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Las intervenciones ‘antibullying’ en las escuelas topan contra la cultura familiar

Por Carina Farreras

La profesora enseñó un billete impecable de 20 euros a la veintena de alumnos que atendían su clase. “¿Tiene valor?”, preguntó. “¡Claro!”, contestó el grupo al unísono. Helados, hamburguesas, golosinas, ropa. Cuántas cosas pueden comprarse con un billete azul cuando uno tiene doce años. Inesperadamente, la tutora arrugó el billete hasta reducirlo a una bola, luego lo lanzó al suelo y saltó sobre él, pisoteándolo. El aula enmudeció. Veinte pares de ojos miraron cómo recogía el guiñapo de papel, lo desenvolvía dándole su forma original y lo mostraba, marcado de pliegues como cicatrices. Repitió la pregunta: “¿Tiene valor?”.

Hay niños con la autoestima impecable, como billetes recién salidos de fábrica. Otros están hechos una piltrafa porque alguien los ha arrugado y pisoteado repetidamente ante la mirada de sus compañeros y la inacción de los adultos. “Cada día, a la hora del patio, una alumna de un centro de Lleida se iba al lavabo, se sentaba en la taza del inodoro y se comía el bocadillo hasta que sonaba de nuevo el timbre”, relata Gemma Filella, investigadora de la Universitat de Lleida y autora de un videojuego contra el b ullying. Esos fueron los recreos de esa niña de septiembre a mayo, mes en el que se advirtió su ausencia en el patio. “El acoso escolar –indica Filella– adquiere dimensiones que no imaginamos porque se da a espaldas de los adultos –continúa–, que tampoco actúan con buen manejo emo­cional cuando lo descubren”. La investigadora, que ha recorrido decenas de colegios y escuelas catalanas y ha impartido formación a docentes, se ha topado con padres que defienden a sus hijos ­acosadores y con profesores que aceptan ciertos comportamientos reprobables. “Existe confusión sobre cuándo y cómo actuar ante las incidencias escolares”, afirma Filella, que ha probado el programa Happy en 1.500 alumnos. “A los profesores les cuesta di­ferenciar entre una desavenencia, un brote de violencia o un acoso”. Y ¿cuál es la responsabilidad de la escuela cuando el bullying se ­produce fuera del recinto? ¿Cuando se extiende a las redes sociales?

A menudo, los profesores quitan importancia a unos hechos para pacificar al grupo. “Hay que dejarlos que se arreglen solos”, consideran otros. Una de las claves, indican los expertos en bullying, es que los chavales no tienen suficiente confianza en ser respaldados si lo cuentan a los adultos aunque evidencien su sufrimiento. Los propios maestros que recibieron formación antibullying admiten no tener suficiente conocimiento sobre este tema y reclaman más formación para saber ver con otros ojos la problemática y actuar en consecuencia.

Para aquella niña, como para otros chicos, la escuela es un horror. Quizás no median golpes que dejan morados, pero se utilizan palabras, insinuaciones en wat- saps o fotografías alteradas en Facebook. En todo caso, reciben la humillación de un compañero, jaleado por unos cuantos seguidores, y observado, divertida o silenciosamente, por el resto del grupo. La OMS estima que entre uno y dos niños de cada diez son acosados. Según Save the Children, en nuestro país hasta un 22% de los niños de secundaria sufren bullying, una acción que deja consecuencias en el futuro. Como los ­billetes, que valen el equivalente a 20 euros pero su apariencia no es la misma ni para los demás ni para sí mismos. La falta de autoestima condicionará su trayectoria de ­vida.

Según los expertos, existen diferentes explicaciones psicológicas al fenómeno del bullying basadas en que el agresor usa la violencia para resolver problemas con sus iguales o arrastra conflictos de casa. Puede darse en personalidades complejas, con baja tolerancia a la frustración y poca empatía, dificultades para cumplir las normas y respetar los límites. Son personajes que se dan en todo tipo de escuelas, pero que sobreviven mejor en las escuelas que buscan resultados altos introduciendo estrategias de competición entre sus alumnos.

“A menudo, los agresores buscan popularidad, ser reconocidos por el grupo”, explica Jenny Dettmann, directora del Colegio Escandinavo de Madrid. “Entonces hay que enseñar formas positivas para conseguirlo”. Desde que este año se han desarrollado los programas Kiva en este colegio se han producido evidentes mejoras en la convivencia en el centro, nacido como cooperativa de padres nórdicos, entre cuyos valores máximos se encuentra el respeto. “Todo el claustro tiene ahora ojos para el bienestar de los niños –afirma la directora–. Sabemos qué tenemos que hacer para prevenir y actuar”. El resultado es la tranquilidad en el patio y la devolución de la confianza de los niños, más conscientes también, en los adultos.

Faltan los padres. Durante el curso se produjo un caso de bullying. El protocolo Kiva se activó de inmediato. Se anotó todo. Quién informó, quién era la víctima, quiénes participaron. Por simplificar: se llegó a un compromiso de buena convivencia y se sancionó al matón. “Son sólo niños”, se quejaron los padres del agresor. “Así se hacen fuertes y aprenden a convivir”, argumentaban. La universidad finlandesa no había considerado que los padres, una pieza fundamental en el engranaje antibullying, desautorizaran a la escuela en su actuación a favor del respeto. Al calor de experiencias parecidas en el mundo latino, Kiva se está planteando crear herramientas para las familias en su programa en castellano (ahora sólo se imparte en inglés).

Filella también tiene experiencias similares, de padres que minimizan los hechos aduciendo que son bromas y defienden la lógica de la supervivencia. Una alumna le dijo: “Esta muy bien todo esto que explicas, poder decir que te sientes mal, que la actitud del otro te hace daño, acudir a un adulto si hace falta. Pero esto no sirve fuera de la escuela. Nadie en mi familia lo entendería”.

Fuente: http://www.lavanguardia.com/vida/20160706/402993225085/intervenciones-antibullying-topan-cultura-familiar.html

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UNESCO: 45 países se comprometen a erradicar la violencia homofóbica y transfóbica de las escuelas

Uruguay/ Agosto de 2016/ibercampus.es

El Llamamiento Ministerial a la Acción, una iniciativa para erradicar la violencia homofóbica y transfóbica en el sector educativo, ha recibido el apoyo de 45 países. La iniciativa tiene como objetivo fortalecer y mejorar las respuestas del sector educativo a fin de garantizar que las escuelas sean lugares donde los niños y los jóvenes puedan aprender sin estar sujetos a amenazas y violencias.

El Llamamiento Ministerial a la Acción, una iniciativa para erradicar la violencia homofóbica y transfóbica en el sector educativo, ha recibido el apoyo de 45 países. La iniciativa tiene como objetivo fortalecer y mejorar las respuestas del sector educativo a fin de garantizar que las escuelas sean lugares donde los niños y los jóvenes puedan aprender sin estar sujetos a amenazas y violencias.

Albania, Alemania, Andorra, Argentina, Canadá, República Checa, Colombia, Dinamarca, Grecia, Honduras, Israel, México, Noruega, Perú, Filipinas, Rumania, Serbia, Suiza y Uruguay se incorporaron a la lista de 26 otros países que apoyan el Llamamiento a la Acción, que compromete a sus signatarios a fortalecer y mejorar las respuestas del sector educativo a fin de garantizar que las escuelas sean lugares donde los niños y los jóvenes puedan aprender sin estar sujetos a amenazas y violencias.

El informe mundial de la UNESCO titulado  Out In The Open  que trata del tema, muestra que los estudiantes que supuestamente no se ajustan a las normas vigentes relativas al sexo y el género, comprendidas las personas lesbianas, gays, bisexuales o transgénero (colectivo LGBT), son especialmente vulnerables. En los Estados Unidos, el 85 por ciento de los alumnos LGBT ha padecido violencia homófobica y transfóbica en la escuela, mientras que en Tailandia el 24 por ciento de los estudiantes heterosexuales fueron víctimas de la violencia porque se consideró que su expresión de género no se ajustaba a las pautas vigentes.

Tolerancia cero con todas las modalidades de acoso

En la reunión celebrada en la UNESCO en mayo pasado, el Ministro de Educación e Investigación de Noruega, el Sr. Torbjørn Røe Isaksen, declaró: “Este no es únicamente un hecho terrible para todos los alumnos o padres involucrados, sino que también constituye un grave problema para nuestras sociedades. Debemos tener tolerancia cero con todas las modalidades de acoso y prestar especial atención a los grupos ya vulnerables”, afirmó.

La Ministra danesa de la Infancia, la Educación y la Igualdad de Género, la Sra.Ellen Trane Nørby, dijo que el acoso homófobico y transfóbico que se ejerce en la escuela tiene graves consecuencias para el bienestar y las perspectivas futuras de niños y jóvenes.

El texto final del Llamamiento Ministerial a la Acción, en el que figurará la lista de todos los países adherentes, se publicará en septiembre de 2016. El documento figurará en una nueva publicación de la Oficina de la Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre la Violencia contra los Niñosque tratará de la protección de los niños contra el acoso y el ciberacoso. Esta publicación saldrá a la luz durante la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGA), que tendrá lugar en octubre de 2016.

Los países que hasta el momento se han adherido al Llamamiento Ministerial a la Acción son los siguientes: Albania, Alemania, Andorra, Argentina, Austria, Bélgica, Bolivia (Estado Plurinacional de), Cabo Verde, Canadá, República Checa, Chile, Colombia, Costa Rica, Dinamarca, El Salvador, España, Fiji, Filipinas, Finlandia, Francia, Grecia, Guatemala, Honduras, Israel, Italia, Japón, Madagascar, Malta, Mauricio, México, Moldova, Montenegro, Mozambique, Países Bajos, Nicaragua, Noruega, Panamá, Perú, Rumania, Serbia, Sudáfrica, Suecia, Suiza, Estados Unidos de América y Uruguay.

Fuente: http://www.ibercampus.es/45-paises-se-comprometen-a-erradicar-la-violencia-homofobica-y-transfobica-33524.htm

Fuente de la Imagen: https://www.google.co.ve/search?q=inclusi%C3%B3n&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjEvODuvr_OAhUCLSYKHQrdB4gQ_AUICCgB&biw=1024&bih=485#tbm=isch&q=+No+homofobia&imgrc=mxYW9il7nTY4rM%3A

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Poniéndome a prueba

Por: Mauro Berchi

Aclaraciones metodológicas

Mis trabajos en el área de educación de adolescentes privados de libertad fueron desarrollados con el múltiple propósito de, por un lado, intervenir en la realidad de los detenidos, es decir, grosso modo, incidir en su conducta y, de ser posible, en la construcción de su subjetividad; y, por otro, realizar un diagnóstico, para poder trazar perspectivas que pudieran ser evaluadas y corregidas regularmente, implementando técnicas propias de la investigación cualitativa, como la observación participante o herramientas de etnometodología. (Garfinkel, 1967) (Agustín Bueno Bueno, 2002).

Es decir que, al tiempo que desarrollaba mis tareas pedagógicas con los adolescentes detenidos en el CREU Ituzaingó y, posteriormente, Lomas de Zamora[1], tomaba notas y apuntes con los que elaborábamos un diagnóstico institucional y poblacional, redactaba junto con las demás áreas un Proyecto Institucional, diseñaba líneas de acción, corregía errores, deconstruía críticamente mis propias prácticas y discursos, prejuicios, etc.

 Así, pues, podría decirse que en ese tren, fui protagonizandoexperiencias en el sentido en que trabaja el concepto Jorge Larrosa (Larrosa, 2003). En este sentido, mis experiencias en el trabajo educativo con adolescentes bonaerenses detenidos conforman un conjunto de intervenciones educativas, aportes de hipótesis respecto del encierro, reflexiones en torno del trabajo interdisciplinar en las instituciones penales juveniles, etc.

Aún cuando dejo claro que este fue el modo de encarar el trabajo por falta de otro mejor, más establecido, racionalizado o diseñado como instrumento científico (falencia atribuible a la dirigencia de la Secretaría de Niñez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires), también considero que es, casualmente, el ámbito de la educación de jóvenes en contextos de encierro, una arena propicia para hacer factibles experiencias como las que me ha tocado protagonizar. Y cuyos matices he intentado plasmar en numerosos trabajos, algunos de los cuales volcaré en este espacio virtual.

En el principio fue la tragedia

Es justo recordar que las experiencias de las que se puede dar cuenta en materia de adolescentes privados de libertad en la provincia de Buenos Aires, son fruto de la tragedia. En efecto, el ex gobernador Felipe Solá, se ocupó de implementar el Sistema de Responsabilidad penal Juvenil  luego de la “Masacre de Quilmes”:

El 20 de octubre de 2004, cerca de la medianoche, Elías Giménez (15), Diego Maldonado (16), Miguel Aranda (17) y Manuel Figueroa (17) iniciaron una quema de colchones en sus celdas de la comisaría 1ra. de Quilmes, situada en la esquina de Alem y Sarmiento, en pleno centro de esa ciudad. (…) Los detenidos protestaban por el abuso y privación de derechos que sufrían diariamente. El resultado del motín fue la muerte de los jóvenes citados, y la condena, 11 años después, de los policías que se encontraban esa noche de guardia. De acuerdo con la sentencia, ese día los jóvenes fueron torturados en la dependencia policial y luego se los dejó morir en el incendio que ellos provocaron al iniciar el  motín. (Página 12, 2015).

Más allá de su brutalidad, la “Masacre de Quilmes” desnudó un sinnúmero de anomalías en lo referente a Derechos del Niño[2] en Argentina, y especialmente en Buenos Aires, donde la vulneración de derechos de personas de entre 0 y 18 años se presenta en mayor número y gravedad.

Distintas ONGs pusieron el ojo en las condiciones de detención y juzgamiento de los jóvenes delincuentes de entonces, y saltó a la vista que, aún cuando el país había suscrito a toda la normativa supranacional garantista en la materia, nada se había hecho para adecuarse a ello.

Para pasarlo en limpio: en 2004, no debió haber habido ningún niño en ninguna comisaría, porque en 1990 Argentina había firmado y ratificado, entre otros tratados, la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño  (Congreso de la Nación Agentina , 1990). Para colmo, en 1994 esa y todas las normas internacionales firmadas por la nación, habían cobrado rango constitucional desde su inclusión en el artículo 75 inciso 22, fruto de la última reforma de la Carta Magna. Por eso, vale decir que la “Masacre de Quilmes” fue, al mismo tiempo, una tragedia y una vergüenza nacional.

Así pues, en 2005, Solá dio la orden de mudar a los niños bonaerenses detenidos en comisarías por la presunta comisión de delitos graves, a un ala de la Unidad Penitenciaria de adultos N° 39, de Ituzaingó, Partido de Morón. Y allí comencé a trabajar, implementando un taller de comunicación.

A un año de implementarse los talleres, algunos resultados eran particularmente notables. Entre ellos, por ejemplo, es dable citar la edición -de forma artesanal e independiente, por cierto-  de dos números de la revista que los mismos detenidos quisieron fundar. Con el nombre “CRI” (Centro de Recepción Ituzaingó) los adolescentes que participaban del taller plasmaron, en sus páginas, relatos de primera mano: motines, peleas, sanciones, condiciones de vida en reclusión.

Como parte de los ejercicios narrativos y periodísticos, se entrevistaron entre sí y conversaron, incluso, con los adultos, ya fueran miembros del Equipo Técnico o, lo menos pensado, Asistentes de Minoridad, quienes demostraron poseer más cualidades que las estrictamente necesarias para vigilar y castigar.

Vale destacar, también, que algunos pibes supieron dibujar, con sorprendente habilidad, visiones propias del encierro: su celda, o un compañero escribiéndole una carta a su madre, o la inundación posterior a un incendio, iniciado intencionalmente, como protesta.

La implementación positiva de estos talleres, tanto como laintervención pedagógica (Berchi & Moya, 2006) en el trabajo cotidiano de todos los adultos en contacto con los adolescentes, trajeron como consecuencia que el “modelo Lomas” cobrara cierta notoriedad. En ese marco, fui invitado por el Instituto Superior De Piero[3] para dar una charla respecto de algunas de mis experiencias en el trabajo que realizaba. Extracto, seguidamente, parte de lo que expuse aquél 29 de agosto de 2007.

Poniéndome a prueba

La primera experiencia sobresaliente se dio un sábado de junio de 2005, apenas un mes y pico después de empezar a trabajar en el CREU Ituzaingó. Por lo compleja, la recuerdo vívidamente:

Llego a las 8:30. Para entrar hay que golpear un enorme portón gris y anunciarse, por la mirilla, a un efectivo del Servicio Penitenciario Bonaerense, quien me recibía armado y con ropa de fajina.

La Unidad Penitenciaria de adultos Nº 39, de la localidad citada, es un cuadrado de concreto cuyos lados miden más de 100 metros, están pintados color gris y amarillo pálido, y circundados por una villa bastante más grande que la cárcel. Desde afuera, veo que cada pared termina, en su borde superior, con un alambre de púas en tirabuzón, como en las películas viejas. 

El portón se abre y de allí sale, hacia adelante, una calle de asfalto de unos 80 metros. Alrededor, bruma y descampado. Más paredes grises y alambres de púa interrumpidos, cada tanto, por escaleras que culminan en garitas, desde las cuales, otros efectivos como el que me recibió, me vigilan y me saludan a través de la ventana, sin soltar su escopeta.

Paso un portón de rejas a la derecha, donde otro efectivo me invita a dejar mi DNI. Ahora bordeo un cuadrado igual al de afuera pero más pequeño, hasta llegar al  sector que se le ha asignado a los más de 100 adolescentes presuntos delincuentes provenientes de cualquier parte de la provincia, a quienes el ministro de seguridad, Juan Pablo Cafiero, ordenó alojar allí luego de la “Masacre de Quilmes”.

Llama mi atención que el pasto que rodea el sector cedido a la –hasta entonces- Subsecretaría de Minoridad del Ministerio de Desarrollo Humano del GPBA está inundado. Flotan bandejas de plástico con restos de comida, colillas de cigarrillo, zapatillas, maquinitas de afeitar, patas de alguna mesa de jardín, y una manguera de incendio.

Ingreso al espacio cedido para realizar el taller, que no es otro que el salón de requisa, es decir, un cubo de cemento con una sola ventana clausurada, una mesa blanca de plástico y seis sillas del mismo material. Una vez dentro del “aula” separo diarios y revistas sobre la mesa, y coloco una birome y una hoja de impresora tamaño oficio por silla.

Son las diez y media y llegan los alumnos. De los seis, sólo tres desayunaron. Cuatro vienen fumando, en ojotas, bermudas y remera. Cinco de ellos tienen alguno de sus  brazos lleno de tajos en vías de cicatrización, más o menos desde el hombro hasta el codo. Todos repasan los incidentes ocurridos durante la noche, tema que domina la primera parte del taller.

Seba es extrovertido; el chistoso del grupo. La consigna no siempre lo interesa. Habitualmente mira las fotos de las revistas, pregunta quiénes son los personajes que aparecen, pero no puede escribir una historia para ellos porque es analfabeto. Por ello, por lo general, dibuja. Pero hoy está demasiado inquieto. Fuma sin parar, va y viene, habla constantemente, y distrae al resto.

De pronto, le da una patada la puerta del aula. Ella golpea contra el marco y queda trabada sin poder ser abierta desde adentro, porque no tiene picaporte. Seba mira a sus compañeros y exclama: “Uy nos quedamos encerrados con el maestro… ¿y ahora? Mirá si lo tomamos de rehén”. Los demás se ríen cada vez más fuerte y se levantan de sus asientos. Yo también lo hago; Seba me pasa su brazo desde atrás por alrededor del cuello, y me pregunta dónde voy.

Yo me rio disimulando los nervios. Contesto como sobrando la situación, fingiendo que doy por descontado que se trata de una broma. Logro quitarme a Seba de encima, y le pido que vuelva su silla, porque así distrae a los demás. Jamás me doy por agredido ni intimidado. Ofrezco ayuda a otro alumno, me siento.

Cinco minutos más tarde,  vuelvo a pararme, golpeo la puerta y un Asistente de Minoridad acude a abrirla utilizando un picaporte que lleva en el bolsillo. La puerta debía quedar permanentemente abierta, por lo que mi compañero de trabajo me pregunta por qué está cerrada. Yo le contesto que fue el viento, y salgo junto con él. Una vez afuera, le relato lo sucedido.

Conclusiones

En ese momento, para salir del paso, resolvimos que un Asistente de Minoridad merodeara cerca del “aula” hasta terminar el taller. Todo discurrió sin sobresaltos, y los alumnos volvieron a sus celdas como siempre. Entonces, mis compañeros encargados de la seguridad me plantearon unos argumentos que veníamos debatiendo, según criterios que naturalmente se oponen: la seguridad en el encierro, por un lado; la educación, por otro. Armonizarlos, ese era el desafío.

Según los regímenes de vida de cualquier establecimiento penal juvenil de máxima seguridad bonaerense (y el del CREU Ituzaingó no era la excepción) cuando se produjo el episodio que relato, dentro del “aula” debía haber estado presente un Asistente de Minoridad cada 3 detenidos, o sea, dos adultos debieron haber estado vigilando la actividad desde adentro del recinto donde se desarrollaba.

Así, además de disuadir cualquier conducta transgresora con su sola presencia, y poder dar testimonio sobre lo ocurrido, podrían haber intervenido utilizando, de ser necesario, la fuerza mínima indispensable, para controlar la conducta de Seba, puesto que ponía en riesgo mi integridad física y amenazaba la seguridad general.

Al mismo tiempo, las biromes que en ese momento tenían los alumnos a disposición no eran las que la normativa interna de este tipo de establecimientos propone. Considerándolas elementos corto punzantes potencialmente peligrosos, la reglamentación estándar señala que, a los detenidos, se les debe proveer, para escribir, lápices o lapiceras que los Asistentes de Minoridad deben cortar a 4 centímetros contando desde la punta, para que no puedan ser empuñados.

También los picaportes se consideran elementos que los detenidos podrían utilizar para agredir o auto agredirse. Por eso, cuando mi alumno pateó la puerta, quedamos encerrados. Las puertas del encierro no poseen picaportes, sino que esos elementos son responsabilidad de los Asistentes de Minoridad, quienes los llevan encima.

Para junio de 2005, yo conocía claramente la reglamentación interna que describo, pero, luego de un mes de talleres, mis observaciones me habían llevado a las siguientes conclusiones, que expuse ante la Dirección del CREU, con resultado positivo:

Si la actividad que yo pretendía implementar, se proponía como un espacio donde los detenidos pudieran comenzar a construir una identidad fundada en la interpelación propia del vínculo pedagógico (Martorell, 2006), el espacio donde se dictaran los talleres debía des investirse de lo penal – punitivo, para poder ser registrado por parte de los adolescentes como educativo.

En este sentido, la presencia dentro del “aula” del personal encargado de la seguridad, interfería permanentemente en la construcción de ese vínculo. Los detenidos no podían reconocerse como alumnos allí donde percibían la mirada vigilante de quienes encarnaban la seguridad. Los desafiaban, dialogaban con ellos utilizando términos propios de la jerga carcelaria, referían acontecimientos que los distraían de las actividades del taller.

En consecuencia, para que se construyera una identidad pedagógica de su parte, y me reconocieran a mí como su docente, debía ser yo, allí dentro, su único Referente u Otro (Martorell, 2006). Eso me permitiría, asimismo, revisar y desandar sistemáticamente el discurso y las conductas desviadas de los alumnos, sobre la base, precisamente, de tratarlos como tales, según su rol pedagógico: en el “aula”, no eran detenidos, sino alumnos.

Por ende, todo aquello que, en su actuar y su decir, no guardara coherencia con esa identidad, (cuyas características también habríamos de construir juntos) sería puesto de relieve por mí, su docente. Sólo de esa forma podría yo interpelarlos en el cumplimiento de las normas, el respeto por los valores socialmente aceptados, etc.

Y dentro de la misma consideración ingresaban los elementos a utilizar. Si las biromes cortadas eran “tumberas”, es decir, las del ámbito de privación de libertad y encierro[4], las que los confirmaban en su calidad de detenidos, en el ámbito educativo debían utilizarse elementos propios de la educación, verbigracia, útiles escolares comunes y corrientes.

Los alumnos y yo, en forma constructiva y colaborativa, debíamos reconocer el contexto pedagógico al punto de que ello nos permitiera asignar a las cosas un significado acorde a dicho contexto.

Así, una birome en la celda es un elemento corto punzante, porque se lo interpreta en el contexto punitivo – carcelario, vinculándoselo con la violencia, y la identidad transgresora del detenido, presuntamente delincuente  (no olvidemos que los adolescentes de los CREU están procesados, no condenados).

Pero en el “aula”, una birome es una herramienta de estudio, de creación, de aprendizaje; por lo que queda afuera del marco de interpretación y de la construcción de sentido pedagógico, la posibilidad de que sea peligrosa, empuñable, utilizada para herir. Lo mismo ocurre con otros elementos que se utilizaban en el taller, como tijeras, o sacapuntas.

Y dado que también yo debía revalidar constantemente mi condición de docente, es decir, adulto en contacto con los detenidos que los interpela desde su rol de alumnos, no delincuentes, yo no poseía picaporte. Cada vez que un alumno solicitaba salir del “aula”, o ingresar a un lugar cerrado, yo llamaba a un Asistente de Minoridad para que abriera la puerta si ella estaba cerrada. De ese modo, me distinguía de quienes ejercían funciones de control y seguridad, y reafirmaba mi identidad docente.

En el trabajo de deconstruir y reconstruir permanentemente el sentido aplicado a las cosas, los espacios, y los cuerpos, para trabajar, así, sobre las identidades, elegí correr riesgos como en la experiencia que relaté más arriba.

Esto planteaba un conflicto de intereses, responsabilidades y roles hacia adentro de la institución, porque obligaba a armonizar modos de intervención que parten de valores contrapuestos: en el encierro, el criterio punitivo de vigilar y castigar (Foucault, 1970)redunda en la falta de libertad: cuerpos quietos y encerrados, es más y mejor control y seguridad. Pero en el espacio pedagógico, allí donde se busca que el alumno construya su identidad trabajando su propia subjetividad, la libertad es un valor primordial.

En la imbricación de estas dos instituciones en un mismo espacio físico, y aun habiendo obtenido respaldo por parte de los directivos del CREU, hube de defender y sostener con mi propio cuerpo los argumentos pedagógicos citados. De acuerdo con mi experiencia, todo otro intento hubiese fracasado.

Bibliografía

·         Agustín Bueno Bueno, A. R. (2002). Guía didáctica de psicología de la intervención social. Alicante: Club universitario.

·         Berchi, M. A., & Moya, O. (2006). Intervención pedagógica. Un nuevo paradigma en el acompañamiento de jóvenes en conflicto con la ley penal. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.

·         Congreso de la Nación Agentina . (22 de Octubre de 1990). Infoleg. Recuperado el 24 de Noviembre de 2015, de http://www.infoleg.gob.ar/infolegInternet/verNorma.do?id=249

·         Congreso de la Nación Argentina. (26 de Octubre de 2005). Infoleg. Recuperado el 25 de Noviembre de 2015, de http://infoleg.mecon.gov.ar/infolegInternet/verNorma.do?id=110778

·         Foucault, M. (1970). Vigilar y castigar. París: Gallimard.

·         Garfinkel, H. (1967). Studies in etnomethodology. Nueva Jersey: Prentice-Hall.

·         Larrosa, J. (2003). La experiencia y sus lenguajes. La experiencia y sus lenguajes. Algunas notas sobre la experiencia y sus lenguajes. Barcelona.

·         Martorell, E. (2006). De la violencia a la subjetividad, una interrogación en torno de refundar el territorio de escolar. Idem (pág. sin especificar). Buenos Aires: Observatorio de Violencia.

·         Página 12. (19 de octubre de Octubre de 2015). Diez policías condenados por la «Masacre de Quilmes». Quilmes, Buenos Aires, Argentina.


[1] La medida destinada a alojar a los niños detenidos en comisaría, en Centros de Recepción, Evaluación y Ubicación (CREU) de Jóvenes en conflicto con la ley penal, tal como lo define la legislación, se implementó en dos etapas: durante 2005, para resolver la urgencia, se habilitó, de forma provisoria, un ala de la Unidad N° 39 del Penal de Ituzaingó. Mientras, se construía el CREU Lomas de Zamora. Una vez terminado, nos mudamos allí, a principio de 2006.

[2] Para la legislación vigente, en Argentina se considera niño a toda persona de entre 0 y 18 años. Ver, entre otros, ley nacional 26061 (Congreso de la Nación Argentina, 2005).

[3] http://portal.depiero.edu.ar/.

[4] En la jerga carcelaria, la “tumba” es la celda, por lo que “tumbero” es un calificativo aplicable a todo aquello que es propio del ámbito carcelario.

Fuente: http://cj-worldnews.com/spain/index.php/es/criminologia-30/menores-y-violencia/item/2921-poniendome-a-prueba

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ACNUR advierte del hacinamiento y falta de fondos ante la agudización de la crisis de desplazamiento en Sudán del Sur

África/Sudan del Sur/ 13 de agosto de 2016/ Fuente: ACNUR

Con miles de refugiados huyendo de Sudán del Sur, los países vecinos están sufriendo la presión derivada del elevado número de personas desplazadas y de la grave falta de financiación necesaria para atenderlas. La región acoge ya a 930.000 refugiados y su número aumenta cada día. ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, está muy preocupada porque a pesar de que la población refugiada crece, los fondos para cubrir sus necesidades básicas se están agotando.

El estallido de la violencia en Yuba en julio parece haber inclinado la balanza contra una inminente solución política del conflicto en Sudán del Sur. Hay numerosos informes de enfrentamientos armados esporádicos, violaciones de derechos humanos, incluyendo violencia sexual y de género por parte de grupos armados, y sobre el empeoramiento de la inseguridad alimentaria, lo que inflige un inmenso sufrimiento. Las condiciones de seguridad son impredecibles, debido a los informes de la reanudación de los combates en los estados de Ecuatoria Central y Occidental, Bahr el Ghazal Occidental, Alto Nilo y partes de Unity.

Lo que agrava aún más la situación es el deterioro de la economía, que ha sufrido un aumento de la inflación sin precedentes, del 600 por ciento en el último año. Esta es la situación cuando se acerca el aniversario del acuerdo de paz, firmado en agosto de 2015. En áreas consideradas previamente estables, como Gran Ecuatoria y Gran Bahr-el-Ghazal, unas 200.000 personas se han visto obligadas a huir de la violencia.

Uganda y Sudán han recibido 110.000 y 100.000 recién llegados respectivamente en 2016, sumando conjuntamente más del 90 por ciento de las llegadas contabilizadas en la región durante este año. La mayoría de los que huyeron a Sudán llegaron en los primeros seis meses del año debido a los combates en áreas previamente estables en el estado de Bahr el Ghazal Occidental, así como al deterioro de la seguridad alimentaria. Además de los números de refugiados, hay 1,61 millones de personas desplazadas dentro de Sudán del Sur.

En el caso de Uganda, tres cuartas partes de los refugiados llegaron tras el estallido del conflicto en julio, alcanzando picos de más de 8.000 personas en un día. Los testimonios de los recién llegados, de los cuales el 90 por ciento corresponden a mujeres y niños sobre todo de Yuba y otras partes de Ecuatoria Central, señalan un colapso del orden público en las zonas de las que son originarios. Los refugiados describen una violencia incontrolada, que incluye asesinatos, enfrentamientos entre fuerzas gubernamentales y grupos armados, robos y extorsiones por parte de estos últimos, que además impiden la salida de quienes no pueden pagar, así como agresiones sexuales a las mujeres. Los refugiados también cuentan que estos grupos armados están secuestrando niños mayores de 12 años en los colegios y amenazando a la población. También se apunta a un alza de las desapariciones de personas.

El Gobierno de Uganda ha abierto un nuevo asentamiento en el noroeste del país, en Yumbe, con capacidad para más de 100.000 personas. Se necesitan fondos de manera urgente para acelerar la reubicación de más de 45.000 refugiados que están en centros de recepción y de tránsito sobrecargados y severamente congestionados. Con tanta gente viviendo en un espacio tan limitado, la posibilidad de que se produzcan brotes de enfermedades es alta. Los equipos de ACNUR están supervisando de cerca la situación, pero se necesitan más recursos para responder eficazmente. Con algunos centros de recepción a más de cinco veces su capacidad, resultan críticas las intervenciones en materia de protección, particularmente las centradas en la prevención y la respuesta a la violencia sexual y de género, incluyendo servicios psicosociales. El elevado número de refugiados está sobrecargando los servicios locales de salud y educación.

El desarrollo del asentamiento Maaji III, que se abrió a principios de año, se ha visto paralizado, dejando a las instalaciones sin infraestructuras ni servicios básicos clave: por ejemplo la atención médica se está proporcionando en tiendas de campaña. En Adjumani, a unos 20 km de la frontera con Sudán del Sur, el abastecimiento de agua potable se hace a través de camiones cisterna -lo que ya de por sí resulta caro- hasta que se disponga de los recursos necesarios para perforar más pozos y ampliar los sistemas hídricos para que lleguen a las nuevas áreas de asentamiento. Adicionalmente, se precisará una inversión adicional importante para abrir nuevos asentamientos en los distritos de Adjumani y Yumbe.

Las lluvias torrenciales obstaculizan los esfuerzos de ayuda, retrasando las labores de reubicación y provocando daños en las carreteras. Se teme que, en caso de que se produzcan brotes de enfermedades, las capacidades y recursos existentes resulten insuficientes para responder de manera eficaz.

Ante la desesperada necesidad de la población de refugiados sursudaneses, cuyo número asciende ya a 930.000, ACNUR se enfrenta a una crítica escasez de fondos. Con un 20% de los fondos necesarios recibidos -122 millones de dólares sobre 608,8 millones- que ACNUR necesita para proporcionar asistencia a los refugiados en Sudán del Sur y en los seis países de asilo, muchas actividades se han visto suspendidas para poder proporcionar apoyo esencial a los recién llegados. Las regiones remotas de Uganda, Sudán, la República Democrática del Congo y la República Centroafricana son las más afectadas por esta escasez, ya que ACNUR no contaba previamente allí con personal. Etiopía y Sudán, que han experimentado una afluencia masiva de llegadas, se han visto asimismo fuertemente afectados.

ACNUR elogia la generosidad de los países que mantienen sus fronteras abiertas a los refugiados sursudaneses y les proporcionan terrenos para establecerse. En particular, la Agencia aplaude la generosa legislación y el régimen normativo ugandés sobre refugiados, que entre otros beneficios permite a los refugiados tener libertad de circulación, derecho a buscar empleo y pone a su disposición parcelas de tierra en los que construir sus hogares y poder cultivar.

ACNUR apela a la comunidad internacional a que apoye a los países de asilo para proteger y asistir a los refugiados sursudaneses. La continuada escasez de fondos supondrá mayores desventajas para mujeres, niños y hombres que necesitan urgentemente de ayuda para superar el trauma del desplazamiento forzado y emprender la senda de la recuperación, la dignidad y la autosuficiencia. La incapacidad para proporcionar alimentos, cobijo, servicios básicos, asistencia psicosocial, educación y medios de subsistencia aumenta y prolonga la vulnerabilidad de la población refugiada.

Fuente:http://www.acnur.org/noticias/noticia/acnur-advierte-del-hacinamiento-y-falta-de-fondos-ante-la-agudizacion-de-la-crisis-de-desplazamiento-en-sudan-del-sur/

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Canadá y el asunto indígena: pasos hacia un nuevo futuro

Canadá/11 agosto 2016/Fuente: Bez

El Gobierno canadiense anuncia la puesta en marcha de una investigación federal independiente sobre la violencia y desaparición de mujeres indígenas. Esta medida pone de nuevo el foco en un conflicto social que persigue a la historia del país. Medidas como estas dan esperanzas a la población aborigen y ayudan a alcanzar la reconciliación que tanta falta hace en el país norteamericano.

En Canadá a la población indígena se la conoce como first nation (primera nación). Son los herederos de aquellas gentes que habitaron la tierra de las Rocosas, el Yukatán y cabalgaron en las llanuras de Saskatchewan.

Hace una semana, Carolyn Bennet, la ministra para Asuntos Indígenas, anunciaba que se iba a formar una comisión independiente para llevar a cabo una investigación federal en torno a las desapariciones y asesinatos de mujeres indígenas en Canadá. La violencia que han sufrido y continúan sufriendo las mujeres en las comunidades indígenas del país norteamericano ha sido descrita como una crisis de derechos humanos por distintas organizaciones.

Las tasas de violencia contra la mujer en estas comunidades son preocupantemente altas. Según los últimos informes, entre los años 1980 y 2014, 1017 mujeres indígenas han sido asesinadas en el país y cerca de 170 continúan desaparecidas.

Según informes de agencias de investigación, las mujeres indígenas de más de 15 años tienen un 3,5 más de probabilidades de sufrir violencia que sus congéneres. Del mismo modo, nacer mujer indígena en Canadá supone tener cinco veces más probabilidades de morir de forma violenta.

La situación de desprotección que vive la mujer indígena canadiense es el resultado de todo un sistema en el que la población aborigen del territorio se encuentra discriminada y perdida. La impronta que el colonialismo canadiense ha dejado en estas comunidades se puede percibir en el desarraigo y problemas socioeconómicos a los que se enfrentan. No hay más que pasearse por las calles de ciudades de la Columbia Británica para comprobar la brecha que existe entre la población blanca y los indígenas. Los problemas socioculturales a los que las comunidades de indios canadienses tienen que hacer frente en su día a día les han llevado a una situación de marginalización. Se ha extendido un desarraigo entre los individuos, creado una pérdida de identidad que daña a las distintas comunidades de Canadá.

Aculturamiento y ruptura con sus raíces

Esto tiene su origen en la etapa de los años cincuenta/sesenta, en la que se desarrollaron planes de aculturamiento de la población indígena a lo largo y ancho del territorio. Durante estos años se vivió una segregación constante de esta primera nación. Los colonos expusieron a los indios a abusos, diferenciación, y políticas muy agresivas con su cultura.

Destacan las consecuencias que tuvieron los programas educativos por los cuales los menores eran alejados de sus familias, internados en centros de educación para ser posteriormente adoptados de manera forzosa por familias blancas. Con el fin de educar a este grupo en la cultura del progreso, los colonos y sus programas de aculturamiento marcaron el futuro de muchas generaciones.

Aquellos niños, ahora adultos, sufrieron infinidad de abusos -fisicos y psiquicos- en todo este proceso. Estos traumas han pasado de padres a hijos creando un problema generalizado entre toda la población indígena. Durante todo ese proceso, los lazos con su cultura se rompieron. Los indígenas han sido asimilados por el desarrollo del país. En la actualidad un 54% de la población indígena canadiense reside en ciudades. En ellas es infinitamente más complejo para ellos encontrar lazos con el pasado de sus comunidades.

Ante ello, la mayoría de indígenas entra en una situación de pérdida completa o parcial de su identidad. Conscientes de su origen, son incapaces de hallar un vínculo con el pasado nativo del que tanto han oído hablar. Lo que se conoce como segundas generaciones son los hijos de aquellos niños traumatizados que, pese a los calvarios que vivieron, sí llegaron a conocer sus raíces. Por el contrario, esta nueva generación de jóvenes tiene que abrirse camino en un mundo que les recuerda quienes son mientras muchos de sus mayores buscan refugio en drogas y alcohol huyendo de su pasado.

Suicidios y violencia de género

La tasa de suicidio entre la población indígena es notablemente más alta que la del resto de canadienses. Actualmente el suicidio y las autolesiones son la principal causa de muerte entre la población indígena por debajo de 44 años. Entre mujeres, 35 de cada 100.000 mujeres indígenas cometerá suicidio frente a las cincono indígenas. En el lado masculino las cifras se disparan, 126 de cada 100.000 indios cometerán suicidio, y solo 24 de cada 100.000 no-indígenas lo hará.

Dentro de toda esta situación, la investigación federall en torno a las muertes de mujeres indígenas pone algo de luz sobre la situación general de toda la comunidad india de Canadá. La muerte violenta de mujeres y las desapariciones tienen una relación directa con las condiciones de vida en las que estas han crecido. Los entornos familiares y socioculturales de pérdida de identidad en los que muchas mujeres viven ponen en riesgo constante su integridad física y psicológica.

Si bien la investigación no solventará el daño causado a al menos dos generaciones de indios, sí que supone un paso más en el proceso de reconciliación que Ottawa lleva a cabo desde hace unos años. El reconocimiento del problema de la violencia que sufren las mujeres aborígenes es un modo más de reconocer el error que se ha cometido con estas gentes. Día a día, con el fomento de investigaciones gubernamentales de esta índole, las comunidades indígenas se alejan de la última posición a la que fueron relegadas para volver a ser la primera nación que un día fueron.

Fuente: http://www.bez.es/798657331/Canada-asunto-indigena-pasos-hacia-nuevo-futuro.html

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The Racist Killing Machine in the Age of Anti-Politics

In the Castile case, the police fired into the car with a child in the back seat–a point rarely mentioned in the mainstream press. At the same time, the power of violence as a tool for expending rage and addressing deeply felt injustices has resulted in a young black man mimicking the tools of state violence by deliberately killing five police officers and wounding seven others in Dallas, Texas. This is a horrendous and despicable act of violence but it must be understood in a system in which violence is disproportionately waged against poor blacks, immigrants, Muslims, and others who are now defined as excess and pathologized as disposable. The killings in Dallas speak to a brutal mindset and culture of mistrust and fear in which violence has become the only legitimate form of mediation

In the increasingly violent landscape of anti-politics, mediation disappears, dissent is squelched, repression operates with impunity, the ethical imagination withers, and the power of representation is on the side of spectacularized state violence. Violence both at the level of the state and in the hands of everyday citizens has become a substitute for genuine forms of agency, citizenship, and mutually informed dialogue and community interaction.

Etienne Balibar has pointed out that “as citizenship is emptied of its content,”[i] the right to be represented is ceded to the financial elite and the institutions of repression or what Althusser once called the “repressive state apparatuses.” Under such circumstances, politics is replaced by a form of “antipolitics” in which the representative and repressive machineries of the state combine to objectify, dehumanize, and humiliate through racial profiling, eliminate crucial social provisions, transform poor black neighborhoods into war zones, militarize the police, undermine the system of justice, and all too willingly use violence to both to punish blacks and to signal to them that any form of dissent can cost them their lives. But such apparatuses do more, they willfully exclude and repress the historical memories of racial violence waged by both the police and other racist institutions.[ii] They have no choice since such histories point to the deeply embedded structural nature of such violence as a reproach to the bad cops theory of racist violence.

What we are observing is not simply the overt face of a militarized police culture, the lack of community policing, deeply entrenched anti-democratic tendencies, or the toxic consequences of a culture of violence that saturates every day life. We are in a new historical era, one that is marked a culture of lawlessness, extreme violence, and disposability, fueled, in part, by a culture of fear, a war on terror, and a deeply overt racist culture that is unapologetic in its disciplinary and exclusionary practices. This deep seated racism is reinforced by a culture of cruelty that is the modus operandi of neoliberal capitalism–a cage culture, a culture of combat, a hyper masculine culture that views killing those most vulnerable as sport, entertainment, and policy.

The United States is in the midst of a crisis of of governance, author­ity, and representation and as historical narratives of injustice and resistance fade there emerges a further crisis of individual and collective agency, along with a crisis of the identity and purpose regarding the very meaning of governance. As democratic public spheres disappear and the state increasing turns to violence to address social problems, lawlessness becomes normalized and violence becomes the only form of mediation. This is fueled by a discourse of objectification, and a race-based culture of pathology, which often finds expression not only in police violence but also in scattered mass shootings and a tsunami of everyday violence in America’s major cities, such as Chicago. Politics has been emptied out, lacking any representative substance, and opens the social landscape to the dangerous forces of right-wing populism and ultra-nationalism, both of which are deeply racist in their ideological discourse and their relationship to those excluded others.

Americans are witnessing not simply the breakdown of democracy but the legitimization of a society in the grips of what might be called a politics of domestic terrorism, a kind of anti-politics that rejects the underlying values of a democracy and is unwilling to reclaim its democratic tendencies while deepening its civic principles. The U.S. is deep into the entrails of an updated authoritarianism and until that is recognized under such circumstances violence will escalate, people of color will be killed, whites will claim they are the real victims, and the discourse of racial objectification will become, as it has, a visible if not embraced signpost of an anti-politics that defines the varied landscapes of power and institutions of everyday life.

The ultimate mark of terrorism both domestic and foreign is a hatred of the other, a certainty that defines dialogue, an ignorance that embraces the power of the mob and the redemptive force of the savior. As America moves dangerously close to embracing such an authoritarian social order and the politicians who endorse it, indiscriminate and intolerable violence will assume a kind of legitimacy that allows people to look away, refuse to recognize their own powerlessness, and align them with a barbarism in the making. All of this bears the weight of a history in which such indifference is easily transformed into the worst forms of state violence. The face of white supremacy and state terrorism, with its long legacy of slavery, lynching, and brutality has become normalized, if not supported by one major political party, a large percentage of the public endorsing Donald Trump, and a corporate and financial elite wedded only to increasing their power and profits. We are in a new historical era that is widening the scope and range of violence-an expansive age of disposability that widens the net of those considered expendable if not dangerous.

Some conservatives such as David Brooks have argued that the collapse of character and the rise of a form of political narcissism are producing deeply troubling forms of authoritarianism.[iii] That analysis is too facile, and ignores the underlying social, economic, and political conditions that concentrate power in very few hands, distribute wealth largely to the upper 1 percent, eliminate social services, and destroy those institutions capable of producing a culture of critique, empathy, and engaged citizenship. The old age of the social contract and social democracy is dead; the economic foundations that once supported large segments of the working class have been destroyed by the forces of globalization; and the promise of a collective ethical imagination has given way to the tawdry self-indulgence and self-interest that drives a consumer and celebrity culture. Not only have too many Americans become prisoners of their own experience, they also  have become passive in the face of state violence, a culture of extreme violence, and a web of mainstream cultural apparatuses that trade in violence as sport and entertainment.

Racism is one register of such violence, but in the age of cell phones and video cameras it has become more visible, and its brutalizing imagery contains the possibility for mobilizing social formations such as the Black Lives Matter Movement to both expose and eliminate its underlying ideologies and structures. At the same time, such blatant acts of racism offer a false sense of community to those being organized around hate and anger, resulting in a blind devotion to false prophets, such as Donald Trump, who trade in fear and despair.

Let’s hope that the current crisis we are witnessing as it appears to unfold daily will transform cries of collective outrage into a social movement that is organized around a call for economic and social justice, one less intent on calling for reforms than for eliminating a neoliberal economic order steeped in corruption, racism, and violence.

Notes.

[i] Etienne Balibar, “Uprisings in Banlieues,” Equaliberty, [Durham: Duke University, 2014] pp. 252

[ii] See, for instance, Jerome H. Skolnick, The Politics of Protest: Task Force on Violent Aspects of Protest and Confrontation of the National Commission on the Causes and Prevention of Violence 2nd Revised edition (New York: NYU Press, 2010). Also see Jonathan Simon,Governing Through Crime: How the War on Crime Transformed American Democracy and Created a Culture of Fear (New York: Oxford University Press, 2009).

[iii] David Brooks, “The Governing Cancer of Our Times,” The New York Times, [February 26, 2016] Online: http://www.nytimes.com/2016/02/26/opinion/the-governing-cancer-of-our-time.html?_r=0

  • Articulo tomado de: http://www.counterpunch.org/2016/07/08/the-racist-killing-machine-in-the-age-of-anti-politics/

 

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Un Cura del S. XVII más feminista que tú

Por Marina Pibernat

En general, poco se habla de lo que conocemos como “querella de las mujeres”; ya sea en la enseñanza obligatoria, en las universidades o en los medios de comunicación. Esto es así a pesar de que la querella de las mujeres fue un intenso debate en los campos filosófico, político y literario que abarcó toda Europa durante la segunda mitad de la Edad Media y toda la Edad Moderna. El objeto de debate era la supuesta inferioridad natural de la mujer y, lo que es lo mismo, la supuesta superioridad natural del hombre. Como es de esperar, los participantes fueron mayoritariamente hombres. Pero allá por 1400 una mujer, Christine de Pizan, intervino con La Ciudad de las Mujeres, aportando por primera vez ideas ya propiamente feministas, reivindicativas de la igualdad entre hombres y mujeres.
Puede que a veces nos cueste pensar en términos de feminismo en períodos anteriores a la Ilustración, pero lo cierto es que las demandas de justicia social por parte de las mujeres – y hombres, como veremos – son muy anteriores a la articulación de lo que denominamos feminismo. ¿Tan raro sería que así fuera? ¿Debemos asumir las feministas que las mujeres que nos preceden asumieron impertérritas su destino subalterno? Si hubiera sido así, ¿en dónde se habría podido gestar el feminismo?
Precisamente este largo pasado “pre-feminista”, que entronca con la Ilustración y que vemos recogido en la extensa querella de las mujeres, es mantenido en los márgenes de la oficialidad; en el enésimo intento de hacer de las mujeres una especie de presencia fantasmagórica, que está pero no está, en toda la historia del pensamiento filosófico y de la acción política. De este modo, a las vivas no nos queda otra que dialogar con unos fantasmas que sólo parecen manifestarse ante nosotras para movernos los muebles que la oficialidad ha puesto en nuestras cabezas.
Unos siglos antes de que Chistine de Pizan escribiera La Ciudad de las Mujeres, muchas ya habían decidido llevar una existencia material y espiritual al margen de las estructuras de subordinación de la época, y a pesar de los discursos médicos y filosóficos que las concebían como física y moralmente débiles respecto de los hombres. Las llamadas Beguinas – Beatas, en el Reino de Castilla – si bien eran mujeres de espiritualidad y conocimiento, eran también laicas, ya que no eligieron la vida monacal porque rechazaban formar parte de la jerarquía de la iglesia, o de cualquier otra, como el matrimonio. Existieron beguinatos, como llamamos a las comunidades informales que constituyeron esas mujeres, en toda Europa, naciendo en Flandes a finales de s.XII.
Las mujeres de los beguinatos no sólo se dedicaban a la vida contemplativa y espiritual, también a la enfermería, la enseñanza y a otras actividades comerciales e industriales para poder vivir, incluyendo el pedir limosna. El origen social de las beguinas era muy diverso, desde campesinas hasta nobles, pasando por las hijas de la incipiente burguesía que se empezaba a conformar en las ciudades. Con el tiempo, hacía finales de la Edad Media, las beguinas serían perseguidas por la Inquisición, y muchas de ellas se integrarían en la Orden Jerónima; otras seguirían su camino de independencia, y continuarían siendo perseguidas.
Muchas de ellas pudieron intervenir en la querella de las mujeres a través de la escritura desde la corriente humanista – que supuso el acceso a la educación para muchas mujeres – o plasmando sus propias experiencias. Así, las beguinas representaron la vertiente más social de la querella de las mujeres, en contraposición a su vertiente académica, dominada por hombres y basada en los textos clásicos que se referían a la mujer como un ser incompleto, un hombre castrado. Los textos aristotélicos se había convertido en lectura obligatoria en las universidades desde el s. XIII.
En la segunda mitad del s. XVII, un joven parisino destinado por su familia burguesa a la carrera eclesiástica, llamadoFrançois Poulaine de la Barre y nacido en 1647, tuvo que hacer lo que cualquier estudiante de la historia conoce bien y tragar con los contenidos oficiales del programa. Pero todo aquello que caía fuera del ámbito académico era discutido igualmente en los salones literarios de la ciudad, organizados por mujeres aristócratas cultas del movimiento preciosista. Él participó en ambos espacios de debate intelectual.
Pronto se sintió atraído por la nueva filosofía cartesiana, y en 1673 hizo su aportación a la querella de las mujeres conDe la Igualdad de los Sexos, discurso físico y moral en el que se destaca la importancia de deshacerse de los prejuicios. En ella, Poulaine de la Barre aplicaba el racionalismo cartesiano llevándolo más allá, hasta el ámbito social y de las costumbres, político al fin y al cabo. Así, se anticipó a la Ilustración, y lo hizo desenmascarando el prejuicio según el cual la razón de las mujeres es naturalmente inferior a la de los hombres.
La desigualdad de bienes y de condiciones de vida hace que muchas personas juzguen que los seres humanos no somos iguales. Si buscamos en qué se fundan estas opiniones hallaremos que sólo están basadas en el interés o en la costumbre”.
Ciertamente esto parece encajar con una visión materialista de la conciencia, según la cual el contexto social, cultural y económico determinan nuestras visiones sobre el mundo y sobre los seres humanos. Además de hacer notar la influencia del medio social, este filósofo apuntó a lo que mucho más tarde llamaríamos interseccionalidad diciendo que:
No hemos observado lo que pueden hacer en nosotros los hábitos, las prácticas, la educación y el estado exterior, es decir, la combinación de factores como el sexo, la edad, la fortuna o el cargo que nos ubican en la sociedad”.
Todo esto, pues, influye en la forma de observar las verdades que se nos presentan, y es por esto que Simone de Beauvoir, más de tres siglos después, encabezaría su obra El Segundo Sexo (1949) con dos citas. La primera, de Pitágoras: “Hay un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer”. Y la segunda: “Todo cuanto han escrito los hombres sobre las mujeres debe ser sospechoso, pues son a un tiempo juez y parte”, de Poulaine de la Barre.
Con su obra de 1673, pues, nuestro cura francés fue el primero en toda la historia de la filosofía en convertir a la mujer en el sujeto epistemológico de referencia para así desvelar el prejuicio de la naturalización de la desigualdad sexual, es decir, la subordinación de la mujer. Y es precisamente relevante el hecho de que atribuyera a la cultura la desigualdad social entre hombres y mujeres, mientras que afirmaba que naturalmente son iguales en capacidades, virtud o inclinación al vicio.
En 1674 se editó un París otra obra suya, La Educación de las damas para la formación del espíritu en las ciencias y las costumbres, en la que profundizó en la cuestión de que la inteligencia no tiene sexo; y, consciente de la influencia de ese “estado exterior” al que se refirió, en la idea de una necesaria educación e instrucción de las mujeres. Se trataba de una propuesta cartesiana de método educativo como base de una educación igualitaria y universal.
Uno de los grandes filósofos de la Ilustración, ya en el sigo XVIII, que trató la cuestión de la educación en relación con la igualdad fue el misógino Rousseau – que aquí no merece negritas -. Es bien sabida la segregación con la que este filósofo trató la cuestión de las mujeres y su educación, especificado en el capítulo “Sofía” de su “Emilio” de 1762. Es por esto que Celia Amorós ha definido la obra de Poulaine de la Barre como la senda perdida entre Descartes y Rousseau. Unos planteamientos radicales y muy novedosos de igualdad entre hombres y mujeres, que tristemente parece que cayeron en saco roto, por lo menos en cuanto al discurso académico y político oficiales.
Poulaine de la Barre siguió pensando y escribiendo fiel a sus planteamientos filosóficos, lo que le llevó a enfrentarse con la jerarquía eclesiástica, a dejar el catolicismo y a pasarse al calvinismo, a casarse y tener hijos. Esto le costó el repudio de su familia y el exilio en Ginebra, donde murió en 1725. Aristóteles – que tampoco merece negritas aquí – sigue siendo lectura obligatoria en todas la universidades. No así nuestro cura francés, cuyos radicales postulados forman parte de esta fantasmagórica presencia femenina pero también feminista – en la que encontramos mujeres pero también hombres – por ser permanentemente expulsada del hilo oficial de cualquier rama del conocimiento filosófico, histórico y socio-cultural.
No hace falta detenernos extensamente en la necesidad feminista de reconstruir los hilos genealógicos de la acción política de las mujeres y del pensamiento filosófico feminista que el discurso oficial se ha encargado de ir cortando. Indudablemente Poulaine de la Barre formaría parte de estas genealogías. Si hemos querido traer aquí algunas de las tesis de este cura del s. XVII es por rescatar un importante referente entorno al debate entre cultura y naturaleza en relación al estudio del género. Somos unas cuantas personas las que percibimos un aumento de los postulados que naturalizan unas diferencias sexuales que son en realidad diferencias sociales, y en parte lo hacen apelando a la biología, al cuerpo o a la reproducción.
Poulaine de la Barre dejó claro que las diferencias biológicas no suponían racionalmente ninguna diferencia que explicara las desigualdades sociales entre hombres y mujeres, que creerlo provenía de prejuicios erróneos; aunque quienes lo sustentan pasen por grandes sabios, cuando en el fondo dicen lo mismo que cualquier ignorante. Incluso en el mismo seno del feminismo encontramos ahora visiones que definen a la mujer en función de su corporeidad y su biología antes que por su historia y sus concepciones filosóficas y antropológicas. Así, caen en el mismo error una y otra vez, probablemente por simple desconocimiento; relegando otra vez a la mujer al ámbito de lo natural, de lo biológico y, en última instancia, de lo inmutable. Y es en esta supuesta inmutabilidad, lógicamente ahistórica, que el prejuicio patriarcal lleva aferrándose miles de años. Y es que si partimos de lo inmutable, jamás podremos pensar en realizar cambios. Que todo esto sea así es más fácil cuando a la sociedad se le niega la historicidad de las concepciones sociales de lo que es la mujer o el conocimiento de la participación femenina en las revoluciones políticas, sociales y culturales.
No deja de ser irónico que un cura parisino de la Edad Moderna, de cuando aún no existía propiamente el feminismo, fuera más feminista que muchos – ya no digamos curas – hombres y mujeres, algunas hasta autodenominadas feministas, que en la actualidad siguen haciendo gala del mismo prejuicio que Poulaine de la Barre hirió de muerte sin otra herramienta que su razón. La conocida antropóloga Margaret Mead, una relevante personalidad en las teorías de la construcción del género como producto socio-cultural, ya dijo que frente al cambio social y al temor que éste provoca es fácil recurrir a explicaciones de tipo biológico que dan sensación de inmutabilidad.
Ninguna teoría o explicación científico-filosófica que no parta de la idea de cambio o que no pueda asumir la historicidad de sus propios términos tiene nada que ver con el feminismo. Es necesario que el feminismo combata este tipo de concepciones; ya que precisamente la teoría feminista debe esforzarse en obligar al conocimiento a replantearse a si mismo y a sus objetos de análisis. Dejaremos para otro día la cuestión del feminismo como epistemología, cuya primera muestra podemos ver en los textos de este contestatario cura parisino del s. XVII, François Poulaine de la Barre.
———————
Fuentes:
De Beauvoir, S. (1949) El Segundo Sexo. Ediciones Cátedra, Universitat de Valencia, 2014, Madrid.
Mead, M. (1977) Cultura y Compromiso. Gedisa Editorial, 1990, México.

Rivera Garretas, M. M; (1996). La querella de las mujeres: una interpretación desde la diferencia sexual. Política y Cultura, primavera, 25-39.

Los textos de Poulaine de la Barre son difíciles de encontrar tanto en edición física como digitalizada. En este enlace se puede acceder a parte de su obra «De la Igualdad de los Sexos» de 1673.

Fuente: http://ladyaguafiestington.blogspot.com/2016/06/un-cura-del-s-xvii-mas-feminista-que-tu.html
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