Ciberseguridad y bioingeniería, entre los empleos del futuro

Alfredo Dillon

Un estudio del BID estableció cuáles son los 7 trabajos que tendrán más demanda en los próximos diez años

Programador de software, asistente de salud, ingeniero civil, científico de los alimentos, ingeniero biomédico, analista estadístico y especialista en seguridad cibernética son, según el Banco Interamericano de Desarrollo, los 7 empleos que tendrán más demanda en los próximos 10 años en América Latina.La lista la encabezan los programadores.

Para 2025 el BID estima que la industria del software empleará a más de 1,2 millón de profesionales en América Latina. Argentina es uno de los referentes de esta industria en la región; el mercado de software y servicios informáticos viene experimentando un crecimiento sostenido en el país durante los últimos años.

De acuerdo con datos de la Cámara de Empresas de Software y Servicios Informáticos de Argentina, la facturación actual del sector alcanza los 3.700 millones de dólares, sus exportaciones están en 900 millones de dólares y se emplea a alrededor de 80 mil personas.“A medida que crece la expectativa de vida, la demanda de enfermeros y asistentes sociales crecerá un 70% en la próxima década”, sostiene el informe del BID, para resaltar la importancia que tendrán los asistentes de salud en el futuro.

Luego se menciona a los ingenieros civiles. Aunque actualmente los países de la región invierten un promedio de 2,5% del PBI en infraestructura, el horizonte parece ser el de los países asiáticos, donde el 6% de los recursos se destinan a obras públicas.También los “científicos de los alimentos” serán cruciales para enfrentar los desafíos relacionados con la producción agrícola y ganadera y satisfacer la demanda de alimentos.

Para Argentina, este es otro de los sectores estratégicos.El campo de la ingeniería biomédica, que investiga desde el desarrollo de órganos artificiales hasta la cura para enfermedades como el ébola o el sida, crecerá un 72% hasta 2018, según las estimaciones.

Los analistas estadísticos también serán más demandados por las empresas, que producen cada vez más datos y necesitan profesionales que los interpreten. “Este trabajo será clave para la supervivencia de las empresas en los próximos 10 años”, dicen desde el BID. Finalmente, los especialistas en seguridad cibernética resultarán cruciales para enfrentar los “ataques” en el mundo virtual. Las estimaciones señalan que hacen falta 50 mil profesionales más de este sector en la región.

Fuente del articulo:http://www.clarin.com/sociedad/empleos-futuro_0_HJg–4dqPmx.html

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El futuro del trabajo

Por. Diego Beas

Los programas de los partidos políticos ignoran el reto que presenta en el porvenir de la vida productiva en las economías avanzadas.

Este artículo también podría haberse titulado el trabajo del futuro. ¿En qué consistirá el trabajo en el futuro? ¿Cómo se estructurará, en otras palabras, la vida productiva en las economías avanzadas de aquí a 10 o 20 años? ¿Y qué tipo de regulación y marcos laborales se necesitan crear hoy para responder a las necesidades venideras?

En El desierto rojo (1964) de Michelangelo Antonioni, la visión distópica del director italiano sobre un pueblo que se industrializa y tecnifica en los años sesenta, se plantea una historia que gira en torno a un presente arrasado por una doble condición de devastación ecológica producto de las transformaciones industriales de la posguerra y una alienación humana provocada por la tecnología. Para ser más exactos, provocada por la intermediación de las máquinas en la vida de las personas. Es una reflexión sobre los costes humanos de la modernidad centrada en las consecuencias sociales inadvertidas del avance de la técnica, y que ya adelantaba la omnipresencia de las máquinas en la vida cotidiana y la devastación ecológica.

Cincuenta años después, para entender el papel del trabajo y su futuro, a la visión de Antonioni habría que añadir dos nuevos elementos clave que están camino de transformar el cariz de las relaciones laborales: la financiarización de la economía internacional a partir del final de Bretton Woods en 1973 y el vertiginoso desarrollo de la informática a lo largo del último medio siglo. Con una consecuencia directa sobre la que me gustaría centrarme: la automatización del trabajo. O algo que también podría llamar la condición poslaboral del trabajo.

Ambos factores —aunque sobre todo el segundo— están impulsando un cambio sin precedentes en las relaciones laborales y la forma de estructurarlas. No me refiero, por supuesto, al trabajo en el contexto de las industrias pesadas, las líneas de ensamblaje y las cadenas de producción, sino al de cuello blanco que realizan millones de personas en oficinas, ministerios, servicios, finanzas, sanidad, universidades e incontables otras labores vinculadas de una u otra forma a la economía del conocimiento. De la especialización taylorista y la línea de ensamblaje fordista —que cambiaron la naturaleza del trabajo, pero el trabajador seguía siendo central e imprescindible— estamos pasando a una compleja red de procesos automatizados en los que la presencia humana pierde rápidamente presencia.

Tampoco me refiero al debate popularizado en tiempos recientes sobre todo por la prensa anglosajona sobre si estamos o no en vísperas de ser invadidos por un ejército de robots que se disponen a controlar el mundo y arrebatar el trabajo a las clases medias. Ese planteamiento, además de simplista, está mal enfocado. Y esconde la verdadera complejidad y los dilemas morales que implica la automatización masiva de los procesos de producción (atribuyéndole capacidad moral a las máquinas, y no a las personas que las programan; cuando Volkswagen trucó sus sistemas de control de emisiones no lo hizo un robot sin escrúpulos, sino un ingeniero que sabía perfectamente lo que hacía). Hablo, más bien, de lo que el economista estadounidense Tyler Cowen llama “inteligencia mecanizada”. Un término mucho más apto para entender el cambio que viene. Y que abarca cualquier proceso de gestión susceptible a ser codificado en instrucciones y ejecutado por un ordenador.

En los años ochenta el filósofo francés André Gorz hablaba ya de la pérdida de centralidad del trabajo. Sobre todo del físico y de su importancia en la producción. El papel del trabajo —la actividad que por antonomasia define al capitalismo—, decía, pierde incluso relevancia en relación con la explotación y la resistencia. El diagnóstico de Gorz no ha hecho más que agudizarse. Convertir el trabajo en un elemento tan periférico a la producción y el valor añadido provoca su desvanecimiento como elemento de articulación y estructuración social; los llamados mini-jobs de las generaciones más jóvenes son uno de los primeros y más visibles síntomas.

La pregunta clave es entonces: ¿cuál está siendo —o será— la respuesta política? El problema que plantea la intersección de las relaciones laborales, la producción y la innovación tecnológica por fuerza requiere de una contestación política.

A la izquierda del centro, en los partidos de los que se esperaría cierta visión y liderazgo en el tema, la respuesta ha sido sencillamente inexistente. Una falta de imaginación estremecedora que sigue anclando a esta corriente a un mundo obrero que si bien no ha dejado de existir del todo sí ha perdido buena parte de su centralidad estratégica en las relaciones laborales. Desde un Partido Laborista en Reino Unido que cita en debate parlamentario y con toda seriedad del Libro rojo de Mao (este pasado miércoles hasta un Pedro Sánchez que plantea aquí la reindustrialización del país como gran apuesta de futuro, sin aparentemente percatarse del nuevo papel de China, de las complejas dinámicas de las cadenas de suministro de la economía internacional o del corsé a las exportaciones que implica la pertenencia a una moneda única. Aunque para ser justos, Emmanuel Macron en Francia y Sigmar Gabriel en Alemania tibiamente han comenzado a abordar de manera periférica algunos de estos asuntos.

Temas como la reforma integral del sistema de patentes y de propiedad intelectual, las políticas de estado en ciencia e investigación aplicada (que tendrían que existir, qué duda cabe; especialmente en economías de tamaño medio como la española), el derecho a la privacidad en la era de la producción masiva de datos, la regulación de monopolios digitales, entre muchos más, sencillamente no se abordan desde los partidos. Y tampoco intentan responder a la gran interrogante que surge de todo esto: ¿cómo repartir la riqueza en un sistema de producción cada vez más tecnificado en el que los procesos de gestión se controlan por un grupo cada vez más reducido de personas?

Esta pregunta exige de manera urgente una respuesta articulada, no desde el razonamiento económico, sino desde la política. Con elecciones generales en tres semanas y una nueva legislatura a la vuelta de la esquina, ¿alguien en España se atreverá con un primer ensayo?

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/11/26/actualidad/1448547405_807315.html

Imagen: ep01.epimg.net/economia/imagenes/2015/11/26/actualidad/1448547405_807315_1448548094_noticia_normal.jpg

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