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Maestros… De periferia y marginalidad

Por: Liliana Medina de Luzón

7:00am del año 1980 en la puerta de entrada del Jardín de Infancia “Armando Reverón”, instalación educativa que en la actualidad lleva el nombre de Centro de Educación Inicial “Armando Reverón”, entre los Barrios “El Cementerio” y “Los Sin Techos”, ¡Vaya nombres, para denominar un lugar!, ubicado tan al Sur de Caracas que si asciendes un poco más tu caminar por la empinada barriada, tus ojos podrán divisar a lo lejos el Mausoleo del Ex Presidente y General Joaquín Crespo personaje de la robusta historia de un hermoso país llamado Venezuela.

Camisitas rojas, pantaloncitos azules y zapaticos negros van al ritmo apresurado del adulto madrugador dispuesto a trabajar. Huele a niñitos perfumados con colonia Menen, de sus pequeñas loncheras expelen olores maravillosos: A cahitos de jamón de la panadería de la esquina, a galleticas de fresa, arepa rellena con huevo y jamón, a pan recién tostado en un bendito hogar y, si rozas por fortuna un ladito de esa lonchera, sentirás el frío de un cuartico de jugo o rico malt (bebida achocolatada). Muchos muchachitos que no alcanzan los 6 añitos tienen caritas soñolientas y con cariño posan un besito a mamá, papá, abuelita, abuelito, hermanito mayor, tío o tía que le da la despedida para iniciar su primera etapa de formación. La maestra que recibe a la criatura sabe que algunos de sus representantes piensan que el Preescolar no es importante y que jugando no se aprende. Lo saben porque lo escuchan con desconcierto a la hora de la salida… Pregunta el adulto al niño: ¿Qué hiciste mamita y cómo te fue?, responde la niña: ¡Bien, jugué, canté con mis amiguitos e hice un dibujo! El adulto con una expresión en su cara banaliza un proceso transcendental en el inicio de la vida de todo ser humano: El juego colaborativo y el dibujo. Todo esfuerzo profesional parece crítico en aquel instante, pero se nutre cuando esa maestra gira su mirada al aula y rememora en un dibujo lo que se ha logrado ese día… ¡Qué  difícil es ser maestro cuando no hay reconocimiento social de la función docente!, pero que interesante historia cuando después de grande, un niño recuerda con amor a su maestra, entonces, el docente siente que desde esa óptica si existe el esperado reconocimiento a su labor.

7:32am, llega el camión de la leche escoltado por los muchachos del barrio, los que un día pasaron por las aulas de ese Preescolar pero decidieron edulcorar sus venas con variados elixires alucinantes: los compuestos químicos de un mercado de corto aliento de vida y fácil enriquecimiento.  Al llegar a la puerta de la escuelita gritan al unísono: ¡Maestraaaaa, llego la leche del Santo Andrés! (refiriéndose al Ex Presidente Carlos Andrés Pérez) Y aquella maestra con rol de Director que jamás se creyó, sale con sus compañeras a recibir al proveedor, lo primero que hace es decirle a sus aliados, a sus hijos de la vida que fueron sus aprendientes en el aula: ¡Ayúdenme muchachos a distribuir la leche a los niños! Y los mal llamados “malandros”, término que margina tanto como “cinturón de pobreza” o “zona marginal”, entre otros; entran en la escuela y ayudan a las maestras a repartir los potecitos del sagrado líquido alimenticio. Alguno de estos muchachos aún tienen esa mañana vestigios de ansiedad en su torrente, ojos rojos, ropas trajinadas y sus cuerpos están desprovistos de armamento; ellos piden a su maestra: ¡A su maestra favorita!, un potecito de leche y un abrazo como el que solía darles de pequeños. Ella no tiene mucho tamaño, es más bien menuda y delgada en comparación a sus discípulos. Les da un abrazo y uno de ellos siempre la besa en su mejilla o en la frente, otro dice: ¡Bien, maestra!, ¡bien por esa! (levantando el cuartico de leche). Carmen Cecilia Rodríguez de Medina, es la única Directora del sector que la protegen los malandros, comentan en el Distrito Escolar N°1; es la única Directora que se atrasa con el menester administrativo del ME pero va en sintonía con lo que sucede en sus aulas; es la Directora que ejerció el cargo porque no hubo nadie más a quien enviar a la “zona marginal” y, lo asumió como “función” en un momento histórico de escalafones y meritocracia.

Carmencita, cariñosamente llamada por sus allegados es Maestra Normalista de la Escuela Normal de la Gran Colombia en Caracas-Venezuela, nunca accedió a un Instituto Pedagógico o alguna Universidad, ese sueño lo anido en alguna de sus hijas y ojala se lo hayan hecho realidad. La expresión “quien estudia educación será pobre”, Carmen Cecilia nunca la entendió, pues, siempre recibió de su profesión lo que necesitaba para sentirse bien.

Ante el cuestionado tema del reconocimiento social del docente Carmen Cecilia siempre pensó que su legitimidad se mantiene vigente en el corazón de los niños que pasaron por su aula; esos que años después continuaban recurriendo a ella para una leche, para un abrazo, para acompañarla o cuidarla; dejando ver una valiosa premisa: los maestros ayer, hoy y siempre representan el “arco desde el cual parten los hijos como flechas vivientes (…) la flexibilidad en las manos de ese arquero siempre es gozo (…) el arquero ve el blanco sobre el camino del infinito, y las dobla con toda su fuerza a fin de que sus flechas vayan veloces y lejos” (Khalil Gibran).

Doblando el arco tan fuerte como puedas y sin perjuicios, ni valoraciones negativas, el maestro siembra una semilla imborrable en la vida de sus hijos, de sus estudiantes… A ti que me lees, maestro y maestra, de este tiempo convulsionado: ¿cuánto amor estás dispuesto a dar para hacer un giro cuántico en la educación de hoy?, ¿para educar con amor?, ¿para valorar y amar tu profesión sea cual sea el espacio en que la desarrolles?

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