Discapacitado, sordomudo, lerdo, hiperactivo, retrasado, mongólico …. Revisémonos. ¿Cuántas veces nos hemos descubierto refiriéndonos así de una persona con discapacidades de cualquier tipo? ¿Cuántas veces nos hemos reconocido como personas sensibilizadas hacia los problemas del otro y, sin embargo, seguimos haciendo caso omiso a las terribles y evidentes adversidades que afrontan en su diario devenir otrs personas?
Este mes hará tres años, entró al CUHELAV(*) José Daniel. Aunque nuestra institución ofrece periódicamente capacitación en Lengua de Señas Venezolanas (LSV) a través de Borys, quien es un docente sordo profundo, ofrecidos a la comunidad circundante y a prestadores de servicios turísticos, lo cierto es que José Daniel fué vanguardia en incorporación al aprendizaje formal de personas con discapacidad pues fué nuestro primer estudiante sordo profundo.
En términos docentes supuso para nosotros un verdadero desafío porque no es lo mismo estar sensibilizada o sensibilizado hacia los retos de la integración, que asumir como necesaria la inmersión en la cultura sorda. Esto último supone, además de la vocación, una disposición de tiempo que no es la norma entre el cuerpo docente y supone entender que no es sólo visitar la cultura sorda, sino también que las prácticas pedagógicas desarrolladas en espacios de integración con estudiantes con discapacidad, sean diferentes a las que utilizamos como estándares.
Debo confesar que el conocer la llegada de José Daniel a nuestra institución supuso una alegría para todos. A nivel organizacional, se dispusieron procesos de adiestramiento para todas y todos a fin de conocer los términos básicos dentro de la hotelería y también dentro de las tareas básicas mínimas de desempeño social tanto para docentes como para personal administrativo.
En mi caso, pude asistir apenas a un par de sesiones de capacitación pero el cuarto semestre de José Daniel, curso en el que nos encontramos como estudiante – docente, me sorprendió apenas sabiendo pocas cosas más allá de saludar, agradecer y mi seña individual de nombre. Apenas sabía saludar y agradecer, y debía asegurarle a José Daniel un tránsito bueno, al igual que a sus compañeros, por los contenidos de una asignatura como Desarrollo Socioeconómico. Sin embargo, me encontré agradecidamente asistida por compañeros de clases de José Daniel y por un intérprete de LSV que, además era un estudiante nuestro del último semestre.
Borys me había advertido que el modo en que escriben las personas sordas no es el mismo al que estamos acostumbrados evidenciar en personas cuya lengua nativa es la propia. Me hice a la idea, entonces, de que José Daniel era un estudiante cuya lengua nativa no era la mía y que, por tanto tendría muchas diferencias en el desarrollo de las actividades escritas, en comparación con el de sus compañeros.
Nuestra primera actividad evaluada era un debate sobre los tres tipos de desarrollo que me interesaba el grupo pudiera diferenciar: desarrollo económico, desarrollo endógeno y desarrollo socioeconómico. La participación de José Daniel me detuvo el corazón y aun hoy la recuerdo: le inquietaba saber como podia garantizarse que las comunidades organizadas supieran qué producir y cómo articularlas con las necesidades de esas y otras comunidades. «No hay manera de garantizarlo a priori» Le respondí. «Ningún control puede asegurarnos que las personas no roben, no se cansen o abandonen las buenas ideas» Al salir del aula, me sentí en deuda con ese grupo hermoso que estaba apoyando de un modo decidido y comprometido a su compañero para que el contenido de una asignatura con tan poco brillo en una malla curricular riquísima en prácticas del oficio hotelero, pudiera llegarle a él.
Nuestra segunda evaluación fue un ensayo. El de José Daniel fue el primero que leí y, pese a la advertencia de Borys, me sorprendió la excelente redacción del castellano que el informe mostraba. Excelente redacción y diverso estilo. Fue decepcionante, pero me resultó evidente que las ganas de «encajar» de Jose Daniel pudieron más que su impulso a mostrarse tal y como pensaba. Le pedí dejar el temor y escribir cómo él lo hacía y asumir una posición ante lo que se preguntaba. Esta vez era sobre el papel de La Petrolia en nuestra industria petrolera y un ejercicio de imaginación sobre qué nos hubiera ocurrido como país de no haberse eliminado su concesión de modo prematuro.
Hace dos semanas José Daniel terminó la formalidad de sus estudios en nuestra institución, y un nutrido grupo de profesores, sordos, familiares y personal administrativo lo acompañamos al tradicional toque de campana que ocurre cada vez que un estudiante defiende su informe de pasantías. Manos agitadas en el aire se movieron sin cesar al verle batir la campana de un modo excepcional. Menos yo, que no escatimé aplausos «normales» para ese jóven y su familia. No ha sido fácil para él, pero su interés no cesa. Nos veremos nuevamente en aulas en unos meses, cuando comience a cursar su Licenciatura en Turismo. Será un nuevo reto que nos juntará a hablar de política y planificación para el turismo. Nuevamente me siento poco preparada, pero con la misma intención de antes por compartir con él y de aprender.
Todas y todos tenemos necesidades especiales. Creo que en la vida se nos (mal)educa para normalizarlas, ocultándolas. La verdadera discapacidad ocurre cuando descollan barreras que nos impiden ser como estamos signados a ser, y esto es válido si se es sorda o sordo, ciega, celíaco …. o si la educación se desdobla en su función y transforma el reto de aprender en un mero desafío memorístico.
Nota: en la fotografía de inicio figuran José Daniel (al centro), Borys Fernández (a su izquierda) y un integrante de la comunidad sorda de Mérida a su derecha.
(*) Colegio Universitario Hotel Escuela de Los Andes Venezolanos http://hotelescuela.org.ve