Entrevista a Ignacio Ramonet: «La globalización ha terminado por dividir la sociedad entre los que tienen y los que no tienen»

Entrevista a Ignacio Ramonet

«La globalización ha terminado por dividir la sociedad entre los que tienen y los que no tienen»

Ignacio RAMONET (Redondela, Pontevedra, 1943) es doctor en Semiología y en Historia de la Cultura, catedrático de Teoría de la Comunicación Audiovisual en la Universidad parisina de Denis-Diderot y titular de la cátedra de Teoría de la Comunicación de la Universidad Carlos III de Madrid.

Discípulo de Roland Barthes, semiólogo e intelectual de referencia del siglo pasado, Ramonet se ha convertido en referente internacional a la hora de abordar temas como la globalización y el poder de la comunicación en la sociedad actual. Experto en geopolítica y estrategia internacional, dirige desde hace años Le Monde Diplomatique, publicación que ha hecho bandera de la reflexión crítica sobre los efectos del cuestionado fenómeno de la globalización. Para ello, presta gran atención a los países del Tercer Mundo, especialmente en el conflicto de la deuda externa «en muchos países el 80%, y a veces incluso el 100%, de sus presupuestos generales se destina a pagar la deuda exterior, lo que les impide dedicar dinero a construir infraestructuras imprescindibles, como escuelas, hospitales o carreteras.»

Ignacio Ramonet ha escrito libros de ensayo como La Golosina visual, Un Mundo sin rumbo, o Internet, el pavor y el éxtasis, en los que los medios de comunicación y su relación con la sociedad son protagonistas estelares. Su oficio periodístico le ha permitido conocer de primera mano la revuelta zapatista de Chiapas (México) o el Foro Social de Porto Alegre (Brasil). Ramonet atendió a CONSUMER en su despacho de París horas antes de viajar a Colombia, un destino habitual para quien ha invertido el estatu quo y ha convertido el Tercer Mundo en el Primero en términos de interés profesional y compromiso ético.

¿Qué supone la globalización para el ciudadano y quiénes son sus principales actores?

Estamos ante una dinámica que hace que cada día un mayor número de países intercambian comercialmente un mayor número de productos, servicios y actividades. Se han abierto las fronteras a productos extranjeros que se han integrado en el mercado local, lo que convierte a la globalización en un movimiento que intensifica el librecambio. Pero esto ocurre sólo en teoría, porque el motor real de la globalización es el hecho de que cada día lo que más se intensifica son los mercados financieros. Estamos más ante una globalización financiera que ante una globalización económica, en el centro se encuentran los mercados financieros, y por ende, los agentes financieros: las grandes multinacionales, la Bolsa, el Banco Mundial, el Grupo de los 7 países más poderosos, la Organización Mundial del Comercio…

¿Deja la globalización algún resquicio para el desarrollo económico y social de los países más pobres del planeta?

Teóricamente sí, pero la globalización funciona según la lógica del mercado. En términos morales esto no es ni bueno ni malo, pero el mercado funciona sólo con los interlocutores solventes mientras que los no solventes no se integran. Y al mercado esta situación le resulta indiferente. Ese es el problema. Se ha terminado por dividir la sociedad entre los que tienen y los que no tienen y, así, el mercado está pendiente de los países que se desarrollan y olvida a los que no lo hacen. Esto conduce a que, en nombre de la idea de que el gran rival del mercado es el Estado, éste cada vez tenga menos posibilidades de atender a las personas que no tienen capacidad económica. El mercado intenta que el Estado sea cada vez más diminuto, que maneje menos presupuesto y que tenga menos funcionarios. Así, cada vez se podrá ocupar menos de crear hospitales, escuelas y, en general, infraestructuras para quienes no tienen nada; en otra palabra, de los sistemas que por definición no pueden ser rentables porque se dirigen a satisfacer necesidades de quienes no están en el mercado. En los países pobres, el mercado funciona con las personas que tienen medios, que son las menos, lo que significa que cada día hay más pobres. Por eso, cabe preguntarse dónde está realmente el progreso.

¿En qué medida la deuda externa es una losa para el desarrollo de los países pobres y qué podría resolver su condonación?

El problema de la deuda externa es el siguiente. Usted, para comprar un piso, pide un crédito de 10 millones con un interés al 5%, pero a los tres meses el banco le dice que le sube el interés al 8%, y usted no puede quejarse. A los 6 meses, se lo sube al 20%, por lo que el préstamo que pidió podría haberlo pagado, pero con este ya no puede. Así se queda sin poderlo pagar durante toda su vida. Esto es lo que ha pasado con la deuda externa. Se ha hecho con tasas de crédito variables, con índices que no han dejado de aumentar por lo que más que una losa es un panteón lo que tienen encima los países pobres. Por tanto, la condonación de la deuda sería altamente beneficiosa para estos países. Ahora, están obligados a exportar para conseguir divisas con las que pagar los intereses de su deuda exterior. De esta forma, el país está volcado al comercio exterior lo que le impide ocuparse de su mercado interior. Como tiene que pagar su deuda, que es lo más urgente, el Estado, en estos países en que la deuda representa el 80% o el 100% de sus presupuestos generales, no puede consagrarse a su pueblo. En definitiva, la mitad de la humanidad vive en países endeudados, con lo que 3.000 millones de personas no saldrán de la situación de pobreza mientras no acaben de saldar su deuda exterior.

A cada generación le toca luchar por una utopía ¿Se pueden equiparar las actuales protestas de los movimientos antiglobalización con la convulsión social que supusieron el Mayo del 68, los hippies, las reivindicaciones antiracistas, la crítica a la guerra de Vietnam o la Primavera de Praga?

Son también acciones de crítica, pero sobre otras bases. Mayo del 68 fue una crítica a la sobreproducción, al exceso de trabajo y buscaba recuperar al individuo, a la sociedad, frente al poder político. Ahora, los movimientos se enfrentan al poder económico. El de antiglobalización admite las cualidades del mercado global pero recuerda que se está marginando a una gran parte de la sociedad, tanto en los países ricos que integran a los pobres con estatutos muy discriminatorios, como en los países del Sur, ya que el mercado se olvida de lo que no le interesa, léase minorías étnicas, analfabetos, campesinos, indígenas…. Y conviven estas reivindicaciones con las de carácter ecológico, porque el sistema actual se está desarrollando de tal manera que destruye el planeta sobreexplotándolo para el consumo, al tiempo que termina contaminando o envenenando a sus propios consumidores. Estas dos críticas, que son nuevas, han sido hasta hace poco puramente intelectuales y lo que está ocurriendo ahora es que las críticas se hacen sobre la base de grupos que protestan y se organizan frente a quienes tienen la responsabilidad de la política, que no son los gobiernos. Los antiglobalización no van contra los Estados sino contra las instituciones internacionales responsables de la globalización: el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio…

Esas acciones y otras como el Comercio Justo, las campañas de cooperación ola actividad de las ONG de desarrollo, ¿son eficaces para activar el progreso en los países pobres?

Muchas organizaciones están llevando a cabo acciones correctoras y parten de un sentimiento de justicia indiscutible. Algunas tienen una política más egoísta que otras, pero su trabajo es real y positivo en el Tercer Mundo y también en los países desarrollados, donde subsisten todavía muchas desigualdades.

Hemos hablado de acciones colectivas, pero ¿cómo definiría al individuo medio de un país desarrollado respecto de parámetros como compromiso, libertad, consumismo o mantener opiniones propias de cada uno?

Los grupos de protesta nacen en los países desarrollados. Desde Seattle, en diciembre de 1999, no ha cesado de aumentar el número de personas que sienten en su conciencia la necesidad de que las cosas cambien. Y todo apunta a que este colectivo seguirá creciendo. Hay una toma de conciencia muy amplia en nuestra sociedad, más de lo que creemos.

Los medios de comunicación constituyen uno de los ejes preferenciales de sus tesis y estudios. ¿Cómo calificaría el poder real de los medios en nuestra sociedad?

Los medios de comunicación adquieren una importancia cada vez mayor. Primero como industria, ya que los mass media son la industria pesada de hoy. En gran parte, lo que ha facilitado la globalización es la mutación de las tecnologías de la comunicación, la informatización de la sociedad, la revolución digital que ha derivado en las autopistas de la información. De hecho, las actividades ligadas a la comunicación han sufrido una espectacular transformación. Ya no hay sectores especializados, todo lo que tiene que ver con lo escrito, con la imagen y con lo hablado se ha concentrado en grandes empresas que añaden a la imagen, el texto y el sonido, actividades más ligadas a la industria tradicional, como la telefonía, la electricidad e incluso la informática, por lo que termina integrándose todo. Esto genera la aparición de monstruos empresariales surgidos de alianzas entre el poder económico y el mediático que han incluido al poder de los medios de comunicación dentro de la escala de poderes. En el marco de la globalización, el primer poder lo ocupa el económico, en particular el financiero, pero el segundo es el mediático.

Internet es también materia habitual de sus ensayos ¿Cómo influye la Red en la conformación de la opinión pública?

Internet ocupa un lugar muy importante en el intercambio de información, de cultura y de conocimiento. Son indiscutibles las ventajas que aporta, como el hecho que las nuevas tecnologías estén al alcance de cualquiera, porque su manipulación es sencilla y porque es relativamente barato hacer uso de la Red. Además, nos permite llegar a yacimientos de información de cualquier parte del mundo, y las fuentes son inmensas. Pero esto sólo se puede aplicar a los países desarrollados. Conviene hacer dos reflexiones de ponderación. La primera es que Internet posibilita el acceso a mucha información rápidamente, pero se está dando una ralentización del equipamiento necesario para usar Internet, en particular en los países del Sur. Según la UNESCO, los usuarios de Internet no superan el 5% de los seres humanos que habitan el planeta. Esto no tiene que ver con Internet en sí, pero para aprovechar sus beneficios se requiere en primer lugar saber leer y escribir y 1.000 millones de personas todavía son analfabetas. Y para desarrollarse, Internet necesita electricidad y la tercera parte de la humanidad no la tiene; y teléfono, y la mitad de la humanidad no cuenta con línea telefónica. En definitiva, Internet sólo va a beneficiar a los países que disfrutaron de la anterior revolución, que les proporcionó las infraestructuras. La mayoría de los países no está preparados para aprovecharlo. Y hay que decirlo, porque son infraestructuras que hay que construir, y habrá que ver quién está dispuesto a poner electricidad en un país que no puede pagarse la instalación.

¿Y en lo que respecta a los países del Primer Mundo?

Están ligados a la segunda reflexión. Internet se presenta como un símbolo de la contracultura, de la liberación, y en parte lo consigue. Pero hoy comienza a entrar en una vía en la que por la necesidad de asumir las ideas dominantes ligadas a la globalización, al liberalismo y a la rentabilidad, se están distorsionando sus características iniciales. Internet proclama la cultura de la gratuidad, pero ¿cómo se paga esa gratuidad? Pues consumiendo publicidad para consultar algo que es gratuito, lo que implica el primer choque con la libertad. Aparece aquí la segunda transformación de Internet, convertido en un gran centro comercial. Internet, que es gratuito, esencialmente quiere vender toda clase de cosas: viajes, servicios, productos culturales, ropa… Y yo no sé si somos muy libres cuando lo que hacemos es entrar en un centro comercial. Una tercera consideración es percibir su transformación como medio de vigilancia, para vigilar en el sentido comercial, no forzosamente político. Cada vez que consulto un sitio web o compro algo, dejo huellas que si alguien recupera puede elaborar un retrato robot mercadotécnico de mí y mañana me va a hacer toda clase de proposiciones comerciales con una gran precisión porque sabrá muy bien quién soy yo. Entonces, esa gran pantalla que yo utilizo para ver el mundo está sirviendo para que me vean a mi. No quiero decir que esto sea lo principal, pero sí conviene que reflexionemos sobre ello.

Ante esa posibilidad de un Gran Hermano, ¿cuál es el papel que corresponde a los consumidores y las asociaciones de consumo que también se enfrentar al reto de asumir el Euro?

Un papel importantísimo, como ha quedado demostrado ante las crisis de las vacas locas o los pollos con dioxinas. El consumidor puede denunciar la sobreindustrialización de la agricultura y todas las consecuencias nefastas que ha producido. Es importante que los consumidores estén organizados, hay ejemplos de cómo consumidores unidos han reaccionado de manera sana y contundente ante ciertos abusos del mercado. Lo más significativo es la voluntad de los consumidores de intervenir como protagonistas que son de la sociedad, como actores importantes del circuito comercial. Comienzan a ser conscientes de la gran capacidad que tienen para corregir y moralizar, para crear un espíritu de ética en todo el mundo del consumo.

Fuente: http://revista.consumer.es/web/es/20010701/entrevista/27231.php

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No a la educación financiera en la escuela

Por: José Antonio Marina

Hace más de dos años, publiqué en El Confidencial un artículo sobre este mismo tema. Insisto en él, porque acaba de celebrarse en México el EduFin Summit 2017, organizado por el BBVA a través del Centro para la Educación y Capacidades Financieras. Hace 10 años que el BBVA comenzó a impulsar la educación financiera, siguiendo las indicaciones de la OCDE. En su inicio colaboré con Antonio Ballabriga, director del proyecto, de quien me consta su interés y competencia. El tema siempre me ha interesado. Hace más de 20 años gané el Premio Giner de los Ríos a la Innovación Educativa, por un programa para introducir las nociones básicas de economía en la asignatura de Filosofía; dirigí un prometedor proyecto de emprendimiento en la escuela, financiado por Caja Navarra, y colaboré en los programas de ‘aprender a emprender’, promovidos por la Fundación Príncipe de Girona.

Sin embargo, dejé de participar en el proyecto del BBVA porque me pareció que el enfoque dado por la OCDE está equivocado. No es educación financiera lo que necesitamos, sino educación económica, una parte de la cual es la educación financiera. Aislada, esta es muy poca cosa. González-Páramo, director general de BBVA, ha dicho que quiere que los clientes de su banco sean “ahorradores consistentes y deudores responsables”, por lo que “es fundamental incluir la educación financiera en los centros educativos”. Flore Anne Messy, directora de la División de Asuntos Financieros de la OCDE y coautora del Informe PISA, lamentó que la educación financiera no sea una asignatura obligatoria en los colegios desde los primeros años del ciclo escolar. Señaló la digitalización como un factor decisivo para la inclusión financiera de los jóvenes porque la tecnología facilita la accesibilidad de los productos financieros. Pero el problema no está en la falta de conocimiento de los productos financieros, sino en que no tienen acceso a ellos porque no tienen trabajo.

La educación financiera no es suficiente. Un ciudadano debe poder entender las noticias económicas de un periódico

Ballabriga da otra justificación: “Hay cierto consenso entre los especialistas en que si hubiéramos tenido una mayor educación financiera, la crisis habría sido otra crisis”. Vamos a ver. La crisis financiera comienza en Estados Unidos porque hay una política de conceder hipotecas sin garantía, ya que los bancos endosaban la responsabilidad del cobro a otras instituciones (que acabaron por quebrar). Las primas de los vendedores se relacionaban con las hipotecas vendidas, no con las hipotecas cobradas. Los bonus de los directivos se relacionaban con el aumento de los balances, no con la rentabilidad y seguridad del negocio. Crearon instrumentos financieros de tal complejidad que ni los mismos directivos de los bancos (por ejemplo, el presidente de Lehman Brothers, según confesión propia) los entendían. Productos financieros fraudulentos que, sin embargo, las agencias de ‘rating’consideraban AAA, y los auditores dieron por buenos.

La crisis que nadie vio

Los bancos se lanzaron a una política de ‘titularización’ de activos basura, con lo que extendieron su insolvencia como una epidemia. El mismo Alan Greenspan (tiene bemoles el asunto), máximo gurú de las políticas financieras del mundo, presidente de la Reserva Federal estadounidense, confesó que no entendía lo que estaba pasando. Incluso la reina Isabel de Inglaterra, en su visita a la London School of Economics, preguntó con razón a los economistas: ¿cómo no supieron ver lo que estaba sucediendo? La respuesta fue muy pobre.

No salen las cuentas. (iStock)
No salen las cuentas. (iStock)

La misma pregunta habría que hacérsela a los políticos y a los organismos de vigilancia como, en nuestro caso, el Banco de España o la Comisión Nacional de Valores. A la vista de esa situación, quienes parece que necesitan educación financiera son los presidentes de los bancos, los ingenieros financieros, las agencias de ‘rating’, los auditores, los organismos reguladores, los directores de sucursales, los comerciales bancarios. Los expertos contratados por las grandes empresas siempre van por delante de los expertos contratados por los estados. Lo que en el fondo está diciendo la educación financiera es que no podemos fiarnos de nadie. Que todos van a intentar engañarnos y que debemos ser absolutos responsables de nuestras decisiones. ¿Es esto realista? Creo que no.

​El ciudadano debe comprender la economía

¿Significa esto que el ciudadano debe desinteresarse de los asuntos económicos? Todo lo contrario. Es imprescindible que comprenda los mecanismos económicos. Como saben mis lectores, creo que hay que conocer para comprender y comprender para tomar mejores decisiones y actuar. Gran parte de nuestras decisiones políticas, familiares y personales tienen un componente económico, y debemos comprender. Pero la educación financiera no es suficiente. Un ciudadano debe poder entender las noticias económicas de un periódico.

Leo en los de este fin de semana: “Según el secretario de Estado de Hacienda, la presión fiscal en España está en un nivel medio-bajo respecto al resto de Europa”. ¿Esto es verdad? ¿Cómo se mide? ¿Es bueno o malo? “Hay que sacar adelante el techo de gasto” ¿Qué es? “La deuda mundial supera ya los 190 billones de euros, equivalente al 327% del PIB mundial”. ¿Qué quiere decir esto? ¿Podemos vivir sin deuda? “La UE multa a Google por prácticas monopolísticas”. ¿Deben prohibirse los monopolios o dejar que el mercado decida? Después de décadas temiendo la inflación como se teme al lobo, ahora el mundo está preocupado porque no sube la inflación. ¿Nos estarán tomando el pelo?

Necesitamos una economía creadora de posibilidades, y para eso hemos de volver al individuo consciente de sus capacidades

Cuando todavía estamos padeciendo el estallido de la ‘burbuja inmobiliaria y financiera’, el reputado economista Lawrence Summer dice que “estamos en una economía que necesita las ‘burbujas’ para poder alcanzar pleno empleo, y que sin ellas podemos estancarnos secularmente”. Paul Krugman, premio Nobel de Economía, se pregunta por qué en EEUU el partido republicano está decidido a eliminar la prestación sanitaria, lo que resultaría cruel para decenas de millones de personas, solo para conseguir una reducción de impuestos, el 40% de la cual afectará a personas con unos ingresos superiores al millón de dólares anuales.

Peter Hartz, ex jefe de personal de Volkswagen, y presidente de una fundación para luchar contra el paro juvenil, escribe una carta a Macron, proponiéndole un plan para abrir el futuro a 500.000 jóvenes en paro. Para financiarlo, propone la creación de una línea de financiación por el Banco Central Europeo. En el País Vasco, más del 80% de los alumnos de la Formación Profesional Dual encuentra trabajo al día siguiente. ¿Sería posible una ‘renta básica universal’? Son noticias económicas que afectan profundamente a la vida de todos los ciudadanos, y necesitamos saber a qué atenernos. Hay una definición clásica de la economía —ciencia de la gestión de recursos escasos— que resulta triste y anacrónica. Necesitamos una economía creadora de posibilidades, y para eso hemos de volver al individuo consciente de sus capacidades.

El mundo económico es más que el financiero​

Es verdad que debemos saber tomar decisiones para nuestra economía familiar. Algunas, evidentes. ¿Debemos invertir en la educación de nuestros hijos o en la nuestra propia? ¿Debemos vivir de alquiler o hipotecarnos? ¿Cómo podemos asegurar nuestro futuro? Pero también tenemos que tomar decisiones sobre políticas económicas, porque van a influir decisivamente en el éxito de nuestros proyectos. Tenemos dos formas de hacerlo: mediante el voto político y mediante el voto que ejercemos en cada acto de compra. Impera la idea de que la economía es un sistema global donde la acción del ciudadano es nula. Si pensamos así, acabará siéndolo.

Eso solo es verdad en la ‘economía descendente’ (mercados mundiales, multinacionales, presión internacional sobre los estados, presión de los estados sobre el individuo). Pero hay también una ‘economía ascendente‘ (parte del ciudadano como agente económico, y asciende a través de la iniciativa empresarial, de las decisiones de ahorro y consumo, de la participación política, de la presión de los estados sobre las políticas económicas internacionales, etc.). Necesitamos una educación económica que la favorezca, y la educación financiera no nos dice nada de eso.

Debemos saber tomar decisiones en nuestra economía familiar. (iStock)
Debemos saber tomar decisiones en nuestra economía familiar. (iStock)

No basta con criticar a los demás e imponer deberes al aire. Siempre me ha indignado una escena de película en que después de un accidente un individuo grita: «¡Que alguien llame a una ambulancia!». ¿Y por qué no la llamas tú? En vez de quejarse hay que actuar. Por eso, en la Fundación Universidad de Padres, que dirijo, y que tan presente ha estado en El Confidencial, vamos a lanzar en septiembre un curso ‘online’ titulado ‘Lo que todo ciudadano debe saber de economía, si no quiere ser engañado ni meter la pata’. Vamos a estudiar los mecanismos económicos básicos, y también la necesidad de elaborar un proyecto económico personal (con las implicaciones financieras que conlleva). Como enlace entre uno y otro tema, trataremos el problema laboral en un mundo en que el trabajo va a ser escaso y cambiante. Cuando el curso comience, volveré a hablar de él, para que nos ayuden a que sea un éxito.

Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2017-07-04/no-educacion-financiera-escuela_1409017/

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Se perdieron el rumbo y la empatía

Por: Carolina Vazquez Araya

La pérdida de valores y de sensibilidad humana es el mayor de los problemas

Cuando a la solidaridad y la empatía se anteponen el interés personal, la preeminencia de un sistema de creencias políticas o religiosas y la búsqueda del éxito -expresado fundamentalmente en términos materiales- resulta indefectible la pérdida de sensibilidad humana ante los otros, dado que la energía se enfoca en la consecución del bienestar individual por encima de todo. Esto no es algo propio de uno u otro territorio, sino un fenómeno presente en toda comunidad humana y en distintos grados, dependiendo de sus niveles culturales y educativos.

Es usual creer que quienes menos poseen presentan actitudes más agresivas y crueles que quienes han tenido el privilegio de gozar de bienestar económico y acceso a la educación en sus distintos niveles. Eso no es así, por lo general las comunidades más pobres suelen ser también las más solidarias. A ellas las une su proximidad cotidiana, sus necesidades compartidas y una visión más real de sus carencias. Pero también de ellas surgen los mayores desafíos, por medio de generaciones de jóvenes privados de oportunidades de todo tipo y ávidos de encontrar un camino hacia su desarrollo. Entre esos caminos, sin embargo, se encuentran algunas de las rutas más peligrosas para la estabilidad de una nación.

Es evidente que la violencia presente en el mundo actual ha transformado a las relaciones humanas. El contexto global, aun cuando parece lejano y ajeno, influye de manera cada vez más importante sobre las naciones más débiles. La creciente tensión mundial y los conflictos en países de la región inciden en un pesimismo colectivo y en una visión superficial de los motivos de las crisis internas, como si estas pudieran resolverse con fórmulas importadas.

Pero es importante entender que los sistemas sociales, diseñados para controlar a los pueblos y someterlos a un marco valórico definido por los centros de poder político y económico, no solo se expresan en términos legales sino también en una estratificación rígida de la sociedad a partir de la privación de derechos de los sectores más vulnerables y, por ende, de menor incidencia en las decisiones. Esta manera de crear divisiones es una marca de identidad en los países menos desarrollados y muy particularmente en aquellos cuyo fuerte porcentaje de población indígena, campesina, joven y pobre permite a sus centros de poder una mayor hegemonía, de manera muy puntual en la criminalización de la pobreza y sus demandas, así como en la marginación de sus nuevas generaciones y la eliminación de sus líderes.

Guatemala no es la excepción. Los muros elevados por las clases política y económica para impedir el acceso a la educación a grandes sectores de la ciudadanía han tenido, entre otras de sus variadas consecuencias, una migración de la juventud marginada hacia actividades delictivas, la huida de miles de jóvenes hacia otros países en busca de oportunidades y, sobre todo, una creciente ruptura del tejido social. Esto último, expresado en el discurso de odio y racismo cuyo impacto se percibe a través de distintos medios con una fuerza descomunal. Los incidentes de agresiones, asesinatos y enfrentamientos entre grupos muestran la peligrosa decadencia de una sociedad intolerante e incapaz de ver a sus semejantes como semejantes. Es decir, una absoluta pérdida de empatía y solidaridad, provocada por lacras estructurales impresas en un sistema de valores caduco e inhumano cuya principal característica es el desprecio por la vida y la incapacidad de ir más allá de lo evidente para analizar, con toda la honestidad posible, los orígenes de sus carencias.

Fuente: https://carolinavasquezaraya.com/

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Boaventura De Sousa Santos: El mundo se encamina a rupturas

entrevista/24 de enero de 2017/Fuente y autor:  Sarah Fernandes/Revista do Brasil, RBA. Pressenza.

Para el profesor de la Universidad de Coimbra, la lucha entre ideales democráticos y capitalismo en crisis llevará a rupturas del calibre de las revoluciones de comienzos del siglo XX. “Esperemos que menos violentas”.

Poca gente en el planeta observa la geopolítica mundial con la lucidez de Boaventura de Sousa Santos. Catedrático jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra, Portugal, y profesor emérito de la Facultad de Derecho de la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos, Boaventura es también profundo conocedor de la realidad del Brasil, donde pasó a ser más conocido a comienzos de este siglo al organizar y participar en ediciones del Fórum Social Mundial y donde estuvo recientemente para lanzar su nuevo libro, “La difícil democracia” (Editora Boitempo).

Al analizar el complejo escenario político y económico global, el profesor considera incompatible la coexistencia de la democracia y las modernas sociedades capitalistas. Para él la democracia, limitada al nivel de sistema político, siempre sucumbe –en la práctica­– a los tres modos de dominación de clases: capitalismo, colonialismo y patriarcado. El resultado, con alguna variación de tonos aquí y allá, es la prevalencia de un fascismo social. Véase el caso brasilero en el cual, según Boaventura, la democracia tenía más intensidad antes del “golpe parlamentario-mediático-judicial”, de lo que tiene ahora. Ahora la simple composición del gobierno muestra cómo la democracia es más capitalista, colonialista y patriarcal. ¿Y eso que tiene que ver con el fascismo social?

Su definición de las situaciones en que el fenómeno ocurre, sonará familiar: cuando una familia tiene comida para dar a sus hijos hoy pero no sabe si la tendrá mañana; cuando un trabajador desocupado se ve obligado a aceptar las condiciones ilegales que el patrón impone; cuando una mujer es violada camino a casa o asesinada en casa por su pareja; cuando pueblos indígenas son expulsados de sus tierras o asesinados impunemente por capangas al servicio de latifundistas; cuando jóvenes negros son víctimas de racismo y de brutalidad policial en las periferias de las ciudades.

“En todos estos casos las víctimas son formalmente ciudadanos, pero no tienen realmente ninguna posibilidad de invocar eficazmente derechos de ciudadanía a su favor”, define el profesor. Las víctimas de fascismo social, por lo tanto, no son consideradas plenamente humanas, como él resume. Boaventura ve también en los planes del actual gobierno, un potencial devastador de debilitamiento de la democracia y de aumento brutal del fascismo social. Lea a continuación la entrevista completa, concedida a la Revista do Brasil.

¿Es posible que una democracia plena funcione en un sistema capitalista globalizado, neoliberal y con medios oligopólicos?

En las sociedades capitalistas en que vivimos y que, por cierto, además de ser capitalistas son colonialistas y patriarcales, no es posible una democracia plena porque ésta sólo opera (y aun así con muchos límites) al nivel del sistema político, mientras las relaciones sociales directamente resultantes de los tres modos de dominación –capitalismo, colonialismo y patriarcado, o sea las relaciones patrón/trabajador, blanco/negro o indígena, hombre/mujer– sólo pueden ser democratizadas muy marginalmente a partir del actual sistema político. Es más: se torna virtualmente imposible cuando el propio sistema político es dominado por patrones, por hombres y por blancos. Al dejar un vasto campo de relaciones sociales por democratizar, la democracia es siempre de baja intensidad. Pero obviamente hay grados de intensidad y los grados cuentan mucho en la vida de las personas. La democracia brasilera tenía más intensidad antes del golpe parlamentario-mediático-judicial, de la que tiene ahora. La simple composición del gobierno muestra cómo la democracia es ahora más capitalista, colonialista y patriarcal.

¿Cómo sería la democracia del futuro? ¿En qué necesitará romper con la democracia que tenemos hoy?

La democracia que tenemos no tiene futuro, porque las fuerzas sociales y económicas que actualmente la dominan y manipulan están poseídas de tal voracidad de poder, que no pueden aceptar los resultados inciertos del juego democrático cuando éstos no les convienen. La manipulación mediática y el fraude electoral (constitutivo en el caso de los Estados Unidos) van a acabar sacándole cualquier vestigio de credibilidad a la democracia. En estas condiciones, en el futuro próximo la lucha por el ideal democrático implicará una ruptura del mismo calibre que el de las revoluciones de la primera mitad de siglo XX. Esperemos que menos violenta. Será una democracia de nuevo tipo que buscará garantizar el máximo de autonomía del sistema político en relación a los tres modos de dominación ya mencionados –para lo que será necesaria una Asamblea Constituyente originaria– para, a partir de ese sistema político: a) presionar hasta el límite la dominación capitalista en nombre de la igualdad socioeconómica, por vía de la redistribución de la riqueza, de los derechos laborales, del acceso a la tierra, de impuestos progresivos, del reconocimiento de otras formas de propiedad además de la privada y b) presionar hasta el límite la dominación colonialista y patriarcal en nombre del reconocimiento de la igual dignidad de las diferencias raciales, etnoculturales y de género. Al contrario de lo que sucede hasta ahora, las dos presiones son igualmente importantes y tienen que ser simultáneas. En la medida en que tengan éxito, las dos presiones irán dejando surgir otra matriz social y política que muchos llamarán socialismo, si por socialismo entendemos democracia sin fin.

¿Y eso cómo será posible?

El sistema político tendrá que combinar democracia representativa y participativa, el pluralismo económico será el otro lado del pluralismo político, la ecología será la medida del crecimiento económico y no lo contrario como sucede ahora, y la educación será la prioridad de prioridades, orientada a democratizar, desmercantilizar, descolonizar y despatriarcalizar las relaciones sociales. Las condiciones para la ruptura son imprevisibles y pueden implicar mucho sufrimiento humano injusto. Lo importante es tener ideas para ponerlas en práctica cuando llegue el momento y convicciones para distinguir las rupturas, de los nuevos disfraces de la continuidad. Hasta ahora, las ideas de ruptura están por venir de la derecha y no de la izquierda, como bien ilustra la elección de Donald Trump y el crecimiento de la extrema derecha en Europa. El sistema se disfraza de antisistema para profundizar su dominio y su capacidad de exclusión.

En el libro La difícil democracia, usted observa que tenemos una democracia de baja intensidad y que “vivimos en sociedades políticamente democráticas y socialmente fascistas”. ¿Qué impactos causa eso en el funcionamiento de la sociedad y por qué llegamos a este punto?

Las situaciones de fascismo social suceden siempre que personas o grupos sociales están a merced de las decisiones unilaterales de aquellos que tienen poder sobre ellos. Ejemplos de fascismo social: cuando una familia tiene comida para dar a sus hijos hoy pero no sabe si la tendrá mañana; cuando un trabajador desocupado se ve en la contingencia de tener que aceptar las condiciones ilegales que el patrón impone, para poder sustentar a su familia; cuando una mujer es violada camino a casa o asesinada en casa por su pareja; cuando pueblos indígenas son expulsados de sus tierras o asesinados impunemente por capangas al servicio de agronegociantes o latifundistas; cuando los jóvenes negros son víctimas de racismo y de brutalidad policial en las periferias de las ciudades. En todos esos casos estoy refiriéndome a situaciones en que las víctimas son formalmente ciudadanos, pero no tienen realmente ninguna posibilidad de invocar eficazmente derechos de ciudadanía a su favor. La situación se agrava cuando se trata de inmigrantes, refugiados, etc. Por ejemplo, la situación de trabajo esclavo de miles de inmigrantes bolivianos en las fábricas de San Pablo. Las víctimas de fascismo social no son consideradas plenamente humanas por quien las puede agredir o explotar impunemente.

Pero el fascismo no tiene únicamente una cara violenta. También tiene la cara benévola de la filantropía. En la filantropía, quien da no tiene deber de dar y quien recibe no tiene derecho de recibir. En tiempos recientes, la clase alta y media alta de Brasil se molestó mucho porque las empleadas domésticas o los choferes ya no precisaban del favor de los patrones para comprar una computadora a sus hijos o para hacer un curso. Les molestaba el hecho de que sus subordinados se hubieran liberado del fascismo social. Cuando más amplio es el número de los que viven en fascismo social, menor es la intensidad de la democracia.

Usted clasifica como izquierda un conjunto de teorías y prácticas que resistieron al capitalismo y a la creencia en un futuro post capitalista pero justo, centrado en la satisfacción de las necesidades de los individuos y de la libertad. ¿Cuánto se aproxima la izquierda de hoy a ese concepto?

Desde la caída del muro de Berlín, la izquierda mundial perdió la memoria y la aspiración de una sociedad post capitalista. En América Latina los movimientos indígenas trajeron a la agenda política –sobre todo en la primera década del siglo XXI– una alternativa vibrante al socialismo, el buen vivir (sumak kawsay en quechua) de los pueblos andinos como matriz de desarrollo no capitalista. Esa nueva matriz fue consagrada en las constituciones del Ecuador de 2008 y de Bolivia de 2009. Infelizmente, la práctica contradijo la Constitución. En el fondo, la izquierda latinoamericana fue siempre muy eurocéntrica y a veces racista, sobre todo con relación a los pueblos indígenas y quilombolas. El problema de la izquierda en este momento es no tener una respuesta progresista para la crisis del neoliberalismo que se aproxima. La elección de Donald Tump y el crecimiento de la extrema derecha en Europa, muestran que las fuerzas de derecha están mejor posicionadas para imponer una respuesta reaccionaria.

¿Por qué afirma usted en su libro que Cuba se transformó en un problema para la izquierda?

Cuando en la primera década del nuevo milenio se comenzó a discutir en el continente el socialismo del siglo XXI –algo inédito a nivel mundial–, muchas voces (la mía incluida) advirtieron que tal discusión sólo tendría sentido si primero discutíamos los errores del socialismo del siglo XX. Sucede que Cuba era uno de los socialismos del siglo XX y había que incluirlo en la crítica. Muchos compañeros creyeron que esa crítica terminaría haciendo más vulnerable aun, la valerosa lucha del pueblo cubano ante la agresión del imperialismo norteamericano y el infame embargo. El capítulo del libro al que se refiere, fue escrito a partir de una perspectiva socialista y solidaria con la lucha del pueblo cubano. El texto fue muy bien recibido en Cuba por intelectuales que respetamos mucho, pero la publicación fue embargada por órdenes superiores. ¿Cómo va a reaccionar la izquierda si Cuba se encaminara hacia una solución de capitalismo de Estado a la china o a la vietnamita? Pero más problemático aún es cómo la izquierda reaccionará frente a algo que ha venido queriendo desconocer: ¿cómo reaccionar al hecho de que en varios países de la Europa Oriental los sondeos de opinión revelaran repetidamente que la mayoría de la población de esos países considera que vivía mejor en tiempos del socialismo de Estado?

El Brasil de la era Lula es citado como nueva potencia “benévola e inclusiva”. ¿Cuáles fueron los límites de ese modelo? ¿Cómo puede ser clasificado el Brasil ahora?

El Brasil de Lula fue el producto de una coyuntura que difícilmente se repetirá en los próximos tiempos. Se trató del alza de los precios de recursos naturales y agrícolas impulsados por el desarrollo de China (y también por especulación). Permitió que se realizara una notable disminución de la pobreza sin que los ricos dejaran de enriquecerse, sin que el sistema político y la práctica política fueran democratizados, sin que se hiciera reforma tributaria, del sistema financiero y de los medios de comunicación. Y sin que se pusiera en tela de juicio, sino más bien se profundizara, un modelo de crecimiento asentado en la desindustrialización, la destrucción del equilibrio ecológico del país y la imposición de sufrimiento injusto e ilegal (a la luz del derecho interno e internacional) a los pueblos indígenas, los campesinos y las poblaciones costeras. Todas esas omisiones fueron los límites del modelo del período Lula, un modelo tan brillante en los éxitos de corto plazo, como imprudente en el descuido de sus condiciones de sustentabilidad. El Brasil de hoy es políticamente una sociedad más capitalista, más colonialista y más patriarcal de lo que era antes del golpe, y por eso menos democrática y con más fascismo social.

Si el futuro de la izquierda no será una continuación lineal de su pasado ¿cómo será ese futuro?

Estamos en un período de bifurcación política, una coyuntura altamente inestable que puede encaminarse en una de dos direcciones opuestas: o el fascismo social se expande y se transforma en fascismo político; o las fuerzas democráticas prevalecen anticipándose a las fuerzas de derecha que se posicionan para “resolver” la crisis del neoliberalismo que se avecina –una crisis que ellas mismas crearon con la colaboración activa de alguna izquierda rendida a la “evidencia” del pensamiento único. La izquierda sólo tiene futuro en el segundo caso, y para eso tiene que refundarse en una doble creencia: los grandes empresarios, los banqueros y los medios corporativos a su servicio nunca aceptarán la “paz y amor” con las fuerzas de izquierda. Quien gobierna a la derecha tiene no sólo el control del gobierno, sino también el del poder social, económico y político en su sentido más amplio. Quien gobierna a la izquierda sólo tiene el control del gobierno y lo tiene que usar para neutralizar los otros poderes fácticos. Frente a esa asimetría, gobernar a la izquierda es siempre gobernar contra la corriente, con tolerancia cero con la corrupción y dando prioridad a la reforma del sistema político de modo de hacerlo lo más autónomo posible con relación a los poderes que reproducen la dominación capitalista, colonialista y patriarcal. Los líderes adecuados a esa izquierda tendrán que ser muy distintos de los actuales, centrados en ampliar y mantener autónomas y activas las organizaciones de ciudadanos y ciudadanas según mecanismos de democracia participativa. El poder político de las fuerzas de izquierda será tanto mayor cuando más ampliamente sea compartido por quien no se considera “político”.

Hay también un reflujo del neoliberalismo en toda América Latina. ¿Cómo reaccionará la izquierda a ese contexto?

La izquierda latinoamericana perdió una gran oportunidad histórica. En la primera década del nuevo milenio el neoliberalismo estaba a la defensiva en el continente debido a la guerra de Irak. Los gobiernos de izquierda hicieron sonoras declaraciones contra el neoliberalismo y el imperialismo, pero no se involucraron con entusiasmo (sobre todo los países mayores como Brasil) en la implementación de políticas regionales que blindaran el continente después de la exultante victoria de lucha continental contra el Alca, y convirtieran la solidaridad regional en una práctica consistente. Organizaciones como el ALBA, Unasur y Banco del Sur fueron paulatinamente descuidadas, como el propio Mercosur.

¿Los errores de la izquierda explican la recuperación neoliberal?

Hoy el neoliberalismo en América Latina tiene dos nombres: el imperialismo norteamericano y el imperialismo de la Unión Europea. La izquierda latinoamericana no está preparada para combatir eficazmente ese peligro para las fuerzas progresistas. Desde que la Teología de la Liberación fue prácticamente eliminada por papas reaccionarios, la izquierda dejó de saber dónde viven los desgraciados, condenados, excluidos, silenciados, resentidos del continente. Y si supiera dónde viven, no sabría cómo hablar con ellos. Parafraseando a un gran marxista de este continente, José Carlos Mariátegui (pensador peruano), el pecado capital de la izquierda latinoamericana es haberse olvidado de los desgraciados y desgraciadas del continente, llevada por el espejismo de la conquista de supuestas clases medias que en el continente siempre estuvieron al lado de las oligarquías.

¿Cuáles pueden ser los impactos de una medida que limita los gastos públicos por 20 años para la democracia brasilera y para la sociedad?*

Devastador. Anuncia un brutal aumento del fascismo social y el consecuente debilitamiento de la democracia. Se trata de una medida provocadora, destinada a mostrar a las clases populares que ya no podrán creer en las promesas de la izquierda y que lo poco que podrán esperar del Estado es lo que les sea dado por la derecha. Espero que los brasileros y brasileras hagan el país ingobernable para los poderes que los quieren gobernar con tales medidas.

Fuente:http://www.pressenza.com/es/2017/01/boaventura-de-sousa-santos-el-mundo-se-encamina-rupturas/

Fotografía:Lia de Paula, Ministério da Cultura, RJ.

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