Educación y emancipación en la era de las crisis múltiples

El desarrollo de un modelo social sustentado en el éxito individual y las ganancias corporativas hizo que por años la discusión en torno a la naturaleza de la educación fuera desplazada por nociones provenientes del mundo de los negocios.

La inminente bancarrota de este modelo de sociedad abrirá un intenso debate que afectará los aspectos más determinantes de la vida pública. En este artículo desarrollaré un análisis reflexivo sobre el papel que la enseñanza superior debe asumir frente a la crisis múltiple que sufre nuestro país, para ello me apoyaré en la visión moral de Aristóteles, Kant y Marx y en la pedagogía crítica de Paulo Freire y Henry Giroux.

En su Ética a Nicómaco Aristóteles dice que toda acción humana tiende hacia algún fin, y la consecución de ese fin constituye un bien (Aristóteles, 1993, p. 129). Cabe preguntarse cuál es el bien que persigue la educación. El fin supremo al que tienden todas las cosas, nos dice el filósofo griego, es la felicidad (Aristóteles, 1993, p. 139). Estos términos puede que resulten abstractos, nos parecerán más adecuados si tomamos en cuenta que para Aristóteles la felicidad humana solo se logra bajo la mediación de la sociedad. El hombre, dice, es un animal social (Aristóteles, 1988, p. 50). Para Aristóteles el Estado (la comunidad humana) es una instancia natural, en el sentido de que solo a través de ella el ser humano puede realizarse satisfactoriamente. La sociedad humana existe únicamente con el fin de satisfacer las exigencias de la propia realización del ser humano1.

Distinta es la apreciación ética presente en la obra de Kant. Gestado en plena modernidad, su pensamiento resta importancia al medio social en favor del individuo. La ética kantiana es deontológica (Ponce, 2007) centrada en el deber como norma que guía los actos humanos. Se trata de una ética apriorística y de validez universal, regida por un principio moral de carácter racional denominado imperativo categórico. En su formulación más general el imperativo categórico establece el deber de concebir al individuo siempre como fin y nunca como medio (Kant, 1996, p. 202).

Tanto el naturalismo aristotélico como el formalismo moral kantiano reciben un tratamiento integral en el pensamiento de Marx. Tratar a las personas como fines significa para Kant respetar su dignidad, reconociendo un valor incondicional en ellas que no emana de circunstancias contingentes. Justamente este es uno de los puntos de crítica esgrimidos por Marx en contra de la moderna sociedad capitalista. A lo largo de su obra, Marx critica el hecho de que bajo el dominio de las relaciones sociales capitalistas los seres humanos ven mermada su dignidad, hasta el punto de ser reducidos “al nivel de las máquinas” (Marx, 1982, p. 564). En la Introducción a la Filosofía del Derecho de Hegel Marx señala la existencia de un imperativo categórico que exige “echar por tierra todas aquellas relaciones en que el hombre es un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable” (Marx, 1982, p. 497). Dicho de otro modo, puede sostenerse que para Marx existe el deber moral de acabar con aquellas condiciones en las cuales los individuos son tratados de manera sistemática como objetos el lugar de ser fines en sí mismos. En otro lugar caracterizará a la sociedad moderna como una instancia en la que el hombre se ve rebajado al papel de simple medio para la satisfacción del interés egoísta. La sociedad moderna “se resiste a considerar al hombre como fin en sí mismo” ((Marx, 1982, p. 488).

Este es especialmente el punto en el que el pensamiento político de Marx encuentra similitud con el de Aristóteles. Ambos coinciden en que la plena realización humana solo es posible en el seno de una sociedad establecida conforme a las exigencias de la actualización de las capacidades humanas. El hecho de que la sociedad capitalista trate sistemáticamente a los seres humanos como cosas es lo que mueve a la conciencia filosófica a convertirse en una “crítica implacable de todo lo existente” (Marx, 1982, p. 458).

Estas consideraciones nos permiten acercarnos al ideal de educación que debe regir a la Universidad de El Salvador. La obra de Freire nos será útil al respecto. El educador brasileño concibe la educación más allá de la simple instrucción, tomando en cuenta la relación entre la teoría social, el compromiso moral y la lucha radical. Haciendo eco de la exigencia de Marx Freire combina el lenguaje de la crítica con el lenguaje de la esperanza.

La obra de Freire constituye una crítica del modo en el que las instituciones educativas colaboran con el poder. La educación, entendida como simple instrucción adquiere un sentido instrumental y cosificante, rompiendo con el mandato moral de concebir a las personas como fines. Una educación de este tipo de hecho silencia las voces y presencias de los oprimidos, convirtiéndose en una forma sutil de complicidad con el poder. Frente a este tipo de educación que conduce a las personas a posiciones quietistas, se trata de reivindicar un tipo de educación que haga del ser humano “un ser consciente en su transitividad, críticamente o cada vez más racional” permitiéndole “ganar la fuerza y el valor para luchar, en lugar de ser arrastrado a la perdición de su propio ‘yo’, sometido a las prescripciones ajenas” (Freire, 1986, p. 85).

Pese a reconocer el papel de las instituciones educativas en el sostenimiento de la dominación, Freire se separa de las nociones críticas más pesimistas que confieren a las escuelas el lugar de agentes de reproducción social, económica y cultural (Bourdieu y Passeron, 1996) o bien únicamente como parte de los Aparatos Ideológicos del Estado (Althusser, 2003). En lugar de ello, la atención recae sobre la forma en la que los seres humanos construyen sus voces y dotan de validez a sus experiencias, dentro de marcos y restricciones históricas específicas. Lejos de representar un aspecto todopoderoso de la existencia humana, la reproducción de las relaciones sociales capitalistas constituye solo un componente político en el proceso de dominación, descifrable y superable dentro del discurso, las experiencias y la historia de los propios oprimidos (Freire, 2005).

En tal sentido, las instituciones educativas constituyen importantes espacios de socialización que permiten a los profesores desarrollar prácticas políticas a partir de la experiencia concreta de escuchar a los oprimidos y aprender de ellos. No se trata de imponer una teoría “desde afuera” sino de la producción de formas de discursos articulados a partir de diversas situaciones sociales específicas.

Hay que tener en cuenta que la educación no es un proceso unidireccional sino dialógico en el que tanto el educador como el educando se involucran de manera activa (Freire, 2005). Los profesores se convierten en lo que Gramsci denominó intelectuales orgánicos (Gramsci, 2016) es decir, pensadores fundidos orgánicamente con la cultura y las actividades prácticas de los oprimidos, desarrollando así un conocimiento contextualizado, original y profundo al servicio de la liberación.

Este es solo el primer paso, todo profesor universitario debería convertirse en lo que Henry Giroux denomina un intelectual transformativo (Giroux, 1997) en aras de redefinir a la universidad como esfera pública de oposición, cuyo papel principal descanse en la conformación de ciudadanos activos y en la consolidación de ciudadanía crítica. Una instancia que, más que servir a la reproducción de las lógicas sociales imperantes, nutra la alfabetización política y el compromiso moral.

La labor de los profesores como intelectuales públicos rebasa los muros de los salones de clases. No debe ser subestimada la importancia que tiene el que los maestros empleen sus habilidades y conocimientos en alianza con los movimientos sociales y otros trabajadores culturales, haciendo de ese modo lo político más pedagógico y lo pedagógico más político. Es crucial entender que toda agencia de cambio solo puede venir a través de la educación emancipadora.

Referencias

Althusser, L. (2003). Ideología y aparatos ideologicos del Estado. Freud y Lacan. Buenos Aires: Nueva visión.

Aristóteles. (1988). Política. Madrid: Gredos.

Aristóteles. (1993). Ética Nicomaquea. Madrid: Gredos.

Bourdieu, P., & Passeron, J.-C. (1996). La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza. México: Editorial Laia.

Freire, P. (1986). La Educación como práctica de la libertad. México: Siglo XXI Editores.

Freire, P. (2005). Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI Editores.

Gramsci, A. (2016). Para la reforma moral e intelectual. Madrid: Catarata.

Kant, I. (1996). Crítica de la razón práctica. Barcelona: Círculo de lectores.

Marx, C. (1982). Escritos de Juventud. México: Fondo de Cultura Económica.

Ponce, O. (2007). Iniciación al estudio Filosófico: Un recorrido de la filosofía primera a la Epistemología. San Salvador: Universidad de El Salvador.

1 Los hombres, dice Aristóteles, “no han creado una comunidad solo para vivir, sino para vivir bien” (Aristóteles, 1988, p. 175).

Comparte este contenido:

La escuela y la radicalización de la democracia

Por: Marlon Javier López

Uno de los retos que debe enfrentar una perspectiva crítica de la educación es la construcción de un lenguaje visionario que tenga la igualdad, la libertad y la vida humana como aspectos básicos de la ciudadanía. Estos conceptos no deben abordarse de manera ahistórica, sino como formas concretas de lucha y prácticas sociales. De igual manera el concepto de ciudadanía hace énfasis en el ciudadano como agente activo, redefinitorio del espacio público y la sociedad en general.

Bajo este enfoque Henry Giroux, uno de los representantes más importantes de la pedagogía crítica se acerca a la educación. Rechazando tanto la noción institucionalista de democracia como el respeto a la legalidad institucional y las normas jurídicas como la noción individualista de la democracia como asunto privado de respetos y deberes, Giroux plantea que la democracia supone asumir la importancia de los antagonismos más fundamentales de parte de los diversos grupos subordinados, teniendo clara la importancia de las luchas sociales en la conformación de nuevos espacios que trabajen en favor de la expansión de los derechos humanos y la radicalización de la democracia. Implica entender a la sociedad de manera abierta, plural y fragmentada, marcada por el disenso y el cuestionamiento. La democracia debe ser vista como un proceso social activo, establecido sobre la base de una política participativa y robusta. De lo que se trata es de instaurar una ciudadanía activa, que no reduzca los derechos al mero ejercicio electoral, sino que los extienda a la economía, el Estado y las más variadas esferas públicas.

Un concepto de ciudadanía de este tipo exige que sean reconocidas las diferencias propias de un pluralismo radical, no asentado en el individualismo posesivo sino en la existencia de diversos grupos sociales que asumen una conciencia pública basada en la confianza y la solidaridad como sostén de la vida común. Evidentemente para ello no basta con un lenguaje crítico, es necesario desarrollar, en la misma medida, un lenguaje de posibilidad, en el que se conjuguen la resistencia y la oposición con la transformación y la construcción de un orden social nuevo.

Las escuelas, las universidades y otras instituciones centradas en la educación, deben ser redefinidas como esferas públicas democráticas, cuyo papel principal descanse en la conformación de ciudadanos activos y en la consolidación de ciudadanía crítica. Instancias que más que servir a la reproducción de las prácticas y lógicas sociales imperantes, nutran la alfabetización política y el compromiso moral. Esto implica asumir la labor de los profesores como intelectuales públicos cuyas funciones rebasan los muros de los salones de clase. Giroux insistirá en la importancia de que los maestros empleen sus habilidades y conocimientos en alianza con los movimientos sociales y otros trabajadores culturales, haciendo de ese modo lo político más pedagógico y lo pedagógico más político.

Hacer más político lo pedagógico implica, por un lado, desvelar los diversos mecanismos por los cuales el poder y la ideología intervienen en las diversas experiencias de la vida escolar, otorgando a los estudiantes la oportunidad de preguntarse cómo se constituyen los saberes, en tanto elaboraciones histórico-sociales, enfatizando en sus vinculaciones con el poder. Se puede comenzar analizando las distintas experiencias particulares, con el fin de evidenciar como tales experiencias se enmarcan dentro de relaciones de poder específicas, proporcionando además una base teórica para que los estudiantes comprendan y analicen sus propias voces y experiencias, como parte de una dinámica social más amplia. En suma, se trata de abordar las escuelas como esferas públicas de oposición que permitan desarrollar en los estudiantes formas de ciudadanía basadas en la solidaridad y los principios de igualdad y libertad como preámbulos para desarrollar una nueva forma emancipatoria de vida comunitaria. El esfuerzo debe estar orientado a establecer las bases para conformar esferas opositoras, tanto dentro como fuera de las escuelas, formando a su vez ciudadanos con capacidad para ejercer liderazgo moral y político, al interior de la sociedad en su conjunto.

Hacer lo político más pedagógico implica desarrollar alianzas con diversos grupos y movimientos sociales que luchan por expandir la democracia y los derechos humanos. Dichas alianzas dotan a la educación de la oportunidad de abordar las preocupaciones generales de la sociedad, enriqueciendo y ampliando los conocimientos y las experiencias de los maestros, los estudiantes y en general del mundo académico.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=260253

Comparte este contenido:

Henry Giroux: El neoliberalismo y el asedio a la educación superior

Estados Unidos / 11 de febrero de 2018 / Autor: Marlon Javier López / Fuente: Rebelión

La actual etapa de capitalismo neoliberal se caracteriza por un constante ataque hacia la democracia, y consecuentemente hacia sus instituciones fundamentales.

Desde hace varias décadas Henry Giroux viene denunciando el auge y despliegue de lo que hoy podemos denominar el autoritarismo del siglo XXI. La consumación de un proceso originado a partir de la reestructuración total del poder por parte de las élites norteamericanas, cuyo eje central y estratégico es el ataque directo sobre las instituciones fundamentales para la democracia y el control pleno sobre ellas.

En parte, este proyecto surge como respuesta a la ola democratizadora que afectó significativamente a mediados del siglo pasado los Estados Unidos. La amenaza que supuso esta fuerza democratizadora al poder y privilegios de los grupos hegemónicos empresariales, les hizo tomas consciencia de la urgente necesidad de transformar la política en una cuestión privada, que debía tener lugar al margen de los ciudadanos. Este es uno de los principales rasgos del nuevo autoritarismo; la conformación de un tipo de estado fundido y dominado completamente por el minoritario grupo empresarial dominante que concibe a sus propios ciudadanos como enemigos y ve con urgencia la necesidad de despolitizarlos, convirtiéndolos en meros consumidores, mediante la imposición de una propaganda que hace concentrar la atención sobre las cosas más superficiales. Lo que Chomsky ha llamado una “filosofía de la futilidad” (Chomsky, 2004, p.203).

En buena medida uno de los principales blancos de ataques han sido las universidades, las cuales tienen una enorme importancia, en tanto dispositivos culturales, en la configuración de los deseos, las identidades, el accionar de los sujetos y la creación de imaginarios. Henry Giroux, uno de los más destacados críticos culturales y representante de la pedagogía radical norteamericana, pone el acento a lo largo de su vasta obra, sobre el peligro que acecha a las universidades, y a la educación pública en general. El curso de los acontecimientos no ha hecho hasta ahora más que confirmar sus “predicciones”.

La actual etapa de capitalismo neoliberal se caracteriza por un constante ataque hacia la democracia, y consecuentemente hacia sus instituciones fundamentales (Giroux, 2015a, p. 16). Las raíces de este ataque tienen que ver con el peligro que la democracia le representa al poder. Hay que hacer notar que en una democracia verdadera la opinión pública tiene peso e incide directamente sobre las decisiones del gobierno. Por esta razón a los poderosos nunca les ha gustado la democracia pues implica restarles poder y ponerlo en manos de la población mayoritaria.

Hoy en día el poder de las corporaciones alcanza niveles apenas imaginables hace algunas décadas. Esto no es más que la culminación de un proceso que inició aproximadamente en la década de los 60 la cual estuvo marcada por un enorme activismo social y expansión democrática. Ello movió a las élites estadounidenses a poner en marcha un ambicioso plan para contener lo que llamaron un “exceso de democracia” (Giroux, 2006, p. 18). Ante la ausencia de propuestas alternativas definitorias de los conceptos básicos constitutivos de un discurso progresista, fue tomando fuerza creciente un discurso público cuyo pilar era la ausencia de ciudadanía crítica y un patriotismo despojado de las notas emancipatorias propias de la democracia. En la práctica, este discurso ha derivado en una serie de agresiones militares externas y en la militarización interna de la sociedad norteamericana (Giroux, 2006, p. 15). Mediante la amnesia total respecto del importante papel que históricamente ha jugado la lucha popular en la historia de la democracia, ha tenido lugar una deconstrucción de la noción de ciudadanía y, con ello, la subordinación de las libertades individuales a la seguridad nacional y el orden interno. Bajo este esquema las universidades, la prensa independiente y los movimientos sociales se conciben como un peligroso desafío a la autoridad gubernamental (Giroux, 2006, p. 18). Es fácil entender la necesidad imperiosa sentida por los dueños de la sociedad estadounidense para lanzar la ofensiva en contra de las instituciones fundamentales encargadas de limitar el sufrimiento de los más débiles. La crisis que vive actualmente la educación superior debe verse enmarcada en esta crisis mayor de la democracia (Giroux, 2015a, p. 16).

Edgardo Lander ha señalado que el neoliberalismo es más que un modelo económico. Constituye un “extracto purificado” de tendencias con una larga historia en el pensamiento occidental. Esto vuelve relativamente fácil la imposición y conversión en sentido común de sus presupuestos (Lander, 2000, p. 12). En tanto último estadio de capitalismo depredador, “el neoliberalismo forma parte de un proyecto más amplio de restitución del poder de clase y consolidación de la veloz concentración del capital” (Giroux, 2016, p. 16). Ideológicamente el neoliberalismo concibe al lucro como la esencia de la democracia y al consumo como la única expresión de ciudadanía, mientras postula al mercado como la única vía de solución a todos los problemas. Como modo de gobierno promueve identidades y sujetos libres de cualquier tipo de regulación gubernamental bajo el axioma que identifica la libertad con el individualismo. Su ética es la de la supervivencia del más apto. Su proyecto político conlleva, entre otras medidas, la privatización de los servicios públicos, la venta de las funciones del Estado, la desregulación del trabajo y las finanzas, la eliminación del Estado benefactor y los sindicatos para finalmente convertir la sociedad en un enorme mercado. La consecuencia de esto es la imposición de una cultura de feroz competencia y la guerra abierta en contra de los valores públicos así como de las esferas que desafían las reglas y la ideología del capital, debilitando en la misma proporción las bases democráticas de la solidaridad, lo que termina por degradar y desgarrar cualquier colaboración o formas de obligación social (Giroux, 2016, pp. 16-17). Como una guerra librada por las élites políticas y financieras contra los pobres, las minorías de color, los migrantes, etc., califica Giroux, esta inhumana forma de vida que reproduce el neoliberalismo, en la cual los individuos son culpados exclusivamente por los problemas que sufren mientras viven en una situación de indefensión frente a las grandes estructuras de opresión (Giroux, 2015a, pp. 17-19).

Evidentemente todo esto desemboca en una crisis social que afecta la totalidad de la existencia humana. En este gris escenario de guerra total declarada por las corporaciones multinacionales en contra de los más débiles, considerados desechables por el sistema, las universidades sufren una ofensiva general de gran calado, y una serie de reformas que buscan transformarlas de defensoras de lo público y la democracia, en instrumentos de adiestramiento y producción ideológica al servicio de los neoliberales.

A medida que el Estado benefactor es destruido, la lógica de la privatización se impone infectando los más diversos aspectos de la sociedad. El espacio público es privatizado y comercializado, socavando la idea de ciudadanía y destruyendo todas las áreas que hacen de ella una fuerza con posibilidades de moldear una genuina democracia. Uno de los golpes más significativos, es el empecinado esfuerzo por destruir la educación crítica, anulando sus posibilidades para ejercer un rol en la construcción de ciudadanía comprometida y una democracia vigorosa.

El ataque a la educación superior se lleva a cabo en distintos niveles. Es palpable en los intentos por instaurar un modelo de educación corporativa, estandarizar la currícula poniéndola a tono con las necesidades empresariales, imponiendo una jerga de conceptos provenientes del lenguaje de los negocios como modelo de gobernanza y en los esfuerzos para debilitar a los académicos, poniéndolos en una situación de inseguridad que limite sus posibilidades. Ante la ausencia de perspectivas democráticas y la desfinanciación, las universidades son obligadas a abrir sus puertas a intereses privados cuya presión las obliga a imitar modelos corporativos en todas sus estructuras, reemplazando las expectativas de los estudiantes por esperanzas destruidas y deudas onerosas. De este modo las universidades son transformadas en lo que Henry Giroux llama “máquinas de desimaginar” (Giroux, 2016, p. 18).

Con la transformación del Estado social en un estado controlador, billones de dólares son reorientados en la construcción de cárceles y complejos militares, reduciendo el apoyo financiero a las universidades. Es la prueba de que cada vez más la sociedad ve como enemigos a perseguir a los jóvenes, sobre todo a los más pobres. No es casual que las cárceles estén con creciente frecuencia más llenas como tampoco lo es que gran parte del acoso policial por parte de una sociedad cada día más militarizada recaiga en las minorías y otros grupos poblacionales considerados como desechables. Las escuelas no escapan a esta militarización de la vida, que no es otra cosa sino una parte del correlato material del nuevo autoritarismo. Modeladas emulando a las prisiones, las escuelas cumplen ahora nada más la tarea de disciplinar en lugar de formar ciudadanos críticos comprometidos con la democracia. Esto es visible especialmente en las escuelas públicas donde es común que los jóvenes sean arrestados por cosas como violar un código de vestimenta o escribir en los pupitres (Giroux, 2015b, p. 104). Un aspecto de lo que Henry Giroux llamaBiopolítica de la militarización, cuya influencia permea y corrompe los diversos aspectos de la vida universitaria (Giroux, 2008, p. 48). En los Estados Unidos es ya normal que el personal académico coordine con el Departamento de Defensa y otros organismos de inteligencia, para tratar diversos asuntos de tipo militar y económicos. La concepción del mundo jingoísta, gobernante en la política norteamericana, al dotar de recursos casi ilimitados al Departamento de Seguridad Nacional y desfinanciar sistemáticamente a las universidades, acaba por subordinar estas últimas al aparato de defensa militar norteamericano. Así por ejemplo, cuando no se dispone de suficiente dinero para la investigación, el pentágono llena el vacío con billones de dólares en subvenciones, becas, etc. (Giroux, 2008, p. 45).

La sociedad en su totalidad se ve amenazada ante este escenario, en el que la gran mayoría pierde pero en el que también hay una minoría que triunfa, ve incrementadas sus ganancias y con ello su poder político La concentración de la riqueza se traduce en concentración del poder. Especialmente debido al elevado coste de las elecciones, lo cual mete a los partidos políticos en los bolsillos de las grandes corporaciones. La élite que tira los hilos que mueven la sociedad, actúa con inescrupulosidad infinita, poniendo en marcha un modelo basado en el movimiento especulativo de colosales sumas de dinero “cuyo único valor es cada vez más la creación de valores” y que Henry Giroux denomina “capitalismo de casino” (Giroux, 2016, p. 22). El gran problema son los peligros que encierra para la gran mayoría de la población castigada por las recurrentes crisis que resultan de estas prácticas. Al mismo tiempo la élite se blinda con la seguridad de poder echar mano de los rescates que el estado controlado por ellos realiza, situándolos en una suerte de “palacios de cristal”. Es la lógica natural del carácter dual que dirige el funcionamiento de la economía neoliberal. Mientras se incrementan los impuestos a la población en general, se libera de ellos a las grandes fortunas, permitiéndoseles desarrollar esta política económica irresponsable con la seguridad de ser rescatados por el Estado en los momentos en que sus políticas los conduzcan a la crisis. Por tanto al mismo tiempo que se priva a los pobres de toda seguridad se blindan los intereses de las grandes corporaciones. Al mismo tiempo que se libera de toda responsabilidad social a las corporaciones, se obliga a los contribuyentes, es decir la población empobrecida, a cargar con los costes de las crisis y el desastre económico al que conduce el libertinaje de la economía.

Para el caso de la educación superior, la inequidad se hace evidente en el aumento de cuotas, como también en la transformación del personal académico en un ejército de fuerza de trabajo explotado y desamparado, bajo el modelo de lo que se podría llamar la “wallmarterización del trabajo” predominante a medida que avanza el neoliberalismo sobre el ámbito laboral en su conjunto (Giroux, 2016, p. 22). Por otro lado, los estudiantes son infantilizados en la lógica de la universidad corporativa que aborda la educación como una simple transacción comercial, imitando la cultura del negocio en la que ellos se vuelven meros consumidores o mercancías para ser engullidos y luego escupidos como potenciales buscadores de empleo por parte de aquellos para quienes la educación se ha transformado en una mera forma de entrenamiento. En este panorama, a los estudiantes se les enseña a ignorar el sufrimiento humano. Concentrados en su propio bienestar son educados en un vacío moral y político. El neoliberalismo convierte la educación en una forma de despolitización radical que aniquila la imaginación radical y la esperanza de construir un mundo mejor. La cultura de la atomización tiene el propósito de producir lo que se puede llamar “zombis políticos” (Giroux, 2015b, p. 105). La educación superior está bajo asedio, como lo están los docentes, estudiantes y sindicatos; ello significa que la propia democracia pende de un hilo (Giroux, 2016, p. 21).

1.Trabajos citados

Chomsky, N. (2004). Hegemonía o supervivencia. La estrategia imperialista de Estados Unidos .Barcelona: Ediciones B.S.A.

Giroux, H. (2006). La escuela y la lucha por la ciudadanía. Pedagogía critica de la época moderna.México: Siglo XXI editores.

Giroux, H. (2008). La Universidad secuestrada. El reto de confrontar a la Alianza Militar-Industrial-Académica. Caracas: Ministerio para la Educación superior.

Giroux, H. (2015a). Democracia, educación superior y el espectro del autoritarismo. Revista Entramados-Educación y Sociedad, año 2, 15-27.

Giroux, H.A. (2016). La educación superior y las políticas de ruptura. Revista Entramados- Educación y Sociedad, Año 3, No. 3, Febrero 2016 Pp. 15 – 26.

Giroux, H.A. (2013). Una pedagogía de la resistencia en la edad del capitalismo de casino. Con-Ciencia Social, n° 17, pp. 55-71.

Giroux, H.A. (2015b) Cambiando el guion: repensando la resistencia de la clase obrera. Revista internacional de Educación para la Justicia Social (RIEJ), 2015, n° 4(2), pp 100-107.

Lander, E. (2000). Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos. En E. Lander (Coomp.), La colonialidad del saber. Eurocentrismo y ciencias sociales (págs. 11-40). Buenos Aires: CLACSO.

 Fuente del Artículo:

Henry Giroux: El neoliberalismo y el asedio a la educación superior

Comparte este contenido: