Escuela y entorno

Por: Jose Javier Leon 

¿Alguien interpelado a quemarropa pondría en duda que la escuela prepara a los estudiantes para –comprender- la realidad? No obstante, ¿es lo que verdaderamente ocurre? La escuela devino espacio abstraído de la realidad y en su interior el flujo del entorno se interrumpe. La diversidad del mundo –al interior de la escuela- deja de manifestarse en su totalidad incomprendida. Podemos deducir con alguna certeza: la escuela es una cosa, la realidad otra. En algunos momentos se ofrecerá incluso como un oasis, suerte de isla –valga el pleonasmo- rodeada de realidad por todas partes.

El tiempo escolar tiene un ritmo controlado, mensurable, conocido y manejado por todos los actores. Un tiempo interno. El afuera tiene el suyo y responde a las más variadas y diversas dinámicas. La escuela por cierto, ha uniformado y homologado sus ritmos –los ha racionalizado- sin atender a dicha diversidad. En mi país, como creo ocurre en todos, las escuelas abren y cierran al unísono y es uno solo y unánime el rumor de los libros de texto y los cuadernos.

Se dirá que está bien así porque los padres, mientras los niños están en la escuela, “trabajan”. Hay pues, una división organizada del tiempo según roles y responsabilidades. No obstante, lo que seguro fue en su momento un mecanismo de relojería social, cuando la escuela era un espejo del afuera –si en algún momento lo fue- se encuentra hoy cuestionado: la escuela es un espacio-tiempo abstracto, cuya naturaleza permanece incomunicada con el entorno, sus muros son opacos y en modo alguno transparentes. Se habla dentro un lenguaje desconocido. Aunque la situación más desgarradora es, creo, que desde afuera percibimos que la escuela ya no habla el idioma que hablamos, que se distancia de nosotros como de un mundo a otro.

¿Cuándo comenzó a perturbarnos el desfase? ¿Cuándo la distancia se interpuso y trastocó nuestra manera de seguir siendo docentes? ¿Cuándo las preguntas sobre el entorno se hicieron acuciantes?

En un momento sentimos que nuestros estudiantes, al salir de la escuela (y por extensión de la educación Media y Universitaria) no encuentran cabida en una sociedad transformada, con renovadas exigencias y cuyas claves para su comprensión no las reciben dentro sino precisamente en ese afuera competitivo, duro con los débiles y los excluidos.

De pronto el entorno laboral se encontró distante de la escuela y hacía sus propias exigencias. Proliferaron los cursos, los institutos tecnológicos para los gustos y el regusto del mercado, los estudios de actualización, las prácticas que en semanas incluso días preparan al nuevo trabajador en tareas que una serie de botones programados traducen a un lenguaje opaco pero amable, familiar pero desconocido. Es como si la esfera del trabajo se hubiera deprendido y alejado de la racionalidad de la formación escolar para crear un mundo aparte con sus propios lenguajes.

Esta desconexión llegó a la escuela convertida en desánimo, en descreimiento, en desesperanza. Estudiar dejó en muchos casos de tener sentido, pues ya no los prepara –sienten de manera confusa nuestros estudiantes- para enfrentar los retos de un futuro que perciben cada vez más avasallante. Es como si el mismo futuro ya no se debatiera al interior de la escuela sino como drama disfuncional.

¿Cómo responder a las exigencias que nos reclama esta realidad? ¿Qué sociedad nos impele a actuar y en qué dirección? Pienso que el desfase se corrige con más escuela, que debemos construir lenguajes –en la escuela- que dialoguen con el afuera. Creo que debemos tomar mayor conciencia sobre este afuera y acaso preguntarnos: ¿qué afuera en definitiva, queremos?

Hay una realidad externa a la escuela que acumula datos para su destitución de la organización de la sociedad al menos como la hemos conocido. Que busca desbancarla y le propone a padres y madres un sucedáneo: mero control social por educación. Hago la distinción porque soy de los que cree que la escuela es fundamental para la construcción no sólo de ciudadanía sino de la propia humanidad, vale decir, somos humanos y en la escuela hemos de construir juntos el mundo.

Pero la realidad hoy, insisto, se ha alejado de la escuela en la misma medida en que hay un orden de cosas que niega la humanidad, la vida, la solidaridad, la cooperación. La escuela por tanto, que nos toca rehacer, debe dialogar con el mundo en tanto lugar para la vida. Reivindico entonces el lugar central de la escuela como núcleo para la formación de la realidad emergente.

El desfase que hoy sentimos no podemos corregirlo asistiendo desde la escuela de manera pasiva a un mundo que niega la vida y se autodestruye. Desde la escuela debemos crear las condiciones para el ejercicio –para el hacer- de otro mundo posible. Formar a los ciudadanos para el trabajo que la vida en tanto vida requiere, en el que recuperamos la condición humana: no ciudadanos disminuidos en sus derechos para un mercado recrecido y voraz, sino ciudadanos con plena garantía de sus deberes y derechos y que se encuentran en el mercado recuperado como lugar para el intercambio y el crecimiento en comunidad.

La escuela debe ser un espacio-tiempo donde la realidad de la sociedad pueda ser pensada y discutida, y por tanto que permita y facilite el diálogo con el entorno. Debe ser un lugar para el encuentro de saberes y pareceres. No solución de continuidad sino la continuidad misma. Las palabras que comunican con el afuera deben fluir, de modo que el afuera deje de tener sentido como exterioridad.

Pero el afuera debe tender hacia lo humano, hacia la creación de relaciones económicas, sociales, culturales, que hagan posible la vida digna, y ello sólo será posible –pienso- si permitimos que la escuela tome las riendas del hacer, si convertimos la escuela en un espacio para la construcción de ciudadanía.

En verdad, son dos nociones de escuela las que enfrento. Una que se pliega a los dictados de una realidad que termina negando a la escuela, a sus docentes y finalmente a sus estudiantes; otra, que entiende su centralidad, su importancia a la hora de construir lo verdaderamente humano, la vida en sociedad para la vida y no para la muerte. Una escuela que se ofrece para servir de puente, sin muros y que entremezcla los discursos de la realidad con los aportes nacidos de la reflexión y la acción. La escuela laboratorio de lo real, lugar para experimentar la transformación. La escuela espejo de lo posible. La escuela semilla, cantero y árbol.

Creo en la escuela como posibilidad de lo humano. La escuela debe incidir en su entorno, construirlo con sus propias palabras y no permitir que sea este y su desprecio creciente por el diálogo, el que termine ocupando y de alguna manera aplastando a la escuela, reduciéndola a mero remedo de sus formas deshumanizadoras.

Para decirlo con los redactores del prólogo al libro Sociedad de la información y educación, coordinado por Florentino Blázquez Entonado :

“La clave de la sociedad actual es, de uno u otro modo, la capacidad de procesar la ingente cantidad de información de que disponemos, gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías, transformándola en el conocimiento necesario para cambiar nuestro entorno, en la búsqueda de una mayor libertad, igualdad y solidaridad entre los seres humanos, en un mundo que está rompiendo los moldes acuñados en el siglo XX, al haberse mostrado incapaces de resolver el hambre, la guerra, la ignorancia, el racismo, la xenofobia y otros tantos defectos que, en lugar de disminuir con el progreso del ser humano, se acrecientan y hacen más profunda la distancia, a pesar de acercarnos a un mundo sin fronteras.”

Editado por la JUNTA DE EXTREMADURA, Consejería de Educación, Ciencia y Tecnología, Dirección General de Ordenación, Renovación y Centros, Mérida, 2001. Consultado en: http://www.ub.edu/prometheus21/articulos/obsciberprome/blanquez.pdf
Fuente: http://www.oei.es/divulgacioncientifica/?Escuela-y-entorno
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Estado Docente y Democracia Participativa

Por Ana De Abreu

Con la puesta en práctica del proyecto de país, que se encuentra contemplado en la carta magna, y la irrupción de la democracia participativa en Venezuela como modelo político-social hegemónico, han surgido interminables debates referidos a la viabilidad de la implementación de dicho modelo en el marco del tipo de Estado que aún se mantiene vigente y de cómo la transformación del mismo (Estado) minimizaría los obstáculos para materialización del modelo societal antes referenciado.

La apertura de espacios para la actuación de nuevos sujetos sociales en la gestión pública puso en evidencia la perentoria necesidad, por parte de ese nuevo Estado emergente, de crear los mecanismos que por obligatoriedad constitucional debían aparecer para lograr dicha transformación. Al respecto, la Constitución ha sido muy clara cuando establece en su artículo 62 que todos los ciudadanos pueden participar en la formulación, ejecución y control de la gestión pública; lo cual significa, que para la conducción de este modelo democrático, la participación ciudadana es la base primordial para la definición, aplicación y evaluación de las decisiones públicas que los gobiernos locales, regionales y nacional elaboran para darle respuesta ala diversidad de problemas que surgen en las comunidades.

La presencia de este principio en el ámbito de las políticas públicas venezolanas puede dar suficientes pistas para el abordaje de la política educativa, la cual se ha caracterizado desde hace un extenso período (casi por dos siglos) por la actuación preponderante del Estado Docente, quien se ha abrogado para sí el papel rector de todo lo relativo al proceso educativo del país. Ante este hecho, es pertinente continuar preguntándose ¿si con la implementación del principio de la participación ciudadana en la educación en estos últimos años, se ha visto afectada esta doctrina política en el país? ¿Si los mecanismos que se han ejecutado en este ámbito han fortalecido al Estado Docente tal y como lo ha caracterizado en los últimos años? O ¿si es posible encontrar algún vestigio de un nuevo Estado “Docente” que sea expresión de los nuevos sujetos sociales organizados que participan en dicho ámbito?

Con esta máxima participativa fueron materializándose mecanismos impulsados por las diversas autoridades ministeriales,como fueron desde la convocatoria a la Constituyente Educativa hasta la publicación de la Resolución 058, lo que ha redundado en inyección de calidad a la apertura de las puertas de la gestión escolar a la comunidad. Tales dispositivos, para su ejecución están sustentados en la actuación de un ciudadano fortalecido, organizado, consciente de la tarea a cumplir y del estar en sintonía con el concepto de bienestar colectivo. Al respecto, señala Rinesi (2015) que en el desarrollo de la historia latinoamericana se ha observado permanentemente la conformación de un Estado que le antecede a la sociedad, por lo tanto, para la aparición de los ciudadanos indispensables para el desarrollo de la democracia participativa se estaría en presencia de la construcción de una sociedad desde arriba por el Estado. En el caso venezolano, la creación de mecanismos institucionales por un lado y la formación ciudadana por el otro son parte del camino escogido que garantizan la participación ciudadana, con lo cual se avanzará en la conformación de un nuevo Estado Docente, incluso de un nuevo Estado. Con esas opciones, ¿será posible que surja esa sociedad educadora, nuevo sujeto corresponsable de la política educativa? ¿Será esa sociedad educadora la única opción para superar al Estado Docente? o ¿podrán los movimientos populares, las comunidades y los sectores organizadoscapaces darle respuesta a la problemática educativa desde otra perspectiva social, clasista, popular, comunal y local sin perder el componente nacional?

Rinesi, E. (2015). “Nuestras ciencias sociales tienen el gran desafío de repensar el Estado en su complejidad”. En Cambio de época Voces de América Latina. Brito y Lewit (Coordinadores). Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana

Fuente del Artículo: http://www.aporrea.org/educacion/a227190.html

Fuente de la Imagen: https://www.google.co.ve/search?q=Estado+Docente+y+Democracia+Participativa&biw=1024&bih=489&tbm=isch&source=lnms&sa=X&ved=0ahUKEwik0Y3twLzMAhXGJR4KHflaB94Q_AUIBigB&dpr=1#tbm=isch&q=Estado+Docente++&imgrc=WBlNJc_NJbn-SM%3A

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La mejor escuela es un buen hogar

Cada vez que salen los resultados de las pruebas de Estado o de las internacionales como PISA, la opinión pública rápidamente señala a los profesores como los principales culpables. Los resultados de nuestros alumnos dejan mucho que desear y aunque eso sea una mala noticia para la educación nacional, tiene un buen efecto en la agenda pública porque ponen el tema sobre la mesa. Pero hay que ir más allá de los resultados: las pruebas no tienen la verdad absoluta. Estos datos no revelan el verdadero panorama sobre la educación colombiana, o de ningún país.

Calidad es más que notas, evaluación y ranking. Educación es más que las cuatro paredes del aula, más que los colegios, las materias, las horas de clase y los profesores. Los padres son los mayores responsables de la educación de sus hijos. Este es un fenómeno que ha sido ampliamente investigado: los entornos familiar y social en los que crecen los niños son factores fundamentales que inciden en la calidad de su educación.

De acuerdo con un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), encargada de las pruebas Pisa, los resultados académicos de los niños tienen más que ver con su situación socioeconómica que con lo que aprenden en la escuela. Por ejemplo, la brecha de los resultados entre los alumnos del nivel socioeconómico más bajo y los de nivel más alto alcanza más de 125 puntos.

Por otro lado, según un estudio del investigador Kenneth Komoski, los niños pasan sólo el 19% de su tiempo al año en clases en el colegio. ¿Qué pasa con el 81% restante? Con este sencillo cálculo, Komoski logró atraer la atención sobre el verdadero problema: los padres, amigos y comunidad interactúan más con los niños que sus propios maestros. Así, es importante fortalecer la educación a través de un vínculo de esta con la comunidad y la familia. De esta manera, afirma el investigador estadounidense, el aprendizaje será un proceso para toda la vida y tendremos mejores estudiantes.

Sí, mejores estudiantes, pero también mejores ciudadanos porque si algo se aprende en casa y en comunidad, son normas de convivencia. Ahora, ¿cómo podemos pedirle a un niño que crece en una zona de conflicto o que ve el maltrato de su padre hacia su madre que no tenga problemas de convivencia y comportamiento? Según un informe del 2014 de Memoria Histórica, entre los más de seis millones de víctimas de la violencia en Colombia, dos millones son menores de edad. Son niños que no pueden aspirar a una buena educación porque por lo general viven en zonas aisladas y sus estudios se interrumpen por ataques, tomas o porque deben abandonar el pueblo junto con sus familias.

La escuela se debe convertir en un territorio de paz, neutral, un lugar seguro para esta población vulnerable. Citando de nuevo el estudio de la OCDE, la educación puede mejorar la vida de la gente en áreas como salud, participación ciudadana, interés político y felicidad. “Las personas con un buen nivel educativo viven más, participan más activamente en la política y en la comunidad en la que viven, cometen menos delitos y dependen menos de la asistencia social”, afirma la investigación. Familia, sociedad y escuela deben unirse por este propósito.

En la misma línea de convivencia y valores, la educación en casa fortalece el autoestima de los niños. Un hogar en el que los menores se sienten amados refuerza su sentido de identidad y de motivación, dos factores fundamentales para aprender. Por ejemplo, uno de los estudios cualitativos de Pisa les preguntó a los estudiantes cómo creían que les iba a ir en la prueba de matemáticas. La mayoría de los niños contestaron que pensaban que iban a responder bien. Las niñas, por otra parte, contestaron en su mayoría que no sentían que sus puntajes iban a sobresalir. Los resultados prueban que ambos sexos tienen igual nivel de desempeño.

Es claro que no se puede culpar a los colegios por todo. Hay que comprometerse a forjar un tejido social que integre escuela, sociedad y familia. De la misma manera, hay que mirar los resultados de las pruebas como lo que son. Por ejemplo, no se puede medir calidad de las escuelas sólo por los resultados de Saber 11. Es una buena medida, sí, pero no lo es todo. Los padres también deben asumir la responsabilidad.

Hacemos un llamado a las empresas para que planteen jornadas flexibles que les permitan a los padres de familia ajustar sus horarios para pasar más tiempo con sus hijos. El teletrabajo puede ser una buena opción. Esto, al contrario de ser una pérdida para las compañías, es una inversión en presente y futuro. Por un lado, un trabajador que puede disfrutar de tiempo de calidad con los suyos es un empleado más feliz, más motivado y por lo tanto más productivo. De igual manera, si estos hombres y mujeres les dedican más tiempo a sus hijos, estos serán mejores estudiantes y en un mañana mejores profesionales, y mejores técnicos o tecnólogos para las empresas del futuro.

*Este artículo fue publicado originalmente en la revista Semana

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