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Mujeres jóvenes dedicadas al trabajo doméstico no son NiNis

Por: Brenda Macías

La tipología NiNis que se usa para referirse a ‘todas’ las personas entre 15 y 29 años que no estudian ni trabajan es un término que no refleja la heterogeneidad de esa población joven en México. Se usa de forma despectiva para referirse a quienes no tienen aspiraciones en la vida ni abonan a la sociedad, explicó la Dra. Carla Pederzini Villarreal, del Departamento de Economía de la la IBERO.

Ante este problema, la Dra. Pederzini y la Dra. Estela Rivero, de El Colegio de México (EL COLMEX), decidieron generar una categoría restringida para referirse a las ‘NiNis’. Esta categoría define que son personas que no estudian, no trabajan, no buscan empleo, no tienen alguna discapacidad y no son mujeres que se dedican al trabajo doméstico no remunerado ni al cuidado de la familia.

Entonces, ¿qué hacen las personas jóvenes que no se encuentran en esa categoría de análisis? La mayoría son mujeres que se dedican al trabajo doméstico no remunerado, al cuidado de la familia, de las personas adultas mayores, de las infancias y que no encuentran empleo digno ni oportunidades escolares que se adecuen a su modo de vida.

En este contexto, las mujeres jóvenes en México son las más afectadas. “Es un problema que haya tantas mujeres que tienen mayor escolaridad y no estén participando en el mercado laboral ni tampoco se sigan preparando para hacerlo”. Las mujeres sacrifican su trabajo y su formación académica por la familia y las labores doméstica. El trabajo empodera y es preocupante que no existan políticas públicas con perspectiva de género que atiendan a este grupo, refirió.

Las mujeres que son consideradas NiNis porque no tienen un empleo no son NiNis son mujeres que se dedican al trabajo doméstico no remunerado y de esa forma contribuyen a la sociedad, recalcó la académica. La primera revolución de género incluyó a las mujeres en el mercado laboral. La segunda revolución será cuando los hombres ingresen al trabajo doméstico. En México, las mujeres trabajan en condiciones de desventaja, expuso.

“Hay un problema de género muy fuerte porque las mujeres mexicanas jóvenes no encuentran trabajo compatible con su realidad ni comparten sus actividades domésticas para poder participar en el mercado laboral o seguir formándose académicamente”, alertó.

En un video publicado por el canal de YouTube de la División de Investigación y Posgrado de la IBERO, la Dra Pederzini refirió que con la categoría restringida de NiNis descendió de poco más de 8 millones de personas NiNis a poco más de un millón, de acuerdo con datos del Censo de Población y Vivienda del año 2010 y el intercensal del año 2015.

A pesar de que se redujo el número de personas consideras NiNis, aún es preocupante que haya más de un millón, en su mayoría hombres, que no estudian, no trabajan, no buscan empleo, no tienen alguna discapacidad ni realizan labores domésticas. La Dra. Carla Pederzini sugiere que esto es a causa de la baja calidad del empleo observado principalmente en estados como Zacatecas, Oaxaca, Guerrero y Durango.

La categoría NiNi desde la perspectiva académica ni es útil ni es pertinente. Sin embargo, como se sigue tratando en los debates y en la agenda pública es importante seguir estudiándola principalmente en el contexto de la pandemia.

Los resultados de la investigación se encuentran publicados en el artículo “Oportunidades laborales y NiNis en México: un análisis a nivel municipal” que fue publicado en el libro Jóvenes y vulnerabilidad social en el México actual. Aproximaciones desde lo laboral, sexual-reproductivo y educativo, editado por El Colegio Mexiquense, en el año 2021.

Fuente e imagen:  IBERO

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¿De qué hablamos desde los feminismos cuando hablamos de cuidados?

Por: Matxalen Legarreta Iza

Es una pregunta difícil. Son muchas las definiciones del cuidado manejadas desde los feminismos, tantas como las corrientes desde las que se ha abordado el cuidado.

En una obra de 1993, Joan Tronto define el cuidado como “una actividad característica de la especie humana que incluye todo lo que hacemos con vistas a mantener, continuar o reparar nuestro ‘mundo’, de tal manera que podamos vivir en él lo mejor posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras individualidades [selves] y nuestro entorno, que buscamos tejer juntas en una red compleja que sostiene la vida”.

Es una definición amplia y, por ello, interesante y de gran potencial. Sin embargo, partir de una definición extensa, plantea un reto: si no la concretamos puede dejar de ser operativa, dejar de ser manejable y, por tanto, dejar de ser útil. Por ello, voy a intentar desgranar, concretar y aterrizar el cuidado en aspectos y dimensiones específicas.

Conceptualmente considero importante diferenciar tres dimensiones, aunque en el día a día resulte imposible desligarlas: material-física, subjetiva-relacional y política.

Dimensión material-física: el cuidado como trabajo

Poner el foco en la dimensión material y física del cuidado implica definirlo como trabajo. El cuidado es un trabajo que consume tiempo y energía. Más adelante profundizaré en ello. Antes, quiero resaltar que la dimensión material del cuidado engloba todas aquellas actividades que es necesario llevar a cabo para cubrir las necesidades físicas o fisiológicas de las personas: dar de comer, vestir, asear, pero también todo aquello que hay que hacer para poder dar de comer, vestir, asear…. Esto es, hay que cocinar, lavar la ropa, limpiar el baño… Por tanto, cuando hablamos de la dimensión material del cuidado, hablamos también del trabajo doméstico. Es importante diferenciar trabajo doméstico y cuidado, pero teniendo en cuenta y subrayando que es necesario hacer trabajo doméstico para poder prestar cuidado. Así, algunas autoras feministas definen el trabajo doméstico como “precondición del cuidado” o “cuidado indirecto”.

Algunas feministas señalan acertadamente que diferenciar trabajo doméstico y cuidado implica un “sesgo primermundista”

En muchas partes del mundo, además, antes de cocinar o limpiar la ropa, por ejemplo, hay que ir a por agua. Este tipo de trabajos que se han llamado “de subsistencia”, también son necesarios y forman parte del cuidado. Por ello, algunas feministas señalan acertadamente que diferenciar trabajo doméstico y cuidado implica un “sesgo primermundista”. Entonces, ¿por qué hacerlo? Porque al diferenciarlos aflora la tercera dimensión del cuidado: la política, la de las relaciones de poder y la de los privilegios. Se entiende más fácil con dos preguntas:

Primera: ¿cómo se incorporan los hombres al cuidado? ¿Qué parte desempeñan? Investigaciones sobre el reparto del trabajo doméstico y el cuidado en parejas heterosexuales, concluyen que los hombres se implican sobre todo en el cuidado lúdico y comunicativo. Algunas mujeres que hemos entrevistado en el marco de dichos estudios afirman que sus parejas pasan más tiempo que ellas con las criaturas, porque juegan más que ellas. Tal implicación, además, se valora muy positivamente. No obstante, en estos casos, ¿quién pone la lavadora para que tenga el chándal limpio? ¿Quién la tiende y dobla la ropa? ¿Quién baña a la criatura o le prepara la merienda? ¿Quién limpia el baño?

Segunda pregunta: ¿qué externalizamos cuándo externalizamos trabajo doméstico y cuidado? Esto es, cuando pagamos a otra persona por hacer este trabajo, ¿qué parte del trabajo delegamos? A menudo, se delega la parte material del trabajo que, y esto no es casual, es más rutinaria, más ardua y menos gratificante. ¿Podemos las madres blancas de países del norte global ejercer la maternidad de forma intensiva porque externalizamos parte del trabajo doméstico?

Dimensión subjetiva, relacional: el cuidado como ética

Cuidar supone estar atenta a cubrir las necesidades de la otra persona. Es una predisposición. Además, cuidar va más allá de la realización de una serie de tareas concretas. Tiene una dimensión humana que no puede aportar una máquina. Tiene que ver con el vínculo que se crea entre las personas. Se entiende mejor con un ejemplo del contexto actual de pandemia. Al estudiar el impacto de la covid-19 en el cuidado prestado en las residencias de personas mayores, las trabajadoras nos relatan que como medida de protección tienen que utilizar EPIs. Esto implica vestir mascarilla, guantes, buzos de plástico, pantallas… La imagen a la que nos remiten para describirlo es la de un astronauta. Narran las dificultades de desempeñar su trabajo en estas condiciones: tener que guardar distancia, ir vestida como en la NASA… “Ya no es lo mismo” dicen. Además, a menudo tratan con personas con problemas de audición, de vista, con demencia… Una enfermera señala que han aprendido a sonreír con los ojos.

El contexto de pandemia evidencia que es esencial prestar atención a la dimensión subjetiva-relacional del cuidado. Cuidar es crear vínculos, tener contacto humano

El contexto de pandemia evidencia que es esencial prestar atención a la dimensión subjetiva-relacional del cuidado. Cuidar es crear vínculos, tener contacto humano. Las trabajadoras y directoras de residencias constatan también el deterioro sufrido por muchas personas mayores a causa del aislamiento, porque el confinamiento en las residencias no se termina con el fin del estado de alarma.

Asimismo, el cuidado consta de una dimensión moral vinculada con el deber. Las mujeres, por nuestro aprendizaje de género, tenemos interiorizado que cuidar es nuestro deber y nos crea sentimiento de culpa no poder cuidar como y cuando se supone que debemos hacerlo. Muchas madres, por ejemplo, expresan el malestar que sienten al dejar a sus criaturas en la guardería.

Dimensión política del cuidado: denuncia y propuesta política

El cuidado está atravesado por relaciones de poder. No siempre se cuida por amor, ni con amor. El cuidado puede conllevar situaciones de maltrato o trato malo hacia la persona cuidada, pero también de explotación hacia quien lo presta. Además, el trabajo de cuidado no otorga reconocimiento social, ni monetario. Es un trabajo de veinticuatro horas, siete días a la semana, sin descanso. Cuidar de forma intensiva anula la capacidad de gestión del tiempo diario e impide disfrutar de un tiempo propio. Por ello, dedicarse al cuidado implica una pérdida de poder y de privilegios. Además, abordar el cuidado en nuestro contexto implica tratar, por lo menos, tres ejes de desigualdad.

El cuidado está vinculado con la feminidad y los hombres construyen su masculinidad distanciándose del cuidado, sobre todo de los trabajos más arduos y rutinarios

El primer eje de desigualdad es el de género: según las Encuestas de Empleo del Tiempo las mujeres realizamos en torno al 70% del trabajo doméstico y del cuidado. El cuidado está vinculado con la feminidad y los hombres construyen su masculinidad distanciándose del cuidado, sobre todo de los trabajos más arduos y rutinarios. Por ello, repito, es importante distinguir la dimensión material y subjetiva-relacional del cuidado.

El segundo eje de desigualdad es el de raza. Sale a la luz sobre todo en el marco de la externalización del trabajo doméstico y del cuidado. La externalización es posible porque se hace de forma precaria y, a menudo, en condiciones de abuso. Es difícil regular qué ocurre dentro de los hogares. Además, muchas mujeres que prestan cuidados de forma remunerada se encuentran en situación de irregularidad administrativa-jurídica en sus países de acogida. Para cuidar de una persona durante veinticuatro horas del día, siete días a la semana de forma digna, hace falta contratar a cinco personas. No hay familia que pueda sostenerlo. Por ello, desde los feminismos reivindicamos un sistema de cuidados público-comunitario. No obstante, hablar sobre externalización resulta también incómodo, porque nos interpela a las mujeres blancas y a nuestros privilegios. Muchas podemos avanzar en nuestras carreras profesionales o ejercer la maternidad de forma intensiva, como ya he señalado, a costa de otras mujeres, principalmente, mujeres migradas y racializadas. En este ámbito las feministas blancas de los países del norte global tenemos una asignatura pendiente: el cuestionamiento de nuestros privilegios.

El tercer eje desigualdad es el de la edad. Es interesante plantearlo en dos sentidos. Por un lado, porque hay un reparto desigual del trabajo doméstico y del cuidado entre generaciones: la población joven le dedica mucho menos tiempo que la adulta y la mayor. Y, por otro, porque durante la pandemia gran parte del discurso mediático y social se ha centrado en la criminalización de las residencias. Este hecho no es casual: está atravesado por el edadismo tan arraigado en nuestra sociedad. Tampoco es casual que la mayor parte de las usuarias de residencias y la mayor parte de las trabajadoras sean mujeres.

Resulta urgente avanzar hacia una distribución más justa y equitativa del cuidado, tanto en nuestros propios hogares, como a nivel social

Además de denunciar desigualdades, la dimensión política del cuidado es propositiva. Desde los feminismos llevamos años reivindicando la necesidad de poner la sostenibilidad de la vida en el centro y de asumir que la vulnerabilidad es una característica humana. Las relaciones humanas están basadas en la interdenpendencia. Por ello, resulta urgente avanzar hacia una distribución más justa y equitativa del cuidado, tanto en nuestros propios hogares, como a nivel social. El cuidado es una cuestión política, no es algo que debamos resolver de forma individual. El contexto de pandemia ha puesto de manifiesto que el sistema actual es insostenible. Urge avanzar hacia la construcción de un sistema público-comunitario universal de cuidado, que garantice el derecho a prestar y recibir cuidados de forma digna por todas las personas.

*Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

Fuente e imagen:  elsaltodiario

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Trabajo doméstico, una de las actividades con sobreexplotación laboral

Por: DGCS UNAM

Largas y extenuantes jornadas de trabajo sin días de descanso, malos tratos y discriminación por parte de los empleadores, bajos salarios, falta de seguridad social. Incluso en numerosos casos se desempeñan sin percibir sueldo; en todo caso, les ofrecen hospedaje y alimentos a cambio de su trabajo. Es parte de la situación que viven millones de personas dedicadas a las labores domésticas.

María de Jesús López Amador, académica de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la UNAM, asegura que a partir del confinamiento empleadas y empleados están en riesgo económico y desprotegidos en general. Incluso, estudios de caso afirman que ésta es la actividad más sobreexplotada y menos remunerada.

“El 45 por ciento de las trabajadoras del hogar ganan entre uno y dos salarios mínimos, y el cinco por ciento de ellas gana más de tres; es decir, por día algunas reciben cerca de 150 pesos. Aunque se han hecho reformas a las leyes Federal del Trabajo y del Seguro Social se sigue dejando afuera la posibilidad de que se jubilen, de definir un salario al día por prestaciones adquiridas por los años trabajados, e incluso siguen sin saber cómo afiliarse a un sistema de seguridad social”, puntualiza.

Este es uno de los sectores con un alto porcentaje de mujeres acosadas laboralmente y abusadas sexualmente; muchas de ellas provienen de grupos étnicos y lo que ganan lo envían a su comunidad, transformando esto en remesas locales y nacionales. Además, su nivel de estudio es bajo y un buen porcentaje son jefas de hogar o madres solteras, quienes buscan salvaguardar y proteger a sus familias.

Con motivo del Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, la especialista considera que aún falta normatividad en la materia porque la ley debe protegerlas a la par de otros sectores normados, sobre todo para que ellas tengan un salario mínimo justo y que, además, puedan profesionalizarse porque realizan diversas rutinas, pero el pago es totalmente desproporcionado.

“Hay quienes ven en este tema nuevas formas de esclavitud que se dan a nivel del hogar, porque son sobreexplotadas, obtienen poco pago y son abusadas”, manifiesta.

Lo que enfrentan

Cuando comenzó la pandemia Ana Luisa trabajaba en tres casas, en una “la descansaron” debido a que uno de los empleadores fue despedido; en la segunda le ofrecieron laborar una vez cada quince días, pero al paso del tiempo dejaron de llamarla; la otra propuesta consistió en que se quedara de manera permanente y poder salir una vez al mes, para evitar contagios de la COVID-19.

Ante la necesidad, la joven de 30 años tuvo que aceptar esta última. Dejó a su esposo, quien es carpintero, a cargo del hogar y al cuidado de sus dos hijos, aún en edad escolar.

Al inicio le “iba bien”, pero luego le incrementaron el número de tareas domésticas y de cuidados, posteriormente le aumentaron a 15 las horas laborales por día, sin salario extra. Así lo hizo durante cinco meses, pero tuvo que renunciar porque era agotador y su familia también la necesitaba.

Ana Luisa –quien no recibió aguinaldo del lugar donde se desempeñó– es una de las 2.5 millones de personas en México dedicadas al trabajo doméstico (según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2019); de las cuales 90 por ciento son mujeres.

Un día dedicado a ellas

Expresiones como “sirvientas”, “criadas” o “chachas” son usadas frecuentemente para referirse a las trabajadoras del hogar, pero esta manera de llamarlas tiene una carga de discriminación.

Por ello, con el propósito de colocar en la agenda política esta situación, la precariedad e invisibilidad sufridas, en 1998 se realizó, en Bogotá, Colombia, el primer Congreso de Trabajadoras del Hogar donde se conformó la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar; se instituyó entonces el 30 de marzo como el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar.

De acuerdo con información del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), esta es una fecha conmemorativa y de reivindicación de los derechos laborales de este sector. Incluye tareas caseras, cuidado de infantes y de tipo personal; se puede diferenciar entre remunerado y no remunerado.

El trabajo doméstico hace contribuciones importantes al funcionamiento de los hogares y de los mercados laborales, además es una fuente de empleo remunerado para las mujeres quienes representan una de las principales fuerzas de trabajo asalariadas en México y el mundo.

Impulso a las mujeres

De acuerdo con María de Jesús López Amador, los días internacionales permiten visibilizar algún fenómeno social que da cuenta de lo que sucede en determinado sector. En el caso del Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar invita a los países a mirar hacia el interior y detectar los vacíos de política pública para fortalecer lo necesario a fin impulsar a las empleadas domésticas.

La Organización Internacional del Trabajo, afirma, ha jugado un papel importante para mostrar que la actividad del hogar está desprotegida y además ha logrado algunos acuerdos entre gobiernos. En México trasladar la legislación en una cobertura más amplia a este sector de mujeres ha sido fundamental.

Comenta que desde hace dos años se viene construyendo un ejercicio importante para que las empleadas domésticas accedan a la seguridad social, en el cual sus empleadores las afilien y se comprometan a pagar una parte proporcional, la otra es responsabilidad de las trabajadoras, para acceder a los servicios de salud y a pensionarse. Esto no está universalizado y aunque es bajo el porcentaje de mujeres que están incorporadas, es un primer avance para apoyar a este sector.

“En la ENTS tenemos la especialización ‘Modelos de intervención con mujeres’, que tiene como fin generar propuestas para impulsar a este sector, particularmente su salud mental. Las estudiantes tratan de entender las nuevas formas de organización familiar de las mujeres y comprender otros mecanismos de seguridad social para capacitarlas y evitar en lo posible que sean abusadas en lo laboral; es decir, sus derechos humanos”, expresa López Amador.

Fuente e imagen:  Gaceta UNAM

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Cuidar y no ser cuidadas

Por: Irene Graíño Calaza/elsaltodiario.com/


Las trabajadoras del hogar y los cuidados sufren los peores efectos de la inseguridad laboral y económica. Tomar medidas para proteger los derechos de estas trabajadoras esenciales es urgente.

La precarización laboral y socioeconómica afecta desde mucho antes de la crisis del covid-19 a una parte sustancial de la sociedad española: la crisis solo ha agudizado esta precariedad. En este escenario, las personas extranjeras residentes en el Estado español sufren los peores efectos de la inseguridad laboral y económica.

Según el Informe del Consejo Económico y Social (CES) del pasado año 2019, las mujeres procedentes de América Latina son, junto con las de África y Europa del Este y el resto del mundo, las que obtienen salarios más bajos de todo el territorio de entre el conjunto de personas extranjeras.

Y entre los salarios más bajos están los de las trabajadoras domésticas, un sector que emplea a 630.000 personas según Servicio Doméstico Activo (SEDOAC). Siendo el segundo Estado de la Unión Europea con más trabajadoras en dicho sector —únicamente por detrás de Italia y percibiendo sueldos inferiores—, una de cada tres empleadas del hogar en Europa realiza su actividad en España.

Por una parte, según SEDOAC, el 97% de las empleadas del colectivo está constituido por mujeres, siendo más de la mitad de ellas mujeres migrantes. Por otra parte, se calcula que al menos 200.000 de estas trabajadoras no tienen un contrato de trabajo. La mayoría de estas trabaja en régimen de interna, lo que supone que están disponibles las 24 horas del día 7 días a la semana. A pesar de que el Real Decreto 1620/2011 establece que entre el final de una jornada y el inicio de la siguiente deberá mediar un descanso mínimo de doce horas, esto no ocurre con las internas. Ellas trabajan y viven —cuando tienen contratación de interna— en circunstancias que vulneran sus más intrínsecos derechos.

En la misma línea, los datos recabados de la última Encuesta Nacional de Inmigrantes (ENI) del año 2007, señalan que las trabajadoras domésticas percibían un salario medio ostensiblemente inferior al del resto de los trabajadores: 644 euros al mes frente a los 1066 de salario medio de los demás sectores. Además, en cuanto a los tipos de contrato que se firman, se puede observar que entre 2010 y 2015, el periodo que recoge este estudio, el número de contratos de carácter temporal ha superado con creces al de contratos indefinidos.

El servicio doméstico constituye un campo marcadamente feminizado y etnizado y, por ende, más vulnerable

Es decir,  pese a que estas mujeres se ocupan día a día de los cuidados –imprescindibles y asociados histórica y patriarcalmente a la mujer, e ínfimamente valorados en términos productivos, lo que provoca su desvalorización social—, y de proteger el bienestar del conjunto de la sociedad, trabajan sin gozar de los mismos derechos que el resto de los trabajadores.

El servicio doméstico constituye un campo marcadamente feminizado y etnizado y, por ende, más vulnerable. Por ello, la comprensión de la interacción entre las variables de género, clase, migración y mercado de trabajo en el marco de esta crisis se revela imprescindible. En esta línea, la perspectiva interseccional permite centrar el análisis: las mujeres migrantes trabajadoras del hogar, siguiendo a Sònia Parella Rubio, Profesora Titular del Departamento de Sociología de la UAB, sufren una triple discriminación por ser mujeres, migrantes y trabajadoras de hogar.

La vigente crisis ha desencadenado múltiples despidos y reducciones de jornada. Sin embargo, la actual normativa sigue sin proteger ni “cuidar” jurídicamente al sector que lleva cuidando del país desde hace más de veinte años.

Las empleadas del hogar denuncian llevar ocho años esperando al cumplimiento de la ley, el Real Decreto 1620/2011 que regula la relación laboral de carácter especial del servicio del hogar familiar y expone la intención de conseguir la integración plena de las empleadas del hogar en el Régimen General de la Seguridad Social. Este colectivo se rige por una “relación laboral de carácter especial”, lo que provoca entre otras cosas, que no se les aplique la cobertura de vacíos de cotización. Así, la llamada “integración de lagunas” es un derecho de los trabajadores por cuenta ajena del que no gozan las empleadas domésticas por no estar integradas en el Régimen General. Esta integración supone aplicar la base mínima de cotización en los periodos en los que no ha cotizado, a la hora de hacer el cálculo de la pensión, sea de jubilación o de incapacidad, un mecanismo que tiene por objetivo no desfavorecer al trabajador y que su base reguladora sea excesivamente baja.

Pero no se trata solo del cálculo de las pensiones. A día de hoy, las asociaciones de defensa de los derechos de las trabajadoras del hogar como SEDOAC, aseguran que gran parte del colectivo todavía no ha percibido el subsidio extraordinario para empleadas del hogar puesto en marcha gracias a la presión de los colectivos. Varias campañas han solicitado la prórroga de este subsidio para paliar el hecho de que muy pocas han podido disfrutarlo —una prórroga que sí se ha aplicado a los ERTE—.

Además, las asociaciones consideran imprescindible la firma del Convenio 189 de la Organización Internacional de los Trabajadores (OIT), que es parte del programa del actual Ejecutivo. Durante el pasado mes de junio, casi 30 asociaciones de empleadas del hogar acudieron al Congreso para volver a exigir su ratificación. Este tratado, entre otras cuestiones beneficiosas, concedería al colectivo el derecho a paro y las protegería como trabajadoras.

El artículo 14 del Convenio 189 de la OIT reza: “Todo miembro, teniendo debidamente en cuenta las características específicas del trabajo doméstico y actuando en conformidad con la legislación nacional, deberá adoptar medidas apropiadas a fin de asegurar que los trabajadores domésticos disfruten de condiciones no menos favorables que las condiciones aplicables a los trabajadores en general con respecto a la protección de la seguridad social, inclusive en lo relativo a la maternidad”.

En una carta enviada durante el pasado mes de septiembre a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, Carolina Elías, presidenta del SEDOAC, denunciaba “jornadas extenuantes o despidos casi libres, imposibilidad de disfrutar de horarios de descanso, sobrecargas de cuidados con toda la familia en el hogar, temor a ser contagiadas y no poder trabajar, miedo a ser detenidas por una ley de Extranjería perversa que nos obliga a trabajar tres años sin contrato para obtener los papeles. Tras seis meses de pandemia, seguimos siendo nosotras las que hemos sobrecargado nuestros cuerpos para que la vida siga adelante y los hogares funcionen. Una labor que hemos hecho con responsabilidad, pero sin derechos”.

En el contexto del concepto de las “cadenas globales de los cuidados” —término acuñado por la profesora y socióloga Arlie Hochschild— a la luz de la denominada “crisis de los cuidados” se comprende la elevada presencia de mujeres migrantes que trabajan en este sector, sobre todo a partir de los años noventa en el territorio español. El ingreso acelerado de las mujeres españolas de clase media en el mercado laboral, su presencia en el espacio social, el cambio de roles y la escasa implicación de los hombres en los cuidados originó un colapso en la capacidad de cuidar de las familias.

Y esta crisis agudizó determinadas desigualdades sociales y raciales. Como explica la antropóloga Shellee Collen, “las tareas de reproducción física y social que se efectúan diferencialmente de acuerdo con desigualdades basadas en jerarquías de clase, raza, etnicidad, género, se sitúan en una economía global, y en contextos migratorios, y está estructurada por fuerzas sociales, económicas y políticas”.

Durante el estado de alarma, la labor de estas mujeres se volvió todavía más necesaria, pero siguen constituyendo uno de los colectivos que mayor precariedad e inseguridad sociolaboral sufre

El trabajo doméstico realizado hoy en día por muchas mujeres migrantes en España se comprende en las dinámicas de mercantilización y externalización del trabajo reproductivo, por el que las mujeres españolas de clase media contratan cuidadoras para sus hijos o mayores, ya que no pueden asumir directamente el cuidado, esencialmente debido a la ausencia de apoyo estatal y la falta de compromiso masculino.

En el panorama actual de emergencia sanitaria y socioeconómica, se prevé aún más urgente si cabe, la adopción de medidas para salvaguardar los derechos de las trabajadoras domésticas. Durante el estado de alarma, la labor de estas mujeres se volvió todavía más necesaria. No obstante, hoy en día siguen constituyendo uno de los colectivos que mayor precariedad e inseguridad sociolaboral sufre de todo el territorio español. Tras las paredes de los hogares de quienes aplaudían en los balcones, millares de trabajadoras cuidaban de los mayores de este país, lejos de sus raíces y a costa de su descanso y un gran sacrificio. Tomar medidas para mejorar las condiciones de estas mujeres es urgente. Llevan ya muchos años cuidando sin ser cuidadas.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/opinion/trabajadoras-hogar-cuidados-cuidar-no-ser-cuidadas

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Académicas de la UNAM aseguran que ahora hay mayor sobrecarga de trabajo para las madres

América/México/20/05/2020/Autor y fuente: El Imparcial

Académicas de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) en la UNAM aseguran que las madres actualmente tienen una sobrecarga de trabajo a consecuencia del aislamiento social porque en las casas desempeñan más de un rol a la vez.

Destacaron que no solo cuidan de los hijos sino que también hacen los quehaceres domésticos y atienden sus actividades laborales.

Iliana Noemí Palafox Luévano y Guadalupe Cañongo León señalaron que este Día de las Madres fue distinto, pues además del encierro, ellas viven una situación compleja que el confinamiento ha detonado.

Las universitarias refirieron que de acuerdo con estudios de El Colegio de México, en circunstancias normales (no de confinamiento) las mujeres desempeñan en el hogar 39 horas de trabajo no remunerado a la semana, y los hombres 13 horas.

De acuerdo al  Instituto Nacional de Estadística y Geografía, el trabajo no remunerado que realiza el 75 por ciento de las mujeres en sus casas representa el 23.5 por ciento del producto interno bruto (PIB) del país.

Esto equivalente a 5.5 billones de pesos (2018). El INEGI indicó que cada persona participó en promedio con 42 mil 602 pesos anuales por sus labores domésticas y de cuidados.

Aseguran que la condición de género colocan a la mujeres en una posición de triple jornada. «Esta situación es común, pero en la cotidianidad tenemos redes de ayuda: madres, suegras, hermanas o amigas que nos apoyan, y ahora que todos deben permanecer en casa las funciones se sobrecargan, generando mayor estrés”, explicó Cañongo León.

Al respecto, Palafox Luévano dice que la situación claramente desgasta, generando  un impacto negativo en su bienestar físico y emocional.

“Es momento para que la familia aprenda a distribuir el trabajo doméstico y de cuidados de manera equitativa, crear espacios colaborativos y un hogar más igualitario, que vaya más allá de la cuarentena”, reiteró.

Cañongo León destacó que generar una rutina para organizarse al interior del hogar y mantener ocupados a todos los integrantes de la familia evita el estrés. “Todos deben contribuir en estas tareas e irlas rolando para evitar cansancio emocional”.

Con información de la UNAM.

Fuente e imagen:  https://www.elimparcial.com/estilos/Academicas-de-la-UNAM-aseguran-que-ahora-hay-mayor-sobrecarga-de-trabajo-para-las-madres-20200510-0112.html

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Semaforización e inequidad de género

Por: lahora.com.ec

El confinamiento devela verdades incómodas sobre el trabajo doméstico y la vida familiar. Antes de la pandemia, la tarea titánica de la crianza se repartía entre padres, educadores, abuelos y terceros. Un caso de crianza sin algún tipo de apoyo comunitario era la excepción. Hoy, abuelos y familias extendidas están guardados en casa y el apoyo de la escuela es mínimo, ante esta labor a tiempo completo.

Hasta que llegó el Covid-19, vivíamos en un capitalismo adaptado para remunerar con más generosidad a aquellos trabajadores incondicionales y disponibles a toda hora; características de cierto modo incompatibles con las necesidades vitales de los niños en etapa formativa. Tal es que, históricamente, las mujeres tuvieron menos acceso a posiciones laborales de alta jerarquía y mejores salarios.

El plan de reactivación productiva apunta a una incorporación paulatina de los adultos jóvenes al mercado laboral. Esto, sin un sistema de detección temprana ni soluciones para el cuidado de los niños de quienes tienen la opción de un trabajo formal y a tiempo completo. Entonces, serán las mujeres las que, en su mayoría, permanecerán al cuidado de los niños; aumentando la brecha salarial, de oportunidades y movilidad que ya existe entre géneros.

La semaforización debe acompañarse de un plan integral de cuidado infantil. Sin altruismos, está en el efectivo interés de los adultos de hoy ocuparse de criar, educar y avanzar a la generación futura. Ellos serán los que, en una década o dos, deban sostener el sistema de nuestras pensiones.

 . . .

Un niño con falta de educación es un niño perdido”.
John F. Kennedy (1917-1963) Presidente de EE.UU. entre 1961 y 1963.

Un ser humano no alcanza sus cotas más altas hasta que esta educado”.
Horace Mann (1796-1859) Escritos, político y filósofo estadounidense.

Fuente: https://lahora.com.ec/quito/noticia/1102317396/semaforizacion-e-inequidad-de-genero-

Imagen: mohamed Hassan en Pixabay

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Silvia Federici: “Las redes de mujeres en Argentina son únicas en el mundo”

Silvia Federici: “Las redes de mujeres en Argentina son únicas en el mundo”

Silvia Federici, autora de El Calibán y la Bruja, llegó a Neuquén por primera vez para participar de una serie de actividades, invitada por la colectiva feminista La Revuelta y la fundación Rosa Luxemburgo. El lunes 30 al mediodía se desarrolló un encuentro con periodistas, docentes y estudiantes en el IFD 12.

“Yo creo que

Argentina es el país donde el feminismo está en el punto más alto del mundo

que yo conozco. No solamente por la gran masa de mujeres, por las millones de mujeres en la calle, también porque

en Argentina se han creado redes de mujeres, espacios de mujeres que no he visto en ningún otro lugar.

Como la intersindical feminista, espacios de los sindicatos que se encuentran”, apuntó Federici. “Lo que he visto en las villas también es único, compañeras que han construido

 nuevas formas de reproducción colectiva, los comedores, merenderos, huertos urbanos, se está creando un mundo nuevo que es muy inspirador.

Mi último libro es sobre las

nuevas formas comunitarias de reproducir la vida cotidiana

, y la gran parte de los ejemplos llegan de la Argentina”, agregó.

Federici realiza una crítica al marxismo por no visibilizar el rol del trabajo doméstico en la consolidación y permanencia del capitalismo.

“Eso que llaman amor es trabajo no pago”

, se lee en el mural que pintó Ailin Tornatore en uno de los pasillos del Instituto de Formación Docente, y que se le entregó a la profesora en forma de regalo simbólico. Federici recordó que, a este concepto, que en los últimos años se ha convertido en un lema de la lucha feminista, llegó gracias a un ensayo de la italiana María Rosa de la Costa, en el que planteaba que el trabajo doméstico no produce mercancías, sino seres humanos, capacidad de trabajo. “Juntas hemos profundizado qué implica el trabajo doméstico, cómo no se debe ver las tareas separadas, sino en su totalidad. Y ahí vemos que sí hay un producto.

Producimos seres humanos que van a ser explotados. Producimos su capacidad de trabajar cada día, con la reproducción, con la comida, con la ropa limpia, con el sexo, el sexo es parte del trabajo doméstico. El trabajo doméstico siempre se ha desconocido, se ha desvalorizado e invisibilizado, ”, puntualizó Federici.

En ese sentido, la profesora sostuvo que “la familia, es una pequeña fábrica, es cómo la sociedad capitalista ha organizado la reproducción de los trabajadores.

Antes estos trabajos las mujeres también los hacían, pero colectivamente

, no separadas en sus casas. Hasta el siglo XVI limpiaban la ropa juntas, bordaban, cuidaban los niños”.

La propuesta de Federici ante el trabajo doméstico no pago, ante el avance del ajuste neoliberal, es volver a las formas comunitarias de reproducción de la vida cotidiana. “

Es central la capacidad de crear redes más grandes

, el llamamiento a hacer un 8 de marzo internacional, a la huelga, generó un debate y una nueva forma de organización. Hubo un crecimiento de poder, de conocimiento, de entramados, incluso afectivo. Hay un internacionalismo que me recuerda al internacionalismo feminista de los 70”, indicó.

En cuanto al #8M Federici sostuvo que “lo importante no es tanto el día de la huelga, sino el proceso que se está desarrollando en tres direcciones: la primera,

las mujeres de varios espacios y lugares que se juntan, las de los sindicatos, las que trabajan fuera de la casa, las que activan sobre el aborto

, hay nuevas coaliciones; la segunda, nuevos espacios comunes apropiados, nuevas actividades, nuevas formas de subversión, la capacidad y creatividad de pensar una huelga diferente a la de los trabajadores de coches; la tercera, la llamada a la huelga ha empezado a articular un programa no como una cosa formal, pero en el que digamos qué queremos y qué no, empezar a dar voz, a decidir nosotras”.

Fuente: La Revuelta

Fuente de la Información: http://contrahegemoniaweb.com.ar/silvia-federici-las-redes-de-mujeres-en-argentina-son-unicas-en-el-mundo

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