5 frases muy comunes que revelan un trauma infantil no superado

Por: Jennifer Delgado Suárez

Los traumas del desarrollo son mucho más comunes de lo que nos gustaría aceptar. Una serie de estudios realizados por psicólogos de la Duke University Medical School, reveló que el 78% de los niños reportaron haber vivido más de una experiencia traumática antes de los 5 años. A los 6 años, el 20% había sufrido experiencias traumáticas que incluían desde el abuso sexual hasta la negligencia emocional, la exposición a violencia doméstica y una pérdida traumática.

Sin embargo, quienes han sufrido un trauma del desarrollo pueden llegar a padecer estrés postraumático complejo (TEPT-C), un problema que se caracteriza por dificultades en la regulación emocional, percepciones distorsionadas sobre los abusadores, dificultades en las relaciones interpersonales, somatizaciones y problemas para encontrar el sentido de la vida.

Sin embargo, muchas veces estas personas no son conscientes de que tienen un problema cuyo origen se remonta a su infancia. Creen que han dejado su pasado atrás, pero este les persigue desde el inconsciente.

¿Cómo influye un trauma infantil en la formación de identidad?

La formación de identidad es un proceso complejo que ocurre a lo largo de la vida. La construcción de la identidad, incluida la sensación de ser lo suficientemente bueno, la capacidad para integrar armónicamente las emociones y la razón, la conciencia básica del estado emocional, el sentirse seguro y saber quiénes somos realmente, se ve afectada por los traumas infantiles. Lo que ocurre es que la supervivencia básica tiene prioridad sobre el desarrollo equilibrado del “yo”.
Un trauma a edades tempranas puede cambiar el desarrollo del cerebro. De hecho, se conoce que un entorno donde prevalece el miedo y la negligencia genera diferentes adaptaciones de los circuitos cerebrales, en comparación con un ambiente donde el niño se siente seguro, protegido y amado. Y lo peor es que cuanto más temprano se experimente esa angustia, más profundo y duradero suele ser su efecto.
Por eso, a menudo la identidad de un adulto que ha sufrido traumas infantiles se organiza en torno a la necesidad de sobrevivir y conseguir un nivel de seguridad básica en sus relaciones con los demás. Esto los conduce a un círculo vicioso en el que, por una parte, vuelven a revivir experiencias desalentadoras y traumáticas, y por otra parte tienen la tendencia a evitar las experiencias orientadas al crecimiento.
Las personas en esta situación se identifican mucho con un «yo traumático», a expensas de un sentido de sí mismo más inclusivo y flexible. Se desvinculan de su entorno y de sí mismos desde el principio, como un mecanismo de supervivencia, y pueden permanecer desconectados de sí mismos durante la infancia, la adolescencia o incluso hasta la adultez temprana, cuando salen del entorno tóxico. En práctica, siguen experimentando esa necesidad de sobrevivir.

Las frases que esconden una «identidad traumática»

1. Pérdida de la infancia – “No tuve una infancia”
Cuando las personas viven una infancia particularmente angustiante, lo más común es que no puedan recordar gran parte de sus primeros años. Estas personas suelen decir No tuve una infancia” o “No recuerdo mucho de cuando era niño”.
Pueden recordar momentos particularmente vívidos, que se conocen como “recuerdos de destello”, pero esos instantes no tienen contexto, por lo que no cobran mucho sentido para la persona. Es usual que no tengan una historia muy clara de sí mismos como niños, hasta llegar a la adolescencia o incluso a la adultez temprana.
En sentido autobiográfico, carecen de lo que se denomina «narrativa coherente», no pueden contar su vida siguiendo un hilo lógico. De hecho, muchas personas incluso afirman que sienten que les han robado su infancia. Y sin esa base, la identidad del adulto se ve seriamente comprometida.
 
2. Partes perdidas de uno mismo – “Siento que me falta algo” 
Debido a los traumas infantiles, los niños a menudo reaccionan desconectando partes importantes de sí mismos para poder sobrevivir, es una especie de mecanismo de disociación. Estas personas suelen afirmar: “Siempre he sentido que falta algo, pero no sé qué es”.
El problema es que tienen la tendencia a desconectarse de las áreas sensibles, mientras refuerzan otras esferas, como una medida de compensación para escapar del sufrimiento emocional. De esta forma, un niño con problemas en el hogar, puede intentar convertirse en un estudiante modelo.
Más adelante en su vida, puede descubrir que tiene grandes habilidades en ciertas esferas mientras otras permanecen completamente en la oscuridad, normalmente aquellas vinculadas a las emociones, el autoconocimiento y las relaciones interpersonales.
3. Evitarse a sí mismo – “Me sienta mal pensar sobre mí”
Muchas de las personas que han sufrido traumas infantiles afirman: “No me gusta pensar sobre mí, solo me hace sentir mal”. Esta sensación es particularmente intensa cuando el trauma está relacionado con personas clave y significativas en su vida, como pueden ser los padres o hermanos.
El problema es que el ejercicio de introspección, el acto de profundizar en sí mismos se convierte en un recordatorio de esas experiencias dolorosas, lo cual implica que debe reconstruir su propia identidad, y a menudo es mucho más fácil escapar de uno mismo que enfrentar problemas de tan larga data.
Estas personas pueden aprender a vivir desconectadas de su “yo”, pero a menudo ello les conduce a comportamientos autodestructivos o a una profunda insatisfacción ya que realmente no saben lo que quieren ni logran construir un proyecto de vida sólido.
4. Relaciones destructivas – “Atraigo a personas que no me convienen”
No es raro que las personas traumatizadas por sus padres o cuidadores terminen estableciendo amistades, relaciones románticas o incluso vínculos laborales que no son buenos para ellos. A menudo dicen frases como “Atraigo a personas que no me convienen” o “Tengo un imán para la gente que me hace daño”.
El problema es que estas personas encuentran a gente que se ajusta a su identidad traumática, a pesar de que se esfuercen por tomar decisiones diferentes o de que los demás les alerten de que esas relaciones no son beneficiosas. Eso genera un círculo vicioso de re-traumatización a través de la repetición del pasado.
Como resultado, pueden terminar rodeados de personas emocionalmente no disponibles, abusivas o narcisistas, o terminar intentando rescatar y «arreglar» a las personas con las que salen, asumiendo el rol de “salvador”. Es obvio que estas personas desean encontrar a alguien que les pueda proporcionar la estabilidad emocional que necesitan, pero inconscientemente sienten una poderosa “química” hacia el perfil del maltratador psicológico.
Los continuos traumas y las decepciones, les llevan a pensar que “es mejor estar solo”. Su estela de relaciones destructivas les ha llevado a asumir una imagen pesimista de los demás, pensando que siempre les harán daño.
5. Desconexión emocional de la identidad – “Las emociones son un estorbo”
Cuando los sentimientos no tienen cabida en la familia de origen, las emociones se separan de la identidad. Si una persona ha crecido con frases como “llorar es de débiles” o lo han castigado o reprendido cada vez que ha expresado sus emociones, no podrá desarrollar un vínculo sano con esta parte de su “yo”.
Las emociones seguirán estando presentes, a pesar de que muchas personas se aferran a la creencia de que “no son emotivas” o que «las emociones solo son un estorbo«. Por eso, las emociones terminarán generando confusión y caos, ya que esa persona no será capaz de reconocerlas y gestionarlas asertivamente, puesto que solo aprendió a esconderlas y reprimirlas.
El problema es que necesitamos las emociones incluso para tomar buenas decisiones en la vida. La desregulación emocional nos desconecta de nuestra intuición, nos puede llevar a tomar decisiones impulsivas y daña las relaciones con los demás.
Otros pueden describir una sensación de anestesia emocional ya que solo pueden experimentar un abanico limitado de emociones. De hecho, a menudo solo refieren emociones vagas, como la frustración y el aburrimiento, ya que no aprendieron a conocer sus estados emocionales. También es común que bloqueen sensaciones como la insatisfacción, hasta que esta crece y se sobredimensiona, explotando en una ira contenida que causa un enorme daño.

Sin duda, las consecuencias de los traumas infantiles en la edad adulta son desalentadoras. Sin embargo, la persona puede reconstruir su identidad y rehacer ese “yo” traumatizado. Eso implica volver al pasado para aceptar esas experiencias dolorosas, de manera que se puedan integrar en la historia de vida y se logre pasar página realmente.

Existen dos claves fundamentales: 1. Comprender que ahora estamos a salvo y que ya no somos ese niño asustado y, 2. Asumir que aunque somos adultos, es probable que sigamos procesando emocionalmente las experiencias traumáticas como niños. Darse cuenta y asumir esas realidades suele ser extremadamente liberador.

Recuerda que siempre es posible volver a conectar con uno mismo, aunque sea preciso remover varias capas, para reconstruir una identidad que sea mucho más saludable. Sin duda, es un proceso difícil, y puede que sea necesario recurrir a la ayuda de un psicólogo, pero invertir en ti es lo mejor que puedes hacer. No es necesario seguir cargando el fardo del pasado, de manera que limite tu presente y obscurezca tu futuro.
Fuentes:
Egger, H.L. & Angold, A. (2006) Common emotional and behavioral disorders in preschool children: presentation, nosology, and epidemiology. J Child Psychol Psychiatry; 47: 313–337.
Costello, E.J.; Egger, H.L. & Angold A. (2005) The developmental epidemiology of anxiety disorders: phenomenology, prevalence, and comorbidity. Child Adolesc Psychiatr Clin NArn; 14: 631–648.
Costello, E.; Egger, H., Angold, A. (2005) 10-year research update review: the epidemiology of child and adolescent psychiatric disorders: I. Methods and public health burden. J Am Acad Child Adol Psychiatry; 44: 972–986.

Fuente: https://www.rinconpsicologia.com/2017/10/trauma-infantil-no-superado.html

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