Maestros o cuando los libros van a la hoguera

Bolivia / 10 de febrero de 2019 / Autor: Yuri F. Tórrez / Fuente: La Razón

En estos tiempos modernos y civilizados, estos actos oscurantistas de quemar libros son inaceptables.

La trama de la novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco, consiste en descifrar las muertes misteriosas acaecidas en una abadía benedictina de la Italia medieval. Esas muertes eran en realidad asesinatos vinculados a un manuscrito envenenado que se creía extraviado: el segundo libro de la Poética de Aristóteles. Leer este texto era considerado por algunos componentes de la cúpula franciscana como una herejía.

Igualmente, en el otoño de 1933, el 10 de mayo, en la plaza de Ópera en Berlín, miembros de la Federación nazi de estudiantes echaron al fuego de forma pública libros de aquellos escritores considerados “desagradables” para el régimen. Así comenzó una persecución atroz a intelectuales judíos, marxistas o pacifistas. Recientemente, los yihadistas de Al Qaeda invadieron Malí y luego Tombuctú, en 2012, con un fanatismo religioso destruían cuantos libros se cruzarán por su camino porque los consideraban inicuos a su creencia.

La historia siniestra de la censura a libros considerados como herejes, satánicos y abominables con el propósito oscurantista de evitar que sobrevivan las ideas contrarias a las ideas de los censores tiene una larga data. Ese espíritu oscurantista sigue vigente actualmente. Hace un par de semanas, los máximos dirigentes de la Federación Urbana de Maestros de Cochabamba, en un acto similar a los estudiantes hitlerianos, de hace 85 años atrás, en Alemania, quemaron, esta vez no en la plaza de Ópera de Berlín, sino en plena plaza Principal 14 de septiembre de Cochabamba, varios ejemplares escolares de los denominados “pluritextos”, que tenían dibujos que representaban al presidente Evo Morales y al vicepresidente Álvaro García Linera.

Ahora bien, protestar contra el Gobierno es un acto democrático, pero quemar libros es un acto oscurantista que nos retrocede a tiempos medievales. El argumento urdido por los dirigentes de los maestros cochabambinos para este acto detestable que esos textos servirían para “manipular a nuestros niños” y avivar el “culto a la personalidad”.

Quizás la dirigencia trotskista de los maestros tenga razón en que la imagen de los mandatarios en estos textos azuza un personalismo en el poder. Empero, este no es argumento para cometer esa barbarie medieval. En vez de quemar libros, los maestros deberían enseñar a sus estudiantes a una lectura crítica. De ese modo, podrían lograr destrezas en ellos para descifrar esos dizque contenidos manipuladores de esos textos escolares elaborados desde el Ministerio de Educación.

Hace algún tiempo atrás, un amigo me aconsejaba quemar un libro de mi biblioteca: Mi Lucha, de Adolfo Hitler. Me negué a seguir el consejo. Le debatí que era necesario desentrañar esas ideas abominables, ya que esas ideas, muchas veces, sirvieron para legitimar hechos atroces y, por lo tanto, quemar ese libro tendría la misma gravedad que incinerar documentos coloniales referidos a las rebeliones indígenas en la que los escribanos de manera despectiva las tildaban de ominosas y execrable. El entrañable Miguel de Cervantes sentenciaba: “No hay libro tan malo que no tenga algo bueno”.

En estos tiempos modernos y civilizados, estos actos oscurantistas de quemar libros son inaceptables. Walter Benjamín diría: “No hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie”. Por lo tanto, conservar un libro, aunque tenga ideas abominables, es un acto de conservar la memoria activa para que el olvido no sea un mecanismo de impunidad histórica que condene a la humanidad a repetir hechos atroces.

Fuente del Artículo:

http://www.la-razon.com/opinion/columnistas/maestros-libros_0_3088491123.html

Fuente de la Imagen:

Biblioideas: ¿Quemar libros?… Depende

ove/mahv

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