solo asistieron en persona el rector, Kenichi Ohmae, un célebre ingeniero del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), algunos profesores y parte del personal de la institución. Y en representación de los estudiantes asistieron cuatro robots vestidos para la ocasión con toga y birrete, y dotados de una pantalla en la que aparecía la cara de cuatro graduados.

Después de su discurso, el rector los felicitó, los cuatro estudiantes le expresaron su agradecimiento a distancia y recibieron el diploma en un atril colocado en el pecho de su avatar. Al terminar la ceremonia, el rector posó con los robots para las fotos de recuerdo.

Los robots empleados, llamados Newme, son fruto de un desarrollo de las aerolíneas All Nippon Airlines (ANA) como un servicio de avatar para personas que no pueden presentarse físicamente en una actividad que requiere movilidad. Por ejemplo, un profesional que tiene que recorrer las instalaciones de una empresa, pero que ha enfermado y no puede hacerlo.

Según un portavoz de BBT, la ceremonia presencial estaba programada en una de las salas más grandes del hotel Grand Palace, cercano a la universidad, pero debido a la pandemia se decidió hacer una ceremonia más corta y menos costosa. De paso, demuestra las posibilidades de este tipo de tecnología.

Pese a haber sido uno de los primeros países, después de China, en registrar casos por el nuevo coronavirus, a comienzos de febrero, Japón tiene solo unos 5.000 contagios, incluidos los 700 del crucero Diamond Princess, que estuvo varios días atracado en uno de sus puertos. El Gobierno ha decretado un estado de emergencia que no penaliza a los infractores, pero recomienda trabajar desde casa y cerrar comercios no esenciales.

Maratón ‘online’

En febrero, la pandemia obligó a cancelar o celebrar a puerta cerrada encuentros deportivos, y los Juegos Olímpicos Tokio 2020, programados para julio, han quedado pospuestos un año.

El popular maratón de Tokio que se celebra cada 1 de marzo, se redujo desde los 38.000 participantes inscritos a solo 200, todos deportistas de élite. Como un destino parecido le esperaba también al maratón femenino de Nagoya del 8 de marzo, los organizadores pidieron a las 24.000 atletas que se habían apuntado que se descargaran una aplicación dotada de GPS y contador de kilómetros.

Una vez terminado el maratón para las deportistas de élite, sonó un segundo pistoletazo de salida y muchas corredoras hicieron el recorrido de 42,2 kilómetros a distancia: en parques o calles, pero siempre solas o en grupos reducidos.

Otras participantes han escogido la opción de completar el maratón en segmentos, de longitud variable y en varios días, hasta el 1 de mayo. En una demostración de confianza y dadas las circunstancias, aquellas que tengan problema con la aplicación podrán enviar un mensaje cuando completen el recorrido y recibirán la camiseta y el collar de Tiffany conmemorativo que se entrega a todas las que completan la carrera, cuya inscripción cuesta unos 110 euros.

La actual pandemia se ha convertido en un reto para la cultura corporativa japonesa que depende de largas horas de trabajo presencial para fomentar la sincronía y la cohesión del grupo antes que la alta productividad.

En Tokio y otras seis prefecturas, los comercios no esenciales han cerrado sus puertas hasta la primera semana de mayo. Al no haber normativa vinculante, en la capital miles de empleados siguen asistiendo a sus oficinas pese a una previsión que estipula que, de seguir así el actual ritmo de contagios, habrá 10.000 infectados en dos semanas y 80.000 en un mes.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/internacional/2020/04/08/mundo_global/1586369073_063188.html

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Entrevista a Bertrand Badie: ¿Quién gestionará políticamente el miedo?

Por: Eduardo Febbro

La impotencia de las potencias, la disputa por capitalizar el miedo, la crisis de Europa, los esfuerzos de China por sacar provecho de su lucha contra la pandemia y la expansión del virus hacia el Sur: estos son algunos de los temas en juego en la «geopolítica del coronavirus». El destacado académico Bertrand Badie los analiza en esta entrevista.

El trastorno planetario provocado por la propagación del Covid-19 no tiene espejos en la historia. Siete años después de que China pusiera en marcha su programa más ambicioso de reconquista del mundo reactualizando el mito de la Ruta de la Seda, esa ruta se convirtió en un sendero de muerte. En 2013, Beijing desplegó una red de infraestructuras repartida por los cinco continentes mediante comunicaciones marítimas y ferroviarias entre China y Europa, pasando por Kazajistán, Rusia, Bielorrusia, Polonia, Alemania, Portugal, Francia o el Reino Unido. El sueño de 1.000 millones de dólares dio lugar a la tercera extinción del siglo XXI: la primera fue financiera, con la crisis bancaria de 2008; la segunda fue la extinción de las libertades cuando el ex-analista de la Central de Inteligencia Americana (CIA) Edward Snowden reveló la extensión y la profundidad del espionaje planetario orquestado por Estados Unidos y sus agencias de seguridad; la tercera es sanitaria.

Ya nadie se pregunta hacia dónde va el mundo sino, más bien, si mañana habrá un mundo. Las máscaras del tecnoliberalismo y su construcción global, es decir, la globalización, se han caído. La máscara, ese objeto tan precioso para sobrevivir, se volvió el revelador del abismo mundial; sin máscaras se corrió el telón de la ausencia de consenso a escala europea para enfrentar la crisis sanitaria y financiera, o pactar ordenadamente el cierre de las fronteras; sin máscaras, la Organización Mundial de la Salud (OMS), supuestamente a cargo de la salud del planeta, demostró que era un gigante burocrático sin incidencia en la realidad; sin máscaras, la cooperación internacional apareció como una ficción desesperada. Las divergencias entre estadounidenses y europeos nunca fueron tan insuperables, tanto como las que atraviesan a los Estados que componen la Unión Europea. Entre insultos, incomprensión, golpes bajos y visiones antagónicas entre la preservación de la vida o la salud o la de la economía y las finanzas, los dirigentes de las potencias sobresalieron por su incapacidad para diseñar un horizonte.

El mundo que existía desde la Segunda Guerra Mundial dejó de respirar. Donald Trump enterró el multilateralismo heredado del siglo XX, mientra el coronavirus ponía la cruz sobre un sistema internacional que de «sistema» solo tenía el nombre.

Muchos de estos acontecimientos han sido anticipados por Bertrand Badie a lo largo de una obra consagrada a las relaciones internacionales. Profesor en Sciences Po París y en el Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales (CERI), Badie desarrolló una obra del otro lado de los consensos. En 1995 se adelantó en La fin des territoires [El fin de los territorios], en 1999 exploró cómo sería Un monde sans souveraineté [Un mundo sin soberanía] y en 2004 empezó a tejer el análisis sobre la inercia de los poderosos, es decir, la impotencia de los potentes y publicó L’Impuissance de la puissance. Essai sur les incertitudes et les espoirs des nouvelles relations internationales. Los ensayos siguientes lo acercaron a la configuración actual: El tiempo de los humillados. Una patología de las relaciones internacionales y Diplomacia del contubernio. Los desvíos oligárquicos del sistema internacional (ambos editados por la Universidad Nacional de Tres de Febrero). En esta entrevista, realizada en plena crisis mundial, el profesor le sigue los pasos a un mundo que se cae y esboza los contornos del próximo.

Hemos cambiado de paradigma con esta crisis sanitaria. Usted sugiere que, desde ahora, la seguridad de los Estados ya no es geopolítica sino sanitaria.

Así es, y hay un conjunto de cosas. Están la seguridad sanitaria, la seguridad medioambiental, la seguridad alimentaria y la seguridad económica. Conforman varias seguridades que ya no son militares sino de naturaleza social. Se trata de un gran cambio con respecto al mundo de antes. En este momento, por primera vez en la historia, estamos descubriendo la realidad de la globalización. Este descubrimiento no atañe a los Estados, sino que toca a cada individuo. Esto es lo nuevo. En la historia, es raro que los individuos aprendan en directo, en su propia carne, en su vida cotidiana, cómo son realmente las transformaciones de la vida internacional. Antes estaban las guerras para acercar este aprendizaje, pero las guerras afectaban indirectamente a la población. Aquí, todo el mundo está afectado. Podemos entonces esperar un cambio de la visión del mundo y de los comportamientos sociales. Esta tragedia puede conducir a una transformación brutal de la visión que tenemos del mundo y de nuestro medio ambiente. Tal vez, se dejarán de lado todos los viejos esquemas, es decir, los esquemas como el de la concepción militar y guerrera de la seguridad, entiéndase, un mundo fragmentado entre Estados-nación en competencia infinita y una concepción de las diferencias que remite siempre a esa dualidad de la vida entre amigos y enemigos. Hoy ya no hay amigo o enemigo sino asociados que están expuestos a los mismos desafíos. Esto cambia completamente la gramática de la sociología y de la ciencia de las relaciones internacionales. El otro ha dejado de ser un rival, el otro es alguien de quien dependo y que depende de mí. Esto nos debe conducir hacia otra concepción de las relaciones sociales y de las relaciones internacionales, en la que estoy obligado a admitir que, para ganar, necesito que el otro gane; tengo que admitir que, para no morir, necesito que el otro no caiga enfermo. Esto es algo completamente nuevo.

Sin embargo, los desacuerdos entre los Estados nunca habían sido tan abismales. Las relaciones entre Europa y Estados Unidos han empeorado con esta crisis sanitaria mientras que, dentro de la Unión Europea, los antagonismos se han profundizado en el momento más dramático de la humanidad.

En la situación actual nos encontramos con desacuerdos entre Estados Unidos y el resto del mundo a los que ya estamos acostumbrados. Pero también vemos profundos desacuerdos dentro de Europa con, por ejemplo, el rechazo de Alemania a los famosos «coronabonos», es decir, la mutualización de las deudas. Ese será justamente el gran enigma cuando salgamos de la crisis. Seguimos estando coyunturalmente en un esquema de desacuerdos enormes y de competencia tal vez más agudos que antes. Pero eso es porque estamos en una situación de urgencia y, en estos casos, el reflejo natural es esconderse detrás de un muro, cerrar las puertas y las ventanas. Podemos esperar que el miedo suscitado por esta crisis conduzca a que se reconozca que no será viable enfrentar en forma duradera este tipo de nuevo desafío sin una profunda cooperación internacional. Es comprensible que los desacuerdos y la competencia entre los Estados sean densos en medio del incendio. Sin embargo, es necesario entender que, a corto plazo, habrá que cambiar de programa.

Queda entonces la tarea de redefinir una nueva geopolítica.

La geopolítica ha muerto. La visión tradicional, geográfica, de las relaciones internacionales no vale más porque estamos en un mundo unido. La realidad ha dejado de ser la confrontación entre regiones del mundo y Estados para volverse la capacidad o la incapacidad de gestionar la globalización.

El colapso sanitario explotó en un mundo ya muy trastornado por el surgimiento casi planetario de movimientos sociales y por la redefinición de las propuestas políticas marcadas por la nostalgia nacionalista. Las tres figuras emergentes de este contexto son los negacionistas de la pandemia: Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro.

La pandemia intervino en un contexto doble que no se debe olvidar. El primero es el ascenso vertiginoso del neonacionalismo en diferentes latitudes: en Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Europa e incluso en los países del Sur. Ese nacionalismo lleva a los dirigentes en el poder a promover o halagar a las opiniones públicas fomentando la ilusión de una respuesta nacional o de protección frente a los peligros. Ello agrava la situación porque esta tentación demagógica viene a complicar la gestión multilateral de esta crisis. El segundo contexto remite a que recién salimos de un año 2019 absolutamente excepcional. 2019 fue el año en que se dieron una multitud de movimientos sociales a través del mundo: América Latina, Europa, Asia, África, Oriente Medio. Estos movimientos sociales reclamaban lo mismo: un cambio de políticas. Las revueltas sociales denunciaban el neoliberalismo y la debilidad de la respuesta de los Estados y, también, de las instituciones y de las estructuras políticas. Hoy, para los Estados, la gran dificultad se sitúa en el hecho de que tratan de responder a corto plazo y con un perfil nacionalista mientras que, al mismo tiempo, cuentan con muy poca legitimidad en el seno de sus sociedades. La consecuencia de este esquema han sido las dudas, los tanteos y la ineficacia demostrada por los gobiernos. Una situación semejante obligará a cambiar la gramática de los gobiernos.

Hay, en toda esta tragedia, una contradicción cruel: justo antes de la crisis sanitaria, China se encontraba en plena expansión. En 2013 empezó a reactualizar el mito de la Ruta de la Seda y para ello desplegó una impresionante red de comunicación y de infraestructuras a través del mundo. Pero esa Ruta de la Seda mutó en ruta de la muerte.

Es cierto y hay dos puntos esenciales. En primer lugar, esta crisis que se inició en Wuhan golpeó muy fuerte a la economía china y, diría, a la propia credibilidad de los políticos chinos y sus políticas. La crisis también reveló las debilidades del sistema chino. No olvidemos que el virus nació debido a la fragilidad del sistema sanitario y alimentario de China: el coronavirus nació en esos mercados que no responden a las reglas elementales de higiene. Fue la base de su propagación. La credibilidad china se vio disminuida debido a esta fragilidad sanitaria. Al mismo tiempo, hay una paradoja: China ingresó antes que nadie en esta crisis, pero también salió de ella antes que los demás y de forma eficaz. No estoy seguro de que Europa tenga la misma capacidad de reacción que China. Salvo si, por desgracia, China conoce una segunda ola de contaminación, es muy probable que esté de pie cuando Estados Unidos y los países de Europa sigan de rodillas. China está tratando de probarlo enviando médicos y equipos y ofreciendo ayuda a los países que están en plena tormenta. Esto puede significar que cuando nosotros continuemos peleando contra el virus China se habrá levantado y tendrá, entonces, una ventaja frente a las viejas potencias.

A lo largo de esta crisis hemos asistido a una suerte de geopolítica de chez zoi, es decir, una geopolítica de casa para adentro. Cada país se concentró en su problemática cuando el imperativo no era financiero como en la crisis de 2008, sino sanitario.

La urgencia es doble. Es sanitaria ahora y será económica y financiera muy rápidamente. El problema radica en que Europa ha sido la primera víctima del coronavirus. Europa fue el primer muerto. Todos los reflejos que se esperan de Europa están ausentes. La primera intervención de Christine Lagarde, la directora del Banco Central Europeo (BCE), fue catastrófica. Hasta llegó a invitar a los Estados a que se las arreglaran por su cuenta. Luego, la respuesta de la Comisión Europea resultó igualmente débil. El desacuerdo entre los principales países europeos (Alemania, Francia, España, Italia, Países Bajos) en torno de la gestión de la mutualización de las deudas muestra hasta qué punto se carece de un resorte europeo. Luego de la Segunda Guerra Mundial, Europa se construyó por primera vez en su historia porque los europeos tenían miedo de una tercera guerra mundial y sabían que no podría reconstruirse ni salir de las ruinas únicamente con el esfuerzo nacional. Por eso se eligió una reconstrucción colectiva. Hoy, como todas esas metas han sido alcanzadas, la dinámica europea ha dejado de existir. No obstante, es precisamente allí donde está la clave de su porvenir. El miedo que los europeos tenían en 1945 lo vuelven a sentir ahora con el coronavirus. Los europeos van a descubrir que esa necesidad de reconstrucción que había en 1945 persistirá en cuanto salgamos de este drama sanitario. Tal vez, la conjugación de estos dos factores conduzca a que Europa renazca al final de esta crisis. Pero claro, cuando llegue ese momento habrá que cambiarlo todo.

Aunque los paralelismos puedan resultar tramposos, muchos analistas trazan un paralelo entre la situación actual y la crisis de 1929. Luego de aquella hecatombe vino la Segunda Guerra Mundial y, justo antes, el ascenso del nacionalismo. ¿Acaso el virus no podría volver a fecundar un contexto semejante?

Es demasiado pronto para saber cómo serán las consecuencias. Las cosas pueden ir en los dos sentidos. Pero quisiera igualmente señalar que, antes del fascismo y el nazismo, el primer resultado de la crisis de 1929 fue el keynesianismo y Franklin D. Roosevelt, es decir, la reorientación de la economía mundial que permitió su salvación. No hay que tener una visión exclusivamente pesimista sobre los efectos de esta crisis. Creo que todo dependerá de la manera en que el miedo actual evolucione y de cómo ese miedo sea gestionado políticamente. Si el miedo desaparece rápidamente, se corre el riesgo de que volvamos a comenzar con el viejo sistema. Si el miedo perdura, tal vez esto nos conduzca hacia las transformaciones que necesitamos. Sin embargo, desde ahora, se plantea el gran problema de la gestión política del miedo. ¿Quién se hará cargo? Seguramente, la extrema derecha utilizará ese miedo como recurso electoral explicando que es urgente reconstruir las naciones, los Estados y restaurar el nacionalismo. No obstante, la extrema derecha no es la única oferta política existente.

Sí, pero ya antes de esta crisis la extrema derecha se erigió como planteo político reestructurado y con mucha legitimidad.

Hay mucho de eso. Si se observan los Estados europeos, todos tienen un sistema político descompuesto. En Francia no hay más partidos políticos, en Alemania la socialdemocracia no cesa de debilitarse mientras que los demócrata-cristianos de la canciller Angela Merkel están sumidos en una crisis, en Italia la democracia cristiana y el Partido Comunista desaparecieron, e incluso en Gran Bretaña el sistema partidario que antaño estaba tan bien estructurado ya no existe más. Estamos en plena recomposición política. La versión optimista quiere que esta recomposición política desemboque en el nacimiento de partidos con capacidades de llevar las riendas de la globalización. De hecho, actualmente, ningún partido político sabe qué es la globalización. Tal vez advenga un keynesianismo político. Por el contrario, el horizonte negativo sería que esa recomposición no se lleve a cabo.

En uno de sus últimos libros y, más recientemente, cuando estallaron las insurgencias sociales en 2018 y 2019, usted planteó que estábamos ingresando en el segundo acto de la globalización. ¿Acaso esta crisis no ha barrido con ese segundo acto?

No, para nada, es el mismo. No hay que disociar lo que ocurrió en 2019 de lo que está pasando ahora. Es lo mismo, es decir, el redescubrimiento angustiado de una urgencia social. Ese es el segundo acto de la globalización, el cual consiste en distinguir globalización de neoliberalismo, es decir, dejar de confiarle al mercado la gestión exclusiva de la globalización. En el curso de este segundo acto se trata de construir una globalización humana y social. Estas fueron las demandas de 2019 y los mismos reclamos vuelven ahora con urgencia ante la crisis del coronavirus. Si somos optimistas, podemos esperar que esta crisis termine por acelerar el advenimiento del segundo acto de una globalización humana y social. De lo contrario, cabría pensar que la catástrofe sanitaria no hizo sino complicar y atrasar la marcha hacia la segunda secuencia.

2019 nos mostró a una humanidad ligada por lo que usted llamó un perfil intersocial. ¿Persiste aún esa dimensión de conexión, de diálogo y de compenetración entre identidades sociales?

Sí, claro, tanto más cuanto que esta crisis nos revela que las relaciones intersociales se vuelven determinantes a través del planeta. Estas relaciones intersociales son incluso más importantes que las relaciones entre los Estados, los gobiernos o los militares. El porvenir del planeta está en las interacciones sociales, en la tectónica de las sociedades, es decir, en esa capacidad propia de las sociedades para interactuar entre ellas más allá de la voluntad de los gobiernos.

Uno de los ejes constantes de su reflexión ha sido plantear la forma en que, en las relaciones internacionales modernas, es el Sur quien fija la agenda del Norte y, también, cómo ello desembocó en una representación geopolítica marcada por la impotencia de los poderosos. El coronavirus ha dejado al desnudo esa impotencia.

¡Estamos más que nunca en ese esquema!. Estamos viendo cómo los instrumentos clásicos de la potencia no pueden hacer absolutamente nada frente al coronavirus. Estados Unidos, que es la superpotencia de las potencias, conoce una propagación de la infección superior a la de China y Europa. Hemos dejado de estar en el registro de la potencia. Los recursos clásicos de la potencia nada pueden hacer. Debemos pasar ahora de la potencia a la innovación. Solo ganaremos si convertimos la vieja concepción de la potencia en capacidad de innovación para encontrar nuevos tratamientos, una vacuna, así como los medios técnicos capaces de remodelar la globalización para que esta no sea, como hoy, una fuente de dramas. Estamos ante un nuevo umbral de la historia.

Un nuevo umbral con un interrogante dramático: ¿qué ocurrirá cuando el coronavirus se expanda en los países del Sur carentes de toda estructura sanitaria?

Esa eventualidad anuncia una catástrofe. Si la pandemia llega al Sur, será todavía más dramática y lastimará más profundamente al planeta entero. Ello prueba que los centros de gravedad de nuestra historia y de nuestro porvenir están en el Sur. El auténtico momento de la verdad se planteará cuando África se vea confrontada masivamente a esta tragedia.

Se han caído tantas máscaras con esta crisis global. La búsqueda de una vacuna, por ejemplo. Cada país la elabora por su cuenta: Francia, Estados Unidos, Rusia, China, Cuba. Y en el medio está el espectáculo indecente de la OMS: no tiene voz, ni influencia, ni capacidad alguna de organizar acciones coordinadas. Se ve como un monstruo vacío y burocrático.

Este tipo de anarquías son frecuentes en las situaciones de urgencia porque se establece una competencia entre un conjunto de actores que trata, más o menos sinceramente, de encontrar un remedio. Es algo paradójicamente normal porque así se estimula y se aceleran las investigaciones. Ahora claro, si estuviésemos en un mundo ordenado, la OMS habría debido encargarse de la definición de los protocolos de investigación y de los protocolos terapéuticos. Pero la OMS se ha vuelto alguien que cada tarde lee comunicados carentes de interés. Pero la naturaleza humana termina siempre por triunfar. El problema consiste en saber qué sacrificio habrá que hacer para todo esto. Un muerto es un muerto de más y ahora vamos ya por miles de muertos. Pienso que la humanidad renacerá de todo esto más fuerte y más consciente.

Fuente e imagen: https://nuso.org/articulo/entrevista-bertrand-badie-febbro-coronavirus-geopolitica-capitalismo/

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