Por: Miguel Jara
109 premios Nobel de Medicina, Física o Química se han firmado una carta pidiendo a Greenpeace y a los gobiernos de todo el mundo que abandonen su oposición y sus campañas en contra de los organismos genéticamente modificados (OMG’s), los conocidos como alimentos transgénicos. El contenido y tono de la misma es algo apocalíptico-conspiranoico. Acusan a la organización ecologista de “crimen contra la Humanidad”.
Esperaba encontrar una respuesta científica a las críticas que sufre la biotecnología aplicada a la alimentación. Pero no es así, la opinión del centenar largo de premios Nobel se centra en algo pueril, que los transgénicos son la solución para acabar con el hambre en el mundo y que Greenpeace -y sólo esa organización cuando hay centenares de miles de asociaciones y opositores) es la máxima responsable de que al criticar esta tecnología alimentaria millones de personas en el mundo mueran por no acceder a comida transgénica.
En concreto, el texto arremete contra la organización ecologista y le exige que acabe con su campaña para impedir el cultivo del arroz dorado, una variedad transgénica modificada para reducir el déficit de vitamina A (DVA) y que, según la carta de los Nobel, tiene potencial para reducir muchas de las muertes y enfermedades causadas por la deficiencia de esa vitamina.
Un problema de salud que causa ceguera, mortalidad infantil y problemas durante la gestación y que tiene su mayor impacto sobre las poblaciones más pobres de África y del sudeste asiático.
La Organización Mundial de la Salud -dicen los Noble- estima que 250 millones de personas sufren la carencia de vitamina A, incluyendo el 40 por ciento de los niños menores de cinco años en el mundo en desarrollo. Sobre la base de estadísticas deUNICEF, un total de entre uno y dos millones de muertes prevenibles ocurren cada año como resultado del déficit, ya que compromete el sistema inmunológico y pone a los bebés y niños en gran riesgo”.
El arroz dorado es simbólico en esta batalla y Greenpeace considera que se trata de un caballo de Troya para abrir la puerta para la imposición de OMG por parte de grandes corporaciones interesadas en imponer su alimentación de patente.
Los transgénicos no son la solución del hambre en el mundo. En el mundo hay alimentos suficientes para todas las personas. El 30% de los alimentos producidos en el mundo terminan en la basura. Solo con esto tendríamos lo suficiente para alimentar a todas las personas que habitan la Tierra hoy día y los que podremos llegar a ser en 2050 (sin intensificar más la agricultura y sin utilizar cultivos transgénicos). El hambre es una cuestión compleja relacionada con guerras, migraciones, conflictos y no se soluciona con un cultivo transgénico”, contestan desde la asociación activista.
Lo cierto es que para los firmantes del texto parece que ya no vale con la agricultura tradicional y mucho menos con la ecológica. Ellos lo que promueven es un nuevo tipo denominado “agricultura mejorada”, en referencia a la biotecnológica, fabricada en laboratorios, cuyos impactos ambientales y en la salud de las personas no se conocen bien y eso sí, patentable para que resulte un buen negocio.
Lo de que hay muchas personas que mueren de hambre en el mundo sólo es una excusa, marketing del miedo; intentan hacernos creer que quien se oponga a ese tipo de progreso es responsable de ello, una especie de chantaje moral.
La última evaluación científica de Naciones Unidas sobre Ciencia Agrícola y Tecnología para el Desarrollo, llevada a cabo por más de 400 científicos de todo el mundo -indica Greenpeace- hace un balance de la situación actual en la agricultura mundial y concluye que la agricultura ecológica permite aliviar la pobreza y mejorar la seguridad alimentaria.
Por el contrario, cuestiona la agricultura con transgénicos por sus implicaciones sociales y ambientales y la descarta definitivamente como solución única al hambre”.
El problema pues no es tanto la falta de alimentos como el modelo económico que están impulsando empresas como Monsanto, Dow, Syngenta, Bayer, Dupont y BASF, propietarias de casi todos los cultivos transgénicos que se comercializan en el mundo, y controlan el 76% del mercado agroquímico.
Eso significa que las empresas que producen las semillas transgénicas son las mismas que se enriquecen con la venta de los plaguicidas tóxicos adicionales necesarios para la agricultura “mejorada”.
De hecho, continúa Greenpeace, los principales productores de transgénicos eran originalmente empresas agroquímicas que ampliaron su negocio a la producción de semillas cuando surgieron las lucrativas oportunidades de las semillas patentadas. Esta lógica es contagiosa, y ahora las empresas de semillas están patentando plantas obtenidas de manera tradicional y creando nuevos monopolios en las semillas convencionales”.
El problema pues no es tampoco la biotecnología en sí, hay medicamentos loables que se hacen con ese tipo de técnicas y la agricultura ha sido mejorada desde su invención. El problema es que el actual modelo de producción de alimentos está controlado por el citado cartel que considera la alimentación una cuestión de inversiones y ventas más que un derecho humano. La industria no ha conseguido impulsar la comida transgénica en veinte años y cuando encuentre algo aún más rentable que los transgénicos abandonará estos.
Es más sería indeseable que empresas tan cuestionadas como Bayer o Monsanto por su falta de escrúpulos y de respeto a los derechos humanos y que dominan la industrialización de la alimentación y nos han dejado niveles de contaminación de los campos como nunca, fueran las que alimentasen al mundo.
La idea central de la carta de los Nobel coincide con la línea ideológica propagandística del cartel transgénico: terminemos con el hambre en el mundo, que se titula un artículo escrito por uno de los directores de Monsanto.
Dijo Mark Twain que “es mas fácil engañar a una persona, que convencerla de que la han engañado” y por lo que observo, algo de esto hay, gente ideologizada que nunca reconocerán sus equivocaciones.
Resulta curioso también que se haya intentado describir a los ecologistas como parte de una religión, una especie de panteísmo donde el papel de Dios lo representa la Madre Naturaleza. Como apunta el médico y autor del excelente libro El autoritarismo científico, Javier Peteiro:
se da otra forma de religión tanto o más dañina (incluso para la propia ciencia), elcientificismo.
Referirse a ‘la voz de la mejor ciencia disponible’ [como hacen los citados Nobel- es no decir nada. Alguien recibe un premio Nobel por su contribución a un área de investigación científica, de creación literaria o de la paz.
La posesión de un Nobel, siendo extraordinariamente importante, no supone necesariamente un mayor aval a la hora de hablar de ética o de política, incluso de ética de ciencia aplicada, como en este caso.
Y el criterio cuantitativo no supone un cambio cualitativo, pues da lo mismo que ese artículo lo firme uno o cien; lo importante son los argumentos”.
Durante la época en que el nazismo dominaba Europa, Albert Einstein, a causa de ser de origen judío, debió soportar una guerra en su contra urdida por los nazis con el fin dedesprestigiar sus investigaciones.
Uno de estos intentos se dio cuando se publicó este libro: Cien autores en contra de Einstein. Es un texto en el que se compilaron las opiniones de 100 científicos que contradecían las de Einstein. Cuando le consultaron al interesado, respondió:
«¡Si yo estuviese equivocado, uno sólo habría sido suficiente!”.
*Articulo tomado de: http://www.migueljara.com/2016/07/07/si-los-alimentos-transgenicos-acaban-con-el-hambre-en-el-mundo-te-doy-un-nobel/